CAPÍTULO 30

Adam se encerró en su habitación con el cuerpo herido y desmadejado de Ruth en sus brazos. Menw había echado un vistazo a las heridas de la joven Cazadora. La chica vivía y todavía no entendían por qué, ya que su cuerpo había sido maltratado con severidad, pero daban gracias a los dioses por ello. El chi de Adam todavía la mantenía respirando, ésa era la verdad. Las horas siguientes serían críticas y sólo aptas para los corazones más resistentes. Menw tuvo que cerrarle las heridas del vientre, muy aparatosas. La puñalada en esa zona había sido muy delicada, y podría dejar muchas secuelas en Ruth. La puñalada en el plexo había partido parte del esternón, y había agujereado un pulmón. Le habían partido el fémur. Menw había hecho todo lo médicamente posible por ella. Cuando salió, Adam lo miró preocupado.

—¿Cómo está?

Menw se limpiaba las manos en un trapo blanco manchado de sangre, intentaba disimular que los colmillos le picaban a rabiar y que los ojos le cambiaban a un azul claro progresivo. Negó con la cabeza secamente. Era una lástima, para él la humana también era preciada.

Daanna y Aileen dieron un respingo ante su gesto. Aileen quiso entrar en la habitación pero Caleb la retuvo por los hombros.

—Esa chica va a necesitar un milagro para salvarse —dijo el sanador—. Alguien podría darle su sangre desinteresadamente y puede que eso la ayudara a aguantar las siguientes horas, pero el intercambio implica vinculación —miró las muñecas vendadas de Daanna con absoluta indiferencia—. Muchos querrían vincularse con ella. Podríamos hacer un llamamiento y…

—¿Eres idiota, colmillos? —espetó Adam abalanzándose sobre él—. Ruth es mi compañera. Mía, ¿entendido? Yo cuidaré de ella.

—¿Cómo has hecho hasta ahora? —le dijo Menw con rabia, apartándolo de un empujón.

—Tiene que aguantar —susurró Aileen con la voz rota y afectada—. Tiene que hacerlo.

—Sólo necesita pasar esta noche y la siguiente, y será inmortal —contestó Adam apretando los puños.

—¿Tú le vas a ayudar a superar la transición? ¿La sostendrás antes de que muera? Porque, Adam, no lo digo para desanimarte, pero está muy débil, puede morir —le recordó Menw.

Aileen se giró, y hundió la cara en el pecho de Caleb. La abrazó embargado por la triste noticia.

—Ella también, no… por favor… ella también, no —lamentó Aileen. El berserker tragó saliva. Noah y As miraban pensativos a través de la ventana.

—No morirá —aseguró Daanna igual de asustada que la híbrida—. Ruth es más fuerte que todos nosotros juntos.

—Nosotros podemos darle nuestra energía. Lo que necesite, será para ella —le aseguró Noah.

María y las sacerdotisas están reunidas, haciendo una cadena de irradiación para Ruth. Le transmitirán su apoyo y su energía.

Adam se acongojó y apretó la mandíbula. ¿Cuándo había sentido tanto calor? ¿Cuándo había oído tantos latidos de corazones funcionando sólo para ayudarlo? Porque era verdad que lo hacían por Ruth, pero si salvaban a su chica, lo salvaban a él. Por ella era que ahora respiraba. Todo eso lo había provocado Ruth. Su Cazadora despertaba lo mejor en los demás.

—Yo se la daré —asintió Adam—. ¿Ya puedo entrar?

Menw lo dejó pasar y se hizo a un lado, y luego miró a Caleb e ignoró a Daanna.

—¿Dónde está tu hermano Cahal? —preguntó el líder vanirio.

—Ni idea, Cal. Desde el Ministry que no sé nada de él. Su móvil está desconectado. No logro comunicarme con él mentalmente. Ha desaparecido.

Caleb se inquietó. Todos allí lo hicieron. Daanna dio un paso al frente. Menw estaba sufriendo por su hermano. Ambos eran uña y carne, siempre lo habían sido.

—No es propio de él. Ya sé que es un poco alocado pero siempre se ha comunicado conmigo, estuviera donde estuviese. Y mañana hará ya tres días que no sé nada de él.

—¿Alguna referencia?

—La última vez que lo vi se fue persiguiendo a una rubia que era un cañonazo —explicó Menw—. Es lo único que sé.

Daanna alzó una ceja y ese comentario le sentó como una patada en el estómago. ¿Qué era eso de «una rubia como un cañonazo»? ¿Desde cuándo Menw hablaba así? Nunca antes nombraba a otras mujeres, jamás delante de ella. No le gustó ni pizca.

—¿Ah, sí? —preguntó Daanna.

Menw la ignoró. Para él era como si no existiera, y eso enervó a la vaniria.

—Te estoy hablando.

