UNOS AÑOS MÁS TARDE

«Ningún medidor Vanhar puede hallar las coordenadas que conducen a la felicidad».

Anotación anónima al margen de la página 233 del ejemplar de Cómo utilizar un medidor de coordenadas. Manual práctico para estudiantes,

de maese Adsen de Rodia, que se halla en la biblioteca de la Academia de los Portales

Maese Tabit de Vanicia llegó a la granja cuando el sol ya se ponía por el horizonte.

Había pasado mucho tiempo desde su última visita, de modo que se detuvo un instante y la contempló con interés. La propiedad parecía más próspera; habían retechado el edificio principal, plantado un pequeño huerto a la entrada y construido un nuevo establo junto al granero. Tabit evocó su primer viaje a la granja, cinco años atrás, y clavó la mirada en la valla; una parte de él esperaba descubrir allí la silueta de Yunek aguardándolo, igual que en aquella ocasión.

El corazón le dio un vuelco al descubrir que, en efecto, sí había alguien esperando junto a la puerta. Una figura joven, alta y espigada.

Tabit apretó el paso; al acercarse más descubrió que, obviamente, no se trataba de Yunek, sino de su hermana Yania. Cuando llegó a su lado la contempló, sonriente.

—Yania —saludó—. Me alegro de verte. Has crecido mucho.

Ella le devolvió la sonrisa. La avispada niña de diez años se había convertido en una muchacha de tez morena y gesto reflexivo. Sus trenzas habían desaparecido, sustituidas por una melena rizada de color castaño claro.

—Ha pasado mucho tiempo, maese Tabit —dijo, con una inclinación de cabeza—. Sed bienvenido de nuevo a nuestro hogar.

—Por favor, llámame Tabit —le pidió él, aunque hacía ya años que se había ganado el derecho a peinar la trenza y llevar el hábito de los maeses.

Ella sonrió de nuevo, pero no dijo nada. Lo invitó a pasar al interior de la casa, y Tabit se alegró de poder refugiarse del calor del sol poniente. Descargó su compás y su macuto junto a la puerta y aceptó agradecido el taburete que Yania le acercó.

—¿Y tu madre, Yania?

—Está en el campo, dirigiendo a los jornaleros —respondió ella—. Pero no tardará en regresar.

Tabit se mostró conforme. Extrajo de su zurrón un rollo de papel y se lo enseñó a la muchacha. Ella lanzó una exclamación de asombro.

—¿Es… nuestro portal? —preguntó, tras un instante de vacilación.

Tabit asintió.

—Es el diseño de vuestro portal —corrigió—. Pero sí, lo que voy a pintar en vuestra pared tendrá un aspecto muy parecido a este.

Yania sostuvo el documento como si se tratara de una joya de gran valor.

—Es… es precioso.

Tabit sonrió con orgullo. Se trataba de un diseño muy innovador, porque no reflejaba ninguna forma que pudiera adscribirse a los modelos tradicionales. Al contrario: en el interior de un círculo perfecto, el entramado de adornos, volutas, rizos y espirales dibujaba claramente un ave rapaz alzando el vuelo, orgullosa y libre.

—No es mío —respondió—. Lo ha diseñado maesa Caliandra de Esmira.

Yania alzó la cabeza, asombrada.

—Pero… pero nuestra casa es demasiado humilde como para…

—Ella lo ha querido así —cortó Tabit—. Y a Yunek le habría gustado.

Yania calló. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Sí —coincidió—. A Yunek le habría gustado.

La puerta principal se abrió entonces, y la joven se secó los ojos rápidamente.

—¡Madre! —la llamó—. ¡Mira, ha venido maese Tabit para pintar nuestro portal!

Bekia se detuvo en la entrada y saludó al pintor de portales con una cansada sonrisa. Parecía como si por ella hubiesen pasado veinte años, en lugar del lustro que había transcurrido desde su último encuentro con Tabit.

—Bienvenido seáis —dijo.

Yania fue a mostrarle el diseño.

—¡Mira, madre! ¿No es hermoso? ¡Lo ha hecho nuestra benefactora, maesa Caliandra!

Bekia cerró los ojos un instante.

—Bendita sea la dama de Esmira —murmuró—. Pero ya ha hecho mucho por nosotras, y no sé si…

—Ella lo ha querido así —repitió Tabit—. Está feliz de poder ayudar a la familia de Yunek.

Bekia asintió, pero no dijo nada. Salió de la habitación y momentos después la oyeron trajinar en la cocina.

—Por favor, no se lo tengáis en cuenta —susurró Yania—. Ella nunca ha estado bien del todo, y después de lo de Yunek… —Hizo una pequeña pausa, reuniendo fuerzas para continuar—. Pero está muy agradecida a maesa Caliandra. Igual que yo. De no ser por ella…

No terminó la frase, pero no hizo falta. Tabit asintió, porque conocía bien aquella historia.

El padre de Caliandra le había prometido el regalo que ella escogiese cuando aprobase su proyecto final. Tras ser investida como maesa, lo único que Cali solicitó fue una granja perdida en los confines de Uskia.

