Aquel día tuve que descargar mi cólera sobre Haplo.[1] Un trabajo nada agradable. Pocos me creerán, pero me afligió obrar como requería el asunto. Tal vez me habría resultado más fácil si no me hubiese sentido responsable en buena medida.
Cuando comprendí que a los patryn nos había llegado la hora, cuando ya casi éramos suficientemente fuertes como para fugarnos de esta atroz prisión a la que nos arrojaron los sartán y ponernos de nuevo en marcha para recuperar el liderazgo del universo que nos toca por derecho propio, escogí entre todos nosotros a uno para que se adelantara y explorara los nuevos mundos.
Elegí a Haplo. Me indujeron a ello la rapidez de su mente, la independencia de su pensamiento, su coraje y su capacidad para adaptarse a nuevos entornos. Pero, ¡ay!, han sido estas mismas cualidades las que lo han llevado a rebelarse contra mí. Por eso, insisto, soy responsable en parte de lo sucedido.
Consideré que necesitaría capacidad para pensar por sí mismo si habría de enfrentarse a los territorios desconocidos de los mundos creados por nuestro antiguo enemigo, los sartán, en los que habitaban los mensch.[2] Resultaba de vital importancia que reaccionara con inteligencia y destreza ante cualquier situación y que no revelara a nadie en ninguno de esos mundos que nosotros, los patryn, nos hemos liberado de nuestras cadenas. Haplo se portó espléndidamente en dos de los tres mundos que visitó, a excepción de algunos errores insignificantes. Fue en el tercero donde me traicionó y se traicionó a sí mismo.[3]
Lo sorprendí justo antes de que partiera rumbo a su cuarta visita hacia Chelestra, el mundo del agua. Se hallaba a bordo de su nave dragón, la misma que lo había traído de Ariano, y se disponía a zarpar hacia la Puerta de la Muerte. No dijo nada al verme. No parecía sorprendido. Daba la impresión de haber estado esperándome, de estar seguro de que me presentaría, aunque el desorden que reinaba a bordo parecía indicar que se había estado preparando para una partida apresurada. Desde luego, también el interior de su persona albergaba una gran confusión.
Aquellos que me conocen pueden tildarme de hombre duro, cruel, pero el lugar en el que me crié es aun más duro y cruel. En mi larga vida he presenciado demasiado dolor, demasiado sufrimiento para que éste me conmueva. Pero no soy un monstruo. No soy un sádico. Lo que le hice a Haplo fue por necesidad, y no me produjo ningún placer.
Escatima la vara y echarás a perder al niño, dice un proverbio mensch.
Haplo, créeme cuando digo que esta noche estoy triste por ti. Pero fue por tu propio bien, hijo mío.
Por tu propio bien.