Bajo la niebla espesa que cubría los paisajes de sus sueños, Adam luchaba por despertar. Veía dolor y destrucción. Rabia e impotencia. Sangre y pena. Todo mezclado en un cóctel tan tortuoso que ni el dios del dolor podría llegar a igualar jamás. Los recuerdos siempre eran los mismos desde hacía más de trescientos años, desde su conversión a la edad de veintidós años. Él no tenía sueños, sino pesadillas. Trescientos años soñando lo mismo, siendo desgarrado por unas imágenes que le recordaban qué tipo de linaje tenía él. Qué tipo de sangre traicionera corría por sus venas.
Su padre, uno de los berserkers originarios, se había enamorado perdidamente de una mestiza llamada Lillian, medio humana, medio berserker. De esa unión, nacieron dos mellizos. Él y su adorada hermana, Sonja.
Su padre Nimho estaba locamente enamorado de su madre, y seguramente fue esa pasión que sentía por ella la que lo hizo ciego a sus engaños y a sus defectos. Lillian había retozado con casi todo el clan a espaldas de Nimho. Adam la había visto con uno de sus amantes con sólo siete años de edad. La espió incrédulo ante lo que veían sus ojos. Mientras tanto, su hermana Sonja crecía increpada por las niñas del clan y le repetían lo que oían decir a sus mayores: su madre era una perra. Nada agradable para tan tiernos oídos.
Para Adam, la imagen de su madre Lillian yaciendo como una perra en celo entre los brazos de otro que no era su padre le carcomió y lo llenó de recelo a todo aquello que llevara las palabras fidelidad y amor eterno. Sus padres eran el vivo ejemplo de ello. Una pareja completamente fracasada.
La niebla se espesó rabiosa hasta que él ya no pudo ni respirar ni ver. Sintió una presión en el pecho, y supo que ahora vendría lo peor de la pesadilla. Se tensó para recibir la rabia y la ira que sabía que iban a llegar.
Lillian con su largo pelo rubio y sus ojos grises, sonriéndole a su padre con desdén y diciéndole que no tenía lo que había que tener para enfrentarse a As y reclamar el liderato del clan.
—¿Qué quieres que haga, Lillian? —le preguntó Nimho—. Somos un clan, y As es el más antiguo de todos. Nunca reclamaría su trono. Jamás.
—Eres un segundón. Siempre has sido un segundón, Nimho. —Se echó su larga melena hacia atrás—. Cuando te conocí, parecía que ibas a comerte el mundo. Y mírate, no has conseguido nada más que ser un calzonazos faldero y permanecer a la sombra de As.
—Yo no permanezco a la sombra de nadie, Lillian —gruñó Nimho—. Soy quién soy y As es mi mejor amigo.
—¡Eres el hombre más importante del clan! ¡El noaiti[2]! Sin tus visiones, los berserkers estarían perdidos. ¿Cuántas veces has alertado de posibles peligros que iban a acechar? ¿Cuántas? Nadie te lo agradece. Nadie te…
—No necesito que me agradezcan nada, maldita sea. Es suficiente agradecimiento que me escuchen y me hagan caso. Lo importante es el grupo, no las individualidades, ¿entiendes?
Lillian hizo negaciones con la cabeza mirándole de arriba abajo con tanto asco que Nimho frunció la cara de dolor. Era moreno, alto, respetable, guapo e imponente, y sin embargo, no era nadie para ella.
—Y como lo importante es el grupo —dijo con acritud, controlando cada una de las palabras que le iba a escupir—, dejas que la manada disfrute de todos mis favores, ¿verdad? ¿Desde cuándo sabes que me acuesto con quién me da la gana? Supongo que lo sabes y te da igual. —Se encogió de hombros—. Los demás también tienen derecho a disfrutar de mí, ¿no es así? Lo importante es la comunidad, el grupo. Eres tan generoso —se burló de él.