—Ya me he dado cuenta. —La miró como si el cuerpo de Daanna fuera transparente.

Daanna sintió frío y dio un paso atrás. Aileen los observó a ambos y frunció el ceño.

—Me voy. No tengo nada más que hacer aquí —dijo el sanador tirando el trapo de sangre a la basura que había en el recibidor.

—Podrías quedarte apoyando moralmente a Adam —sugirió la vaniria con tono mordaz.

—No. Voy a apoyar moralmente al cadáver de Gabriel —contestó él igual de hiriente—. Hay que prepararlo. ¿Lo harás tú? ¿Acaso no eras su pareja?

Daanna palideció y se dio la vuelta para que nadie viera sus lágrimas. Ella era la amiga de Gabriel, no su novia, no su pareja. Lo que había hecho con él abajo había sido un intento desesperado por salvarle la vida, y sabía que, de haberlo conseguido, los daños colaterales habrían sido insalvables, pero no le importaba, porque aquel humano dulce y cariñoso la había liberado. Ahora él estaba muerto. Ella avergonzada. Y Menw… Menw no sentía nada. Era un bloque de hielo.

—Voy a tomar el aire —dijo ella sin convicción.

El sanador bajó las escaleras siguiendo a Daanna, y ella se giró para encararlo, pensando que podrían hablar, que tendrían su cara a cara como cuando las cosas se desmadraban entre ellos, pero ésta vez Menw la ignoró y pasó de largo.

La vaniria jamás se había sentido tan desgraciada. Ese comportamiento era nuevo en él, y también en ella. Que Menw la viera mordiendo a Gabriel y ofreciéndole su sangre la había afectado muchísimo. Cuando se encontró con sus ojos tan claros y azules deseó que se la tragara la tierra. Y ahora, a solas en el salón de Adam, se obligó a admitir la verdad a sí misma. Y la verdad era descarnada. Sólo por una vez, había intentado vengarse de Menw, haciendo lo que todos sabían que había hecho con otra mujer, una mujer que no había sido ella. Pero ahora se sentía mezquina y mala. Asqueada consigo misma porque ni siquiera aquel gesto había sido por Gabriel. Ella ya sabía que Gabriel no iba a sobrevivir, lo había hecho para saber lo que se sentía cuando se traiciona a alguien a quien se había jurado amar toda la vida.

Menw y ella eran ahora desconocidos. Fríos. Distantes. Llenos de dolor. Víctimas de su propio comportamiento. De su falta de misericordia y comprensión. Ambos eran animales heridos y culpables de su propia historia pasada, y había llegado el momento de romper con todo. De renunciar y alejarse. Menw lo había hecho ya.

Pero si eso era lo que ella anhelaba desde hacía siglos, esa paz mental y espiritual, saberse libre de ser perseguida por él… ¿por qué ahora que ya lo había logrado se sentía tan deprimida y tan muerta?

Adam se cubrió a sí mismo y a Ruth con la manta del chamán. Llenó la habitación de ollas hirviendo llenas de plantas medicinales con olor a menta, romero e incienso. Abrazó a su Cazadora y la meció adelante y hacia atrás. Con su cuerpo la arropó, con su cántico la guiaba a través de las sombras, estuviera donde estuviese él la sacaría de allí. Con su canto joik evocaría a Ruth y la mantendría con él.

—Mi pequeña guerrera. —Besó sus labios pálidos—. Sé que te han hecho daño. Sé que yo no he podido evitarlo. No te merezco, preciosidad. ¿Por qué un hombre tan oscuro como yo recibe un rayo de sol como tú si no es para cuidarla y respetarla, honrarla y mimarla? Y yo no he hecho nada de eso contigo. —La besó en la frente.

Tarareó sus cánticos noales, hilando el alma inmortal de él con la de ella, uniéndolas, sosteniéndola con su propia vida, con su energía.

Ruth respiraba con mucha dificultad. Su piel se enfriaba pero él hacía por mantenerla caliente. La desnudó por completo, untó su cuerpo con cremas medicinales cuyos olores renovaban el alma. Masajeó sus piernas llenas de cardenales y heridas, ahora cosidas e intervenidas. Su fémur roto. Acarició su vientre hinchado y enrojecido por la cicatriz. Besó la cicatriz que lucía entre los pechos. El puñal había estado a punto de atravesar su frágil y mortal corazón. Un corazón tan valiente y puro que debía estar hecho de rayos de luz.

Después de ese ritual, la envolvió otra vez con la manta y la cogió en brazos para mecerla mientras seguía cantando. Se sentía desesperado, pero no perdía la esperanza en la fortaleza de su reflekt. Ruth tenía que vivir para reírse de él, para señalarlo y decirle que había caído de rodillas ante ella y que se había convertido en su esclavo eterno.