La propiedad estaba cargada de deudas, pero no era nada que el poderoso Enrod de Esmira no pudiese pagar. Después, a petición de su hija, había invertido en mejorar las instalaciones y en comprar algunas tierras más. También había desembolsado una generosa suma para liberar a la hija de los granjeros de una asfixiante promesa de matrimonio contraída cuando ella no era más que una niña. El ofendido pretendiente había amenazado con presentar una dura batalla legal al respecto, pero después se demostró que, según las leyes de la ciudad, el contrato que conservaba no era válido sin el consentimiento de la chica, aunque las costumbres de las zonas rurales obviasen esta circunstancia a menudo.

Una vez hecho todo aquello, Cali había regalado la granja y todas las nuevas propiedades a los inquilinos, un gesto que su padre nunca comprendió, y que le echaría en cara a menudo.

Por tal motivo, años más tarde la joven maesa había pagado de su propio bolsillo el portal que Tabit se disponía a dibujar, y también la matrícula de Yania en la Academia de los Portales.

—Cali se siente feliz de poder ayudaros —dijo Tabit—. Apreciaba mucho a Yunek… igual que yo. Una vez le dije, de hecho, que me sentiría muy honrado de poder pintar su portal cuando la Academia lo autorizara. Y me alegro de corazón de que ese día por fin haya llegado.

Yania no dijo nada, pero asintió, pensativa.

Durante la cena hablaron de cosas intrascendentes. Tabit era incómodamente consciente de que su presencia traía penosos recuerdos a aquella familia. Después de su segunda visita a la granja, Yunek había resuelto acudir a Maradia a exigir su portal… y jamás había regresado a casa.

Tabit sabía que no era culpa suya, en realidad. Pero no podía evitar sentirse responsable en cierto modo.

Después de la cena, Tabit se situó ante la pared desnuda que albergaría el nuevo portal. El círculo de tiza que había dibujado cinco años atrás había desaparecido ya; sin embargo, sobre el muro destacaba una cruz pintada recientemente, en el lugar exacto en el que el estudiante enviado por la Academia días atrás había colocado el medidor para anotar las coordenadas. El joven maese abrió su compás, situó la punta sobre la señal y trazó un círculo nuevo. Entonces asintió para sí mismo, abrió un bote de pintura de bodarita y lo depositó sobre una mesita baja. Escogió un pincel, lo mojó con cuidado y lo acopló a uno de los extremos del compás.

Después, con un hábil movimiento de brazos, trazó en la pared una perfecta circunferencia de color granate.

Tras él, Yania ahogó una exclamación de asombro.

—¡Entonces, es cierto! ¡Vais a dibujar el portal!

Tabit cerró el compás y lo apoyó cuidadosamente contra la pared.

—¿Acaso lo dudabas?

Ella bajó la cabeza.

—Hace un par de semanas —dijo en voz baja— vino un maese y anotó las coordenadas de la pared. Dijo que venía de vuestra parte, pero luego se fue sin más explicaciones. Como ya era la segunda vez que hacían eso y seguíamos sin tener el portal…

—Ah, sí —asintió Tabit—. Me hubiese gustado venir personalmente a hacer la medición, pero tenía mucho trabajo pendiente en la Academia. Así que, en cuanto me enteré de que teníamos el visto bueno del Consejo, os envié a uno de mis mejores estudiantes a tomar nota de las coordenadas para ir acelerando las cosas.

Yania no dijo nada. Se limitó a observar al pintor de portales mientras montaba un marco de madera y encajaba en él el diseño de Caliandra para utilizarlo como referente.

Momentos después, estaba pintando.

Yania lo contemplaba en silencio mientras Tabit, sentado en un taburete, reproducía el dibujo de Cali con esmero y meticulosidad. Aquellos trazos eran tan complejos y delicados como el más fino encaje, pero la mano de Tabit, que se desplazaba lenta y segura sobre la pared de piedra, obtenía un resultado que no solo era fiel al original, sino que incluso lo mejoraba, dotándolo de mayor claridad y pulcritud.

Al cabo de unos instantes, Yania se atrevió a romper el silencio.

—¿Qué le pasó a Yunek, maese Tabit?

Él se detuvo para mirarla.

—¿Qué os contaron?

La joven se encogió de hombros.

—Algo sobre una pelea con unos contrabandistas, o algo así. No lo entendimos muy bien, y nadie nos habló claro. Trajeron el cuerpo por los portales. No tenía heridas. No nos explicaron qué había pasado en realidad.

Tabit se quedó mirándola. Se parecía mucho a Yunek, con aquel gesto obstinado y aquel callado orgullo. Pero en sus ojos no había desafío ni resentimiento; tan solo una mirada limpia, sincera e inusualmente sabia y madura para una muchacha de su edad.

—Es una historia muy larga —dijo finalmente—. Pero creo que mereces saber la verdad. Y dejo en tus manos la decisión de contarle a tu madre lo que creas conveniente —añadió, bajando la voz, señalando con un gesto hacia la estancia contigua, donde Bekia hacía rato que dormía ya.