Nimho apretó la mandíbula y se acercó a ella. Le alzó la mano, queriendo darle un bofetón que descargara toda la furia que sentía hacia su amada mujer. Pero se detuvo apretando los dedos con fuerza y formando un puño de impotencia en el aire. Nunca le golpearía.
—No tienes agallas —Lillian lo provocó y fue ella quien le dio la bofetada—. Eres un blando. Un maldito perdedor. ¿Te das cuenta, Adam, cariño? —miró hacia el sillón orejero que había en el salón.
Nimho siguió la dirección de su mirada y se encontró a un Adam diminuto, con la carita pálida y los ojos llenos de lágrimas. Su mujer sabía que él estaba ahí y no había detenido sus palabras. Nimho sintió que le temblaban las rodillas.
—Adam —susurró Nimho.
—Pobre niño —musitó Lillian con malicia—. Tener a un padre débil y sin orgullo como ejemplo. Sabes que Adam tendrá tu don —vaticinó Lillian mirando a su hijo con odio—, y será tan poca cosa como tú.
—No te atrevas a hablar así de él —rugió Nimho.
Adam no dejaba de mirar el rostro demacrado de su padre. Veía tanta pena en sus ojos, estaba tan abatido que se fue corriendo hacia él y lo abrazó. Nimho, a su vez, le rodeó la espalda con los brazos.
—No pasa nada, hijo —lo calmó Nimho mirando asqueado a Lillian.
—Claro. Nunca pasa nada para ti —replicó haciendo aspavientos con los brazos—. Adam, no seas blando y deja de llorar —el niño dio un respingo ante aquella orden fría.
—¿Por qué eres tan déspota? ¿Por qué no te conformas con lo que juntos hemos creado? —le preguntó con la voz temblorosa—. Eres mi mujer. Tenemos dos hijos maravillosos y vivimos con todos los lujos que tú querías. ¿Acaso no es suficiente para ti? ¿De dónde nace tu ambición, Lillian?
Lillian alzó la barbilla orgullosa.
—¿Por qué conformarme con esto si puedo tener más, cariño? —se acercó a él en plan seductora—. Estoy aburrida de ti. Me aburres en la cama, me aburres con tu conformismo, me aburres con tu docilidad. No eres un hombre de verdad. Por eso me acuesto con los demás. ¿Sabes qué? —pasó el dedo índice por la barbilla cuadrada de Nimho, ignorando por completo a Adam que la miraba de reojo, temeroso de ella y a la vez decepcionado con ella—. Me gusta Strike. Él sí sabe lo que quiere, no como tú.
—Yo sé lo que quiero —replicó él abrazando con más fuerza a Adam—. Tú eres la que tiene problemas para darse cuenta de lo que realmente vale la pena.
—Nimho… —se puso de puntillas y lo besó en los labios. Él no se apartó, hasta ese punto lo tenía hechizado—. Pobrecito Nimho… Creo que me voy a ir.
En ese momento alguien llamó a la puerta.
—¡Voy yo! —La vocecita alegre de Sonja se oyó a través de la tensión del salón. Un cuerpecito menudo, ajeno a lo que sucedía entre sus padres, con una melena rubia e indomable y un espíritu lleno de vivacidad descendió las escaleras de madera que daban al salón, y abrió la puerta.
—No, Sonja —murmuró Adam corriendo hacia ella, intuyendo que alguien venía a por su madre—. No le abras.
Sonja miró con recelo al enorme hombre que estaba de pie en la entrada. El pelo tan rubio que parecía blanco le caía liso hasta los hombros. Los ojos negros carecían de ternura, y una inmensa cicatriz le cruzaba la mandíbula. Miró a la niña y le sonrió con malicia.
—Ven, Sonja. —Adam la tomó de la mano y la apartó de la puerta. El hombre miró al niño y le gruñó.
—Strike, no entres en mi casa —advirtió Nimho señalándolo con el dedo—. Lillian… No lo hagas, Lillian —rogó Nimho—. Somos una familia y tú eres mi esposa.
