CAPÍTULO 07

Aileen observaba desde uno de los balcones de su mansión de Kensington Palace cómo se ponía el sol en el horizonte. Estaba preocupada por Ruth. Acarició ausente la hiedra que se enredaba caprichosa alrededor de la baranda del balcón. Inspiró profundamente e intentó relajarse con los olores y los colores del atardecer. Su Ruth era una sacerdotisa y si salía bien parada del bautismo, la primera prueba con la que lidiar iba a ser enfrentarse a Adam, y odiaba dejarla con él.

Sabía que a Ruth le gustaba Adam. Lo sabía desde que se fijó en cómo lo miraba la noche de las hogueras. No quería presionarla con ello, y había aprendido a no arrinconarla. Ruth era como un cervatillo. Si se veía acorralada, embestía. Podía parecer fría, podía ser una auténtica killer si estaba rodeada de chicos, al fin y al cabo era la fachada que se obligaba a ponerse para que ninguno de ellos le hiciera daño. Pero los ojos dorados de su amiga no mentían cuando observaba al berserker moreno. Ella lo había detectado, y dado que Aileen era medio berserker y tenía instinto animal, sabía cuándo la química y el anhelo surgía entre alguna pareja. Y entre Ruth y Adam podría haber una explosión.

Sin embargo, él la odiaba por culpa de los sueños proféticos que tenía, según había explicado su abuelo. Pero en el fondo, estaba asustado de ella.

Ruth hizo lo posible, a su manera, para que se fijara en ella, para provocarlo y hacerle reaccionar. Su aura, llena de rosas y rojos, intentaba acercar a Adam, advertirle de que ella estaba ahí esperando un paso adelante por parte de él. Pero él, con ese aura oscura mezclada de negros y granates, se había cerrado y le había dado prácticamente una bofetada. Lo lamentaba mucho por ella. Nunca había visto a Ruth tan afectada por nadie. Y ahora iba a estar en manos de Adam.

Mientras Aileen se sumía en sus pensamientos, Caleb observaba su cuerpo recortado por la luz del crepúsculo. Admiraba las curvas de su chica, cómo aquella bata de seda negra que él le había regalado moldeaba su figura estilizada a la perfección.

Brave, el cachorro de Huskie que ya era perro de ambos, llamaba su atención mordiéndole el bajo de los pantalones y ladrando ocasionalmente. Había crecido mucho desde que se lo trajo a Aileen como símbolo de paz entre ellos hacía casi dos meses. Aquel huskie le había robado el corazón, igual que su dueña.

Quién fuera bata —le dijo mentalmente para que ella lo escuchara.

Los hombros de Aileen se agitaron en una risa silenciosa y lo miraron por encima del hombro. Caleb sonrió a su vez, agradecido con la vida por haberle otorgado un premio y una compañía como ella.

Se le acercó por la espalda y le retiró el pelo de la nuca para darle un beso húmedo, y a continuación, un abrazo consolador.

—Estás preocupada. —No era un pregunta.

Aileen recostó la cabeza contra el enorme pecho de Caleb, y cerró los ojos disfrutando de la tranquilidad y la seguridad que le daba estar rodeada por ese vanirio. Su guerrero, su apoyo constante, tan protector, tan seguro, era un puerto al que amarrarse cuando todo se volvía loco como sucedía en aquel momento.

—Estoy asustada por Ruth. Está sola en esa cueva y, además, luego hay que dejar que Adam se la lleve. No lo puedo permitir. Ella… ella ya ha sufrido mucho.

—Escúchame, pequeña. —La giró y miró a esos ojos lilas que lo habían hechizado y que hacían que se sintiera como el hombre más afortunado del mundo—. No voy a permitir que Adam le haga daño. La vigilaremos.

—Pero va a pasar tanto miedo… —Apoyó la frente en su pecho—. Adam se ha vuelto loco si ve a Ruth como una asesina. Ella sería incapaz de hacer daño a nadie.

—Es un maldito error. —Puso la barbilla sobre su cabeza y le acarició el pelo—. Sólo está equivocado.

—La odia, Caleb. —Negó con la cabeza—. La odia si es incapaz de ver lo buena que es. Tú lo has visto con tus propios ojos. Los vanirios que cuidan de Gab y de ella la adoran. Todo el mundo que la conoce, incluso Daanna, la quieren de corazón. Adam siente rabia hacia ella. Y como me entere de que le ha hecho daño…

—¿Tienes miedo de que él haga lo que yo hice contigo? —preguntó avergonzado. Todavía al recordarlo una parte de él se sentía como un auténtico cabronazo. Pero si no hubiese sido por eso, nada de lo que vino después habría pasado.

—Lo que me hiciste ha hecho de nosotros lo que somos ahora. —Aileen levantó el rostro y puso una mano en su mejilla acariciándolo—. No aplaudiré tu modo de tratarme aunque pensaras de mí que era el maligno y una zorra sin escrúpulos, pero nadie está a salvo de equivocarse. Y tú ibas a arriesgar mucho más haciéndome tu cáraid para castigarte. Al final resultó que era tu cáraid de verdad. —Sonrió disculpándolo con la mirada.

—Pero sé que tienes miedo de que Adam se comporte igual —se le subieron los colores.

—Le cortaré las pelotas si se atreve a tocarla de ese modo.

Los ojos verdes de Caleb sonrieron iluminando su rostro de pecado. Ella, sin poder evitarlo, le acarició el hoyuelo de la barbilla y se pasó la lengua por los colmillos que empezaban a hormiguearle.

Cuando Aileen lo miraba de aquella manera su mente dejaba de carburar.

—Álainn[11]

Aileen se alzó de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos.

—Prométeme que mañana iremos a buscar a Ruth.

—Hay órdenes de As, pequeña. —Abarcó su cintura con las dos manos y se inclinó para oler su cuello. Su tartita de queso y frambuesas… la amaba tanto que le dolía—. Te prometo que la vigilaremos de cerca, pero no vamos a violar un mandato directo.

Entre los clanes, después del Pacto de Unión, se había decretado que ninguno de los dos líderes podría nunca violar las órdenes directas que dieran respecto a nada. Caleb respetaba a As y el berserker respetaba a Caleb porque había hecho feliz a su nieta y se había erigido como el auténtico líder de los vanirios en Inglaterra. Y así habían seguido en comunión desde entonces.

Aileen se sintió orgullosa de él, por ser inflexible y respetar a su abuelo de ese modo, pero del mismo modo se sentía decepcionada por no poder ayudar a Ruth como ella quería.

—Y tú obedeces las órdenes siempre, ¿verdad? —murmuró ligeramente disgustada.

Caleb gruñó y sintió el olor del hambre y de la excitación de su pareja. Todavía no se habían alimentado, y sus cuerpos no podían esperar más.

La conocía tan bien que sabía perfectamente lo que necesitaba. Necesitaba desfogarse con él porque estaba enfadada y asustada por su amiga. Y a él le encantaba cuando Aileen se volvía una auténtica amazona, sensual y agresiva. Y adoraba todavía más proporcionarle todo lo que ella necesitara.

El vanirio sonrió y la miró de arriba abajo, expectante, esperando a que su chica diera uno de sus pasos decididos y a la vez dulcemente vacilantes.

—¿Quieres una orden directa? —preguntó ella deslizando sus manos por su pecho, su estómago y el cinturón negro de piel. Lo desabrochó y luego procedió igual con los botones del pantalón.

—¿Qué necesitas, mo ghraidh[12]? —Recogió su pelo con ambas manos. La melena de Aileen, suave, lisa y negra, brillaba como el alabastro.

—Aliméntame —le ordenó pasando la lengua por su labio inferior.

Caleb gimió cuando Aileen le bajó los pantalones hasta los tobillos. Se los sacó de una patada mientras seguía agarrándole la melena con las dos manos y se miraban fijamente el uno al otro.

Aileen miró cómo se le marcaba la erección a través de los calzoncillos de diseño que llevaba. La acarició con la mano y sonrió al ver cómo Caleb cerraba los ojos por el placer.

—Mío —susurró ella poniéndose de puntillas, besándole en los labios y metiendo la mano en el interior de los calzoncillos, hasta abarcar el miembro de Caleb.

—Todo tuyo —afirmó Caleb metiéndole la lengua en la boca y succionando la de ella.

