«Cuando el portal se activa,
es que las coordenadas no son incorrectas».
Aforismo de los pintores de portales
Pero esto es imposible, Caliandra —dijo Tabit—. No se puede descubrir una localización concreta solo con la lista de coordenadas.
—Dile entonces a maese Saidon que su asignatura de Interpretación de Coordenadas no sirve para nada —lo desafió ella.
—No he querido insinuar eso. Por supuesto, el estudio de las coordenadas de un portal nos puede decir mucho acerca de su punto de destino, pero no nos puede indicar cuál es el lugar exacto, a no ser que atravesemos el portal y lo descubramos por nosotros mismos.
Cali suspiró y volvió a contemplar aquel papel sucio y arrugado que había sido el origen de la discusión. Se encontraban ambos de vuelta en la Academia, en la sala de estudio de Tabit, donde se habían encerrado para debatir acerca del mensaje que habían traído desde Vanicia. Tras sacar todos sus apuntes sobre la materia, Tabit se había apresurado a pasar a limpio las coordenadas para no perderlas. Cali, por su parte, se limitaba a observar el papel con reconcentrada intensidad.
—Y, de todas formas —añadió el joven—, nada nos asegura que estas coordenadas indiquen el lugar donde se encuentra maese Belban.
—¿Y por qué iba a dárnoslas su hermana, si no?
—Bueno… era una mujer un poco rara.
Cali sacudió la cabeza.
—¡Pero nos estaba esperando a nosotros, Tabit! O, mejor dicho… ¡me estaba esperando a mí! Por eso reaccionó cuando mencionaste mi nombre y me sometió a una especie de prueba… que solo el ayudante de maese Belban pasaría.
Tabit la contempló con escepticismo.
—Te recuerdo que nos dijo que llevaba treinta años sin ver a su hermano, Caliandra. ¿Cómo iba a saber…?
Ella rio sin alegría.
—Tabit, tienes que asumir que la gente miente a menudo —le recordó—. Sobre todo si quieren proteger algo… o a alguien. Sin duda maese Belban fue a ver a su hermana y le dejó esa pista para nosotros, porque sabía que tarde o temprano iríamos a visitarla. Pero quizá era consciente también de que había gente buscándolo… y por eso se aseguró de que solo yo llegaría a recibir estas coordenadas.
—¿Quieres decir que maese Belban está huyendo de la Academia? ¿Como si les temiera, o algo así?
—Quizá «huir» no sea la palabra adecuada —reconoció Cali—. Tal vez no quiere que lo encuentren todavía. Piensa que, si es verdad que está tratando de cambiar el pasado, quizá se haya escondido en algún lugar donde sabe que nadie va a molestarlo mientras trabaja en ello.
Tabit volvió a contemplar las coordenadas, pensativo.
—Ojalá supiésemos cómo demostrar la hipótesis de Belban —suspiró—. Y abrir un portal sin necesidad de dibujar su gemelo. Entonces nos bastaría con pintar un solo portal en el que escribiríamos esta lista de coordenadas. Y nos llevaría directos hasta maese Belban… o lo que quiera que haya al otro lado.
Cali alzó la mirada bruscamente.
—¿Y si lo hacemos? —propuso.
—¿Hacer qué?
—Lo que acabas de decir. Podríamos pintar un portal azul con estas coordenadas, y añadir una duodécima coordenada temporal: sesenta y dos, o lo que quiera que indique ese medidor tuyo tan arcaico. Entonces no necesitaríamos dibujar el portal gemelo en el punto de destino. Nos bastaría con un único portal.
Tabit negó con la cabeza.
—Es una locura, Caliandra.
—Pero ¿por qué? ¡A mí no me parece tan descabellado! Si solo…
—Te voy a dar toda una lista de razones por las cuales no deberíamos ni intentarlo siquiera —cortó él—. En primer lugar, sabes que no podemos dibujar portales funcionales sin permiso de la Academia. Además, no tenemos ni idea de a dónde conduciría ese portal. O a cuándo. Como bien sabes, la coordenada temporal es muy imprecisa y, aunque apareciésemos en el lugar correcto, podríamos llegar hace cinco años, o dentro de siete. Necesitaría aplicar la nueva escala de maese Belban para calcular una coordenada temporal más exacta, y ya sabes que, aun así, siempre hay un margen de error en el resultado. Por otro lado, lo que planteas es solo una teoría. Sabemos que los portales azules nos permiten viajar en el tiempo, pero ¿hasta qué punto podríamos usarlos para viajar solo en el espacio, sin desplazarnos hacia el pasado… o hacia el futuro? No lo hemos probado y, por tanto, no sabemos si funcionaría. Tampoco estamos seguros de que lo que hay ahí apuntado no sean los delirios de una vieja loca. Y, por último, resulta que ya no nos queda pintura azul.
—Podrías haber empezado por ahí —protestó Cali, ceñuda—. De todo lo que has planteado, es el único inconveniente que me parece realmente un inconveniente. Y tampoco es nada que no se pueda solucionar. Estoy segura de que a estas alturas ya habrá llegado más de un cargamento de bodarita azul procedente de las minas de Uskia. Solo tenemos que entrar en el almacén y…
—¿Y qué? ¿Pedir amablemente a maese Orkin que nos deje unos fragmentos para hacer prácticas?
Cali le dirigió una mirada burlona, y Tabit cayó entonces en la cuenta de lo que quería decir.
—Ah. Claro. No pensabas pedir permiso —comentó con sorna.
La joven alzó las manos en señal de derrota.
—De verdad, Tabit, a veces eres tan… Está bien, lo haremos a tu manera.
Y volvió a coger el papel para examinarlo. Tabit respiró hondo, satisfecho, y regresó a sus notas.
—De todas formas —comentó, repasando las coordenadas—, creo que hay algo que está mal aquí. Los valores para Agua y Fuego son exageradamente altos. Y hay mucha menos Madera de lo normal, en comparación con Piedra y Metal, que sí abundan… Vida… veinticinco, no es gran cosa. Y Muerte… setenta y uno. —Frunció el ceño—. ¿Qué clase de lugar podría dar unas coordenadas así?
Cali no contestó. Seguía concentrada en los símbolos, escudriñándolos con el ceño fruncido, como si pudiese ver algo más allá del papel.
—Tal vez… —empezó.
No llegó a terminar, porque alguien llamó a la puerta y, un instante después, asomó por ella la cabeza de Zaut.
—No sé por qué, sospechaba que os encontraría juntos —murmuró, sin sonreír.
Tabit suspiró. Era muy consciente de que su amigo seguía molesto con él por lo que les había sucedido a Unven y Relia en Kasiba.
—Estamos trabajando en algo —le respondió, esforzándose por ser amable—. Nada peligroso, al menos por el momento. Interpretación de coordenadas. ¿Qué tal se te da eso?
Zaut esbozó una breve sonrisa.
—Ni lo menciones —respondió—. Maese Saidon dice que no soy más zoquete porque no me entreno. Pero no he venido hasta aquí para ayudarte con tus tareas, así que no me líes.
Tabit decidió no señalarle que él mismo había ayudado a Zaut con sus estudios en más ocasiones de las que podía recordar.
—¿Tienes noticias de Unven y Relia? —le preguntó sin embargo.
Zaut negó con la cabeza con gesto desalentado.
—Fui a visitarles hace un par de días. Relia sigue igual. No empeora, pero tampoco despierta. Sus padres están destrozados, y Unven… en fin.
Tabit asintió, abatido.
—Deberías ir a verles —sugirió Zaut—. Unven lo agradecerá.
—¿De verdad? No creo que tenga ganas de verme, después de lo que pasó.
—Tú no fuiste quien golpeó a Relia, y tampoco los obligaste a ir hasta Kasiba buscando portales que ya no existen. Así que no te culpes, ¿vale?
Tabit no respondió. Seguía mostrando un gesto triste y sombrío, y sus amigos adivinaron que no podía evitar sentirse responsable por la situación de Relia.
—Entonces, ¿qué te trae por aquí? —preguntó Caliandra, para cambiar de tema.
Zaut recordó de pronto el motivo de su visita a la sala de estudio de Tabit.
—En realidad… venía a buscarte a ti, Cali. Vengo a decirte que tienes visita de fuera. —Sonrió con picardía—. Lo cual no deja de ser curioso, porque creo que es ese incordio de uskiano que acosaba a Tabit. Ahora te busca a ti, pero resulta que tú te pasas el día con Tabit… ¿me he perdido algo?
Tabit frunció el ceño. Recordaba muy bien su última conversación con Yunek, y la forma en que había terminado. Pero Zaut malinterpretó su gesto de disgusto.
—Vaya, Tabit, no me digas que vas a pelearte con el uskiano por el amor de una bella dama…
Tabit enrojeció hasta las orejas, pero Cali sonrió, divertida.
—Si te refieres a mí, no necesito que nadie se pelee por mi amor, muchas gracias. Soy perfectamente capaz de decidir por mí misma a quién quiero entregarlo —añadió, guiñándole un ojo a Zaut—. Voy a reunirme con Yunek, entonces —anunció, levantándose.
Tabit alzó la mirada.
—Espera, Caliandra. Antes de que te vayas… —Respiró hondo—. Bueno, ten cuidado, ¿de acuerdo?
Ella se mostró sorprendida.
—¿Que tenga cuidado? ¿Con Yunek, quieres decir?
Tabit vaciló, reacio a dar más detalles. Finalmente dijo:
—Es solo que… Bueno, si te hace una propuesta que… digamos… no estés segura de que debas aceptar… di que no, ¿de acuerdo?
—¡Ja! —exclamó Zaut, encantado—. ¡Esto es mejor de lo que yo pensaba!
Tabit le disparó una mirada irritada.
—¡No estoy hablando de eso! ¿Te importaría salir y dejarnos hablar en privado?
Pero Cali, que se estaba enfadando por momentos, se cruzó de brazos y declaró:
—¿Y si yo no quiero hablar contigo… «en privado»? Si tienes algo que decir acerca de Yunek, atrévete a decirlo delante de Zaut.
Tabit suspiró. Por un instante, estuvo tentado de contarles lo que Yunek le había propuesto el día anterior. Pero recordó oportunamente que el joven estaba en tratos con la gente del Invisible, y lo que le había pasado a Relia por saber demasiado. Negó con la cabeza.
—No creo que deba, Caliandra. Solo… cuando hables con él… recuerda las consecuencias de romper las normas. Ya sé que en principio puede parecerte que nadie se va a enterar; pero, al final, las cosas siempre se acaban sabiendo y…
Cali bufó, molesta.
—No me lo puedo creer —le espetó con frialdad—. No me lo esperaba de ti, Tabit. De verdad que no.
Tabit fue consciente entonces de que, al igual que Zaut, ella había malinterpretado sus palabras. No alcanzaba a comprender por qué se había molestado tanto, pero lo que le había parecido entender no debía de haberle sentado bien.
Se levantó de un salto, tratando de detenerla.
