CAPÍTULO 06

Cuando María había mencionado que vendrían las demás sacerdotisas, Ruth no se imaginó que fueran ancianas. Las tres mujeres que cuidaban del jardín de la casa de Aileen eran sacerdotisas para estupefacción suya y de su amiga. Aileen todavía estaba sorprendida con la noticia. Su amiga híbrida al final no se había enfadado con María por guardar ese secreto, pero sí que habían tenido una buena discusión. Ahora las aguas volvían a estar tranquilas.

Las sacerdotisas bien podrían haber sido hermanas por su gran parecido. Tenían el pelo blanco y largo, los ojos negros y afables, y facciones marcadas pero muy dulces.

Ellas la miraron y le sonrieron. La más alta de ellas se llamaba Dyra, la gordita que no dejaba de inspeccionarla se llamaba Amaya, y la delgada y bajita, era Tea.

Las tres iban vestidas de rojo, igual que María. Ésta se había cambiado mientras As y ella vociferaban sobre alguna cosa que Ruth no había podido oír debido a que las tres mujeres la acribillaron a preguntas. Que si sabía quiénes eran, que si tenía idea de lo que iba a pasar esa noche, que desde cuándo tenía su don…, y ella sin poder averiguar por qué razón María gritaba de aquella manera a As.

Mientras pasaba esto, Caleb con esos ojos verdes de pecado y su pelo largo y negro, le decía alguna tontería al oído de Aileen, y ésta sonreía y le daba un beso en la boca. Luego él gimió y la cogió de la cintura para llevársela a algún sitio más privado, pero Aileen se negó. Caleb gruñó y ella le enseñó los colmillos, y él sonrió como diciéndole que luego le iba a dar lo suyo. Los ojos lilas de su amiga brillaron ante la expectativa y entonces Ruth se echó a reír, porque Aileen tenía que ser de piedra para decirle a ese pedazo de hombre que no.

Aquella casa parecía un manicomio.

Su cabeza estaba hecha un bombo. No sabía nada. En apenas dos horas, había pasado de ser una lunática al borde de la desesperación a ser una sacerdotisa elegida por la Diosa.

Ahora, en el coche, de camino a ese misterioso lugar, no sabía si aquello era bueno o malo, pero estaba nerviosa y a la vez expectante por lo que iba a depararle la noche.

—¿No oyes nada en estos momentos? —le preguntó Dyra, una de las sacerdotisas, sentada en los asientos de atrás del Hummer de As. Las otras dos iban una a cada lado de ésta.

Ruth las miró por el retrovisor. Ella iba delante sentada de copiloto de María. Los hombres no las podían acompañar porque el ritual estaba vetado para ellos. La Diosa no dejaba participar al sexo masculino en nada que tuviera que ver con ella.

—No. No oigo nada.

—Es muy joven —murmuró Amaya—. ¿María, no crees que es muy joven para el bautismo?

María miró a Ruth de reojo. ¿Era culpabilidad lo que había detectado Ruth en los ojos negros de la mujer? Ruth era bastante empática, y sabía cuando algo no iba bien, y las cosas habían dejado de ir bien desde que María se había discutido con As. ¿Qué había pasado?

—¿Es virgen? —preguntó Tea dándole un repaso.

María volvió la vista a la carretera y no les contestó. Aquel gesto irritó a Ruth. ¿Por qué no decía nada? ¿Por qué no le hablaba a ella para tranquilizarla?

—Bueno, soy joven si me comparáis con vosotras. ¿De qué época sois? ¿Del Paleolítico? —Sus ojos ambarinos sonrieron maliciosos. Ella era así. No aguantaba que la juzgaran.

Las tres mujeres se miraron la una a la otra asombradas por la respuesta de Ruth, y ésta miró a María, que seguía sin decir una palabra.

—Y no. No soy virgen —aclaró—. ¿Es un problema, María? Porque como todavía no sé ni a dónde me lleváis, ni qué me va a pasar, no sé si el hecho de que no tenga himen es un sacrilegio.

—No pasa nada, Ruth —intentó tranquilizarla María—. Tu don no tiene nada que ver con tu virginidad.

—No era así en el pasado —musitó Tea.

—Por suerte, las tradiciones pasadas, se han dejado de llevar —replicó María.

—Entonces, ¿no me cortarán la cabeza? —bromeó Ruth—. ¿No me matarán por ello?

—¡Nadie te hará nada! —contestó María más nerviosa de la cuenta.

Ruth cuadró los hombros y achicó los ojos. Aquello sí que no era normal. Miró por el retrovisor y se tranquilizó al ver que Aileen y Daanna la seguían con el Cayenne rojo de la vaniria. Por si acaso, ellas la protegerían.

—Perdona —susurró María poniéndole una mano sobre la rodilla—. Sólo quiero que dejes de pasarlo mal. Cuanto antes acabemos con esto, antes podrás sentirte mejor.

A Ruth no la convenció, y María lo sabía, y eso la hizo sentirse fatal.

—¿Por qué tú y As habéis discutido? —preguntó Ruth preocupada—. ¿Tenía que ver conmigo?

—Sólo ha sido una riña sin importancia —contestó ella con arrugas de preocupación en la frente.

—Claro —contestó Ruth. Y una mierda—. Dime al menos a dónde me lleváis —le ordenó la joven—. Y qué es lo que me van a hacer.

Yorkshire. Estaban en Yorkshire.

Nada podría haberla preparado para su bautismo. Absolutamente nada. Era sin lugar a dudas la experiencia más aterradora de su vida. Cuando María le habló de la iniciación, pensó que las palabras iban a jugar un papel importante en ella, pero tardó poco en darse cuenta de lo equivocada que estaba. Las sacerdotisas eran mujeres de acción.

Le habían atado las manos a la espalda con hiedra. Y por mucho que luchaba por desmenuzarla, no podía. Era más fuerte y resistente que una cuerda.

