La fiesta
Por la noche Yonah dormía sobre el suelo de piedra de la sala de interrogatorios. Una vez al día recogía la comida que cocinaba allí cerca la mujer del guardia nocturno apellidado Gato y la repartía entre los prisioneros.
Él comía lo mismo y a veces le daba un poco a Moisés para completar su magra dieta de malas hierbas. Estaba esperando la ocasión propicia para escapar. Paco le anunció que estaba a punto de celebrarse un auto de fe al que asistiría mucha gente. A Yonah le pareció un buen momento para irse.
Entre tanto, limpiaba la cárcel e Isidoro, satisfecho de su trabajo, lo dejaba en paz.
Durante sus primeros días en la cárcel, Paco y Gato, el guardia nocturno, apalearon sin compasión a los ladrones y los soltaron. También soltaron al borracho, pero a los tres días tuvieron que volverlo a encerrar en otra celda, pues estaba muy bebido y no paraba de gritar.
Poco a poco, a través de las maldiciones de los reclusos y de las conversaciones entre Isidoro y sus hombres, Yonah averiguó las acusaciones que pesaban sobre algunos cristianos nuevos.
Un carnicero llamado Isaac Montesa había sido acusado de vender carne preparada según el rito judío. Cuatro de los restantes estaban acusados de comprarle habitualmente la carne a Montesa. Juan Peropán había sido detenido por tenencia de páginas de oraciones judías y su mujer Isabel por participación voluntaria en la liturgia judía. Los vecinos de Ana Montalbán habían observado que ésta dedicaba el séptimo día de la semana al descanso, que se bañaba cada viernes antes de la puesta del sol y que, durante el día de descanso judío, vestía ropa limpia.
Yonah empezó a darse cuenta de que los ojos del médico de Toledo lo seguían cada vez que trabajaba cerca de su celda.
Al final, una mañana en que estaba trabajando en el interior de su celda, el prisionero le preguntó en voz baja:
—¿Por qué te llaman Tomás?
—¿Y de qué otra manera tendrían que llamarme?
—Tú eres un Toledano, pero no recuerdo cuál de ellos.
Vos sabéis que no soy Meir, hubiera querido decirle Yonah, pero no se atrevió.
¿Y si el médico lo denunciaba a la Inquisición a cambio de un trato de favor?
—Os confundís de persona, señor —le dijo.
Terminó de barrer la celda y se retiro.
Transcurrieron varios días sin que se produjera ningún incidente digno de mención. El médico dedicaba buena parte de la jornada a leer el breviario y ya no lo miraba. Yonah pensó que, si hubiera querido traicionarlo, ya lo hubiera hecho.
De entre todos los prisioneros, el carnicero Isaac Montesa era el más insolente y con frecuencia pronunciaba a voz en grito bendiciones y plegarias en hebreo y arrojaba su condición de judío a la cara de sus carceleros. Los restantes acusados de prácticas judaizantes se mostraban más serenos y casi pasivos en su desesperación.
Yonah esperó hasta que se encontró una vez más en la celda de Espina.
—Soy Yonah Toledano, señor.
Espina asintió con la cabeza.
—Tu padre Helkias… ¿se ha ido?
Yonah sacudió la cabeza.
—Lo mataron —contestó, y justo en aquel momento apareció Paco para dejarle salir y cerrar la celda, y ambos tuvieron que interrumpir su conversación.
Paco era un holgazán que se pasaba el rato dormitando en su silla cuando Isidoro no andaba por allí. En tales ocasiones, le molestaba que Yonah le pidiera que le abriera las celdas, por lo que, al final, le entregó a éste las llaves y le dijo que él mismo se ocupara de las puertas.
Yonah habían regresado afanosamente a la celda del médico, pero, para su gran decepción, Espina no manifestó el menor deseo de seguir hablando con él y se pasaba el rato con los ojos fijos en las páginas de su breviario.
Cuando Yonah entró en la celda del carnicero Isaac Montesa, vio que éste se encontraba de pie, meciéndose adelante y atrás con la túnica levantada sobre la cabeza cual si fuera un manto de oración, entonando unas plegarias. Yonah se bebió con ansia el sonido de la lengua hebrea y prestó atención al significado:
«Por el pecado que hemos cometido en tu presencia al habernos contaminado con la impureza, y por el pecado que hemos cometido en tu presencia por la confesión de los labios, y por el pecado que hemos cometido en tu presencia por presunción o error, y por el pecado que hemos cometido en tu presencia voluntaria o involuntariamente, por todos ellos, oh, Señor del perdón, perdónanos, danos tu absolución y concédenos la expiación».
Montesa se estaba confesando ante Dios y entonces Yonah comprendió con un leve sobresalto que debía de ser el décimo día del mes hebreo de tishri, el Yom Kippur[16] o Día de la Expiación. Hubiera querido unirse a las oraciones de Montesa, pero la puerta del estudio del alguacil estaba abierta y él podía oír la sonora voz de Isidoro y la más sumisa de Paco, por lo que se limitó a barrer la celda del orante y luego se retiró.
Aquel día todos los prisioneros comieron las gachas que él sirvió en todas las celdas menos en la de Montesa, que quiso observar el severo ayuno de la fiesta. Yonah tampoco comió, y se alegró de poder disponer de un medio de afirmar su condición de judío sin correr ningún riesgo. Su ración de gachas y la de Montesa se las dio a Moisés.
Por la noche, tendido despierto en el duro suelo de la sala de interrogatorios, Yonah pidió perdón por sus pecados y por todos los desaires y las ofensas que hubiera podido cometer contra los que amaba y contra los que ni siquiera conocía. Mientras rezaba el kaddish y la shema, pidió al Todopoderoso que cuidara de Eleazar, Arón y Juana y se preguntó si todavía estarían vivos.
Comprendió que, en caso de que no adoptara las medidas necesarias, no tardaría en olvidarse del calendario judío, por lo que decidió recordar la fecha judía en todas las ocasiones que pudiera. Sabía que cinco meses —tishri, shebat, nisan, sivan y ab— tenían treinta días mientras que los otros siete —heshvan, kislev, tebet, adar, iyar, tammuz y elul— tenían veintiuno.
En ciertas ocasiones, los años bisiestos, se añadían unos días. Eso no sabría cómo hacerlo. Abba siempre sabía qué día era… «No soy Tomás Martín» —pensó medio dormido—. «Soy Yonah Toledano. Mi padre era Helkias ben Reuven Toledano, de bendita memoria. Pertenecemos a la tribu de Leví. Estamos al décimo día del mes de tishri, en el año cinco mil doscientos cincuenta y tres…».