—Espera, Cali…
Pero ella ya estaba en la puerta; se volvió un momento hacia Tabit, con la lista de coordenadas aún en la mano.
—Es una isla —dictaminó—. Apostaría por la más pequeña de las Belesianas, pero los detalles te los dejo a ti —concluyó, arrugando el papel y guardándoselo en uno de los bolsillos del hábito.
Cerró la puerta antes de que Tabit tuviera ocasión de responderle. Después, se volvió hacia Zaut, que la contemplaba, entre incómodo y maravillado.
—Oye, yo no pretendía…
—Déjame en paz —replicó Cali, con una aspereza que no era propia de ella. Zaut alzó las manos en señal de rendición y no la siguió cuando la joven salió disparada pasillo abajo.
Tabit se quedó solo en la habitación, perplejo; se sentía también molesto, pero no con Caliandra, sino con Yunek, porque parecía obvio que había hecho caso omiso a su petición de mantener a la joven al margen de sus intrigas. Se preguntó si Cali accedería a pintarle el portal que quería. Quizá sí, comprendió desazonado, porque probablemente sentiría lástima por Yania, porque no le importaban gran cosa las normas de la Academia y porque Yunek… Tabit sacudió la cabeza, evitando pensar en ello. Pero le vino a la mente una imagen escalofriante de lo que le sucedería a Cali si descubrían que había pintado un portal sin autorización. Dio un paso al frente, decidido a correr tras ella y detenerla, pero recordó la ira de la muchacha y comprendió que no tenía derecho a tratar de protegerla como si fuera una niña pequeña. Sabía cuidar de sí misma, y debía hacer sus propias elecciones, equivocadas o no.
Tabit apretó los puños, angustiado e impotente. Decidió entonces dos cosas: que iría a la Sala de Cartografía a examinar los mapas de Belesia para mantener la mente ocupada… y que, si Cali accedía a pintar el portal de Yunek, él mismo lo dibujaría antes que ella.
Caliandra se encontró con Yunek en la entrada de la Academia. Él sonrió al verla, y el enfado de la joven desapareció como por encanto.
Hacía varios días que no se veían, y tenía que reconocer que lo había echado de menos. Se preguntó qué querría decir aquello. Se preguntó, también, si debía atender a sus sentimientos y plantearse seriamente iniciar algo con Yunek, sin importar lo que hubiese sucedido en el pasado o lo que otras personas pudieran decir.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el joven parecía más serio y preocupado de lo que era habitual en él.
—¿Pasa algo malo? —le preguntó.
Yunek desvió la mirada.
—No. En realidad, yo solo… venía a despedirme.
El corazón de Cali dio un vuelco.
—¿Te vas? ¿A Uskia?
Yunek asintió.
—Creo que ya he esperado demasiado tiempo, y me han dicho que me avisarán si me conceden el portal. Ya me he despedido de Rodak y de ese amigo vuestro de la mina, así que ya solo me faltabas tú.
—Y Tabit —señaló Cali. Yunek no contestó—. ¿Habéis discutido?
—Tenemos… ideas diferentes sobre algunas cosas. Dejémoslo así.
Cali sonrió abiertamente.
—Creo que sé exactamente lo que quieres decir. A veces Tabit puede llegar a ser… irritante. Y últimamente hemos estado mucho tiempo juntos, buscando a maese Belban. Han pasado muchas cosas estos días que aún no he podido asimilar…
—¿De verdad? Cuéntame —la animó Yunek.
Cali lo miró. El muchacho le sonreía con cariño, y ella pensó que, después de todo, no tenía a nadie más con quién hablar, sobre todo después de los últimos comentarios de Tabit, que la habían sacado de quicio. Pero allí estaba Yunek, que se ofrecía a escucharla como siempre había hecho: sin juzgarla ni cubrirla de reproches.
Suspiró, y le devolvió la sonrisa.
—Es una historia larga —le dijo—. Y no sé si podré explicártelo todo de forma que puedas entenderlo. No me refiero a que tú no… —se apresuró a puntualizar al detectar la sombra que cruzaba por el rostro moreno de Yunek—, quiero decir… Bueno, no se trata de inteligencia, sino de conocimientos, cosas que aprendemos en la Academia y que solo sabemos los pintores.
—Comprendo —asintió Yunek—. Bueno; tú cuéntame todo lo que quieras y yo haré un esfuerzo por seguirte, ¿vale? Estabas hablando de Tabit —le recordó—, y supongo que esas cosas que han pasado tienen que ver con tu profesor…
Cali se quedó mirándolo. Se preguntó si valía la pena contárselo. Después de todo, Yunek no conocía a maese Belban y, además, estaba a punto de marcharse de nuevo a Uskia.
Y probablemente no volvería a verlo nunca más.
Y, por tanto, aquella sería su última tarde juntos.
—Vayamos a dar un paseo —sugirió—, y te lo contaré. Si es que no tienes mucha prisa, claro… —dejó caer, y aguardó la respuesta de Yunek conteniendo la respiración.
El joven sonrió de nuevo y le dedicó una intensa mirada, como si quisiera memorizar sus rasgos para no olvidarlos jamás.
—Para ti… tengo todo el tiempo del mundo —le aseguró.
Tabit pasó toda la tarde en la biblioteca, estudiando mapas de las islas de Belesia y registros de coordenadas de los portales situados en ellas. Ninguno de ellos correspondía a la lista que ellos tenían, pero el joven no tardó en descubrir, admirado, que los valores eran muy similares, y aquello significaba que Cali parecía haber dado en el clavo con notable precisión. Por otro lado, la morfología de las islas explicaba casi a la perfección aquellas insólitas coordenadas que les había entregado la mujer de Vanicia. «Pero ¿cómo ha podido adivinarlo Caliandra sin consultar los mapas primero?», se maravilló Tabit. Al haber reducido tanto el área de búsqueda, además, la tarea de encontrar el punto señalado por las coordenadas no parecía ya tan descabellada. Se aplicó a ella con el tesón y la concentración que le caracterizaban, y al llegar la hora de la cena ya tenía una teoría que estaba deseando compartir con Cali.
La encontró en el comedor, cenando con el grupo de estudiantes con los que solía ir habitualmente. En apariencia, se comportaba de forma resuelta y distendida, como siempre; pero a Tabit le pareció detectar una sombra de tristeza en su expresión.
Se acercó a la mesa. Caliandra lo vio y le dirigió una fría mirada, como retándole a dirigirle la palabra. Tabit suspiró para sus adentros y decidió fingir que no se había dado cuenta.
—¿Podemos hablar un momento? Creo que ya tengo la solución al problema de coordenadas —añadió significativamente.
Cali dudó al principio, pero luego asintió. Se despidió de sus amigos y se llevó su bandeja a una mesa pequeña y más apartada. Tabit se sentó con ella.
—¿Qué tal te ha ido con Yunek? —le preguntó.
Cali lo taladró con la mirada.
—¿De eso querías hablar?
—No, es cierto que he estado trabajando en las coordenadas y quería comentarlo contigo —se defendió él—. Es que… —se detuvo, preguntándose cómo debía plantearlo para que ella no se molestara de nuevo—. ¿Te habló de su portal?
La joven se mostró sorprendida.
—Pues… sí. ¿Por qué?
—¿Qué te contó exactamente?
—Que aún no ha recibido respuesta a su petición. Y que se va a su casa a esperar allí a que el Consejo tome una decisión. Pero ¿por qué lo preguntas?
Tabit suspiró, aliviado, y también contento de que Yunek hubiese cambiado de opinión con respecto a sus planes de pactar con la gente del Invisible.
—Se le ocurrió una idea un poco absurda —respondió—. Pero, por suerte, parece que se lo ha pensado mejor. De todas formas —añadió, deprisa, para no dar ocasión a que Cali siguiese preguntando—, no te buscaba para hablar de eso. Mira.
Le tendió una copia de un mapa de Belesia que había tomado prestado de la Sala de Cartografía. En él estaban señalados todos los portales, públicos o privados, que había en las islas. Cali lo examinó con ojos brillantes.
—¿Entonces yo tenía razón? ¿Está en Belesia?
—Eso parece —asintió Tabit—, pero creo que las coordenadas no corresponden a la isla de Tana Bel, como sugerías, sino a Vaia Bel.
—¿La grande?
—No, la de tamaño medio. —Tabit le dirigió una mirada de reproche—. La principal de las islas belesianas se llama Oria Bel. ¿Cómo es posible que no sepas eso y al mismo tiempo seas capaz de acertar la localización de unas coordenadas con tanta puntería?
Cali se encogió de hombros.
—Nunca fui muy buena en Geografía —confesó—, pero sé visualizar localizaciones, y esta era muy peculiar. Quiero decir: ¿dónde encuentras tal cantidad de Viento, Agua y Fuego? —Hizo una pausa—. Lo del fuego fue lo que más me desconcertó al principio. No se me ocurrían muchos lugares que pudieran tener un valor así. Pensé en incendios, chimeneas, hornos… pero nadie se molesta en registrar las coordenadas de sitios como esos.
»Entonces se me ocurrió que podría ser un volcán. Las islas belesianas son volcánicas. Y dicen que el volcán de la más pequeña…, ¿Tana Bel, dices que se llama?…, humea de vez en cuando. Recuerdo que lo comentó un amigo de mi padre que viaja a menudo a Belesia y me llamó la atención.
Tabit se quedó con la boca abierta.
—¿Y eso es todo? Quiero decir… que es mucho… pero lo has hecho de forma tan fácil…
Cali casi pareció avergonzada.
—Son ideas que se me ocurren a veces —se justificó—. No siempre acierto, claro, sobre todo porque no tengo la paciencia suficiente como para quemarme las pestañas mirando mapas, como tú.
Tabit la contemplaba con una mezcla de recelo y admiración. Volvió a la realidad y se centró de nuevo en el mapa.
—Pues… tu intuición ha sido bastante acertada, pero no del todo. Tana Bel es un volcán que sale del mar, cierto; pero es la más joven de las islas y apenas está habitada porque es muy rocosa. Las mediciones realizadas allí dan como resultados valores muy altos en Piedra y bastante bajos en Vida y Muerte. Pero Vaia Bel… —añadió, señalando la isla mediana—, también es volcánica, y es mucho más antigua. Tiene más Tierra y menos Piedra, y por supuesto, más Muerte, porque ha sufrido muchas erupciones a lo largo de la historia que han arrasado con todo lo que había allí. También, al ser más grande y más vieja, está más poblada que Tana Bel. De ahí que su valor en Vida, si bien no es tan alto como el que podría haber en un bosque o en una ciudad, tampoco es tan bajo como el de la isla más pequeña.
Cali ladeó la cabeza, admirada, mientras Tabit desparramaba sobre la mesa un montón de hojas en las que había anotado las coordenadas de los portales existentes en Vaia Bel, junto con sus propios cálculos al respecto.