—Sí. —Dejó de besarlo para lamerle el cuello, besarle el hombro, descender hasta morderle ligeramente el pecho y arrodillarse delante de su hombre. Fijó la mirada en los calzoncillos y con la mano libre se los bajó hasta que se asomaron a saludar el pene y los testículos de Caleb.

Caleb la miraba fijamente con sus ojos verdes más claros que nunca, reteniendo su melena con las dos manos como si ella llevara una cola alta. Le encantaba verle la cara consumida por el placer y la devoción mientras se lo comía, literalmente, y sus manos no dejaban de trabajarlo.

Aileen levantó una ceja y sonrió al ver la gota de líquido preseminal que asomaba en la cabeza púrpura de Caleb.

—Me vuelves loco, Aileen. Cada vez es peor. Esto me consume… —pero se le cortaron las palabras al sentir el primer lametazo de su lengua. Aileen lo hacía todo con gracia, sabiendo cómo debía tocarlo, cómo debía acariciar la bolsa pesada que colgaba del miembro de Caleb, cómo debía sacudir su erección mientras la succionaba con la boca.

Caleb empezó a mover las caderas y a exigir manteniéndole la cabeza y agarrándola del pelo, empezando a perder el control.

—Oh… joder… Aileen… mwy[13].

Aileen lo tragó entero mientras lo acariciaba con la garganta y le lamía la base con la punta de la lengua.

Caleb estaba a punto de correrse, y ella lo sabía. Lo notaba en el modo que tenía de rotar las caderas, en el tembleque de sus piernas, en la tensión de todo su cuerpo, y ella estaba a punto de explotar sin necesidad siquiera de que la tocaran. Le ponía condenadamente caliente saber que Caleb estaba descontrolado debido a ella, a su habilidad, a sus atenciones.

Con hambre y ansiedad, gimió, clavó sus colmillos en él y empezó a beber como una mujer sedienta sin dejar de mover las manos, sin dejar de tocarlo.

Caleb la clavó en su sitio agarrándola del pelo, y le hizo el amor a su boca esta vez con desinhibición, gritando como un hombre liberado, dejando que su semilla y su sangre inundaran la garganta de la joven.

Ella bebió hasta dejarlo seco. Era un auténtico manjar de mango y especias para ella. Y le amaba con todo su corazón.

Soltó su miembro y le dio un beso dulce en el prepucio.

—Adoro cómo sabes, Caleb —susurró ella besando su ingle y alzando los ojos hacia él. Se alarmó al ver la mirada salvaje del guerrero, con los colmillos absolutamente desarrollados y el miembro que seguía todavía duro en sus manos. Y se sintió excitada por ello.

Caleb gruñó y la levantó para darle un beso devastador en los labios. Probó su sabor en la boca de ella y gimió quitándole la bata de seda por los hombros, dejándola desnuda en el balcón y a su merced. Él prácticamente se arrancó la camiseta y enseguida la atrajo hacia él para que sus pieles se tocaran y reconocieran.

Ella suspiró agradecida y él la alzó obligándola a que rodeara sus caderas con aquellas magníficas piernas que la genética le había dado.

—Mía —dijo él empalándola de un único golpe.

Aileen iba a gritar de la impresión, del placer, de saber que sólo con ese contacto primitivo y profundo ya estaba llegando al orgasmo, pero la boca de Caleb taponó la protesta, y no dejó de besarla mientras sentía las contracciones del interior de Aileen, aprisionándolo, ordeñándolo de nuevo. Lo miró a los ojos y sonrió hundiendo los dedos en el pelo de Caleb.

—Tuya, mo duine[14].

—¿Para siempre?

—Para siempre, nene.

—No dejaré que le pase nada a Ruth. No temas.

Aileen asintió con la mirada llena de amor.

—No desafiaré una orden tuya.

Caleb pasó la lengua en una caricia perezosa por la garganta de Aileen. Entró en la habitación, cerró las puertas del balcón con una orden mental y le dijo antes de tumbarla en la cama:

—Vamos a ver a qué sabes tú.

Después de la charla con As, Adam se había ido directo a su casa, para estar con sus pequeños sobrinos y para descansar, pues sabía que tarde o temprano As le avisaría.

Sufrió la misma pesadilla una noche más. Intentó dormir pero se levantó como alma que lleva el diablo. Fijó la vista en las paredes de su habitación.

Su pared estaba toda cubierta de dibujos de Ruth apuntándole con un arco con flechas, vestida con una capa roja. En otros se veía a Ruth apoyada sobre una mesa con el culo en pompa y las braguitas a medio bajar. Otras, medio abriéndose una túnica blanca, dejando entrever su piel pálida y desnuda, como una seductora.

Así la había visto en sus sueños, todas las condenadas noches desde que la conoció.

Ruth la sensual. Ruth la asesina.

Como cada mañana corrió para cerciorarse de que los gemelos seguían ahí y estaban con él. En un abrir y cerrar de ojos entró en su habitación.

Estaban dormiditos, hechos unos ovillos, acurrucados bajo las mantas. Sintió frío al pensar que algo pudiera pasarles y que él no pudiera evitarlo. Ruth iba a ponerlos en peligro y eso no lo iba a permitir, ni se lo iba a perdonar.

Su mirada se enterneció al mirar el pelo rubio y liso que asomaba en la almohada de su sobrina.

Era verla y recordar a Sonja. Su querida hermana del alma.

Su sobrinita era tan dulce y cariñosa como lo había sido su madre. Era una niña un tanto tímida, pero inteligente y tenaz como ninguna.

¿Y el otro? El pequeño moreno de pelo negro y liso era un terremoto, valiente y fuerte. Parecía un indio. Siempre protegía a su hermana. Todo el mundo decía que se le parecía tanto que creían que era su padre. Para él, ellos eran como sus hijos, no le importaría que los confundiesen. Y si alguien se atreviera a tocarlos…

Sonó su móvil y contestó con voz ahogada, tragándose el nudo de angustia que se le formaba cada vez que pensaba en ellos.

—Adam. —Era As.

—As. —Se pasó la mano por su cráneo rapado—. Dime dónde está.

—¡Maldita sea, Adam! —rugió As—. Tienes que prometerme que no le harás daño. Ve hacia Alum Pot.

—¿Las cuevas?

—Sí. Ella está ahí. Se… ha ido a una fiesta… se ha celebrado una fiesta allí —As tenía que inventar algo. Según María, la iniciación se había dado allí, y puesto que habían pasado ya muchas horas, era posible que Ruth ya hubiera salido de las cuevas—. Recógela y llévatela, pero mantenla a salvo si aprecias tu pellejo.

De repente oyó un golpe sordo en la línea y la voz afilada de Caleb de Britannia, el guerrero más temido de los clanes, el que podía caminar bajo el sol, sumió la línea en un frío ártico.

—Adam.

—Caleb.

—¡Si la tocas te mato, Adam! —gritaba de fondo una furiosa Aileen—. ¡No le hagas daño!

Mierda, ¿es que todos sabían lo que iba a pasar con Ruth? As debía confiar mucho en la joven para advertir a su nieta sobre lo que iba a hacer con ella.

—Tranquila, Aileen —susurró Caleb con voz dulce—. Adam no le hará nada.

—No puede llevársela. No quiero que se la lleve —susurró Aileen con voz ahogada.

—Chist… Estará bien —la tranquilizó Caleb dulcemente.

—No estés tan seguro —replicó Adam enrabietado por esa fe en la joven—. No fallo en mis profecías.

—Pues ten en cuenta esto, Adam —advirtió Caleb con voz helada—. Ruth es mi protegida. Por el bien del pacto y de la paz, voy a dejar que te la lleves hoy, en espera de que se cumpla tu sueño alucinógeno. Pero como cuando la sueltes Ruth tenga un solo rasguño en su cuerpo, yo te devolveré cada rasguño multiplicado por mil. Es la mejor amiga de mi Aileen, no permitiré que ella sufra por esto. Te respeto, Adam. Pero mi respeto no te salvará de lo que pueda pasarte si le haces daño. No vivirás lo suficiente para ver amanecer un día más.

—¿Es una amenaza? —Adam alzó una ceja.

—No. —Había una sonrisa maliciosa en su voz—. Es mi profecía, lo veo muy claramente. Pero ésta será de verdad.

—Veremos quién es el profeta —finalizó él colgando el teléfono. Llamó a Noah inmediatamente—. Necesito un favor.