Lillian lo ignoró, le dio la espalda y caminó hacia Strike. Él la tomó de la cintura y la besó en la boca sin pizca de suavidad. La mordió hasta hacerle un poco de sangre en el labio inferior. Ella sonrió agradecida y se pasó la lengua por la herida, mirando a Nimho de reojo.
—No te quiero, Nimho. Eres un fracaso. Un débil.
Adam y Sonja sisearon al oír esa palabra. Era un agravio que una mujer insultara a su pareja de ese modo, pues lo anulaba de toda hombría.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué le hablas así a papá? —preguntó Sonja mirando contrariada a su madre—. ¿Y por qué dejas que Strike te muerda?
—La culpa de todo esto es de tu padre, niña —su tono falso la delataba—. Y Strike muerde mejor que papá.
Adam frunció el ceño al ver el labio magullado de su madre. ¿Le gustaba que le hicieran daño?
—Quédate, Lillian —suplicó Nimho—. Podemos arreglar las cosas…
—Oh, basta ya, Nimho —Strike meneó la cabeza—. ¿Es que no tienes dignidad? Tu mujer te está abandonando por otro hombre, y tus hijos están siendo testigos de tu humillación cuando todavía le ruegas que se quede. Vaya mierda de berserker estás hecho, tío.
—No hables así a mi padre —Adam tensó los puños y se plantó delante de él. Sonja se puso a su lado, mirando a su madre con pena.
—Niños, venid aquí —ordenó Nimho.
Pero ellos no obedecían, encargándose así de que Strike jamás pisara su casa.
—Strike —la voz afilada de Nimho retumbó en la habitación—, eres un traidor. Si salís por esa puerta, no regreséis a Wolverhampton. Salid de aquí u os mataré con mis propias manos. No seréis bienvenidos en el clan. Jamás.
—Mmmm… cariño —murmuró Lillian—… me has puesto cachonda. Nunca has utilizado ese tono conmigo.
—Largo-de-aquí —gruñó Nimho—. No quiero pelearme delante de los niños.
Lillian se arrodilló ante Adam y Sonja y les echó un último vistazo.
—Chiquillos —Adam y Sonja se apartaron un poco de ella—, en la vida, lo único que cuenta es el poder y el respeto. Con eso se consigue todo. Adam, asegúrate de recordar estas palabras. Tú serás un hombre fuerte y grande. Poderoso. No te conformes. No seas como él. —Señaló a Nimho con un gesto de su cabeza—. Y tú, Sonja, serás hermosa y volverás loca a los hombres. Ahí tienes todo el poder que necesitas.
Se levantó y tomó de la mano a Strike. Éste sonrió a Sonja, guiñó un ojo a Adam y le mandó un beso a Nimho.
—Perdedor —se despidió de él con ese último insulto.
Cuando salieron por la puerta y la cerraron tras ellos, Nimho cayó de rodillas al suelo y hundió la cabeza entre sus manos.
Adam y Sonja corrieron a abrazar a su padre.
—No pasa nada, papá —le dijo Sonja entre lágrimas—. Yo cuidaré de ti.
Nimho los abrazó con fuerza y Adam se quedó mirando con odio la puerta por la que se habían marchado la adúltera de su madre y el traidor de Strike.
La niebla se disipó. A esas alturas, su musculoso cuerpo estaba empapado de sudor y temblaba tenso por los recuerdos de su vida, de su niñez. Sin embargo, desde hacía mes y medio, el sueño había cambiado yendo por otros derroteros, no menos tormentosos. Cuando la niebla desaparecía todo se volvía rojo. Rojo sangre. Las llamas del odio y el despecho se convertían en llamas que quemaban el alma y el cuerpo.
Sí, y en medio de tanta virulencia, allí estaba ella. Esa mujer. Su cuerpo se excitó nada más ver el reflejo de su pelo entre sus manos. Su pelo ondulado, con graciosos tirabuzones repartidos por doquier se deslizaba entre sus dedos. Su suavidad, su textura, su olor. Siempre que soñaba con ella, se sorprendía de los matices reales de aquella visión. La olía perfectamente. Tan bien… Un olor a melocotón dulce impregnaba sus orificios nasales y se colaba dentro de él, casi como un tatuaje.
