La plataforma de observación

El primer raptor siseó y empezó a saltar hacia la plataforma. A cada intento sacudía la estructura y arañaba el metal con las garras. Eddie observó con asombro la altura de sus saltos: sin aparente esfuerzo se elevaba a dos metros y medio del suelo. Esos saltos atrajeron a los otros animales, que rodearon lentamente la plataforma.

Al cabo de un momento la estructura comenzó a balancearse a causa de las embestidas de los animales, que se lanzaban una y otra vez intentando sujetarse al andamiaje. Pero lo más alarmante, como advirtió Levine, era que aprendían. Algunos de los raptores habían empezado a utilizar los miembros anteriores para agarrarse a la estructura y sostenerse mientras buscaban un punto de apoyo para las patas traseras. Uno de los raptores casi trepó hasta el refugio antes de caer. Las caídas no parecían afectarlos; se levantaban de inmediato y seguían saltando.

Eddie y los chicos se pusieron de pie.

—¡Atrás! —ordenó Levine, empujando a los chicos al centro del refugio—. No miren.

Eddie sacó una bengala de la mochila y la arrojó por encima de la baranda. Dos raptores cayeron al suelo. Sin embargo, el resplandor de la bengala no ahuyentó a los animales. Eddie arrancó una barra de aluminio de la estructura y se asomó por encima de la baranda blandiéndola como una estaca.

Uno de los raptores encaramados al andamiaje lanzó una dentellada al cuello de Eddie. Éste, sorprendido, se apartó pero las fauces del animal le atraparon la camisa. A continuación el raptor cayó, arrastrando a Eddie con su peso.

—¡Auxilio! ¡Auxilio! —gritó, doblado sobre la baranda. Levine lo agarró entre los brazos y tiró de él. Eddie golpeó al raptor en el hocico con la barra, pero el animal siguió aferrado a él como un bulldog. Eddie se hallaba inclinado precariamente sobre la baranda; podía caer en cualquier momento. Le clavó la barra en un ojo al animal, y éste lo soltó. Eddie y Levine cayeron de espaldas en el refugio. Cuando se levantaron, vieron a varios raptores trepando por los costados de la estructura. En cuanto asomaban en lo alto, Eddie los golpeaba con la barra.

—¡Deprisa, al techo! —ordenó a los chicos—. ¡Deprisa!

Kelly trepó fácilmente por la estructura y subió al techo. Arby, en cambio, se quedó inmóvil, con la mirada perdida.

—¡Vamos, Arb! —instó Kelly.

Arby estaba paralizado por el miedo. Levine corrió a ayudarlo. Eddie blandía la barra, trazando amplios círculos alrededor, golpeando una y otra vez a los raptores.

Uno agarró la barra entre los dientes y tiró con fuerza. Eddie perdió el equilibrio, retrocedió a tropezones y cayó gritando por encima de la baranda. De inmediato todos los animales saltaron al suelo. Desde lo alto de la plataforma oyeron los alaridos de Eddie. Los raptores no dejaban de gruñir.

Levine estaba aterrorizado. Aún tenía a Arby entre sus brazos para ayudarlo a subir al techo.

—Vamos —repetía—. Vamos. Vamos.

Desde arriba Kelly dijo:

—Arb, puedes lograrlo.

El chico se agarró del techo y subió. Tenía las piernas agarrotadas de terror. Sin querer golpeó a Levine en la boca. Levine lo soltó y vio cómo resbalaba y caía de la plataforma.

—¡Dios mío! —exclamó Levine—. ¡Dios mío!

Thorne se hallaba bajo el tráiler desenganchando el cable. Cuando logró soltarlo, salió a rastras y corrió hacia el jeep. Oyó el zumbido de un motor y vio que Sarah se había montado en la motocicleta y se alejaba ya con un rifle Lindstradt al hombro.

Se sentó al volante del jeep, encendió el motor y aguardó con impaciencia a que el cable del cabrestante se enrollase. Miró por encima del hombro y vio desaparecer entre el follaje la luz posterior de la moto.

Por fin se detuvo el motor del cabrestante y Thorne arrancó. Pulsó el botón de la radio y dijo:

—Ian.

