CAPÍTULO 26

—Manipulador —le soltó Ruth cuando llegaron a su casa de Wolverhampton. Salió del coche y dio un portazo—. Los niños necesitan descansar… —lo imitó con Nora dormida en sus brazos.

Adam salió del Hummer con Liam apoyado en él, dormido también.

—Míralos, están hechos polvo. —Se excusó él mirando el vaivén de las caderas de Ruth.

—Tienes prisa. Tienes prisa por dejarlos acostaditos, eso es lo que tienes.

Adam asintió y sonrió más relajado.

—Veo que lo entiendes, Cazadora. Pensaba que tendría que explicártelo cuando todo el mundo ha visto lo evidente.

Ruth esperó a que Adam abriera la puerta. Él lo estaba reconociendo, maldito fuera.

—Si es lo que quieres… —se le quebró la voz mientras dejaba a Nora en su cama. Le quitó la ropita y la cubrió con la sábana—. Yo… yo estaré en el bosque. Necesito… bueno, estaré guiando a las almas.

Bajó la cabeza y salió de la habitación. Descendió las escaleras dejando un reguero de lágrimas a su espalda y salió al bosque, corriendo con la furia que su amor propio no le dejaba expresar. ¿Qué debía decirle a Adam? ¿Que la quisiera? ¿Que la respetara? ¿Que se quedara con ella? Y lo peor de todo, ¿por qué? ¿Por qué iba a querer Adam estar con ella cuando tenía a alguien más adecuado al alcance?

Corrió hasta llegar al tótem y allí se sentó, rendida. Las piernas le temblaban y no dejaba de sollozar. Ella lo quería. Ella lo quería de verdad. ¿Por qué Adam no aceptaba su amor? ¿Por qué?

—Estás llorando —dijo Sonja. Había aparecido sentada a su lado—. ¿Qué ha hecho mi hermano esta vez?

—¿Dónde has estado? —dijo Ruth ignorando la pregunta.

—Recuperando energía. Después del contacto con mis hijos y mi hermano, no es fácil volver a materializarse. He estado presente pero no podía hacerme ver. Hablé con Adam ayer por última vez.

—Yo le he pasado parte de mi don —asumió Ruth.

—Tenía que hablar con él… sobre unas cosas.

—¿Y sirvió de algo que hablarais de esas cosas? —preguntó inquisitiva.

—Ayer se plantó la semilla. Hoy deberá empezar a florecer.

—¿Por qué crees que ha sido culpa de él que yo esté llorando? —Se enjuagó las lágrimas desesperada y miró al espíritu a la cara.

—Intuición femenina.

—Pues la tienes muy afinada.

—Ha sido él, por supuesto. Ruth… Es luna llena. —Sonja alzó las manos al cielo y cerró los ojos con una sonrisa de placer—. Nuestros hombres vienen a nosotras por fin. Vienen a rendirse y a someter. Vienen a entregarse y a reclamar. Vienen a ofrecerse y a robar. Ángeles y diablos al mismo tiempo. Es la esencia del berserker. ¿Estás preparada?

—No. No lo estoy. —¿Quién estaba preparada para que la rechazaran?

—Es increíble que Adam vaya a hacerlo por fin. Una luna llena en la que podrá reivindicar y reclamar lo que le pertenece. Se merecía encontrar a su pareja. Merece creer en el amor, ¿no crees, Ruth? Ha estado ahí todo el tiempo y no lo ha visto porque no sabe que el amor no se ve. Sólo se siente.

—Me gusta mucho hablar contigo, Sonja. —Ruth se levantó como un resorte y se limpió la mancha inexistente de la falda—. Pero tengo trabajo.

Sonja la miró de arriba abajo.

—Mi hermano no tiene mucha paciencia. Te está dando tiempo para que lo asimiles, ¿entiendes? Te respeta.

—Ahora mismo, puede meterse el respeto por el culo, Sonja. No quiero su respeto. —No. Quería su amor. Sonja le estaba dando a entender que Adam iba a por Margött y la estaba preparando para el golpe.

—Después del respeto, vendrá lo demás —le aseguró Sonja—. Recuerdo cuando mi compañero me reclamaba a mí. Disfrutaba de su fuerza y de sus caricias, de su agresividad y su…

—Basta. —Ruth se presionó el tabique nasal con los dedos. Se imaginaba a Adam haciendo todo eso con la berserker rubia.

—Ruth… nonne… Sólo te aviso. Él viene a por ti. —Sonrió como lo haría una amiga que le ofrecía un regalo inconmensurable—. Sólo a por ti, tonta.

Ruth tragó saliva y palideció.

—¡No! No viene a por mí.