Amaba a esa mujer. ¿Cómo no hacerlo? El amor no era un sentimiento fácil de reconocer y menos para un hombre como él. Tampoco era algo que llegaba con facilidad. Pero aquella mujer con sus ojos dorados y su sonrisa revienta braguetas, lo había cazado. Lo había cazado de verdad.

Entonces recordó la profecía de su padre:

«En el séptimo aniversario de la muerte de la hija del noaiti, su hijo varón será cazado como lobo por una Eva disfrazada de Cazadora. Ella usará sus flechas envenenadas como Cupido. Ambos lucharán por el único poder que puede equilibrar la balanza entre el bien y el mal. De su lucha, sólo quedará uno. Y si no es así, los lobos nacerán muertos y los que vivan bailarán con el Diablo sumiendo al Midgar en la oscuridad».

Ruth lo había cazado. Ella era la Cazadora. ¿Quién si no iba a poder conquistar su alma ofuscada? Sólo ella. Había usado sus flechas y él se había enamorado. El amor había sido un veneno para su padre, pero para él suponía la salvación. La lucha que habían tenido entre ambos no era otra que la de la supervivencia por no rendirse ante lo evidente, porque da miedo rendirse a ello, da miedo rendirse al amor. Una persona se pierde cuando se enamora. Eso fue lo que le pasó a su padre. Pero Adam y ella lucharon y pelearon por lo que sentían. Y de esa lucha sólo podría quedar uno. Adam y Ruth debían convertirse en uno para ganar esa pelea. Si ellos dos permanecían juntos, lo demás se arreglaría. Y así había sido. Adam había ido en su busca porque no quería perderla, esa jovencita era la dueña de su corazón, ¿cómo iba a dejarla huir? Estando juntos, al compartir el chi, al convertirse en uno, Adam recuperaba su don de profecía, se inspiraba, y el espíritu llegaba a él, aunque aún no le había hablado con claridad ya que para él, la visión recibida no podía ser real.

Ruth le había abierto los ojos respecto a sus sobrinos, y si no hubiera sido por sus indagaciones nunca habría sabido nada sobre los sueños de Liam y Nora. Así de estúpido había sido. Sólo una mujer inquisitiva y curiosa como ella podría lograrlo, y él la amaba por eso. La amaba por no haberse dejado doblegar ni por él, ni por su agresividad. La amaba por su frescura y la ternura que prodigaba como mujer, tanto con niños como con adultos. Ella era cariñosa, algo que a él le costaba aceptar porque no le gustaba tanto mimo indiscriminado. Pero así era ella. Y la amaba. Y no la podía perder.

—No te atrevas a rendirte, katt. Sé que me estás oyendo. Sé que te duele, sé cuánto estás luchando por salir a flote, pero si me dejas, si te vas, te llevarás toda la bondad que ha nacido en mí desde que te conozco. Y seré un puto monstruo, ¿me oyes?

La noche dejó paso al día. Ruth no mejoraba, respiraba muy superficialmente y a Adam se le rompía el corazón cada vez que miraba su carita pálida. Las venas azules se le transparentaban a través de los párpados. El berserker esperaba que ella abriera esos ojazos que tenía, le sonriera pícaramente y le dijera: «Eh, lobito, ya estoy aquí».

Pero la cosa empeoraba. El chi de Adam no era suficiente para mantenerla con vida. Así, pendiente de un hilo, todos esperaron la llegada de la última noche de Ruth. Esa noche, si Ruth seguía viva, el alma de la Cazadora pasaría a ser inmortal. Adam no había dejado entrar a nadie, necesitaba la máxima concentración para que su energía vital pasara a la de Ruth y le diera las fuerzas suficientes para pasar el trance de la inmortalidad.

—No te atrevas. No me desafíes, Ruth. Me iré contigo donde quiera que vayas y te sacaré de allí. Te lo he dicho muchas veces. Nunca desafíes a un berserker —le repetía, pero al ver que las horas pasaban y que Ruth seguía sin reaccionar, el ruego de Adam se volvió desesperado—. Ruth… no me dejes. No nos dejes. Tienes que despertarte para darme la lección que me merezco. Tienes que echarme en cara lo equivocado que he estado con Margött, lo equivocado que he estado respecto a tu capacidad para cuidar de mis sobrinos. Tienes que castigarme. Por favor, lucha. Si me pudieras ver ahora… —Se secó las lágrimas con la punta de los dedos—. Seguro que te lo pensarías dos veces antes de abandonarme. Liam y Nora no hacen más que preguntar por ti. Están muy afectados, porque te quieren y quieren que te pongas bien. Tus amigos están al otro lado de la puerta demostrando los valores de la auténtica amistad, eres afortunada por tenerlos, somos afortunados —se corrigió—. ¿Y qué me dices de Gabriel? No se sentiría nada orgulloso si tú también te vas con él. Él murió defendiéndote, no lo jodas ahora.

