Lewis Dodgson cayó de la boca del tiranosaurio y aterrizó en una pendiente de tierra. Con el golpe se le cortó la respiración y quedó aturdido por un instante. Abrió los ojos y vio una pared inclinada de barro seco. Percibía el olor acre de la podredumbre. De inmediato oyó un chirrido escalofriante.
Se incorporó apoyándose en un codo y vio que estaba en el nido del tiranosaurio, dentro del montículo de barro seco. Ahora había tres crías, una de ellas con la pata envuelta en papel de aluminio. Las crías se aproximaron a él emitiendo chirridos de excitación.
Dodgson, vacilante, se puso de pie. El segundo tiranosaurio adulto se hallaba al otro lado del nido, ronroneando y resoplando. El que lo había llevado hasta allí se erguía a sus espaldas.
Dodgson observó a las crías, que se acercaban a él con sus cuellos descarnados y sus afiladas mandíbulas. Dio media vuelta y echó a correr. En un instante el adulto bajó la cabeza y lanzó a Dodgson al nido con el hocico.
Dodgson se levantó de nuevo con cautela y el adulto volvió a derribarlo. Las crías chirriaron y se acercaron más aún. Dodgson intentó alejarse a gatas, pero algo tiró de él. Volvió la cabeza y vio que el tiranosaurio lo había agarrado por la pierna. Lo mantuvo así por un momento y después mordió con fuerza, aplastándole los huesos.
Dodgson gritó de dolor. Ya no podía moverse. Sólo podía gritar. Las crías reptaron hacia él con impaciencia. Durante unos segundos se mantuvieron a distancia, lanzando fugaces dentelladas. Al comprobar que Dodgson no se movía, una cría se abalanzó sobre su pierna y hundió los dientes en la carne sangrante. La segunda saltó sobre sus ingles y lo mordió en la cintura.
La tercera se aproximó a su cara y le dio una dentellada en la mejilla. Dodgson aulló. Vio cómo la cría devoraba la carne de su mejilla. La cría echó atrás la cabeza y tragó el pedazo de carne. A continuación abrió de nuevo la boca y la cerró en torno del cuello de Dodgson.