—Si vas a por Ruth, yo voy contigo —contestó el otro berserker.

—Escúchame bien, amigo. Voy a por ella. Ya sé que As te ha dicho que me hagas de canguro, pero antes necesito que vigiles a los niños hasta que yo vuelva.

—¿A los dos terroristas? —preguntó incrédulo—. ¿No los llevas a la guardería con Margött?

—No, hoy no —cortó él tajante—. Margött ya estuvo ayer con ellos y tal y como están las cosas necesito a alguien de confianza que no sólo esté con ellos sino que además, llegado el caso, también pueda protegerlos. Me fío de ella, pero no es fuerte como tú. Los quiero en mi casa, es más seguro.

—¿Crees que puede hacerle daño a ellos? ¿Ruth?

—Ya te he dicho que no me fío de ella. De ella, no.

—Estás exagerando, noaiti —advirtió su amigo—. Además, esos niños acabarán conmigo en un periquete.

—Vamos, no son para tanto. Ellos te quieren.

—Claro, claro…

—Noah, por favor. Cuida de ellos hasta que vuelva. No dejes entrar a nadie aquí.

—Está bien. ¿Adónde vas?

—A Alum Pot.

—No hace falta que te diga que voy a estar vigilándote, ¿verdad que no?

—Ya lo sé. —Como para olvidarse.

—Ruth me cae bien.

—Sí, bla, bla, bla… A todos os cae bien. Parece un encanto.

—Lo es. No te pases con ella.

Silencio.

—Cuida de mis sobrinos. —Colgó el teléfono.

Se cambió de ropa. Iba de riguroso negro, como siempre, con ropa holgada como si fuera un practicante de capoeira. La ropa de la guerra y de la lucha para los berserkers. Cuando se transformaban y les entraba el od[15] las ropas se les rompían, por eso necesitaban telas elásticas.

Entró en la habitación de los gemelos y se sentó en la cama de Liam.

—Eh, pequeño. —Le acarició el pelo.

—¿Tío Adam? —Liam abrió los párpados y sus ojos negros ocuparon toda su cara.

Adam sonrió. Le encantaba verlos despertar.

—Escúchame, campeón. Tío Noah está a punto de llegar. Él se quedará con vosotros hasta que yo vuelva.

—¿Hoy no viene la señorita Margött? ¿Hoy no vamos a la casa-escuela? —preguntó esperanzado.

—Hoy no.

—Bien —gritó apretando el puño y alzándolo al aire.

—Vaya, ya veo que te entristece la noticia. —Se echó a reír—. Haced caso de lo que os diga tío Noah, ¿ok?

—Sí, claro.

—Cuida de tu hermana.

—Siempre lo hago. —Levantó la barbilla con orgullo—. Como debe ser.

—Como debe ser. —Le ofreció el puño cerrado y Liam se lo chocó con el suyo. Estaba tan orgulloso de ellos—. Dame un abrazo.

Liam se estiró y lo abrazó con fuerza.

—Te quiero —susurró Adam.

—Y yo a ti.

Adam, se levantó y le guiñó el ojo.

—Hasta luego.

Liam abrió su manita y le dijo adiós con la mano.

Adam odiaba separarse de ellos.

Cerró la puerta con llave, y vio a lo lejos la polvareda que se levantaba a través de las copas de los árboles del bosque, era Noah que ya estaba allí. Antes de encontrarse con él y dar más explicaciones, se fue corriendo a por su profecía.

Adam inspiraba profundamente para detectar el perfume de Ruth. Había varios olores fuertes que lo difuminaban, pero estaba allí. Lo sabía.

Se internó en uno de los bosques que había sobre las cuevas de Alum Pot. Saltaba de roca en roca, con la fuerza sobrenatural de los de su especie. Las piedras tenían sílice y musgo de la humedad. Diferentes tonalidades de verde cubrían el tupido suelo silvestre, y los árboles que tapaban el cielo creaban formas serpentinas a su antojo.

Se detuvo. El olor venía muy fuerte desde el Este. Se dirigió hacia allí y de un impulso se encaramó a la copa de un árbol.

A escasos diez metros, yacía el cuerpo blanco y esbelto de la joven. Su espesa melena caoba estaba desparramada sobre el suelo. Llevaba un vestido blanco, sucio y roto por los costados y una de sus torneadas piernas salía entre la raja de éste.

Adam se impulsó y cayó a cuatro patas a medio metro de ella.

Ruth olía fatal. Tenía sangre en el vestido y estaba completamente inconsciente. Había vomitado y no tenía buen aspecto. A dos metros de ella, un carcaj vacío de flechas reposaba abandonado sobre una roca.

Gruñó. Ruth lo disparaba con un arco y lo mataba. As podía decir misa sobre ella, él sabía que su sueño era cierto. ¿Dónde estaba el arco?

La tomó de la barbilla y giró su rostro hacia él. Tenía un corte en la mejilla, y el hombro derecho inflamado y seriamente magullado.

¿Qué le había pasado?

Se arrodilló delante de ella y acercó su rostro al suyo. La joven tenía pecas alrededor de la nariz, defecto que la hacía parecer más pequeña y vulnerable. Aun así, él sabía que Ruth podía distraer a cualquiera con una de sus miradas pizpiretas, pero a él no. Se había vacunado contra ella porque de ello dependía su vida y la de los berserkers.

Se colgó el carcaj y, sin mucha delicadeza, la alzó y la cargó sobre su hombro.

Ruth exhaló el aire con un quejido. Él se detuvo bruscamente y la miró por encima del hombro. Su largo pelo le cubría el rostro y no supo adivinar si estaba o no despierta, así que empezó a trotar corriendo como el demonio en llamas.

Ruth sentía como algo duro y grande se le clavaba en el estómago y la dejaba sin respiración. Intentó gritar, pero estupefacta se dio cuenta de que tenía las cuerdas vocales y la garganta irritada. Mientras iba dando tumbos recordó las veces que había vomitado en la cueva hasta quedarse sin conocimiento. Intentó aclararse la garganta pero le dolía tanto el esófago que desistió. Palpó a ciegas hasta tocar algo de carne humana, la cual se tensaba y se distendía a cada movimiento. Se agarró a la tela que cubría ese cuerpo y tiró de ella varias veces hasta que el propietario reaccionó.

Adam se detuvo esta vez. Se inclinó y la bajó al suelo, con tanta fuerza que Ruth no pudo reaccionar y cayó de culo, soltando un tímido gritito.

Mareada, se llevó la mano a la cara para retirarse los largos mechones de pelo de los ojos.

Él observó cómo sus manos temblaban. Y cuando Ruth abrió los párpados y lo miró con aquellos ojos extrañamente dorados, sintió un ligero estremecimiento por la espina dorsal. Frunció el ceño y endureció la mandíbula.

Ruth palideció al verlo. Adam, con sus hombros anchos y grandes, la cubría de la luz del sol. Todo su cuerpo reaccionó tensándose en zonas que en teoría deberían de estar dormidas.

—¿Ad… Adam? —preguntó con voz temblorosa.

Adam sonrió al verla tan indefensa.

—Vaya, por fin te has despertado —le espetó con dureza.

Tan simpático como siempre.

—Me has tirado al suelo —le acusó ella afectada por la impresión de verlo allí tan grande e imponente.

—¿Recuerdas lo que te dije si te veía otra vez por Wolverhampton?

Ruth volvió a estremecerse. Se encontraba fatal, estaba desorientada, le dolía todo el cuerpo y tenía frío. ¿Cómo sabía que había estado allí? Adam la miró de arriba abajo sin disimular su desprecio y eso le molestó.

—Me dijiste tantas cosas agradables… —contestó sarcástica. Apartó los ojos de su oscura mirada para intentar ubicarse. Seguían en el bosque. ¿Dónde estaban María y las demás?—. ¿Cuál de todos esos piropos se supone que debo recordar? Y, ¿por qué estoy contigo? Además, no estoy en Wolverhampton como puedes ver.

—Vaya, vaya. A ver —Adam se echó a reír—, te he encontrado tirada en el bosque, con olor a vómito y a orín y el vestido medio roto… Hueles mal, ¿cómo no iba a encontrarte? —Se señaló la nariz con desdén—. Estuviste ayer en Wolverhampton.

