En el tráiler, todos se hallaban alrededor de la mesa donde la cría de Tyrannosaurus rex yacía inconsciente sobre una amplia bandeja de acero inoxidable, con los ojos cerrados y el hocico enfundado en una mascarilla de oxígeno transparente. La mascarilla se adaptaba perfectamente al hocico romo de la cría. El oxígeno fluía con un suave susurro.
—No tuve valor para dejarla —admitió Eddie—. Y pensé que podíamos curarle la fractura…
—Pero Eddie… —lo amonestó Malcolm moviendo la cabeza con gesto de contrariedad.
—Así que le inyecté la morfina que llevaba en el botiquín y la traje. La mascarilla de oxígeno le encaja perfectamente.
—Eddie —se quejó Malcolm—, no deberías haber hecho una cosa así.
—¿Por qué? El animal está bien. Podemos curarle la pata y devolverlo al nido.
—Pero has interferido en el sistema —repuso Malcolm. Se oyó el chasquido de la radio.
—Ésta es una imprudencia grave —advirtió Levine—. Muy grave.
—Gracias, Richard —contestó Thorne.
—Me opongo rotundamente al traslado de animales al tráiler.
—Ya es demasiado tarde para preocuparse por eso —dijo Sarah Harding. De pie junto a la cría, le colocó sensores cardíacos en el pecho; oyeron el latido del corazón. El ritmo era muy rápido, más de ciento cincuenta pulsaciones por minuto—. ¿Cuánta morfina le inyectaste?
—Bueno, pues… —titubeó Eddie—. La jeringa entera.
—¿Cuánto es eso? ¿Diez centímetros cúbicos?
—Puede ser. Quizá veinte.
Malcolm miró a Harding.
—¿Hasta cuándo le durará el efecto?
—No tengo la menor idea —contestó Harding—. He administrado sedantes a leones y chacales para marcarlos. Con esos animales existe una correlación aproximada entre la dosis y el peso. Pero con animales jóvenes es imprevisible. Quizás unos minutos, o quizás horas. Además, no sé nada de crías de tiranosaurio. En esencia, va en función del metabolismo, y en este caso parece rápido, como el de un ave. El corazón bombea muy deprisa. Lo único que puedo decir es que cuanto antes la saquemos de aquí mejor.
Harding tomó el pequeño transductor ultrasónico y lo acercó a la pata de la cría. Miró hacia el monitor por encima del hombro. Kelly y Arby tapaban la imagen.
—Por favor, dejen un poco de espacio. No tenemos mucho tiempo.
Cuando los chicos se apartaron, Sarah vio los contornos verdiblancos de la pata y los huesos, sorprendida por la gran semejanza con los de un ave, un cuervo o una cigüeña. Movió el transductor.
—Bien, éstos son los metatarsianos. Y ahí están la tibia y el peroné, los huesos de la parte inferior de la pata…
—¿Por qué los huesos tienen distintos tonos? —preguntó Arby. Las patas presentaban densas secciones blancas delimitadas por contornos verdes.
—Porque es una cría —contestó Harding—. Sus patas aún son básicamente cartílago, con muy poco hueso calcificado. Seguramente esta cría todavía no puede andar, o al menos no muy bien. Aquí. Miren la rótula. Se ve claramente la irrigación sanguínea de la cápsula articular.
—¿Cómo sabes tanta anatomía? —inquirió Kelly.
—No me queda más remedio. Paso mucho tiempo estudiando los desechos de los depredadores, examinando restos de huesos y deduciendo qué animales han sido devorados. Para eso es necesario poseer amplias nociones de anatomía comparativa. —Desplazó el transductor a lo largo de la pata—. Además, mi padre era veterinario.
Malcolm levantó la vista al instante.
—¿Tu padre era veterinario?
—Sí. En el zoológico de San Diego. Era especialista en aves. Pero no veo… ¿Puede ampliarse esto?
Arby pulsó una tecla y el tamaño de la imagen se duplicó.
—Ah. Muy bien. Perfecto. Ahí está. ¿Lo ven?
—No.
—Hacia la mitad del peroné. Una raya negra muy fina, justo por encima de la epífisis.
—¿Esa pequeña raya negra de ahí? —preguntó Arby.