Había visto el vídeo que grabaron sus cámaras. Ruth había peleado con Margött. La había visto sacar su arco y atravesar el cuerpo de la traidora berserker con diez flechas. Era una depredadora. Había aguantado el tipo, esperando el momento adecuado hasta que vio que Liam y Nora ya no corrían peligro. «¿Quién te crees que soy? ¿El jodido Robin Hood?», le había dicho una vez. Y luego había cortado la cabeza de Margött con el oks familiar. Demasiada mujer para él. Eso era Ruth. Entonces la besó en los labios y arrancó a llorar como un niño pequeño.

—Quédate aquí y hazlo por mí, aunque sé que no lo merezco, Ruth, pero hazlo por mí, kone

Emergieron las lágrimas que no había derramado cuando su madre se había ido, las que no había derramado cuando su padre Nimho murió, las que faltaron por derramar cuando su hermana gemela Sonja se fue de su lado… ahora todas esas lágrimas que él se había guardado porque eran síntoma de debilidad, todas y cada una de ellas, rodaron por sus mejillas, y lo hicieron por Ruth. Empaparon la cara de la Cazadora y se secaron en su piel cetrina y sin vida.

El sol le daba en la cara, pero no notaba su ardor. Sólo la iluminaba. Una ligera brisa removió su vestido blanco y vaporoso, y varias flores de almendros, bailaban sobre su cabeza. Algunas acariciaban su piel distraídamente. Su larga melena caoba se agitó, pero ella se retiró los pelos de la cara para poder ver aquel trono de mármol blanco y jade que tenía enfrente. En él, una mujer de inconmensurable belleza reposaba con una pierna cruzada sobre la otra, y la estudiaba con la cabeza apoyada en una de sus manos. Su pelo era rubio platino, casi blanco, como el pelo de Noah, y lo tenía rizado. Llevaba un recogido alto, un moño un tanto exótico, y algunos de sus rizos rebeldes se escapaban de él y caían sobre sus hombros, hasta el canalillo de su vestido rojo y completamente transparente. Completamente.

La mujer la miraba con interés, de arriba abajo.

—Acércate —le dijo. Su voz era pura música celestial, pero sus ojos grises y brillantes eran peligrosos y amenazadores. ¿Cuántos años tendría? ¿Veinte? ¿Treinta? Era muy hermosa y también muy distante, demasiado joven para aquella muestra de poderío. Sin embargo, su mirada era muy sabia, mayor. Como si aquella chica de piernas larguísimas y piel marfileña, hubiera visto nacer al mundo tal y como lo conocemos.

Cuando Ruth se acercó a ella, las panteras más grandes que ella había visto en su vida salieron de detrás de su trono. Una se sentó a su lado y dejó que ella le acariciara la cabeza, la otra se estiró a sus pies, protegiéndola y mirando a Ruth con cara de aburrimiento.

—Mis gatitos no te harán nada. Ya han comido —puntualizó con una sonrisa lobuna.

Esa cara ya la había visto antes, o al menos una muy parecida. Nerthus. Nerthus se parecía a ella, o ella se parecía a Nerthus. Un momento. Aquella mujer de pelo rubio y aspecto inalcanzable estaba acompañada por dos «gatos» enormes. ¿De qué le sonaba?

—Soy Freyja, Cazadora —gruñó la diosa levantándose y acercándose a ella—. No sé por qué me esmero en dotar a mis apariciones de algo de teatralidad si luego nadie me reconoce.

—Ponte un cartelito —murmuró Ruth levantando la cabeza para mirarla—. Eres altísima.

—Soy una diosa —sonrió altiva.

—¿Dónde estoy?

—Estás en el Sessrúmnir.

—¿Dónde está eso?

Freyja alzó las comisuras de sus labios.

—Ya veo que tendré que explicártelo todo. Estás en el Asgard, en las tierras de Folkvang. Mis tierras. Éste es mi palacio, Sessrúmnir. En esta sala que tienes el honor de pisar acojo a todas aquellos hijos de Heimdall que han perecido en la guerra contra Loki y sus jotuns. En realidad me reparto las almas con Odín, pero las que son mías por derecho propio vienen directamente aquí.

En aquella sala no había paredes. Era una plataforma circular que levitaba en alguna parte del cosmos. Miles de estrellas flotaban a su alrededor y brillaban iluminando el cielo de tonos naranjas y pasteles, como si fuera un atardecer. Uno de los «gatitos» de Freyja bostezó y luego ocultó la cara entre sus enormes patas delanteras.

—Eres la hija de Nerthus. Freyja la Resplandeciente —entendió.

—Sí. Deseada por todo y todos, ni siquiera Odín se libra de mi influjo. —Y le guiñó un ojo.

—Pero no supiste retener a tu esposo Od, el único al que verdaderamente has amado —le recordó ella con frialdad.

