«Comienza a contar a partir de seis»
Modifica tu cerebro.
Sentencia que me dijo un neurólogo con pijama azul justo antes de que me hicieran un tac.
Me han hecho tres tacscerebrales. Hay que estar muy quieto. Intento no pensar en nada personal, me da miedo que la máquina lo imprima. Ya sé que estas máquinas no imprimen, pero me da la sensación de que todo queda registrado, así que no pienso en nada.
Un verano, el del mundial en el que triunfó Lineker, yo llevaba tres horas esperando en la sala de un hospital y lo único que pensaba era que me estaba perdiendo un partido de semifinales. Estaba seguro de que cuando me hicieran el tac se vería a Lineker, sus goles y a toda la hinchada vibrando.
Allí había un señor que me miraba. Era un señor de ojos pequeñitos. Llevaba un pijama azul, como yo. Enseguida empezamos a hablar: «Cómo tardan. ¿Es para un tac?». Son preguntas que unen en una sala de espera.
Nos acercamos. Ninguno fue donde se encontraba el otro, sino a un sitio nuevo. Me dijo que era neurólogo. Y la conversación se centró en el cerebro, en el famoso 10% que utilizamos. A mí es algo que siempre me ha preocupado, tengo muchas ganas de que nuestros sucesores lleguen a usar el 30 o el 40. Al fin y al cabo seremos recordados como los que utilizábamos un 10%: están los de los palos, los de las piedras y los del 10%, ésos somos nosotros. Hemos avanzado mucho, pero para los del siglo XXX seremos como para nosotros son ahora los hombres primitivos.
Ese neurólogo me dijo que para conseguir más capacidad cerebral tan sólo había que modificar el cerebro.
Si tú le dices a un chaval de quince años las palabras modificar y cerebro, ganas su atención inmediatamente. ¿Cómo se hace? Yo quiero.
Me habló de números. Fue un ejemplo sencillo. Me enseñó cuatro objetos; en este caso eran cuatro revistas. Me pidió que las contara. Le dije que eran cuatro. Me preguntó: «¿Has tenido que pensar?». Contesté que no, que era sencillo. Comencé a dudar de que fuera neurólogo, se parecía más a un paciente de la planta 8 (la de psiquiatría). Me mostró cinco revistas y me dijo que las contara. De repente me di cuenta de que mi cerebro se había puesto en marcha. Estaba contando, no podía hacerlo sin contar. Me sonrió, sus ojos se achinaron más todavía: «Cuentas, ¿verdad?». Lo miré alucinado.
Me explicó que a partir de cinco, nuestro 10% de cerebro se pone a contar. La manera de ejercitarlo es que comience a contar a partir de siete; luego a partir de ocho. Así lo obligaremos a ampliar su capacidad, a que más neuronas se pongan en marcha a la vez. Modificarlo poco a poco, para que no sea tan vago, hasta que no notemos cómo se pone en marcha.
Quería más. Me habló de que cuando ves a nueve personas es cuando tienes sensación de grupo. Hasta ocho no le das valor, pero a partir de nueve tu cerebro lo identifica como una pequeña multitud. Maneras de modificar tu cerebro: que empiece a pensar en multitud a partir de quince o de veinte.
Eso era como cambiar la configuración de fábrica, la que viene de serie. ¿Se podía hacer? Me replicó que se trataba de un cerebro, por lo que la configuración de fábrica no existía y todos los cambios eran posibles.
Me llamaron para que entrase en el tac. Supe que cuando saliera ya no lo encontraría. Esto ocurría a menudo en el hospital; te marchabas un minuto y aquél con el que habías conectado, había desaparecido.
Me despedí gritando: «¡Voy a conseguir un cerebro del 15% o del 20%!». Me devolvió la sonrisa. Instantes antes de que cerraran la puerta donde tenían que practicarme la prueba reconocí una tristeza, una inmensa tristeza que se desprendía de él. No sé qué era, pero me hizo tambalear; sin duda, aquel hombre irradiaba algo.
Me eché en el tac y me pidieron que no me moviese. Recuerdo que aquel día fue el primero que comencé a modificar mi cerebro. Siempre que él da algo por hecho yo se lo rebato y modifico lo que él cree que es la respuesta correcta. Mantengo un diálogo y cambio lo que viene de serie.
Con el tiempo, he averiguado que aquel hombre no estaba triste, estaba muy feliz. Mi cerebro creyó que aquella mirada perdida, cabizbaja, irradiaba tristeza. Es lo que viene de fábrica. Pero en realidad era de felicidad, la felicidad de escuchar cómo un chaval de quince años gritaba la frase en la que más creía.
¿Sirve este descubrimiento para la vida real? No es que sirva, es que es muy efectivo; podría definirse también como que no sigas a rajatabla lo primero que pienses. Piensa bien en lo que piensas. Busca, no te conformes con el primer pensamiento.
Es posible modificar tu cerebro. Yo he conseguido que mi cerebro cuente a partir de seis; quizá parece poco, pero yo estoy muy orgulloso.
Así que no creas nada que venga de serie. Ponlo en tela de juicio y tu vida mejorará.