—Bien —prosiguió el joven—, contrastando los datos que tenemos, me parece que la zona más parecida a la descrita en las coordenadas que nos han dado podría ser esta —señaló el extremo sur de la isla—. Hay un pequeño pueblo de pescadores en el cabo; podríamos ir allí y hacer mediciones, a ver si los resultados se acercan a nuestra lista de coordenadas.
Cali asintió.
—Me parece bien.
Tabit suspiró y se frotó un ojo, cansado.
—De acuerdo; he trazado ya la ruta, es sencilla: desde el patio podemos llegar a la sede de la Academia en Belesia capital. Allí, en la Plaza de los Portales, hay uno público que lleva hasta Vaia Bel, pero nos dejará al norte de la isla, y nosotros queremos ir al cabo sur. De modo que lo mejor será utilizar un portal privado que hay en la ciudad y que conduce directamente al pueblo al que queremos ir. Las coordenadas de su gemelo son las más parecidas a las nuestras que he podido encontrar, así que, con suerte, cuando lleguemos allí no estaremos lejos de nuestro destino.
—¡Estupendo! —dijo Cali—. ¿Te parece bien que vayamos mañana? Pero no iremos juntos —añadió, antes de que Tabit pudiera responder—. Si maese Belban está tomando tantas precauciones para que solo nosotros lo encontremos, es posible que haya gente que pueda llegar hasta él siguiendo nuestros pasos.
Tabit iba a replicar; pero recordó la historia que Tash le había contado y la conversación que Cali había mantenido con el rector, y se limitó a asentir.
—Lo mejor será que crucemos el portal por separado, a distintas horas, y cuando no haya nadie en el patio de portales —siguió diciendo Cali—, para que nadie pueda ver a dónde vamos. Sé lo que estás pensando —añadió al ver que Tabit fruncía el ceño—, pero cada vez estoy más convencida de que maese Belban se marchó por propia voluntad. Así que, hasta que no hable con él y descubra por qué no quiere ser encontrado, no pienso revelar al rector ni a nadie de la Academia ni una sola palabra de lo que sé. Y espero que tú tampoco lo hagas —concluyó, lanzando a su compañero una mirada amenazadora.
Tabit negó con la cabeza.
—No tenía esa intención —dijo—. Está bien; nos encontraremos mañana en la Plaza de los Portales de Belesia. El primero que llegue, que espere al otro.
Tash y Rodak habían llegado a Belesia la tarde anterior. No habían tardado mucho en encontrar la taberna donde solían reunirse los pescadores del gremio, y habían ocupado una mesa al fondo, dispuestos a prestar atención a las conversaciones hasta que oyeran algo interesante. No podían hacer mucho más, en realidad. Aunque Rodak no llevaba su uniforme, su acento de Serena habría generado cierta desconfianza en un lugar como aquel. Además, tenía que reconocer que no se le daba muy bien interrogar a la gente, y los modales insolentes de Tash tampoco ayudarían. De modo que pasaron varias horas en la taberna, gastando el poco dinero de que disponían en una jarra tras otra, para que les permitieran conservar la mesa un rato más. Pero no sacaron nada en claro. Por supuesto, los marinos belesianos comentaban, burlones, el hecho de que el Gremio de Pescadores de Serena aún no había recuperado el portal perdido. Se contaban chistes sobre el tema, algunos burdos, otros más ingeniosos. Rodak se obligó a permanecer en su sitio, sin intervenir, apretando los puños por debajo de la mesa, prometiéndose a sí mismo que, en cuanto lograra probar que aquellos hombres estaban implicados en la desaparición de su portal, les haría pagar por ello.
Pero finalmente tuvo que desistir, y decidió que había llegado la hora de marcharse, aunque fuera con las manos vacías. Por otro lado Tash, pese a que toleraba bastante bien el licor, sufría ya los efectos de una profunda borrachera.
Rodak pagó la cuenta y arrastró a Tash por las calles de la ciudad de vuelta a la posada en la que estaban alojados. La muchacha se dejó caer sobre su jergón y se quedó profundamente dormida en apenas unos instantes.
Rodak la contempló con cierta ternura. Se acostó y pensó antes de cerrar los ojos que, aunque no llegase a descubrir nada más sobre el portal desaparecido, el viaje había valido la pena solo por el hecho de estar junto a Tash.
Al día siguiente, la joven minera durmió hasta muy tarde. Además, se levantó con una terrible resaca.
—Es esa porquería que beben aquí —se quejó—. No sabe a nada y sube demasiado deprisa.
Rodak le propuso que fueran a dar un paseo por el puerto para despejarse. Pero la sola mención del agua en movimiento le producía a Tash un fuerte mareo. Decidieron salir al exterior y se sentaron en el suelo, junto a la puerta del albergue, mientras esperaban a que la chica se fuese encontrando un poco mejor.
Apenas hablaron, pero no hizo falta. Tash agradecía la presencia callada de Rodak, sus largos silencios cargados de sentido, su tranquilizadora sombra junto a ella. Dado que no sabía cómo comportarse en esos casos, no decía nada; pero al guardián no parecía importarle.
Aquella mañana, todo le daba vueltas y no estaba para pensar en ello; ahogó un gemido malhumorado y hundió el rostro en las rodillas.
Rodak le cogió la mano con ademán consolador. Tash no reaccionó, pero tampoco retiró la mano. Mientras su corazón latía con fuerza, tardó un instante en volver a levantar la cabeza para mirar a Rodak de reojo.
Pero él tenía la vista fija en la gente que pasaba por la plaza, como si aquel gesto fuera lo más natural del mundo.
Tash decidió que, en realidad, las cosas estaban perfectas exactamente así. Salvo por la resaca, claro.
Algunas personas los miraban al pasar, pero Rodak les devolvía una mirada tranquila y segura, y Tash empezó a relajarse también. Había un maese, sin embargo, que los observaba con insistencia desde el otro lado. Rodak se tensó un poco cuando el pintor se dirigió hacia ellos, con el hábito granate ondeando en torno a sus sandalias.
Ambos se quedaron estupefactos al reconocerlo.
—¡Tabit! —exclamó Tash. Retiró la mano que le sostenía Rodak—. ¿Qué haces aquí?
El estudiante parecía tan sorprendido como ellos.
—Yo podría haceros la misma pregunta —comentó.
—Lo de siempre —dijo Rodak—. Buscando a los que borraron el portal del Gremio.
Tabit dirigió una mirada a Tash, como preguntándose qué interés tendría ella en el portal del Gremio, pero no hizo ningún comentario al respecto.
—Parece que todos los caminos nos llevan al mismo sitio —comentó—, porque nosotros también hemos venido aquí siguiendo un indicio que podría conducirnos hasta… —hizo una pausa, recordando que tampoco a Rodak tenía por qué importarle si maese Belban reaparecía o no—. Es igual. El caso es que también nosotros tenemos asuntos que resolver en Belesia.
Rodak asintió, pero Tash preguntó, curiosa:
—¿Tú y quién más?
—Caliandra y yo —respondió Tabit—. Habíamos quedado en encontrarnos aquí, pero ella no ha llegado todavía —explicó, volviéndose hacia la concurrida plaza en busca de su compañera.
No tardaron en verla aparecer; su hábito granate destacaba entre la multitud. Llamaron su atención, y Cali se acercó a ellos con paso ligero. Si se sentía desconcertada ante la presencia de Tash y Rodak, no dio muestras de ello.
Sonrió ampliamente al ver a Tash y la abrazó con sincera alegría.
—¡Cuánto tiempo! —exclamó—. Ya me ha contado Tabit cómo regresaste de la mina. ¡Hay que tener mucho valor para hacer algo así!
—O mucho descaro —suspiró Tabit. Cali le restó importancia con un gesto.
—¿Y qué esperabas? ¿Que regresara caminando desde Ymenia? Y tú, Tash —añadió, volviéndose hacia ella—, te fuiste de la Academia sin despedirte.
—Tampoco tú parecías muy interesada en decir adiós —se defendió ella.
Cali sacudió la cabeza.
—Hemos tenido muchas cosas en qué pensar en los últimos días —se justificó—. Pero me alegro de volver a verte. De verdad.
Tash desvió la mirada, incómoda.
—Han llegado hasta aquí buscando a los borradores de portales —explicó Tabit a Cali; ella frunció el ceño, pensativa.
—Qué coincidencia. ¿No encontrasteis nada en Kasiba, entonces?
Rodak miró a su alrededor con gesto elocuente, y Cali comprendió sin necesidad de más palabras.
Los cuatro abandonaron la concurrida Plaza de los Portales y, buscando un lugar más discreto para compartir impresiones, llegaron hasta una pequeña playa desierta a las afueras de la ciudad.
—Yunek contactó con los borradores de portales en Kasiba —les confió entonces Rodak a los estudiantes. Cali dejó escapar una exclamación de sorpresa; Tabit no hizo ningún comentario, y el joven guardián lo miró—. Pero tú ya lo sabías, ¿verdad?
Cali se volvió hacia él, desconcertada.
—¿Lo sabías? ¿De qué estáis hablando? Yo estuve ayer con él y no me dijo nada sobre el tema.
Rodak asintió, con los ojos brillantes.
—Yunek se las arregló para localizar a la gente del Invisible y hacerles creer que quería que le pintasen un portal —explicó.
Tabit abrió la boca para intervenir, pero finalmente decidió permanecer en silencio mientras Rodak les contaba todo lo que Yunek le había relatado.
—Y por eso estamos aquí —concluyó—: para demostrar que fueron los pescadores de Belesia quienes contrataron al grupo del Invisible para borrar nuestro portal. Aunque hasta ahora no hemos tenido suerte.
Cali reflexionó un momento sobre aquella información. Después miró a Tabit.
—Entonces, ¿Yunek ya te había hablado de esto? ¿Y cuándo pensabas compartirlo conmigo? —le reprochó.
Pero Tabit negó con la cabeza.
—No, Yunek no me dijo nada de esto. Solo que había conseguido hablar con un portavoz del Invisible, pero… no me contó que vistiera el hábito de los maeses, ni que le hubiese revelado que Brot y Ruris murieron por negociar a sus espaldas la eliminación del portal de Serena. En realidad, lo único que me explicó fue… —se detuvo un momento, dudoso, preguntándose si valía la pena explicarles a sus compañeros que los motivos de Yunek no habían sido tan altruistas como ellos parecían pensar; finalmente decidió que era mejor dejar las cosas como estaban—. Es igual. El caso es que discutimos por otro asunto y supongo que por esa razón no terminó de contarme todo lo que sabía.
Los cuatro se miraron en silencio.
—Y ahora, ¿qué vais a hacer? —quiso saber Cali.
Rodak inclinó la cabeza, pensativo.
—Los belesianos se protegen unos a otros y no hablarán con un serenense sobre el robo de nuestro portal —dijo—. Pero sé de un pueblo de pescadores donde vive mucha gente de otras partes de Darusia.
—¿Te refieres a Varos? —interrumpió Tabit.
Rodak asintió.