—¿Ahora te echas atrás? ¿Tienes miedo? —le dijo Sonja compasiva—. Tú también tienes inseguridades, miedos y corazas. Puede que esta noche ambos os liberéis de ellas. Sacudíos. —Sonja desapareció de repente y le dijo adiós con la mano.

Ruth miró al espacio vacío que había donde antes estaba la hermana de Adam. No quería creer lo que le había dicho Sonja, el miedo lo nublaba todo. Claro que tenía miedos. Tenía muchos. No ser lo suficientemente buena para él. Decepcionarlo. Una parte miserable y cobarde de su ser había querido que Adam se fuera realmente con Margött para no fracasar, para no aceptar el desafío que suponía estar con el berserker. No podía fracasar con lo único que le había importado en su vida. Adam estaba en su interior, bajo su piel. La tocaba interiormente como nada lo había hecho antes. Cuando la miraba, parecía que no había nadie más en el mundo, y ella había tenido miedo de acostumbrarse a eso, de necesitarlo y de no ser nunca más autosuficiente como era. Para Ruth, el amor era un lujo. Existía, por supuesto. Lo veía en los ojos de María, y en los de Aileen. Lo veía en los ojos de Nora y Liam cuando miraban a su tío. Pero ella también tenía miedo de ese amor, porque lo había reclamado durante mucho tiempo y se lo habían denegado. Valoraba la amistad de Aileen y Gabriel. Y valoraba su inteligencia y su independencia. Había tirado con eso. Pero el amor… Las personas que deberían haberla amado más que a nada en el mundo, la habían castigado por ser como era. Y Ruth se conocía. Tenía carácter, y era un carácter muy explosivo y desafiante. Adam y ella iban a estar todo el tiempo discutiendo. Eso podía llevar a la destrucción. Pero ella lo amaba. Lo había amado desde el momento en que la tocó. Así, de manera incondicional e irrevocable. Porque Adam había pasado a ser suyo nada más verlo. Su intuición se lo había confirmado.

Y ahora cabía la posibilidad de que él finalmente la reclamara esa noche. María le había dicho que a partir de ahí, no había marcha atrás.

Sin querer pensar más en ello, se obligó a convocar a los espíritus. Por supuesto que estaba asustada. ¿Y si no estaba a la altura? Pero primero había que ver si Adam, finalmente, daba ese paso por ella. Si él lo daba, ella saltaría al vacío, porque estaba harta de esperar. Se acabaron las máscaras.

Adam se agarró al marco de la puerta. La luna llena le daba de pleno en el rostro. La noche se aclaraba para él y para ella, su kone. Ruth. Suya.

¿Cómo controlar a la bestia despiadada que tenía en su interior? ¿Cómo acercarse a ella sin asustarla? En aquel momento sentía todas las dudas que sentía Ruth hacia ellos. En su cabeza se repetía la letra de una de sus canciones favoritas: I’m not afraid, de Eminem. Sus miedos, sus inseguridades. Ruth era de él y era su reflejo. Podía captar todo lo que pasaba por su cabeza, todo lo que estremecía su corazón. Ella estaba asustada, tenía miedo de lo que sucedía entre ellos. La mente racional de Adam lo entendía, porque él estaba igual de asustado. Nunca se había sentido tan obsesionado por nadie, tan necesitado de una sonrisa, de una mirada, de una palabra. Ruth creía que él era frío, que era de piedra, pero estaba equivocada. El miedo alejaba a las personas no sólo de otras, sino también de ellas mismas. Pero esa noche, bajo el influjo del astro de la noche, él quería encontrarse a sí mismo. No quería a Margött, ni antes, ni ahora, ni nunca. Porque ella no era Ruth. Margött podría ser apta para cualquiera pero no para él, para él sólo la Cazadora. Había una leyenda sobre el Señor de los animales y la Cazadora. El noaiti, era conocido como el Señor de los animales. Pero si había alguna dueña y señora allí mismo, en su hogar, en su tierra, en su corazón, era Ruth.

¿Es que ella no podía sentirlo a él? ¿No podía sentir que también estaba asustado? Aquella mañana había contactado con el espíritu, un espíritu del futuro, Skuld. Y lo que le había mostrado lo había dejado entumecido. Había estado en el entierro de Ruth. En su entierro. Aileen lloraba, Caleb lloraba, Daanna, Cahal… María lloraba e incluso los gemelos lo hacían, con tanta tristeza, que se le había partido el corazón. Cuando salió de la visión, él estaba llorando con tanta pena y dolor que le costaba respirar. Ruth no estaba. Era Ruth a la que enterraban. Por la mañana había corrido a verla para asegurarse de que seguía allí con ellos. La había amado. La había tocado con desesperación. Era su deber protegerla, no iba a permitir que le pasara nada. Nunca. Si era una profecía, ésa no se iba a cumplir. Él sólo quería cuidar de ella. Y necesitaba que ella le dejara hacerlo. Pero esa chica era rebelde y contestona, con un temperamento de mil demonios. Bueno, él también lo tenía, y eso le hizo sonreír. Nunca se aburrirían.

