Kelly iba adelante con una linterna. Avanzaban en fila por un húmedo túnel de hormigón con paneles de cables a la izquierda y tuberías de agua y gas cerca del techo.
Llegaron a una bifurcación: a la derecha un pasadizo largo y recto que conducía probablemente al laboratorio; a la izquierda un tramo de túnel mucho más corto con escaleras al final.
Tomó por la izquierda.
Salieron a un pequeño cobertizo lleno de cables y tuberías oxidadas. El sol penetraba por las ventanas. Kelly se asomó al exterior y vio descender el Explorer por la montaña.
Sarah, al volante del Explorer, seguía la orilla del río. Kelly ocupaba el asiento contiguo. Vieron un cartel que indicaba la dirección hacia el cobertizo para botes.
El camino que bordeaba el río era un charco y la vegetación lo había invadido casi por completo. Sarah esquivó un árbol caído. Poco más allá vieron el cobertizo.
—¡Vaya! —exclamó Levine . Mis peores presentimientos se han cumplido.
Desde afuera, el cobertizo, cubierto de hiedra, presentaba un aspecto ruinoso. El tejado se había hundido en varios puntos. Nadie habló cuando Sarah detuvo el vehículo ante las anchas puertas de madera cerradas con un grueso candado.
—¿Es posible que haya un bote ahí adentro? —comentó Arby con incredulidad.
Malcolm se apoyó en Sarah mientras Thorne se lanzaba contra la puerta. La madera podrida crujió y se astilló.
—Ven, ayuda tú a Ian —dijo Sarah a Thorne. A continuación golpeó la puerta con el pie hasta abrir un agujero suficientemente ancho para pasar. Entró de inmediato. Kelly la siguió.
—¿Qué ves? —preguntó Levine mientras arrancaba tablas de la puerta para ensanchar el paso.
—Sí, hay un bote —confirmó Sarah—. Y parece en buen estado.
Levine asomó la cabeza por el orificio.
—¡Maldita sea! —exclamó—. Después de todo, quizá podamos salir de aquí.