Mirando con los anteojos de visión nocturna, Levine anunció:
—¡Lo lograron!
—¿Todos? —preguntó Kelly.
—¡Sí! ¡Se salvaron todos!
Kelly empezó a saltar y lanzar gritos de júbilo.
Arby se volvió y le quitó a Levine los anteojos de la mano.
—¡Eh! —protestó Levine—. Un momento.
—Los necesito —aseguró Arby. Se dio media vuelta y observó el llano oscuro. Por un momento no vio más que una mancha verde. Encontró la rueda de enfoque, la ajustó rápidamente y una imagen nítida apareció ante sus ojos.
—¿Qué demonios es tan importante? —inquirió Levine, malhumorado—. Esos anteojos son muy caros…
En ese momento todos oyeron los gruñidos. Estaban cada vez más cerca.
En distintos tonos de verde pálido, Arby vio con toda claridad a los raptores. Había doce y avanzaban dispersos por la hierba en dirección a la plataforma. Un animal, al parecer el jefe de la manada, encabezaba la marcha a unos cuantos metros del grupo; pero era difícil discernir una organización interna en la manada. Los raptores gruñían y se lamían la sangre del hocico, limpiándose la cara con las garras delanteras en un gesto curiosamente inteligente, casi humano. A través de los anteojos de visión nocturna, sus ojos parecían despedir un resplandor verde.
Aparentemente no habían reparado en la presencia de la plataforma, pues no la miraban en ningún momento. Pero sin duda se dirigían hacia allí.
De pronto le arrancaron los anteojos.
—Disculpa —dijo Levine—. Será mejor que me ocupe yo de esto.
—De no ser por mí ni siquiera se habría dado cuenta —protestó Arby.
—Silencio —ordenó Levine. Tomó los anteojos, los enfocó y suspiró ante la imagen: doce animales, a unos veinte metros.
—¿Nos ven? —preguntó Eddie en voz baja.
—No. Y el viento sopla de frente, así que tampoco nos huelen. Imagino que siguen el paso de animales que entra en la selva junto a la plataforma. Si no hacemos ruido, pasarán de largo.
La radio crepitó, y Eddie se apresuró a apagarla.
Los cuatro mantenían la vista fija en la llanura. En esos momentos la noche estaba serena. Ya no llovía y la Luna empezaba a asomar entre las nubes. Vieron acercarse a los animales, formas oscuras contra la hierba plateada.
—¿Pueden subir hasta aquí? —susurró Eddie.
—No veo cómo van a poder —contestó Levine con un murmullo—. Nos encontramos a unos seis metros sobre el suelo. No creo que haya peligro.
—Pero tú mismo dijiste que podían trepar a los árboles.
—Chist. Esto no es un árbol. Y ahora todos agachados y en silencio.
Malcolm hizo una mueca de dolor cuando Thorne lo tendió en una mesa del segundo tráiler.
—Por lo que se ve, no tengo mucha suerte en estas expediciones, ¿no?
—No, desde luego —coincidió Sarah—. Y ahora tranquilo, Ian. —Bajo la luz de la linterna que Thorne sostenía, Sarah cortó la pierna del pantalón de Malcolm. Tenía una profunda herida en la pierna derecha y había perdido mucha sangre. Preguntó—: ¿Hay algún botiquín a mano?
—Creo que tenemos uno afuera, donde enganchamos la motocicleta —dijo Thorne.
—Tráelo.
Thorne salió a buscarlo. Malcolm y Sarah se quedaron solos en el tráiler. Sarah acercó la luz a la herida para examinarla de cerca.
—¿Está muy mal? —quiso saber Malcolm.
—Podría haber sido peor —contestó Sarah para calmarlo—. Sobrevivirás.
En realidad, el corte era muy profundo, casi hasta el hueso, pero afortunadamente no afectaba la arteria. Sin embargo, la herida estaba sucia. Sarah vio grasa y trozos de hojas adheridos a la carne rasgada. Tendría que limpiarla a fondo, pero esperaría a que la morfina hiciese efecto.
—Sarah, te debo la vida —admitió Malcolm.
—No tiene importancia, Ian.
—Sí, sí la tiene.
—Ian —dijo Sarah—, esa sinceridad no es propia de ti.
—Se me pasará —bromeó Malcolm con una leve sonrisa. Sarah era consciente de que el dolor debía de ser intenso.
Thorne regresó con el botiquín, y Sarah llenó la jeringa, expulsó las burbujas y le inyectó a Malcolm la morfina en el hombro. Malcolm gruñó.
—¿Qué cantidad has puesto?
—Mucha.
—¿Por qué?
—Porque tengo que limpiar la herida, Ian —explicó Sarah—, y no va a gustarte.
Malcolm lanzó un suspiro. Volviéndose hacia Thorne, comentó:
—Siempre pasa algo, ¿no? Adelante, Sarah, hazlo lo mejor que puedas.
Levine observaba a los raptores con los anteojos de visión nocturna. Formaban un grupo disperso y avanzaban con su característico trote. Intentó detectar alguna organización en la manada, alguna estructura, algún indicio de jerarquía. Los velocirraptores eran animales inteligentes y cabía esperar que se organizasen jerárquicamente, y eso debía ponerse de manifiesto en su configuración espacial. Sin embargo, Levine no identificó pauta alguna. Parecían una banda de merodeadores, sin orden, silbándose y agrediéndose mutuamente.
Junto a Levine, Eddie y los chicos se hallaban agachados. Eddie los rodeaba con los brazos para tranquilizarlos. El chico en particular estaba aterrorizado. La chica, en cambio, parecía más calmada.
Levine no entendía la razón de tanto miedo. En lo alto de la plataforma se encontraban a salvo. Él observaba acercarse la manada con objetividad académica, tratando de advertir algún patrón en sus rápidos movimientos.
Sin duda seguían el paso de animales. Mantenían exactamente la misma trayectoria que los parasaurios unas horas antes: del río a la selva pasando junto a la plataforma. Los raptores no prestaron la menor atención a la estructura. Básicamente interactuaban entre sí.
Los animales rodearon la plataforma, y parecían alejarse cuando el raptor más cercano se detuvo, quedó rezagado del resto de la manada y olfateó el aire. De pronto se inclinó y comenzó a hurgar con el hocico al pie de la estructura.
Levine se preguntó qué hacía.
El raptor solitario gruñó. Continuó husmeando en la hierba y por fin se irguió con algo entre las garras delanteras. Levine entornó los ojos esforzándose por ver de qué se trataba.
Era un trozo del envoltorio de un chocolate.
El raptor alzó la vista. Miró directamente a Levine con ojos resplandecientes y gruñó.