—Esa pequeña raya negra es una herida mortal para esta cría —aseguró Sarah—. Al soldarse, el peroné no quedará recto, de modo que la articulación del tobillo no girará cuando se yerga sobre las patas traseras. Este animal será incapaz de correr y quizás incluso de caminar. Estará tullido, y cualquier depredador acabará con él en cuestión de semanas.
—Pero podemos curarlo —insistió Eddie.
—Veamos —dijo Sarah—. ¿Qué vamos a usar para inmovilizar el miembro?
—Diesterasa —sugirió Eddie—. Traje un kilo en tubos de cien centímetros cúbicos. Cargué bastante para usarla como pegamento. Es una resina polimérica; solidificada llega a ser dura como el acero.
—Estupendo —dijo Harding—. Eso también matará a la cría.
—¿Por qué?
—Está creciendo, Eddie. Dentro de unas semanas será mucho mayor. Necesitamos algo que sea rígido y a la vez biodegradable, algo que se desgaste, que se rompa en tres o cuatro semanas, cuando el hueso se haya soldado. ¿Hay alguna otra cosa que pueda servirnos?
—No lo sé —contestó Eddie, arrugando la frente.
—No disponemos de mucho tiempo —observó Harding.
—Doc, esto es como una de sus famosas preguntas de examen —dijo Eddie—. ¿Cómo preparar un yeso para dinosaurio con sólo papel y pegamento rápido?
—Sí —asintió Thorne, consciente de lo irónico de la situación. Durante tres décadas había planteado problemas como aquel a sus alumnos, y de pronto él mismo se encontraba ante un caso semejante.
—Quizá podríamos degradar la resina —propuso Eddie—, por ejemplo mezclándola con azúcar.
—No —repuso Thorne—. Los grupos hidróxidos de la sacarosa quitarán consistencia a la resina. La masa se endurecería bien, pero se rompería como el cristal en cuanto el animal se moviese.
—¿Y si mezclamos la resina con tela previamente empapada en azúcar líquida?
—¿Para que la tela se descomponga por efecto de la actividad bacteriana?
—Sí.
—¿Y entonces se rompa el yeso?
—Exacto.
—Eso podría dar resultado —dijo Thorne con un gesto de incertidumbre—. Pero sin probarlo, no sabemos cuánto tiempo aguantará. Podrían ser días o podrían ser meses.
—Eso es demasiado —terció Sarah—. Este animal crece muy deprisa. Si se interrumpe el crecimiento, quedará tullido a causa del yeso.
—Entonces necesitamos —reflexionó Eddie— una envoltura de resina orgánica que acabe descomponiéndose. Algún tipo de goma.
—¿Chicle? —aventuró Arby—. Porque tengo mucho…
—No, pensaba en otra clase de goma. Químicamente hablando, la diesterasa…
—Por medios químicos no lo resolveremos —dijo Thorne—. No disponemos del material necesario.
—¿Qué otra cosa podemos hacer? No nos queda más elección que…
—¿Y si fabricamos algo que sea diferente en sus distintas direcciones? —propuso Arby—. Fuerte en una dirección y débil en otra.
—Imposible —contestó Eddie—. Es una resina homogénea, una pasta espesa que se vuelve dura como una piedra cuando se seca y…
—No, un momento —dijo Thorne, volviéndose hacia Arby—. ¿Qué quieres decir?
—Bueno, según ha dicho Sarah, la pata está creciendo. Eso significa que va a crecer de largo, lo cual no importa en cuanto al yeso, y de ancho, lo cual sí importa, ya que empezará a oprimirle. Pero si fabricamos un yeso débil en su diámetro…
—Tiene razón —afirmó Thorne—. Eso podemos resolverlo estructuralmente.
—¿Cómo? —preguntó Eddie.
—Mediante un corte longitudinal, así de simple. Podríamos usar papel de aluminio. Tenemos en la cocina.
—Eso es poco resistente —objetó Eddie.
—No si lo revestimos de una ligera capa de resina. —Thorne se volvió hacia Sarah—. Podemos hacer un yeso muy resistente a los esfuerzos verticales, pero débil ante los esfuerzos laterales. Es un problema elemental de ingeniería. La cría podrá caminar, y el yeso aguantará bien en tanto el esfuerzo sea vertical. Cuando la pata crezca, la presión romperá el papel de aluminio y el corte longitudinal se abrirá.
