El tráiler

Sarah Harding hizo girar el manubrio y la moto subió a toda velocidad por la breve cuesta del camino. Llegó a lo alto y descendió en dirección al tráiler. Cuatro raptores las perseguían gruñendo. Sarah volvió a acelerar, intentando ganar unos metros preciosos, porque iban a necesitarlos.

—Cuando lleguemos al tráiler, salta y entra lo más deprisa que puedas. No me esperes. ¿Entendido?

Kelly asintió visiblemente tensa.

—¡Pase lo que pase, no me esperes!

—De acuerdo.

Sarah frenó y la motocicleta se deslizó en la hierba húmeda, topando con el costado metálico del tráiler. Kelly se bajó de inmediato y entró. Sarah hubiese deseado guardar adentro la motocicleta, pero los raptores se hallaban demasiado cerca. Empujó hacia ellos la motocicleta y se lanzó al interior del tráiler. Cayó de espaldas en el suelo. Se revolcó y cerró la puerta de una patada en el preciso momento en que el primer raptor intentaba entrar.

—Ian, ¿tiene alguna cerradura esta puerta?

Oyó la voz soñolienta de Malcolm en la oscuridad:

—La vida es un cristal.

—Ian, presta atención.

Kelly apareció junto a ella y buscó a tientas en el marco. Los raptores embestían la puerta una y otra vez.

—Aquí está —dijo—. Casi en el suelo.

Sarah se acercó a Malcolm, que yacía en la cama. Los raptores arremetían contra la ventana, cerca de su cabeza.

—¡Qué ruidosos son, los hijos de puta! —protestó.

Sarah vio junto a él el botiquín abierto y una jeringa en la almohada. Probablemente había vuelto a inyectarse. Los raptores dejaron de lanzarse contra el vidrio. Se oyó un ruido metálico. Sarah miró por la ventana y vio que saltaban furiosamente sobre la motocicleta. No tardarían en pinchar las ruedas.

—Ian —dijo Sarah—. Tenemos cosas que hacer.

—Yo no tengo prisa —contestó Malcolm con calma.

—¿Hay armas aquí?

—¿Armas?… No sé… —Lanzó un suspiro—. ¿Para qué quieres armas?

—Ian, por favor —rogó Sarah.

—Hablas demasiado deprisa. De verdad, Sarah, deberías relajarte.

En la oscuridad del tráiler, Kelly estaba asustada, pero la tranquilizaba la determinación con que Sarah hablaba de las armas. Kelly empezaba a darse cuenta de que Sarah no permitía que nada la detuviera: simplemente hacía lo que tenía que hacer. Esta actitud de no permitir que los demás la detuvieran, de creer que uno es capaz de hacer lo que quiere era una conducta que ella misma comenzaba a imitar.

Al oír hablar a Malcolm, Kelly comprendió que no les sería de gran ayuda. Estaba bajo el efecto de la morfina. Y Sarah no conocía el tráiler. En cambio, Kelly sí; lo había inspeccionado antes en busca de comida. Y le parecía recordar…

Empezó abrir cajones en la oscuridad, convencida de que en alguno había visto una bolsa marcada con unos huesos cruzados y una calavera. Aquella bolsa debía de contener armas. Por fin tocó una lona áspera. Era eso. Lo sacó. Pesaba mucho.

—Sarah, mira.

Sarah acercó la bolsa a la ventana para examinarla a la luz de la luna. Abrió el cierre y observó el contenido. Estaba dividida en compartimentos acolchados. Notó tres bloque cúbicos de un material que parecía goma. Había también un pequeño cilindro plateado, como una pequeña botella de oxígeno.

—¿Qué es esto?

—Pensamos que sería buena idea —contestó Malcolm—. Pero ahora no estoy tan seguro. El caso es…

—¿Qué es? —inquirió Sarah, interrumpiéndolo. Tenía que obligarlo a concentrar la atención. No hacía más que divagar.

—Gas no letal —explicó Malcolm—. Se elaboró en Los Álamos. Queríamos…

—¿Qué es esto? —preguntó, levantando uno de los bloques.

—Un cubo de humo para maniobras de dispersión. Su función…

—¿Sólo humo? —dijo Sarah—. ¿Sólo despide humo?

—Sí, pero…

—¿Y esto? —preguntó Sarah, alzando el cilindro plateado. Llevaba un rótulo estampado.

—Una bomba de colinesterasa. Desprende un gas que produce una parálisis de corta duración. O eso sostienen.

—¿Cómo de corta?

—Unos minutos, creo, pero…

—¿Cómo funciona? —dijo Sarah. El cilindro tenía una tapa con un anillo. Se dispuso a abrirla para inspeccionar el mecanismo.

—¡No! —advirtió Malcolm—. Así se activa. Hay que tirar del anillo y lanzar la bomba. Actúa en tres segundos.

—Muy bien.

Sarah guardó la jeringa en el botiquín y lo cerró.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Malcolm.

—Nos vamos de aquí —respondió Sarah, dirigiéndose ya hacia la puerta.

—Es tan agradable tener un hombre en la casa —dijo Malcolm con un suspiro.

Sarah lanzó el cilindro. Uno de los animales lo vio caer en la hierba.

Sarah observaba desde la puerta, esperando. Nada ocurrió.

No hubo explosión. Nada.

¡Ian! ¡No funcionó!

Uno de los raptores se acercó al cilindro y lo recogió con la boca.

—No funcionó —repitió Sarah con un suspiro.

—No te preocupes —dijo Malcolm con tranquilidad. El raptor sacudió la cabeza y mordió el cilindro.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Kelly.

De pronto se produjo una estruendosa explosión y una densa nube de humo se extendió por el claro.

Sarah se apresuró a cerrar la puerta.

—¿Y ahora qué? —volvió a preguntar Kelly.

Con Malcolm apoyado en su hombro empezaron a atravesar el claro. La nube de gas se había disipado hacía unos minutos. El primer raptor que encontraron yacía de costado, totalmente inmóvil y con los ojos abiertos. Pero no estaba muerto; Sarah vio su pulso regular en el cuello. Simplemente había quedado paralizado.

—¿Cuánto dura el efecto? —inquirió Sarah.

—No tengo ni idea —respondió Malcolm—. Pero hay demasiado viento.

Uno de los animales había caído sobre la motocicleta. Sarah dejó a Malcolm en la hierba, y él empezó a cantar.

Sarah tiró del manubrio de la motocicleta, pero el animal pesaba demasiado. Sin pensarlo dos veces se inclinó sobre el raptor y le rodeó el cuello con los brazos. Con una oleada de asco al notar la caliente piel escamosa, levantó la cabeza del animal e indicó a Kelly que tirase de la motocicleta.

—¡Todavía no! —dijo Kelly, tirando con todas sus fuerzas. Sarah, con las mandíbulas del velocirraptor a escasos centímetros de su cara, intentó levantarlo más.

—Ya casi está —avisó Kelly.

Sarah gimió e hizo un último esfuerzo. El ojo del raptor parpadeó.

Asustada, Sarah lo soltó. Kelly consiguió sacar la motocicleta en ese preciso instante.

—¡Ya la tengo!

Sarah rodeó al raptor, advirtiendo convulsiones en una pata y movimiento en el pecho.

—Vámonos —ordenó Sarah—. Ian, atrás. Kelly, en el manubrio.

—Vamos. —Sarah subió a la motocicleta sin perder de vista al raptor. La cabeza dio una sacudida. El ojo volvió a parpadear. Sin duda estaba despertándose—. Vamos. Vamos. ¡Vamos!