¿Era eso amor? ¿La capacidad de sentirse pleno y a rebosar de la esencia de alguien? Era la primera vez que él se sentía así, no tenía modo de averiguarlo. Era su primera luna llena con su compañera. Aquella noche se desvirgaría con ella. Nunca se había transformado con nadie, y resultaba que la bestia, el frenesí, estaba a punto de tomar el mando en su mente y en su cuerpo, y él debía dejarse ir. No había manera de controlar el frenesí. Ya le había pasado hacía dos noches con ella. Había perdido las riendas al acostarse con Ruth y se había ido un poco. La noche anterior, sin embargo, tuvo más autocontrol para no lastimarla. Pero esa noche… esa noche era imposible. Los colmillos habían salido insolentes en su boca, como diciéndole que ya estaban ahí. Se había arrancado la camiseta como un salvaje y ahora el pantalón le ardía y quemaba sobre su piel. Con un gruñido, Adam se despojó de ellos y se quedó en calzoncillos. En unos calzoncillos negros y arrapados, de seda. También se los quería quitar pero no iba a aparecer ante ella desnudo como un salvaje. Lo era, era un salvaje, pero haría lo posible por disimularlo.

Cerró la puerta de la casa, conectó todas las alarmas, y se dirigió al tótem, porque de allí venía el olor a melocotón.

Corrió como un lobo y llegó al lugar donde Ruth guiaba a los espíritus. Se ocultó tras un árbol. Su compañera tenía la cabeza echada hacia atrás. Llevaba la misma túnica violeta que había llevado en el entierro de Limbo. La capucha violeta de la túnica se le había caído y su pelo rojo y ondulado caía largo y espeso hasta más abajo de sus omoplatos. Debajo, Ruth sólo llevaba su ropa interior lila clarita con lacitos negros. Él mismo la había vestido esa tarde para ponerle la túnica y había escogido el conjunto, Ruth lo había apartado, enfadada como estaba. Ahora sabía que tras la túnica sólo había piel y las diminutas prendas de tela que él se encargaría de rasgar.

Ruth cerró los ojos, orgullosa de su cometido, sabiendo que había hecho un buen trabajo. Ni rastro de Limbo. Pero ya no importaba, el portal se estaba cerrando a su espalda. Adam gruñó de placer, orgulloso a su vez de tener a una compañera como ella.

Ruth oyó el gruñido y se giró asustada.

Ambos se miraron fijamente y no se atrevieron a moverse.

Ella lo encaró. Adam se apartó ligeramente del tronco del árbol y se mostró de cuerpo entero, los cuerpos de ambos bañados por la luna. Aquello era una partida de ajedrez. ¿Quién iba a ser el atrevido que marcara su jugada? Ella lo miró de arriba abajo y suspiró. La piel de Adam irradiaba luz, ¿o era la luz de la luna que se reflejaba en su piel? Daba igual, de lo que sí que estaba segura era de que no podía apartar la vista de su cuerpo. Sus ojos rojos y brillantes se la comían, y la adoraban. El pecho musculoso y enorme, el dragón que ella había aprendido a aceptar entre ellos, los hombros anchos y perfectamente esculpidos. Adam era un dios. Los brazos tensos a cada lado de su cuerpo, los puños apretados y las piernas abiertas, con aquellos muslos poderosos y perfectamente marcados, tal y como él marcaba el territorio. Y su erección… iba a desgarrar la seda.

Ruth se sintió estúpidamente agradecida por verlo allí. Por verlo así por ella. Por ella.

—Has perdido la ropa por el camino —señaló levantando una ceja. Adam dio un paso hacia ella.

—¿No te dije que quería que me dejaras espacio? —susurró con la voz quebrada.

Adam la miró a los ojos con arrepentimiento.

—No puedo, kone. —Gruñó casi pidiendo perdón por ello, sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué estás aquí? —se atrevió a preguntar.

—Porque eres mía. Siento lo que sientes, Ruth. —Se acercó a ella poco a poco—. Sé que crees que Margött es mejor que tú. Creías que podría reclamarla a ella esta noche en vez de a ti, niña cobarde. Pero no es verdad.

—¿Ah, no? —sollozó.

—No, katt. —Caminaba hacia ella como un auténtico depredador.

—¿Por qué?

—Porque ella no es tú. Ella no tiene tu carita ni me desafía constantemente. Sólo una desvergonzada podría hacerlo. Mi tunanta.

