Al amanecer, Ruth y Adam todavía retozaban en la cama. Él no la había dejado descansar y ella estaba impresionada con la manera de amar del berserker. ¿Cómo se podían hacer tantas cosas con los cuerpos? No es que fuera muy elástica, pero, caramba, Adam la presionaba y la desafiaba a jugar con él, y ella no tenía más remedio que acceder. Tenía agujetas en las ingles, le dolían los muslos y estaba irritada. Lo que Adam tenía entre las piernas cuando le entraba el frenesí podía dar muchísimo placer, pero no era fácil acostumbrarse a ese poderío físico. Sin embargo, lo que más le gustaba a Ruth de Adam y su frenesí era lo descarnado que se volvía. Las emociones a flor de piel, la belleza salvaje en su rostro, la posesividad en su manera de tocarla y lo dominante que se volvía. Una mujer debería de ser amada así por un hombre, al menos, una vez en la vida. Debería ser como un mandamiento, un derecho. Sonrió pletórica, porque sabía que ella podría tenerlo siempre que quisiera. Como en ese momento, que lo tenía hinchado en su interior, encima de ella y en el que, además, el pobrecito estaba dormido, echando una cabezadita. Debía estar agotado porque ella estaba muerta, gloriosamente saciada y muerta. Ruth lo besó en la garganta y rodeó su cintura con sus piernas. El pelo de Adam era precioso. Lo peinó con los dedos y lo acarició. Sin embargo, le gustaba más con el pelo bien corto, como un militar, con sus rasgos bien marcados y aquel rostro intimidante y arrebatador.
Acarició su espalda y pasó los labios por su hombro izquierdo. Aquel guerrero se había anclado en su corazón de manera definitiva, del mismo modo que estaba anudado a su cuerpo. Cómo le gustaría que levantara la cabeza y le dijera: «Te quiero, Ruth». Pero Adam no era de ésos, necesitaba estar muy seguro de ello para decirlo. Pero por encima de todas las cosas, necesitaba perder el miedo a esas palabras. Creer en ellas nuevamente. Y eso, de alguna manera, enorgullecía a Ruth. Estar con alguien tan leal a sus sentimientos, tan decidido a hacer siempre lo justo, a no engañar, por mucho que ella supiera la verdad reflejada en sus ojos y en su voz, por mucho que él fuera transparente para ella, la hacía sentirse valorada, lo suficiente como para que se mereciera siempre la respuesta más sincera y honesta.
—¿Peso mucho, gatita? —murmuró él con la voz enronquecida de quien ha estado durmiendo.
—Mei[46].
Adam levantó la cabeza y se apoyó en los antebrazos.
—¿Mei? —La miró con diversión y alegría y a ella le dejó de latir el corazón—. ¿Hablas noruego?
Ruth se sonrojó.
—Hace mes y medio que estoy aprendiendo el idioma. No sé mucho, casi nada. Estudio a través de un curso por internet.
La miraba con atención y de manera solemne. Se inclinó y la besó. Un escalofrío les recorrió la piel a ambos. Sus labios ya se reconocían.
—Me dejas sin respiración, nena. —Pegó su frente a la de ella—. ¿Aprendes noruego por nosotros?
—No. Sólo por ti y por los gemelos. —Le tocó la barbilla y le dio un toquecito en la nariz—. Quiero aprender a discutir en tu idioma. Me hará falta —sonrió.
Adam soltó un gruñido exagerado y empezó a hacerle cosquillas en el estómago. Ruth empezó a reír hasta descoyuntarse e intentó sacárselo de encima hasta que Adam la tomó de las muñecas y la inmovilizó.
Ruth necesitaba coger aire, pero cuando abrió los ojos se ahogó en la ternura de la cara de ese hombre. Él empujó con sus caderas y mordió su barbilla con suavidad.
—No voy a tener suficiente nunca de ti, Ruth.
Ella se mordió el labio y se concentró en las sensaciones que despertaba Adam en su interior.
—Eso espero —susurró echando el cuello hacia atrás para darle mejor acceso a su garganta.
—Dentro de un rato desayunaremos juntos e iremos a buscar a tu bomboncito para tenerlo en nuestra casa. Y si no, podemos decirle a Gab que lo traiga, y de paso —le mordió el hombro suavemente—, después nos iremos al carnaval de Notting Hill los cuatro juntos, y Gab también, si quiere.
