XII

Estaba de pie, inmóvil, inclinada sobre él, sin desviar su atención al djinn que se revolvía en sus ligaduras sobre el tejado de la posada. El edificio se estremecía, del techo caían cal y astillas, los muebles se arrastraban por el suelo con movimientos espasmódicos.

—Así que es eso —susurró—. Mis felicitaciones. Has conseguido engañarme. No era Jaskier, sino tú. ¡Por eso el djinn lucha de tal modo! Pero aún no he perdido, Geralt. No me valoras, no valoras mi fuerza. De momento os tengo a los dos en la sartén, al djinn y a ti. ¿Tienes todavía un deseo? Pídelo ahora. Liberarás al djinn y entonces lo meteré en la botella.

—Ya no tienes suficientes fuerzas, Yennefer.

—No sabes las fuerzas que tengo. ¡Tu deseo, Geralt!

—No, Yennefer. No puedo… Puede que el djinn lo otorgue pero a ti no te perdonará. Cuando esté libre, te matará, se vengará de ti… No te dará tiempo a atraparlo y no te dará tiempo a defenderte. Estás agotada, apenas te tienes en pie. Morirás, Yennefer.

—¡Ése es mi riesgo! —gritó con rabia—. ¿A ti que te importa? ¡Piensa mejor en lo que el djinn te puede dar a ti! ¡Todavía tienes un deseo! ¡Puedes pedir lo que quieras! ¡Aprovecha tu oportunidad! ¡Aprovéchala, brujo! ¡Puedes tener todo! ¡Todo!