—No te preocupes por mí —contestó Malcolm con voz soñolienta—. Estoy bien.

Kelly estaba tendida boca abajo en el techo inclinado del refugio, asomada al borde. Vio caer a Arby violentamente contra el suelo. Eddie había caído por el lado opuesto de la estructura. Kelly volvió la cabeza para aferrarse mejor al húmedo metal, y cuando miró de nuevo, Arby había desaparecido.

Desaparecido.

Sarah Harding avanzaba rápidamente por el camino embarrado. No sabía con seguridad dónde se hallaba, pero supuso que bajando llegaría tarde o temprano al valle. Al menos eso esperaba.

Aceleró, dobló en una curva y de pronto vio un tronco enorme que obstruía el paso. Frenó, dio la vuelta y volvió hacia atrás. Más arriba vio los faros del jeep de Thorne, que giraban a la derecha. Siguió al jeep, acelerando en la oscuridad.

Levine se hallaba de pie en el centro de la plataforma, paralizado por el miedo. Los raptores ya no intentaban trepar por la estructura. Oía sus gruñidos al pie de la plataforma. Arby no había llegado a emitir un solo sonido.

Un sudor frío le recorrió el cuerpo. De pronto oyó los gritos de Arby:

—¡Atrás! ¡Atrás!

Kelly se arrastró por el techo para asomarse por el otro lado. A la tenue luz de la bengala ya casi apagada vio que Arby se había metido en la jaula. Había conseguido cerrar la puerta y asomaba una mano entre los barrotes para cerrar con llave. Alrededor de la jaula había tres raptores, que se abalanzaron sobre él al ver la mano.

—¡Atrás! —gritó Arby.

Los raptores mordieron la jaula, torciendo la cabeza para roer los barrotes. La goma elástica que colgaba de la llave se enredó en la mandíbula inferior de uno de ellos. El raptor tiró con fuerza y de pronto la llave saltó de la cerradura, golpeándolo al animal en el cuello.

El raptor lanzó un chirrido de sorpresa y retrocedió con la goma elástica enrollada en la mandíbula y la llave destellando a la luz de la bengala. Intentó desprendérsela con los miembros delanteros pero había quedado atrapada en los curvos dientes posteriores.

Mientras tanto los otros raptores consiguieron desenganchar la jaula de la estructura y la volcaron. Trataron de morder a Arby a través de los barrotes, pero al comprender que eso no daría resultado, golpearon la jaula repetidamente con las patas. Acudieron otros raptores. En un instante siete animales rodeaban la jaula. Empujándola con los pies, la alejaron de la plataforma.

En ese momento Kelly oyó un suave zumbido y vio unos faros a lo lejos.

Se acercaba alguien.

Arby se encontraba en medio del infierno. Dentro de la jaula, estaba rodeado por rugientes formas renegridas. Los raptores no lograban introducir las fauces por los espacios entre los barrotes, pero la saliva caliente se vertía sobre Arby. Cuando pateaban, las garras penetraban en la jaula y le desgarraban los brazos y los hombros mientras se contorsionaba. Le dolía la cabeza por los golpes contra los barrotes. El mundo daba vueltas; era un aterrador pandemonio. Sólo estaba seguro de una cosa.

Los raptores estaban alejando la jaula de la plataforma.

Cuando el jeep se aproximó, Levine fue hasta la baranda y miró hacia abajo. A la luz de la bengala vio que tres raptores arrastraban los restos de Eddie hacia la selva. Vio también que otro grupo empujaba la jaula con las patas por el paso de animales hacia los árboles. Miró hacia el jeep. Thorne estaba al volante. Levine confiaba en que llevase un arma. Deseaba matar hasta el último de aquellos malditos animales. Deseaba matarlos a todos.

Desde el techo del refugio Kelly veía cómo se llevaban la jaula los raptores. Uno de ellos quedó rezagado, haciendo girar una y otra vez la cabeza como un perro frustrado. Kelly advirtió que se trataba del raptor que tenía la goma elástica enganchada entre los dientes de la mandíbula inferior. La llave colgaba aún ante su cuello.

