Media hora más tarde, ya de regreso en el taller de Thorne, Kelly miró asombrada alrededor. La mayoría de los mecánicos se habían marchado y habían dejado todo limpio. Los dos tráilers y el Explorer, uno al lado del otro, estaban recién pintados de color verde oscuro y listos para partir.
—¡Terminaron!
—Ya te lo había dicho —recordó Thorne, volviéndose hacia el jefe del taller, Eddie Carr, un joven robusto de poco más de veinte años. Agregó—: ¿Cómo vamos con el trabajo, Eddie?
—Dando los últimos retoques, Doc —respondió Eddie—. La pintura aún está húmeda en algunos sitios, pero mañana ya se habrá secado.
—No podemos esperar hasta mañana. Tenemos que ponernos en marcha ahora mismo.
—¿Tenemos? —preguntó Eddie.
Arby y Kelly cruzaron una mirada. Aquello también era nuevo para ellos.
—Te necesitaré para conducir uno de los vehículos, Eddie —aclaró Thorne—. Debemos estar en el aeropuerto a medianoche.
—Creía que íbamos a probarlos…
—No hay tiempo para pruebas. Iremos directamente al lugar de destino. —Sonó el timbre de la puerta—. Debe de ser Malcolm. —Pulsó el botón del portero automático.
—¿No va a realizarse ninguna prueba sobre el terreno? —insistió Eddie, alarmado—. Creo que necesitarían un buen tanteo, Doc. Hemos introducido modificaciones muy complejas y…
—No queda tiempo —lo interrumpió Malcolm al entrar—. Tenemos que partir inmediatamente. —Volviéndose hacia Thorne, añadió—: Estoy muy preocupado por Levine.
—¿Llegaron los permisos de salida, Eddie? —preguntó Thorne.
—Ah, sí. Los recibimos hace dos semanas.
Entonces tráelos y avisa a Jenkins. Dile que se reúna con nosotros en el aeropuerto y que se ocupe él de los detalles. Quiero despegar dentro de cuatro horas.
—Pero, Doc…
—No discutas.
—¿Van a Costa Rica? —inquirió Kelly.
—Así es. Tenemos que encontrar a Levine. Si ya no es demasiado tarde…
—Los acompañaremos —propuso Kelly.
—Eso —convino Arby—. Nosotros también iremos.
—Ni hablar —atajó Thorne—. Imposible.
—¡Nos lo merecemos!
—¡El doctor Levine habló con nuestros padres!
—¡Nos dieron permiso!
—Les dieron permiso para un viaje de prueba por un bosque que está a doscientos kilómetros de aquí —repuso Thorne severamente—. Pero ahora no se trata de eso. Nos vamos a un lugar que podría ser muy peligroso, y ustedes no van a venir. No se hable más.
—Pero…
—Chicos, no me enloquezcan —advirtió Thorne—. Voy a llamar por teléfono. Váyanse de aquí. Márchense a casa.
Dicho esto, se dio media vuelta y se fue.
—¡Vaya! —exclamó Kelly.
Arby le sacó la lengua a Thorne, que estaba de espaldas, y masculló:
—¡Qué imbécil!
—Obedece, Arby —instó Thorne sin volver la cabeza—. Márchense los dos a casa. Y punto.
Entró en su oficina y cerró de un portazo. Arby se metió las manos en los bolsillos.
—No lo habrían localizado sin nuestra ayuda.
—Lo sé, Arb —dijo Kelly—. Pero no podemos obligarlo a que nos lleve.
Se volvieron hacia Malcolm.
—Doctor Malcolm, si usted…
—Lo siento. No es posible.
—Pero…
—La respuesta es no, chicos —contestó Malcolm—. Es demasiado peligroso.
Cabizbajos, se acercaron a los vehículos, que resplandecían bajo las luces del taller. El Explorer tenía el techo y el capó cubiertos de paneles fotovoltaicos y el interior repleto de reluciente material electrónico. Su sola imagen les transmitía una sensación de aventura, una aventura en la que no participarían.
Arby escudriñó por la ventanilla del tráiler más grande, ahuecando las manos alrededor de los ojos.
—¡Eh, fíjate! —exclamó.
—Voy a entrar —anunció Kelly, y abrió la puerta. Sorprendida por su peso y solidez, se quedó inmóvil durante un momento. A continuación subió por la escalerilla.
Adentro, el tráiler estaba tapizado de color gris y contenía mucho más material electrónico. Se dividía en secciones, cada una correspondiente a un laboratorio de determinada función. El área principal era un laboratorio biológico con bandejas para especímenes, receptáculos de disección y microscopios conectados a monitores. Incluía asimismo equipo bioquímico, espectrómetros y una serie de analizadores de muestras automatizados. El departamento contiguo era una amplia sección informática, con una batería de procesadores y un complejo equipo de comunicaciones. Todo estaba miniaturizado y encajado en mesas corredizas que se introducían en la pared y se plegaban hacia abajo.
—¡Increíble! —dijo Arby.
Kelly guardaba silencio. Sin perderse detalle inspeccionaba el laboratorio que el doctor Levine había diseñado para aquel tráiler, al parecer con una finalidad muy concreta. No estaba pertrechado para investigaciones geológicas, botánicas o químicas, ni de hecho para nada de lo que teóricamente debería estudiarse en una expedición de aquellas características. No era en absoluto un laboratorio de propósito general. En realidad era sólo una unidad de biología asistida por una gran unidad informática.
Biología y computadoras. Nada más.
¿Con qué objeto se había construido ese tráiler?
En la pared había una pequeña estantería empotrada con los libros sujetos mediante una tira de velcro. Leyó los títulos: Modelos de sistemas biológicos adaptativos, Dinámica del comportamiento en los vertebrados, Adaptación en sistemas naturales y artificiales, Los dinosaurios de Norteamérica, Preadaptación y evolución… No era una biblioteca demasiado corriente para una expedición a la selva; si aquello escondía alguna lógica, Kelly no se la veía.
