III

Los alrededores estaban despoblados, asilvestrados, terriblemente hostiles. Geralt no volvió a la carretera antes del anochecer, no quería alargar el camino, cruzó atajando por el monte. Pasó la noche en la pelada cumbre de la alta colina, con la espada en las rodillas, delante de un pequeño fuego, en el que cada cierto tiempo arrojaba un ramillete de toja. En mitad de la noche percibió lejos en el valle el fulgor de un fuego, escuchó aullidos y cantos de locura y también algo que podían ser solamente los gritos de una mujer torturada. Se dirigió allí apenas comenzó a amanecer, pero halló tan sólo un calvero con la hierba pisoteada y unos huesos carbonizados en unas cenizas aún calientes. Algo, que estaba sentado en la copa de un gigantesco roble, aullaba y ululaba. Podía ser una silvia, pero podía ser también un simple gato montés. El brujo no se detuvo a averiguarlo.