—¿Y ahora qué vas a hacer? —una vez dejó a los niños en la habitación, Noah corrió a por Adam. Veía cómo abría la robusta y metálica compuerta del sótano. Aquella puerta no quedaba bien en una casa con niños, pensó Noah. De hecho, la casa en sí, demasiado fría, demasiado tecnológica, no cuadraba en un hogar con pequeños. Era un hogar espectacular, eso sí. La casa se mezclaba con la naturaleza a la perfección y tenía grandes ventanales completos, del techo al suelo, que iluminaban el interior como si el bosque y sus olores también estuvieran dentro de ella, pero faltaba algo. Un toque de calor. Puede que menos orden, menos frialdad, sobre todo para un hogar con pequeños revoloteando por doquier. Noah pensaba que la casa de uno es el reflejo de su interior, de su alma. Adam, por lo que parecía, estaba helado.
—Voy a verla.
—¿Por qué no la dejas tranquila?
—Voy a verla porque quiero estar tranquilo, porque necesito paz mental. Necesito que pase el tiempo lo más rápido posible, ¿entiendes? Tengo que dejar de pensar en Ruth, y en las pocas horas que quedan para que se cumpla la profecía.
—No lo entiendo —repuso Noah—. No puede salir de ahí, tío.
—Quiero que se duerma y que no despierte hasta mañana —explicó abatido—. Es el mejor modo de romper la profecía.
Noah pudo percibir el cansancio en el rostro de su amigo. Adam estaba realmente cansado en cuerpo y mente. Ruth no le dejaba vivir, lo tenía completamente extenuado.
—Mañana descubrirás la verdad, Adam —afirmó Noah solemne—. No hagas nada de lo que luego te arrepientas.
—No voy a hacer nada, Noah. Yo también necesito dormir tranquilo. Lo necesito de verdad. —Se pasó la mano por su cabeza rapada—. Quiero que todo esto pase rápidamente.
—¿Qué le vas a dar? —preguntó preocupado.
—Un somnífero.
—¿Ya has controlado las cantidades?
—No la voy a matar. No ahora —puntualizó cuando la puerta se abrió—. Le daré la pastilla y simplemente caerá en un sueño profundo. Mañana todo esto sólo habrá sido una pesadilla, y yo, por fin, podré respirar tranquilo. Cuando me asegure de que está dormida, yo me tomaré otra. El efecto es inmediato.
—¿Estás enganchado a las pastillas? —Lo entendería perfectamente si así fuera. Nadie debería acarrear tanto peso sobre sus hombros.
—No, joder. Sólo me las tomé después de lo de Sonja.
Noah asintió.
—Me quedaré aquí hasta mañana. No voy a dejarte solo.
—No hace falta.
—Ni hablar. —Le puso la mano sobre el hombro y le dio un apretón amistoso—. No tienes que pasar por esto tú solo, Adam. Eres mi amigo, mi hermano. Soportas demasiada presión. Tienes a Caleb, a As y a Aileen soplándote la nuca. Necesitas un apoyo y mis hombros son fuertes, chaval. El clan te necesita.
—Ya. Gracias —sonrió intentando sentir un agradecimiento que no latía en su interior. A lo mejor realmente estaba vacío por dentro.
—Mira, tío, descansa, haz lo que tengas que hacer. Yo me haré cargo de Nora y Liam.
Adam lo miró por encima del hombro. Su amigo del alma nunca le fallaría.
—Tu nunca abandonarías a los mocosos si yo faltara, ¿verdad?
—Nunca. También son mis sobrinos. No de sangre, pero sí de corazón.
—Bien. Me dejas más tranquilo. Ve con ellos, por favor.
—Bien.
Adam cerró la compuerta y se internó en el sótano.
Era inaguantable sentirse tan desamparada. Las cadenas de los pies impedían que moviera las piernas, y la cuerda de las muñecas le rozaba la piel provocándole molestas quemaduras.
Tenía sed y hambre. Tenía frío y miedo. Sentía rabia y dolor.
Adam la había vilipendiado de un modo horrible. La había sobado como si ella fuera una furcia, una cualquiera, y lo peor es que él creía que lo era. Todo por las mentiras de los dos berserkers. Todo por su culpa. Por haber querido pasárselo bien y tontear.
Una vez, en un nanomomento, deseó poner celoso a Adam, y se contoneó con Julius. Quería llamar su atención y eligió mal. Lo hizo delante de sus narices. A propósito. Y eso había alimentado todo lo que supuestamente vino después.
Estirada como estaba en ese cuchitril, y sabiendo lo que él temía que ella hiciera, su mente sólo pensaba en todas las palabras malsonantes que él le había dirigido. Por un momento horrible, pensó que iba a violarla. Se sintió dolida y asustada por aquel trato vejatorio. Siempre había creído que Adam era un tipo duro y agresivo, pero jamás pensó que trataría tan mal a una mujer. A no ser que esa mujer intentara matarlo.
Por el amor de Dios, Adam creía que ella lo iba a matar. Su vida había dado un vuelco de ciento ochenta grados.
—Muy bien. Deja de pensar ahora mismo y concéntrate.
Ruth levantó la cabeza y miró a su alrededor. Esa voz era de Sonja. Asombrada descubrió que ya no tenía miedo ni temblaba al oír voces. «Debe de ser mi conmoción», pensó.
—Ruth, no estás en shock. Ya no. Eres una chica fuerte, y ahora tienes que aprender a vernos.
—¿A veros? ¿Cómo? —preguntó incrédula.
—Relájate. Céntrate en tu respiración. Inhala. Exhala. Siente cómo el aire te toca la nariz, y se desliza por tus pulmones. Muy bien. Así. Sigue el movimiento de tu abdomen. ¡Hazlo!
—¡No me grites! —contestó histérica mientras intentaba respirar como indicaba Sonja.
—Perdona. Hay prisa, Ruth. Está pasando algo horrible.
Claro que pasaba algo horrible. Adam iba a matarla. O iba a entregarla al clan.
—Las cosas pueden cambiar si me haces caso, Ruth. Ahora abre los ojos.
Ruth abrió sus ojos dorados y descubrió a una chica de pelo rubio y ondulado que la miraba con una sonrisa dulce en los labios. Estaba de pie ante ella, mirándola directamente a la cara. Era un fantasma. Un fantasma de los de toda la vida. Un ente translúcido, luminoso y etéreo.
—¿Sonja? —preguntó aterrorizada y fascinada a la vez.
—Sí.
—Te estoy viendo —su voz temblorosa se tiñó de asombro.