Él despejaba su nuca de su fascinante pelo caoba y lo tomaba todo con una sola mano. Se inclinaba sobre ella y la mordía, hasta que la oía gemir. Cuando se apartaba para ver lo que su boca le había hecho, en su piel de alabastro se le veían las marcas de sus dientes, y él, orgulloso, se endurecía todavía más al verla marcada y tan a su merced.
Todavía resonaban las palabras de su madre sobre el poder, y supo que debía sentirse parecido a cómo se sentía él encima de ella. Poderoso. Invencible. Dueño y señor.
No veía bien dónde se encontraban, sólo podía percibir la excitación y el cuerpo de ella caliente y tembloroso debajo de él. Sumiso.
Le rasgó el blusón blanco que llevaba por detrás y dejó la curva esbelta de su espalda al descubierto. Ella se removía inquieta, como queriéndose apartar de él. La oía llorar y gemir a la vez, no sabía diferenciarlo, pero tampoco le importaba. Adam sólo tenía ojos para su piel y oídos para escuchar los latidos de su corazón palpitante en la cabeza de su miembro. Ella también lo deseaba. Sabía que era así.
Luego la oía sollozar, ya estaba clavado en ella y la sacudía con un movimiento implacable de sus caderas. Ella ponía la mejilla enrojecida sobre la superficie donde estaban ambos uniéndose frenéticamente, y entonces, ella se giraba y lo miraba con sus ojos dorados llenos de lágrimas con una mezcla de odio y deseo que todavía lo excitaba más. Adam la mantenía así, con su inmensa mano sobre la nuca de ella para que no pudiera mover la cara.
A él le daba igual, dentro de su pesadilla aquel momento era lo que más disfrutaba, así que no iba a ocultar todo lo que le apetecía hacerle. Sólo se descargaba de aquel modo, en el apogeo del dolor y de la furia, cuando la tomaba a ella, bañándola con su rabia y con la impotencia de todo lo que él no podía detener, de lo que no podía tener. Demasiadas cosas no había podido evitar.
La embestía con dureza y luego le tiraba del pelo para que se incorporara.
No supo cuánto tiempo estuvo así, pero entonces ella gritó y él se corrió con un nombre en sus labios, repitiéndolo uno y otra vez.
Y de repente sus manos ya no sostenían sus caderas, ni él se metía dentro de su cuerpo. Se sentía abatido, cansado y lleno de miedo. Rodeado de árboles, y definitivamente desorientado. El sueño había cambiado otra vez. Se encontraba delante del Tótem. La niebla espesa cubría la superficie del terreno y se movía al son de una melodía inaudible.
Sus extremidades no respondían así que supuso que sus fuerzas estaban al límite. Cayó sobre sus rodillas y miró al frente.
Una mujer con una túnica y una capucha roja lo miraba fijamente. Era la maldita caperucita roja. Sexy y peligrosa. Sus ojos dorados, esos malditos ojos dorados tenían una determinación implacable. Y algunos tirabuzones se le escapaban entre la capucha y caían sobre su hombros.
Ella se echó la mano a la espalda y tomó dos flechas. Cuando advirtió las flechas, Adam dirigió los ojos a su mano izquierda. En ella había un arco de competición. Uno especial, de formas élficas y blanquecinas.
La chica colocó las flechas en la cuerda con una presteza digna de un experto. Le apuntó y Adam sintió cómo las flechas le daban de lleno en todo el cuerpo, por todas partes.
Volvía a pasar. Ella acababa con él. Lo mataba.
Una y otra vez ese maldito sueño. Una y otra vez la misma muerte. Cuarenta y cinco noches viviendo la tortura.
La profecía de su padre así se cumplía. Y tras esa profecía, todos los horrores inimaginables se sucedían sin que nadie pudiera evitarlos.
