La plataforma de observación

Cuando llegaron a la plataforma, unas nubes bajas ocultaban el Sol y todo el valle se hallaba envuelto en un suave resplandor rojizo. Eddie estacionó el Explorer bajo la estructura de aluminio. Subieron los cuatro al pequeño refugio. Allí estaba Levine, observando el valle con los prismáticos. No parecía muy contento de verlos.

—No se muevan tanto —se quejó malhumorado.

Desde el refugio disfrutaban de una magnífica vista del valle. Hacia el norte se oyó un trueno. El aire era más frío que horas antes y se notaba cargado de electricidad.

—¿Se avecina una tormenta? —preguntó Kelly.

—Eso parece —contestó Thorne.

Arby miró con recelo el techo metálico del refugio.

—¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos aquí? —quiso saber.

—Un rato —dijo Thorne—. Sólo vamos a pasar un día en la isla. Los helicópteros vendrán a recogernos mañana a primera hora. Así que he pensado que se merecían ver otra vez a los dinosaurios.

—¿Cuál es la verdadera razón? —inquirió Arby, entornando los ojos.

—Yo la sé —terció Kelly con tono mundano.

—¿Ah, sí? ¿Cuál es?

—El doctor Malcolm quiere quedarse a solas con Sarah, tonto.

—¿Por qué?

—Son viejos amigos —contestó Kelly.

—¿Qué? Nosotros sólo pretendíamos mirar.

—No, quiero decir viejos amigos —matizó Kelly.

—Sé a qué te refieres —protestó Arby—. No soy idiota.

—Basta ya —ordenó Levine sin apartar los prismáticos de los ojos—. Se están perdiendo algo interesante.

—¿Qué es?

—Esos triceratops, allí junto al río. Algo los ha alarmado.

Momentos antes los triceratops bebían apaciblemente, pero de pronto habían empezado a alborotarse. Sus agudas vocalizaciones no concordaban con su enorme tamaño; parecían más bien gañidos de perro.

—Hay algo entre el follaje —advirtió Arby—, al otro lado del río.

Efectivamente se observaban indicios de movimiento bajo los árboles.

Los triceratops se reagruparon formando una especie de escarapela con los cuernos hacia fuera, contra la amenaza invisible. Una cría solitaria se había refugiado en el centro de la manada y gimoteaba asustada. Uno de los animales adultos, seguramente la madre, se volvió y la acarició con el hocico. La cría se tranquilizó.

—Los veo —anunció Kelly con la vista fija en los árboles—. Son raptores.

Los triceratops les hicieron frente a los raptores. Los adultos emitían sus peculiares ladridos y blandían los afilados cuernos. Crearon una especie de barrera de punzones móviles, ofreciendo una inconfundible imagen de coordinación, de defensa en grupo contra los depredadores.

Levine sonreía complacido.

—No existía ninguna prueba de esto —comentó—. De hecho, la mayoría de los paleontólogos lo consideran imposible.

—Imposible ¿qué? —preguntó Arby.

—Ese comportamiento defensivo en grupo. Especialmente en los trices. Como tienen aspecto de rinocerontes, se daba por sentado que eran animales solitarios. Pero ahora vemos… Ah, sí.

De entre los árboles asomó un velocirraptor. Corría ágilmente sobre las patas traseras, equilibrándose con la cola rígida.

Los triceratops ladraron sonoramente al aparecer el raptor. Los otros raptores continuaron ocultos entre los árboles. El velocirraptor solitario trazó un lento semicírculo frente a la manada y se dispuso a atravesar el río algo más arriba. Lo cruzó a nado con facilidad y salió del agua en la otra orilla, a unos cincuenta metros de los estridentes triceratops, que giraron para presentar un frente unido. Habían concentrado su atención en aquel velocirraptor.

Lentamente, los demás raptores abandonaron sus escondrijos y avanzaron despacio, ocultándose en la alta hierba.

—¡Vaya! —exclamó Arby—. Van a cazar.

—En manada —añadió Levine, asintiendo con la cabeza. Agarró del suelo un fragmento del envoltorio de un chocolate y lo soltó en el aire, observando su trayectoria—. El grupo principal va en contra del viento, de modo que los trices no pueden olerlos. —Volvió a llevarse los prismáticos a los ojos—. Creo que estamos a punto de presenciar una matanza.

Vieron cómo los raptores rodeaban a la manada. De pronto cayó un rayo a lo lejos, en el acantilado, y el valle se iluminó por un instante. Uno de los raptores, sorprendido, se irguió, asomando fugazmente la cabeza sobre la hierba.

De inmediato los triceratops giraron una vez más, reagrupándose para hacerle frente a la nueva amenaza. Los raptores se detuvieron, como si reconsiderasen el plan.

—¿Qué pasa? —preguntó Arby—. ¿Por qué se paran?

—Surgieron complicaciones.

—¿Por qué?

—Fíjate. El grupo principal está aún al otro lado del río. Se encuentran demasiado lejos para organizar el ataque.

—¿Quiere decir que abandonan? ¿Tan pronto?

—Eso parece —contestó Levine.

Los raptores ocultos en la hierba levantaron uno por uno la cabeza, dando a conocer sus posiciones. Los triceratops ladraban con fuerza cada vez que aparecía un nuevo depredador. Al parecer, los raptores comprendieron que la situación no era propicia y se escabulleron otra vez hacia los árboles. Al verlos retroceder, los triceratops ladraron aún con mayor intensidad.

De repente el raptor solitario que se hallaba en la orilla del río atacó. Recorrió los cincuenta metros que lo separaban de la manada como un leopardo, a una velocidad asombrosa. Los triceratops no tuvieron tiempo de reaccionar. La cría quedó a merced del depredador y chilló aterrorizada al ver acercarse al raptor.

El velocirraptor saltó hacia adelante, alzando las dos patas posteriores. Volvió a caer un rayo, y bajo el intenso destello vieron las garras curvas en el aire. En el último momento el triceratops adulto más cercano se revolvió y, con su cabeza enastada, asestó un golpe oblicuo al raptor, levantándolo del suelo. El raptor cayó en el barro, y el triceratops arremetió contra él con la cabeza en alto. Al llegar ante el animal caído bajó la cabeza para cornearlo. Pero el raptor, siseando, se irguió ágilmente, y los cuernos del triceratops se hundieron inocuamente en el barro. El raptor se dio media vuelta e hirió al triceratops en el hocico con su garra curva. El triceratops bramó, pero para entonces otros dos adultos acometían contra el raptor mientras el resto de la manada permanecía junto a la cría. El raptor se alejó rápidamente por la hierba.

—¡Vaya! —exclamó Arby—. ¡No estuvo mal!