Sentados en los vehículos, contemplaron la llanura y los pausados movimientos de los dinosaurios a través de la profunda hierba. Oyeron el suave reclamo de los pico de pato. Las distintas manadas se desplazaban tranquilamente junto al río.
—¿Cómo debemos interpretar esto? —preguntó Eddie. ¿La evolución pasó de largo por aquí? ¿Es uno de esos sitios donde se ha detenido el tiempo?
—En absoluto —respondió Malcolm—. Existe una explicación racional para lo que estamos viendo. Y vamos a…
Un agudo zumbido intermitente sonó de pronto en el tablero. En el mapa del GPS se superpuso una retícula azul y en ella empezó a destellar una marca triangular donde se leía LEVN.
—¡Es él! —exclamó Eddie—. ¡Hemos dado con ese hijo de puta!
—¿Lo captas? —preguntó Thorne—. Es muy débil…
—No hay problema. La señal llega con potencia suficiente para transmitir el rótulo de identificación. Es Levine, sin duda. Por lo visto, proviene de ese valle. —Puso en marcha el Explorer y prosiguió traqueteando por el camino—. Vamos allá. Quiero salir de aquí cuanto antes, maldita sea.
Accionando un interruptor, Thorne encendió el motor eléctrico del tráiler, escuchando el apagado tableteo de la bomba de vacío y el leve gemido de la transmisión automática. Puso el tráiler en movimiento y siguió al Explorer.
La impenetrable selva volvió a envolverlos, cerrada y sofocante. Las copas de los árboles impedían casi por completo el paso del sol. A medida que avanzaban el zumbido se hizo irregular. Thorne miró el monitor y vio que el triángulo de luz se desvanecía por momentos.
—¿Lo perdemos, Eddie? —advirtió Thorne.
—Da igual —contestó Eddie—. Ahora lo tenemos localizado y podemos ir derecho hacia él. En realidad, debe de estar más adelante en este mismo camino, pasado ese puesto de guardia o lo que sea.
Thorne miró al frente por encima del Explorer y vio una estructura de hormigón y una barrera de acero inclinada. Ciertamente parecía un puesto de guardia. Se hallaba en un estado ruinoso y cubierto de enredaderas. Siguieron sin detenerse y entraron en una carretera asfaltada. Se notaba claramente que en otro tiempo se habían talado unos cinco metros de selva a cada lado. No tardaron en llegar a un segundo puesto de guardia y un segundo control.
Durante otros cien metros la carretera seguía trazando una gradual curva sobre la cresta de la montaña. La vegetación circundante era menos densa, y por entre los claros Thorne vio cobertizos de madera, todos del mismo color verde. Parecían destinados a albergar material. Tenía la sensación de estar entrando en un amplio complejo.
De pronto, tras un recodo, el complejo entero se mostró ante ellos. Se hallaba más abajo, a medio kilómetro de distancia.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Eddie.
Thorne miró asombrado. En el centro del claro vio el tejado plano de un enorme edificio. Abarcaba una superficie de varias hectáreas, equivalente más o menos a dos estadios de fútbol. Más allá del inmenso edificio había una sólida construcción de tejado metálico con el aspecto funcional de una central eléctrica. Pero si realmente lo era, por sus dimensiones habría podido abastecer a todo un pueblo.
En el extremo más alejado del edificio principal, Thorne divisó muelles de carga y descarga y una zona de maniobra para camiones. A la derecha, parcialmente oculta por la vegetación, se extendía una serie de pequeñas estructuras que parecían cabañas, aunque a aquella distancia era difícil precisarlo.
El complejo presentaba el aspecto utilitario de un polígono industrial o una planta de producción. Arrugó la frente, buscando una explicación a lo que veía.
—¿Sabes qué es esto? —preguntó.
—Sí —contestó Malcolm, asintiendo lentamente con la cabeza—. Lo que empezaba a sospechar que encontraríamos.
—¿Sí?
—Es un planta manufacturera —explicó Malcolm—. Una especie de fábrica.
—Pero es enorme —observó Thorne.
—Sí —convino Malcolm—. No podía ser de otro modo.
—Aún recibo la señal de Levine —avisó Eddie por la radio—. ¿Y a que no adivinan de dónde viene? Del interior de ese edificio.
Descendieron con los vehículos y atravesaron el pórtico medio hundido que daba acceso al recinto. Era una construcción moderna, de hormigón y vidrio, pero la selva la había invadido desde hacía tiempo. Colgaban enredaderas del tejado; había muchos vidrios rotos, y brotaban helechos en las grietas de los muros.
—¿Eddie? —llamó Thorne—. ¿Recibes la señal?
—Sí, viene de adentro. ¿Qué hacemos?
—Vamos a establecer allí el campamento base —ordenó Thorne, señalando hacia un campo situado a unos quinientos metros a su izquierda, que aparentemente había sido en otro tiempo una amplia franja de césped. La selva aún no lo había vuelto a ocupar, así que el sol llegaría bien a los fotovoltaicos—. Después iremos a echar un vistazo.
Eddie estacionó el Explorer, dejándolo orientado en dirección a la salida. Thorne maniobró con los tráilers hasta colocarlos junto al otro vehículo y apagó el motor. A continuación salió al aire caliente e inmóvil de la mañana. Malcolm bajó también y se quedó a su lado. Allí, en el centro de la isla, sólo el zumbido de los insectos rompía el profundo silencio.
Eddie se acercó, dándose una palmada en la mejilla.
—Un sitio precioso, ¿eh? Y mosquitos no faltan. ¿Vamos a buscar ya a ese hijo de puta? —Eddie tomó el receptor que llevaba prendido al cinturón y ahuecó la mano sobre el monitor para evitar el reflejo del sol—. Sigue ahí. —Señaló el edificio principal—. ¿Qué hacemos?
—Vamos por él —decidió Thorne.
Se volvieron, subieron al Explorer y, dejando los tráilers en el campo, se dirigieron hacia el enorme y ruinoso edificio.