Ruth lo estudiaba, pero también revisaba los alrededores por si tenía que arrancar a correr. Le encantaba lo que oía, para qué iba a negarlo.

—A Nora y a Liam no les gusta Margött, ¿lo sabías? —Preguntó él reclamando su atención—. No les cae bien.

A Ruth le tembló la barbilla.

—Sí.

—No me lo dijiste. No te apartes —le ordenó.

Ruth dio un paso hacia atrás.

—No me des órdenes —le advirtió—. No hacía falta que los niños me dijeran nada. Sólo hay que ver cómo la miran. Margött será muchas cosas, pero tiene el instinto maternal de un cactus. Pero tú no te fijas en eso, ¿verdad?

Adam le enseñó los colmillos al ver que ella no le obedecía, se estaba apartando de él en todos los aspectos y eso le hacía daño. Ruth tenía razón. No. No se había fijado en eso. Él había valorado la casta de Margött por encima de todas las cosas y había ignorado todo lo demás. Estaba avergonzado.

—¡Sylfingir! —exclamó Ruth. Al momento el arco de los elfos se materializó en la palma de su mano y, con una celeridad digna del mejor arquero, colocó una flecha en la cuerda y apuntó a Adam con ella—. ¿Me ves débil ahora? —preguntó furiosa—. ¿Crees que soy incapaz de protegerme?

Adam levantó las manos en señal de indefensión. Todos sabían del poder de las flechas de la Cazadora, él no iba a desafiarla.

—Me merezco que me dispares por mi estupidez.

—No me has contestado. ¿Me ves indefensa?

Lo que estaba era preciosa. Y lo volvió loco. Allí parada, Ruth parecía de todo menos incapaz de defenderse y de luchar.

—No, Ruth. Te confiaría mi vida ahora mismo.

—Hoy me has dejado de lado en ese entierro —le recriminó ella sin poder evitar un puchero real. Seguía apuntándole con la flecha iridiscente.

—Y tú me has dicho que no querías saber nada de mí. Que necesitas tiempo y que esta noche no querías que me acercara a ti.

La sonrisa de Ruth no le llegó a los ojos.

—Gracias por respetarme.

—No me jodas, Ruth. Lo que quiero saber es: y ahora que estoy aquí, que voy a reclamarte, que te necesito, ¿qué vas a hacer tú, gallina? Te veo asustada. Pero yo también lo estoy —reconoció humildemente—. Esto es nuevo para mí. Baja la flecha, pequeña. Sólo estoy tan confundido como tú por lo que sientes por mí.

Aquello enfureció a Ruth. ¿Se pensaba que ella no tenía claro lo que sentía por él? ¿Pero qué más tenía que hacer para demostrarle que estaba enamorada? Además, ¿qué sentía él por ella? Nunca se lo había dicho, y mientras ella se deshacía en sus brazos varias veces, él permanecía como un búnker, solemne y silencioso. Protegiendo sus emociones con paredes de grueso hormigón. Irrompible.

—¡No estoy confundida! —gritó ella—. ¡Tengo muy claro lo que siento, estúpido! Lo que estoy es aterrada porque sé que me harás daño —se le humedecieron los ojos e hizo desaparecer el arco en cuanto lo soltó—. Porque eres un bruto y no entiendes las señales que te envío. ¡No cuidas de mí!

Adam gruñó. Al animal en él lo ponía terriblemente enfermo que lo provocaran. Y Ruth era una provocadora. Era agresiva cuando se sentía vulnerable. Pero el único animal agresivo que había allí era él.

—Ni siquiera entiendo por qué debemos seguir juntos, por qué me muero de ganas de que me abraces si tú no confías en mí. ¡Explícamelo! ¿Tú lo entiendes? Y estoy cansada de tener esta discusión. ¿Siempre va a ser así?

La voz derrotada de Ruth lo hundió en la miseria.

—No. Aprenderé, Ruth. Te lo juro. Es mucho tiempo el que llevo con este comportamiento rígido y ha tenido que llegar una humanita como tú para abrirme los putos ojos. Maldita sea, ven aquí y deja de apartarte.

Ruth dio dos pasos más hacia atrás.

—Quiero que esto salga bien, Adam. No quiero que vuelvas a ver a Margött, no quiero que te toque más —le pidió con los ojos llenos de lágrimas—. Siento mucho lo que le ha ocurrido a su hermano, pero la quiero lejos de nosotros. No me gusta. —Y lo dijo sin más, con toda la rabia y los celos que había acumulado por ella—. Puedo aprender a esperarte, Adam, pero no me gusta compartir nada. Soy celosa. —Ya lo había dicho—. Y te odio por permitir que ella se abrazara a ti y tú dejaras que te tocara… —Sus ojos descendieron por su pecho—. Liam y Nora estarán bien conmigo, no con ella.