La mujer que tenía en frente no debía tener más de treinta años. Llevaba un vestido lila oscuro, el pelo rubio recogido en una diadema trenzada del mismo color, y unos ojos negros igual de fascinantes que los de su secuestrador. Era muy guapa. Delicada y elegante como podría serlo unos de esos fantasmas que dicen que residen en los castillos medievales.
—Hola, Ruth. Por fin me dejas contactar contigo.
—Ya, bueno. Esto no es fácil, que lo sepas.
—Te entiendo —asintió Sonja—, pero prueba a estar muerta de verdad —sonrió con tristeza—. Tampoco es agradable.
—Me lo puedo imaginar.
Ambas se midieron con la mirada.
—¿Me vas a sacar de aquí? ¿Puedes liberarme? Adam me matará si no lo haces —balbuceó—. Cree que yo lo voy a asesinar, pero soy incapaz de hacerlo. Es absurdo. Yo no sé cómo he llegado hasta aquí… No pedí este don.
—Pero lo tienes —afirmó Sonja.
—Sí, lo tengo. Y no voy a pedir perdón por ello. Adam no me creyó cuando dije que te estaba escuchando y que tú estabas ahí viéndolo todo. Pero es cierto —levantó la barbilla—. Puedo hablar con los muertos.
De repente toda su aflicción desapareció y, por una milésima de segundo, tuvo la satisfacción de sentirse valiosa y especial.
—Él ahora no tiene mucha fe en casi nada —lo disculpó Sonja.
—Sin embargo, cree ciegamente en sus sueños.
—Adam tiene un don muy puro, muy auténtico. Su facultad se ha transmitido de generación en generación. Nunca ha fallado.
—Esta vez te aseguro que está equivocado.
—No lo sé. Creo que lo que él vio es verdad. Pero puede ser una verdad subjetiva. Hay algo que no cuadra. —El ente se movió flotando y se sentó en el colchón, al lado de Ruth.
—Interesante… —dijo con la mandíbula desencajada—. Te deslizas sobre el suelo como si patinaras sobre hielo… Flotas.
—Puedo caminar. —Se encogió de hombros sin darle importancia a ese hecho—. Pero ¿para qué? Así es más rápido. ¿Sabes? La mayoría de espíritus caminan sobre el suelo por los recuerdos reflejos que tienen de cuando eran humanos. —La miró de soslayo y vio que ella estaba estupefacta—. En fin, al grano. Así que, ¿tú eres la Cazadora, eh?
—Eso parece —contestó Ruth sin mucha ilusión—. Entonces, ¿tú no crees que vaya a matar a tu hermano?
—Sé que no. No matarías a nadie. Desprendes tanta luz…
—¿Luz?
—Sí. Los que estamos muertos la captamos perfectamente. Eres una guía para nosotros, un faro. La vuelta a casa —expresó con el semblante soñador—. Por eso eres la Cazadora.
—Así que desprendo luz —repitió Ruth—. Y si el estúpido de tu hermano es un chamán con dones proféticos, ¿por qué no puede ver esa luz? Él también es especial. ¿Acaso los chamanes no hablan con los espíritus de la tierra y todo eso?
—Mi hermano tiene el don de las profecías, es el noaiti del clan berserker. El único modo que tiene de ver a los muertos es entrando en trance y para eso necesita su ritual. Ha intentado descubrir más cosas sobre ti, pero no ha podido ver nada. Ni siquiera puede ver esa luz, no tiene fe en ti.
—¿De verdad? No me había dado cuenta —sus ojos dorados brillaban por el sarcasmo.
—¿Estás preparada para lo que va a venir?
—Lo estaré cuando me digas qué es lo que va a suceder y cómo puedo ayudar yo si estoy atada a los barrotes de esta cama —tiró de las cuerdas de sus muñecas.
—La tierra se está plagando de espectros malignos. Es el fin del mundo. Nada más y nada menos.
—Nerthus me contó algo de lo que estaba sucediendo con las almas… Esa mujer tiene mucho carácter.
—Nerthus —dijo ella con reverencia—. No es bueno mosquearla, así que tendrás que hacer lo que ella te ha dicho para mantenerla contenta y que no se rebele.
—Lo intentaré.
Sonja asintió conforme.
—Desde hace décadas, las almas no encuentran el camino a casa y se quedan encerradas en esta dimensión. Se está rompiendo el ciclo de las reencarnaciones.
—Me gustaría entender mejor de qué me estás hablando —meneó la cabeza frustrada—. Tendré que ponerme a estudiar sobre todo este mundo paranormal… —Otra cosa más a añadir a la lista, además de freír a Adam con un bazuca y leerse las Eddas de Snorri—. ¿Y las almas se quedan vagando por aquí? ¿Como tú?
—En teoría, cuando un alma vaga en la tierra es porque no ha cumplido con aquello que dejó pendiente. Pero lo que está pasando ahora es distinto. Alguien las confunde y les prohíbe volver, y además, hay un gran problema. Están encerrando a las almas buenas, no se les da la oportunidad ni de encarnar ni de trascender.
—¿Tú eres una de esas almas?
—A mí me intentaron coger, pero no lo lograron —contestó con la mirada perdida—. Gracias a Adam no lo consiguieron y él ni siquiera lo sabe. Pero ya hablaré con él si tú me dejas —la miró con un ruego implícito en los ojos—. Las tienen aquí, Ruth. A las almas. Las tienen a todas en algún lugar. Alguien las retiene. Sin embargo, los espectros, las almas oscuras, siguen rondando a sus anchas y se han quedado en este plano para confundir a la humanidad y crear el caos. Se encargan de poseer los cuerpos y las mentes de aquéllos más débiles y les obligan a cometer atrocidades.
Ruth la escuchaba con atención. Aquello era de película de terror.
—Espectros, almas oscuras… ¿a qué te refieres exactamente? —alzó las cejas esperando una explicación.
—Asesinos, pedófilos, violadores, terroristas… Lobeznos, vampiros, demonios… Sus almas perturbadas no se van cuando se mueren. Se quedan en este plano y están jugando con las mentes de los seres humanos, los poseen. Sin almas puras que luchen contra ellos y sin la Cazadora que les devuelva a su lugar, éste es su patio de recreo. Pero tú estás aquí para poner orden. Y sólo Odín sabe cuánto te necesitamos.
—¿Y quién está provocando todo esto?
Sonja se levantó y le dio la espalda.
—El demonio de Loki y… ¿Conoces la historia de mis padres?
—No.
Sonja se cruzó de brazos y levantó la barbilla.
—Pues por los comentarios que hiciste cuando te discutías con Adam parecía que ya te habían contado algo. —Levantó una ceja rubia. Igual que hacía Adam.
