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La naturaleza audaz, de las acciones de Muad’Dib puede contemplarse en el hecho de que sabía desde un principio que estaba encadenado, pero pese a ello no se movió ni un paso fuera de su camino. Lo dejó bien claro cuando dijo: «Os digo que llega ahora mi tiempo de prueba, que mostrará que soy el Último Servidor». Así nos une a todos en Uno, amigos y enemigos, para que le adoremos. Es por esta razón y solamente por esta razón que sus Apóstoles oran: «Señor, sálvanos de los otros caminos que Muad’Dib cubrió con las Aguas de Su Vida». Esos «otros caminos» tan sólo pueden ser imaginados con la más profunda revulsión.

Del Yiam-el-Din (Libro del Juicio)

El mensajero era una mujer joven: su rostro, nombre y familia eran conocidos de Chani, y por ello pudo penetrar a través de la Seguridad Imperial.

Chani no hizo más que identificarla para un Oficial de Seguridad llamado Bannerjee, que preparó luego la entrevista con Muad’Dib. Bannerjee actuó por instinto y con la seguridad que le daba el que el padre de la joven había sido un miembro de los Comandos de la Muerte del Emperador, los temibles Fedaykin, en los días anteriores al Jihad. De otro modo, hubiera ignorado su petición de que el mensaje debía ser escuchado tan sólo por los oídos de Muad’Dib.

Fue, por supuesto, sondeada y registrada antes de introducirla en la oficina privada de Paul. Incluso así, Bannerjee la acompañó, una mano en su cuchillo, la otra sujetando su brazo.

Era casi mediodía cuando penetraron en la estancia… un extraño cubículo mezcla del desierto de los Fremen y la aristocracia de las Familias. Tapices hiereg colgaban de tres de las paredes: delicadas colgaduras adornadas con figuras de la mitología Fremen. Una pantalla visora cubría la cuarta pared, una superficie gris plateada frente a un escritorio ovalado en cuya superficie tan sólo había un objeto, un reloj de arena Fremen construido dentro de un planetario. El planetario, un mecanismo a suspensor de Ix, mostraba las dos lunas de Arrakis en el clásico Trígono del Gusano, alineadas con el sol.

Paul, sentado tras el escritorio, contempló a Bannerjee. El Oficial de Seguridad era uno de aquellos que había llegado a su status a través de los rangos de la Guardia Fremen, alcanzando su puesto gracias a su inteligencia y probada lealtad pese a su ascendencia contrabandista evidenciada por su nombre. Era un hombre recio, más bien grueso. Mechones de cabello castaño colgaban sobre su frente como la cresta de algún pájaro exótico. Sus ojos eran totalmente azules, y observaban con la misma impasividad las escenas más emotivas como las más terribles atrocidades. Tanto Chani como Stilgar tenían plena confianza en él. Paul sabía que si le ordenaba a Bannerjee degollar a aquella muchacha inmediatamente, Bannerjee lo haría sin la menor vacilación.

—Señor, esta es la chica mensajera —dijo Bannerjee—. Mi Dama Chani dice que desea hablar con vos.

—Sí —asintió Paul brevemente.

De forma extraña, la muchacha no miraba hacia él. Su atención permanecía centrada en el planetario. Era de piel oscura, no muy alta, y las ropas que cubrían su cuerpo, de color vino y corte sencillo, hablaban de una cierta posición social. Sus cabellos negroazulados estaban sujetos por una estrecha banda de un material haciendo conjunto. Las ropas ocultaban sus manos. Paul sospechó que debían estar crispadas. Era algo que correspondía a su carácter. Cada cosa en ella correspondía a su carácter… incluso las ropas: un atuendo cuidadosamente reservado para tal circunstancia.

Paul indicó a Bannerjee que se retirara a un lado. Este vaciló antes de obedecer. Entonces la muchacha se movió… un paso hacia adelante. Su movimiento estaba lleno de gracia. Pero sus ojos seguían sin mirar hacia él.

Paul carraspeó.

Entonces la muchacha levantó los ojos, y aquellas pupilas sin blanco a su alrededor estaban impregnadas del respeto que se suponía debían mostrar. Tenía una carita extraña con un delicado mentón, un sentido de reserva en la forma en que fruncía su pequeña boquita. Los ojos parecían anormalmente grandes sobre sus inclinados pómulos. Había en ella un cierto aire de melancolía, algo que evidenciaba que reía muy raras veces. Las comisuras de sus ojos revelaban una ligera huella amarillenta que tan sólo podía ser explicada por la irritación debida a la arena o por una adicción a la semuta.

Todo correspondía a su personaje.

—Has pedido verme —dijo Paul.