Se habían puesto en filas de dos y María había ordenado a Aileen y a Daanna que la alzaran y la hicieran pasar por encima de sus cabezas, como si fuera un paquete y tuvieran que hacer cadena con ella.

—La iniciada pasa sobre la doble línea de sacerdotisas. Nosotras representamos un falo —había explicado María.

Cuando le explicaron cómo iba a ser su iniciación en el coche, a Ruth por poco no le da un ataque de risa.

—¿Un falo? —repitió con una risa histriónica—. Perdonad, pero no tenéis cara de pene.

Aquella broma había irritado a las sacerdotisas, sin duda. Creían que no se lo estaba tomando en serio, pero sí que lo hacía. A regañadientes, pero lo hacía.

La fuerza de sus amigas había sido brutal. Entre las seis mujeres la llevaban como una virgen a punto de ser sacrificada, y la habían internado en una gruta que simbolizaba el útero de la mujer.

Se encontraban en un lugar muy popular llamado Alum Pot. Eso había leído ella en los paneles informativos de la carretera. Habían subido a una pequeña colina, apartado unos grandes matorrales y despejado con sus manos la entrada al interior de lo que parecía ser un inmenso mundo subterráneo. Aquella cueva era tan grande que su respiración hacía eco. María le había contado que la gran mayoría de las iniciaciones se daban en el interior de las cuevas.

Ahora, en las entrañas de aquel misterioso agujero negro, sin poder moverse ni respirar, recordaba todo lo que le habían hecho.

Siguiendo la iniciación, todas habían oscilado hacia atrás y adelante, como en una procesión, simbolizando el ritmo del acto sexual. Y María dijo: «Ahora».

Y Ruth fue lanzada con fuerza al interior de la cámara en un fin de acto que ella supuso que simbolizaba el clímax del acto sexual. Por supuesto, no hubo un tierno ovario que la acogiese, sino el duro suelo húmedo y mugriento del interior de la cueva en la que se encontraba. El golpe había sido doloroso. No habían pensado en las heridas que podían causarle, y era obvio que estaba magullada. Había caído de lado, en posición fetal. Se golpeó la mejilla duramente contra el suelo y había sentido como el saliente de una roca le había cortado el hombro.

¿Pero es que estaban locas? Podrían haberla matado.

Transcurrieron horas de amarga espera desde que la tiraron allí. Tenía frío, el cuerpo entumecido y la cara llena de churretones y manchada del barro que cubría la superficie de la cueva.

María le había explicado que la iniciación duraba veinticuatro horas, en representación del tiempo que necesitaba el semen, la semilla, en crear una vida.

Necesitaba recordar sus palabras, entender qué era lo que hacía allí. Tenía tanto miedo. Debía concentrarse en su respiración.

«Sí, concéntrate en tu respiración, Ruth», se decía.

El hatha yoga que practicaba en Londres desde hacía apenas un mes le iba bien para controlar sus nervios. Cahal le había sugerido que se apuntara a uno de sus centros de meditación y salud y practicara así esa disciplina. Y allí estaba ella, intentándolo, pero aquello la sobrepasaba. Era un poco claustrofóbica. Tenía miedo a los lugares cerrados y oscuros. Tenía miedo a aquel lugar. No sabía lo que podía encontrar en él.

—Una vez estés dentro, Ruth —le había sugerido María—, intenta relajarte, intenta meditar. No dejes que tu imaginación te juegue una mala pasada. Sólo ábrete y siente.

Que se abriera. ¿Cómo demonios iba a hacerlo? Seguía en posición fetal en el suelo, le dolían todos los huesos y su cuerpo se convulsionaba del frío que sentía. Los dientes le castañeteaban.

—Y una vez estés en el exterior —concluyó María—, guarda silencio otras veinticuatro horas más. No hables de tu bautismo a nadie. No cuentes nada de lo que eres. Prométemelo. —La abrazó con fuerza.

—Pero…, ¿por qué no?

—Prométemelo, Ruth. —La miró fijamente—. La palabra de una sacerdotisa es irrompible.

—Te lo prometo.

¿Por qué María estaba tan preocupada por ella? ¿Nadie más debía saber sobre lo suyo? ¿Por qué durante un día? Había sentido su miedo y su dubitación, y estaba inquieta por ello. Apretó los ojos con fuerza y se ovilló todavía más al oír los pasos de lo que podría ser una rata justo a la altura de su cabeza. Era algo que se arrastraba. ¿Un gusano? ¿Una serpiente? Y entonces, cuando pensaba que no podía sentirse peor, se le erizó el vello de la nuca.

Señor, aquello sí que era mala señal.

Uno. Dos. Hasta tres pinchazos en las sienes.

—No, por favor… Por favor —gimió ahogando las lágrimas, intentando hundir el rostro entre las rodillas—. Por favor… aquí no.

La piel se le volvió casi escarcha. El suelo se congeló y los pulmones se le llenaron de aire helado. Nadie mejor que ella sabía lo que vendría a continuación. Su maldito don. Ese don que las mujeres que la habían llevado hasta allí consideraban algo de la providencia.

Ese don iba a matarla de miedo.

—¡Maldita sea! ¡Sacadme de aquí! —gritó desgarrándose la garganta—. ¡No quiero estar aquí! ¡Sacadme! Oh Señor…

Apretó los puños con tanta fuerza que no se dio cuenta de que se estaba clavando las uñas en las palmas. Ya venían las respiraciones y los susurros casi herméticos que le llegaban como de otra dimensión. Ya venían las presencias, el absoluto conocimiento y la entera conciencia de que allí ya no estaba sola. Algo más le acompañaba.

—Bienvenida, Ruth.