Ruth frunció el ceño. Nadie le había dicho nada sobre la familia de Adam.
—Cuando Adam y yo éramos apenas unos niños, mi madre abandonó a mi padre por un berserker llamado Strike. Mi madre era una mujer muy hermosa, traía a todos los hombres del aquelarre de cabeza. Y se acostó con todos los que quería, por supuesto. Era vanidosa y egoísta, y sólo miraba por y para ella. Strike era un aprendiz de chamán, pero no era el noaiti —le explicó mirándola fijamente.
»Mi padre Nimho era mejor chamán que Strike. Objetivo, responsable, sincero y siempre dispuesto a sacrificarse por el pueblo —recordó con gran orgullo—. Los anhelos y la ambición de Strike, no pudieron con el talento de mi padre. As se había decantado por él para otorgarle el título de chamán del clan, y Strike, herido en su orgullo por no haber sido él el elegido, se enfureció tanto que dejó el aquelarre y se llevó con él a mi madre, con la que ya mantenía una relación.
—No sabía nada de eso, lo juro. ¿Cuántos años teníais? —confesó aturdida.
—Seis años cada uno. Adam y yo somos gemelos.
—¿Qué? ¿Gemelos?
El único parecido que encontraba Ruth en ellos eran esos ojos de obsidiana, rasgados y enormes. Por lo demás Sonja era más dulce de aspecto que Adam.
—Sí —sonrió melancólica—. Cuando mi madre abandonó a mi padre, Adam y yo estuvimos presentes. Fue horrible, Ruth. Creo que hasta oí como a mi padre se le rompió el corazón a pedazos. ¿Lo has oído alguna vez? —preguntó sin esperar respuesta, pero Ruth la sorprendió.
—Es un grito silencioso. Un frío que te atenaza los músculos y te atraviesa el pecho —Ruth describía la sensación como si la estuviera viviendo.
Sonja inclinó la cabeza a un lado y la miró.
—Sí. Exactamente. Supongo que a ti te marcó lo que te hicieron tus padres —se cruzó de brazos y la estudió—. No pongas esa cara, sé muchas cosas sobre ti.
—No te mentiré. Me ha marcado por fuera y por dentro. Nadie debería sentirse tan ultrajado, nunca. ¿Cómo sabes lo de mis padres? —preguntó Ruth con voz trémula. Aunque con el tiempo había aprendido a controlar sus emociones, le seguía doliendo. Seguía doliéndole la incomprensión y el abandono que sintió por parte de sus progenitores.
—Escucho tus pensamientos. Aparecen como imágenes ante mí. Es como una película. Es desagradable, ¿a que sí?
—¿El qué? —alzó la barbilla.
—Saber que tus padres no te quieren.
Fue como un cubo de agua fría oírlo en boca de otro.
—Al menos, que no te quieren tal y como eres —continuó Sonja.
—Dímelo tú. ¿Es desagradable? —se la devolvió con toda la indiferencia de la que fue capaz.
—Lacerante.
—Justamente eso pienso yo. Y agradecería que no te metieras en mi cabeza. No me gusta.
—No lo puedo evitar. Si te molesta, no te hablaré más de ello ¿de acuerdo? Pero quiero que sepas que te entiendo. Mi padre me quiso. Adam y yo lo éramos todo para él. Y mi madre simplemente me dio a luz, luego me abandonó y pasados tres siglos… me asesinó. A mí, y al padre de mis hijos, a Akon.
—¡Oh, Dios mío! ¡No puede ser! ¿Y Adam qué hizo? ¿Tu madre dónde está ahora? ¿Por qué cometió algo tan horrible?
—Ruth, hay tantas cosas que debes saber. Y sólo tú puedes hacer entrar en razón a Adam. Nadie sabe nada de lo que pasó, ni nada sobre lo que ahora está pasando. Mi hermano tiene que saberlo y sólo tú puedes llegar a él.
—¿Cómo? ¡Va a matarme!
—No lo permitiré. Él sólo está confundido.
—Sonja, tu hermano creería a Pinocho antes que a mí.
Sonja rio ante la ocurrencia.
—Adam no sabe que mi madre está involucrada de alguna manera en nuestro asesinato. Nadie lo sabe. Todo fue un complot. Strike y mi madre están preparando algo muy gordo. Loki tiene a su ejército en marcha y se sirve de todos, ¿comprendes? Adam ni siquiera se imagina lo que hay detrás de mi muerte. No sabe que tú eres la Cazadora ni sabe que él tiene un papel fundamental para solucionar las cosas. Ni siquiera yo lo sé. Nadie sabe nada. Sólo los muertos que no nos hemos dejado atrapar, como yo, sabemos por dónde van los tiros y esto da mucho miedo, Ruth. —Sonja miró hacia la puerta—. Pero sin Cazadora no podíamos comunicarnos. No te imaginas lo mal que están las cosas. No puedo seguir aquí. —Alzó la vista y la clavó en la puerta de la habitación—. Adam se acerca, y el odio que siente por ti romperá tu flujo energético y dejarás de verme.
—Espera, no me dejes sola con él —le rogó—. Le tengo miedo.
En los ojos de Sonja había un brillo de comprensión y otro más interno, de diversión.
—¿Sólo miedo? Él te gusta.
—¡No! ¡Lo odio!
—Estaré aquí —le aseguró Sonja mientras desaparecía—. Vendré a buscarte más tarde. Tú sólo obedécele y dale recuerdos de mi parte.
Se oyó cómo se abría la puerta y luego los pasos decididos de Adam.
Ruth se tensó. Ya lo conocía por su manera de andar. Tan seguro, tan prepotente. Ése era Adam.
El cuerpo enorme del berserker apareció ante ella. Llevaba algo en las manos. Algo blanco y pequeño que lanzaba al aire para luego cogerlo como una moneda, pero a ella no le iba a ofrecer ninguna opción. Ni la cara ni la cruz.
Él inspiró hondo y se acercó al camastro donde estaba Ruth.
—¿Está por aquí mi hermanita? —preguntó riéndose de ella.
—Se acaba de ir —contestó Ruth sin mirarlo a la cara—. Me ha dado recuerdos para ti.
—Claro. Cómo no. —Se sentó en el colchón—. Abre la boca.
Ruth miró la pastilla y pensó que iba a envenenarla. Sus padres, al principio, también la drogaban. Pero él iba a matarla. No quería morir. Era tan joven… tenía tanto por vivir.
—He dicho que abras la boca —ordenó Adam inflexible.
Ruth la cerró con un puchero.
—Sonja me ha hablado de Strike y de tu madre —susurró débilmente. Adam se tensó y su rostro se tornó pétreo.
