Dodgson

Dodgson se despertó, dolorido y entumecido, en el suelo de hormigón del cobertizo. Se levantó y miró por la ventana. Vio vetas rojas en el cielo azul. Abrió la puerta del cobertizo y salió.

Tenía sed y le dolía todo el cuerpo. Empezó a andar bajo los árboles. Alrededor la selva estaba en silencio. Necesitaba agua. Ante todo necesitaba agua. A su izquierda oyó el gorgoteo de un arroyo. Se encaminó hacia el sonido, caminando más deprisa.

A través de los árboles vio que clareaba. Eso significaba que Malcolm y su grupo se encontraban aún allí. Debían de tener un plan para marcharse de la isla. Y si ellos podían marcharse, también él podía.

Llegó a una pendiente. Abajo corría un arroyo. El agua parecía limpia. Descendió apresuradamente. Poco antes del arroyo tropezó con una raíz y cayó.

Se puso de pie y volvió la vista atrás. Advirtió que no era una raíz el motivo de su caída.

Era la correa de una mochila.

Dodgson tiró de la correa y la mochila entera salió de entre el follaje. Estaba rajada y tenía manchas de sangre seca. Al moverla, el contenido se desparramó entre los helechos. Alrededor zumbaba un enjambre de moscas. No obstante, vio una cámara, una fiambrera metálica y una botella de agua. Echó otro vistazo entre los helechos, pero no encontró nada más, salvo unos chocolates mojados.

Dodgson bebió el agua y notó que tenía hambre. Abrió la fiambrera con la esperanza de encontrar comida decente. Pero la fiambrera no contenía comida. Estaba llena de espuma de embalar.

Y en el centro había una radio.

La conectó. El piloto de la batería brilló con intensidad. Pasó de un canal a otro, oyendo interferencias estáticas.

De pronto sonó la voz de un hombre.

—¿Sarah? Aquí Thorne. ¿Sarah?

Al cabo de un momento una voz femenina dijo:

—Doc. ¿Me oyes? He dicho que estoy en el Explorer.

Dodgson escuchó y sonrió.

Así que había un vehículo.

En la tienda, Thorne sostenía la radio cerca de la boca.

—Muy bien, Sarah. Escucha atentamente. Sube al coche y haz exactamente lo que te diga.

—De acuerdo —contestó Sarah—. Pero antes una cosa. ¿Está ahí Levine?

—Sí, aquí está.

—Pregúntale si es peligroso un dinosaurio verde con la frente abovedada y una altura aproximada de un metro veinte.

Levine asintió.

—Dile que sí. Se llaman paquicefalosaurios.

—Dice que sí —transmitió Thorne—. Se llaman paqui no sé qué, y debes andar con cuidado. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque hay unos cincuenta alrededor del Explorer.