—¿Vosotros vais allí también? —se sorprendió Tash.
—No es tan extraño. Varos tiene una ensenada orientada al este, protegida de los vientos del mar abierto, así que el clima es bastante agradable. Por eso, desde hace varias generaciones, ha sido el destino elegido por algunas familias pudientes de Esmira, Rodia y Maradia para períodos de descanso y segundas residencias. También es un sitio lo bastante apartado y tranquilo como para que nadie vaya a buscarte en mucho tiempo —añadió, dirigiendo una mirada elocuente a Caliandra.
—Pensamos que quizá podríamos encontrar allí a maese Belban —les explicó ella a Tash y a Rodak—. Ya sabéis, el profesor que ha desaparecido.
Tash se rio.
—¡No me digas que todavía andáis buscándolo!
—Pues sí —replicó Cali, algo molesta—. Por lo menos yo estoy haciendo algo importante, y sé por qué razón. Pero tú… ¿qué vas a hacer con tu vida? ¿Aún esperas encontrar trabajo en alguna mina, a estas alturas?
Tash puso mala cara, pero no respondió.
—¿Cómo vais a llegar hasta Varos? —preguntó Tabit—. El portal público a Vaia Bel os dejará en la otra punta de la isla.
—Hay barcos que pasan por allí —le recordó Rodak.
Tash se puso verde solo de pensarlo.
—Eh, eh, un momento —protestó—. ¿Qué quieres decir? ¡Me prometiste que nada de barcos!
Rodak se limitó a encogerse de hombros, como si no tuviera nada más que añadir. Tash señaló a los estudiantes con un dedo acusador.
—¡Seguro que los granates no van a ir en barco!
—Hay un portal privado —respondió Tabit, casi como excusándose—. Pero es privado y…
—Tú sabes que esa norma se puede romper —cortó Tash—. Me llevaste hasta Maradia saltando de portal en portal la noche que nos conocimos, ¿recuerdas?
Tabit suspiró.
—¿Cuántas veces he de decirte que eso fue una emergencia? ¿O es que necesitas que te recuerde por qué te saqué de aquella casa con tantas prisas?
Tash lanzó una rápida mirada a Rodak y bajó la cabeza.
—No —gruñó.
Cali observaba a Tabit con asombro.
—¿Te trajiste a Tash por los portales? ¿Desde Uskia?
—Basta ya —cortó ella—. Dejad el tema, ¿vale? Si no queda más remedio, iré en ese maldito barco.
Rodak la contemplaba con una ternura que no pasó desapercibida a nadie; incluso Tash fue consciente de ello y desvió la mirada, incómoda, sin saber cómo actuar.
—No pasa nada —le dijo con suavidad—. No tienes que acompañarme, si no quieres. Puedes esperarme aquí o volver a Serena.
Tash masculló una maldición por lo bajo, pero finalmente dijo, tratando de ignorar la sonrisilla cómplice de Cali:
—Iré contigo.
Los cuatro cruzaron juntos el portal hasta Vaia Bel, la segunda de las tres islas principales de Belesia; pero, una vez allí, tuvieron que despedirse. Tash y Rodak tomaron la empinada calle que descendía hasta el puerto, y Cali y Tabit se encaminaron a las afueras de la población, hacia una villa perteneciente al presidente del Consejo de la isla, donde, según tenían entendido, se encontraba el portal que los conduciría hasta el pueblo de Varos.
—Una vez —recordó Cali mientras aguardaban ante la verja fui a usar un portal privado y resultó que los dueños no estaban en casa— me tocó dar un rodeo por cuatro portales diferentes y caminar dos horas para poder llegar a mi destino. —Hizo una pausa, pensativa—. No me imagino cómo debe de ser tener que caminar todo el tiempo, sin la comodidad de poder usar los portales cuando los necesitamos.
—No es tan desagradable —respondió Tabit—. A veces es un engorro, claro, sobre todo cuando tienes prisa o hace mal tiempo, o no llevas el calzado adecuado y te salen ampollas en los pies. Pero tiene su encanto, ¿sabes? Y, de todas formas, hay muchos portales públicos. No es como si solo nosotros pudiésemos utilizarlos. Además, el mundo funcionaba de todas formas, mejor o peor, antes de que existiera la Academia. En el fondo, la gente es perfectamente capaz de vivir sin portales; solo que lo han olvidado.
—Pero a ti te gustan mucho los portales —observó ella—. Más allá de las ventajas de poder usarlos cuando te conviene, quiero decir.
Tabit asintió, con una sonrisa y con los ojos brillantes.
—Me encantan los portales. Me parecen fascinantes. Cómo funcionan, cómo rompen las limitaciones del espacio… incluso del tiempo. Si no hubiese más portales, sería un inconveniente para mucha gente… pero todos saldrían adelante. En cambio, yo… —suspiró—, no me imagino mi vida sin los portales. Por eso, por muy intrigado que me tenga el misterio de un asesinato cometido hace veinte años… espero sinceramente que maese Belban se haya decidido a buscar una manera de viajar a la época prebodariana para conseguir más mineral. De lo contrario…
No pudo seguir hablando, porque una criada les abrió la puerta y, al advertir el color granate de sus hábitos, los invitó a pasar.
El portal estaba situado en el recibidor de la casa, por lo que no tuvieron que molestar a sus dueños para usarlo. De la misma manera, su gemelo se localizaba en el patio delantero de una luminosa villa en lo alto de una loma, desde la que se dominaba una impresionante vista de la ensenada de Varos. Tabit y Cali franquearon la puerta de salida y descendieron por el camino que conducía al pueblo, disfrutando de la caricia del sol y la brisa marina.
—Seguro que ahora mismo Tash y Rodak siguen en el puerto, buscando un barco que los traiga hasta aquí —comentó Cali—. Y pensar que nosotros ya hemos llegado…
—Pues no perdamos el tiempo —cortó Tabit, sacando su medidor de coordenadas—, y empecemos a trabajar.
Cali asintió.
Pasaron un buen rato haciendo mediciones por la zona. Tenían dos referentes: las coordenadas del portal que acababan de atravesar, y que Tabit llevaba anotadas en su cuaderno, y las que la mujer de Vanicia les había proporcionado. Las dos series eran muy similares, por lo que Tabit estaba convencido de que el lugar que buscaban no debía de andar muy lejos.
Se detuvo un momento y contempló a Caliandra. La joven había trepado hasta un pequeño risco al borde del camino y contemplaba el paisaje desde allí, escudriñando las blancas casas que se desparramaban a sus pies por la ladera de la colina. El viento sacudía su cabello negro y su hábito de estudiante, y Tabit se sorprendió a sí mismo contemplándola con admiración.
—¡Está allí! —exclamó Cali de pronto, sobresaltándolo.
Se volvió hacia él con los ojos brillantes, y Tabit desvió la vista, sonrojado, temiendo que ella se hubiese dado cuenta de que la estaba mirando. Pero Cali estaba concentrada en su descubrimiento y no lo advirtió.
—¡Vamos, sube! —lo apremió—. Desde aquí se ve una casa que podría coincidir con las coordenadas que tenemos.
Tabit se apresuró a colocarse a su lado y a mirar donde ella señalaba; descubrió una casa vieja, probablemente abandonada, algo apartada de las demás.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que es ahí?
—Porque es muy parecida a la villa de la que venimos, pero mucho más vieja, así que sus coordenadas podrían ser similares. Salvo las lumínicas, claro, porque el portal por el que hemos venido estaba en el patio, al aire libre, y la localización que buscamos podría estar bajo techo. Un techo, por cierto, no muy estable —añadió, señalando la casa—, así que seguro que tiene grietas y goteras, y eso explicaría la abundancia de Agua y Viento, a pesar de que la Luz sea escasa.
Tabit la contempló con la boca abierta.
—No me puedo creer lo que acabas de hacer.
Cali se encogió de hombros.
—¿Es que pensabas medir cada rincón de la isla hasta que dieras con las coordenadas correctas? —bromeó; pero él no sonrió—. Oh, venga, no lo decía en serio. ¿De verdad ibas a hacer eso?
—No pensaba realizar mediciones al azar —se defendió Tabit—. Pero sí elegir el lugar de cada medición en función del resultado de la medición anterior. Ya sabes, como hacíamos en las prácticas con maese Saidon.
—Esto no es tan diferente. Solo me he limitado a saltarme el proceso intermedio.
—Pero ese proceso es importante para asegurarte de que tu conclusión final es la acertada.
—Bien, pues vayamos hasta esa casa y comprobemos si tengo razón o no —lo desafió Cali.
El camino no pasaba por la casa abandonada, por lo que tuvieron que deslizarse, con cuidado, por un terraplén que los condujo hasta la parte trasera, que parecía haber sido un pequeño huerto mucho tiempo atrás. Ahora, las plantas crecían salvajes y rodeadas de malas hierbas.
Rodearon la casa y franquearon la verja de entrada, que no encajaba bien y, por tanto, estaba abierta. Entraron con precaución en un patio solitario, similar al de la villa en la que habían aparecido, pero claramente deshabitado. La fuente estaba seca, y una capa de polvo cubría las baldosas del suelo, agrietadas y descoloridas.
Los dos jóvenes cruzaron el arco de la entrada, que carecía de puerta, y se adentraron en un salón vacío y desangelado.
—¿Hola? —llamó Cali, sobresaltando a Tabit—. ¿Hay alguien?
—¡No grites! —susurró él, alarmado.
—Tranquilo, valiente —se burló ella—. La casa está vacía, ¿no lo ves?
—No —replicó Tabit con sequedad—. Mira.
Señaló el suelo, donde se distinguía una hilera de huellas humanas sobre el polvo. Ambos cruzaron una mirada; Cali se había puesto pálida de pronto.
—¿Crees que seguirá ahí dentro? —preguntó, en voz más baja.
—Las huellas entran, pero no salen.
Los dos siguieron el rastro impreso en el polvo, esta vez con mayores precauciones. Las huellas abandonaban la estancia y subían por una escalera desconchada que había perdido el pasamanos mucho tiempo atrás. Tabit y Cali subieron los escalones, despacio, conteniendo la respiración. Una vez en el piso superior, las huellas los condujeron hasta una puerta cerrada. Tabit la abrió y los goznes emitieron un chirrido similar al maullido de un gato agónico. Cali lo apartó con impaciencia para asomarse al interior…
… Pero no había nadie. Desencantada, abrió la puerta del todo y entró en la estancia. Tabit la siguió.
Estaba claro, sin embargo, que había estado habitada hasta hacía relativamente poco. Se trataba de un cuarto abuhardillado, repleto de bultos y muebles viejos, la mayoría de ellos destrozados o podridos, o ambas cosas. Sin embargo, junto a una pared había una antigua mesa maciza que parecía haber aguantado bastante bien los rigores del tiempo. Alguien había limpiado de cualquier manera el polvo acumulado en su superficie y había depositado sobre ella una serie de objetos a todas luces mucho más modernos. Entre ellos había varios pinceles, un bote de pintura a medio terminar, un montón de papeles arrugados y un medidor de coordenadas roto. A los pies de la mesa descansaba un viejo morral. Cali se agachó para hurgar en su interior, pero se apartó inmediatamente al constatar que solo contenía una muda de ropa sucia.