Adam ronroneó. Ruth también marcaba territorio y eso lo cautivó. Incluso las humanas tenían esos instintos.

—No hay más Margött —le juró—. Nunca la ha habido en realidad. La utilicé desde que entraste en mi vida hace tan sólo cinco días. Pensaba escudarme en ella para evitar tener que enfrentarme a ti, a lo que tenemos. No he sabido lidiar muy bien con ello. —Se frotó la nuca.

Los ojos ámbar de Ruth llamearon con interés.

—Y yo también soy celoso. Tú me pones así. No me gusta verte con otros. No me gusta que nadie ronde a lo que me pertenece. He sentido celos de Noah cuando le he visto acompañándote. Ocupando mi lugar —gruñó acercándose a ella más agresivamente.

—No te ha importado. Estabas con la loba. ¿La vas a anteponer siempre a mí porque te sientes obligado a ayudarla? ¿Siempre estará antes ella que yo?

Adam dio un respingo y la observó con atención.

—¡No digas eso! —gritó ofendido—. Tú eres mi compañera, no ella. El apoyo que le he dado a Margött ha sido un compromiso. Esta noche vengo a ti, Ruth —le dijo más dulcemente, y ese tono hipnotizó a la joven—. Con lo que soy, con lo que tengo. Necesito estar contigo. Por favor… —susurró agachando la mirada—. ¿No me vas a aceptar?

Ruth gimió. Los rayos de la luna alumbraban la cabeza gacha de Adam y ella tuvo ganas de acercarse a él y abrazarlo.

—¿Me voy? ¿Quieres que me vaya?

Ella se quedó de piedra. ¿Le estaba dando la posibilidad de elegir? Él, que era un hombre inflexible y mandón, le estaba ofreciendo una salida. A regañadientes y con dificultad, pero se la ofrecía. El frío que horas atrás había sentido se deshizo y fue arrasado por una ola de calor.

—No te vayas. Yo también quiero estar contigo —confesó ella dando otro paso hacia atrás.

—Entonces… —Levantó la mirada y la paralizó con su determinación. Qué bravucón era—. No des un paso más. Ruth, no puedes jugar con un depredador al gato y al ratón. Me pone condenadamente duro y estoy haciendo esfuerzos por no asustarte.

—Deja de controlarte —gruñó ella—. Basta de control. No quiero eso esta noche.

Los ojos rojos de Adam brillaron peligrosamente.

—¿Entonces qué quieres? —extendió los brazos con impotencia—. No me atrevo a decirte nada más porque tengo miedo de que no sea cierto. Yo no digo nunca nada que no es cierto. Sólo la verdad. Me importas, me preocupo por ti, me gustas y me vuelves loco. Me muero de miedo al pensar que pueda pasarte algo, Ruth, ésas son mis reservas. Y confío en ti, voy a hacerlo. Eso son verdades, Ruth. Sinceras, y te las digo desde lo profundo de mi corazón.

Ruth se mordió el labio y un lagrimón se deslizó por su mejilla. Adam la quería, lo sabía. Pero como no sabía reconocer ese sentimiento, no se atrevía a admitirlo. Pero ella lo sentía en su interior. Se veía en los esfuerzos que hacía por no arrinconarla, por no presionarla. No era sencillo para ninguno de los dos admitir que se encontraban cara a cara con el compañero que querían para el resto de su vida.

—Pues yo sí que te lo voy a decir, Adam, porque lo siento de verdad. Te quiero. —Estudió su reacción, vio como él se estremeció profundamente y como su cara de ángulos pronunciados y masculinos se inundó de esperanza y de ternura—. No espero respuesta, no eres como yo, y eres muy reservado. Te quiero desde que te vi, ya te lo dije ayer. Estoy perdidamente enamorada de ti. No es fácil de entender. Pero para mí no hay nada más sencillo que entenderlo. Mi mente racional ha dejado de darle vueltas. Las cosas son como son.

—Ruth…

—Me querrás. Sé que lo harás. Tú y yo formamos parte el uno del otro de nuestro destino. Siento que te conozco desde siempre. Mi Señor —se acercó a él hasta que sólo un centímetro separaba sus pieles—, yo soy tu Cazadora.

—Sí —gimió él temblando de manera furiosa—. Mía. Ruth…

A Adam le creció el pelo hasta los hombros. Pelo liso, negro y brillante. Los ojos cobraron vida, la marea roja se movía en su interior. Se hizo más alto y más musculoso. Se transformó ante ella, sin grandes aspavientos, simplemente dejó fluir lo que él era.