A Ruth le parecía un plan fantástico, nunca había estado en esa fiesta tan popular. Por lo visto duraba tres días y estaba considerada como una de las mayores fiestas del mundo. Un desfile constante de ritmos, gente y bailes caribeños que celebraban la gran inmigración que hubo en Londres por parte de miembros de las comunidades de Trinidad y Jamaica. En esos tres días, pasaban más de un millón y medio de personas por allí. Sería bonito verlo juntos, como una familia. Sin embargo, tenía en cuenta la amenaza de Strike y Lillian. Para ella era más importante darles caza y averiguar su paradero.
—No pienses en eso ahora —le dijo él adivinando sus pensamientos—. Vamos a divertirnos un poco. El peligro siempre estará a nuestro alrededor, ya sea aquí o en la calle. Tenemos que aprender a vivir con ello.
Tenía razón.
—Vaya, Adam, te estás desmelenando.
—No soy tan estricto y tan serio como crees.
Ruth levantó una ceja y él sonrió. Aquel gesto pirata y juguetón la volvía loca.
—Estando conmigo no nos pasará nada. Además, tú me protegerás, ¿verdad, kone?
Ruth soltó una carcajada.
—Por supuesto. Yo cuidaré de vosotros.
—Y yo cuidaré de ti —le dijo él moviéndose en su interior—. Er det vondt?[47] —la penetró con embestidas lentas, como si tuvieran la vida por delante.
—¿Si me duele? —siseó—. No voy a poder caminar, sólo arrastrarme. Haré el baile de la serpiente en el carnaval.
Adam se echó a reír y la besó con agonía.
—No, cariño. Mejor deja de bailar en eventos multitudinarios. Los despistas.
—A ti te gusta verme bailar.
Adam suspiró. No lo iba a negar. Apoyó la frente en la de ella, mirándola fijamente a los ojos. Le gustaban tantas cosas de ella, si sólo fuera eso… Le encantaba la voz ronca que emitía cuando estaba en sus brazos, la actitud maternal y protectora que empleaba con los pequeños, el carácter desafiante y femenino que ponía en práctica con él. Todo lo que ella era, todo, lo encantaba y despertaba su admiración. Y ahora se sentía mal por haber dudado de ella en algunos aspectos. Pero la resarciría, sería su objetivo en la vida.
—Jeg er glad, katt. Jeg er klar.
Ella intentó entender lo que significaba esa última frase, pero no lo logró.
—No sé qué has dicho, Adam. No he aprendido tanto.
—Cuando lo sepas, gatita, quiero que me lo digas y que me preguntes para qué.
—¿Para qué?
—Ajá —asintió él moviéndose más rápido—. Ahora, déjame darte los buenos días como te mereces.
Y sucumbieron al placer.
Se ducharon juntos, haciéndose todo tipo de carantoñas y prodigándose caricias llenas de complicidad. Ruth se ofreció a raparle el pelo, aunque le confesó que tampoco le importaba si se lo dejaba largo.
—¿Cómo le gusta a mi chica? —preguntó él sentado en una silla en el baño y tomándola de la cintura, colocándola entre sus piernas.
—Me gustas de todas maneras, Adam —confesó con la máquina en la mano—. Pero creo que el otro corte te hace más… tú. Más Adam. Me da más morbo.
—¿Te gusta el corte al uno? —Le abrió el albornoz y metió las manos dentro para tocar sus pechos.
Ella se sonrojó, pero un brillo de diversión cruzó su mirada.
—Contrólate, lobito.
—Me pides algo imposible. —La acercó más a él y hundió la cara en su estómago.
—Oye, berserker, ¿nos centramos un poco? Voy a raparte.
Adam abrió la bata hasta que apareció el sexo de Ruth. Tan liso, tan dulce y tan vulnerable. La luna la marcaba como un talismán para su clan, como un símbolo de propiedad suyo. El Señor de los animales y la Cazadora.
—Dime —pasó un dedo por encima de la marca de la Diosa—, supongo que te depilan chicas, ¿verdad?
—Uy, no. Una horda de hombres en bata verde.
Adam sonrió, pero le dio una cachetada en el culo.
—Sí. —Asintió ella mordiéndose el labio. Encendió la máquina y se centró en el pelo de Adam mientras él la acariciaba con los dedos de manera superficial.
—Es tan suave… —murmuró hipnotizado.
Una tira de pelo cayó al suelo, y luego le siguió otra y otra más.
—¿Eres abajo del mismo color que arriba? ¿Caoba?
—Sí. —Cerró los ojos y asintió—. No me puedo concentrar en nada más cuando me tocas, Adam.
—Cuando te crezca el pelo de aquí… seré yo quien te lo quite.
Ruth abrió los ojos y frunció el ceño.
—No.
—¿No?
—No.
—Por favor —pidió como un niño pequeño.