—Teníais seis años cuando ella os abandonó —prosiguió sin un ápice de miedo.
—Cállate. —Su voz era rotunda y engañosamente controlada. Tomó la pastilla entre sus dedos y se inclinó sobre ella.
—¡Adam! ¿Qué vas a hacer? ¡No! ¡Espera! —Se alarmó al ver que le iba a hacer tragar la pastilla—. Sonja me ha dicho que tu madre y Strike tienen relación con su muerte…
—¡Strike! —exclamó él incrédulo—. Eres una mentirosa, Ruth —gruñó. Adam la cogió de la mandíbula sin ninguna delicadeza y le apretó las mejillas para que abriera los labios. Le metió la pastilla en la boca y le puso la mano encima para que no la escupiera. Sus ojos negros la atravesaron—. Akon y Sonja murieron en Southampton. Fueron dos víctimas más de los lobeznos. Sólo escupes mentiras.
Ruth lo miraba fijamente y negaba con la cabeza. Si Adam pensaba que se iba a tragar la pastilla estaba muy equivocado. Cuando sus padres la drogaban de pequeña había aprendido a ocultarla y a hacerles creer que se la había tragado.
Hasta que no vio que Ruth tragaba saliva no le quitó la mano de la boca.
—Hace siglos que mi madre desapareció de nuestras vidas, ¿y ahora sueltas que fue ella quien mató a mi hermana? Yo estaba allí, joder. —Se pasó la mano por el cráneo. Ruth observó ese movimiento y se dio cuenta de que lo hacía a menudo cuando estaba contrariado—. ¡Yo recogí el cuerpo de Sonja! ¿Quieres volverme loco? ¿Es eso? ¿Por qué mi madre iba a querer matar a Sonja? Nunca le importamos, no pinta nada aquí.
Strike era uno de los nombres berserkers que habían asociado a la organización Newscientists, que colaboraban con lobeznos y vampiros en comunión, y cuyos fines involucraban directamente el estudio genético de vanirios y berserkers así como un montón de métodos de tortura que aplicaban a las dos razas. Hacía tiempo que iban tras los pasos de Strike y de Hummus, el otro berserker traidor que habían relacionado con la misma organización. Desde hacía un tiempo, As y sus hombres intentaban localizar a los dos traidores, pero no tenían pruebas solventes sobre su morada y ahora Ruth hablaba de él como si tal cosa. Era una farsante.
Adam tenía una cuenta pendiente y personal con Strike. Él, más que nadie, deseaba encontrarlo y hundirlo por sumir en la desgracia a su padre Nimho, pero oírlo en boca de Ruth lo confundió mucho y le hizo sospechar indebidamente.
—¿Qué sabes tú de Strike? —la zarandeó—. ¿Dónde está?
—Yo… no lo sé… —contestó cansada de tener que darle explicaciones, alarmada ante el tono de él—. Me lo estaba explicando hasta que tú has entrado. Y te diré otra cosa, ella tampoco cree que yo sea una asesina.
Adam frunció el ceño. El efecto de la pastilla era demoledor. ¿Por qué Ruth no se dormía?
—Abre la boca —volvió a ordenarle.
—Adam, por lo que más quieras, no te miento. Las cosas están muy mal y va a pasar algo horrible si no actuamos rápido. Sácame de aquí. Tienes que ayudarme. Yo creo que puedo entender por qué me odias. Si me liberas, olvidaré todo lo que me has hecho. Todos los insultos y las vejaciones. Simplemente dejaré de cruzarme en tu camino, no me acercaré a ti. —Aunque eso ya lo había hecho en esos dos meses y de nada le había servido—. Puedo olvidarlo todo. Piensas que voy a matarte, y por eso me odias. Pero estás equivocado.
—Y tú estás equivocada si piensas que te odio sólo porque quieras matarme. Si tienes algo que ver con Strike te aseguro que mañana no verás salir el sol. Por otro lado, respeto a mis enemigos, Ruth, si son valientes y se enfrentan a mí en igualdad de condiciones. La muerte siempre llega de un modo o de otro. Pero tú has querido hacerlo de modo silencioso, de puntillas. A base de engaños y de fingir algo que no eres. La verdad es que me das un poco de asco, mujer.
Una bofetada tras otra. Eso era lo que recibía de la boca de Adam.
—Un día de éstos, Adam —lo desafió apretando los puños y forzando la voz hasta que se le hincharon las venas del cuello—, te tragarás esas palabras.
—Y tú te vas a tragar esta pastilla. La tienes todavía en esa bocaza. ¿Crees que no me he dado cuenta?
—¿¡Esperas que me la trague?! No soy estúpida, chucho. —La escupió. La pastilla le dio en la mejilla.
Adam, asombrado, se frotó la zona donde había golpeado la cápsula. Era una atrevida. La recogió del suelo, se inclinó sobre el cuerpo de Ruth, se metió la pastilla en la boca, tomó a Ruth de la cara y la besó con toda la rabia del mundo.
Así de inesperado. Así de violento. La obligó a abrir los labios, todo dureza y frialdad.
Ruth se quejó porque estaba haciéndole daño e intentaba en vano apartar la cara. Un sollozo ahogado brotó de sus labios.
Adam gruñó y le mordió el labio inferior. No fue un mordisco juguetón ni divertido. Fue uno destinado a intimidar y a demostrar quién era el jefe, quién era el dominante. Era Adam, por supuesto.
Ruth profirió un grito de desesperación y Adam aprovechó para meterle la lengua en la boca, mientras se estiraba encima de ella y la aplastaba contra el colchón. Con habilidad, le deslizó la cápsula hasta la campanilla y siguió jugando con su lengua hasta que Ruth tuvo que hacer el gesto de tragar antes de ahogarse.
Impresionada, abrió los ojos como platos. La había obligado a engullir el veneno. Maldito fuera. Peleó con él, presa de la impotencia y de la humillación, moviéndose contra su cuerpo. Adam continuó besándola, violándola con la boca. Ruth sollozaba. Temblaba con tanta violencia que Adam creyó que se estaba frotando contra él. Deslizó las manos desde sus mejillas hasta su cuello, y luego las deslizó más abajo hasta abarcar sus pechos. Los cubrió con sus enormes palmas. Ruth todavía llevaba ese vestido blanco y sucio que le habían puesto para la iniciación, pero a él le importaba poco lo que ella llevara. Esa mujer tenía la habilidad de ponerlo a tono como un salvaje.
Ruth notaba todas las caricias como si se las hicieran sobre la piel desnuda. Su cuerpo dolorido e hipersensibilizado lo captaba todo. Él tocaba, apretaba y masajeaba a su juicio y voluntad, y fue él, como amo y señor, quién detuvo la locura.