—Escucharé —le aseguró Yania—. El tiempo que necesitéis.

Tabit sonrió y contempló, pensativo, el pincel embadurnado de pintura de bodarita.

—Hagamos una cosa —propuso—: yo tengo trabajo aquí para una semana por lo menos. Estaré pintando todo el día y parte de la noche. Puedo contarte la historia mientras tanto, y seguro que no necesitaría tanto tiempo, pero tú tendrás cosas que hacer en el campo, ¿verdad? —Yania asintió, un tanto decepcionada—. No te preocupes —la consoló Tabit—. Por las noches, después de cenar, podemos reunirnos aquí un rato, tanto tiempo como puedas quedarte sin que eso te robe demasiadas horas de sueño…, y así, cada día, te iré hablando poco a poco de Yunek y de todo lo que sucedió. ¿Te parece bien?

Yania dijo que sí.

A lo largo de los días siguientes, Tabit pintó el portal para Yania, que antes había sido el portal de Yunek, siguiendo el diseño que había creado Cali. Por el día estaba prácticamente a solas con el portal, pero por las noches, después de la cena, Yania se sentaba junto a él en silencio. Tabit pintaba y hablaba, y Yania escuchaba.

Así, el maese le relató todo cuanto le había sucedido desde que le encargaran pintar el portal para Yunek, cinco años atrás. La cancelación del proyecto, la elección de Caliandra como ayudante de maese Belban, la desaparición del portal de los pescadores, el posterior asesinato de Ruris, su guardián, y la investigación de Rodak… La llegada de Yunek a la Academia y la amistad que había iniciado con Cali… Tabit habló también de la búsqueda de maese Belban, de Tash y la bodarita azul y de los portales temporales. Cuando le contó a Yania cómo habían encontrado la forma de activarlos y cómo él mismo había viajado al pasado en busca de maese Belban, Yania abrió mucho los ojos, fascinada. Se estremeció al escuchar el relato de cómo el Invisible les había seguido los pasos hasta Belesia gracias a la intervención de su propio hermano, y lanzó una exclamación de asombro cuando Tabit le describió aquel extraño mundo que maese Belban había calificado de «basurero cósmico» y le descubrió la existencia de criaturas como Yiekele.

La última noche, cuando Tabit le habló de su accidentado regreso a la Academia, de cómo habían descubierto la identidad del Invisible y de la lucha que se produjo después, en la que habían muerto Yunek y Kelan, Yania no pudo evitar que las lágrimas afloraran a sus ojos.

Y cuando el pintor de portales calló, la muchacha permaneció largo tiempo en silencio, pensando.

Mientras tanto, Tabit daba las últimas pinceladas a su portal.

Estaba quedando espectacular. El diseño de Cali era hermoso sobre el papel, pero dibujado en un tamaño mayor por la mano experta de Tabit se convertía en una verdadera obra de arte. Yania observó, sobrecogida, cómo el maese completaba el ala izquierda del ave con un entramado de rizos y espirales.

—Muchas gracias por contarme esta historia, maese Tabit —dijo finalmente—. Yo… nunca pensé que mi hermano pudiera llegar a traicionaros, a pactar con un grupo de criminales para conseguir un portal… —se estremeció—. Y todo por mí…

—No es culpa tuya —la consoló Tabit—. Y lo cierto es que la Academia no se lo puso fácil a Yunek. Su error fue creer que no tenía alternativa. Pero ya ves que sí la había —añadió, mostrando con un amplio gesto de su mano el portal casi finalizado—. Perfectamente legal, aprobado por la Academia y con todas las bendiciones del Consejo.

—Eso es algo que no entiendo —comentó Yania, frunciendo el ceño—. Decís que la bodarita se está agotando, pero por fin aprobaron nuestro portal.

Tabit sonrió ampliamente.

—Se debe a que no todos los profesores de la Academia son viejos maeses encerrados en sus libros, sin el menor contacto con la realidad —dijo—. Aún quedan entre nosotros algunos con un gran sentido práctico. Por eso, desde el mismo momento en que se hizo patente la escasez de bodarita, y mientras otros maeses fingían que no sucedía nada o trazaban quiméricos planes de viajes al pasado, maese Kalsen, el profesor de Mineralogía, se dedicaba a organizar expediciones por toda Darusia. Obtuvo el apoyo de maese Nordil, un miembro del Consejo que, sin ser profesor de la Academia, ostenta también un importante cargo en el Consejo de la ciudad de Maradia… y es inmensamente rico. A maese Nordil le preocupaba sobremanera el hecho de que las minas se estuviesen quedando vacías, y financió generosamente las prospecciones de maese Kalsen.

—¿Y encontraron más bodarita? —preguntó Yania. Tabit asintió.

—Un gran yacimiento en la cadena montañosa que se alza al sur de Vanicia. Suficiente para que la Academia de los Portales pueda proseguir con su actividad al menos uno o dos siglos más. Y después… ya se verá.

