Tenía la adrenalina disparada, y la tensión, seguramente, por las nubes. Pero le dio igual. Adam no le iba a gritar más, no iba a zarandearla ni a humillarla, y ni mucho menos iba a decirle lo que tenía que hacer. No había un ella y él, así que lo mejor era intentar recuperar el proyecto de vida que se había montado en Notting Hill.
Mientras salía del barrio de Camberwell a más de ciento veinte kilómetros por hora, no pensó en multas de velocidad ni en su conducta absolutamente temeraria. En su mente sólo había un objetivo, dejar de sentir miedo, y dejar de temblar por culpa del berserker.
Las ruedas chirriaban, el motor trucado de su Smart estaba encantado con el trato que le daba Ruth, ya que así todos los ingleses podrían comprobar lo bien que ronroneaba. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que empezó a perder visibilidad, y aun así, siguió conduciendo como una kamikaze hasta llegar a aquel barrio pintoresco que ella había aprendido a adorar. Su Notting Hill y su espléndida casa typical tigrith, de ladrillos rojizos, jardines permanentemente cuidados y habitaciones altas y de muchos metros. Su cuerpo parecía autónomo, iba por libre, hacía cosas que ella no mandaba, como por ejemplo, derrumbarse. Frenó delante de la puerta de su casa, en el pequeño aparcamiento privado que tenía en su jardín de propiedad. Estaba a punto de sufrir un ataque de pánico. Se forzó a respirar y a controlar el llanto, pero nada podía detener aquel torrente.
Miró al cielo y suspiró derrotada. ¿Qué había pasado en esa discoteca? ¿Cuántos habrían muerto? ¿Cuántos estarían gravemente heridos? ¿Qué podía cambiar ella? Y lo peor de todo, ¿por qué Adam no la valoraba?
Los focos de un coche que iba pasado de vueltas la cegaron y frenaron a menos de un metro de sus piernas. Llevaba la música a todo volumen, sonaba el Numb de Linkin Park. Un guardabarros enorme y plateado la deslumbró. El Hummer amarillo de Adam estaba en su jardín, y supuso, cómo no, que él saldría de allí enfurecido y la volvería a humillar.
—Ya estaba bien. Lárgate de aquí ahora mismo —le señaló la salida.
Adam apagó las luces, bajó del coche con un soberano cabreo y cerró de un portazo.
—Me has atropellado.
—No te pasa nada, eres de goma prácticamente. Fuera de mi casa.
—¿De goma? ¡Los huevos! —se señaló la ropa destrozada y el rasguño que tenía en el brazo.
—¡Ponte una tirita!
Ruth se giró y corrió a abrir la puerta de su casa, pero cuando la abrió Adam la retuvo, girándola para encararla.
—¿Adónde te crees que vas? —La cogió por la parte superior de los brazos—. Tú y yo tenemos que hablar de esta noche. Nunca más vuelvas a huir de mí así, ¿me oyes? —sabía que le estaba gritando y que no estaba bien, porque Ruth tenía una conmoción, pero cuando lo había atropellado, un miedo atroz a perderla de vista y a que alguien la hiriera en ese intervalo se apoderó de su voluntad. Y no necesitaba más sustos, ya tenía suficiente con saber que Liam y Nora habían podido sufrir daños mientras él estaba festejando que As y María se habían comprometido. Ahora mismo sólo quería… sólo quería… joder, todavía seguía temblando. Y comprobó, no sin arrepentimiento, que ella también lo hacía.
—No me toques.
—¿Por qué huyes? —la soltó suavemente y abrió los brazos sin comprender su comportamiento, dándole un falso espacio, un espacio que él no iba a ceder.
—No quiero nada más de esto. Estoy saturada. No quiero más de ti.
—Pues lo vas a tener, niña.
—¡Qué no! —estalló—. No quiero hablar contigo, perro insensible. Tu ego y tu soberbia no caben en mi casa, así que vete… ¡zorra! —le gritó en la cara, con las lágrimas que salían descontroladas y se deslizaban por sus mejillas como cascadas—. ¡Vete con ella! ¡No te quiero aquí!