Siguió adelante. A intervalos quedaban a la vista los refuerzos de las paredes: oscuras franjas alveolares de carbono hasta el techo. Había oído decir a Thorne que en los cazas supersónicos empleaban ese mismo material. Muy liviano y resistente. Y advirtió que todas las ventanillas habían sido sustituidas por unos cristales especiales que contenían una fina malla metálica.
¿Por qué necesitaban un vehículo tan fuerte?
Si se detenía a pensarlo, se inquietaba un poco. Recordó la llamada telefónica al doctor Levine de unas horas antes. Había dicho que estaba rodeado. ¿Rodeado por qué? Había dicho: «Los huelo, sobre todo de noche». ¿A qué se refería? ¿A quiénes?
Aún intranquila, Kelly avanzó hacia el fondo del tráiler, donde había un confortable habitáculo; tenía hasta cortinas de algodón. Incluía una cocina, un baño y cuatro camas. Encima y debajo de las camas se extendían hileras de armarios. Contaba incluso con una pequeña ducha. Resultaba acogedor.
Desde allí cruzó el fuelle que comunicaba los dos tráilers. Era más o menos como la pasarela que une los vagones de un tren, un corto pasillo de transición. Salió al interior del segundo tráiler, que parecía básicamente un espacio de almacenaje: ruedas de auxilio, repuestos, más material de laboratorio, estantes y armarios. Todos los implementos necesarios para una expedición a un lugar lejano. Incluso había una motocicleta colgada en la pared del fondo. Intentó abrir los armarios, pero estaban cerrados con llave.
También aquella sección se había reforzado especialmente. «¿Por qué? ¿Por qué tan fuerte?», se preguntó.
—Mira esto —dijo Arby, de pie ante una unidad electrónica mural. Era un panel lleno de indicadores y botones; a Kelly le pareció una especie de complicado termostato.
—¿Qué es? —preguntó.
—Desde aquí se controla todo el tráiler —explicó Arby—. Con estos comandos puedes activar cualquier cosa. Todos los sistemas, todo el equipo. Y fíjate, un circuito de televisión. —Apretó un botón y un monitor cobró vida. En él vieron a Eddie, que se dirigía hacia el tráiler—. ¿Y qué será esto? —Arby señaló un botón con una cubierta de seguridad situado en la parte baja del panel. Retiró la cubierta. El botón era plateado y llevaba grabadas las letras DEF—. Seguro que es la defensa contra osos de la que nos habló.
Al cabo de un instante Eddie abrió la puerta del tráiler y dijo:
—Mejor será que apagues eso o nos dejarás sin batería. Vengan, ya oyeron a Doc. Es hora de marcharse a casa.
Kelly y Arby cruzaron una mirada.
—Bueno —contestó Kelly—. Ya nos vamos. A su pesar salieron del tráiler.
Cruzaron el taller en dirección a la oficina de Thorne para despedirse.
—Ojalá nos dejasen ir —deseó Arby.
—Ojalá.
—No tengo ganas de quedarme en casa estas vacaciones —declaró Arby—. Van a estar todo el tiempo trabajando. —Se refería a sus padres.
—Ya lo sé.
Kelly, tampoco deseaba volver a su casa. Para ella participar en la prueba sobre el terreno durante las vacaciones de primavera era la solución ideal, porque la alejaba de su casa y de una mala situación. Su madre ingresaba datos para una compañía de seguros durante el día y trabajaba de camarera en Denny’s por la noche. De manera que pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa, y su último novio, Phil, aparecía por allí con frecuencia, especialmente de noche. Cuando Emily estaba en casa, eso no había supuesto ningún problema, pero ahora Emily estudiaba en la escuela de enfermería, así que Kelly se quedaba sola. Y Phil era un personaje detestable. Pero a su madre le gustaba, de modo que no quería oír hablar mal de él. Se limitaba a decirle a Kelly que madurase. Por lo tanto, camino de la oficina de Thorne, Kelly albergaba la vana esperanza de que en el último minuto él cediese. Cuando llegaron, Thorne estaba hablando por teléfono, de espaldas a ellos. En la pantalla de la computadora vieron una de las imágenes del satélite que se habían llevado del departamento de Levine. Mediante la función de zoom Thorne obtenía sucesivas ampliaciones de la imagen. Llamaron a la puerta y la entreabrieron.
—Adiós, doctor Thorne.
—Hasta la vista, doctor Thorne.
Thorne se volvió con el auricular del teléfono pegado a la oreja.
—Adiós, chicos —dijo, e hizo un lacónico gesto de despedida con la mano.
Kelly vaciló.
—¿Podría hablar un momento con usted sobre…?
—No —la interrumpió Thorne, negando con la cabeza.
—Pero…
—No, Kelly. Esta llamada no puede esperar. Son casi las cuatro de la mañana en África, y dentro de un rato se irá a dormir.
—¿Quién?
—Sarah Harding.
—¿Sarah Harding también va? —preguntó, resistiéndose a alejarse de la puerta.
—No lo sé. —Thorne se encogió de hombros—. Que pasen unas buenas vacaciones. Nos veremos dentro de una semana. Gracias por su ayuda. Y ahora márchense. —Lanzó una mirada al otro extremo del taller—. Eddie, los chicos se van. Acompáñalos a la puerta y cierra bien para que no vuelvan a entrar. ¡Tráeme esos papeles! ¡Ah, y prepara tu mochila! ¡Vienes conmigo! —A continuación, cambiando de tono, agregó—: Sí, operadora, sigo esperando.
Se volvió de espaldas.