Yania reflexionó.

—¿Y qué pasó con la bodarita azul? Si se me permite preguntar —añadió, azorada, temiendo haber sido demasiado indiscreta.

—Puedes preguntar. Bueno, si recuerdas la historia que te he contado sobre Tash, quizá te hayas fijado en que el túnel en el que se encontró la bodarita azul no era demasiado estable. Hubo nuevos derrumbamientos… con catastróficas consecuencias para los mineros. Uno de los que fallecieron aquellos días fue el padre de Tash —añadió con seriedad—. La galería quedó completamente bloqueada y hasta el día de hoy todos los intentos por despejarla han resultado inútiles, una pérdida de tiempo y de vidas. —Suspiró—. De modo que la Academia posee el secreto de los viajes en el tiempo, pero ya no dispone de materia prima. Sin bodarita azul, además, tampoco se pueden dibujar portales violetas que conduzcan a otros mundos. Se diría, de alguna manera, que todo ha vuelto a ser como antes. O no del todo —añadió, acariciando su zurrón—, porque ahora sabemos que es posible. Y que nuestro mundo no es el único que existe.

—¿Qué sucedió con Yiekele? —siguió preguntando Yania; había escuchado con verdadera pasión todo lo relativo a la exótica mujer de cuatro brazos y estaba deseando saber más cosas sobre ella.

Tabit rio.

—Bueno, los maeses consiguieron retenerla en la Academia… un par de semanas nada más. Al principio, ella se mostraba interesada en nuestra forma de dibujar portales. Nuestra pintura le parecía extraña, y no entendía para qué servían los medidores de coordenadas. Los profesores, por su parte, estaban fascinados con ella. Pero no tuvieron ocasión de aprender gran cosa, porque Yiekele se aburrió de nosotros y se marchó.

—¿Que se marchó?

—Simplemente entró en trance, pintó un portal y se fue por él. Y no hemos vuelto a verla desde entonces. Nunca llegaremos a saber a dónde fue, porque los dos portales que nos dejó en la Academia no han vuelto a activarse. Tampoco descubriremos nunca, me temo, el propósito del enorme portal que estaba dibujando en aquella caverna cuando la conocimos. Pero al menos tenemos dos de sus portales, el que dibujó en el desván para salvarnos de Kelan y el que pintó en el estudio de maese Belban, por el que desapareció y que, suponemos, conduce a su casa, dondequiera que esta se encuentre.

»Al principio hubo un gran debate con respecto a esos portales. Algunos maeses querían borrarlos para estudiar la sangre de Yiekele como posible sustituto de la pintura de bodarita. Otros decían que sus portales no solo eran una obra de arte, sino también lo único que nos quedaba de la visita de una criatura de otro mundo, un hecho que quizá no llegara a repetirse jamás. Afortunadamente, justo entonces maese Kalsen y su equipo descubrieron el nuevo yacimiento de bodarita y parece que los argumentos a favor de la conservación de los portales prevalecieron sobre los de aquellos que querían destruirlos.

»De modo que ya sabes: cuando entres en la Academia tendrás ocasión de estudiar los portales de Yiekele, porque los han introducido en el temario, con una nueva asignatura: Portales a Otros Mundos. Que, por cierto, imparto yo —añadió con cierta timidez.

Yania sonrió, adivinando lo orgulloso que se sentía Tabit por aquella circunstancia.

—Me encantará asistir a vuestras clases, maese Tabit —le aseguró; y lo decía de verdad—. ¿Maesa Caliandra también es profesora?

—No —respondió Tabit—. Ella vive en la Academia, porque… —se interrumpió, un tanto azorado—. Bueno, porque estamos casados —confesó por fin—, pero en realidad se dedica a otras cosas. Pinta portales, tanto artísticos como funcionales, y también está muy involucrada en los negocios de su padre.

—¿Y ella…? Oh, disculpad —se interrumpió Yania, avergonzada—. Estoy haciendo demasiadas preguntas, y no quería ser descortés.

—No —respondió Tabit, mirándola fijamente—. Puedes preguntar. Tienes todo el derecho a hacerlo. De hecho, tu hermano sentía algo especial por Caliandra. Es normal que sientas curiosidad.

—Pero él la traicionó —murmuró Yania—. Por mí.

—No te angusties por eso. Todos podemos tomar una mala decisión en algún momento de nuestras vidas. Y lamento mucho que se metiera en problemas a causa de ello. Ojalá hubiésemos podido salvarle. Porque él nos salvó a todos cuando detuvo a maesa Ashda en aquel desván.

Yania alzó la cabeza con curiosidad.

—¿Cómo fue eso?

Tabit se encogió de hombros.

—Resultó que las actividades de maesa Ashda bajo la máscara del Invisible iban más allá del contrabando de bodarita y el asesinato de aquellos que pudieran descubrir su identidad —explicó—. En realidad, estaba acumulando material para fundar una Academia clandestina en Rutvia.

—¿En Rutvia?