—¿Zorra? —Adam no supo cómo encajar ese insulto. Nadie lo había llamado nunca zorra. A Ruth le encantaba insultarlo como si él fuera una chica.
—Estoy cansada de que me vapulees y te rías de mí, y te juro que lo que no necesito esta noche es más comportamiento autoritario ni más mi-chi-no-es-para-ti. —Lo empujó con la fuerza del despecho y de la impotencia—. Así que lárgate y vete a consolar a la perra que tenías enganchada como una lapa al brazo durante toda la noche. Ella seguro que lo merece más que yo, porque ella es de respetar, ¿verdad? A ella la quieres cuidar, porque ella es una dama. —Lo miró con desprecio pero él no reaccionaba—. ¡Que te largues! —Lo empujó de nuevo con todas sus fuerzas.
Adam rugió y la tomó de las muñecas. Venía a castigarla, a darle su merecido, a hacerse el único propietario de su cuerpo y de todos sus deseos. Pero Ruth estaba herida, asustada de él y de ella, de lo que habían hecho esa noche, de lo que podría suceder entre ellos a partir de ese momento. Y él era un auténtico volcán a punto de estallar.
Se estaban empapando. La lluvia caía furiosa sobre ellos, igualando la rabia y el desdén que sentían el uno hacia el otro.
—Estás a punto de cruzar una línea muy fina, Ruth. —Sus manos eran esposas de fuego alrededor de sus muñecas delicadas.
—¿Ah, sí? ¿Esto es pasar la línea? —dio un paso al frente y se alzó de puntillas para mirarlo directamente a los ojos, y ni así podía igualarlo. Sus cuerpos se rozaban—. Eres un hipócrita. Tengo todo el cuerpo marcado por tu boca y tus manos y te permites el lujo de fingir que no te importa lo que ha pasado entre nosotros. Me marcaste. ¡A mí! —le gritó—. No a ella. Permites que otro me toque y te da igual —sollozó limpiándose las lágrimas con el hombro, ya que Adam no la liberaba—. Y dejas que otra te acaricie. Eres como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.
—No he visto que sufrieras mucho, Cazadora —se cernió sobre ella—. El colmillos y tú os lo habéis pasado muy bien juntos. Alguien debería haberos traído una cama para que acabarais la faena en directo.
—¡Yo esperaba que nos la trajeras tú! —Se soltó al empujarlo con el hombro, como un jugador de rugby. El dolor y la impotencia se asomaban a sus ojos. Se retiró el pelo mojado de la cara con un movimiento de cabeza.
—No me provoques, Ruth. No lo hagas… por favor. —La tomó de la nuca y la acercó a él rápido para abrazarla con fuerza y que no le diera tiempo a rechazarlo—. Te has maquillado mi marca. La has camuflado, bruja. Estoy tan enfadado contigo.
—¡Y yo a ti te odio! ¡Suéltame! —Forcejeó, dando patadas y puñetazos. ¿Su marca? ¿Qué se pensaba? ¿Que iba a enseñar orgullosa un chupetón enorme en el cuello de alguien que la rechazaba? Luchó, de verdad que peleó para no rendirse ante él, pero tan rápido como explotó, acabó cediendo al verse rodeada del calor del berserker. Se desplomó y con un sollozo quebrado empezó a llorar, como una guerrera vencida a la que no le gustaba perder. Adam también se rompió por dentro al ver la pena y la dejadez con la que lloraba.
—Chist. —Hundió su cara en su cuello, sintiendo que la joven estaba rompiéndose por su culpa, por su ceguera, porque él no había querido ver lo que los demás tenían claro. Que aquella mujer de carácter temperamental y suaves curvas era de él. Había estado a punto de rechazarla. Lo había hecho, y no una vez. De su boca surgió un lamento, y maldiciéndose por su ineptitud la sostuvo contra él, ofreciéndole el calor que no le había dado—. Soy idiota, Cazadora. Soy un puto cobarde, tienes razón. Chist… verte llorar me rompe el corazón.