Lo miró a los ojos, admiró su nuevo corte, apagó la máquina y se sentó encima de él. ¿Cómo iba a decirle que no a ese hombre?
—Ya veremos.
Adam gruñó y la atacó como un hombre hambriento, que era a lo que lo reducía Ruth.
Desayunaron los cuatro juntos en la cocina. Ruth ayudaba a poner la mesa y Adam, que era el chef oficial de la casa, hacía el desayuno. Liam y Nora charlaban y reían con Ruth. El desayuno estaba compuesto de zumos, frutas, cereales y otros dulces menos saludables. Ruth pensó que Adam se sentaría a su lado, pero hizo algo sorprendente. La levantó de su silla, se sentó él en ella y luego hizo que Ruth se sentara sobre sus piernas. Ella agrandó los ojos, él sonreía complacido consigo mismo.
—Tú conmigo, kone. —Le retiró el pelo y la besó en la mejilla—. Así.
—¿Así? —Ruth quería llorar de alegría.
Los gemelos los miraban divertidos y Nora suspiraba como si estuviera enamorada.
—¿Te quedas con nosotros? —preguntó Liam con sus ojos negros a rebosar de esperanza.
—Por supuesto —contestó Adam—. ¿Verdad? Niños, Ruth y yo somos pareja, y quiero que viva aquí con nosotros. ¿Qué decís vosotros? ¿Os gustaría?
Los niños corrieron a abrazarla dando gritos de alegría. Ruth se emocionó ante tanta efusividad.
—Quédate con nosotros, kone —le pidió Adam con los ojos brillantes de ternura y emoción.
Ruth levantó las cejas y le rodeo el cuello con los brazos. Ay Dios, se iba a desmayar.
—Pssse… pero sólo porque me caen bien tus sobrinos.
Los niños se echaron a reír y Adam la pellizcó en la nalga.
—Oye, no deberías hacer esas cosas delante de ellos —susurró al oído del chamán.
—¿Por qué no? —preguntó Nora—. A mí me gusta.
—Es asqueroso —gruñó Liam—. A Nora le gusta porque es una niña. Y a las niñas os gusta el amor… —Puso los ojos en blanco—. Y el amor apesta, ¿verdad, tío Adam?
Ruth levantó una ceja y miró al involucrado en la pregunta. Adam puso los ojos en blanco e imitó a Liam.
—Apesta, tío. ¡Buah! —Puso cara de asco—. Somos hombres, Liam. —Le ofreció el puño al niño y él lo chocó con orgullo.
—Los hombres son muy tontos —soltó Nora riéndose de ellos.
Ruth dejó caer la cabeza hacia atrás y empezó a reír a carcajadas. Era increíble poder estar así con ellos, con el hombre que le había robado el corazón y con los niños que iba a querer como si fueran suyos.
Ring. Ring.
Alguien llamó a la puerta.
Adam y Ruth se levantaron extrañados.
El berserker fue a ver quién era y se tensó al encontrarse a Margött. La rubia llevaba un vestido largo y negro, y unas zapatillas del mismo color. Su pelo suelto brillaba como el sol y sus oscuros ojos lo miraban con cara de pocos amigos.
—Hola, Margött —la saludó con calma.
—¿No me invitas a entrar?
La berserker no esperó ningún permiso. Entró como un vendaval y se quedó paralizada al ver a Ruth y a los niños comiendo juntos en la mesa.
—Hola, Margött. —Ruth se limpió las comisuras de los labios con extrema delicadeza. Se levantó y miró a Adam. El berserker se colocó a su lado—. ¿Qué buscas, Margött? —preguntó ella mirándola a su vez con los brazos cruzados, marcando territorio. No iba a permitir más muestras descaradas de afecto y seducción por parte de la berserker. No hacia Adam.
Levantó una rubia ceja sardónica y murmuró:
—No has perdido el tiempo, chamán.
—¿En qué podemos ayudarte? —preguntó Ruth.
—Tú en nada. —Le espetó ella asomando su verdadera cara. Adam se quedó impactado por aquella reacción, y Ruth, sin embargo, se sintió estimulada. Por fin iban a ponerse las cartas sobre la mesa.
—Un momento —Ruth levantó la mano y les dijo a Liam y a Nora que se fueran al salón superior a jugar. Los gemelos asintieron obedientes pero los dos le echaron una mirada recelosa a la berserker—. No pasará nada, id tranquilos.
—¿Por eso no viniste a por mí ayer noche, Adam? ¡Te la estabas tirando! —gritó la rubia.
Los niños corrieron hasta desaparecer por las escaleras.
—Cuidado, Margött. —Adam dio un paso al frente y la amenazó con su pose—. Ruth es mi compañera y si la insultas de alguna manera me insultas a mí. Y cuida el lenguaje delante de mis sobrinos.