—¿Conoces la historia de las guerras rutvianas? Te sonará, al menos; Uskia está situada, precisamente, en plena frontera entre ambos países.

—Sé que en el pasado hubo guerras —respondió ella—, pero que hace ya mucho tiempo que hay paz con Rutvia.

—Eso es porque los rutvianos no conocen la ciencia de los portales. La última guerra rutviana terminó gracias a los maeses. Nuestro ejército conquistó la capital enemiga atravesando un portal; desde entonces, en Rutvia nos tienen miedo, pero también han intentado repetidas veces hacerse con el secreto de los portales. Y maesa Ashda estaba dispuesta a proporcionárselo… no por dinero, aunque no me cabe duda de que le pagarían generosamente… sino por venganza. Quería ver caer la Academia, y sin duda es lo que habría sucedido de haber podido llevar sus planes a término. Por no mencionar el hecho de que habría estallado una sangrienta guerra y, con ambos bandos en posesión del secreto de los portales, las consecuencias habrían sido funestas, el sistema de portales se habría derrumbado por completo y el mundo nunca habría vuelto a ser el mismo.

—Entonces… —se atrevió a preguntar Yania tras pensarlo unos instantes—, ¿qué sucedió finalmente con maesa Ashda? ¿La castigaron de la misma manera que a su padre por traicionar a la Academia, o sus delitos eran aún más graves?

—Posiblemente, y dada su relación con los espías rutvianos, el Consejo de Maradia la habría condenado a muerte. Sin embargo, ella no les dio ocasión. Permaneció en prisión hasta que se la llevaron a la Casa de Justicia, pero no llegó a entrar en la sala en la que se celebraría su juicio; logró burlar a los guardias que la custodiaban, echó a correr hacia la ventana y se arrojó a través de la cristalera. Nunca sabremos si simplemente trataba de escapar… o si buscaba la muerte para evitar una condena similar a la de su padre. El caso es que no sobrevivió a la caída.

Yania se estremeció de horror. Tabit la miró con gravedad.

—Ojalá en el futuro podamos compartir nuestra ciencia con otros países y extender la red de portales por todo el mundo —dijo—; a mí nada me gustaría más. Pero no de esa manera. Las relaciones entre Rutvia y Darusia deberían avanzar con la paz, la diplomacia y el entendimiento; no a través de espías, ladrones y contrabandistas que venden secretos de la Academia al mejor postor.

—Pero ¿por qué no nos dijeron nada de todo esto? —preguntó Yania, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Por qué no nos hablaron de lo que Yunek había hecho?

Tabit sacudió la cabeza.

—Fueron momentos muy confusos para todos. La traición de maesa Ashda, la bodarita azul, la muerte de Kelan, la historia de maese Belban, la presencia de Yiekele… ¿cómo explicarlo todo? ¿Y quién nos habría creído? Maese Maltun se esforzó mucho por hacer que todo volviera a la normalidad lo antes posible. No solo por nosotros o por la Academia sino, sobre todo, por el resto de los estudiantes.

—¿Y maese Belban estuvo de acuerdo? ¿Qué hizo él cuando todo acabó? ¿Volvió a encerrarse en su estudio?

Tabit rio de buena gana.

—Intentó reincorporarse a la vida académica, pero no aguantó mucho. A menudo perdía la paciencia con los estudiantes; decía que no era capaz de soportar tanta ignorancia junta. En el fondo, lo que deseaba era seguir aprendiendo con Yiekele, así que, cuando ella entró en trance y dibujó un portal en la pared de su estudio… él la siguió.

—¿A través del portal? —se asombró Yania.

Tabit asintió.

—Se fue con ella, sí, sin tener ni la más remota idea de a dónde los conduciría aquel portal. No pudimos detenerlo, porque cuando Yiekele salió del trance no había nadie presente, a excepción de él. Se fue sin despedirse de nadie, dejando atrás una carta en la que explicaba lo que había hecho. Así que, en un solo día, la Academia perdió a uno de sus mejores investigadores y a la criatura más asombrosa que hemos conocido jamás.

—Pero quizá regresen algún día —comentó Yania, esperanzada.

—Quizá, sí —admitió Tabit con una sonrisa. Dio una última pincelada al portal y declaró—: Ya está terminado.

Yania se levantó de un salto, muy nerviosa.

—¿Ya? ¿De verdad?

Lo contempló, extasiada.

Era lo más hermoso que había visto jamás. Al natural era todavía más impresionante que el bosquejo de Cali. El ave representada en él alzaba las alas al cielo, y el fuego que crepitaba en la chimenea le arrancaba reflejos flamígeros, resaltando aún más su contorno.

Pero las dos circunferencias exteriores estaban vacías, y Yania lo notó.

—¿Qué es lo que falta ahí? —preguntó.

Tabit se estiró como un gato, satisfecho con la tarea realizada.

—Las coordenadas —respondió—. Mañana, con la luz del día, haré una segunda medición y las escribiré en el círculo interno. También pintaré las variables del portal gemelo que está en el Muro de los Portales de Maradia, y que llevo anotadas en mi cuaderno.