Si alguien le hubiera dicho que conjurara la imagen de la perfección, Ruth estaba segura de que era exactamente como aquella sensual y brillante mujer que tenía ante sí vestida con una túnica roja y diáfana. Un halo de luz la envolvía y la llenaba de calidez. Su pelo ondulado y del mismo color llamativo ondeaba atizado por un viento inexistente.

A Ruth le vino a la cabeza la asociación con las ondas invisibles de las que le hablaron alguna que otra vez en las clases de física. Si las hebras rojas de su pelo se movían, debía de ser por esa energía invisible que había a su alrededor. Ondas mágicas.

Ruth dejó de temblar. Dejó de respirar.

La mujer le sonrió con ternura y se agachó para ofrecerle la mano.

—¿Quieres levantarte? —preguntó. Sus ojos, extrañamente verdes, la inspeccionaron con preocupación. Miró su hombro y su mejilla—. Siento que te hayan herido.

—¿Quién eres? —su voz sonó rasposa. Había gritado tanto que le dolía la garganta—. ¿Eres un fantasma?

—¿Crees que lo soy? —Clavó una rodilla en el suelo y la miró directamente a los ojos—. ¿Tan mal aspecto tengo? —pensó extrañada.

—No. Bueno… es que… no lo sé. ¿Lo eres? —tragó saliva.

—No. Tócame si así lo necesitas —levantó una ceja y le ofreció la mano.

—No puedo, estoy atada —contestó moviendo los brazos incómoda.

—Déjame ver —con un movimiento de su mano, la hiedra se deshizo como por arte de magia liberando las muñecas de la joven.

—¿Quién eres? —repitió frotándose la piel cortada—. ¿Jarra Potter?

La mujer frunció el ceño como si quisiera recordar ese nombre.

—No conozco a nadie que se llame así.

—Da igual, olvídalo.

La mujer volvió a sonreírle y de nuevo, le ofreció la mano. Ruth, con gesto tembloroso e inseguro, la rozó con la yema de sus estilizados y ahora sucios dedos. La humedad de la cueva había manchado de barro su vestido blanco y toda su piel. Al tocarla sintió que la paz y la calma le invadían. Se sintió bien. A salvo.

—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó ayudándola a levantarse. Su mano suave relucía al lado de la de Ruth.

Ruth tenía tantas preguntas que hacerle que no sabía por dónde empezar.

—Me han dicho que me van a iniciar —contestó ella admirando sus rasgos. Clásicos, elegantes, perfectos. Y, aun así, había algo que no era natural en ella.

—Así es —asintió con orgullo—. Yo te iniciaré. No suelo hacerlo, ¿sabes? Pero éste es un caso especial. Tienes un don, Ruth. Eres una sacerdotisa de la Diosa. Mi sacerdotisa —aclaró orgullosa.

—No vas a hacerme nada si no me cuentas antes quién eres realmente y qué se supone que me va a provocar la iniciación. —Levantó la barbilla. Una vez había pasado el miedo, regresaba su valor y su sentido común—. ¿De dónde demonios has salido? ¿Tú eres la… Diosa? —la miró de arriba abajo.

La mujer puso los ojos en blanco y caminó haciendo círculos a su alrededor.

—Si te lo cuento todo, no habrá marcha atrás. —Ignoró su pregunta—. Si luego no aceptas tu cometido, no tendrás mi protección e irán a por ti. Te matarán a los pocos días.

—¿Es una amenaza para que acepte a ciegas?

—Es una advertencia, Ruth. No pelees conmigo, no soy tu enemiga. ¿Quieres que te ayude a entender lo que te sucede? ¿Quieres que te enseñe a controlarlo?

—Ayúdame a hacerlo desaparecer. De momento esto sólo me ha supuesto disgustos.

La mujer dio un paso hacia atrás y negó con la cabeza.

—¿Por qué razón iba a hacer eso? Tú tienes un don. No puedo hacerlo desaparecer. Si lo niegas, acabarás volviéndote loca. No entenderás nada de lo que te sucede. Eso y la muerte es lo mismo.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque veo el futuro y es lo que te espera si sales de aquí rechazándome. Rechazándote.

Ruth cerró los ojos con fuerza. Tenía un nudo en la garganta lleno de rabia y de gritos que no podían salir. Sintió la caricia de una mano en la mejilla. Ese contacto calmó el dolor de la herida de su pómulo. La mujer le estaba dando consuelo.

—Sé muy bien cómo te sientes. Pero no podemos arriesgarnos a perderte. Las cosas empiezan a desequilibrarse y te necesitamos aquí.

—Es la última vez que te lo pregunto: ¿quién coño eres? —Abrió los ojos y dos lágrimas resbalaron de entre sus pestañas.

—Ah, caramba, menuda boquita que tienes. No deberías hablarme así. —Movió el dedo índice haciendo negaciones. Sus ojos se volvieron negros de forma repentina y sus labios hicieron una mueca parecida a una sonrisa siniestra.

Sí, ahora recordaba su rostro. Estaba en la primera página del libro de las sacerdotisas, era su rostro el que salía en ella. Era la mujer que conducía un carro dorado arrastrado por vacas enormes.

—Te he visto en el libro. Eres la de las vacas.

—¿La de las vacas? —preguntó horrorizada, haciendo que en la cueva se encendieran veinte antorchas que hasta ahora Ruth no sabía que existían—. ¿Después de todo lo que he hecho por vosotros así es como se me conoce? —estaba enfurecida de verdad. Puso su cara a un centímetro de la de Ruth y vio orgullosa cómo ésta tragaba saliva en un gesto inconfundible de nervios e inseguridad—. Me han llamado por muchos nombres. Eartha, Hlodin, Hertha… pero nunca, ¡nunca! —señaló—, «la de las vacas».

Ruth volvió a tragar. Tenía la garganta seca. Achicó los ojos pues después de estar horas sumida en la más absoluta oscuridad, la claridad repentina del fuego le molestaba.