—Ruth —su voz ronca. Respiraba con dificultad—. No te muevas.

La joven levantó una ceja. Sus ojos dorados sonrieron. Lo estaban desafiando.

Kone… Deja que me calme, por favor —rogó él—. No quiero lastimarte o…

—Demasiado tarde, lobito. Ven a por mí. Cázame si te atreves.

Con ese desafío, Ruth se alejó de él corriendo como una loca con el corazón a mil por hora. La luna iluminaba el bosque, y a veces acariciaba su cuerpo. La capucha trotaba a su espalda y su pelo era una estela rojiza que atravesaba el aire. Ruth escuchó un rugido y pudo visualizar a Adam echando la cabeza hacia atrás y sonriendo pletórico, porque por fin iba a tener una buena caza. Porque por fin podía encontrar lo que había encontrado su hermana y su leder. Su alma gemela.

Ruth se excitó. Saltó por encima de una roca y atravesó el riachuelo, pero cuando llegó al otro lado, un cuerpo enorme se cernió sobre ella y la blocó hasta que ambos cayeron al suelo. Todo el cuerpo de Adam había recibido el impacto, él la había protegido.

Se incorporó, la colocó de rodillas delante de él, cara a cara. La agarró del pelo y la besó con ganas mientras con la otra mano le quitaba la túnica morada. Ruth gimió y se agarró a sus hombros con desespero. Se agarró a su cuerpo muchísimo más grande y notó que Adam quemaba.

—Eres una hoguera —susurró ella.

Adam la hizo callar con otro beso y no paró hasta que la tuvo en ropa interior. Dejó la túnica tirada en el suelo, a modo de cama improvisada. Le arrancó las bragas y el sostén y la dejó desnuda ante él. Ruth tembló ante la expectativa. Nunca se había sentido tan deseada. Adam la iba a devorar. La tiró al suelo y se colocó encima de ella. Agarró sus muñecas con un mano y las colocó por encima de su cabeza inmovilizándola. Bajó su boca hasta su pecho y jugó con él como le dio la real gana. Lo lamió, y lo mordió. Lo mamó haciendo todo tipo de ruidos excitantes y lo succionó. E hizo exactamente el mismo ritual con el otro pecho. Ruth también sentía su frenesí. Ahora mismo eran uno. Ambos se sentían el uno al otro. Ella intentó moverse para tocarlo.

—No, kone —gruñó él castigándola con un ligero mordisco en el pezón y calmándolo al momento siguiente con un lengüetazo poderoso.

Ella gimió y tembló. Adam torturó su pezón con los dedos mientras el otro era sometido al poder de sus labios y su lengua.

—Eres mi presa, katt —prometió él.

Deslizó una mano por el estómago y llegó hasta aquel lugar liso, caliente y húmedo que sólo Ruth tenía. Por él. La abrió con los dedos, jugó deslizándolos arriba y abajo. Descendió por su cuerpo y hundió la cabeza entre sus piernas. Marcó el interior de sus muslos con sus dientes y sus succiones, y luego se alimentó con su entrepierna. Se bebió los fluidos de Ruth y le hizo el amor con la boca. Ruth lo agarró del pelo y alzó las caderas, siguiendo el movimiento y los envites de la lengua de Adam. La iba a devorar. Adam detuvo el movimiento de sus caderas con un brazo y la clavó al suelo. Ella podía sentir la hierba húmeda en su espalda, el olor a bosque, el olor a menta de su berserker. Ruth cerró los dedos entorno a la melena negra de Adam y también lo dominó como él hacía con ella. Si no la dejaba moverse, ella tampoco iba a dejar que se moviera de donde estaba. Gemía y sollozaba. Gritaba y se quejaba. Estaba a punto de que el orgasmo más increíble de su vida la barriera. Dejó caer la cabeza hacia atrás y alzó los ojos a la luna que asomaba entre alguna nube solitaria. Sintió los primeros temblores de su orgasmo, lo sintió muy a dentro, a la altura del ombligo, pero cuando estaba a punto de liberarse, Adam se apartó.

—¡No! —dijo Ruth.

Adam se arrodilló en el suelo y le sonrió como un niño malo. Sus labios y sus colmillos brillaban. Pasó la lengua a través de ellos. Dios mío, parecía un vikingo moreno. El nidhuj relucía a la luz de la luna. El dragón sacaba su lengua y la miraba. Adam respiraba acelerado y le pedía algo con su mirada pirata de lava turbulenta.

—¿Me quieres? —le preguntó con un gruñido—. ¿De verdad me quieres? ¿Me aceptas tal y como soy, preciosa?