Levantó la cabeza con brusquedad, del mismo modo que había iniciado el beso. La observó, sabiéndose victorioso.
La cólera hervía bajo los ojos dorados de la joven. Ese detalle debería hacerlo sentir bien, porque él había querido castigarla. Pero se sintió incómodo, porque había algo más en esas profundidades ambarinas. Ruth se sabía plegada y cedida ante él, pero bajo esa sumisión brillaba una promesa de venganza.
—Se acabó, Ruth. —Amasó los dos pechos a la vez. Llenaban sus manos lo justo. Adam los contemplaba embriagado.
—¿Por qué me tratas así? —preguntó con la cara arrasada en lágrimas. ¿Cómo podía tocarla así? ¿Cómo se atrevía?
Las pupilas de Ruth estaban dilatadas, rodeadas por un fino cerco amarillo. El labio inferior brillaba con dos gotitas de sangre, inflamado por el beso y la incisión de los dientes. Su pelo caoba caía desmarañado sobre la sucia colcha de la cama.
Adam respiraba con dificultad. No lo pudo evitar. Los ojos se le pusieron rojos. Rojo sangre. Rojo pasión. Más enfurecido consigo mismo por perder el control que con ella, se sentó a horcajadas sobre su pelvis y volvió a inclinarse para besarla de nuevo, pero ésta vez más suavemente.
Ruth sintió cómo la cápsula la relajaba. Pensó que su muerte llegaba como un plácido sueño, sentía que se le iba la vida, pero encontró suficientes fuerzas como para rechazarlo apartando la cara. Jamás. Jamás iba a tocarla de nuevo. La muerte era bienvenida.
—No —le dijo Adam retirando una mano de su pecho para tomarla por la barbilla—. No me vuelvas la cara.
Se sentía posesivo y a la vez herido al ser rechazado. ¿Por qué esa chica hacía que reaccionara así?
—Sonja creía en mí —musitó Ruth, luchando por mantener los ojos abiertos, apartándose como pudo de su oscura mirada—. Sonja…
—Ggggrrrrrr —un gruñido animal salió de su garganta—. ¿Cuándo vas a parar? Déjalo ya, Ruth. Estamos tú y yo. Nadie más.
Ella lo miró por última vez intentando traspasar su alma. ¿Por qué no había hecho el esfuerzo de creerla aunque sólo fuera un poquito? Era tan duro, tan frío. Un borde desalmado, un caparazón vacío. Alguien peligroso por fuera y por dentro.
Quiso decirle lo que pensó una vez de él. Decírselo antes de cerrar los ojos para siempre y antes de que se convirtiera en su verdugo.
—Adam, aquella noche…
—¿Qué? ¿Qué noche?
—La noche… la noche que me protegiste… —Desesperada, comprobó que su lengua se dormía—. Yo pensé que contigo iba a estar segura siempre —intentó sonreír apenada—. No creo que lo recuerdes.
—¿Lo de Birmingham? Aquello fue un error.
Ruth sintió frío en el alma. Lo repetía de nuevo. ¿Salvarla fue un maldito error? Tragó con tristeza lo poco que le quedaba de orgullo.
—Pero tú… tú me abrazaste —le recriminó con voz lastimosa—. Pensé en ti como… como en un ángel pro… protector —arrastró las palabras y se le cerraron los párpados, pero aun así continuó su confesión.
—¿Te estás confesando? No soy un maldito sacerdote —le preguntó incómodo por sus palabras. Tenía que cortarla de algún modo, hacerle callar.
—Fui tonta. Me confundiste. Por qué ibas a querer salvarme, ¿verdad? Salváis a humanos desconocidos continuamente, pero tú hubieras preferido dejarme morir. Yo no soy nada para ti… Pero pensé… pensé que… No importa… que equivocada estaba. Dile a Aileen y a Gab… Gabriel que los he querido mucho. Chucho pul… pulgoso. —Cerró los ojos y se quedó dormida.
Adam se apartó de ella como si tocarla le quemara la piel.
—Niña tonta. No te vas a morir —susurró queriéndola tranquilizar, pero Ruth ya tenía los ojos cerrados—. Yo también me equivoqué. —Dio media vuelta alejándose de su cuerpo y limpiándose las manos en su pantalón negro. Todavía le hormigueaban los dedos por haberla tocado—. Yo también.
Se dio media vuelta, sorprendido tras la actitud tan primitiva que había empleado con Ruth. Debía huir de allí, de ella. No entendía por qué le habían sentado como un mazazo en el estómago las últimas palabras de Ruth, porque eso había sido para él. Un puñetazo en el estómago de los que te dejan sin respiración. Al cerrar la puerta, cabizbajo como estaba, se encontró con los pies de Noah.
—Adam, tío, te ves fatal. Ve a descansar —le sugirió acompañándolo a su habitación—. ¿Se ha dormido?
Adam asintió con una inclinación seca.
—Bien. Mañana me encargaré de despertaros —mientras veía como su amigo se acomodaba en la cama de aquella sublime habitación pintada con murales de Ruth por todas sus paredes, sintió una punzada de pena por él.
Adam se metió la pastilla en la boca, se puso el antebrazo sobre los ojos y esperó a que la droga hiciera efecto.
—¿Sabes qué me ha dicho? —dijo con voz débil.
—¿Quién? ¿Ruth? —preguntó Noah antes de cerrar la compuerta de su habitación.
—Me ha hablado de Strike.
Noah se quedó tieso ante la revelación.
—¿Sabe algo de él? —preguntó extrañado—. Necesitamos toda la información posible, Adam. No puedes matarla. Ahora no —sentenció resolutivo.
—Eso lo decidiré yo. ¿Y sabes qué más? —se pasó la mano por la cara y exhaló el aire cansado—. Me confundió con un ángel —musitó tragando saliva, incrédulo y sorprendido a la vez por las palabras de Ruth—. Un ángel. Pequeña tonta.
—No va muy desencaminada —susurró Noah—. Lo que pasa es que no te ves las alas. Descansa, Adam. Mañana aclararemos todo.
Adam había caído en un coma profundo producido por el somnífero.
Noah revisó que todas las habitaciones estuvieran cerradas. Los niños ya se habían acostado y la casa estaba en un silencio casi fantasmal.
Bajó al salón y se estiró en el sofá de piel, cubierto por esponjosos cojines negros y rojos.
La casa de su amigo era su hogar también. Adam era su hermano, y los pequeños le habían robado el corazón. Entre ellos dos los habían criado juntos, y no había sido fácil. Bien sabía Odín que después de la muerte de su hermana nada había resultado sencillo.