—Ya no te mereces mi respeto. Ellos tampoco —le contestó ella con desdén—. ¿Te gustan las humanas? ¿Ya te ha dicho que no cree que puedas cuidar ni proteger a sus sobrinos? —La mirada envenenada de Margött la traspasó.
—Margött —advirtió Adam—, si vienes a buscar problemas ya te puedes ir de aquí.
—Adam quiere a alguien fuerte para hacerse cargo de los cachorros. ¿Tú eres fuerte? Es el chamán y necesita a una mujer que lo complemente, que conozca las tradiciones berserkers, que sepa lo que tiene que decir y hacer en todas las situaciones. Que lo obedezca. Pensé que te quedarías conmigo. —Lo miró dolida—. Puto traidor mentiroso.
Un músculo palpitó en la mandíbula del noaiti.
—Ya te dije que fue un error proponerte nada —le explicó él—. Pensaba en la amistad y en lo cómodo que hubiera sido para mí estar contigo. No pensé en lo que yo realmente quería. Ni pregunté a mis sobrinos qué querían ellos. Ahora vete, Margött. Estás incomodando a mi compañera.
—Ya la has vinculado a ti. Ya os habéis emparejado. ¿En qué pensabas, chamán?
Margött estaba atacando directamente a las inseguridades de Ruth, pero ella no iba a dejarse intimidar.
—En mí. Pensaba en mí, obvio. —Ruth se colocó entre ella y Adam—. Y ahora, rubita, si me disculpas…
—No te perdono.
A Ruth le entraron ganas de reír.
—Margött, no conoces las tradiciones humanas. Cuando te digo «si me disculpas» no te estoy pidiendo perdón. Te estoy diciendo: Apártate de mi vista, zorra.
Margött palideció. Adam desencajó la mandíbula pero se recompuso con facilidad. Una ola de orgullo lo barrió y lo dejó casi a los pies de la humana. Menudo carácter.
—Lo decepcionarás. Ya lo verás. Ya lo veréis los dos. —Agitó la mano desquiciada.
—Tienes un trozo de pienso entre los dientes —Ruth se señaló la boca—. Enjuágate el hocico en uno de los charquitos del bosque.
Margött centró su mirada en ella. Una mirada negra y vacía, alterada y llena de odio y de celos.
—Disfrútalo mientras puedas. Que no será mucho tiempo. Y tú —señaló a Adam—, sí, tú. Volverás a mí, y puede que te perdone, pero tendrás que arrastrarte.
—¿Llamo a la perrera? Lárgate. —Ruth señaló la puerta y Adam se colocó a su lado y le pasó el brazo por encima de los hombros.
—Ya has oído a mi kone. Entiendo que estás de duelo y estás alterada, pero…
—Entiendes una mierda, chamán.
—Siento que esto acabe así —lamentó Adam—. Pero no puedo permitir la falta de respeto en mi casa. Fuera.
—No hace falta que me acompañéis.
—Tranquila, sólo lo hacemos con las visitas bienvenidas —apuntilló Ruth.
Margött se dio media vuelta con altivez. Ruth y Adam no se relajaron hasta que oyeron el portazo de la puerta de la entrada.
La joven se encaró con su chamán.
—¿En qué pensabas cuando tuviste la brillante idea de proponerle un emparejamiento a esa chiflada? ¿No sabías que estaba loca? ¿No sabías que…?
No pudo decir nada más porque se encontró con la lengua de Adam en su boca. La rodeó con los brazos, la levantó del suelo y la besó durante un largo rato.
—Nada me ha preparado para verte en acción, Cazadora. Tengo suerte si no hago un agujero en los pantalones. Eres una deslenguada y… me fascinas. —La abrazó con fuerza y la meció mientras volvía a besarla.
—No me has contestado. —Abrió los ojos y parpadeó—. ¿Fue un momento de enajenación?
—Más bien de desesperación. Tú te comías mi espacio y mi mente. Y no quería caer en tus garras. Pero aquí me tienes, jovencita. Disfrutando de ti como un niño con su primer juguete.
—Me gusta que le hayas dicho que soy tu compañera. Ya era hora de que le pararas los pies.
—Se lo diré a todo el mundo. Sea del clan que sea. Sobre todo se lo recordaré a Cahal —sonrió con malicia.
—Él ya lo sabe. Por cierto, no sé nada de él desde el Ministry of Sound. ¿Alguien sabe dónde está? Debería llamarlo.
—Ni hablar. Estará con alguna mujer. Ya sabemos qué reputación tiene el vanirio.