—Estuvo aquí —murmuró Tabit, desconcertado—. Maese Belban estuvo aquí. Pero… ¿dónde se fue después?
Cali miró a su alrededor en busca de una nueva pista. Sus ojos se posaron sobre una de las paredes y lanzó una exclamación de sorpresa. Tabit se volvió.
—¿Qué…? —empezó, pero no pudo terminar.
Pintado sobre el muro estaba el portal más extraño que había visto jamás. Su diseño era muy sencillo: cinco círculos concéntricos, sin florituras ni adornos innecesarios. Pero no era aquello lo que más llamaba la atención, sino el hecho de que había no dos, sino tres ruedas de coordenadas en torno al portal. Y había otro aspecto extraño…
Cali abrió de pronto los postigos del único ventanuco de la habitación, y la luz incidió directamente sobre el portal.
Fue entonces cuando ambos descubrieron que no era de color granate, ni tampoco azul… sino de una extraña tonalidad violeta.
—¡Es… precioso! —exclamó Cali, extasiada.
Pero Tabit se había abalanzado hacia las coordenadas y las estudiaba con vivo interés.
—Mira, Caliandra —dijo—. La primera secuencia de coordenadas se corresponde exactamente con la lista que tenemos. Estabas en lo cierto: este es el lugar que indicaba. Y hay una duodécima coordenada. —Frunció el ceño, pensativo—. El segundo círculo de coordenadas, que indica el destino, me resulta muy familiar. También son doce… Claro, son las coordenadas de la Academia, las del portal azul del estudio de maese Belban. Exactamente las mismas, incluyendo la coordenada temporal que borró antes de irse y que conducía a la noche en que fue asesinado su ayudante. De modo que, en efecto, no está buscando la forma de llegar a la época prebodariana —comentó con desencanto.
Cali sacudió la cabeza con impaciencia.
—Olvídate de eso y céntrate en el portal, ¿quieres? ¿A qué corresponde el tercer círculo de coordenadas?
Los dedos de Tabit recorrieron los símbolos con suavidad, como si acariciara cada uno de sus trazos.
—No tengo ni idea —confesó—, pero son coordenadas muy complejas, como si estuviesen compuestas de varios símbolos fusionados. —Hizo una pausa, pensando intensamente—. Me recuerda a la nueva escala que inventó maese Belban, pero desarrollada a un nuevo nivel, no sé si me entiendes. Como si hubiese querido mezclar el espacio y el tiempo en un solo círculo de coordenadas.
Una idea prendió de pronto en la mente de Cali; la chica lanzó una exclamación y corrió a examinar el bote de pintura que había sobre la mesa.
—Eso es exactamente lo que ha hecho, Tabit —dijo, emocionada—. Mira, la pintura ya está reseca, pero se nota que mezcló bodarita roja y azul para conseguir ese tono tan sorprendente, quizá con la intención de combinar las propiedades de los dos tipos de mineral.
—¿Para viajar en el espacio y el tiempo? —Tabit negó con la cabeza—. Eso ya se puede hacer con los portales azules. Bastaría con cambiar las once primeras coordenadas de destino de un portal temporal para que te llevara a un lugar distinto de un tiempo diferente.
Cali contempló el bote de pintura, desconcertada.
—Bueno, pero parece claro que el portal funciona; tú mismo dijiste que las huellas entran en la casa, pero no vuelven a salir, por lo que maese Belban, si es que fue él, tuvo que marcharse por ahí.
—Fue él, seguro; no se me ocurre nadie más que pudiera manejar esta escala de coordenadas con tanta soltura. —Suspiró—. Pero no sé para qué puede servir un portal como este. Sé que tiene que ver con la muerte de su ayudante, pero…
—Lo que está hecho no puede cambiarse —murmuró entonces Cali.
—¿Cómo dices?
—Lo que está hecho no puede cambiarse —repitió ella—. Eso fue lo que él te dijo en el pasado, ¿verdad? Así que no importa cuántas veces regrese tratando de cambiarlo, porque no va a conseguirlo…, ya que en su momento no lo hizo. ¿Correcto?
—Sí, eso parece. Pero no veo qué…
—¿Y si, a pesar de eso, maese Belban no se hubiese dado por vencido? —prosiguió Cali—. ¿Y si estuviese buscando la manera de cambiar ese pasado… corriendo el riesgo de generar un presente y un futuro diferentes?
—Pero eso no ha sucedido, Caliandra; ya lo hemos hablado. Si fuera así, nosotros no estaríamos aquí, preguntándonos quién mató a ese estudiante, porque no habría muerto en primer lugar.
—Aquí, no, Tabit. —Cali estaba cada vez más emocionada—. Pero… ¿y si hubiese sucedido… en otra parte? ¿Y si maese Belban hubiese llegado a tiempo para evitar esa muerte y, con ello, hubiera generado un futuro diferente? ¿Y si este portal, que pretende llegar a otro espacio y otro tiempo, es el camino para llegar a la versión del presente… o del pasado… a la que él quería llegar?
—¿Una versión en la que su estudiante estuviese vivo, quieres decir? ¿O en la que él hubiese llegado a tiempo para salvarlo, o para verle la cara al asesino? —Tabit pestañeó, perplejo—. Pero… ¿es eso posible?
—Solo hay una manera de averiguarlo: atravesando el portal.
Tabit sonrió y dio un par de pasos atrás para contemplarlo en conjunto.
—Me temo que eso va a ser un poco difícil, Caliandra —dijo—, porque está sellado con una contraseña.
Los ojos de Cali repararon entonces en el trazo violeta que partía del círculo exterior del portal y se interrumpía en un espacio vacío de la pared, como invitando a ser finalizado por todo aquel que supiese cómo hacerlo. La joven buscó sobre el portal la clave en lenguaje alfabético, pero no la encontró.
—No puede ser —murmuró—. Si no tenemos la contraseña alfabética… ¿cómo vamos a traducirla a lenguaje simbólico?
Tabit se encogió de hombros.
—Quizá maese Belban lo hizo así para impedir que otros pintores de portales lo siguieran hasta el otro lado. En realidad, las contraseñas no son muy secretas porque cualquier maese o estudiante avanzado es capaz de leerlas.
—Y entonces, ¿qué se supone que hemos de hacer? ¿Adivinarla, sin más?
Tabit sonrió de nuevo, divertido ante la desesperación de su compañera y la posibilidad de devolverle la pulla:
—¿Qué problema hay? Después de todo, saltarte los pasos intermedios es tu especialidad, ¿no?
Tash se aferró con fuerza a la borda y cerró los ojos, tratando de olvidar que el horizonte se movía y que el suelo se balanceaba a sus pies. Sintió el brazo de Rodak rodeando sus hombros, pero eso no la tranquilizó. Tenía el estómago revuelto y estaba pálida y algo sudorosa.
—Quiero volver a tierra firme —suplicó—. Por favor.
—Es un velero rápido —respondió él—. No tardaremos mucho en llegar.
Tash deseó fervientemente que fuera cierto. Se recostó contra él, buscando un apoyo sólido en aquel universo bamboleante. Y lo encontró.
—Odio los barcos —murmuró ella—. Por favor, prométeme que no volveremos en barco.
Rodak no se lo prometió.
—Es normal que te marees si es tu primera vez en el mar. Pero pronto te acostumbrarás. —Le levantó el rostro con delicadeza para dirigir su mirada hacia la costa, y Tash se estremeció ante su contacto—. Mantén los ojos fijos en la línea de tierra. Te ayudará tener un punto de referencia.
Por alguna razón, Tash se volvió inmediatamente para mirarlo cuando pronunció esas palabras. Rodak, sorprendido por la intensidad de su mirada, enrojeció ligeramente. Tragó saliva y carraspeó, nervioso.
—Tash… —empezó; le falló la voz y tuvo que comenzar de nuevo—. Bueno, supongo que ya te habrás dado cuenta de que me gustas mucho —confesó por fin.
Tash no fue capaz de decir nada, pero asintió.
—Quizá no sea el mejor momento… con el mareo y todo eso… —prosiguió Rodak—. Pero… en fin, me ha parecido que tú sientes algo parecido. ¿Es… es así?
Tash volvió a asentir enérgicamente, agradeciendo que fuese él quien llevara las riendas de la conversación, porque nunca antes se había encontrado en una situación semejante, y no sabía cómo actuar. Esperó, pues, a que Rodak continuase hablando.
Pero, después de todo, el guardián siempre había sido un chico poco dado a conversaciones largas. De modo que se inclinó y la besó.
Un torrente de intensas emociones la llenó por dentro, como si toda el agua del océano hubiese invadido de golpe el pequeño bote de su alma, amenazando con hacerlo zozobrar. Tuvo miedo y se puso tensa un momento, pero enseguida se abandonó en los brazos de Rodak y dejó que él la estrechara contra su cuerpo. El muchacho la abrazó con todas sus fuerzas… y entonces se detuvo súbitamente y se apartó de ella, perplejo.
Tash lo miró sin comprender. El gesto de espanto y turbación que reflejaba su rostro la hirió profundamente, más que si él la hubiese alejado con una bofetada.
—¿Pasa… pasa algo malo?
Rodak seguía contemplándola como si la viera por primera vez.
—¿Eres… una chica? —preguntó por fin.
Tash estaba tan confundida que no fue capaz de responder.
—Eres una chica —dijo Rodak; un destello de ira cruzó por su mirada, oscureciéndola brevemente—. Y te has hecho pasar por un chico. Te has divertido mucho a mi costa, ¿verdad?
Poco a poco, Tash fue encontrando sentido a todo aquello. Y entonces llegaron la decepción… y el dolor más profundo que había experimentado jamás.
—Yo… no pretendía burlarme. Creía que tú sabías… creía que por eso…
Se sintió estúpida. Claro, ¿cómo no lo había pensado antes? Con aquellos ademanes masculinos y aquel aspecto de muchacho… ¿cómo iba a sentirse atraído hacia ella ningún chico al que le gustaran las chicas?
«A Rodak le gusto», pensó. «O le gustaba. Pero eso era porque pensaba que era un chico. Porque él prefiere a los chicos. Así que en realidad no le gusto yo. Y nunca le gustaré».
Rodak leyó en su rostro la comprensión y la desilusión que se iban apoderando de ella. Y su enfado desapareció como por encanto.
—Así que ¿no lo sabías? —tanteó—. ¿Pensabas que me había dado cuenta de que eres una chica?
Ella asintió, muerta de vergüenza. Ya no era capaz de sostenerle la mirada. Rodak empezó a intuir hasta qué punto la había herido, y sintió la necesidad de justificarse:
—¿Cómo iba a saberlo? Te comportas como un chico, hablas como un chico y hasta te refieres a ti mismo… a ti misma… —se corrigió, sacudiendo la cabeza, confundido—, bueno, lo que sea… como si fueras un chico.