No, sonrió melancólico. No permitiría que nada malo pasase. Ellos eran su familia, la razón por la que su existencia en esa tierra vana y fría, que sólo le había causado sufrimiento, fuera más llevadera. Mejor.
Se puso en posición de loto y simplemente se quedó como un vigía, protegiendo aquello que más amaba.
Sonja deambulaba por la casa como lo que era: un fantasma. Un alma en pena, alguien a quien no le habían permitido encontrar sosiego ni paz, y que, además, permanecía separada de las almas que más amaba. La de su marido Akon y la de sus hijos.
Entró en el dormitorio de Nora y de Liam, y sonrió al verlos.
Sus hijos. Unos hijos a los que no había podido abrazar. Nadie sabía lo que realmente había sucedido con ella y eso la frustraba. Pero ella sí lo sabía, lo supo una vez muerta.
Habían ido a por ella y a por Akon.
Recordaba ese día como si aquella matanza hubiese sucedido ayer.
Estaban en Southampton. Su amado Akon le soltaba la mano, la besaba en la mejilla e iba a buscar un helado en una de las tiendas del centro de la ciudad. Akon salía despedido de la heladería y un lobezno le cortaba la cabeza ante sus propios ojos. Ella se quedó en shock al ver a su marido decapitado. Intentó ir hacia él, pero un lobezno encapuchado le cortó el paso. Sólo atisbó a ver una sonrisa malévola y unos dientes amarillentos. El maldito lobezno le clavó un puñal en el corazón y luego se lo retorció.
Huyó tan rápido y veloz que ni el ojo humano fue capaz de verlo.
Sabía que se estaba muriendo y no podía siquiera ni pedir ayuda. Adam acudió a ella al cabo de cinco minutos, asustado y sudoroso, ya que como hermanos gemelos tenían un vínculo muy poderoso. Los lobeznos que les habían atacado ya no estaban. Adam palideció al verla. Señor… la cara de su hermano iba a acompañarla cada día de su vida etérea.
La encontró en el suelo, con las manos sobre su barriga en un estado de embarazo muy avanzado y envuelta toda ella en un charco de sangre. A pocos metros, un cuerpo en posición extraña yacía decapitado. Su marido. ¿Podía un espíritu llorar? Ella estaba segura de que lloraba. Y mucho. El dolor era el mismo. Real y punzante a la altura del corazón. Adam le había sostenido la mano inerte. Lloraba y le besaba el dorso mientras repetía:
—Sonja, no me dejes. Sonja, por favor, quédate aquí.
Era inútil. Ya ni le oía. Clínicamente muerta. Pero Adam se llevó su cuerpo con él y lo mantuvo con vida unas horas más hasta que pudieron intervenirla para sacar de su barriguita a Liam y a Nora. Sus hijos vivían. Ella no. Así era la vida.
Ahora, de nuevo en el presente, intentó acariciar el pelo rubio de su hija. Aún no la había podido tocar. Tan pequeña, tan dulce. Cómo dolía no poder estar allí con ellos. No poder contarles cuentos al anochecer, no poder ponerles tiritas cuando se hacían daño, no poder besarles y decirles que los amaba con toda el alma.
Sus hijos.
Había un peligro acechante alrededor. Ella lo sentía. Ella lo sabía. Y por eso estaba ahí. Debía salvarlos. Salvar a sus pequeños. Salvar a su hermano, y para ello, necesitaba tener a la Cazadora al lado.
Como espíritu que era podía sentir el alma de los muertos y también la de los vivos. Los cuerpos físicos no podían ocultar si un alma venía con buenas intenciones o con malas, la naturaleza de la esencia no podía esconderse. Y la bondad de los berserkers que se acercaban al hogar de su hermano brillaba por su ausencia.
Se asustó. No sabía cómo proceder pero sí que debía interceder. Se materializó delante de Noah. Estaba meditando. El joven rubio se había quedado como vigía de la casa.
Noah abrió sus extraños ojos. Ni siquiera eran dorados, eran del color del sol, amarillos, anaranjados y rojos. Preciosos. Miró al frente y vio a través de Sonja. Por supuesto no la podía ver, pero su rostro mudó en estado de alerta. Sonja lo observaba todo como si en realidad ella no estuviera allí. Pero lo estaba, y sabía que alguien había entrado en la casa por alguna de las ventanas. Noah también lo sabía, su olfato así se lo decía.
Adam, drogado. Los niños dormidos. Ruth en el mismo estado que Adam.
La situación era crítica y no pintaba nada bien. ¿Y si la profecía se cumplía? En la casa había más de un berserker y algún que otro lobezno, de eso estaba segura, y Noah era insuficiente para salvarlos a todos. Aquello era muy extraño e inesperado.
Sonja se deslizó hasta la habitación de los pequeños. Debía comunicarse con ellos, eran los únicos que podían hacer algo. Ellos debían salvarse. Los necesitaba, tenían que despertar a Ruth. Era la única que podía actuar de alguna manera. La vida de sus hijos dependía de Ruth. Ruth no debía morir. Si ella moría, acabaría todo.
Sonja oyó los gruñidos. Sonidos bruscos de cristales que caían al suelo. Algo roto. Pies que pisaban los cristales. Un nuevo grito.
Y de repente Noah estaba rodeado por cinco berserkers. Él era un buen luchador, pero ellos partían con ventaja. Berserkers traidores.
Una patada voladora y ya había tumbado a dos. Les había partido el cuello con sus manos en dos movimientos ágiles y rápidos. Pero los otros tres intentaban inmovilizarlo. No todos eran berserkers, comprobó. Dos de ellos eran lobeznos.
Sonja daba gracias a Odín de que la casa de su hermano era enorme y aún tenía tiempo de sacar a sus hijos y a Ruth de ahí. Se concentró en la pequeña. No podía despertarla, no la podía tocar.
Entró en el baño de su habitación y encendió la luz que dio de lleno en las caras de los niños. Su energía daba para hacer contacto con los objetos.
—Liam… —gruñó Nora con su vocecita—. La luz del baño… Apágala.
—Yo estoy en la cama —contestó Liam incorporándose extrañado.
—¿Quién ha entrado? ¿Tío Adam? Apaga la luz, porfa —lloriqueó Nora.
—Liam se levantó. Arrastró los pies hacia el baño mientras se restregaba las manitas por los ojos. Estupefacto vio como se abría el grifo y manaba de él agua ardiendo. ¡Nora! —susurró asustado—. Ven.
—Déjame dormir —contestó la niña.
