Malcolm

—¿Te encuentras bien? —dijo Thorne.

—Cada vez mejor —respondió Malcolm con un suspiro. Estaba relajado—. No es raro que a la gente le guste la morfina.

Sarah Harding ajustó la férula de plástico inflable en torno de la pierna de Malcolm y preguntó a Thorne:

—¿Cuánto falta para que llegue el helicóptero?

Thorne consultó el reloj.

—Menos de cinco horas. Estará aquí al amanecer.

—¿Seguro?

—Sí.

—Muy bien —dijo Sarah, asintiendo con la cabeza—. Se pondrá bien.

—Estoy perfectamente —afirmó Malcolm con voz de sueño—. Sólo que lamento que concluya el experimento. Y ha sido un buen experimento. Tan elegante. Tan único. Darwin no sabía nada.

—Voy a limpiar la herida ahora —anunció Sarah a Thorne—. Sujeta bien la pierna. —Levantando la voz, añadió—: ¿Qué es lo que Darwin no sabía, Ian?

—Que la vida es un sistema complejo —contestó Malcolm— y todo lo que de eso se desprende. Arquitectura genética. Adaptación controlada. Redes de Boole. Comportamiento autoorganizativo. ¡Pobre hombre! ¡Ay! ¿Qué haces?

—Tú cuéntanos —instó Sarah, inclinada sobre la herida—. Darwin no tenía idea…

—De que la vida es tan increíblemente compleja —prosiguió Malcolm—. En realidad, nadie se da cuenta. Un solo huevo fecundado contiene cientos de miles de genes que actúan de modo coordinado, activándose y desactivándose en circunstancias específicas para transformar esa única célula en una criatura viva completa. Esa primera célula empieza a dividirse, pero las células siguientes son distintas. Se especializan. Unas constituyen el sistema nervioso, otras el tejido intestinal, otras los miembros. Cada conjunto de células sigue su propio programa, desarrollándose, interactuando. Al final hay doscientas cincuenta clases de células distintas, todas desarrollándose conjuntamente y en el momento preciso. Justo cuando el organismo requiere un sistema circulatorio, el corazón comienza a bombear. Justo cuando son necesarias las hormonas, las glándulas suprarrenales empiezan a producirlas. Semana tras semana este desarrollo extraordinariamente complejo continúa de manera perfecta. Perfecta. Es increíble. No hay actividad humana que se parezca ni remotamente.

»De verdad. ¿Construyeron una casa alguna vez? Una casa es simple en comparación. Aun así los albañiles hacen mal la escalera o ponen la pileta de la cocina del revés; el encargado de los azulejos no llega cuando debe. Infinidad de cosas salen mal. Y sin embargo la mosca que se posa en la comida del albañil es perfecta. ¡Ay! Cuidado.

—Lo siento —se disculpó Sarah, que seguía limpiando la herida.

—Pero la cuestión es —continuó Malcolm— que apenas podemos describir, y ni hablemos de comprender, este intrincado proceso de desarrollo de la célula. ¿Se dan cuenta de los límites de nuestra comprensión? Matemáticamente podemos describir la interacción de dos objetos, por ejemplo dos planetas en el espacio. La interacción de tres objetos, tres planetas en el espacio, es ya más complicada. Pero describir la interacción de cuatro o cinco objetos es imposible. Y en el interior de la célula se produce la interacción de cientos de miles de objetos. Es verdaderamente increíble. Es algo tan complejo que parece mentira que exista la vida. Algunos piensan que las formas vivas se autoorganizan. La vida crea su propio orden del mismo modo que la cristalización genera un orden. Algunos creen que la vida se cristaliza en el ser, y así interpretan la complejidad.

»Porque si no supiésemos nada de química, miraríamos un cristal y nos formularíamos las mismas preguntas. Contemplaríamos esas bellas calizas, esas facetas geométricas perfectas, y nos preguntaríamos: ¿Qué controla este proceso? ¿Cómo es posible que un cristal esté tan perfectamente formado y sea tan semejante a otros cristales? Pero resulta que un cristal es sólo el modo en que las fuerzas moleculares se distribuyen en forma sólida. Nadie controla el proceso. Se produce por sí solo. Si uno tiene demasiadas dudas sobre el cristal, significa que no comprende la esencia de los procesos que conducen a su creación.

»Así que quizá las formas vivas son una especie de cristalización. Quizá la vida simplemente ocurre. Y quizá los seres vivos, como los cristales, poseen un orden característico generado por la interacción de sus elementos. Y bueno, una de las cosas que nos enseñan los cristales es que el orden surge muy deprisa. Tan pronto tenemos un líquido donde todas las moléculas se mueven al azar como se forma un cristal y todas las moléculas se disponen según un orden. ¿No es así?

—Sí…

—Y pensemos ahora en el ecosistema establecido en el planeta por la interacción de las distintas formas de vida. Eso resulta aún más complejo que un solo animal. Toda disposición es en extremo complicada. Como, por ejemplo, la yuca. ¿Saben qué ocurre con la yuca?

