Noveno descubrimiento:

«Junta los labios y sopla»

No soples tan sólo en los cumpleaños. Sopla y pide, sopla y pide.

La madre de mi amigo Antonio, pelón que nos dejó a los trece años soplando.

Quizá durante mi estancia en el hospital me pusieron mil inyecciones, no miento. Tengo venas enquistadas, venas secas, venas ocultas. Me encanta cuando una vena decide bajar a las catacumbas del organismo, lejos de la piel, lejos de los pinchazos. ¡Qué inteligentes son las venas!

Siempre que me han pinchado he soplado, tanto cuando notaba dolor, como cuando dejé de notarlo. Soplar hace que todo sea mejor; me gusta pensar que hay algo mágico en soplar.

Recuerdo que la madre de Antonio, un peloncete muy divertido que siempre me hacía reír, nos contaba que debíamos soplar y pedir deseos. Nos contaba que la gente sólo sopla para pedir deseos en los cumpleaños, porque piensa que los cumpleaños tienen poder, pero lo que no saben es que el poder lo tiene el soplo. Me encantaba la madre de Antonio, siempre nos contaba historias fabulosas, llenas de ejemplos. Nos explicaba, entre muchas más cosas, el poder del soplo.

Nos hablaba de las madres que soplaban las heridas de sus hijos que se habían caído de la bicicleta, de rasguños que se curaban con soplidos y un poco de agua oxigenada. El poder del soplo.

Yo me creí aquello a pies juntillas. Siempre que me ponían una inyección yo pedía un deseo; nunca me olvidaba. Soplaba, pensaba un deseo y notaba una inyección. Automáticamente sonreía. Qué suerte poder pedir tantos deseos. Me sentía un privilegiado. Además, he de decir que se han cumplido muchos.

Ya en mi vida normal, no he dejado de soplar. Soplo dos o tres veces a la semana, sin razón aparente; cuando lo necesito. Como decía la madre de Antonio, los soplidos se acumulan en nuestro interior y hay que sacarlos, hay que extraerlos.

Así que no temas y sopla como mínimo una vez por semana, eso sí, siempre tienes que pedir un deseo.

A veces pienso que se me han cumplido tantos deseos porque soplé mucho en el hospital.

Creo que, sin saberlo, el organismo nos ha dado un arma contra la mala suerte; el problema es que la cotidianidad de ese superpoder ha hecho que no la percibamos.

Recuerda:

1. Se pone la boca en forma de O.

2. Se piensa un deseo, pero piensa que quizá se cumplirá. Los deseos deben ser deseados, no vale cualquier cosa.

3. Y sopla. Saca aire, aire tuyo. Y recuerda: cuanto mayor es el deseo mayor ha de ser el soplido. Lo ideal es que soples hasta que no quede nada dentro. Quédate sin soplido.

Estoy seguro de que las personas centenarias han soplado mucho. Y ese intercambio de aire, ese soltar y ese coger, es lo que les ha dado una vida tan larga.

Antonio murió soplando. No sé qué pidió pero su madre me dijo que estaba segura de que se había cumplido. Y yo también lo creo. Juntar los labios y soplar. Pido otro deseo…