El jeep llegó a toda velocidad, y el raptor pareció desconcertado por el repentino brillo de los faros. Thorne aceleró, intentando atropellarlo. El raptor se dio vuelta y huyó por la llanura.

Kelly abandonó el techo y empezó a bajar.

Thorne abrió la puerta del jeep, y Levine subió de un salto.

—Tienen al chico —dijo Levine, señalando hacia el paso de animales.

—¡Esperen! —gritó Kelly, colgada aún del andamiaje.

—Vuelve ahí arriba —ordenó Thorne—. Sarah viene hacia aquí. Nosotros vamos por Arby.

—Pero…

—No podemos perderles el rastro.

Thorne pisó el acelerador y siguieron a los raptores por el paso de animales.

En el tráiler Ian Malcolm oía los gritos por la radio. Percibía en las voces miedo y confusión.

«Ruido negro. El caos se impone. La interacción de cien mil objetos», pensó.

Lanzó un suspiro y cerró los ojos.

Thorne conducía rápidamente entre la densa vegetación. El paso de animales se estrechó. Las hojas de las palmeras azotaban los costados del jeep.

—¿Podremos pasar? —preguntó Thorne.

—El ancho es suficiente —dijo Levine—. Yo lo recorrí esta mañana. Los parasaurios usaron este camino.

—¿Cómo pudo ocurrir una cosa así? —se lamentó Thorne—. La jaula estaba enganchada a la estructura.

—No lo sé —contestó Levine—. Cedió.

—¿Cómo? ¿Cómo?

—No lo vi. Pasaron muchas cosas.

—¿Y Eddie? —preguntó Thorne sombríamente.

—Fue muy rápido.

Thorne siguió avanzando temerariamente. Ante ellos los raptores se movían deprisa; apenas veían al último del grupo.

—¡No me escucharon! —exclamó Kelly cuando Sarah llegó en la motocicleta.

—¿A qué te refieres?

—¡El raptor se llevó la llave! ¡Arby está encerrado en la jaula y el raptor se llevó la llave!

—¿Por dónde? —preguntó Sarah.

—Por allí —dijo Kelly, señalando hacia la llanura. A la luz de la luna vieron la silueta oscura del raptor a lo lejos—. ¡Necesitamos la llave!

—Sube —instó Sarah, descolgándose el rifle del hombro y entregándoselo a Kelly—. ¿Sabes disparar?

—No. Bueno, nunca…

—¿Sabes conducir una moto?

—No…

—Entonces tendrás que ocuparte del rifle —ordenó Sarah—. Mira, éste es el gatillo. ¿De acuerdo? Éste es el seguro. Se quita así. ¿Entendido? Va a ser un viaje agitado, así que manténlo puesto hasta que estemos cerca.

—¿Cerca de qué? —inquirió Kelly.

Pero Sarah no la oyó. La motocicleta aceleraba ya por la llanura tras el raptor. Kelly se agarró a Sarah con un brazo.

El jeep avanzaba por el camino embarrado sacudiéndose violentamente.

—No recordaba que estuviese en tan mal estado —comentó Levine, sujetándose a la manija del jeep—. Quizá deberías ir más despacio…

—Ni hablar —contestó Thorne—. Si los perdemos de vista, no habrá nada que hacer. No sabemos dónde está el nido de los raptores. Y en esta selva, de noche… ¡Maldita sea!

Ante ellos los raptores abandonaron el camino y desaparecieron entre el follaje. Thorne apenas veía el terreno, pero parecía descender casi verticalmente.

—No lo lograrás —dijo Levine—. Hay demasiada pendiente.

—No hay alternativa.

—No seas loco —amonestó Levine—. Afronta los hechos. Perdimos al chico, Doc.

Thorne lanzó una mirada de furia a Levine.

—Él no te abandonó a ti, y nosotros no vamos a abandonarlo a él. Thorne giró el volante y salió del camino. El jeep se inclinó peligrosamente, cobró velocidad e inició el descenso.

—¡Mierda! —exclamó Levine—. ¡Vamos a matarnos!

—¡Agárrate fuerte!

Traqueteando, se precipitaron ladera abajo en la oscuridad.