—No. Cuéntanos.

—La yuca depende de una mariposa nocturna que recoge el polen, forma una bola con él y lo transporta a otra planta, no a una flor distinta de la misma planta. Luego restriega la bola de polen en la otra planta y la fertiliza. Sólo entonces la mariposa pone sus huevos. La yuca no sobrevive sin la mariposa. La mariposa no sobrevive sin la yuca. Esa clase de interacciones es la que nos hace pensar que el comportamiento es también una especie de cristalización.

—¿Hablas metafóricamente? —preguntó Sarah.

—Hablo del orden de todo el mundo natural —afirmó Malcolm—. Y de lo deprisa que puede surgir a través de la cristalización. Porque el comportamiento de los animales complejos puede evolucionar rápidamente. Pueden producirse alteraciones a gran velocidad. Los seres humanos están transformando el planeta, y nadie sabe a ciencia cierta si ese desarrollo es peligroso o no. De modo que esos procesos del comportamiento se producen más deprisa de lo que suele creerse. En diez mil años los seres humanos han pasado de la caza al cultivo de la tierra, del cultivo a la vida en las ciudades, y de las ciudades al ciberespacio. El comportamiento evoluciona y arrasa, y nadie sabe si podremos adaptarnos. Aunque yo personalmente creo que el ciberespacio será el final de la especie.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Porque significa el fin de la innovación —dijo Malcolm—. Esa idea de mantener interconectado al mundo entero equivaldrá a la muerte en masa. Todo biólogo sabe que los pequeños grupos aislados evolucionan más rápidamente. Si dejamos mil aves en una isla, evolucionan muy deprisa. Si ponemos mil aves en un gran continente, el ritmo evolutivo disminuye. Actualmente en nuestra especie la evolución se produce en esencia a través del comportamiento. Innovamos el comportamiento para adaptarnos. Y todo el mundo sabe que la innovación sólo se da en pequeños grupos. Si tenemos un comité de tres personas, es posible que lleguen a alguna parte. Con diez personas el asunto se complica. Y si son treinta ya no hay nada que hacer. Con treinta millones resulta absolutamente imposible. Ése es el resultado de la comunicación de masas: impide que ocurran cosas. La comunicación de masas anula la diversidad. Uniforma todos los rincones del planeta. Bangkok, Tokio o Londres se convierten en lo mismo: un McDonald’s en una esquina, un negocio de Benneton en otra, y un negocio de Gap al otro lado de la calle. Las diferencias regionales se desvanecen. En un mundo dominado por los medios de comunicación, hay menos de todo salvo listas de los diez mejores libros, discos, películas o ideas. A la gente le preocupa que se pierda la diversidad de las especies en las selvas tropicales, pero, ¿y la diversidad intelectual, nuestro recurso más valioso? Eso está desapareciendo más deprisa que los árboles. Sin embargo, de eso no nos damos cuenta, y ahora planeamos conectar a cinco mil millones de personas mediante el ciberespacio. Y con eso se paralizará la especie entera. Todo se detendrá de repente. Todo el mundo pensará lo mismo al mismo tiempo. Uniformidad global. ¡Eh, me haces daño! ¿Terminaste?

—Casi —respondió Sarah—. Sigue hablando.

—Y sin duda ocurrirá muy deprisa. Si observamos la evolución de un sistema complejo en un gráfico de adaptación, vemos que el comportamiento varía a un ritmo tan rápido que la capacidad de adaptación puede quedarse atrás fácilmente. No es necesario que caiga un asteroide o aparezca una enfermedad. Un simple cambio en el comportamiento puede ser fatal para una especie. En mi opinión, los dinosaurios, unas criaturas muy complejas, podrían haber sufrido uno de estos cambios. Y eso los llevó a la extinción.

—¿A todos?

—Bastaría con que se extinguiesen primero unos cuantos —aclaró Malcolm—. Supongamos que una clase de dinosaurios se establece en los pantanos que rodean el mar interior: altera la circulación de agua y destruye la vegetación de la que dependen otros animales. Varias clases desaparecen. Eso provoca nuevos trastornos. Se extingue un depredador, y su presa prolifera descontroladamente. El ecosistema se desequilibra. Las cosas empeoran. Mueren más especies. Y de pronto todo ha terminado.

—Sólo por el comportamiento…

—Sí —afirmó Malcolm—. Al menos ésa era la idea. Y pensaba que aquí podríamos verificarla… Pero se acabó. Tenemos que marcharnos. Mejor será que les avisen a los otros.

Thorne pulsó el botón de la radio.

—¿Eddie? Soy Doc.

No hubo respuesta.

—¿Eddie?

La radio crepitó, y a continuación oyeron un ruido que inicialmente sonó como una interferencia estática. Tardaron un momento en darse cuenta de que era un grito humano.