Decimocuarto descubrimiento:

«Escúchate enfadado»

Mi padre no tiene coche pero los sábados vamos al depósito a gritar al guardia que hay allí. Es divertido.

Jordi, un pelón curioso porque jamás se le cayó el pelo. Una rara avis donde las haya.

A veces hay que desahogarse. Es ley de vida. Echar tres o cuatro gritos al aire. O eso o explotamos.

Había en el hospital un pelón que nos comentaba que a veces iba con su padre a los depósitos de coches; allí, su padre le gritaba al policía de turno. Le decía que era una vergüenza que se llevasen su coche, que quisieran hacerle pagar 120 euros; chillaba y ponía el grito en el cielo. A los diez o doce minutos, volvían al coche y se marchaban. Jamás se les había llevado el coche, la grúa; simplemente el padre había encontrado un lugar donde desahogarse. ¿Un lugar equivocado? Seguramente, el pobre policía de turno no merecía aquella explosión de rabia. A veces pienso en esos policías o en la gente que trabaja en maletas perdidas del aeropuerto. ¿Dónde deben de ir a desahogarse? ¿Qué ganas pueden tener de ir al trabajo cada mañana?

Creo que el padre del pelón Jordi (un pelón que tenía pelo; raro, raro) fue a un lugar equivocado; seguro hay formas más sencillas de desahogarse. En el hospital a veces gritábamos a una grabadora. Se le ocurrió a uno de los MIR que venía a vernos cada sábado. Era joven y con ganas de cambiar el mundo. Ahora es jefe de departamento y la coraza que se ponen la mayoría de los médicos ha hecho que se olvide de todo ello. Pero ahí estoy yo para recordárselo. Es bueno que te recuerden todo lo bueno que hacías.

El MIR traía una grabadora y nos desahogábamos por turnos. Decíamos todo lo que nos enfurecía. Y a veces eran muchas las cosas que nos sacaban de nuestras casillas. Es terrible cuando piensas que van a darte un pase de fin de semana y al final no te lo conceden. Entonces gritábamos, expulsábamos todo lo que nos ahogaba y nos daba mal rollo. Otros no decían nada, tan sólo te miraban.

Luego el MIR nos hacía escuchar la grabación. Siempre era un momento fascinante: escucharte gritando, escucharte enfadado, pareces un loco, un paranoico. De repente, todo lo que te parecía con sentido, todo lo que habrías defendido un segundo antes, te parecía sin fundamento. Es como si tu enfado se disipara con el eco de tu rabia.

El eco de la rabia tiene ese poder: el poder de minimizar el enfado, el poder de mostrarte lo absurdo que es pegar cuatro gritos y salirte de tus casillas.

¿Qué mejor que ser tú mismo quien deba soportar tus gritos? Pruébalo, te sentirás mejor, y poco a poco dejarás de gritar, de enfadarte y, sobre todo, no le gritarás a otra persona. Verás qué absurdo eres cuando te pones así.