Entonces Adam se despertó con el cuerpo chorreando y la respiración agitada. Miró su reloj digital de color negro y números verdes fosforescentes de marca Guess. Las cinco de la madrugada. Ya no podría dormir.
Cansado y tembloroso, miró su regazo y descubrió a la cosa enorme tan despierta como él. Sí, aquello también era inexplicable. Desde que la había visto aquella noche en Birmingham se despertaba igual. Desde que soñaba con ella se levantaba con los huevos tan cargados que le iban a explotar y con una erección que parecía un mástil. Era la primera vez que su cuerpo reaccionaba así ante la presencia de una hembra. En sus trescientos siete años de edad, era considerado un berserker joven todavía, pero maduro. Que en tantos años no le hubiera atraído una mujer de esa manera era preocupante, pero más preocupante era saber que esa reacción se la provocaba «ella».
Así que en medio de los ecos de la rabia, el dolor y la excitación se tumbó de nuevo en la cama boca arriba, sobre las sábanas empapadas de sudor, se metió la mano entre las piernas y se acarició la erección. Nunca antes había necesitado tocarse al despertar, pero desde que soñaba con aquella mujer, si no lo hacía era incapaz de ponerse unos pantalones.
Lo perseguía en sueños, y cuando estaba despierto se obsesionaba con ella. Ella era su problema principal y su objetivo primordial. Si era cierto que lo iba a matar, él iba a encargarse de destruirla primero. O uno o el otro. Sólo podía quedar uno, se dijo recordando el lema de Los Inmortales, el mismo lema que juraba la profecía de su padre Nimho.
Sacó una pierna por el costado de la cama y se empezó a acariciar de arriba abajo. Se imaginó que ella lo mecía en sus manos. Se apretó el glande con fuerza. Luego ella se arrodillaba ante él y sin previo aviso se la metía entera en la boca. Adam mecía las caderas arriba abajo. Los movimientos de su mano cada vez iban más rápido y con más fuerza. Arqueó la espalda y se impulsó con las caderas hacia arriba.
Maldita mujer.
Se la imaginaba encima de él, montándolo como una amazona. Su cuerpo sudaba y sus pechos se balanceaban. Sus labios gruesos se abrían para respirar, y entonces veía sus dientes rectos y blancos. Le apetecía comérsela y succionar su lengua como si fuera una caña.
Maldita perra.
Se la imaginó debajo de él, y él impulsándose tan a dentro y con tanta fuerza que ella lloraba de dolor y placer. Adam estaba preparado para estallar. Su pene creció y creció tanto en longitud como en grosor. Y ella le suplicaba que parase o que no se detuviera nunca. Su imaginación no sabía cómo la prefería, si gozosa o sublevada.
Adam gritó como un loco, y experimentó un orgasmo interior. La meditación que practicaba lo ayudaba a no expulsar semen y a controlar su energía interna a su gusto y en su favor. Ser el noaiti conllevaba muchas responsabilidades y una de ellas era no perder su energía en actos banales. Era con el sexo con lo que su energía desaparecía y él no podía permitirse perderla ya que de ello dependía su don de profecía y el buen desarrollo de sus rituales. Eso no quería decir que no hubiera estado con otras mujeres. Era un hombre joven y de buena salud, y además deseado, aquella opción de celibato era inviable.
El orgasmo no se detenía y se dobló sobre un lado, mientras respiraba con dificultad y gemía como un niño. Su mano se movió con más lentitud, hasta que después de lo que parecieron muchos minutos, su cuerpo dejó de convulsionar. Cerró los ojos y se los cubrió con el antebrazo. Se sentía mal por rebajarse a darse placer por culpa de una humana.
Maldita perra. Maldita mujer. Maldita Ruth.
Aquello era el colmo. Su destructora era la única mujer que lo ponía cachondo como un león en celo.
Después de tranquilizarse, se levantó de la cama. Se metió en el baño de colores negros y naranjas, y se puso bajo la ducha multichorros. El agua parecía purgarlo de todo su tormento. Lo limpiaba y lo purificaba, y todo lo malo, todo aquello que arrastraba su karma se iba con ella.