—Entonces… ¿cómo te llamas?

—¡Soy Nerthus! ¡La gran diosa Nerthus! —alzó la barbilla y le dio la espalda indignada. Chasqueó los dedos y al hacerlo apareció un altar formado por dos piedras. Sobre el altar había un Grial de alabastro—. ¿Es que no os enseñan nada en el colegio?

—Nerthus… —intentó hacer memoria. Se había leído libros de mitología nórdica desde su llegada a Inglaterra. Después de todo lo que le había pasado consideró indispensable aprender algo sobre aquellos dioses caprichosos y duales que estaban jugando con los humanos. De repente se le encendió la lucecilla y sonrió orgullosa—. Eres Nerthus. «La diosa madre», «la diosa de la Tierra». Ahora empiezo a entenderlo todo —murmuró más para sí misma.

Un brillo de interés apareció en los imposibles ojos negros de Nerthus.

—Continúa, humana.

—Eres hermana de Njörd —afirmó con seguridad. De repente todo lo aprendido le vino a la mente—. Una Vanir. Una diosa Vanir. Tu hermano Njörd y tú…

Nerthus siseó como una serpiente y sus incisivos se alargaron.

—A ver qué es lo que dices, humana —la censuró—. No pronuncies su nombre en vano o tendremos serios problemas.

¿Los dioses tenían colmillos?

—No, no… —Levantó las manos en señal de defensa—, yo sólo iba a decir que vivisteis en pareja. Los dioses Vanir practicáis el incesto como algo normal, no está mal visto entre vosotros.

—Exacto —asintió más relajada—. Njörd es mi hermano y el padre de mis hijos. Y además es mi sacerdote, el único hombre que puede acompañarme en mis rituales. —Tomó el grial y caminó con él alrededor de Ruth—. Njörd y yo tuvimos a dos hijos, Frey y Freyja.

—Sí, y tu hermanito y vuestros hijos mutaron a antiguos guerreros de tiempos ancestrales en seres inmortales y de extraordinarios poderes —comentó puntillosa—. Los vanirios.

—Lo hicieron por vuestro bien, bueno, y también por el nuestro. —Se encogió de hombros y acarició la copa haciendo cercos con el dedo índice—. Odín, como Aesir que es, tiene un ego enorme y envió a sus berserkers a la tierra para controlar a Loki y proteger a los humanos. Pero sus berserkers cedían al poder de Loki y los ponían en serios aprietos ya que muchos de ellos se transformaron en lobeznos. La tierra estaba en serio peligro, y aquello que él tanto anhelaba proteger lo estaba destruyendo por sus numerosos defectos y sus terribles decisiones que no señalaré ahora.

»Entonces participamos los Vanir, y menos mal que lo hicimos. Apoyamos el proyecto humanidad, pero como no tenemos idea del arte de la guerra, ya sabes, somos más bien los representantes del arte, la fecundidad, la sensualidad y la sabiduría, pues nos fijamos en los humanos que combatían en la tierra. Los celtas fueron uno de los clanes elegidos, pero eso ya lo sabes, ¿verdad? —La miró de reojo.

—Pues sí. —Observó el grial—. ¿Qué es eso?

—¿Esto? —Miró la copa—. Doy de beber a aquellas sacerdotisas, a las constantes, que despiertan en la tierra para sellarlas y asegurarme de que entienden cuáles son sus cometidos. Tú has despertado, Ruth. Vengo a bautizarte. —Le ofreció la copa—. Una vez beben de la copa, sellan el pacto conmigo y son para siempre hijas mías.

—¿Quieres que beba de ahí?

—Debes hacerlo.

—Explícame porqué.

—Eres la primera que pregunta tanto. —Puso los ojos en blanco—. Bueno, Magdalena y Morgana también resultaron ser un poco incordiantes —murmuró en voz alta—. Sobretodo Magdalena, la que sale en la primera página después de mí —explicó—. Fue la primera. Ella sólo oía las palabras de ese iluminado barbudo… ¿Cómo se llamaba? —se golpeó la barbilla con los dedos—. ¿Joshua?

—¿Jesús? —contestó alarmada. De repente entendió algo—. ¿El grial que tienes en las manos es…? —se presionó el puente de la nariz con el pulgar y el índice—. Está bien, por favor, no quiero saber nada más. Muchos esquemas se me han roto desde que llegué a estas tierras, pero déjame mantener algunos ideales, ¿vale?

Nerthus sonrió indulgente.

—Como desees. No sé por qué te sorprendes tanto. Magdalena era una sacerdotisa, todo el mundo de los círculos rituales y espirituales lo sabe.

—Claro, coméntaselo al Vaticano y a la Iglesia Ortodoxa, a ver qué te dice.

—Como quieras. Si no quieres hablar de esto, está bien, no lo haremos. Pero no te niegues a beber de aquí. —Señaló el grial.

—Perdón por tener un poco de cerebro. No voy por ahí bebiendo de lo primero que me ofrecen. —Se rodeó la cintura con los brazos. Empezaba a tener frío.

—Es ambrosía, la bebida de los dioses. Verás, la encargada de ofrecer este grial es Magda. —Un apelativo cariñoso de Magdalena, supuso Ruth—. Ella es muy dulce y tiene don de gentes. Pero esta ocasión es excepcional y he querido venir yo a ofrecértelo. Deberías sentirte orgullosa.

Ruth resopló como si aquello la aburriera.

—Despierta el don y da protección. Te preparará el cuerpo para ser inmortal —continuó la Diosa—. Te necesito como constante, Ruth.

La chica agrandó los ojos. Aquello sí que era interesante.

—¿Inmortal? Bromeas.

—Deja de ver esto como una broma, niña. Es muy serio —la reprendió Nerthus frunciendo el ceño.

—Soy una simple mortal. ¿Cómo crees que voy a reaccionar?

