¡Ya estoy harto de todas esas historias de dioses y sacerdotes! ¿Crees que no puedo ver a través de mis propios mitos? Consulta tus datos una vez más, Hayt. Mis ritos han penetrado hasta en los más elementales actos humanos. ¡La gente come en nombre de Muad’Dib! Hace el amor en mi nombre, nace en mi nombre… ¡No puede techarse el más miserable cobertizo en un mundo tan lejano como Gangishree sin invocar la bendición de Muad’Dib!
Libro de las Diatribas, de la Crónica de Hayt
—Arriesgáis mucho abandonando vuestro puesto y acudiendo a verme a esta hora —dijo Edric, mirando a través de las paredes de su tanque al Danzarín Rostro.
—Qué frágil y angosto es vuestro pensamiento —dijo Scytale—. ¿Quién ha venido a visitaros?
Edric vaciló, observando la tosca silueta de gruesas cejas y rostro abotagado. Era temprano aún, y el metabolismo de Edric todavía no había completado su ciclo nocturno y se había adentrado en el consumo de especia.
—Supongo que ésta no es la forma en la que recorríais las calles —dijo.
—Nadie miraría dos veces a algunas de las formas que he adoptado hoy —dijo Scytale.
El camaleón piensa que un cambio de apariencia basta para ocultarlo de todo, pensó Edric con una rara clarividencia. Y se preguntó si su presencia en la conspiración bastaría para ocultarla de todos los poderes oraculares. La hermana del Emperador, por ejemplo…
Edric agitó la cabeza, creando turbulencias en el gas anaranjado de su tanque, y dijo:
—¿Por qué habéis venido?
—El presente debe ser estimulado a un mayor ritmo de acción —dijo Scytale.
—Esto es imposible.
—Hay que hallar un medio —insistió Scytale.
—¿Por qué?
—Las cosas no están yendo como me gustaría. El emperador está intentando dividirnos. Se ha dirigido a la Bene Gesserit.
—Oh, eso.
—¡Eso! Debéis hacer que el ghola…
—Vosotros los tleilaxu fuisteis quienes lo modelasteis —dijo Edric—. Vosotros podéis responder a esto mejor que yo. —Hizo una pausa, acercándose a la pared transparente de su tanque—. ¿A menos que nos hayáis mentido en cuanto a ese presente?
—¿Mentido?
—Habéis dicho que ésa era un arma que bastaba apuntarla hacia su objetivo y dejarla que actuara por sí misma… nada más. Desde el momento en que el ghola fue entregado no deberíamos preocuparnos de él.
—Todo ghola puede ser desequilibrado —dijo Scytale—. Bastaría tan sólo que fuera interrogado acerca de su existencia original.
—¿Para qué?
—Eso lo incitaría a acciones que servirían a nuestros propósitos.
—Se trata de un mentat con poderes de lógica y de razonamiento —objetó Edric—. Podría adivinar lo que estoy intentando… o hacerlo la hermana. Si su atención está centrada en…
—¿Acaso no sois vos quien nos ocultáis de la sibila? —preguntó Scytale.
—No temo a los oráculos —dijo Edric—. Me preocupan la lógica, los espías reales, con poderes físicos, del Imperio, el control de la especia, la…
—Uno puede contemplar al Emperador y sus poderes confortablemente si tan sólo recuerda que todas las cosas son finitas —dijo Scytale.
De forma sorprendente, el Navegante se agitó, desplegando sus miembros como si fuera un tritón. Scytale dominó un sentimiento de repulsión ante aquel espectáculo. El Navegante de la Cofradía llevaba su habitual malla oscura abultada en la cintura por los varios contenedores de que iba provisto. Sin embargo… daba la impresión de estar desnudo cuando se movía. Todos sus movimientos, decidió Scytale, eran los de un nadador intentando atrapar algo que estaba fuera de su alcance, y revelaban una vez más los delicados lazos que unían su conspiración. No eran un grupo compatible. Y esto era una debilidad.
La agitación de Edric disminuyó. Miró fijamente a Scytale, con su visión coloreada por el gas anaranjado que lo sustentaba. ¿Qué complot había maquinado el Danzarín Rostro para tener en reserva a fin de protegerse a sí mismo?, se preguntó Edric. El tleilaxu no estaba actuando de forma predecible. Era un mal presagio.
Algo en las acciones y en la voz del Navegante le decían a Scytale que el hombre de la Cofradía temía a la hermana mucho más que al Emperador. Fue un brusco pensamiento destellando de pronto en la pantalla de su consciencia. Intranquilizador ¿Habían pasado por alto algo importante acerca de Alia? ¿Era el ghola un arma suficiente para destruirlos a ambos?
—¿Sabéis lo que se dice de Alia? —preguntó Scytale.
—¿Qué queréis decir? —el hombre-pez estaba nuevamente agitado.
—La cultura y la filosofía nunca han tenido tal protectora —dijo Scytale—. El placer y la belleza unidos en…
—¿Qué hay de duradero en la belleza y el placer? —preguntó Edric—. Destruiremos a ambos Atreides. ¡Cultura! Derraman cultura tan sólo para gobernar mejor. ¡Belleza! Promocionan la belleza con la esclavitud. Crean una ignorancia ilustrada… la más manejable de todas. No dejan nada al azar. ¡Cadenas! En todos lugares forjan cadenas, esclavos. Pero los esclavos se rebelan siempre.
—La hermana podría concebir y dar a luz un hijo —dijo Scytale.
—¿Por qué habláis de la hermana? —preguntó Edric.
—El Emperador puede buscarle un compañero —dijo Scytale.