Sonja se enfadó. Era muy tarde para que siguieran durmiendo la siesta. Un domingo no podían despertarse a las siete de la tarde. Ella entendía que los ciclos de sueño de los niños berserkers estaban un poco desordenados, pero era debido al crecimiento. Sin embargo, no podían dejarles dormir tanto. Si salían de ésta, hablaría seriamente con su hermano.
—¿Qué hora es? —preguntó Nora bostezando, mientras se ponía las zapatillas rosas y se metía en el baño con su hermano—. Vaya… Es muy tarde. Tío Adam no nos ha despertado.
—Nora, calla y mira. —Señaló el grifo ardiendo.
El baño, de colores pasteles y con motivos infantiles por todos lados, se llenó de vapor, y el espejo se empañó.
—¿Qué pasa? —preguntó Nora cogiéndose del brazo de su hermano.
—El grifo se ha abierto solo —contestó Liam agrandando los ojos.
—¡Liam! Deja de asustarme —le rogó Nora acercándose más a él.
Liam, que era un berserker con todas las de la ley, protegió a su hermana poniendo su cuerpo entre ella y el grifo. Sonja sonrió enternecida, y se concentró para poder escribir el mensaje que tenía que darles.
La princesa Leia está en peligro.
Tenéis que despertarla. Ponedle la inyección roja que guarda tío Adam en el botiquín. Y dadle su carcaj. ¡Deprisa!
Soy mamá.
Nora y Adam se miraron el uno al otro. Sonja los observó. Los pequeños no estaban tan asustados como ella creía.
—¿Mamá? —susurró Nora—. Nuestra mamá está en el Asgard. ¿Quién eres?
Sonja volvió a escribir. Mamá.
—Mo estoy en el cielo, estoy aquí mismo, cariño.
—Es un juego —dijo Liam como si se le hubiese encendido una lucecita—. ¡Tío Adam quiere que juguemos a La Guerra de las Galaxias! Yo le conté que era Luke Skywalker y él debe de ser Han Solo. Corre, Nora —dijo emocionado—. Hay que salvar a la princesa —alzó un puño orgulloso.
Bueno, no estaba mal que ellos lo vieran como un juego.
—¿Qué inyección quiere que le pongamos? —preguntó Nora entrando como un cohete en la despensa donde Adam guardaba todas las medicinas.
—La roja… —Liam trasteaba las cajas de pastillas, jarabes, polvos, ungüentos—. No la veo. ¡Eh, aquí está el carcaj! —exclamó victorioso.
—¿Y la inyección? Mira ahí —Nora alargó el brazo para coger una riñonera negra—. Tío Adam la lleva siempre consigo cuando sale —la abrió y encontró lo que buscaba.
—¿Qué son todas estas pastillas? Hay muchas inyecciones —murmuró Liam tomando la inyección correcta entre sus manos.
Sonja estaba tan asustada. Se materializó delante de Noah. Todavía estaba peleando con los tres agresores. Venían a por Adam y sus pequeños. Ella lo sabía. Lo leía en sus mentes. Regresó con sus hijos que bajaban sigilosamente la escalera y se detenían delante de la compuerta que daba al lugar donde Ruth se encontraba.
Liam y Nora dieron un respingo al escuchar un gruñido y luego una ventana que se rompía.
—¡Liam! —Nora se cogió a la camiseta de su hermano—. Está pasando algo… No estamos jugando.
—Eso es. ¡Deprisa!
—¡Corre! —Liam introdujo la contraseña para que se abriera la compuerta. Ellos siempre habían sabido que la clave era el día en que ellos nacieron. Pero tío Adam no tenía que enterarse de eso porque si no ellos dejarían de jugar a detectives y… ellos adoraban jugar a detectives como Grisom y Horatio.
Sonja sonrió orgullosa. A los dos niños no se les escapaba nada. Eran inteligentes.
Bajaron las escaleras dando saltos, y se detuvieron en seco cuando vieron el cuerpo pálido y esbelto de Ruth, atado a la cama de aquella oscura habitación. Parecía muerta.
—¿Es la princesa? —preguntó Nora acercándose a ella y observándola como si nunca hubiese visto a una mujer—. Te conozco… —susurró tocándole el pelo.
—Sí. Es la princesa Leia.
—¿Quién le ha hecho daño? —se estremeció y con sus manitas le apartó el pelo de la cara—. Es muy bonita, ¿verdad?
—Tu tío es tonto.
—No lo sé, Nora. —Liam se dispuso a pincharla, pero se detuvo—. ¿Dónde la pinchamos?
—Dónde sea; pequeños. Daos prisa; por favor.
—Pínchale en el culete, Liam —dijo Nora mirando hacia las escaleras—. A nosotros nos pinchan ahí. Está pasando algo muy feo. —Se escuchó un grito—. ¿Ése es tío Noah? ¿Dónde está tío Adam? —preguntó asustada.
Liam miró a su hermana. Estaba sonrojado.
—Pínchale tú —gritó él en un susurro.
—Trae —Nora miró a Liam desaprobándolo—. ¡Hombres! —exclamó dramática—. Ayúdame a girarla.
—Ésa es mi Nora. Decidida como su madre.
Liam la giró sin dificultad, los niños berserkers tenían muchísima fuerza.
Nora se concentró mientras se mordía la lengua. Le levantó un poco el vestido.
—No mires, Liam —le dijo su hermana—. Es una chica. No puedes verla.
Sonja miró como su hija procedía a pinchar a Ruth. Se sentía tan orgullosa de ellos que no pudo evitar emocionarse al verlos en acción.
Liam se giró y vigiló la escalera.
Nora observó el mordisco que tenía aquella chica en la nalga.
—Le ha mordido un perro. Esto debe de ser una vacuna. —Y después de esa observación, la niña se quedó tan ancha.
Sonja se echó a reír al escuchar la conclusión a la que había llegado su pequeña.
Ruth abrió los ojos nada más sentir cómo el estimulante corría por su sangre.
Nora retrocedió y tiró la inyección al suelo.
—Liam, está despierta —avisó la pequeña.
Liam corrió hacia ella.
—Yo te liberaré, princesa —le aseguró el niño.
Ruth anonadada y adormecida quiso contestarle, pero tenía la garganta dormida. ¿No estaba muerta? ¿Cuántas horas llevaba durmiendo? ¿Adam no la había envenenado?
El niño cogió las cadenas y la cuerda, y sencillamente las rompió con una fuerza animal. Nora tomó de la mano a Ruth, y la ayudó a levantarse.
—Algo está pasando en la casa —le explicó Nora—. Nos han dicho que tenemos que despertarte.
Ruth miró a aquellas dos criaturas que parecían ángeles. Se aclaró la garganta.
—¿Sonja? —preguntó con voz pastosa mirando a su alrededor—. Dime que todavía sigues aquí.