—Deberías asentir y hacer lo que te digo. Cuando salgas de aquí te van a perseguir. ¿Cómo lo decís ahora…? —Se golpeó la barbilla con el índice—. Tendrás un culo en la diana.

—Una diana en el culo, dirás. —Sonrió más relajada.

—Exacto. Tu don es muy preciado y te perseguirán por ello. No te esperan.

—¿Por qué?

—Porque soy una artista, por eso. Yo así lo he querido. Y he decidido poner mi granito de arena en todo este desenlace de los dioses. Loki y su séquito se darán de bruces cuando aparezcas en escena.

—Háblame más claro —le exigió—. ¿Quién soy?

—Eres la Cazadora, Ruth. Mi constante más especial. El enlace de las almas perdidas. Tu misión es darles luz y enseñarles el camino a casa. Oyes voces, ¿verdad?

Ruth asintió mientras su cuerpo perdía todo el calor. Lo de los enlaces le sonaba a páginas web.

—Algunas almas tienen asuntos pendientes y no pueden regresar al origen. Vendrán a ti para que les ayudes. Tu misión es ayudar a las almas buenas y hacer regresar a las almas vengativas a su cueva. Está pasando algo muy malo, y no me gusta nada. Muchas de las almas que espero no encuentran el camino a casa y vagan por vuestro mundo perdidas y atormentadas. Algo les impide volver. Hacía siglos que no aparecía la Cazadora.

—¿Me estás diciendo que voy a tratar con espíritus cabreados porque no les dejan volver? —Se dejó caer al suelo con la mirada perdida—. Esas voces… ¿querían que yo les ayudara a regresar?

—Eres preciada entre las sacerdotisas, Ruth. Eres preciada para mí. Tienes el poder de equilibrar las cosas. Dar paz y consuelo a aquellas almas que moran extraviadas en la eternidad porque nadie les ha dicho cómo regresar. Pero también, cuando aceptes tu don, los espíritus y entidades negativas te acecharán. Querrán de tu luz. Despiertas en un momento ideal, Cazadora. La anterior Cazadora murió y su alma no regresó a mí, eso me hizo sospechar sobre el posible secuestro y extravío al que estaban sometidos los espíritus desencarnados. Tardé mucho en reunir un espíritu lo suficientemente fuerte como para albergar la esencia de la Cazadora. Y tú has tardado mucho en venir a mí —la reprendió como a una niña pequeña—. Aunque eso también ha sido fruto de mi mente brillante. No podías aparecer hasta ahora, si Loki y sus jotuns te hubieran detectado… ya estarías muerta. Por eso naciste en un seno familiar donde no creían en nada de esto.

»Tus padres te atiborraron a pastillas y durmieron tu poder. Luego tu falta de cariño maternal y tu autodestrucción hicieron el resto. Te mantuviste veintitrés años oculta por tu propia inconsciencia. Enfadada con la vida, con el mundo entero, pero sobre todo contigo misma porque no podías controlar lo que te sucedía.

Ruth sintió que algo se partía en su interior. Era como un fuerte lleno de agua que explotó descontrolado, y la corriente traía ira, dolor y mucho resentimiento.

—¿Todo estaba pensado? —susurró en una voz engañosamente controlada—. ¿He pasado por todo lo que he pasado porque necesitabas camuflarme? ¡Puta! —Se abalanzó sobre ella, pero Nerthus la inmovilizó con sus ojos.

—Quieta, Ruth —ordenó ella con una voz de ultratumba y el rostro surcado de venas azules. Era aterradora. Los ojos eran dos pozos negros, los colmillos que se veían a través del labio superior y aquellas venitas que tenían vida propia y se movían a través de su piel… daba miedo—. No se te ocurra nunca más atacar a una diosa. Nunca más. Puedo perdonarte la vida, pero otros no lo harían. Te puedo dar un castigo ejemplar por esto —sonrió misteriosamente—. De hecho, creo que ya tengo pensado el qué.

—Métete el castigo por dónde te quepa. Me has manipulado —la acusó Ruth.

—Te he protegido. Y si no puedes verlo es porque estás más ciega de lo que me imaginaba. Ahora, al menos, gozas de la protección física que te pueden dar los vanirios y los berserkers. Tienes a las matronae cerca de ti. ¿A que soy genial? —Se aplaudió a sí misma—. Es más, las nornas te permitieron estar cerca de alguien como Aileen. Tu amiga es una híbrida de dos razas creadas por dos familias de dioses, y tu amigo Gabriel ha hecho una especialización en mitología escandinava. ¿No te parecen demasiadas coincidencias? Nunca te dejé a tu aire. Tenías a tu alrededor a gente que te ayudaría a entender más adelante lo que te estaba sucediendo. ¿Y así me lo agradeces?

Ruth se horrorizó ante aquel comentario. Todo lo que le había sucedido en la vida, todo, ¿estaba ya predestinado?

—Escogí a mis amigos. Los escogí yo. Nadie me obligó a lidiar con ellos —lo dijo gritando porque así le parecía más cierto—. Pero sí que me obligaste a crecer en una familia disfuncional como la que tengo. Son unos sádicos. Eres una sádica.

—No me insultes —le advirtió Nerthus devolviéndole la movilidad con un gesto desinteresado de la mano—. Aileen y Gabriel te aceptaron porque estabais predestinados a conoceros y a quereros como lo hacéis. Ellos te quieren por quién eres, por lo que eres. Ahí los dioses no pintamos nada —aseguró Nerthus para tranquilizarla—. Por horrible que parezca, así debían de ser las cosas. Se acercan tiempos turbulentos en la tierra, Ruth. Tú lo sabes, o como mínimo te lo imaginas. Estás rodeada de seres fantásticos, algunos buenos y otros demoníacos.

—¿Qué es lo que va a suceder? —preguntó Ruth cansada, moviendo el cuello de lado a lado. Se sentía agarrotada.