Tash cerró los ojos. Las náuseas regresaban con más intensidad que antes.
—Yo… fingía que era un chico para poder trabajar en la mina —dijo con esfuerzo—. Es lo que he hecho siempre. No sé ser una chica. Pero entonces tú empezaste a tratarme de manera especial, y yo creí… pensé…
Rodak la contempló dividido entre la compasión y la perplejidad.
—Tash…
—Tashia —corrigió ella; escupió el nombre con rabia y sonó como el azote de un verdugo.
—No tenía intención de herirte. También yo estoy… —se interrumpió antes de decir «decepcionado», porque sospechaba que era lo último que su amiga necesitaba escuchar en aquellos momentos—, desconcertado. Te juro que yo creía que eras un chico… muy guapo, por cierto. Y que la atracción era mutua.
—Lo era —dijo Tash—. Y lo es, al menos por mi parte. Pero ya no puede ser, ¿verdad? —añadió, lanzándole una mirada preñada de rabia y dolor—, porque no tengo el cuerpo adecuado. Para variar.
Rodak no supo qué contestar. La atrajo hacia sí para abrazarla, pero ella lo apartó de un manotazo.
—Tash, lo siento.
Ella quiso responder «Yo también», pero no llegó a hacerlo. Le sobrevino una nueva arcada que la obligó a inclinarse sobre la borda y a echar al mar el contenido de sus tripas. Se sintió más miserable que nunca. Notó las manos de Rodak sobre los hombros, tratando de confortarla, pero su contacto le dolía y le quemaba como un atizador al rojo. Se apartó de él, temblando, mientras sentía que el pequeño barco que transportaba su corazón se hundía en las profundidades hasta tocar fondo.
—No —dijo con esfuerzo—. Déjame en paz.
Pretendió salir corriendo, pero solo logró arrastrarse penosamente por la cubierta, en precario equilibrio, hasta alcanzar la escotilla.
Rodak se preguntó si debía seguirla o, por el contrario, sería mejor que la dejase un rato a solas. Optó por esto último, no solo porque ella se lo había pedido, sino también porque, en realidad, no tenía ni idea de cómo afrontar aquella situación. Se apoyó en la borda, todavía confuso. Se tomó un tiempo para volver a repasar lo que sabía de Tash, recordándose a sí mismo que era una chica, y no el muchacho que él había creído ver en ella. Se sentía dolido y decepcionado porque, aunque era consciente de que el cariño que sentía por Tash nunca desaparecería del todo, no podría ser para él la pareja que había imaginado. Ahora que sabía que era una mujer, ya no era capaz de verla del mismo modo. Suspiró; tendría que despedirse de aquel muchacho para siempre. ¿Se había enamorado de verdad de una quimera, de algo que no existía? Y, si era así… ¿sería capaz de superarlo y de iniciar algún tipo de amistad con Tash… con Tashia?
Una parte de él aún sentía rencor hacia la chica que, involuntariamente o no, lo había engañado, haciéndole concebir falsas ilusiones. El dolor que sentía tardaría en mitigarse. Sin embargo, sospechaba que el de ella era más intenso y profundo, y también duraría más tiempo. Porque en el caso de Tash había mucho más que un desengaño amoroso. Ella seguiría enamorada de él, si es que sentía algo parecido, porque no había descubierto de repente que su sexo era otro distinto al que le había atribuido. Y por otro lado…
El joven suspiró. No olvidaría jamás la expresión de Tash al comprender que a Rodak no le gustaba ella en realidad, sino «él».
«Porque no tengo el cuerpo adecuado», había dicho la chica. «Para variar».
—Oh, Tash —murmuró Rodak, apenado. Intuía que detrás de aquellas palabras había un profundo sufrimiento que venía de lejos, de mucho antes de que los caminos de ambos se cruzaran por primera vez ante las puertas de la Academia. Rodak superaría aquella decepción. Era fuerte, y no era aquella la primera vez que se enfrentaba al rechazo o al desengaño. Pero a Tash le costaría mucho tiempo sacudirse de encima la idea de que ella «no tenía el cuerpo adecuado». Significara lo que significase aquello.
Rodak decidió que debía hablar con la muchacha. Ofrecerle su apoyo y su amistad incondicional. A medida que se iba haciendo a la idea de que «él» era en realidad «ella», la atracción que había sentido se desvanecía lentamente, como la neblina matinal bajo los rayos del sol. Pero el cariño seguía ahí, inquebrantable como una roca. Y Rodak estaba dispuesto a entregárselo a Tash, si ella quería aceptarlo.
Se separó de la borda con intención de seguirla hasta la bodega, pero entonces una voz llamó su atención.
—… los encontremos. Si llegamos tarde, Redkil, te juro que te arrepentirás de haberme impedido cruzar ese portal.
Rodak se detuvo y se volvió, buscando el origen de la voz.
Eran dos las personas que hablaban, y estaban asomadas a la proa, como si el hecho de contemplar el horizonte con aire de aves rapaces los acercase más deprisa a su destino. Uno de ellos, un individuo no muy alto, de aspecto ladino y gestos nerviosos, que llevaba ropas oscuras y el pelo castaño recogido en la nuca, trataba de calmar al otro, un joven que vestía de granate. Rodak dedujo, por el peinado y el tipo de hábito que llevaba, que no era un maese, sino un estudiante. Le sorprendió verlo en el mismo barco en el que iban él y Tash. Pensó que podría ser una coincidencia pero, por si acaso, se ocultó tras el mástil, tratando de pasar desapercibido, y escuchó con atención.
El tipo nervioso, al que el estudiante había llamado Redkil, respondió algo a su compañero que Rodak no llegó a captar. El muchacho replicó con impaciencia:
—¡No me importa cuáles fueran las instrucciones! Me juego mucho en esto, y lo sabes.
De nuevo, Redkil contestó y Rodak se quedó sin saber qué había dicho. Hablaba a media voz, consciente quizá de que podrían estar escuchándolo. En un momento dado echó un fugaz vistazo atrás, y el guardián vio que tenía la nariz torcida y unos ojos grises y desconfiados que, por fortuna, no llegaron a descubrirlo.
Por su parte, el estudiante estaba demasiado alterado como para tomar precauciones.
—¡Pero este barco es demasiado lento! —se quejó—. Si no tuviera que cargar contigo, habría cruzado el portal y ya estaríamos allí. ¡Capitán! —llamó, volviéndose hacia el belesiano que estaba al timón—. ¿Cuánto falta para llegar?
—Media hora menos que hace media hora —respondió el marino, imperturbable.
El estudiante gruñó por lo bajo, pero pareció conformarse con aquella contestación. Rodak aprovechó para observarlo atentamente. No lo conocía, ni recordaba haberlo visto en sus breves visitas a la Academia. Se relajó un tanto. Tal vez no tuviese nada que ver con el Invisible y se tratase de una coincidencia, después de todo. «Si nos estuviese siguiendo», reflexionó, «sabría que estamos en este barco y se mostraría más discreto. ¿O no?», se preguntó, recordando las imprudencias que había cometido el misterioso encapuchado que había hablado con Yunek en Kasiba. Reparó entonces en el hecho de que él mismo no llevaba su uniforme de guardián. Lo había decidido así para pasar desapercibido en Belesia, pero existía la posibilidad de que, debido a ello, los dos pasajeros impacientes no lo hubiesen reconocido.
Los observó con discreción durante el resto del trayecto, pero ellos no volvieron a levantar la voz, ni llegó a descubrir nada más acerca de su identidad o el motivo de su viaje.
Cuando por fin el barco atracó en el puerto de Varos, Rodak pensó en ir a buscar a Tash a la bodega, pero temía perder de vista al estudiante y su compañero. Sin embargo, Tash decidió por él: salió al exterior, pálida y con un aspecto entre fiero y desvalido que a Rodak le pareció muy tierno. «Es una chica», se recordó a sí mismo.
Y era su amiga, de modo que acudió a su encuentro para ver si necesitaba ayuda.
—Estoy bien —dijo ella de mal talante—. Y estaré mejor en cuanto ponga los pies en un suelo que no se mueva.
Rodak se encogió de hombros, pero permaneció a su lado, dejando su brazo cerca por si ella necesitaba de su apoyo en algún momento.
Se encontraron con los otros dos pasajeros junto a la borda. Rodak miró hacia otro lado, tratando de que no se fijasen en él. Tash, por su parte, palideció aún más al ver la tabla por la que tenía que descender hasta el muelle. El estudiante y su compañero aprovecharon su vacilación para tomarle la delantera y bajar ellos en primer lugar.
—Date prisa, Redkil —lo apremió el joven—. Si aún tenemos que reunirnos con los demás, puede que no lleguemos a tiempo.
Rodak le dio vueltas a aquellas palabras, preguntándose qué significarían. Se dio cuenta entonces de que Tash se había quedado quieta junto a la borda, y la cogió suavemente del brazo.
—¿Estás bien? Si necesitas ayuda…
Pero ella negó con la cabeza y lo miró con los ojos muy abiertos.
—¡Es ese granate! —susurró—. Lo conozco. Estuvo en Ymenia, en la mina.
Se puso de puntillas para tratar de distinguir su rostro, pero el joven ya se alejaba por el muelle con su compañero, dándoles la espalda.
—Es el que vino por la noche y tenía tratos con el capataz —prosiguió Tash en voz baja, cada vez más excitada—. No le vi la cara, pero juraría que era él. Reconozco su voz.
Rodak frunció el ceño y contempló a los dos misteriosos pasajeros, que se dirigían hacia el pueblo, aparentemente ajenos a los dos muchachos que los observaban desde el barco. Estaba claro que su presencia en Varos no era una coincidencia.
Pero no los estaban buscando a ellos, comprendió Rodak de pronto.
—Van siguiendo a Tabit y a Caliandra —dijo—. Tenemos que avisarlos antes de que los encuentren.
—Vamos, piensa —la apremió Tabit—. Si maese Belban quisiera que tú atravesaras ese portal, no habría puesto una contraseña que no fueras capaz de descubrir por ti misma.
Pero Cali sacudió la cabeza, desesperada.
—¡Ya he probado todo lo que se me ha ocurrido! Pero ¿y si la contraseña es un dato que nosotros no conocemos, pero que maese Belban cree que deberíamos saber? Por ejemplo, los nombres de su hermana o de su antiguo ayudante.
Tabit reflexionó sobre aquella posibilidad.
—Podemos intentar averiguar ambas cosas —dijo—. Pero perderíamos mucho tiempo y, si nosotros somos capaces de encontrar esos datos, cualquiera podría. No, Caliandra; tiene que ser algo que solamente sepas tú. Piensa en las cosas de las que habéis hablado, en todo lo que has aprendido como ayudante de maese Belban…
—Pues, en realidad, no he aprendido gran cosa —replicó ella, de mal humor—, porque solo llegamos a reunirnos dos veces antes de que decidiera largarse sin decir nada a nadie.