—Eso mismo —asintió Arby—. ¿Es muy difícil hacerlo?
—No. Al contrario. Basta con formar una abrazadera de papel de aluminio y revestirla con resina.
—¿Y cómo mantendremos firme la abrazadera mientras la recubrimos? —preguntó Eddie.
—¿Con chicle, quizá? —sugirió Arby.
—Diste en la tecla —dijo Thorne, sonriendo.
En ese momento la cría de rex se agitó, sacudiendo las patas espasmódicamente. Levantó la cabeza, desprendiéndose la mascarilla de oxígeno y emitió un débil chirrido.
—Más morfina, deprisa —pidió Sarah, sujetándole la cabeza. Malcolm ya tenía preparada una jeringa y se la clavó al animal en el cuello.
—Sólo cinco centímetros cúbicos —precisó Sarah.
—¿Por qué no un poco más? ¿No la mantendría dormida más tiempo?
—Se encuentra en estado de shock a causa de la herida, Ian. Puedes matarla si le pones demasiada morfina. Le provocarás un paro respiratorio. Probablemente sus glándulas suprarrenales se hallen también bajo tensión.
—Si es que tiene glándulas suprarrenales —observó Malcolm—. ¿Acaso produce hormonas el organismo de un Tyrannosaurus rex? El hecho es que no sabemos nada sobre estas criaturas.
Se oyó el chasquido de la radio y Levine dijo:
—No hables en nombre de todos, Ian. Puedes matarla si le administras demasiada morfina. Francamente sospecho que si lo verificamos, observaremos que los dinosaurios tienen hormonas. Y considerando que ya cometiste el error de llevar la cría al tráiler, podrías extraer unas muestras de sangre. Entretanto, Doc, ¿te importaría ponerte al teléfono?
Malcolm lanzó un suspiro.
—Este tipo empieza a sacarme de quicio.
Thorne se dirigió al módulo de comunicaciones, situado cerca de la cabina. La petición de Levine era extraña. Había un excelente sistema de micrófonos repartido por todo el tráiler, y Levine lo sabía, ya que él mismo lo había diseñado.
Thorne descolgó el auricular.
—¿Sí?
—Doc —dijo Levine—, no andaré con rodeos. Llevar la cría al tráiler fue una grave equivocación. Puede traer problemas.
—¿Qué problemas?
—No lo sabemos. Y no quiero parecer alarmista, pero ¿por qué no traes a los niños a la plataforma durante un rato? ¿Y por qué, de paso, no se quedan también aquí tú y Eddie?
—¿Me estás pidiendo que salgamos de aquí a toda prisa? ¿De verdad crees que es necesario?
—En una palabra —respondió Levine—, sí.
Cuando la morfina entró en su cuerpo, la cría lanzó un gemido y dejó caer la cabeza en la bandeja de acero. Sarah volvió a ajustarle la mascarilla de oxígeno. Echó un vistazo al monitor para controlar el ritmo cardíaco, pero Arby y Kelly estaban otra vez adelante.
—Chicos, por favor.
Thorne reapareció y dio una palmada.
—¡Muy bien, chicos! ¡Nos vamos de excursión! En marcha.
—¿Ahora? —protestó Arby—. Pero queremos ver cómo…
—No, no —lo interrumpió Thorne—. El doctor Malcolm y la doctora Harding necesitan espacio. Es hora de ir a la plataforma de observación. Podemos contemplar los dinosaurios durante lo que queda de la tarde…
—Pero Doc…
—No discutan. Aquí estorbamos, así que será mejor que nos marchemos —dijo Thorne—. Eddie, tú también vienes. Dejemos trabajar a estos dos tortolitos.
Abandonaron de inmediato el tráiler y cerraron la puerta al salir. Sarah Harding oyó el suave zumbido del Explorer cuando se alejaban. Inclinada sobre la cría, ajustando la mascarilla, repitió:
—¿Tortolitos?
Malcolm hizo un gesto de incomprensión.
—Levine…
—¿Fue idea de Levine sacarlos a todos de aquí?
—Probablemente.
—¿Sabe algo que nosotros ignoramos?
Malcolm se echó a reír.
—Al menos eso debe de creer él.
—Bien, preparemos el yeso —propuso Sarah—. Quiero acabar cuanto antes para devolver la cría al nido.