—¿Morirán los dos? —aulló Jaskier—. ¿Cómo puede ser? Don Krepp, o como os llaméis… ¿Por qué? Si el brujo… ¿Por qué Geralt, su puta y reputa madre, no huye? ¿Por qué? ¿Qué lo detiene allí? ¿Por qué no abandona a su suerte a esa jodida bruja y no huye? ¡Si él sabe que no tiene sentido!
—Completamente sin sentido —repitió Chireadan con amargura—. Completamente.
—¡Es un suicidio! ¡Es idiotismo común y corriente!
—Al fin y al cabo, ésta es su profesión —terció Neville—. El brujo salva mi ciudad. Pongo a los dioses por testigos de que si vence a la hechicera y expulsa al demonio, lo recompensaré con generosidad…
Jaskier se quitó de la cabeza el sombrerito adornado con una pluma de garza, escupió en él, lo tiró al fango y lo pisoteó, repitiendo diversas palabras en diversos idiomas.
—Pero si él… —gimió de pronto—. ¡Tiene todavía un deseo de reserva! ¡Podría salvarla a ella y a sí mismo! ¡Don Krepp!
—No es tan fácil —se lo pensó el capellán—. Pero si… si expresara correctamente el deseo… si de algún modo uniera su destino con el destino de… No, no creo que se le ocurra. Y puede que sea mejor así.