—Vete, por favor. —Ella no lo abrazaba. Su comportamiento era arisco y reservado como el de los gatos desconfiados. La pobrecita no dejaba de hipar como una niña pequeña.
Adam olió el pelo caoba de su recién descubierta y reconocida compañera, y sintió cómo su alma se llenaba de luz y de una paz que hacía años que buscaba. Era un maldito afortunado. La vida, el destino, las nornas… ya daba igual quién o qué le había regalado eso, lo importante era que le habían traído a su compañera. Sin embargo, estaba cabreado también. No había sido el único que había jugado con fuego esa noche. No había sido el único que por despecho lo habría echado todo a perder. Él se había limitado a enseñar sus cartas, como ella. Pero todavía quedaba la última mano.
—Vengo a reclamar lo que me pertenece —le murmuró rozándole el cuello con la nariz, abrazándola todavía con fuerza para transmitirle que esa vez no la iba a soltar.
—Entonces debiste tomar el desvío a la Black Country —murmuró con voz débil—. Eso que buscas está en Wolverhampton.
—No —gruñó él—. No es verdad. Hoy le he dicho a Margött que ella y yo no tenemos futuro.
Ruth lo volvió a empujar con fuerza y se liberó.
—¿Y eso cuándo ha sido? ¿Cuando tenías su lengua en la garganta? ¿Cuando te estaba sobando como si fuera un pulpo?
—¡Yo no la besé! —se defendió él a grito pelado—. En cambio, tú has puesto cachonda a media discoteca con tu bailecito con el colmillos y tu manera de cantar. Me has estado provocando toda la puta noche porque…
—¿No me digas que estabas celoso? Te recuerdo que yo no soy lo que tú quieres —gesticuló con las manos.
—No estaba celoso.
—Entonces, ¿a qué vienes? ¡Vete al infierno! —Lo empujó y se adentró en la casa con el corazón herido de muerte. Al cerrar la puerta se encontró con el pie del berserker que la trababa y la abría de nuevo de par en par, dejando que el pomo se clavara en la pared.
—Ya estoy en él, gatita. Desde que te conocí que estoy en él —la arrinconó contra la pared y le puso una mano a cada lado de la cabeza—. He venido a por ti. A darte una buena zurra por ser tan condenadamente sexy y por volverme la cabeza del revés desde que nos conocimos. Y a dejarte unas cuantas cosas claras, como por ejemplo, que ahora sé lo que quiero. No soy celoso, Ruth. Soy posesivo con lo que es mío. —La agarró de la cintura y unió su pelvis a la de él—. Vete acostumbrando.
Ruth agrandó los ojos. ¿No había una especie que se llamara Erectus Permanentis?
—Yo me pertenezco a mí misma. No soy de nadie. Y menos de ti. —Apartó la cara, indignada porque Adam se atreviera a decir con tanta ligereza una verdad que se había convertido en su vergüenza.
—Escúchame. —Le alzó la barbilla temblorosa que se arrugaba haciendo pucheros—. Por Odín, nena, no me hagas esto… —La abrazó de nuevo y esta vez le acarició la espalda de arriba abajo. Ruth y su vulnerabilidad lo humillaban—. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero ten paciencia conmigo. —La besó en el hombro. Un beso dulce y cautivador.
Ruth no se atrevió a moverse. No intentó disfrutar de ese gesto cariñoso y voluntario que él le había prodigado. Odiaba descontrolarse. No soportaba demostrar a Adam lo mucho que le afectaba todo lo que había pasado entre ellos, y sin embargo, no lo podía controlar.
—No hagas eso —se quejó retirando el hombro.
—No estoy acostumbrado a temblar y a volverme loco con nadie. Sólo me pasa contigo, Ruth. Sólo tú. —Le tomó la cara con sus inmensas y morenas manos y juntó su frente a la de ella—. Kone.