Ruth apretó los dientes. «Tan encantador como un escupitajo en la cara», pensó. La iniciación era un auténtico cúmulo de despropósitos. La dejaban a una completamente inservible y no hubiera imaginado jamás que su cuerpo fuera a echar tanto líquido. Se apretó las sienes buscando una réplica, pero le dolía tanto la cabeza que no supo qué decir.

¿Qué podía decirle? La habían obligado a permanecer en silencio una vez estuviera fuera. Si mal no recordaba, ya había pasado un día entero dentro de la cueva. Se moría de ganas de contestarle y atacarlo como él hacía con ella, pero no sabía qué decir. Necesitaba fuerzas para pelearse con él.

—No te acuerdas de nada, ¿verdad? —afirmó él haciendo negaciones con la cabeza—. Eres un desastre de mujer.

—Sí, el aprecio es mutuo. Ahora, por favor, ¿serías tan amable de llamar a Aileen y decirle que venga a buscarme? Ella ya sabe que estoy…

Adam se puso de cuclillas y chasqueó la lengua.

—No.

—¿No? —Arqueó las cejas incrédula—. Entonces apártate, chucho. Tengo que ponerme a caminar —intentó levantarse pero Adam la empujó ligeramente y volvió a caer—. ¡Agh! —se golpeó el codo con una piedra saliente—. ¿Qué haces? —gritó algo más asustada.

—Te diré lo que hago. —La tomó de la barbilla clavándole los dedos en las mejillas y provocando que a Ruth se le saltaran las lágrimas—: Basta de tonterías. —Adam ignoró las uñas de Ruth clavándose en sus muñecas—. Sé quién eres y lo que quieres hacer. Sé cuando vas a hacerlo, pero no sé por qué razón… Aunque —la apretó con más fuerza. Le iban a salir morados en las mejillas—, una persona como tú no necesita razones para ser como es ni para hacer lo que hace. Eres así de frívola. Espero que te lo hayas pasado bien en la fiesta, porque la diversión ya se ha acabado para ti.

—¿Fiesta? No… sé… de qué me hablas… hijo de…

—Sí, sí que lo sabes. —La agarró por los muñecas y la levantó hasta colocarla sobre su hombro—. As me lo ha contado. Por eso te he podido localizar. A veces se celebran fiestas en las cuevas, y cómo no, la fantástica y simpática Ruth no iba a faltar a ninguna de ellas.

—¿Dónde me llevas? ¡Bájame! ¡Bájame! ¡No!

As sabía perfectamente que la iban a iniciar. No estaba ahí para asistir a ninguna fiesta. ¿Por qué había dicho eso?

—¿Que te baje? —Empezó a correr.

—Dios, no pue… do respirar. ¡Chucho asque… queroso! ¡Bájame! —gritó desesperada mientras luchaba por coger aire—. Me mareo…

—Te mareas porque has bebido demasiado. Siempre lo haces. Bebes, tonteas con los hombres, te dejas manosear y ya sabemos que tienes un muelle entre las piernas. Eres como una prostituta, pero tú lo haces gratis.

Ruth lo mordió en la espalda con fuerza, presa de la rabia y de la impotencia. No lo iba a permitir, no podía insultarla así. Pero él ni siquiera pestañeó.

—Oye, gatita… —se quejó él divertido—. ¿Te gusta jugar así? —gruñó Adam. Le dio una cachetada en la nalga, la apretó y la mordió con fuerza haciendo que Ruth gritara de dolor.

Le había hecho daño. Quería frotarse el mordisco, estaba convencida de que le había clavado los dientes y que tendría una marca. Le dolía, y se echó a llorar. Pero al tercer hipido, vomitó. En la espalda de Adam.

—Joder, vaya mierda —Adam se detuvo y la inclinó hacia atrás hasta que ella quedó casi a la altura de sus nalgas—. Será bueno que eches lo que te queda.

Ruth ya no podía vomitar más, y después del tercer esfuerzo y de que Adam le presionara el estómago con el hombro, simplemente se desmayó.

Cuando llegó a su casa, Noah lo esperaba apoyado en la puerta y cruzado de brazos. Su pelo rubio platino y su tez morena llamaban demasiado la atención, pero eso a Noah le encantaba. Se sentía cómodo con ello.

No como Adam. Él prefería pasar desapercibido, aunque nunca lo lograba. Cuando Noah vio el estado en el que se encontraba Ruth, el berserker se preocupó y se acercó a ellos.

—¿Qué le has hecho? —lo acusó.

Adam levantó una ceja y abrió la puerta sin apenas mirarlo.

—No le he hecho nada —contestó al fin—. ¿Dónde están los pequeños? —preguntó. Pasó de largo el salón y abrió una compuerta que daba a un sótano.

—Arriba, todavía duermen. Mierda, Adam —gruñó Noah—. ¿Insinúas que te la has encontrado así? No me vas a engañar.

—Te he dicho que no le he hecho nada. La encontré así —le aclaró sin ponerse nervioso y encendiendo la luz de la sala del sótano. Era un lugar vacío y frío, con sólo una cómoda y una mesita. Adam y Noah la utilizaban de vez en cuando para hacer algún que otro interrogatorio—. Viene de una fiesta. Estaba durmiendo la mona en el bosque. Es una tonta inconsciente.

—¿Y los cortes del hombro y de la cara? Alguien la ha mordido en el trasero, Adam —arqueó las cejas—. Tiene sangre en la ropa…

—No tengo nada que ver con eso —«al menos no con lo demás», pensó—. A lo mejor alguien se ha aprovechado de ella. Esta chica cuando bebe es una bomba de relojería ¿Es que ya no te acuerdas de lo provocadora que estaba en la noche de las hogueras? Por Dios, si hasta se enrolló con Julius y Limbo a la vez —murmuró rabioso—. Es una chica fácil.

—Eso es lo que ellos dicen. Ya sabes que son unos bocazas y…

—Y ella es una fresca ¿Qué motivo hay para dudarlo?

Noah entrecerró sus ojos amarillos y miró a Adam. Su amigo parecía despechado.

—No la dejes aquí, Adam —le censuró Noah—. No estamos seguros de que ella sea…

—¡No lo estás tú, maldita sea! Llevo semanas sin dormir por su culpa. —Tiró a Ruth sin ningún miramiento sobre la cama—. No lo estás tú, ¿de acuerdo? —Se giró hacia su amigo con los ojos fríos y llenos de tormento.

Noah no bajó la mirada, sino que lo estudió. Adam rezumaba odio por ella, pero algo más había debajo de toda esa furia.

—Gracias por cuidar de los niños, Noah.

—¿Me estás despachando? No voy a irme —le aclaró él divertido.

—¿Crees que me voy a aprovechar de ella?

—De momento ya le has mordido en el culo —señaló—. Le has hecho daño. Cúrala.

—Y una mierda. No haré nada más con ella. Tenlo claro, me gustan con clase. Elegantes. Ruth está sacada de un burdel.

El berserker sintió un cosquilleo en la nuca, miró hacia atrás y vio que Ruth tenía los ojos rojos de llorar, pero su mirada, clavada en él, destilaba odio y dolor. ¿Desde cuándo llevaba despierta? Había dormido como una mona en el Hummer.

—Y en el burdel tu madre me dijo que te diera recuerdos —le gritó ella—. ¿Quién creéis que soy? —preguntó asustada—. ¿Por qué me vas a hacer pagar a mí por nada? ¡Noah! —Se levantó siseando por el dolor en la nalga y se arrastró hacia él como pudo, ignorando a Adam—. Noah, avisa a Aileen y diles lo que este desgraciado quiere hacerme… Por favor… —Se limpió las lágrimas de un manotazo—. Si ella supiera…

—Ruth —murmuró Noah queriendo darle consuelo.

Adam se interpuso entre ellos y la cogió de los hombros.

—Ellos ya saben que estás aquí conmigo —aclaró él disfrutando de la confusión de la chica—. Ya saben lo que pienso de ti y saben qué voy a hacerte. No vendrán a por ti. No te quieren. —Necesitaba herirla, necesitaba desquitarse de esos días de tormento e insomnio.

—Adam —Noah le llamó la atención—, no tienes por qué…

—¿Qué? —le contestó él—. Es verdad. —Volvió a encararse con ella—. Estás aquí con el permiso de As, de María, de Caleb y de tu amiga Aileen. ¿Quién podría quererte a ti, eh? ¿Te has visto?