Ruth tragó saliva y se incorporó lentamente, arrodillándose ante él, echando la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara. Adam la levantó por la cintura, ambos rendidos y demostrando pleitesía el uno al otro. La alzó hasta que ella le rodeó el cuello con los brazos, y entonces Ruth lo besó con una dulzura que deshizo al hombre enorme que pedía cariño y al animal que necesitaba ser domado. Lo besó con más intensidad, jugando con su pelo, acariciándole la cara.

—Sí —susurró sobre sus labios, con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados—. Te quiero y te acepto, Adam.

Adam le mordió el labio inferior y tiró de él mientras la animaba a jugar con él.

—¿Me aceptas tú a mí? ¿Tal como soy? —susurró ella a su vez.

—Mi familia y yo te aceptamos como eres, Ruth, con todo nuestro corazón —le aseguró él abrazándola y dejando que ella lo besara por toda la cara—. Mmm… qué dulce.

Ruth quería llorar de alegría. Adam se veía tan sincero, tan auténtico bajo la luz de la luna. Pero lo que la convenció fue la dulzura y el tormento que vio en su cara cuando le dijo que la aceptaba. Estaba aterrado porque era vulnerable ante ella. Se había desnudado en todos los sentidos, en el físico y el emocional.

—Demuéstramelo, kone.

Ruth se apartó y lo miró a los ojos. La ternura y la dulzura habían desaparecido de su rostro. Ahora había determinación, sensualidad y deseo. También felicidad. Adam la volvió a dejar de rodillas en el césped. Ella pasó las manos por sus hombros, por el pecho. Se inclinó y besó al dragón en la boca, una boca que mordía el pezón de Adam. Ella también lo mordió y luego lo besó dulcemente. Adam estaba tenso, observaba cada uno de sus movimientos. Ruth siguió bajando, besó la tableta de chocolate del estómago de su compañero y le metió la lengua en el ombligo mientras introducía los dedos en la goma de los calzoncillos. Ruth lo miró a los ojos mientras le bajaba la prenda negra y entonces tiró fuerte de ellos hasta romperlos. Adam gruñó con satisfacción.

—¿Eres mío? —le preguntó mientras llevaba las manos al miembro tieso y caliente de Adam. Por el amor de Dios, si antes ya era grande, ahora, transformado como estaba, era… suyo.

—Sí, kone. Tuyo. —Le acarició el pelo y se lo recogió con una mano, instándola a que lo probara—. Demuéstrame, gatita.

Ruth descendió y lamió la punta del pene. Era increíblemente venoso y estaba húmedo. Era salado y refrescante, como él. Sin pensarlo dos veces se metió la cabeza entera en la boca mientras lo acariciaba con las dos manos. Nunca había hecho eso, y sin embargo, no concebía no hacerlo con él. Una mano se dedicaba a jugar con sus testículos, la otra masajeaba con sensualidad la vara ardiente. Seda y acero. Succionó y relajó la garganta para poder acogerlo como ambos querían. Adam se impulsó hacia delante varias veces, hasta que notó que Ruth se tensaba igual que él. La miraba mientras lo tomaba, y pensó que incluso la vida, para un hombre como él, podía tener rayos de luz y esperanza. Ruth era todo eso. Agradecido y abrumado por la pasión de aquella mujer, le levantó la cabeza y la besó en la boca. Su niña estaba temblando de deseo.

Sin aviso, le dio la vuelta y la colocó a cuatro patas delante de él. Ruth lo miró por encima del hombro. Adam clavó los ojos en su entrepierna, se acercó a ella y la tomó de las caderas.

—Te va a doler, pequeña —le dijo preocupado.

Ruth negó con la cabeza. Sabía que tomaría todo lo que él le diera, porque estaban hechos el uno para el otro.

—Dale, Adam.

Adam rugió como un felino, la obligó a ponerse en una posición más sumisa todavía cuando la inclinó e hizo que tocara el suelo con los hombros. Colocó la punta de su miembro en su portal, y empujó con cuidado. Ruth cogió aire y se intentó incorporar, pero Adam se lo impidió al caer encima de ella cubriéndola con su cuerpo. Su pecho estaba pegado a la espalda de su compañera. Empujó con fuerza, y miró a la luna mientras la empalaba. Las penetraciones eran potentes y dolorosas, pero Ruth lo estaba disfrutando. Disfrutaba del poder y la magia de Adam. De su energía, de cómo sus cuerpos se comunicaban.

—Ábrete para mí —le ordenó él hundiendo la nariz en su cuello.