—No lo sabemos —le acarició el pelo—. Pero estamos pendientes de vosotros, y todo lo que hacemos lo hacemos en vuestro nombre. Loki está jugando sus cartas y Odín sigue sin ver más allá de sus narices, no está ayudando nada, tonto cabezón. —Negó disgustada—. Pero el Destino no está escrito. Por mucho que arriba haya seres que quieran mover los hilos, los humanos tenéis el libre albedrío, sólo vosotros creáis vuestro futuro. Dicen que las nornas todo lo saben, que hay un destino para cada uno de nosotros y que todo es inalterable. De hecho, ellas son las que hilan las vidas de todo ser humano, incluso la de los dioses. Odín está como loco intentando ver su tapiz, pero ellas no le dejan. Sin embargo, creo que incluso ellas pueden llegar a dejar de hilar… y como me oigan, me van a matar —aseguró mirando al techo—. No les gusta mucho que se hable de ellas. Lo siento, puedo dar mi opinión —gritó a nadie en concreto. Suspiró y se centró de nuevo en Ruth.

—¿Por qué no estás en el Asgard[8]?

—Gracias a Odín —contestó indignada—. Me envió a la Tierra para convocar a las humanas más evolucionadas, tanto de mente como de corazón, con la finalidad de que se unieran así a la causa. Después de que Njörd, Frey y Freyja crearan la raza de los vanirios, Odín pensó que lo hacíamos para mantener a los berserkers a raya, y lo sintió como una ofensa personal a su autoridad y su poder de mando. Como castigo me envió a mí, la Gran Madre, a cumplir condena en la Tierra. Eso he hecho durante más de dos mil años de los vuestros. Así que no puedo volver. Puedo hacer visitas esporádicas al Asgard, pero no permanecer en él. Soy una Vanir —sentenció creyendo que aquella afirmación era la más contundente para Ruth—. Y haga lo que haga Odín, diga lo que diga, siempre nos temerá y nos envidiará. La única que puede ponerle en su sitio es Freyja, mi hija.

—Freyja es la que otorgó los colmillos a los humanos convertidos y los hizo dependientes de sus parejas, ¿verdad? —preguntó Ruth divertida.

—Ésa es mi hija —contestó orgullosa—. Tiene carácter y es un poco especial, pero sé que ella es benevolente. —Sonrió.

«Que se lo pregunten a Daanna», pensó Ruth en desacuerdo con la Diosa.

—Si tanto odiáis a Odín, ¿por qué le ayudáis? ¿Por qué no os unisteis en rebelión a Loki?

Nerthus miró a Ruth fijamente y luego chasqueó la lengua.

—Porque estamos en contra de todo tipo de destrucción. Los Vanir adoramos la belleza, y la Tierra es la creación más hermosa que hay en el Universo. Por otra parte, Odín es muy poderoso y eso le hace arrogante, pero de alguna manera cree en vosotros, y hay algo que parece que ha perdido y que cree que sólo lo encontrará en los humanos. Sea lo que sea, él espera encontrar ese algo y no permitirá que a vosotros os pase nada sin antes haber descubierto qué es.

—¿Qué ha perdido? ¿Un tornillo?

Nerthus se echó a reír y le dio unos toquecitos en la mejilla.

—Eres divertida, hija mía. La Tierra está sumida en horribles altercados. Los humanos, ignorantes de lo que les rodea, se pelean entre ellos. Los seres demoníacos luchan contra los humanos, y algunos de los inventos de los dioses se tuercen y se vuelven al lado oscuro. Las almas no regresan a su casa, se quedan encerradas en esta dimensión. Se acerca una fecha trascendental para el curso de la vida en el Midgard[9], y de momento, la balanza está en contra de que la humanidad siga adelante. Toda ayuda es buena, Ruth. Tu ayuda es necesaria.

—¿Tiene que ver esto con el Ragnarök?

—Todo tiene que ver con el final de los tiempos, todo tiene que ver con el Ragnarök. Los dioses temen el fin de los días tanto como los humanos lo temerían si fueran conscientes de que esa fecha está cercana y es real. El Ragnarök es la visión de Odín sobre el fin del mundo. Yo soy muy optimista, y siempre digo que las profecías están para que no se cumplan. —Le guiñó un ojo—. Supongo que tanto tiempo iniciando a humanas ha hecho que yo misma os coja cariño. Vuestras emociones son poderosas y muy contagiosas. Tenéis mi simpatía.

—No entiendo muy bien lo que me quieres dar a entender. Según tú, ahí arriba —señaló el techo de la cueva— hay un montón de dioses, seguro que muy diferentes los unos de los otros. Estos dioses temen el final de los tiempos, porque, por lo que yo he podido deducir estas últimas semanas, se les va a acabar el jueguecito con los humanos.

—No estamos jugando. Sois nuestro proyecto más preciado —los defendió—. Lo que pasa es que a unos les caéis mejor que a otros. El daño os lo hacéis vosotros mismos, vosotros queréis acabar con vuestro planeta, vosotros os matáis los unos a los otros. Los dioses observamos, os estudiamos y medimos vuestra evolución. Sólo intervenimos directamente si los demonios del Inframundo se meten con vosotros, y llevan haciéndolo desde tiempos ancestrales. Míralo de este modo; imagínate que un niño está aprendiendo a caminar. El padre está escondido en una esquina observando orgulloso cómo su pequeño va a dar el primer paso, esperando que el pequeño vaya en su busca y lo encuentre. De repente, el niño se cae. El padre se alarma, pero espera que ese niño se levante de nuevo. No irá a ayudarlo, esperará a que el pequeño lo haga por sí solo, que le demuestre su valía. El niño se vuelve a levantar, y de repente, un niño mayor se acerca con la intención de hacerle una zancadilla. El padre saldrá a defender a su pequeño, no permitirá que le hagan daño.