—Entonces tiene que ser algo que surgiera en una de esas dos reuniones. Como lo que le dijiste a su hermana en Vanicia.
Cali suspiró.
—¿«No hay fronteras»? Ya lo he intentado con eso. Y no se me ocurre nada más.
Llevaban toda la mañana así. Tabit había rascado los restos de la pintura reseca del bote hasta conseguir un poco de polvo de bodarita de aquel extraño color violeta. Ambos esperaban que hubiera suficiente para escribir en la tabla varias contraseñas hasta dar con la buena, pero hasta el momento no habían tenido suerte.
Tabit se puso en pie.
—¡Qué tarde es! —dijo—. Tendríamos que ir al pueblo a ver si Tash y Rodak han conseguido llegar ya.
—Vete tú —respondió Cali—. Yo me quedaré aquí, dándole vueltas a esta condenada contraseña.
Tabit la miró fijamente.
—Caliandra, prométeme que, si logras abrir ese portal, no te marcharás sin mí.
—Lo prometo —suspiró ella—. Pero no te preocupes; no creo que llegue a abrirlo de ninguna manera, así que…
—Si alguien puede llegar a alguna conclusión con los pocos datos que tenemos, esa eres tú, no me cabe duda.
La joven le dirigió una cálida sonrisa.
—Gracias por tu confianza, pero creo que me sobrevaloras.
—Ya lo veremos —replicó él antes de salir por la puerta.
Dejó, pues, a Caliandra sola con aquel nuevo enigma y descendió por la ladera hasta las afueras del pueblo. Desde lo alto de la colina había visto que acababa de arribar a puerto un barco, bastante más grande que los pesqueros que faenaban por los alrededores; se apresuró hacia allí con la esperanza de que sus amigos hubiesen llegado en él.
Mientras caminaba por las calles empedradas de la villa, alguien lo llamó desde una esquina. Tabit se volvió, intrigado. Se le iluminó la cara al ver allí a Tash y Rodak, y se reunió con ellos. Sin embargo, antes de que pudiera saludarlos siquiera, el guardián tiró de él con urgencia hasta conducirlo a un rincón apartado.
—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Tabit, molesto, sacudiéndoselo de encima.
—Los traficantes de bodarita os están buscando —respondió Rodak.
Tabit lo miró sin comprender.
—¿Cómo…?
—Venían con nosotros en el barco —explicó Tash—. El granate que estaba conchabado con el capataz de la mina. Te lo conté, ¿recuerdas? Era él, seguro. Y está aquí, en el pueblo.
A Tabit le daba vueltas la cabeza.
—¿Y no puede ser una coincidencia?
Rodak sacudió la cabeza.
—Sería demasiada casualidad. Os han seguido hasta aquí, Tabit. No sé qué pretenden, pero no será nada bueno.
—No, no puede ser —replicó Tabit—. Nadie nos siguió desde la Academia. El patio de portales estaba desierto cuando crucé, y estoy seguro de que Caliandra tomó iguales precauciones. No comentamos con nadie que veníamos a Belesia; no podían saberlo.
—Bueno, Tabit, pues lo saben —dijo Tash con impaciencia—. En el barco había solo dos tipos, pero dijeron que iban a reunirse con más gente.
—Y eso significa que os estaban esperando —dijo Rodak—. Así que quizá no les hizo falta seguiros, porque ya sabían hacia dónde veníais.
Tabit seguía negando con la cabeza.
—Te digo que eso es imposible, Rodak. No hemos hablado de esto con nadie.
—¿Seguro? Porque la persona que iba en el barco era un estudiante, como tú.
Tabit abrió la boca para repetir que aquello no podía ser cuando, de pronto, una idea cruzó por su mente.
Zaut, pensó. Zaut estaba en el estudio cuando él y Cali habían discutido, y ella había sugerido que las coordenadas podían corresponder a una de las islas de Belesia. Pero no podía ser. De todos los estudiantes de la Academia, Zaut era, quizá…
Volvió a la realidad al sentir que Tash lo zarandeaba con urgencia.
—¡No te quedes ahí pasmado! Tienes que irte antes de que te encuentren. Y quitarte esa ropa de granate. Llamas demasiado la atención.
Tabit parpadeó y trató de centrarse.
—No, espera, no podemos irnos. He dejado a Caliandra sola junto al portal.
—¿Qué portal?
—Os lo explicaré por el camino. ¡Seguidme, deprisa!
—¡Por fin! —resopló Tash.
Encontraron a Cali exactamente donde Tabit la había dejado, aún desconcertada ante el portal violeta.
—Esto es inútil, Tabit —se quejó en cuanto lo vio aparecer por la puerta—. He probado un par de veces más, pero no he dado con la contraseña correcta. Y solo queda…
—Olvídate de eso —cortó él—. Tenemos que irnos de aquí ahora mismo.
—¿Por qué…? ¡Tash! ¡Rodak! —exclamó Cali al verlos aparecer tras el estudiante—. Pero ¿a qué vienen esas caras?
—¡Nos han seguido! La gente del Invisible, los traficantes de bodarita, el Consejo de la Academia, no sé quién está detrás de esto en realidad; pero están aquí y, como afirma Rodak, no puede ser casual.
Ella sacudió la cabeza con incredulidad.
—Pero tiene que serlo, Tabit. Tomamos muchas precauciones antes de venir aquí. Nadie sabía…
—Zaut lo sabía —interrumpió él—. Sabía que veníamos a Belesia, porque nos oyó discutir sobre la serie de coordenadas.
Cali seguía negando con la cabeza.
—Aun así, Tabit, yo dije que las coordenadas correspondían a la isla más pequeña, ¿recuerdas? Zaut no tenía manera de saber que vendríamos aquí, salvo que tuviese una copia de la lista original. Y tú no se la has enseñado a nadie, ¿verdad que no?
—Dejad de discutir por tonterías —cortó Tash, impaciente—. Yo conozco a ese tal Zaut de cuando estuve en la Academia y os puedo decir que el tipo del barco no era él.
Tabit respiró hondo mientras lo inundaba una oleada de alivio. Sin embargo, no por ello dejó de comprobar que su cuaderno de notas seguía en su zurrón.
—Mi lista no la ha visto nadie más que yo —dijo—. Pero el papel original te lo llevaste tú, Caliandra. ¿Se lo mostraste a alguien?
Cali frunció el ceño, tratando de recordar.
—Sí —dijo de pronto—. Se lo enseñé a Yunek ayer por la tarde, cuando salimos juntos a dar un paseo. Pero eso no tiene la menor importancia, porque Yunek no sabe leer, y mucho menos descifrar las coordenadas de nuestro lenguaje simbólico.
Sonrió, pero Tabit la miraba fijamente, con expresión severa.
—¿Le enseñaste la lista de coordenadas a Yunek? ¿Y qué más le contaste?
Cali le devolvió una mirada desconcertada.
—Tabit, ¿qué te pasa? Yunek está de nuestro lado, ¿recuerdas? Nos estaba ayudando a seguir la pista de los traficantes de bodarita… antes de que se marchara de regreso a Uskia.
Tabit sacudió la cabeza, consternado.
—No, Caliandra. Yo… no sé si realmente Yunek estaba de nuestra parte.
No pudo seguir hablando, porque el gesto de temor e incomprensión que se apoderó del rostro de Caliandra le resultaba insoportable. La joven se llevó la mano al bolsillo del hábito en busca de la lista de coordenadas que le había entregado la mujer de Vanicia… pero no la encontró.
—Caliandra, lo siento —fue todo lo que pudo decirle Tabit.
—No —replicó ella—. Es una coincidencia, ¿de acuerdo? Todo esto no es más que una maldita y estúpida coincidencia. Se me habrá caído, o la habré perdido…
—Granates —los llamó Tash desde la ventana—. ¿Se supone que ese Yunek del que estáis hablando debería estar ahora mismo de camino a Uskia? Porque, o tiene muy mal sentido de la orientación, o esto no tiene nada de coincidencia.
Cali se precipitó hacia la ventana y apartó a Tash para asomarse al exterior.
Por la ladera subían cuatro hombres y una mujer. Con ellos iba Yunek, y Cali comprendió, de pronto, el alcance de su traición. Se sintió herida y furiosa consigo misma por haber vuelto a confiar en alguien… por haberse dejado engañar de nuevo por tiernas sonrisas y bellas palabras. Contempló la figura del joven campesino, casi sin verlo. Pero le dolía tanto que tuvo que apartar la mirada. Procurando no pensar en ello, se fijó en sus acompañantes.
Uno de ellos era un estudiante de la Academia, pero llevaba calada la capucha de su capa, a pesar del calor, y Cali no fue capaz de descubrir quién era. La mujer y dos de los hombres tenían aspecto de ser marineros, quizá piratas, comprendió Cali de pronto al detectar las armas que pendían de sus cintos. El cuarto hombre, por el contrario, parecía una rata de ciudad, la clase de individuo que uno podría encontrarse en un callejón oscuro de un barrio poco recomendable. Tenía la nariz torcida y una corta perilla bajo el labio inferior, y se movía con gestos rápidos y decididos.
En cualquier caso, eran gente peligrosa. Estaban armados, y los superaban en número.
—Esos dos iban en el barco —murmuró Tash—. El granate y el tipo de la barba, un tal Redkil. A los otros tres no los he visto nunca.
Cali y Tash se retiraron de la ventana y se volvieron hacia el interior de la habitación para informar a sus compañeros.
—Esto no tiene buena pinta —dijo Tash—. Son seis, y no parecen amistosos… ya me entendéis.
Tabit miró a Cali, que desvió la vista y murmuró:
—Sí, Yunek va con ellos.
Tabit sacudió la cabeza con un suspiro pesaroso. Cali alzó la mirada hacia él, profundamente abatida.
—Tabit, ¿por qué…?
—Ya hablaremos de eso más tarde —cortó él—. Ahora tenemos que salir de aquí, como sea.
Echó un vistazo calculador a la ventana, pero era demasiado pequeña. Tal vez Tash lograra escapar por ella, pero ni siquiera estaba del todo seguro de eso.
—¿Esta casa no tiene puerta trasera? —intervino Rodak.
—No; y ya no tenemos tiempo de salir por la principal. Nuestra única opción es conseguir que se abra este portal y escapar por él…, a dondequiera que nos lleve.
Tash lanzó una mirada desconfiada al portal violeta, pero no dijo nada. Rodak asintió, y se dio la vuelta para salir de la habitación. Tabit se volvió hacia Cali.
—Intentaremos entretenerlos todo lo que podamos. Tú trata de abrir el portal, ¿de acuerdo?
Cali negó con la cabeza.
—Tabit, no sé si…
Él le puso las manos sobre los hombros y la miró a los ojos.
—Caliandra, tú puedes. Nunca has dejado que nada te detenga, y no vas a hacerlo ahora.