A Ruth aquellas palabras le sentaron como una bofetada.

—No es verdad —replicó intentando dominar el temblor de su labio inferior—. Ellos no lo saben.

—Sí lo es —afirmó Adam divertido—. Estás en mis manos ahora.

—No —dos inmensas lágrimas resbalaron por sus mejillas—. Ellas saben que yo no quiero quedarme a solas contigo, saben que me odias, que… Adam, me estás mintiendo —le empezó a temblar la barbilla y el odio y la repulsión que Adam sentía hacia ella, le dio fuerzas suficientes para encararse con él—. ¿Por qué te portas así conmigo? ¡¿Qué te he hecho?! ¡Déjame salir de aquí!

—Tú eres la mentirosa aquí, no yo. Tus amigos saben que iba a ir en tu busca, saben que no les he mentido sobre ti. ¿Crees que no te conozco? ¿Que no sé quién eres? ¿Que no sé lo que tienes pensado hacer?

Ruth sintió como la sangre se le iba del rostro. ¿Adam sabía quién era ella? ¿Sabía que era una sacerdotisa? ¿Que ella era la Cazadora? Pero no podía ser…

—Llevas la muerte escrita en la cara —le espetó él escupiendo veneno.

Maldición. Él lo sabía. Adam sabía quién era ella, seguro. Sabía que los muertos irían a ella, por eso le había dicho eso. Pero ella no tenía pensado hacer nada malo. Sólo quería ayudar con su don, que por cierto todavía no había puesto en práctica. Ella debía hacer una buena labor, no nada catastrófico, ni nada negativo.

—No puedo hablarte de eso —recordó la advertencia de María y Nerthus—. ¿Y qué piensas que voy a hacerte con lo que soy? —Alzó la barbilla desafiándolo con los ojos de ámbar brillantes y rebosantes de atrevimiento—. Tengo algo importante por hacer. ¿Es que me tienes miedo? Soy sólo una chica…

—Déjame que lo ponga en duda —sonrió malicioso—. Ya te dije una vez lo que pensaba de ti. No sólo eres una chica. Nos pondrás a todos en peligro, no eres de fiar.

—¡Cuando salga de aquí, tú estarás en serio peligro, chucho! —le gritó furiosa por recordarle todo lo que le había dicho una vez. Todo lo que le decía ahora.

Noah miró a Ruth con extrañeza.

—¿No lo niegas, Ruth? ¿Hay algo que debas decirnos? ¿Vas a hacer algo que debamos saber?

—¡No! ¡Tu amigo, el perro sarnoso, afirma que voy a hacer algo! ¿De qué habla? ¡¿Qué crees que voy a hacer?! —lo miró de arriba abajo—. No os pondría en peligro. No voy a decir nada sobre vosotros, ni sobre los vanirios. Os estoy ayudando. ¡Maldita sea! No me merezco esto.

Adam gruñó. Su paciencia tenía un límite.

—Noah, sal de aquí —le ordenó Adam.

—Ni hablar, no voy a dejarte a solas con…

—¡No! Noah —Ruth lo agarró del brazo—, no me dejes aquí sola con él —le pidió aterrorizada.

Adam observó como Ruth engatusaba a Noah con su cara de niña buena, y eso lo enfureció todavía más. Cerró sus dedos sobre su muñeca y la apartó de él llevándola a la cama y apoyándola con brusquedad contra la pared.

—¡Suéltame! —gritó Ruth—. ¡Adam! —Empezó a dar patadas a diestro y siniestro, pero al berserker no le importaba ni su miedo ni su desesperación.

—Adam, tío… estás perdiendo los nervios —resopló Noah cansado—. No puedes hacerle daño. As te lo advirtió.

—Es imposible que él lo sepa… —susurró Ruth pálida y contrariada—. No me hubiera dejado aquí. ¿As sabe que este animal me ha secuestrado y lo permite? ¿Pero qué demonios está pasando? ¡Es todo culpa tuya! —Miró a Adam encolerizada.

Adam alargó el brazo hasta la mesilla de noche que había al lado de la cama, abrió el cajón y sacó unas cuerdas. Le ató las muñecas con un par de movimientos firmes. Ruth no podía creer nada de lo que ahí sucedía. Apretó las cuerdas duramente como para notar que a ella le molestaban.

—Te arrepentirás, perro. —Lo miró a los ojos esperando ver una pizca de remordimiento en esos pozos negros, pero Adam arqueó las cejas incitándola a que le insultara de nuevo.

—Apuesto a que ahora desearías tener aquí tu arco y tus flechas. Encontré el carcaj vacío. ¿Qué hacías con eso en una fiesta? ¿Cazabas rabos?

Ruth perdió todo color en las mejillas. ¿Lo decía con segundas o sólo se burlaba de ella?

—Apuesta fuerte, chucho. No perderías —murmuró sorbiéndose las lágrimas—. Caleb se enfadará cuando sepa que me estás tratando así. Él es mi amigo, ¿lo sabes, no?

—Él también está conforme con esto. —Se encogió de hombros—. Ya te lo he dicho. Estás sola y estás en mis manos. Ya puedes gritar, patalear, llorar… nadie te va a oír.

—¡Te odio!

—Eso ya lo sé —se incorporó alzándose ante ella cuan largo era—. Sé más original.

—¿Tío Adam?

Adam se giró bruscamente hacia la puerta. Su pequeño sobrino estaba de pie frotándose los ojos con carita de dormido. El niño observó a Ruth y ella lo miró a él consternada.

¿De dónde había salido ese niño tan mono? Él la miró con curiosidad de arriba abajo y volvió la mirada a Adam.

—Chaval… —Adam se obligó a relajarse y caminó hacia el pequeño—. Ya sabes que aquí no puedes entrar —lo tomó en brazos y lo besó en la frente—. ¿Cómo has…?

—La puerta estaba abierta —contestó sin dejar de mirar a Ruth—. Y he oído gritos. ¿Quién es?

Adam se giró hacia Noah esperando que su amigo le ayudara, pero éste se encogió de hombros.

—Es… —Adam no sabía qué decirle—. No debes acercarte a ella, ¿me entiendes?

—¿Qué crees que le haré? —saltó Ruth ofendida e incrédula al darse cuenta de que Adam creía que ella era el demonio, o peor, la peste—. ¿Estás loco? ¿Crees que me lo voy a comer? —alzó una ceja—. ¿Que lo voy a pervertir? Me gustan mayores y de dos en dos, según tú.

Adam se envaró. Un escalofrío recorrió al berserker. ¿Sería capaz Ruth de hacer daño a sus sobrinos? No lo permitiría.

—Ni siquiera te atrevas a mirarlo —la amenazó—. Noah, coge al niño y súbelo arriba. —Le pasó a Liam como si fuera un paquete y se dirigió hacia Ruth—. Cierra la puerta cuando salgas.

Noah sonrió al niño sólo para tranquilizarlo. Liam no dejaba de mirar a Ruth, hipnotizado por ella. El berserker rubio miró el cuadro que hacían Adam y Ruth, y negó con la cabeza.

—Noah, no te vayas —le ordenó Ruth débilmente.

Él intentó tranquilizarla con la mirada pero sabía que no lo lograría.

—Haz lo que él te diga, Ruth. Todo esto pasará rápido. Pero obedécele. —Subió las escaleras y desapareció de la vista de la joven.

—Noah es un blando —murmuró Adam. Miró lo pálida que estaba Ruth y sonrió. Quería aterrarla y hacérselo pasar mal, como él lo había pasado desde que soñaba con ella—. Qué decepción, ¿ya no me insultas?

—No entiendo nada —susurró mordiéndose el labio para que dejara de temblarle—. ¿Qué hago aquí, Adam?

No quería verla vulnerable. Sí asustada, histérica, enfurecida…, pero no vulnerable. Tragó saliva e ignoró los ojos implorantes que lo miraban desorientada.

—Levanta los brazos.

—No.

—Levántalos.

Ruth negó con la cabeza.

Adam estaba tan tenso que iba a explotar. Estar a solas con aquella chica lo turbaba. Seis malditas semanas viéndola entre brumas de sueños húmedos y lacerantes, mezclados con deseo, traición y muerte.

No fallaba en sus profecías. Y encima ahora lo desafiaba. Él-no-fallaba.

—¿Quieres guerra, Ruth?