Cuando salió del baño se sentía más limpio, pero el pesar y toda la procesión iban por dentro. Aquello nunca desaparecía totalmente, el agua no podía con algo que no se podía tocar.
Se puso una toalla alrededor de la cintura y entró de nuevo a su habitación. Sobre uno de sus escritorios de roble, había un libro grueso y muy antiguo, esperando a que lo abrieran.
Venga, Adam. Una vez más. Debes recordar. La voz masoquista de su cabeza no lo dejaba tranquilo.
Vamos hombre, eres el chamán del clan. No debes olvidar qué eres y cuál es tu misión. Avisar. Salvaguardar. Mantener. Siempre en nombre de los demás.
Con pasos pesados tomó el libro de su padre y lo abrió. En él estaban todas las profecías de Nimho. Todas ellas se cumplieron a la perfección, desde las más catastróficas a las más optimistas. Las de los últimos años de vida de Nimho eran oscuras y hablaban de destrucción y de una era llena de terror y muerte que acecharía a los clanes y acabaría con ellos. Las dos últimas que él decretó, las dos últimas escritas en la última página, marcaron a Adam y a su hermana Sonja de por vida.
Tomó la última página y leyó en voz alta mientras pasaba la yema del dedo índice sobre la letras, como queriendo asegurarse de que eran reales.
Dos Profecías para Sonja y Adam: Ella sucumbirá a su pareja. El hombre escogido por ella hará que ambos pierdan la vida y así yacerán separados y caminando en la noche por la eternidad. Solos.
En el séptimo aniversario de la muerte de la hija del noaiti, su hijo varón será cazado como lobo por una Eva disfrazada de Cazadora. Ella usará sus flechas envenenadas como Cupido. Ambos lucharán por el único poder que puede equilibrar la balanza entre el bien y el mal. De su lucha, sólo quedará uno. Y si no es así, los lobos nacerán muertos y los que vivan bailarán con el Diablo sumiendo al Midgar en la oscuridad.
—Adam se frotó la cara con la mano abierta. Su padre era un chamán poderoso y sabio, nunca fallaba. Nimho supo cuándo iba a morir —más de ciento cincuenta años atrás— y de qué horrible modo, y nadie pudo hacer nada para evitarlo. Nimho vaticinó la profecía de Sonja y su hermana murió tal y como Nimho predijo, y tampoco se pudo hacer nada para evitarlo.
Adam era un buen chamán que había alertado con éxito al clan en más de una ocasión, como hizo la noche en la que Ruth lo fue a buscar al Tótem.
Desde la muerte de Sonja, las noches de luna llena se quedaba en vigilia en el bosque, justo bajo el lobo guardián, porque había tenido una visión después de la muerte de su hermana en la que Sonja le decía que en esas noches especiales esperara allí, pues vendría un mensajero para alertarlo sobre el peligro acechante. Debía obedecerle porque el mensaje que traía consigo era real.
Y fue así. Una de esas noches, Ruth vino a él con ese vestido, su melena al viento, un rubor delicioso en las mejillas y sus grandes ojos rasgados y dorados que lo miraban a caballo entre el miedo y la curiosidad.
En esas noches, los berserkers no dejaban de copular hasta el amanecer, y él, cuando la vio, sintió ganas de montarla como un salvaje. Que fuera ella quien le devolviera la libido era preocupante, y lo cabreó como nada, porque él ya sabía que ella aparecía en su profecía de destrucción, donde él perdía la vida por una de sus flechas. Ella iba a ser su asesina y ella iba a desencadenar al dios Caos y Apocalipsis. Eso decía su sueño. Ésa era Ruth para él, una especie de sicario del mal.
Así estaban las cosas; Ruth hacía estallar sus hormonas, pero sus profecías no fallaban. Del mismo modo que su padre no falló, él tampoco lo hacía.
Y ahora la profecía que caía sobre él lo hacía responsable de males mucho mayores.