Ruth sonrió y echó el cuello hacia atrás. Adam la estaba sacudiendo, el césped raspaba sus rodillas y acariciaba sus pechos. Adam se internó todavía más hasta que Ruth lo sintió en la boca del estómago y gritó sorprendida. Se quedó quieto, dejando que ella se acostumbrara. Por nada del mundo le haría daño. Los berserkers eran agresivos en el frenesí, y a veces se podían pasar de la raya, pero nunca podría abusar de Ruth en ese sentido. Ella confiaba en él y él no iba a romper esa confianza.

—¿Estás bien, katt? —La besó en el lateral del cuello, en la nuca y en la mejilla—. Dime que sí, por favor.

—Sí. Adam, sí… ¡no pares!

—¿Me sientes? ¿Muy adentro? —se apartó ligeramente para ver cómo estaban unidos. Le pasó los dedos por la marca de su trasero, por la unión de las nalgas y le dio una caricia atrevida allí—. Vas a ser toda mía, ¿lo sabes? Esta noche no habrá un lugar de tu cuerpo que yo no haya probado. —Impulsó las caderas hacia delante y ambos oyeron cómo los testículos chocaban contra el clítoris de Ruth.

—Dios… —murmuró contra la hierba. Agarrándose a ella como si fuera su único amarre—. Me quema, Adam. Haz algo.

—Es el frenesí. —Adam pasó una mano por la barriguita de ella y le dio calor allí—. Soy yo, haciendo estragos en ti. Me voy a hinchar… —apretó los dientes y empujó varias veces en su interior.

—No te detengas…

Adam se echó a reír encima de ella. Apoyó los puños en el césped a cada lado de la cabeza de Ruth y la poseyó como un salvaje. El bosque se llenó de ruidos íntimos, y Adam y Ruth bailaron la danza más antigua del mundo. Ruth gritó y suplicó por la liberación. Adam no se la daba y era exigente, le pedía más y más. De repente hizo descender la mano hasta el sexo de Ruth y la acarició allí, entre los labios y en el clítoris. Golpes maestros destinados a enervar y a excitar, a desesperar y a enloquecer. Entonces, ella explotó. Se incorporó y se pegó al pecho de Adam mientras sus músculos temblaban y alcanzaban la liberación. Adam la sentó sobre sus rodillas, y se empezó a mecer lentamente en su interior sin dejar de acariciarla.

—Mira nuestra luna, nena —le dijo al oído—. Es testigo de nuestra unión. Tú y yo, juntos para siempre. —La mordió en el cuello, en su marca, y Ruth sollozó, entonces él se corrió en su interior. Nunca una comunión fue tan profunda, nunca una conexión fue tan grande. Parte del alma de Adam se metió en Ruth, y parte de la de Ruth en Adam. Una energía dorada les rodeó, y pequeñas partículas de luz tocaban sus pieles y se fundían con ellos. Él la abrazó con fuerza, mientras se vaciaba en su interior, y cuando acabó, hundió la cara en el hombro de Ruth.

—¿Ad… Adam? —preguntó una llorosa Ruth. Aquello había sido místico. Adam le había entregado algo especial aquella noche, algo que sólo iba a ser de ella y que iba mimar y a cuidar para siempre—. ¿Estás bien?

Adam no contestaba. Las manos le temblaban, el pecho vibraba y traspasaba la piel de Ruth.

—¿Estás llorando? —Ruth, emocionada, se giró y lo tomó de la barbilla—. Mírame.

Adam lloraba como un niño pequeño. Y su rostro, Señor…, era el reflejo del agradecimiento y el amor en persona. Entonces supo que aunque Adam nunca le dijera que la amaba o que la quería, no importaba. Ella ya sabía la verdad. Y él también.

Ruth lo besó, acariciándole el pelo y la cara.

—Mi chico hermoso —le susurró ella—. Me encantas.

Adam le dio la vuelta y la penetró de nuevo. Con rapidez y desesperación.

—Suave, Adam… —le dijo ella agarrándose a sus hombros.

—Ruth… —La abrazó y dejó que ella le diera consuelo—. Ruth… —repetía como un mantra—. Ruth.

—Adam, no me rompas el corazón. Cuida de él. Y yo cuidaré del tuyo para siempre.

Ruth lo meció y le acarició la espalda. Enredó los dedos en su pelo, y lloró con él. Por aquella conexión divina y espiritual. Adam no dejaba de besarla y de frotar sus mejillas en su pecho. Y ella estaba maravillada. Aquel hombre amenazador, con un piercing peligroso en la ceja que a veces le recordaba a un perro de caza, ahora estaba llorando a lágrima viva, emocionado por lo que habían compartido, por haberse dejado llevar. Por haberse entregado el uno al otro sin condiciones.

Y así, enlazados en el bosque, cara a cara, cuerpo a cuerpo, de corazón a corazón, el Señor de los animales y la Cazadora se convirtieron en uno.