Ella sonrió y lo tomó de la cara, acariciándole las mejillas con los pulgares. Lo besó en la mejilla y acarició su nariz con la de él.
—¿Se ha ido la bruja? —preguntó Nora en lo alto de la escalera.
—No nos gusta. No nos ha gustado nunca —dijo Liam rascando con sus deditos la madera del pasamanos de la escalera.
—Ya lo sabemos —aseguró Adam—. Siento no haberme dado cuenta antes.
—Es porque ella finge —dijo Nora—. Finge ser buena con nosotros y lo hace por ti. Pero nunca nos hizo caso en la escuela, nunca nos enseñó nada, no como hace Ruth —y miró a la humana con adoración—. Margött sólo nos ponía la televisión y los dibujos, y así nos hacía callar.
Adam los escuchaba con atención. Había estado ciego. Su mente cuadrada le había impedido ver la realidad tal y como era. Menudo palurdo estaba hecho.
—Bajad y acabemos de desayunar.
Se dirigió a la mesa con ella en brazos. La volvió a sentar sobre sus piernas y le dio de comer un trozo de manzana.
—No es culpa tuya no haber visto a la psicópata mentirosa patológica que había detrás de esa mujer —Ruth lo quiso tranquilizar a su manera—. Y tampoco es culpa tuya haber estado ciego conmigo y no haberte fijado en lo maravillosa y fantástica que soy. —Masticó la manzana que él le ofrecía y le guiñó un ojo—. Son tus ojos. Miran pero no ven. Te compraré unas gafas.
Mientras, Adam la miraba realmente como si no hubiera nada más en el mundo. No sólo pensaba en las gafas que iba a comprarle Ruth, sino también en lo mágica que era ella para él. Y en lo imprescindible que iba a ser en su vida.
La canción Authomatic de Tokio Hotel sonó fuertemente. Ruth sonrió y tarareó la canción con los gemelos que, por supuesto, después de oírla varias veces, ya se la sabían.
—Dime, Noah.
—Estoy en casa de Limbo.
—¿Qué haces ahí?
—Esta noche, mientras meditaba, a diferencia de ti —carraspeó—, intenté recordar lo que vimos cuando estuvimos limpiando la casa y recogiendo el cuerpo. Me vino a la mente su ordenador y una pequeña caja negra que tenía sobre su torre. Tenía una pegatina en la parte trasera con el nombre Flexwatch.
—Video-vigilancia por internet —comentó Adam levantándose de la silla y cediéndole a Ruth su lugar.
—Sí. Ahora que estoy aquí, he localizado todas las cámaras que tenía dispuestas en el techo como si fueran ojos de buey, por eso no las vimos, se camuflan con las luces. Si encontramos el modo de ver lo que grabaron las cámaras, podremos saber quién mató a Limbo.
A Adam le entusiasmó la idea. Por fin se aclararían algunas cosas.
—Pero no sé cuál era la contraseña de su ordenador. He llamado a Margött para preguntarle, pero tiene el móvil desconectado.
—No me hables ahora de ella…
—¿Problemas?
—No —miró a Ruth divertido—. Ruth me protege.
—Bien por ti. Bueno, ¿qué hacemos?
—Llamaré inmediatamente a Caleb. Es el hacker que ahora mismo tenemos. Él podrá entrar en el ordenador de Limbo. Espérame que voy para allá.
—Ok, tío.
—Hasta ahora. —Colgó el teléfono. Miró a sus sobrinos y a su mujer, sentados, desayunando en la mesa como una familia. Su familia. Sintió una gran emoción en su corazón oscuro—. ¿Te puedes quedar aquí cuidando de ellos, kone?
Ruth sintió un nudo en la garganta y sus hombros se liberaron de la tensión que había albergado días atrás. Por fin.
—Por supuesto. Ve tranquilo.
—Luego echaremos un vistazo a esos dibujos y borraremos de un plumazo las pesadillas —les dijo a los pequeños. Se acercó a Ruth y la cogió de la nuca para darle un beso en los labios—. No me puedo ir más tranquilo, gatita. No abráis a nadie. As está a poca distancia de aquí, si entrara alguien que el sistema no reconoce, vendrían a protegeros. Aunque ya sé que eso a ti —le acarició los labios con el dedo pulgar— no te hace falta. Eres toda una guerrera. Recuerda lo que te he dicho esta mañana, y cuando sepas lo que quiere decir, pregúntamelo. Pregúntame para qué, ¿de acuerdo?
—Sí, berserker. Ve. Corre. —Lo besó en los labios por última vez y dejó que Adam saliera por la puerta de la casa, llamando a Caleb a través del iPhone.