Ella negó con la cabeza muy lentamente. No le gustaba nada cómo la miraba.

—Porque estoy muy dispuesto a dártela. Llevo mucho tiempo sin sentirme bien por tu culpa. —La tomó con crueldad de la barbilla—. ¿Crees que podías reírte de mí y de todos los que han confiado en ti, sin sufrir luego las consecuencias? —Abrió de nuevo el cajón desastre y sacó una cadena.

Ruth abrió los ojos consternada. ¿Cadenas? ¡¿Para qué?! Empezó a temblar sin control y los ojos se le llenaron de lágrimas. Aquella escena le recordaba cosas que ella hubiera deseado olvidar. Cosas que debía cerrar a cal y canto. Cosas de su infancia. ¿Es que Adam quería revivir todas sus pesadillas?

—Adam, no… —sollozó intentando apartarse de él.

—Dime, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué viniste a Wolverhampton cuando te dije que no volvieras a pisar esta tierra? —Hizo oídos sordos a sus súplicas.

—No vine porque quise. Me… me obligaron. No me ates, no me… —Intentó detener sus manos cogiéndole como pudo de las muñecas. Pero eran grandes y gruesas y ella no podía detenerlo. Odiaba ser débil. No le gustaban las ataduras.

—¿Quién y por qué? —Le pasó la cadena por los tobillos y se los inmovilizó—. Y no hagas que pierda la paciencia. As me dijo que te había invitado él mismo. ¿Es mentira?

—¡No te importa! —Se incorporó de golpe y cayó abatida sobre el colchón. Estaba tan confundida—. No te importa… —hundió el rostro en la sábana y empezó a llorar. ¿Cómo iba a explicarle a él lo que había sucedido? No podía mentir tampoco. Las sacerdotisas no mentían. Se lo habían prohibido. Pero temía que si no se lo explicaba, él la acusara de algo peor. Fuera lo que fuera, Adam creía que ella iba a hacer algo malo. Recordó la voz de la mujer que le había alertado sobre algo malo que iba a suceder. ¿La estaría alertando sobre él?

—¡No llores! —le gritó sacudiéndola por los hombros—. Puede ser rápido e indoloro, pero sólo si tú colaboras. No me vas a ablandar con tus falsas lagrimitas.

Aquello le molestó.

—¿Qué crees que voy a hacer, imbécil? ¡Dímelo! —Se observó el cuerpo maniatado. Lo miró y sonrió con desprecio—. ¿Matarte?

—Justamente.

—¡Ojalá pudiera! ¡No creas que no me apetece! ¡Me apetece retorcerte el pescuezo y echar tus huevos a las ratas!

Adam observó el cuerpo de la joven y, a su pesar, notó como su entrepierna se endurecía. Ruth era realmente provocadora. El vestido se le había subido hasta el muslo, tenía el pelo alborotado y algunos rasguños en el rostro y en el cuerpo, pero aun así estaba… espléndida. Y a su merced.

—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás tan magullada?

—No te importa —miró hacia otro lado.

Adam sonrió y se pasó la lengua por uno de sus colmillos. Ruth observó fascinada cómo su lengua resbalaba por sus dientes.

—¿Te apetece darme un mordisco, verdad? —lo pinchó ella. No sabía por qué pero quería provocarlo. No iba a permitir que, encima, ese animal prepotente, aparte de humillarla e insultarla, la estuviera mirando de aquel modo tan lascivo—. Quieres tirarte encima de mí. Lo veo en tus ojos y en lo dura que se te ha puesto. ¿Cómo puedo gustarte si soy el diablo para ti? —preguntó riéndose de él. Provocándolo.

Adam, inmóvil, cerró las manos formando dos puños. Sí. Ruth le ponía a mil, y eso le hacía más violento de la cuenta porque ella era una maldita asesina.

—¿Te gustaría que te mordiera? —preguntó él acercándose más—. Seguro que te gustaría. Eres justamente el tipo de chica que sirve para un revolcón salvaje y descontrolado, pero no para nada más serio. Te tiene que gustar que te lo hagan duro y rápido.

Ruth no podía creerse que ese hombre le hablara de ese modo.

—Y a ti te gusta reducir a las mujeres. Que estén indefensas. Te pone cachondo porque no se te pone dura de ningún otro modo.

—Por eso te he atado. —Levantó una ceja sardónica.

—Que te follen.

—Oh, sí. Ahora mismo. —La tomó de la cintura y le dio la vuelta.

Ruth gritó y se movió como una culebra, queriéndose escapar de él.

Tiró de ella hasta colocar sus caderas al final del colchón y hacer que sus rodillas quedaran en el suelo, con el trasero en pompa. Adam le estiró los brazos por encima de la cabeza y la obligó a apoyar una mejilla sobre la sábana sucia y mugrienta.

Estaba roja de luchar, cansada, herida, pero sobretodo… asustada.

—Y, dime. —Se arrodilló detrás de ella y puso las piernas a cada lado de las suyas. Luego juntó su pelvis al trasero de Ruth—. ¿Con quién te has acostado esta vez? ¿Qué es lo que te han hecho? ¿Te han pegado? ¿Te gusta que te peguen? Hay mujeres a las que les gustan los azotes —le pasó la mano por los muslos prietos.

Ruth notaba las manos ardientes de Adam sobre su piel. Tenía unas manos muy grandes. Era indignante. La postura, el trato, las palabras, todo. Pero sentía que su cuerpo se sensibilizaba de golpe ante su toque.

¿Cómo podía ser?

—Tienes que parar… Adam, para. —Le ordenó mientras se le deslizaban las lágrimas por la comisura de los párpados.

—¿Y eso por qué? —susurró en su oído, apoyando todo su torso en la espalda de Ruth—. A ti te gusta esto. Te gusta el sexo.

—No me conoces. —Negó con la cabeza. Estaba pálida y se le había secado la boca—. No sabes lo que me gusta.

—¿Lo pasaste bien con Julius y Limbo? Los dos hablan maravillas de ti. De lo bien que los trataste, de lo complaciente que eres… Una gatita salvaje. —Mordió el lóbulo de su oreja.

Ruth no tenía ni idea de que los dos berserkers decían esas mentiras sobre ella. Sólo había coincidido con ellos la maldita noche de las hogueras. No habían hecho nada. Julius sólo le hizo un chupetón y fue un estúpido juego. Él quería algo más, pero ella se negó.

Se le puso la piel de gallina ante el suave mordisco de Adam, pero luego notó la erección animal de ese hombre y quiso apartarse asustada.

—Ni hablar. —Adam estaba impregnado del olor de Ruth. Intoxicado por completo y excitado hasta el punto del dolor—. No te vas a apartar de mí.

—Me estás asustando —murmuró ella escondiendo el rostro y obligándose a respirar más pausadamente—. ¿Es lo que quieres? ¿Asustarme? —Le temblaba la voz y le sudaban las manos—. Lo has conseguido Adam, pero ahora suéltame. —En las veces que se había imaginado esa situación con Adam no había ni violencia ni resentimiento de por medio. Sí mucha pasión y mucho brío, pero no el asco y el odio que percibía en él.

El berserker inhaló el aroma de su esbelto cuello, retirando con la nariz el pelo largo que lo cubría.

—No me has contestado, ¿te gustó lo que te hicieron? —embistió otra vez contra ella, esta vez más duramente. El cuerpo de Ruth se impulsó hacia delante, pero él la tenía bien sujeta de las caderas.

Aquello era un castigo. Algo muy malo había hecho en vidas anteriores para sufrir eso en aquel lugar y con aquel hombre.

—Eres un cerdo, Adam. —Se atragantó con sus propias lágrimas. Adam clavó los dedos en su tierna carne y gruñó en su oído.

—Todavía no te he hecho nada, tontita —su voz sonó ronca.

—Me lo estás haciendo todo. Y no. No me gustó lo que me hicieron. No me gusta que mientan sobre mí —la voz de Ruth sonaba estrangulada por el dolor—. No me he acostado con ninguno de los dos. Nunca. ¡Y a ti no te importa lo que yo haga o deje de hacer!

—Tú eres la única que miente. No te llamas Ruth Casanovas.

Ruth se quedó sin respiración, al borde de un ataque de pánico. ¿Cómo sabía él eso? ¿Por qué lo sabía? ¿Sus padres la habían localizado? Hacía cinco años que no hablaba con ellos. Cinco años en los que no se habían visto. Cinco años de libertad.