—Mi madre me pidió que te salvara. Ella ya no puede hacerlo, has salido de su jurisdicción. Pero yo sí, así que no me cabrees y no hagas que cambie de parecer. No amo a Od. Él simplemente me dio en el orgullo —susurró con más pena de la que hubiera deseado mostrar.

—Claro, y te importaba tan poco que dotaste a los vanirios de una gran debilidad relacionada con sus parejas.

—Al contrario. Les he dado la oportunidad de encontrar el amor auténtico. El de verdad.

—Lo que tú digas. —A esas alturas, a Ruth ya no le importaba nada. Le daba igual que aquella belleza fuera la diosa más poderosa del panteón nórdico. Ella sólo quería dejar de sentir dolor. Lo único que recordaba era la puñalada de su padre, Paul—. ¿He muerto?

—Estás en medio de la transición. ¿Tanto te ha costado mantenerte viva durante una semana? —preguntó irritada—. Eran sólo siete noches, Ruth. Y vas y la medio palmas antes siquiera de alcanzar la sexta noche.

—¿Pero todavía sigo viva? —sus ojos ambarinos y cansados se llenaron de lágrimas.

—Sigues viva, porque hay un berserker que no deja de entregarte su chi. —Un brillo de admiración cruzó por sus ojos brumosos—. El noaiti. Así que he aprovechado para hablar contigo y darte una serie de directrices mientras él te mantiene en vida. Tendrás que vivir.

Ruth cerró los ojos y dos enormes lágrimas se deslizaron por su cara. Adam la estaba salvando. Después de todo, la estaba salvando. No había podido proteger a sus sobrinos, seguramente habría muerto mucha gente por su culpa. Sus instintos no estaban desarrollados para notar que Margött estaba en el interior de su casa. Había fallado estrepitosamente. Lillian tenía razón, incluso la berserker traidora también la tenía. Adam no había fallado en sus reservas hacia ella. Se sentía tan mal que deseó morir. Y lo peor era que Gabriel podría haber muerto al protegerla, si Daanna no hubiera intercambiado su sangre con él. La sangre vaniria era poderosa y seguramente Gabriel ahora estaría mejor. Pero aquello no era una buena noticia. ¿Qué pasaría ahora entre Menw y Daanna? La vaniria la odiaría por haberla puesto en un compromiso como ése. Su amiga Aileen también, por no haber luchado ni haberse defendido tan bien como ella. Adam ya no la respetaría. Todos tenían razón respecto a su vulnerabilidad.

—¡No es tiempo de hacerse la víctima, Cazadora! —gritó la Diosa—. Ya te lamerás las heridas en otra ocasión, si todo va bien, tendrás la inmortalidad para hacerlo.

—¡¿Qué mierda quieres, entonces?! —gritó presa de la frustración y la decepción hacia sí misma.

—Cuidado, humana —siseó Freyja. Sus ojos se volvieron completamente negros.

—Ya no me asustas. Si me quisieras muerta me matarías, pero me necesitas —levantó la barbilla.

Freyja se serenó, para luego sonreír con autenticidad.

—Eres una atrevida.

—Ya no tengo nada que perder —se encogió de hombros.

—Si quieres mirarlo así, tú misma. Lo primero que debes hacer cuando despiertes es romper el bastón de los espectros. Ahora lo tiene As, pero Odín ya le ha dicho que debe entregártelo a ti porque eres la única que puede romper el cristal y liberar a las almas que han sido engañadas y apresadas por la magia seidr.

—Si no le hubieras enseñado el seidr a Loki, nada de esto habría pasado.

En un abrir y cerrar de ojos, Freyja agarró a Ruth de la barbilla y la levantó del suelo. Mientras la atravesaba con sus ojos de pozos negros e insondables, la mantuvo en vilo.

—¿Crees que sabía que era él? —le gritó—. No me pierdas el respeto o te haré pasar la eternidad en mi salón limpiando cada baldosa con la lengua. Eres una sacerdotisa, Ruth. No permito que ninguna de vosotras me hable mal, ¿me oyes? —le zarandeó—. Sí, Loki se hizo pasar por Odín, yo no vi el cambio. Somos poderosos pero también se nos puede engañar. Como a vosotros. Ese dios del Timo que tenéis manipulando vuestro planeta, es el engendro del mal y más vale que lo tengáis presente. Ya no vale mirar hacia atrás, lo que pasó, pasó. Ahora sólo queda luchar. —La bajó al suelo y la empujó.

Ruth estuvo a punto de caerse, pero en última instancia aguantó el equilibrio.

—Como te iba diciendo, romperás el bastón y abrirás un portal para que las almas regresen al origen. ¿Entendido? Pídeselo a As, es él quien lo tiene.

Ruth decidió apartar la rabia y la tristeza que la laceraba por dentro. Lo había intentado, y había fracasado. Ni siquiera pudo cuidar el don que le había dado Nerthus. La inmortalidad se le escapaba de las yemas de los dedos, y si no fuera por Adam, ya estaría muerta. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara?