Yania se sorprendió de nuevo.

—¿Queréis decir que esta es la segunda vez que dibujáis este portal?

—Sí —asintió Tabit—. Por eso envié a alguien por delante para medir las coordenadas. Con esos datos pude pintar vuestro portal en Maradia, y debo decir que, por lo que sé, está llamando mucho la atención. —Sonrió—. Seguro que Cali está muy contenta.

Yania apenas podía contener su excitación.

—¿Eso significa que mañana mismo ya podría activarse?

—En cuanto escriba las coordenadas, sí. Pero también he de poner una contraseña. ¿Alguna sugerencia?

Yania no lo pensó.

—«Yunek» —dijo enseguida.

Tabit asintió.

—Esa será —respondió; comenzó a guardar sus útiles de trabajo, pero se detuvo y volvió a mirar a la chica para recordarle—: Esta ha sido la última noche de confidencias, Yania. Mañana regresaré a Maradia a través de tu portal, así que, si hay alguna otra cosa que quieras saber… puedes preguntarla ahora.

Ella reflexionó.

—¿Qué pasó con Rodak? —preguntó por fin—. ¿Se recuperó de su herida?

—Sí —dijo Tabit—, y ahora trabaja como guardián del portal del Gremio de Pescadores y Pescaderos de Serena. Es un buen guardián —añadió con una sonrisa—. Su madre y su abuelo están orgullosos de él. Así que, si algún día pasas por Serena, ya sabes dónde encontrarlo. No dudes en ir a verlo, se alegrará de conocerte; Yunek y él eran buenos amigos.

—¿Queréis decir que finalmente restauraron su portal?

—En efecto. Se descubrió que un grupo de belesianos había contratado al Invisible para borrarlo, y la justicia los obligó a pagar la restauración. Pero, como en la Academia nos habíamos quedado sin expertos en Restauración tras la muerte de Kelan y maesa Ashda… me ofrecí voluntario, y me lo aceptaron como proyecto final. Dado que yo tampoco sabía mucho sobre restauración de portales, pedí permiso para iniciar el proyecto desde el principio. Borramos el portal gemelo de la plaza de Maradia y les diseñé y dibujé uno nuevo… que es el que ahora guarda Rodak.

Yania parecía emocionada.

—Me gustaría verlo, maese Tabit —declaró—. Y conocer a Rodak. ¿Y Tash? ¿Qué fue de ella?

—Bueno, ya te he contado que su padre murió en la mina, ¿verdad? Por aquel entonces, ella vivía en Serena, en casa de Rodak. Encontró trabajo como pescadera en la lonja de Serena. Se le da bien, porque es lanzada y descarada, y además tiene mucha fuerza, así que a menudo ayuda también a acarrear las cestas de pescado. Pero, por lo que yo sé, aún no han conseguido convencerla para que vuelva a subirse a un barco.

»Cuando murió su padre, regresó a su pueblo natal para recoger a su madre, y se la llevó consigo a Serena. Encontraron una casa, y ahora Tash ya no vive con Rodak y su familia; pero siguen siendo muy buenos amigos.

—¿Sigue vistiendo como un chico?

—Si te refieres a si ha empezado a usar vestidos, la respuesta es que no; y no creo que lo haga jamás. Está demasiado acostumbrada a la ropa masculina. Pero ya no parece un chico, o, al menos, no tanto como antes. Tendrías que haberla visto cuando la conocí. Había desarrollado la habilidad de llevar la ropa de manera que ocultara su figura femenina. Ahora ya no se molesta en hacerlo. Así que, sí, lleva ropa de chico, pero se nota que es una chica, y además se ha dejado crecer un poco el pelo. Aunque la última vez que la vi decía que era un incordio y que pensaba cortárselo en cuanto pudiera.

—¿Y qué le pasó a esa chica a la que golpearon? —siguió preguntando Yania—. ¿Se curó?

—¿Relia? Sí, afortunadamente. Tardó en despertar pero, cuando lo hizo, no le quedaron secuelas, y acabó por recuperarse por completo. Terminó los estudios; ahora es maesa, pero no se quedó en la Academia. Sigue ayudando a su padre en Esmira y pinta portales de vez en cuando. Y en cuanto a Unven… él sí colgó el hábito, por así decirlo. Después de lo que le pasó a Relia, ya no quiso regresar a la Academia. Volvió a Rodia y su padre le encomendó una de sus propiedades para que la administrara. Pero se fue a vivir a Esmira para estar con Relia en cuanto ella terminó su proyecto final. Y allí siguen los dos —concluyó Tabit con una sonrisa—, juntos y felices, por lo que yo sé. Tienen una niña preciosa que se parece mucho a Relia. Aunque me temo que ha heredado el carácter de Unven.

Yania asintió, encantada de tener noticias de los protagonistas de aquel relato que tanto la había impresionado. Por momentos había llegado a pensar que eran solo los personajes de alguna historia emocionante, pero ficticia. El hecho de saber de ellos, la certeza de que se cruzaría con maesa Caliandra por los pasillos de la Academia, o que podría ver a Rodak junto al portal de los pescadores, y conocer a Tash en la lonja de Serena… era mucho más de lo que se habría atrevido a soñar.

