Ed James bostezó y se ajustó el auricular. Deseaba asegurarse de que no se le escapaba un solo detalle de la conversación. Se revolvió en el asiento de su Taurus gris buscando una posición más cómoda e intentando permanecer despierto. La cinta avanzaba en el pequeño grabador que tenía sobre las rodillas, junto a un bloc y los envoltorios arrugados de dos hamburguesas. James miró hacia el edificio donde vivía Levine, en la otra acera. Las luces del departamento del tercer piso estaban encendidas.
Y el micrófono que había colocado allí la semana anterior funcionaba correctamente. Por el auricular oyó decir a uno de los chicos:
—¿Cómo?
Y Malcolm, el cojo, contestó:
—La esencia de la verificación reside en la convergencia en un único punto de múltiples hilos de razonamiento.
—¿Y eso qué significa? —inquirió el chico.
—Sólo tienen que fijarse en las fotografías del Landsat. En el bloc, James anotó: LANDSAT.
—Ya las hemos mirado antes —protestó la chica.
James se avergonzó de no haber descubierto antes que los dos chicos colaboraban con Levine. Los recordaba bien; iban a su clase. Eran un niño negro de corta estatura y una chica blanca desgarbada. Tendría que haberse dado cuenta.
Sin embargo, ya no importaba, pensó. Conseguiría la información de todos modos. James alargó el brazo y sacó las dos últimas papas fritas de la bolsa que había dejado en el tablero; estaban frías pero se las comió.
—Vean —oyó decir a Malcolm—. Es aquí. Ésta es la isla adonde ha ido Levine.
—¿Eso cree? —preguntó la chica, poco convencida—. Ésa es… isla Sorna.
James escribió: ISLA SORNA.
—Ésa es nuestra isla —aseguró Malcolm—. ¿Por qué? Por tres razones independientes. Primera, es propiedad privada, y por lo tanto el gobierno de Costa Rica no la ha rastreado a fondo. Segundo, ¿propiedad de quién? De los alemanes, que la alquilaron en los años 20 con la intención de explotar el subsuelo.
—¡Y por eso todos esos libros alemanes!
—Exacto. Tercero, de la lista de Arby, y de otra fuente de información independiente, se desprende que hay gas volcánico en el Enclave B. ¿Y qué islas tienen gas volcánico? Casualmente sólo una. Agarren la lupa y verifíquenlo ustedes mismos.
—¿Se refiere a ésta? —aventuró la chica.
—Precisamente. Eso es humo volcánico.
—¿Cómo lo sabe?
—Por el análisis espectrográfico —explicó Malcolm—. ¿Ven ese pico? Revela la presencia de azufre elemental en la capa nubosa. Las emanaciones de azufre sólo pueden ser de origen volcánico.
—¿Y ese otro pico? —quiso saber la chica.
—Metano —respondió Malcolm—. Al parecer, existe una considerable fuente de gas metano.
—¿También es de origen volcánico? intervino Thorne.
—Podría ser —asintió Malcolm—. La actividad volcánica libera metano, pero generalmente durante las erupciones. La otra posibilidad es que sea orgánico.
—¿Orgánico? ¿Y eso a qué obedecería?
—A la existencia en la isla de grandes herbívoros y…
James no consiguió oír el final de la frase. A continuación el chico dijo con tono enojado:
—¿Termino de recuperar estos archivos o no?
—No —contestó Thorne—. Déjalo, Arby. Ahora ya sabemos lo que debemos hacer. ¡Vámonos, chicos!
James miró hacia el departamento y vio que se apagaban las luces. Momentos después Thorne y los chicos aparecieron en la puerta del edificio. Subieron a un jeep y se alejaron. Malcolm fue a su coche, entró torpemente y se marchó en sentido opuesto.
James pensó en seguir a Malcolm, pero tenía otra tarea pendiente. Encendió el motor, levantó el auricular del teléfono y marcó un número.