—Resumiendo. —Puso los ojos en blanco—: El niño más mayor son Loki y sus jotuns. El padre, los dioses del cielo donde se supone que está Odín y toda la tropa. Y el niño con problemas de psicomotricidad somos los humanos. ¿Lo he entendido?

—Brillantemente —asintió Nerthus mirándola de arriba abajo—. Al grano. ¿Estás o no estás con nosotros?

Se golpeó el labio inferior con el dedo índice y entrecerró los ojos.

—¿Puedes ver mi futuro si rechazo todo lo que me ofreces?

—Sí. ¿Quieres saber lo que veo?

—No, gracias. ¿Y si lo acepto?

—Entonces sólo tú podrás escribirlo, Ruth. Estás aliada con seres que se encargan de proteger a los humanos; los vanirios y los berserkers. Odín los creó para algo, los Vanir los creamos para algo. Todos los dioses crean su propios héroes, hacen sus propias reglas y juegan a sus propios juegos. Los humanos sólo están en medio como civilización que aspira a convertirse, en un futuro, en maestros. Odín, aunque es muy bélico, intenta ayudar a los humanos a su manera. Únete a nosotros, únete a María, As y Caleb, y préstales tus servicios.

—¿Cómo?

—Deja de esconderte. Es importante que seas quien eres.

—Pero me dijeron que cuando saliera de aquí no dijera nada de lo que me había sucedido.

Nerthus sonrió y cerró los ojos.

—Obedece a María. Ella nunca te traicionaría, es una matronae, hija mía, como tú. Eres la Cazadora, Ruth. ¿Lo aceptas?

—Por lo visto no hay más remedio —se encogió de hombros—. Si os rechazo, me matan. Si acepto el don, me convierto en inmortal. Diosa, creo que no hay color —sonrió en un gesto seguro y soberbio.

—Tienes que estar convencida —le advirtió Nerthus.

Ruth agachó la cabeza con humildad. Una Cazadora de almas. Todos esos años que había creído estar enferma de la cabeza, todos esos momentos en los que creía tener esquizofrenia o principios de psicosis cuando se sentía observada y perseguida, todo, resultó ser un don. No estaba loca. Y no sólo eso. Podía ayudar a sus amigos y no ser una molestia o un incordio como había insinuado Adam. El berserker la miraría de otra manera y se tragaría sus palabras.

—Estoy asustada —susurró Ruth haciendo que su pelo cubriera su rostro acongojado—, pero no quiero seguir viviendo con miedo. Quiero ayudar.

—Ruth, lo vas a hacer muy bien —asintió orgullosa.

—¿Qué debo hacer? —alzó los ojos hacia ella. Nerthus era más alta que ella, muy alta por cierto. ¿Cuánto mediría? ¿Uno ochenta y cinco?

—Llevarás contigo el arco y las flechas impregnadas de mi energía. Tienes que conjurar el nombre del arco, lo hicieron los elfos. Se llama Sylfingir, un regalo del elfo Dáin a Freyja. Dilo en voz alta y se materializará en tus manos. El carcaj se verá vacío a ojos de los demás. Pero las flechas están ahí realmente. Nunca dudes de ello. Jamás te dejaría indefensa. Sólo las podrás tocar tú. Con tu don podrás atraer a las almas perdidas cuando tú quieras. En tu presencia, un portal se abrirá, y a través de él podrás guiar a las almas que necesitan volver al origen.

—¿Cuándo y co-cómo? —Estaba impresionada con eso del arco y las flechas.

—A cualquier hora, pero al anochecer es mejor. Sal al bosque y colócate bajo el rayo de la luna. Cierra los ojos y pide que aquéllos que estén perdidos se acerquen a ti. Las almas perdidas vendrán a ti atraídas por tu luz. No te asustarás cuando se acerquen. Sentirás un cosquilleo en la nuca cuando vengan.

—Entiendo. ¿Qué hago con las flechas? ¿Para qué llevo un arco?

—Son tu defensa contra las almas negativas. Los entes negativos se alimentan del cuerpo de los seres vivos, pero no te pueden tocar; tú eres todo lo contrario a ellas, así que las repelerás. Sin embargo, sí que utilizarán a personas para llegar hasta ti. Las manipularán, las poseerán, les comerán la mente y el alma hasta quedarse con su voluntad y sus cuerpos. Si los atraviesas con tus flechas, ellos se rendirán a ti. Si traspasas a los entes y espectros negativos con ellas, los devolverás a su lugar. Afectan a la carne animada, y afectan a los espíritus. Cuando alcances a un cuerpo material con ellas…

—¿Te refieres a un humano o a un ser inmortal?

—A cualquiera, incluso a los vampiros y a los lobeznos. Están atados a Loki y sentirán el mismo dolor, aunque nunca podrán confesarse ante ti. Ellos ya no tienen alma, sino que comparten una común, la de Loki. Sin embargo, con todos los demás podrás saber qué les está pasando y preguntarles lo que quieras. Te obedecerán. Incluso aunque no estén poseídos por espectros negativos. Las flechas tienen el poder de someter y tocar el alma de aquél o aquélla que las reciban.

—Entiendo. Puedo tumbar a vampiros y lobeznos, puedo enviar a casa a las almas buenas y a las malas, y puedo someter a todos los demás. Me gusta. Un arco con flechas… —repitió alzando las cejas caoba y mirándola a los ojos—. No es ninguna casualidad que haya practicado tiro con arco desde los catorce años, ¿verdad?

—Ya venías preparada, Ruth. Las casualidades no existen —confirmó Nerthus moviendo el líquido del grial—. Nunca os dejo indefensas. Sois hijas mías.

—¿Y ya está? ¿No tengo que hacer nada más? —Se mordió el labio.