—Gracias, maese Tabit —dijo entonces, muy seria.

Él sonrió.

—¿Por qué? Solo estoy haciendo mi trabajo.

—Una vez, alguien a quien quise mucho dijo: «Hay muchas maneras de hacer un trabajo». Gracias a vos, una pobre chica campesina como yo tiene al alcance de su mano… —señaló el portal, con los ojos brillantes, como si aún no pudiese creer que fuera real—, el mundo entero. Ahora comprendo por qué mi hermano luchó tanto por conseguir este portal. Pero… —se interrumpió, y una sombra de preocupación nubló sus ojos castaños.

—¿Hay algún problema? —preguntó Tabit, con suavidad.

Ella contempló el portal de nuevo, esta vez con respeto y algo de temor.

—Esto significa… que de verdad estudiaré en la Academia de los Portales.

—Sí. Si es eso lo que quieres, naturalmente.

—¡Sí! Sí, por supuesto. Llevo soñando con este día desde que… bueno, ni soy capaz de recordarlo. Es solo que… no sé si estoy a la altura.

—Has estado yendo a la escuela, como te dijo Cali, ¿verdad?

—Sí. Y sé leer y escribir, y hacer cuentas…

—Con eso basta —rio Tabit—. Me consta que algunos estudiantes que entran en primero no saben mucho más.

Yania lo miró con asombro, convencida de que tenía que estar bromeando.

—Pero, una vez en la Academia —prosiguió él, poniéndose serio—, tendrás que trabajar mucho. Eres inteligente, pero no es suficiente. La buena noticia es que estudiar o no estudiar solo depende de ti —añadió, con una sonrisa tranquilizadora—, así que, si te esfuerzas, no tendrás problemas.

Yania asintió, emocionada. Y no pudo reprimirse más. Se lanzó a los brazos de Tabit y lo estrechó con fuerza.

—Muchas gracias, maese Tabit. Jamás podré encontrar la forma de expresaros cuánto significa para nosotras, y especialmente para mí, todo lo que estáis haciendo vos y maesa Caliandra.

Tabit la abrazó y le acarició el pelo con cariño.

—Y ojalá pudiésemos hacer más —murmuró—. Sabes, en su momento nos enfadamos con Yunek por lo que hizo, pero… creo que en el fondo nunca dejamos de ser amigos. Y lamentamos mucho lo que le pasó. Todo lo que vivimos aquellos días… nos unió para siempre a todos. Aunque procediésemos de ambientes tan distintos, aunque cada uno de nosotros viva su vida en un lugar diferente… Cali, Tash, Rodak, yo… y, por supuesto, Yunek… siempre estaremos unidos, de alguna manera. Por eso para Cali y para mí es una gran alegría y un orgullo poder abrirte las puertas de la Academia. Por supuesto, sabemos que no es perfecta; pero es nuestro hogar.

Yania asentía, demasiado emocionada para hablar.

—Y ahora, a dormir, jovencita —ordenó Tabit, separándose de ella—. Mañana será un gran día.

Se levantaron con las primeras luces del alba. Lo que quedaba por hacer era un mero trámite, y Tabit lo realizó con rapidez y diligencia. Escribió sobre el portal la contraseña «Yunek» en lenguaje alfabético y clavó la tablilla en la pared, donde dibujó la misma palabra en lenguaje simbólico con polvo de bodarita, uniendo el trazo al propio diseño del portal. Después hizo la medición para asegurarse de que obtenía el mismo resultado que el estudiante al que había enviado a la granja unas semanas atrás, y escribió las coordenadas en la circunferencia interior del portal. Por último, sacó su cuaderno de notas y copió en la circunferencia exterior la lista de variables correspondiente al destino del portal: el Muro de los Portales de Maradia.

Cuando acabó, dio un paso atrás y contempló su obra.

—¿Ya está? —preguntó Bekia con recelo—. ¿Por aquí podremos llegar hasta la ciudad?

—Falta escribir la contraseña —respondió él—. Ven, Yania, voy a enseñártela.

Escribió el símbolo en un papel e hizo que la chica lo repitiera hasta estar seguro de que lo había aprendido de memoria. Después, echaron al fuego los papeles que habían utilizado para que no cayeran en las manos equivocadas.

—Haz los honores —la invitó Tabit, con una sonrisa.

Tras un breve titubeo, Yania introdujo el dedo en la bolsa de polvo de bodarita que le tendía Tabit y después escribió con él en la tablilla el símbolo que acababa de aprender.

Y el portal se activó.

Bekia lanzó una exclamación de miedo y retrocedió, arrastrando a su hija con ella. Pero Yania se separó de ella con suavidad.

—Es lo que Yunek quería, madre —le recordó—. Y es lo que quiero yo también.

Ella vaciló, pero finalmente asintió y la dejó ir.

—Probaré yo primero —se ofreció Tabit, y atravesó el portal.