—Aquí estoy —contestó el espectro.
—No… no te veo —se sentía desorientada.
Sonja se materializó en frente de ella.
—Ruth, saca a los niños de la casa y ocúltalos en el bosque.
—¿Sigo viva?
—Te dije que te sacaría de aquí. Ahora saca a mis hijos de esta casa, y devuélveme el maldito favor —espetó Sonja desesperada—. ¡Rápido, no hay tiempo que perder!
La mente de Ruth no tuvo tiempo para procesar la información. Sus piernas necesitaban correr como nunca, sus músculos temblaban, y la sangre le rugía en los oídos. Estaba viva, y ahora libre para poder luchar por su vida de nuevo. Y al parecer también tenía en sus manos la vida de aquellos pequeños. La adrenalina impulsó sus pies hacia delante, llevándose a la niña de la mano.
—Coge el carcaj, rápido —ordenó Sonja.
—El carcaj… —Ruth miró a su alrededor. ¡Ah, sí! El niño lo tenía en las manos mientras lo miraba ensimismado—. ¿Me lo das?
—¿Esto es tuyo? —preguntó asombrado.
Liam miró el carcaj de madera blanca y símbolos élficos y luego a Ruth. Se lo ofreció sin dudarlo.
En cuanto aquella arma tocó sus manos, se sintió poderosa. Así que era esa sensación… La Cazadora sentía el poder en cada fibra de su ser. Se lo colgó a la espalda y tomó a Liam y a Nora de las manos.
—Es el estimulante, Ruth —explicó Sonja—. Por favor, no hagas ninguna locura.
—No, es el poder —contestó ella pasándose la lengua por los labios resecos.
—Yo no sé como se siente la Cazadora, pero te acaban de meter la cantidad de estimulante suficiente como para despertar a un elefante. Es lo que se inyectan los berserkers si les alcanzan las cápsulas que disparan los lobeznos y los vampiros. Los dejan K.O. al instante, conscientes pero con el cuerpo muerto. Lo que te ha inyectado Nora es lo que se inyectan ellos para no quedarse inmóviles.
—Qué bien —exclamó Ruth sin ánimo—. No siento miedo, no siento el peligro, soy una auténtica inconsciente con dos niños cogidos de la mano. Y todo porque me han drogado. ¿Qué más me puede pasar?
—Nos llamamos Nora y Liam. Y te hemos salvado —le informó Nora con su dulce vocecita.
Ruth la miró y le sonrió con dulzura.
—Lo sé. Yo soy Ruth. Agachaos —les ordenó. Un cuerpo enorme se estrellaba contra la pared que había tras ellos. No era ni el cuerpo de Noah ni el de Adam—. ¡¿Qué está pasando?!
—¡No lo sé! —dijo Sonja—. Pero tienes que sacarlos de aquí. Vienen a por los niños y a por Adam. No saben que estás aquí.
—¿Y Adam? ¿Dónde está? —se escondieron tras la barra americana que había en el comedor.
—Durmiendo la mona, como estabas tú hace un momento.
—Hay que despertar a tío Adam —pidió Liam—. Tiene que ayudar a tío Noah y él nos protegerá luego —suplicó mirándola a la cara.
Se oían los gritos, los desgarros, los huesos partirse, los puñetazos y el sonido de la carne contra la carne. Era la guerra. Y volvía a estar en medio.
—Ni hablar, Ruth. Sácalos antes a ellos. Ellos deben estar en lugar seguro —pidió desesperada Sonja.
Ruth asintió al ver el miedo en los ojos semitransparentes de aquella mujer y corrió con los dos niños a cuestas hasta salir al exterior. Llegaba el crepúsculo, estaba oscureciendo. El bosque se abría ante ellos, insondable y espeso.
—Pero ¿qué hora es? ¿Cuánto he dormido? —preguntó desorientada.
—Son cerca de las siete y media de la tarde. Has dormido unas diez horas.
—¿Qué? —exclamó horrorizada mientras corría con los niños enganchados a ella.
—¡Nora y yo tenemos un lugar secreto en el Tótem! —gritó Liam.
—No sé llegar hasta él —dijo Ruth mirando hacia todos lados.
—Nosotros sí —replicó Nora—. Te llevamos.
Cogidos de la mano, corriendo como animales, emprendieron el camino hacia el Tótem.
Adam abrió los ojos. Su cuerpo temblaba convulsión tras convulsión. Su habitación seguía a oscuras. Tensó la mandíbula y el corazón se aceleró. ¿Qué pasaba?
Una mano lo zarandeó con poca delicadeza.
—¡Adam! —gritó Noah.
Se incorporó como si tuviera un muelle en la espalda. La sábana resbaló y cayó al suelo. Se había acostado vestido.
Algo iba mal. Lo sentía en su cuerpo, en el rugido de la sangre en sus oídos, en la respiración agitada. Miró a Noah.
—¿Qué pasa?
—Adam… —Noah respiraba con dificultad—. Adam, han entrado en la casa mientras dormíais. Eran cinco. Los he intentado detener, y lo he hecho, pero…
Adam se levantó con el rostro desencajado.
—¡¿Pero qué?! —se sentía desorientado—. ¿Dónde están los niños? ¿Y Ruth? ¿Quiénes eran?
Noah cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza.
—Eran berserkers y lobeznos, tío. Pero no los conozco. Yo… —siseó de dolor—. Tío, han venido aquí como salvajes. Lo último que pude ver fue a Ruth llevándose a los niños de aquí.
—¡Zorra! —gritó con todas sus fuerzas. Salió poseído de su habitación y bajó las escaleras de un solo salto—. ¡Ven conmigo, Noah!
—Adam.
Éste se giró y miró hacia arriba. Entonces vio a Noah, lo vio realmente. Tenía su cuerpo ensangrentado y se le cerraban los ojos. Había caído de rodillas al suelo y parecía que iba a desmayarse.
—Me han metido algo… ya apenas me puedo mover. Mi cuerpo dejará de seguir las órdenes de mi cerebro en poco tiempo.
—¿Y los estimulantes? —preguntó acercándose a él y cogiéndole de la barbilla—. ¿Dónde los tienes? Estás hecho un cromo…
—El último te lo he inyectado a ti. Estás en mejores condiciones que yo. Ve a por ella y a por los críos, Adam. Estoy seguro de que hay más de uno allí afuera.
Adam asintió.
—¡Espera! —le dijo Noah—. ¿Sabes dónde pueden estar?
—Sé muy bien dónde estará esa mentirosa.
Claro que lo sabía. En su profecía, Ruth lo esperaba en el Tótem.