El momento de la prueba definitiva para la imagen de la muchacha había llegado. Scytale había creado la forma, los ademanes, el sexo, la voz… todo lo que sus habilidades podían captar y asumir. Pero aquella era una mujer a la que Muad’Dib había conocido en los días del sietch. Era tan sólo una niña entonces, pero ella y Muad’Dib habían vivido experiencias comunes. Algunas áreas de la memoria debían ser eludidas cuidadosamente. Era el papel más delicado que Scytale hubiera emprendido nunca.

—Soy Lichna de Otheym de Berk al Dib.

La voz de la muchacha era débil, pero firme, al dar su nombre, el de su padre y el de su ascendencia.

Paul asintió. Ahora comprendía por qué Chani había sido engañada. El timbre de la voz, todo estaba reproducido con exactitud. De no haber sido por su propio adiestramiento Bene Gesserit con respecto a la voz, y por la trama del dao que sus visiones oraculares habían tejido en torno a él, aquel Danzarín Rostro le hubiera engañado incluso a él mismo.

Su adiestramiento ponía en evidencia ante él algunas discrepancias: la edad de la muchacha era ligeramente mayor de lo que le correspondía con respecto a la niña que había conocido tiempo atrás; había un excesivo control en el tono de sus cuerdas vocales; la configuración del cuello y hombros adoptaban una pose sutilmente distinta en altura a la de un Fremen. Pero también había otros detalles dignos de admiración: las ricas ropas habían sido cuidadosamente elegidas para evidenciar el actual status… y los rasgos habían sido copiados con una maravillosa exactitud. Todo ello hablaba de una cierta simpatía del Danzarín Rostro con respecto al papel que estaba representando.

—Reposa en mi hogar, hija de Otheym —dijo Paul, utilizando el saludo formal Fremen—. Eres bienvenida como el agua tras una seca jornada por el desierto.

Un ligero asomo de relajación evidenció la confianza que proporcionaba aquella aparente aceptación.

—Traigo un mensaje —dijo ella.

—El mensajero de un hombre es como si fuera el mismo hombre —dijo Paul.

Scytale respiraba pausadamente. Todo iba bien, pero ahora venía la tarea crucial: el Atreides debía ser guiado hacia aquel camino en particular. Debía perder a su concubina Fremen en tales circunstancias que sólo él pudiera sentirse responsable por ello. El fallo sólo podría atribuirse al omnipotente Muad’Dib. La suprema consciencia de su responsabilidad ante tal fallo lo conduciría a aceptar la alternativa tleilaxu.

—Soy el humo que desvanece el sueño en la noche —dijo Scytale, empleando una frase en clave Fedaykin: Traigo malas noticias.

Paul luchó por mantener su calma. Se sentía desnudo, con su alma abandonada en un incierto tiempo oculto a toda visión. Poderosos oráculos ocultaban a aquel Danzarín Rostro. Sólo hilachas de aquellos momentos eran conocidas por Paul. Sabía tan sólo lo que no debía hacer. No podía matar a aquel Danzarín Rostro. Aquello no haría más que precipitar el futuro que debía ser evitado a toda costa. De algún modo, debía abrirse camino entre las tinieblas y cambiar aquel terrible esquema.

—Dame tu mensaje —dijo Paul.

Bannerjee se movió de modo que pudiera observar el rostro de la muchacha. Ella pareció darse cuenta de su presencia por primera vez, y su mirada se posó en el mango del cuchillo situado junto a la mano del Oficial de Seguridad.

—El inocente no cree en el mal —dijo, mirando de frente a Bannerjee.

Ahhh, muy hábil, pensó Paul. Aquello era lo que hubiera dicho la auténtica Lichna. Sintió una momentánea tristeza hacia la auténtica hija de Otheym… muerta ahora, tan sólo unos restos en la arena. Pero no había tiempo para tales emociones, pensó. Frunció el ceño.

Bannerjee concentraba toda su atención en la muchacha.

—Debo entregar mi mensaje en secreto —dijo ella.

—¿Por qué? —preguntó Bannerjee con voz áspera, insinuante.

—Porque esta es la voluntad de mi padre.

—Es mi amigo —Paul señaló al Oficial de Seguridad—. ¿No soy yo un Fremen? Entonces mi amigo puede oír todo lo que yo oiga.

Scytale luchó por mantener su apariencia de muchacha. ¿Era aquella realmente una costumbre Fremen… o era una prueba?

—El Emperador puede dictar sus propias reglas —dijo Scytale—. Este es el mensaje: Mi padre desea que vayáis a verle, llevando a Chani.

—¿Por qué debo llevarle a Chani?

—Ella es vuestra mujer y una Sayyadina. Es un asunto de Agua, según las reglas de nuestras tribus. Ella deberá atestiguar que mi padre habla de acuerdo con la Manera Fremen.

Realmente, hay gente Fremen en la conspiración, pensó Paul. Aquel momento encajaba con el esquema de las cosas a venir. Y no tenía otra alternativa salvo avanzar en aquella dirección.

—¿De qué quiere hablarme tu padre? —preguntó.

—Quiere hablaros de un complot contra vos… un complot entre los Fremen.