«Los lobos nacerán muertos. Y los que vivan, bailarán con el Diablo». Genial, como una frase típica de Twin Peaks.
¡Maldición! Golpeó la mesa con fuerza y cerró el libro. Durante los días siguientes al rapto de Aileen y Caleb, Adam había controlado a la joven humana. Los mismos vigilantes que había mandado As para que la protegieran eran los mismos que le informaban a él de sus movimientos.
Todos mencionaban lo mismo. Ruth trabajaba todo el día en la web y salía para ayudar a Aileen en la escuela. Por lo demás, no hacía mucha vida social. Vivía con Gabriel, en apariencia, una relación amistosa. Y se había hecho amiga de todos los que tenía alrededor. Desde los guardaespaldas hasta los chóferes y los vanirios y berserkers que hacían de guardianes.
Pero él no se creía nada. Ruth hacía algo, estaba preparando algo y él necesitaba una sola prueba para acusarla. Era el chamán, no uno de esos tontos que caían babeando ante una de sus sonrisas coquetas y descaradas, como aseguraban los de su clan después de verla bailar en la noche de las hogueras. Todos sin excepción sentían fascinación por aquella hembra. Pero él no era estúpido. Una mujer no debería tener el poder de volverlo a uno gilipollas.
Sus sueños no lo engañaban. Ruth iba a por él con un arco y acababa matándolo. Toda una experta Cazadora, una Eva disfrazada de Cazadora.
Y sin embargo, con todo y la antipatía que sentía hacia ella, le sorprendía pensar en Ruth de esa manera, como si fuera una persona peligrosa.
La noche que la protegió de las garras del lobezno en Birmingham, la primera noche que se vieron, ella se acurrucó temblorosa y en shock entre sus brazos. Entonces le pareció frágil y pequeña, incapaz de hacer daño a nadie. Y sin pensarlo, su energía vital salió disparada para ayudar a Ruth. Sus mentes conectaron, sus cuerpos se acoplaron, y él cedió su energía para curarla. Así, sin más. Una energía personal que nunca antes había ofrecido, y esa humana mentirosa la había succionado sin pedirle permiso. Aquella noche fue también la primera vez que Ruth apareció en sus sueños. Tenía sexo tórrido con ella, y después, ella lo mataba. El sueño era recurrente desde entonces. Anulaba su paz mental de un modo definitivo y devastador.
Después de varios encuentros más, se dio cuenta de que ella era una auténtica fiera, no una mojigata. Su lengua era hiriente y viperina, y se reía de él como nadie se había atrevido en la vida.
Adam inspiraba respeto, no ganas de contar un chiste, y la perra de Ruth se mofaba de su persona en su cara. «Mi madre hacía lo mismo con mi padre», pensó amargado. No podía evitar hacer comparaciones.
Sin embargo, el recuerdo que él tenía de Ruth era su altanería y su desfachatez, no que tuviera instintos psicópatas. Las apariencias engañan. Ruth era una mujer llena de sensualidad y desinhibida, que jugaba con los hombres. La noche que ella lo avisó en el Tótem, olía a hormonas de berserker. Había oído de boca de los dos jóvenes de su clan que bailaron con ella en la noche de las hogueras, Limbo y Julius, lo salvaje que era esa joven. Por supuesto no habían bailado solamente. Además, se había acostado con los dos. A la vez.
A Limbo y a Julius les encantaba presumir de aquella experiencia ante los hombres del clan. Ruth era conocida por su labor con la web y también codiciada por los machos no sólo por su desparpajo, sino por ese cuerpo que la genética le había dado. Era una humana muy apetitosa.
Pero era también una zorra sin escrúpulos, y él lo sabía. Sí, y seguramente su sueño no iba mal encaminado.
Su padre le advirtió. Nimho sufrió por una mujer, tanto, que eso lo acabó destruyendo y ofuscando hasta convertirlo en alguien completamente taciturno.
Adam no podía fiarse de las mujeres, eso lo convertiría en un memo. Todas, excepto su querida hermana Sonja, eran traicioneras. El amor era traicionero.