Ella le devolvió la mirada. Tabit sonrió. Cali sonrió a su vez y asintió.
Tabit le dio un golpecito amistoso en la espalda y se reunió con Tash y Rodak fuera de la habitación. Cuando llegaron a la escalera descubrieron que Yunek y los demás ya habían entrado en la casa, y se disponían a subir al piso superior.
—¡Quietos ahí! —exclamó Tabit, fingiendo un valor que estaba muy lejos de sentir—. ¿Quiénes sois, y por qué habéis entrado aquí?
—Acabemos ya con esto, Tabit —dijo entonces el estudiante con aire aburrido—. No tenéis ninguna posibilidad, y lo sabes.
—Tú no sabes cuántos somos nosotros —replicó él—. Porque pensabas que nos encontrarías a Caliandra y a mí solos, ¿verdad? —añadió, colocando una mano sobre el brazo de Rodak, consciente de que la envergadura del joven guardián intimidaba a muchos adultos.
Le pareció que el estudiante vacilaba.
—Es un farol —dijo Redkil.
Los piratas avanzaron hacia el pie de la escalera, con las armas preparadas. Yunek, sin embargo, se quedó atrás, incómodo, incapaz de sostener la mirada a Tabit y sus amigos.
—Yunek —dijo entonces Rodak, con suavidad—. ¿Qué se supone que haces aquí?
Él sacudió la cabeza.
—No lo entenderías, Rodak. Lo siento; no es nada personal.
—¡Nos has vendido, sucio traidor! —estalló Tash.
—¡No os he vendido! —replicó él con desesperación—. ¡Me prometieron que no os harían ningún daño!
—Esa es nuestra intención, sí —dijo el estudiante—. Pero, claro, todo depende de cómo se desarrollen los acontecimientos, ¿no es así? Hagámoslo por las buenas: ¿dónde está maese Belban?
—No está aquí —respondió Tabit—. ¿Por qué lo buscas? ¿Acaso quieres que dirija tu proyecto final?
El estudiante rio suavemente.
—¿Ese viejo loco? Ni por asomo.
Tabit oyó entonces una exclamación de espanto tras él. Al darse la vuelta, descubrió a Cali, que espiaba la escena por encima del hombro de Tash.
—Caliandra… —empezó Tabit, tratando de alejarla de allí.
Pero los ojos de Cali no estaban fijos en Yunek, a quien evitaban deliberadamente… sino en el estudiante al que acompañaba.
—Kelan —susurró—. ¿Así que tú eres el Invisible?
El joven se rio. Se retiró la capucha, descubriendo bajo ella al líder del grupo de Restauración de la Academia.
—¿A que no te lo esperabas? Hay muchas cosas que no sabes de mí, Cal.
Ella desvió la mirada, mordiéndose los labios con rabia.
—Es evidente que no —murmuró.
—En cambio, podría decirse que tú no tienes secretos para mí —prosiguió él—. ¿Verdad?
La recorrió con la mirada, de la cabeza a los pies, de un modo que hizo que ella se sonrojase violentamente. Tabit sintió ganas de estrangularlo, y le pareció que Yunek reaccionaba de manera similar.
Pero nadie se movió. Cali se repuso enseguida y le dedicó a Kelan una mueca de desdén.
—¿Nunca te vas a cansar de este juego? —le preguntó, hastiada—. ¿Hasta cuándo vas a seguir intentando llamar mi atención de un modo tan patético?
Kelan se irguió, herido en su orgullo.
—¿Crees que todo esto lo hago por ti, niña vanidosa? Está claro que tienes un alto concepto de ti misma. ¿Creías también, acaso, que tu adorado campesino te rondaba por tus bonitos ojos y tu gran inteligencia?
Yunek se puso tenso.
—A mí no me metas en esto, pintapuertas —le espetó, de mal humor—. Comprobemos de una vez si ese maese tuyo está ahí arriba. Si no, aquí no se nos ha perdido nada.
Pero Kelan negó con la cabeza.
—Las cosas no son tan fáciles, uskiano. Lo habrían sido si Brot se hubiese encargado del trabajo sucio. Pero, como él ya no está y yo me he visto obligado a revelar mi identidad… me temo que no voy a poder dejaros marchar a ninguno. A ti sí, tal vez —añadió, pensativo—, si te marchas a tu granja, mantienes la boca bien cerrada y no vuelves a salir de allí nunca más.
—No me iré sin mi portal —replicó él.
Kelan dejó escapar un suspiro.
—Ah, sí, tu portal. Sí, recuerdo nuestro trato. Pero aún no hemos encontrado a maese Belban, ¿verdad?
—¡Ese no era nuestro trato! —protestó Yunek.
Tash los observaba, sin poder creer lo que veían sus ojos. Se volvió hacia Cali.
—¿Saliste con ese tipo? ¿Y con el otro también? Serás muy lista, pero no tienes muy buen olfato para los hombres, ¿eh?
Cali no le replicó. Tabit la miró de reojo, todavía sin saber cómo actuar. Tampoco es que hubiese nada que pudiesen hacer, en realidad. Sus contrarios los superaban en número y estaban armados. Y Kelan había insinuado que no tenía intención de dejarlos marchar con vida.
Sin embargo, en aquel momento, Tabit solo podía pensar en Cali. Había algo de lo que había dicho Tash que rondaba su mente una y otra vez, como un insecto molesto.
Olfato… olfato… Perspicacia… Percepción…
Y la luz se hizo en su mente como un relámpago en una noche sin luna. Se puso de puntillas y susurró al oído de Rodak:
—Entretenlos todo lo que puedas. Yo voy a abrir ese portal.
Rodak asintió. Mientras Yunek y Kelan seguían discutiendo los términos de su acuerdo, Tabit se deslizó por detrás de sus amigos hasta el interior de la habitación.
Pero uno de los sicarios lo notó.
—¡Eh, el pintapuertas se escapa!
Kelan se detuvo un momento, desconcertado. Y entonces Rodak lanzó un salvaje grito de guerra y se precipitó escaleras abajo. Tras un breve instante de duda, las chicas lo siguieron.
—¡Id a por el guardián y olvidaos de…! —empezó a decir Kelan; pero Yunek se lanzó sobre él por la espalda y lo derribó al suelo.
Se inició una lucha confusa, algo más equilibrada ahora que Yunek se había vuelto contra Kelan y los suyos. Rodak peleaba a puñetazos, arriesgándose a ser herido por las dagas de sus enemigos; Cali había arrancado una pata a una silla desvencijada y la utilizaba como garrote, manteniendo a los matones a cierta distancia de ella.
Pero era Tash quien tenía ventaja, porque, como solía sucederle, sus contrarios la habían subestimado. Aunque parecía pequeña y enclenque, peleaba con fiera saña, y los largos años de duro trabajo en la mina la habían dotado de músculos de acero.
Sin embargo, todos eran conscientes de que no aguantarían mucho más. Tash y Cali no se habían detenido a pensar si se trataba de un último gesto valiente y desesperado o si realmente esperaban salvar sus vidas en aquella pelea. Rodak era el único que sabía que existía una ínfima posibilidad… si Tabit, en el piso de arriba, lograba abrir el portal. Solo tenían que aguantar un poco más…
De pronto sintió un dolor agudo y ardiente en su vientre, y lanzó un gemido de dolor. Se sacudió de encima al hombre que lo había apuñalado y miró a su alrededor justo a tiempo para ver que golpeaban a Tash con una tranca, dejándola inconsciente sobre el sucio suelo.
Rodak lo veía todo rojo; bramó como un toro furioso, se cargó a Tash al hombro y se arrastró hacia el piso superior. Por el camino arrojó escaleras abajo a la mujer pirata, que lo había seguido, y gritó:
—¡Arriba, Caliandra!
Ella gritó de dolor cuando trató de abrirse paso y una de las dagas cortó profundamente su antebrazo derecho. Pero se las arregló para seguir a Rodak y a Tash, sin detenerse a pensar en lo que hacía, sujetándose con la otra mano la herida sangrante.
—¡Cogedlos! —aulló Kelan.
Yunek quedó en el suelo, herido y magullado tras la escaramuza. A pesar de eso, sonrió al verlos marchar.
—Corre, Cali —susurró.
En la buhardilla, Tabit había rascado frenéticamente el bote de pintura para extraer de él hasta la mínima partícula de polvo de bodarita. Después se untó los dedos en él y, tras detenerse ante la tabla de la contraseña, respiró profundamente, tratando de pensar.
¿Qué era lo que Cali tenía que ningún otro estudiante podía igualar? Maese Belban había sido muy claro al respecto, y Tabit no había olvidado la breve conversación que ambos habían mantenido ante el despacho del rector, a pesar de que parecían haber transcurrido siglos desde entonces.
«Intuición», había dicho él.
Eso era exactamente lo que se necesitaba para abrir el portal.
Tabit reflexionó, intentando recordar cómo se expresaba aquel concepto en el lenguaje simbólico de la Academia. Al ser un término abstracto, el signo correspondiente sería complejo y enrevesado. Cerró los ojos y lo visualizó en su mente. Por fortuna, en su momento había memorizado de principio a fin todos los diccionarios hasta el quinto nivel, que era el más elevado. Respiró hondo y comenzó a trazarlo en la tabla, deseando tener suficiente tiempo y polvo de bodarita para escribirlo hasta el final.
Cuando ya estaba terminando, entraron a la carrera Cali y Rodak; este último arrastraba tras de sí a Tash, que avanzaba a trompicones tras él, pálida y desorientada, como si no supiera dónde se encontraba.
Tabit no les prestó atención. Siguió con la vista clavada en lo que estaba haciendo, porque el signo que estaba dibujando no se veía reflejado en la tabla, y si apartaba la mirada, aunque solo fuera un momento, podría trazarlo mal.
Finalmente perfiló la última espiral y, de pronto, el símbolo correspondiente a la palabra «Intuición» se iluminó un instante, con un suave resplandor violeta, y volvió a apagarse de inmediato.
Y el portal se activó.
Cali lo contempló maravillada.
—¡Lo has conseguido, Tabit!
Él no las tenía todas consigo. Echó el enésimo vistazo a la ventana, solo para constatar, como todas las veces anteriores, que era demasiado pequeña para que pasaran por ahí. Por la escalera se oían las voces y los pasos de Kelan y los suyos, por lo que aquella era la única vía de escape que les quedaba.
Tabit y Cali cruzaron una mirada. Ella asintió, y cruzó el portal violeta sin mirar atrás, sujetándose el brazo sangrante. Rodak la siguió, arrastrando consigo a Tash.
Tabit dudó solo un instante. Cogió su zurrón y, justo en el momento en que la puerta volvía a abrirse con violencia, atravesó el portal violeta, un instante antes de que este se apagara de nuevo.
Aún llegó a oír, antes de que aquel retortijón tan familiar se apoderara de su cuerpo, el grito de frustración de su compañero de estudios.