—¿Sorprendida de que lo sepa? ¿Te he descubierto? —susurró en su oído—. Te llamas Ruth Mawson Jones. Naciste en Chelsea, tu familia es inglesa. A los dos años os fuisteis a vivir a Barcelona y allí creciste y viviste hasta hace dos meses. Tu familia es adinerada, tu padre tiene dos petroleras y tu madre es ama de casa. ¿Con quién estás, Ruth? ¿Por qué nos has engañado?

—Yo no… no os he mentido. —Tragó saliva. La idea de que sus padres la encontraran de nuevo, la hacía sentirse enferma—. Me llamo Ruth Casanovas, es lo que pone en mi documento nacional de identidad.

—No es lo que pone en tu parte de nacimiento.

—¡Me has investigado! ¿Me has estado espiando, chucho? Sea lo que sea de lo que me acusas, soy inocente.

Adam no la creía. Se incorporó un poco y miró su trasero. Sí señor. Aquello era un culo de mujer, con formas, respingón y bien puesto. Le pasó las manos por las caderas y poco a poco subió su vestido.

Se quedó lívido. Su cerebro sufrió un cortocircuito. Ruth no llevaba ropa interior.

—¡Adam!

—Vas sin bragas. —Sus ojos se oscurecieron al ver también la señal de sus dientes en su nalga derecha. Le iba a salir un morado. Suya.

—Adam, detente. —Esta vez ya lloraba a lágrima viva, intentando por todos los medios ahogar los sollozos—. No me hagas esto. No.

—Te lo voy a hacer como a los perros. Eso es lo que soy, ¿no, Ruth? —Acarició con gentileza su pálida piel que contrastaba con la suya más oscura, y delineó la marca que sus dientes habían dejado en su carne. En la nalga izquierda tenía un hermoso lunar en forma de corazón. Sin querer, sonrió y le pasó el índice de su otra mano por encima del capricho—. Curioso.

—¡No me toques! —gritó desesperada.

—Ruth. Dile a Adam que Sonja lo está viendo.

La voz. Esa voz de mujer, de nuevo. Ruth abrió los ojos, agitó la cabeza para quitarse los pelos de la cara y miró a su derecha. Había una extraña claridad ahí. La voz venía de esa luz.

—Ruth. Díselo. Eso lo detendrá. Vamos, chica.

—¿Qué… dirá Sonja de ti? —Cerró los ojos con fuerza, esperando una reacción violenta de él.

Las turbadoras caricias cesaron de golpe. Adam se levantó con la mirada clavada en la espalda temblorosa de Ruth.

Sonja. Se había atrevido a nombrar a su hermana, ¡la muy puta!

—Sonja… —Ruth se envalentonó al ver que no estaba sola, al saber que allí había una mujer con ella aunque no la pudiera ver. Espíritu o no, no estaba sola con ese salvaje—. Sonja está viendo todo lo que me haces.

—Dile que no lo reconozco. Que no me imaginé que pudiera actuar así nunca.

Ruth miró por encima del hombro y vio el rostro abrumado de Adam. Sus ojos sombríos reflejaban incredulidad y a la vez respeto por lo que decía. Cuando lo observó bien, se dio cuenta de que bajo ellos había sombras azuladas, las ojeras de un hombre que no dormía desde hacía mucho tiempo, y su cuerpo temblaba como si algo muy potente dentro de él estuviera a punto de estallar.

—No te reconoce. No se puede creer que te estés comportando así. —Tragó compulsivamente y centró la vista en esa luz irregular y amorfa, como una niebla que sin éxito intentaba dibujar la silueta de alguien.

Adam miró hacia donde ella miraba, pero no vio nada. Se le había secado la boca. Él era un chamán que podía tener sueños proféticos, y entrar a través de un trance inducido en el reino de los espíritus, pero no podía hacerlo sin sus rituales, así que no tenía modo de verificar lo que decía esa mujer insoportable.

La observó.

Con el vestido subido hasta las caderas y el trasero al descubierto, intentaba por todos los medios levantarse. ¿Le estaría engañando? De hecho, Ruth ya había recibido un mensaje telepático de Aileen y eso había alertado a los clanes, pero… Seguramente, alguien le habría contado las historias sobre su padre y su hermana. No podía ser de otro modo. Ruth le tomaba el pelo.

—No puedes hablar de ella. No hables de ella. —La agarró del pelo y la incorporó. Ruth le llegaba por el hombro—. ¿Quién te lo ha contado?

La chica gritó y se impresionó al notar la vara potente del berserker en la parte baja de la espalda.

—Ella, Adam. ¡Ahora mismo me lo está contando! Sé que no te lo crees, pero…

—¡No me mientas! —La sacudió.

—¡No lo hago, maldito seas!

—Soy su hermana, Ruth. Él lleva soñando contigo desde el día después de conocerte… Tiene un sueño recurrente. Tú le matas con una de tus flechas, por eso te ha secuestrado y te quiere encerrar. Para que no lo hagas.

—¿Su hermana? ¿Qué yo voy a hacer qué? Es absurdo —susurró Ruth con la mirada desenfocada—. ¿Es verdad? —Lo miró furiosa.

—¿El qué?

—Que sueñas conmigo desde hace meses. ¿Crees que te voy a matar con una de mis flechas? —preguntó incrédula—. ¿Crees que soy el maldito Robin Hood?

—Tú… bruja… —La empujó contra el colchón—. ¿Cómo diablos sabes eso? Lo sabía. Sabía que no eras de fiar. —Cogió sus muñecas y se las colocó por encima de la cabeza. Ella intentó soltarse pero no lo consiguió—. Has hecho creer a todo el mundo que eres dulce y simpática. Que te preocupas por nuestra causa. Pero yo no te creo. No me creo que hables con mi hermana. Me estás intentando sobornar, y es un golpe muy bajo. No sé quién eres pero antes de que acabe el día me lo dirás, señorita Mawson.

—No estoy minti… mintiendo —a Adam se le estaban poniendo los ojos amarillos. Le cambiaban de color… Un color amarillo fosforescente fascinante e hipnotizador y ella era incapaz de dejar de mirarlo. Qué atractivo era, por Dios. Y ella era una enferma por admirar la belleza física de ese engendro del demonio en ese momento.

—Si es verdad que la ves, dime cómo es ella. ¿Qué hace? ¿Qué lleva puesto? ¡Vamos! ¡Dímelo!

—Cuando él deje de tocarte me podrás ver. Está rompiendo tu flujo energético. Necesitas estar más tranquila para verme.

—No… no la puedo ver, Adam —musitó contrariada—. Yo… únicamente la oigo. Tienes que dejar de tocarme.

—¡Claro, cómo no! Soñé que me matabas con una de tus flechas, y hoy te he encontrado tirada en Alum Pot con un carcaj vacío. —Le apretó las muñecas—. Te dije que no te acercaras a Wolverhampton y hace algo más de veinticuatro horas que estabas en casa de As, desobedeciéndome.

—¡Tú no eres mi amo, chucho! Hay gente que está por encima de ti. As me exigió que fuera a su casa y…

—Soy importante en el clan, zorra. En Wolverhampton, mi palabra es ley.

—¡¿Qué me has llamado?!

—Venga ya, no te ofendas… Todos en el clan hemos oído tus correrías nocturnas —la desdeñó con la mirada—. ¿Sabes? He querido creer en As y los demás y darte el beneficio de la duda, sobre tu supuesta inocencia, ya sabes. Por eso todavía sigues viva. Deberías agradecérmelo. —Ahora sus ojos eran rojos y completamente incendiados por la furia. Le miraban la boca—. Pero sobre lo otro, sobre lo fresca que eres, ni lo he intentado, creo que eres una golfa de las grandes.

Ruth, nerviosa, se pasó la lengua por el labio inferior y creyó oír como Adam gruñía. ¿Era una golfa para él? Ni le sorprendía ni le tenía que importar. Pero le hacía daño. ¿Por qué? ¿Por qué le ardían tanto esas palabras?

—No. No tengo nada que agradecerte. Si me conocieras, sabrías que soy incapaz de hacer algo así. Pero desde el primer día en que me viste siempre pensaste lo peor. Me odias por algo que crees que voy a hacer. No sabes nada de mí.