Apenas unos instantes después estaba de regreso.

—Todo correcto —les aseguró—. La conexión se ha establecido y el portal conduce al lugar adecuado.

Cargó con sus bártulos y le ofreció la mano a Yania. Ella respiró hondo, se echó su macuto al hombro, abrazó a su madre y tomó la mano del pintor de portales.

Los dos dieron un paso al frente y cruzaron el portal.

Yania gritó al sentir aquel extraño retortijón en el estómago. Pero apenas había empezado cuando acabó de pronto, y la luz roja se apagó.

La muchacha parpadeó y miró a su alrededor, asombrada.

Se encontraba al aire libre, en una plaza circular abarrotada de gente que entraba y salía de diversos portales, o que hacía cola para atravesar alguno de ellos. Tuvo miedo, pero enseguida sintió la tranquilizadora mano de Tabit sobre su hombro.

—Todo está bien —le dijo con suavidad.

—Bienvenida a Maradia, Yania —la saludó entonces una voz femenina.

Ella alzó la mirada, buscando a la dueña de aquella voz. Descubrió a una joven pintora sonriente, de larga trenza negra y expresión amistosa. Se quedó sin palabras.

—Maesa… maesa Caliandra —pudo decir por fin.

La sonrisa de ella se hizo más amplia. Tabit la saludó con un beso y se volvió hacia Yania.

—¿Preparada para visitar la Academia?

Yania se sentía fuera de lugar en aquella ciudad tan elegante, con su ropa de campesina y sus zapatos gastados, y se preguntó si Yunek habría experimentado la misma sensación en su primera visita. Pensar en su hermano la entristeció, pero también le recordó por qué había luchado, y lamentó que no pudiera estar allí, con ella, para ser testigo de aquel momento.

Asintió.

Tabit y Cali la guiaron por las calles de Maradia hasta que el imponente edificio de la Academia de los Portales se alzó ante ellos al final de la avenida. Yania se detuvo a contemplarlo, boquiabierta.

Cali entrelazó la mano de Tabit con la suya y susurró:

—¿Qué le has contado?

—Casi todo —respondió él en el mismo tono—. En realidad, me he guardado para mí un último secreto, pero tengo intención de entregárselo cuando esté preparada.

Su mano fue automáticamente a su zurrón. Cali comprendió.

—¿Crees que lo estará algún día?

—Sin duda —respondió Tabit—. Pero aún tiene mucho camino que recorrer.

Ella asintió.

Sabía perfectamente lo que guardaba Tabit con tanto celo en su morral. De hecho, ellos dos eran los únicos que estaban al tanto de que maese Belban había dejado tras de sí algo más que una carta de despedida al marcharse con Yiekele a través del portal.

Había sido Cali, de hecho, quien había hallado sobre la mesa ambas cosas, la carta y el voluminoso diario de investigación de maese Belban. Le costó comprender que el profesor había cruzado el portal, porque él raras veces se separaba de aquel libro. Pero no resistió la tentación de echarle un vistazo, y allí, en las primeras páginas, encontró una nota para Tabit que decía así:

Estudiante Tabit:

Sé que mi ayudante es extraordinariamente inteligente e intuitiva. Pero me consta que solo tú serías capaz de apreciar en profundidad todo lo que hay escrito en estas páginas. No solo eso: sé que le darás el mejor uso posible. Cuida bien de mis secretos, estudiante Tabit, y recuerda siempre que no existen las fronteras para aquellos que se atreven a mirar más allá.

Hasta que volvamos a encontrarnos,

Maese Belban de Vanicia

Ni Tabit ni Cali habían hablado nunca a nadie de la existencia del Libro de los Portales de maese Belban. Pero el joven había empezado a estudiarlo con entusiasmo, y soñaba con el día en que pudiera continuar escribiendo en sus páginas y aportar algo más a las futuras generaciones. Sus manos acariciaron su viejo morral con cariño. Pese a que, como maese, ya disponía de ciertos ingresos, aún no se había desprendido de él; algunas costumbres eran difíciles de abandonar.

Cali lo hizo volver a la realidad. Unos pasos por delante de ellos, Yania los esperaba frente a las puertas del edificio. Parecía muy pequeña ante la enorme y vetusta Academia, y temblaba de emoción, como una hoja a punto de desprenderse de un árbol, que no supiera si permanecer unida a la rama o dejarse llevar hasta donde al viento se le antojara arrastrarla.

Tabit y Caliandra cruzaron una mirada cómplice, llena de ternura. Tal vez evocaban aquel día lejano en que ellos también habían franqueado aquel umbral, ignorantes de todo lo que estaba por venir, con la cabeza rebosante de sueños y el corazón repleto de esperanza.

Y, aún con las manos entrelazadas, acompañaron a la muchacha uskiana en los primeros pasos de su nueva vida como estudiante de la Academia, con ilusiones renovadas y el anhelo de un futuro mejor para todos, un futuro en el que los portales tendieran vínculos entre las personas… dondequiera que se encontrasen.