Con la mochila al hombro, Levine se encaminó hacia la salida de la terminal. Se volvió para despedirse de Gutiérrez, pero su amigo cruzaba ya la puerta con el brazo en alto para llamar un taxi. Levine hizo un gesto de indiferencia y se dio media vuelta.
Frente a él se hallaba el mostrador de aduanas, donde unos cuantos viajeros esperaban a que les sellasen los pasaportes. Levine había reservado pasaje en un vuelo nocturno a San Francisco con una larga escala en México; no había demasiada cola. Probablemente tenía tiempo de llamar a su oficina y dejarle un mensaje a su secretaria, Linda, informándole que viajaba en aquel vuelo; y quizá debiera también llamar a Malcolm. Echó una ojeada alrededor y vio una hilera de teléfonos en la pared de su derecha bajo el rótulo ICT TELÉFONOS INTERNACIONALES, pero eran pocos y en todos había alguien. Mientras se descolgaba la mochila, pensó que le convenía utilizar el teléfono portátil y quizá…
De pronto se quedó inmóvil, con expresión ceñuda. Volvió a mirar hacia la pared.
Cuatro personas usaban los teléfonos. La primera era una mujer rubia en pantalón corto y remera sin espalda que, mientras hablaba, mecía en sus brazos a un niño de corta edad muy bronceado. Junto a ella se encontraba un hombre con barba que vestía una chaqueta safari y consultaba sin cesar su Rolex de oro. A continuación había una mujer canosa con aspecto de abuela que hablaba mientras sus hijos ya mayores asentían tajantemente con la cabeza.
La cuarta persona era el piloto del helicóptero. Se había quitado la chaqueta del uniforme y llevaba una camisa de manga corta y corbata. Estaba de cara a la pared, con los hombros encorvados.
Levine se acercó y oyó que el piloto hablaba en inglés. Dejó la mochila en el suelo y se inclinó sobre ella, simulando ajustar las correas mientras escuchaba. El piloto seguía de espaldas a él. Lo oyó decir:
—No, no, profesor. No es así. No. —Luego permaneció en silencio por un instante—. No. Le aseguro que no. Lo siento, profesor Baselton, pero eso no lo sabemos. Debemos esperar a que aparezcan más. No, se marcha esta noche. No, creo que no sabe nada y no ha tomado fotografías. No. Lo comprendo. Adiós.
Levine agachó la cabeza mientras el piloto se dirigía con paso enérgico hacia el mostrador de la compañía aérea LACSA, en el otro extremo del aeropuerto.
«¡Qué diablos! —pensó Levine—. Es una isla, pero cuál…».
¿Cómo sabían que era una isla? El propio Levine aún no estaba seguro de eso. Y había estudiado día y noche aquellos hallazgos intentando extraer conclusiones: de dónde venían; por qué se producían.
Se fue a un rincón para no ser visto y sacó el pequeño teléfono portátil. Marcó apresuradamente un número de San Francisco. Tras una rápida sucesión de chasquidos se estableció comunicación con el satélite. Empezó a sonar. Se oyó un zumbido y una voz electrónica dijo: «Por favor, introduzca el código de acceso». Levine pulsó otros seis dígitos.
Se produjo otro zumbido. La voz electrónica dijo: «Deje su mensaje».
—Llamo para informar sobre los resultados del viaje —comenzó Levine—. Un único espécimen, en mal estado. Situación: BB-17 de tu mapa. Es muy al sur, lo cual encaja con nuestras hipótesis. Me fue imposible hacer una identificación exacta antes de que quemasen el espécimen. Pero diría que se trataba de un ornitolestes. Como sabes, este animal no está en la lista. Un hallazgo muy significativo. —Echó un vistazo alrededor, pero no había nadie cerca, nadie se fijaba en él—. Además, el fémur lateral presentaba una profunda incisión. Este detalle resulta en extremo inquietante. —Titubeó, resistiéndose a ser mucho más explícito—. Envío una muestra que requiere un minucioso examen. Creo también que hay otra gente interesada. De todos modos, Ian, aquí está pasando algo totalmente nuevo, sea lo que sea. No se habían encontrado especímenes desde hacía un año y ahora vuelven a aparecer. Algo nuevo está ocurriendo. Y aún no tenemos la menor idea de qué puede ser.
«¿O sí la tenemos? —pensó Levine. Apretó el botón que daba por finalizada la comunicación, desconectó el teléfono y volvió a guardarlo en el bolsillo exterior de la mochila—. Quizá sepamos más de lo que creemos», se dijo. Miró pensativamente en dirección a la puerta de salidas de la terminal. Era hora de tomar el avión.