—Te odio por todo lo que representas, por lo que eres. El tipo de mujer que repudio.

—Debo de parecerme mucho a tu madre —le contestó ella con todo el veneno del que fue capaz.

—Ruth, no vayas por ahí…

—No lo sabes tú bien —Adam irguió la espalda sin dejar de aplastarla contra el colchón—. El primer día que te vi, te salvé la vida y cometí un error. Debería haber dejado que el lobezno acabara contigo. Ahora no estaríamos en serio peligro.

Ruth tragó saliva y apartó la mirada. Ella recordaba perfectamente cómo Adam la había cobijado entre sus brazos. En ese caos, aquella noche, cuando vio por primera vez el verdadero mundo en el que su mejor amiga se había metido, él fue lo único sólido que la mantuvo cuerda en ese momento, lo único a lo que pudo aferrarse. Aquella noche, mientras sufría el shock, su recuerdo y su olor, la mantuvieron despierta y en el presente, y se quedó prendada de él. Pero dos días después del incidente, cuando él empezó a atacarla verbalmente en la cocina de la casa de Aileen, descubrió que la impresión que se había llevado de Adam de salvador y protector estaba absolutamente equivocada. Desde entonces, las pullas llovían lacerantes como latigazos, cortantes y dañinas como puñaladas. Nadie la había despreciado e infravalorado tanto como él hacía.

—Debiste dejar que me mataran —susurró sin mirarle a la cara, presa del dolor y de la decepción. Su mundo se desmoronaba.

—Por otro lado —continuó Adam hipnotizado por sus labios gruesos y apetecibles. El inferior más rellenito que el superior—, si hubieras muerto, todos te habrían llorado porque te querían y creían en ti. Ahora, cuando tú misma firmes tu sentencia, se darán cuenta de quién eras en realidad y tu falsa máscara habrá caído ante los demás. Nadie lamentará la pérdida de una asesina. Prueba de ello es que me han permitido tomarte hoy. Permanecerás aquí encerrada, así nos aseguraremos de que no hagas nada indebido.

—Entonces no tendrás modo de averiguar si soy o no soy capaz de matarte, chucho. Es muy fácil que no se cumpla así tu profecía.

—No es cierto. Si debe suceder, sucederá. Como sea y de cualquier modo. El destino es inflexible, las nornas lo hacen así. Pero ya que tú tienes pensado destruir mi vida y la de aquéllos que me rodean, yo me encargaré de destruirte antes. ¿Qué te parece?

Ruth abrió los ojos asustada por lo que eso implicaba. No podía estar bajo el mismo techo que él, estaba en peligro.

—Déjame marchar —susurró acongojada y luchando contra él. Se odiaba a sí misma por pedir clemencia, pero su misión era importante y Adam no podía eliminarla así como así. «Soy la Cazadora, Adam. ¿No lo puedes ver?».

Él rio echando la cabeza hacia atrás. Un sonido masculino y gutural que consiguió paralizarla por su frialdad.

—Vulgar y tonta. ¿No has oído nada de lo que te he dicho?

—Mi hermano es un capullo…

—Eres un capullo —lo atacó Ruth.

—Seguro que sí. —Se bajó de encima de ella y observó el espacio vacío dónde supuestamente se encontraba Sonja—. No hay nadie. No veo a nadie, ni siento a nadie —entornó los ojos y miró a Ruth iracundo—. No creeré en nada de lo que me digas, Ruth. Creo que quieres provocarme, y no te lo aconsejo. Caes muy bajo al hablar de mi hermana.

—Déjalo Ruth, está obcecado. No va a escucharte. Deja de luchar con él y se irá.

Ruth apretó los puños y toda ella se tensó.

—¡¿Que lo deje?! Y mientras, ¡¿qué?! ¿Aguanto como este animal me insulta y me pisotea? ¡Ni hablar! —La luz había desaparecido y con sus ojos la buscaba de nuevo. ¿Dónde estaba?

—Te queda poco tiempo. Todavía no has aguantado nada malo. Deja de buscar a tus falsos fantasmas, no están.

—¡Sí que están, aunque tú no los puedas ver! —Maldita sea. Sí que estaban—. ¡Ya es suficiente! Te has aprovechado de mí. ¡Me has… —Sacudió la cabeza sin podérselo creer—… me has mordido! Me insultas, me tocas sin ningún miramiento como si mi cuerpo fuera tuyo.

—Oh, vamos —fingió estar ofendido. Su piercing se alzó y Ruth pensó que levantar la ceja de un modo tan exagerado sólo lo hacían los diablos con ojos amarillos como él—. ¿Eso he hecho?

—¿Y yo caigo bajo al hablar de tu hermana muerta? Mira cómo me tienes —levantó sus muñecas maniatadas—. No soy yo la que está cayendo bajo.

—¿Qué quieres que diga?

—Discúlpate ahora mismo y libérame —le ordenó.

—Mi hermana se aparecerá ante mí antes de que oigas una disculpa de mi boca. Ya ves, soy malo, muy malo —se burló.

—No, Adam. No eres malo, eres un hijo de puta.

—Bueno, no lo voy a negar —se encogió de hombros—. Pero aclaremos algo —sin avisarla la arrinconó de nuevo en la cama y le obligó a que no apartara la cara—. Mírame cuando te hablo.

—Olvídame.

—Vuelve a hablar de mi hermana, vuelve a nombrarla y te daré lo que vienes pidiendo a gritos desde que me viste.

—¿Desaparecerás de mi vista para siempre? ¿Te tirarás por un barranco? —preguntó atrevida.

—No. —Apretó su pelvis contra la entrepierna de Ruth—. Te follaré como la fulana que eres. Acabaras suplicándomelo.

Ruth no podía creer lo que oía. Aquello era el colmo de la crueldad. Intentó apartarse del roce de Adam, pero él era muy grande y corpulento, e intentar apartarlo era como pretender mover un muro de hormigón.

—Yo no suplico. —Tenía ganas de estrangularlo—. Ni ante ti, ni ante nadie.

—Me haces vomitar. No soy ningún ángel, pero tú tampoco —se apartó como si el hecho de tocarla le diera repulsión. La ató a los laterales de la cama, y Ruth quedó completamente abatida y sin fuerzas. Inmóvil e indefensa. El berserker sonrió satisfecho al verla quebrada como estaba y caminó hacia la puerta—. Me lo vas a suplicar Ruth. Te voy a demostrar qué tipo de mujer eres. Tú has sacado lo peor de mí, yo sacaré lo peor de ti.

—¡Yo no he hecho nada! —gritó. Las lágrimas caían descontroladas por sus mejillas. No podía ser de otro modo—. ¡Estúpido! ¡No he hecho nada! ¡Tus sueños no tienen por qué ser ciertos, no eres Dios! ¡Me castigas por algo que todavía no hice! ¿Te has parado siquiera a pensar qué harás cuando veas que no he provocado el fin del mundo? ¿Cuándo descubras que mañana sigues vivo?

—Eso no va a suceder. Nunca fallo. —Levantó una ceja altiva y sus ojos recuperaron el color negro obsidiana que lo caracterizaban—. Nunca. De un modo u otro harás lo posible por lograr tu objetivo, pero yo te detendré.

—Entonces, ¿actúas sabiendo que vas a morir esta noche? ¿Confiando plenamente que yo… yo voy a matarte? ¡Idiota!

—Actúo sabiendo eso, pero también sabiendo que voy a luchar por mi vida. Tengo pensado dejarte completamente desvalida como para que no puedas pensar en nada que atente contra mí ni contra los míos. Demostraré quién eres y luego… luego ya veremos qué hago contigo.

—Es decir, que vas a atacar antes de que te ataque —agachó la cabeza. No iba a mostrarle a Adam lo afligida que se sentía por el trato que él le estaba dispensando—. Ya estoy desvalida —susurró.

—Físicamente —le aclaró él con voz fría y afilada—. Quiero romper esos esquemas y esas formas que tienes en tu cabecita, desmoronar el castillito del que te crees princesa intocable y arrancar de cuajo esa máscara de a-mí-me-resbala-todo que tienes. Has acabado con mi salud mental desde que te conocí, y yo quiero acabar con la tuya. Quiero que sufras como me haces sufrir a mí.

Y dicho esto, cerró la puerta tras él y dejó a Ruth a solas en esa espartana habitación, a oscuras tanto por dentro como por fuera.