—¿Por qué no ha acudido a dar el mensaje en persona? —preguntó Bannerjee.

Ella mantuvo su mirada fija en Paul.

—Mi padre no puede venir aquí. Los del complot sospechan de él. No llegaría vivo aquí.

—¿Por qué no te explicó a ti el complot? —preguntó Bannerjee—. ¿Cómo se ha atrevido a arriesgar a su propia hija en tal misión?

—Los detalles están contenidos en un mensajero distrans que sólo Muad’Dib puede abrir —dijo ella—. Eso es todo lo que sé.

—¿Entonces por qué no enviar el distrans? —preguntó Paul.

—Es un distrans humano —dijo ella.

—Entonces iré —dijo Paul—. Pero iré solo.

—¡Chani debe venir con vos!

—Chani espera un hijo.

—¿Desde cuándo una mujer Fremen se niega a…?

—Mis enemigos le han administrado un sutil veneno —dijo Paul—. El nacimiento será difícil. Su salud no le permitirá acompañarme.

Antes de que Scytale pudiera reaccionar, extrañas emociones cruzaron los rasgos de la muchacha: frustración, cólera. Scytale se recordó que cada víctima debía disponer de una vía de escape… incluso una víctima como Muad’Dib. La conspiración no había fracasado, de todos modos. Aquel Atreides permanecía atrapado en la red. Era una criatura que se había desarrollado firmemente dentro de un esquema. Se destruiría a sí mismo antes que cambiar a lo opuesto de tal esquema. Así había ocurrido con el kwisatz haderach tleilaxu. Así ocurriría también con éste. Y además… había el ghola.

—Dejadme pedirle a Chani que decida ella —dijo.

—Ya he decidido yo —dijo Paul—. Me acompañarás tú en lugar de Chani.

—¡Es necesaria la presencia de una Sayyadina del Rito!

—¿No eres tú amiga de Chani?

¡Tocado!, pensó Scytale. ¿Sospecha algo? No. Está tomando precauciones Fremen. Y el contraceptivo es un hecho. Bueno… hay otros caminos.

—Mi padre me dijo que no regresara —dijo Scytale—, que encontraría asilo junto a vos. Me dijo que no me dejaríais correr más riesgos.

Paul asintió. Aquella era una buena prueba de habilidad. No podía negarle aquel asilo. Ella argüiría la obediencia Fremen que debía a las órdenes de su padre.

—Haré que me acompañe Harah, la mujer de Stilgar —dijo Paul—. Tú nos dirás el camino para llegar hasta tu padre.

—¿Cómo sabéis que podéis confiar en la mujer de Stilgar?

—Lo sé.

—Pero yo no.

Paul frunció los labios.

—¿Vive aún tu madre?

—Mi verdadera madre fue a reunirse con el Shai-Hulud. Mi segunda madre vive y cuida de mi padre. ¿Por qué?

—¿Pertenece al Sietch Tabr?

—Sí.

—La recuerdo —dijo Paul—. Servirá en lugar de Chani. —Señaló a Bannerjee—. Haz que los lacayos acompañen a Lichna de Otheym a sus apartamentos.

Bannerjee asintió. Lacayos. La palabra clave que indicaba que aquel mensajero debía ser mantenido bajo vigilancia especial. La sujetó por el brazo. Ella se resistió.

—¿Cómo llegaréis hasta mi padre? —observó.

—Le explicarás el camino a Bannerjee —dijo Paul—. Es mi amigo.

—¡No! ¡Mi padre me dio órdenes estrictas! ¡No puedo!

—¿Bannerjee? —dijo Paul.

Bannerjee hizo una pausa. Paul supo que el hombre estaba rebuscando en aquella memoria enciclopédica que le había permitido alcanzar su actual posición de mando.

—Conozco a un guía que puede llevaros hasta Otheym —dijo Bannerjee.

—Entonces iré solo —dijo Paul.

—Señor, si vos…

—Así lo desea Otheym —dijo Paul, ocultando a duras penas la ironía que lo consumía.

—Señor, es muy peligroso —protestó Bannerjee.

—Incluso un Emperador debe aceptar algunos riesgos —dijo Paul—. Mi decisión está tomada. Haz como te he ordenado.

Reluctante, Bannerjee sacó al Danzarín Rostro de la estancia.

Paul se volvió hacia la vacía pantalla frente a su escritorio. Tenía la impresión de estar esperando la llegada de una enorme roca cayendo desde alguna ignota altura sobre aquella ciega jornada.

¿Debía comunicarle a Bannerjee la auténtica naturaleza del mensajero?, se preguntó. ¡No! Un tal incidente no estaba escrito en ningún lugar de la pantalla de su visión. Cualquier desviación en aquel momento podía precipitar la violencia. Debía descubrir un momento crucial, un lugar a partir del cual pudiera arrancarse de la visión.

Siempre que tal momento existiera…