Parasaurios

Richard Levine se agarró a la baranda de la plataforma y observó expectante. Justo enfrente, tras un pequeño promontorio, vio aparecer la magnífica cabeza de un Parasaurolophus walkeri. El cráneo de aquel hadrosaurio de pico de pato tenía una longitud aproximada de un metro, pero lo agrandaba aún más una cresta en forma de cuerno que se extendía hacia atrás y sobresalía notablemente por encima del lomo.

Cuando el animal se acercó, Levine vio el moteado verde de la cabeza, el cuello largo y poderoso, y el robusto cuerpo de vientre verde pálido. El parasaurio medía más de tres metros y medio de altura, aproximadamente como un elefante grande. Su cabeza casi llegaba al suelo de la plataforma. El animal avanzaba resueltamente hacia él con pesados pasos. Al cabo de un momento vio asomar una segunda cabeza tras el promontorio, y luego una tercera y una cuarta. Los animales bramaban y se dirigían en fila hacia él.

En cuestión de minutos el primer animal se hallaba ante la plataforma. Levine contuvo la respiración mientras pasaba junto a la estructura. El animal lo miró desviando sus grandes ojos marrones. Se lamió los labios con una lengua de color morado. La plataforma se sacudía con sus pisadas. Pasó de largo y se adentró en la selva. Poco después desfiló ante él el segundo animal.

El tercer parasaurio rozó la estructura, balanceándola un poco, pero siguió adelante sin inmutarse. Lo mismo hicieron los otros. Uno por uno desaparecieron en la densa vegetación tras la plataforma. La tierra dejó de temblar. Sólo entonces Levine reparó en el sendero que discurría junto a la estructura y penetraba en la selva.

Levine lanzó un suspiro y se relajó lentamente. Tomó los prismáticos y respiró hondo, cada vez más tranquilo. El pánico se disipó. Empezó a sentirse mejor.

De pronto pensó: «¿Qué hacen? ¿Adónde van?». Aquel comportamiento de los parasaurios le resultó sumamente extraño. Mientras comían se hallaban en formación defensiva, pero al moverse se habían dispuesto en fila, lo cual alteraba la habitual agrupación de la manada y dejaba a los animales individuales a merced de los depredadores. Sin embargo, se trataba obviamente de un comportamiento organizado. Debían desplazarse en fila por alguna razón. Pero, ¿cuál?

Una vez en la selva los animales empezaron a emitir bramidos de corta duración. Levine se reafirmó en que debían de ser vocalizaciones para transmitir la posición, quizá para que ningún miembro de la manada se perdiese mientras cruzaban la selva, mientras se trasladaban de un sitio a otro.

Pero, ¿por qué se trasladaban? ¿Adónde iban? ¿Qué hacían?

Desde luego quedándose allí en la plataforma no lo averiguaría. Escuchando los bramidos, vaciló por un instante. Después, dejándose llevar por un impulso, levantó una pierna por encima de la baranda y se descolgó rápidamente por el andamiaje.