—¿As ha hablado con Odín? ¿Tiene contacto con los dioses? —preguntó frotándose la barbilla y acercándose a ella.

Freyja se sentó de nuevo en el trono y alzó una rubia ceja ante la pregunta.

—Por supuesto, pero sólo en ocasiones especiales. Es el líder del comitatus.

As los había engañado. El otro día, en el Dogstar, habían hablado sobre el abandono al que eran sometidos por parte de los dioses, pero ahora resultaba que As sí que tenía contacto, y nada más y nada menos que con Odín.

—¿Cuándo ha tenido contacto?

—Ésta es la cuarta vez que Odín se ha presentado ante él.

La Cazadora frunció el ceño.

—As nos ha mentido.

—Tiene sus motivos para deciros tal cosa. El primer contacto fue para entregarle el bastón del concilio. Dicho bastón serenaba los ánimos y animaba a dialogar entre los clanes, en vez de reventarse las cabezas los unos a los otros. Siempre que As iba con el bastón, se aseguraba un encuentro pacífico. La segunda vez… —Se frotó el labio con el dedo índice y mostró una sonrisa llena de secretos—. No te la diré. La tercera vez fue hace poco, después de la llegada de la sorprendente híbrida. Aileen ha resultado ser más poderosa que el bastón. Ah, y tampoco te diré para qué. Y la cuarta vez, fue antes de ayer.

—Estoy hasta aquí de vuestro secretismo. —Alzó la mano por encima de su cabeza—. No habláis claro. No lo hacéis. Y nos tenéis a todos pendiendo de un hilo muy fino en el que ya no sabemos quién tiene las tijeras para cortarlo, si vosotros o Loki. ¿El Ragnarök? —se mofó de la palabra—. Por supuesto que llegará. No tenemos ayuda.

—La tenéis. —Una manzana verde y brillante se materializó en la mano de Freyja—. Sólo tenéis que ver las señales, pero no repetiré lo mismo que te dijo mi madre. Hablarás con As y le pedirás que reúna a sus ejércitos.

—Lo estamos haciendo, pero por el momento…

Freyja capturó la mirada con la suya.

—No estoy hablando de vuestra poco fiable búsqueda informática —la cortó—. As ya sabe cómo hacerlo. Ya sabe a quién tiene que contactar para lograrlo. Ella es la única que puede conseguir reunirlos a todos, pero para que se despierte su don necesita hacer su pequeño sacrificio.

¿De qué estaba hablando Freyja? ¿Había alguien que podía contactar con los miembros de los clanes perdidos? ¿Cómo? ¿Y qué sacrificio debía hacer?

—¿Por qué no lo ha hecho antes? ¿Por qué no ha hablado con esa persona antes de que todo esto se volviera insostenible?

Freyja exhaló, como si aborreciera todas las preguntas que Ruth le hacía.

—Porque debe ser así. Tenemos las piezas distribuidas a placer, y sólo las accionamos y las ponemos en funcionamiento cuando es el momento adecuado. Como pasó contigo. Si llegas a despertarte antes, Loki te habría matado en un suspiro. Sufriste por un bien mayor. Esta persona también debe sufrir. No podía despertarse antes. Ahora, para hacerlo, tendrá que sacrificarse. Fue mi decisión. Cuando creamos a los vanirios, ofrecimos un don particular a cada uno de ellos, uno que se despierta sólo cuando se encuentra a la pareja de vida, a sus cáraids, la llaman ellos —sonrió saboreando la palabra gaélica en sus labios.

El cuerpo de la Cazadora rugió destilando odio.

—¿Cuánto más hay que sacrificar? ¿Cuánto, hasta que vosotros creáis que ya es suficiente? ¿Qué dones tienen?

—Ni ellos lo saben.

—¡Eres una manipuladora!

Freyja tuvo la osadía de estremecerse ante las palabras de Ruth. Se veía realmente afectada.

—Todos debemos hacer sacrificios para conseguir aquello que queremos. —Frotó las orejas de la pantera blanca que sentada a su lado parecía tan diosa como la propia Freyja—. Donde no hay sacrificio, no hay amor. Caleb dejó a un lado su odio y consiguió a Aileen. Aileen es el don del líder de los vanirios, el que le permite caminar bajo el sol. Los demás tendrán que encontrar sus dones, ¿no te parece? Dones que pueden estar en su interior, o dones que encontrarán en sus parejas. Pero nada es gratuito, Ruth. Tú lo sabes mejor que nadie. Ya has hecho tu propio sacrificio.

—¿Qué ha sido? ¿Fracasar y echar mi dignidad por tierra? ¿Ponerlos a todos en peligro?