—Sólo esto. Pon orden. Será fácil. —Sonrió. Le puso la copa en la mano y se la acercó a los labios—. Bebe. Ahora eres sangre de mi sangre, Ruth. Sólo bebe.

—¿Así de fácil? Qué extraño. Todas las sacerdotisas bebieron antes que yo, supongo.

—Todas las constantes sí.

Ruth miró el contenido del vaso. Estaba vacío.

—Aquí no hay nada.

—No es verdad. Mira bien.

Ruth volvió a mirar. El líquido se movió creando ondas. Parecía agua. Se acercó la copa a los labios y bebió unos cuantos sorbos.

—No sabe a nada —murmuró. Sus músculos se relajaron tanto que dejó de sentir su cuerpo por un instante. Los párpados le pesaban y creyó flotar—. Menudo colocón —musitó llevándose la mano a la cabeza.

—Te he mentido. No va a ser fácil. No va a ser agradable, Ruth. —Nerthus, lamentándose, se acercó a ella y unió su frente a la suya—. Sentirás dolor, cómo te desgarran las entrañas. Devolverás todo lo malo que has ingerido en tu vida, tu cuerpo será un templo y se limpiará por sí solo. Y tendrás que pelear.

—Dijiste que no podíamos mentir —gruñó—. Me has mentido.

—Bueno, no es una mentira en realidad —dijo ella sintiéndose culpable—. La omisión no cuenta como mentira.

—Da igual, de todas maneras me siento bien… —sonrió adormecida. Nerthus le acarició la mejilla con misericordia.

—Tu vida ha sido dura, hermana. No te han tratado bien y tampoco has tratado muy bien a tu cuerpo. Debes limpiarte.

—¿De qué hablas? —Se echó a reír—. Estoy de maravilla.

—Chist. —Negó con la cabeza—. Tienes mis respetos, hermana. Las almas vendrán a ti, y tú serás el faro que las guíe. Tendrás el arco de los cielos contigo, la Cazadora siempre va con él. Con él cazarás a aquéllos que quieran quedarse aquí para hacer el mal, y mostrarás el camino a los que quieran volver a casa. Y tendrás a tu protector. La Cazadora siempre tiene a su Señor de los animales ayudándola. Con él puedes compartir tu don siempre que lo desees, pero para ello tenéis que estar en contacto permanente. Un contacto único y especial. No va a ser fácil. Lucharás, debes ser fuerte.

Ruth miró a su alrededor buscando al hombre del que hablaba Nerthus.

—¿Dónde está ese Señor? —arrastró la ese y la vista se le nubló.

—Escúchame, Ruth. Él vendrá a por ti. Ése será tu castigo por haberme insultado. Te lo mereces.

Ruth quiso mirarla fijamente pero tenía cuatro caras iguales que se desdoblaban y no sabía a cuál seguir. ¿De qué castigo le hablaba?

—¿Por qué te mueves?

—Está haciendo efecto —susurró—. El Grial prepara tu cuerpo para ser inmortal.

—No moriré jamás. —Se apretó las sienes en un momento de lucidez—. La eternidad es mucho tiempo.

—Hay muchas maneras de desaparecer, Ruth. Pueden cortarte la cabeza, arrancarte el corazón o bien robarte el alma. Si evitas que te hagan nada de eso, vivirás eternamente.

—Qué tranquilizador.

—Pasarán siete días hasta que tu cuerpo lo haya asimilado. Hasta entonces, procura mantenerte a salvo. Me gusta decir que vuestra inmortalidad es limitada. La esencia de la Cazadora tarda mucho en volverse a reencarnar. No podemos perderte, Ruth. No ahora. Ponte en manos del Señor.

—¿De… Dios?

—No. —Sonrió de nuevo. Era normal que a Ruth le costara retener los conceptos. La ambrosía era muy potente—. El Señor de los animales…

—Cuando dices eso me viene a la mente… la canción de Tigres y leones. —Y se echó a reír como una loca—. Me estoy mareando… Deja de moverte.

Entonces lo sintió. Era un puñal que le rasgaba el estómago y le cercenaba las entrañas. Horrorizada y doblada por el dolor miró hacia abajo. Allí no había sangre ni nada. Todo iba por dentro.

—Lo siento, Ruth. —Nerthus dio un paso hacia atrás—. No podía decírtelo. Algunas se negaron cuando les dije lo que les sucedería al beber. No podía arriesgarme contigo.

Ruth cayó de rodillas y se agarró el estómago. El siguiente retortijón le nubló la vista y la empapó de sudor frío.

—Después de un día te encontrarás mejor. Piensa que es como un parto largo. Estás naciendo a una nueva vida.

—Debí ser malísima porque voy directa al Infierno —murmuró con la cara pegada al suelo y el rostro desencajado—. ¿Te volveré a ver? ¿Cuándo… cuándo podré contactar contigo?

—No suelo presentarme en el mismo sitio dos veces seguidas. Tendrás que encontrarme, Ruth, si me necesitas. —Apagó las antorchas con dos palmadas—. Debo irme. Empieza tu iniciación. —Observaba impasible cómo la pobre chica se retorcía y se estremecía a cada ataque agudo que provocaba la ambrosía a su sistema.

—¿Em… empieza? —se hizo un ovillo muerta de dolor.

—Todo lo que necesitas saber está en ti, Ruth. Deja que te guíe la intuición y el corazón, soster[10].

Nerthus desapareció ante sus ojos. Después de eso, la oscuridad y las voces susurrantes la envolvieron. Pero ella ya no se preocupaba por aquellas entidades que por lo visto necesitaban su ayuda, el dolor la tenía completamente abatida.

Entonces, algo le subió por la garganta. Los músculos del estómago se le contrajeron, y vomitó. Vomitó y vomitó durante horas. Perdió el conocimiento en medio de un charco de orín, sudor y toda aquella basura que su cuerpo estaba expulsando. Deseó morir.