—Dejemos que lo haga. De todos modos, ya es demasiado tarde.
—Ni siquiera vos podéis inventar el próximo instante —hizo notar Scytale—. No sois un creador… como tampoco lo son los Atreides. —Agitó la cabeza—. Debemos evitar el ser demasiado presuntuosos.
—No somos de los que le damos a la lengua hablando de la creación —protestó Edric—. No pertenecemos a esa chusma que intenta hacer un mesías de Muad’Dib. ¿A qué viene esa estupidez? ¿Por qué estáis planteando tales cuestiones?
—A causa de este planeta —dijo Scytale—. Él plantea cuestiones.
—¡Los planetas no hablan!
—Este sí.
—¿Oh?
—Habla de creación. La arena agitándose en la noche es creación.
—La arena agitándose…
—Cuando uno se despierta, la naciente luz le muestra un mundo nuevo… virgen y dispuesto a recibir sus huellas.
¿Una arena sin huellas?, pensó Edric. ¿Creación? Se sentía paralizado por una repentina ansiedad. El confinamiento en su tanque, la habitación que lo rodeaba, todo se cerraba sobre él, constriñéndolo.
Huellas en la arena.
—Habláis como un Fremen —dijo.
—Este es un pensamiento Fremen, y es instructivo —admitió Scytale—. Hablan del Jihad de Muad’Dib diciendo que deja sus huellas en el universo del mismo modo que los Fremen dejan las huellas de sus pasos en la arena virgen. Huellas que se marcan en las vidas de los hombres.
—¿Y?
—Entonces llega la noche —dijo Scytale—. Y el viento sopla.
—Sí —dijo Edric—, el Jihad es finito. Muad’Dib ha usado su Jihad y…
—No ha usado el Jihad —dijo Scytale—. El Jihad lo ha usado a él. Creo que él, si hubiera podido, lo hubiera parado.
—¿Si hubiera podido? Todo lo que tenía que hacer era…
—¡Oh, ya basta! —exclamó Scytale—. Uno no puede parar una epidemia mental. Se extiende de persona a persona a lo largo de parsecs. Es devastadoramente contagiosa. Golpea en los puntos menos protegidos, en los lugares donde se alojan los fragmentos de otras plagas semejantes. ¿Quién puede parar algo así? Muad’Dib no posee el antídoto. Sus raíces se hunden hasta el caos. ¿Pueden las órdenes alcanzarlas allí?
—¿Acaso habéis sido contaminado también? —preguntó Edric. Giró lentamente en su gas anaranjado, preguntándose por qué las palabras de Scytale estaban cargadas con un tono tan inmenso de miedo. ¿Había roto el Danzarín Rostro con la conspiración? No había forma de horadar el futuro y examinar aquello ahora. El futuro se había convertido en una lodosa corriente, repleta de protestas.
—Todos estamos contaminados —dijo Scytale, y se recordó a sí mismo que la inteligencia de Edric tenía severos límites. ¿Cómo podía ser planteada aquella cuestión de modo que el hombre de la Cofradía pudiera comprenderla?
—Pero cuando lo hayamos destruido —dijo Edric—, el contagio…
—Debería dejaros en vuestra ignorancia —dijo Scytale—, pero mi deber no me lo permite. Además, se trata de algo peligroso para todos nosotros.
Edric se envaró, batiendo de tal modo un pie que levantó un torbellino de gas naranja en torno a sus piernas.
—Habláis extrañamente —dijo.
—Todo esto es explosivo —dijo Scytale, con voz muy calmada—. Está a punto de estallar. Cuando lo haga, va a dispersar sus fragmentos a lo largo de siglos. ¿Podéis comprender esto?
—Ya nos hemos enfrentado con religiones antes —protestó Edric—. Si esta nueva…
—¡No es tan sólo una religión! —exclamó Scytale, preguntándose acerca de lo que hubiera dicho la Reverenda Madre de la primaria educación de su camarada conjurado—. Un gobierno religioso es algo distinto. Muad’Dib ha lanzado a sus Qizarate por todas partes, desplazando las antiguas funciones del gobierno. Pero no dispone de ningún servicio civil permanente, de ninguna embajada. Tan sólo tiene obispados, islotes de autoridad. En el centro de cada islote hay un hombre. Los hombres aprenden cómo adquirir y conservar un poder personal. Los hombres son celosos.
—Cuando los hayamos dividido, los absorberemos uno a uno —dijo Edric con una complaciente sonrisa—. Basta con cortar la cabeza, y el cuerpo se derrumba a los pocos momentos…
—Ese cuerpo tiene dos cabezas —dijo Scytale.
—La hermana… que puede unirse en matrimonio.
—Que seguramente se unirá en matrimonio.
—No me gusta vuestro tono, Scytale.
—Y a mí no me gusta vuestra ignorancia.
—¿Y qué ocurrirá si ella se une en matrimonio? ¿En qué perturba nuestros planes?
—Puede perturbar el universo.
—Pero ellos no son únicos. Yo, por ejemplo, poseo poderes con los cuales…
—Vos sois un niño. Titubeáis cuando ellos echan a correr.
—¡Ellos no son únicos!
—Olvidáis, Navegante, que hemos creado un kwisatz haderach. Está henchido con el espectáculo del Tiempo. Es una forma de existencia que no puede amenazar sin amenazarse a sí misma en idéntica forma. Muad’Dib sabe que vamos a atacar a su Chani. Debemos movernos más rápidos de lo que él se mueva. Debéis poneros en contacto con el ghola, estimulándolo como os he indicado.
—¿Y si no lo hago?
—Podremos oír el estallido.