Incluso su hermana perdió la vida hacía siete años por un hombre, por culpa de su esposo, alguien que no la supo proteger cuando tocaba, alguien a quien ella había entregado su corazón, a ciegas.
Era imposible que Adam creyera alguna vez en el amor. El amor era absurdo.
¿El sexo? Una manera de expresarse y de dominar.
El poder y el respeto eran lo más importante.
Las mujeres no eran de fiar.
Y Ruth… bueno, de Ruth ya se iba a encargar él. Era cierto que era especial. Una humana muy especial, que podía hablar telepáticamente, y eso era una novedad. Sin embargo, ella tampoco estaba pendiente de su don, o al menos, eso parecía o quería hacer creer a los demás. Niña estúpida.
No sabía cómo iba Ruth a alterar los planes del destino y convertirse en su muerte, pero tampoco iba a perder el tiempo pensando en el cómo. Ring. Ring.
—¿Qué pasa, Zlan? —Adam contestó a su iPhone negro. Zlan era uno de los vigilantes que cuidaban de los dos amigos humanos de Aileen. Su peor pesadilla y Gabriel.
—Es Ruth. Han venido Daanna y Aileen hace nada y se la han llevado, tío.
Adam frunció el ceño.
—¿Sabes adónde?
—A Wolverhampton. A casa de As.
Se le erizaron los pelos de la nuca como si fuera un gato.
—Gracias, Zlan.
Ahí estaba. Ya tenía la prueba. En dos días se cumpliría el séptimo aniversario de la muerte de Sonja, y daba la casualidad de que Ruth, aun sabiendo que él la había advertido sobre lo peligroso que sería para ella acercarse a su ciudad, venía hacia allí. Se cumpliría la profecía entonces. Seguramente el destino era inalterable, pero si había una manera de que no se cumpliese, lo iba a intentar. Y lo iba a poner en práctica. Porque una mujer no iba a acabar con él, y menos ella. Eso seguro.
Se vistió con una camiseta elástica negra de tirantes y unos pantalones abombados del mismo color y bajos de cintura. Gracias a ellos se podía vislumbrar la cinturilla de sus calzoncillos Armani. Se calzó sus zapatillas surferas de piel, cogió el libro y llamó a As para decirle que iba de camino a su casa.
Cerró toda la casa y conectó todas las alarmas, y por último, llamó a Margött, la niñera oficial, la profesora de la casa-escuela donde iban los niños del clan berserker, aquéllos que todavía no iban a la escuela de integración de Aileen. Margött vendría corriendo a ayudarlo. Siempre lo hacía. Era una mujer encantadora y estaba seguro que sentía algo por él. La mirada se le encendía nada más verlo, y Adam se sentía bien con ello. Valorado. Respetado.
Después de encargarse de Ruth, hablaría personalmente con la berserker para arreglar la situación entre ellos porque había llegado el momento de emparejarse. Por el bien de los pequeños. De sus pequeños. De aquellos niños que él adoraba y que eran su responsabilidad desde la muerte de su hermana Sonja.
Margött era una mujer buena y responsable, adoraba a sus sobrinos y cuidaba de ellos muy bien. Y a él también lo trataría bien. Nada de complicaciones, una unión por necesidad. Nora y Liam necesitaban una figura femenina y ella era perfecta para eso. No la amaba, él no estaba hecho para amar, no sería como su padre, pero le daría comodidad y tendría siempre todo su respeto. Él estaría a salvo de entregar su corazón a nadie y ella sería feliz con él. Se aseguraría de eso. Lo hubiera hecho antes, pero estaba la profecía, y por fin, había entrado en escena Ruth, su asesina. Necesitaba solventar ese problema antes de poder ofrecerle una vida conjunta a Margött.
Por fin se ponían las cartas sobre la mesa.
Iría a hablar con As sobre Ruth y sus intenciones. Unas intenciones que sólo conocía el noaiti del clan berserker.