—No te flageles, humana. No es tu estilo. Deberías tener la cara en alto. —Se levantó y con aire más dulce le ofreció una manzana.

—No la quiero. —Ruth apartó la cara.

—No sólo te he hecho venir a mi palacio porque prácticamente te hayas inmolado ante tus padres. Tu sacrificio ha sido arriesgar tu propia vida en nombre de los demás. Arriesgar tu propio cuerpo, Ruth. Pero no sólo has hecho eso. Vienes de una familia que te tenía miedo. Tus padres no lo hicieron bien contigo. Hay un refrán que dice: «Mata a tus padres y serás libre». Por supuesto —puso los ojos en blanco—, se refiere a que tienes que enterrar todas aquellas enseñanzas y valores que ellos te dieron creyendo que eran verdaderos, porque están basados en sus experiencias y en sus valores, no en los tuyos propios. Ellos querían exorcizarte del demonio, pero tú te has exorcizado de ellos. Te has tomado el refrán al pie de la letra —sonrió divertida—. Literalmente. ¿Te sientes mal? Disparaste a tu madre.

Ruth no lo dudó al responder:

—No. Ni siquiera un poco.

El noaiti se cargó a tu madre. Mejor dicho, ella y tu padre perdieron la cabeza por él. ¿Tampoco te sienta mal?

—Si Adam estuviera aquí le daría un beso en la boca como señal de agradecimiento. No me siento mal, Freyja. Esas dos personas no eran nadie para mí. Sólo dolor y sufrimiento.

—Bien. Estaban locos. Sólo te dieron a luz, nada más. Tú te has liberado, has hecho el sacrificio. Los has matado, has acabado con ellos. Ahora te toca reencontrarte, Ruth. Y eres nuestra, eres de las nuestras. Estás en algo demasiado grande como para dudar de ello.

Freyja la miró de arriba abajo y fijó sus ojos, que de nuevo eran grises y extrañamente dulces, en su vientre.

—¿Qué es lo que no me dices?

—Tu padre te clavó un puñal en el vientre cuando sacrificaste tu cuerpo.

Ruth apretó los dientes al recordarlo.

—Sí.

—Cuando despiertes como inmortal, no podrás tener hijos, te será muy difícil concebir. Paul te hizo demasiado daño con ese puñal ritual —murmuró apesadumbrada.

Ruth palideció. ¿Cómo que no podía tener hijos? A ella… a ella le encantaban los niños. Quería tenerlos y quería tenerlos con Adam si alguna vez él la perdonaba por poner a Liam y a Nora en peligro. ¿Por qué se lo decía? Ruth se tapó la cara con las manos y arrancó a llorar. ¿Qué más podía pasarle?

Freyja puso una mano sobre su hombro, dándole consuelo.

—Haré una concesión contigo, Ruth. Ya has hecho tus propios sacrificios, no necesitas uno más.

La joven la miró entre los dedos abiertos.

—¿Qué… qué quieres decir?

—Que no soy tan bruja como crees. Prométeme que harás lo posible por ayudar a nuestra causa, que es también la vuestra. Dime que lucharás y ayudarás en cualquier momento que seas requerida. Y yo a cambio, te daré el don de la fertilidad.

Ruth recordó que Freyja era, entre otras muchas cosas, la Diosa de la Fertilidad.

—Y prométeme que guardarás el secreto que As te revelará cuando te entregue el bastón.

Ruth la miró a los ojos. Todo a cambio de algo, siempre, así eran los dioses. ¿Qué secreto?

—Lo prometo.

—La promesa de una sacerdotisa es inviolable.

Se inclinó hacia Ruth, le alzó la cara con ambas manos y la besó en los labios. Aquella mujer alta, magnética y rubia, le estaba dando un beso con la boca abierta. Aquello era un morreo en toda regla.

Cuando la soltó, Ruth tenía las mejillas rojas y los labios húmedos. Freyja sonrió, le pasó el pulgar por el labio inferior y luego se llevó el dedo a la boca.

—Los humanos sabéis bien. —Agarró la mano de Ruth y le puso la manzana brillante y apetitosa. Luego sonrió, dio media vuelta y se sentó en el trono—. Dale tres mordiscos y regresa a tu hogar, Cazadora. —Distraídamente acarició el cuello de la pantera y cerró los ojos como si le tocara hacer la siesta—. Ah, y por cierto: Me encantan las canciones de amor, así que espero que Adam elija una bien bonita para ti.

Ruth miró la manzana, luego a aquella impulsiva y algo alocada diosa, y mordió la fruta del pecado original tres veces.

Los rayos del sol del amanecer, bañaron la piel pálida y el cuerpo de la Cazadora. Abrió los ojos para descubrir que se encontraba en la habitación de Adam. Los retratos que había hecho de ella la miraban. En ese mural se veía enérgica y llena de vida y desafío, y ahora, se sentía vulnerable y débil, aunque sabía a ciencia cierta que ya era inmortal. No le dolía nada, al contrario, físicamente sabía que gozaba de una excelente salud. Intentó moverse, pero se vio enrollada en una manta llena de motivos rúnicos que le impedía tal objetivo. Alrededor, inciensos encendidos escampaban hilillos con su aroma, inundando la habitación. Estaba enrollada como si fuera un canelón. Dio varias vueltas sobre sí misma, como si se rebozara sobre la cama, y se zafó de aquella cárcel de piel y olor a hombre. A Adam. ¿Dónde estaba él? Se puso a temblar. No tenía ganas de enfrentarse a su mirada negra. No ahora, cuando había pasado tanto. Se levantó y se cubrió el cuerpo con la sábana de la cama.

No aguantaría que Adam la acusara de haberle fallado. De fracasar. Y sabía perfectamente que cuando se trataba de la seguridad de los pequeños, él se convertía en alguien sin escrúpulos. La destrozaría si ahora la increpaba con eso.

—Dios mío… —Aileen entró en la habitación arrastrando los pies lentamente, con sus ojos lilas completamente incrédulos y llenos de lágrimas—. Dios mío… ¡Ruth! —La híbrida se acercó a ella como si fuera un fantasma y la abrazó con fuerza—. ¿Estás viva? —sollozaba y no podía controlar el temblor de su barbilla.

Ruth se deshizo en un llanto desgarrador.

—Sí —susurró ella, abrazándose desesperada a su cuerpo—. Sí, estoy viva.

—¡Nunca más me hagas esto! ¡Nunca! —le gritó fervientemente entre hipidos y ruegos.

—Lo… lo siento… es que…

—Hay que avisarlos a todos —añadió frenética y con manos temblorosas—. Te dimos por muerta… Adam no quería enterrarte, no quería hacer nada contigo, no te sacaba de su habitación. Se peleó con As, con Caleb, con todos… no permitió a nadie que entrara a verte. —La tomó de la cara y tocó todo su cuerpo—. Y ahora soy yo la que tiene ganas de matarte. —Se echó a llorar de nuevo y volvió a abrazarla—. Idiota, pensé que también te había perdido. Y no lo podía aguantar. Han pasado dos días después de la última noche en la que debías convertirte en inmortal, Ruth. Todos hemos sufrido mucho.

Las manos de Ruth se quedaron inmóviles en la espalda de Aileen. Dos días. ¿Dos días? Procesó las palabras de su mejor amiga.

—¿Quién? ¿Pensaste que también me habías perdido? ¿A quién hemos perdido? —preguntó llena de miedo. Su mayor miedo era que a Adam le hubiera pasado algo, pero sabía que no podía ser ya que él la había sostenido y le había dado su chi para que ella viviera. ¿Liam y Nora? No, por favor, ellos no. Apartó a Aileen con desesperación.

Aileen se puso la mano sobre los labios y negó con la cabeza.

—Gab.

Lo primero que cruzó la mente de Ruth fue la camiseta que llevaba su amigo cuando arriesgó su vida por ella. No sabía por qué, pero era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera el mensaje que había en ella escrito. Miró a todos lados, le sudaron las manos y se sintió mareada.

Por su culpa. Gabriel, su querido amigo, había muerto por su culpa. Adam no estaba, no había permitido que la enterraran. La quería allí en su habitación, sin entierros dignos ni ofrendas a su alma. Seguramente la odiaba por ser tan inepta. No había estado a la altura. Entendería perfectamente que él no la perdonara, porque ni siquiera ella se perdonaba a sí misma.

—¿Dónde está Adam?

—Está meditando. Dijo que quería encontrar al espíritu. Tienes que verlo. Ese hombre está desesperado desde que…

—No. —Levantó su mano—. No, por favor. Sácame de aquí —rogó a su amiga, con la cara llena de derrota—. Sácame de aquí. No… no quiero que me vea. Necesito pensar, Aileen. Necesito hacerme fuerte.

Aileen la intentó tranquilizar.

—Ruth, tranquila… chist. —La cogió de la cara y la obligó a mirarla—. No sé lo que piensas ahora, pero sea lo que sea está mal…

Ruth le apartó las manos con rabia.

—¡No! Si eres mi amiga tienes que sacarme de aquí ahora y no dejar que él me vea así. No dejar… —entonces se tapó las manos con la cara y se derrumbó—. Estoy destrozada, Aileen. Dame cobijo, por favor. Ocúltame unos días. No quiero hablar con nadie.

Aileen lo hizo.

La muerte de Gabriel la había llenado de culpa a ella también, y ellas debían superar ese luto. Como fuera, pero debían hacerlo. Por ellas y por su amigo. Y luego, Ruth debía hablar con Adam cuando se encontrara más entera, porque el berserker se había vuelto loco desde que todos creyeron que ella había muerto.