Ruth no podía creer lo que estaba pasando. ¿Adam se estaba declarando? ¿Era eso? Tragó saliva.
—No juegues conmigo, Adam. No lo hagas…
—Chist. —Le acarició la cara y pasó hipnotizado su dedo pulgar por sus labios rojos—. Tu boca me enloquece. —La bruma roja apareció en su mirada y apretó todo su cuerpo contra el de ella, aplastándola contra la pared—. Yo… no me gusta perder el control, y tú niña mala, haces que lo pierda constantemente. No te imaginas cómo se siente. Me da miedo no volver a ser el mismo, me asusta perderme en ti, y soy muy consciente de que tienes ese poder, Ruth. Puedes subyugarme.
Ella alzó los ojos y lo miró aturdida. ¿Podía creerle?
—Adam, si me vas a rechazar otra vez cuando hayas conseguido lo que sea que quieres de mí esta noche, me vas a matar. Lo sabes, ¿no? —Le tomó de la cara y le obligó a que la mirara a los ojos—. Prefiero que me dejes claras las cosas como esta mañana a que me hagas creer que te importo de verdad. Yo… no tengo poder —se rio cansada—. Yo… Adam. —Negó con la cabeza, dejó caer las manos y sonrió como si lo que iba a decir era lo más evidente del mundo—. Te entregué mi corazón el primer día que te vi. No tuviste que hacer nada para ganártelo, sólo aparecer y protegerme. Has sido responsable de él todo este tiempo. —Y porque era verdad, y estaba agotada, no le importó confesarlo. La liberación era algo agradable que la llenaba de paz—. Hasta ahora me lo has pisoteado bastante y creo que ya es suficiente. No me digas cosas que no sientes. Si vienes aquí a echar un polvo sólo porque Margött y tú os habéis…
—¡No! —rugió, y golpeó la pared haciendo un boquete—. Vengo aquí sólo por ti. Llevo tiempo sin saber cómo tratar contigo, mi cabeza ha estado luchando con lo que me nace aquí —se golpeó el pecho con el puño—. Y yo… joder, Cazadora… yo quiero que bailes conmigo. Con nadie más, sólo conmigo. —Desesperado, su boca cayó sobre la de ella con una fuerza brutal.
Ruth entró en un mundo paralelo, uno que convertía sus sueños y sus anhelos en realidad. ¿Adam la estaba besando otra vez? Se veía completamente necesitado de su contacto, de su cuerpo, de todo lo que ella estaba dispuesta a entregarle, y temblaba. Dios, cómo temblaba ese hombre. Pero ella ya se lo había dado todo, y ahora intentaba recomponerse. Intentó apartarlo, pero él no la dejó. La confinó entre la pared y su cuerpo caliente. Sus manos enormes le recorrieron la espalda y bajaron hasta sus nalgas, se colaron debajo de la falda negra de su vestido y las sujetó con intensidad. El calor de sus palmas traspasó la tela de su ropa interior. Con posesividad.
Ruth gimió y él tragó su quejido. Le introdujo la lengua en la boca y la sedujo hasta que ella salió a su encuentro. Después de comerse el uno al otro, Adam cortó el beso para recuperar aire.
—Todo lo que tú tengas para dar es para mí, ¿entiendes? Mío. Tócame, katt —le pidió, cogiendo sus puños apretados que todavía mantenía a cada lado de sus caderas, y se los colocó sobre los hombros, acuciándola a que fuera cariñosa con él.
Ruth lo miró con los labios hinchados por sus besos. Sus ojos dorados relampaguearon, sus puños permanecían cerrados y continuaba con la espalda apoyada en la pared. Tenía miedo de entregarse a él. No iba a ceder. ¿Y si lo hacía y luego él la tiraba como un trapo viejo?
Adam lo entendió y lamentando todos sus errores se dejó caer de rodillas ante ella. La joven respiraba agitada, mojada por la lluvia. Bajó la mirada lentamente y lo vio a él vacilante por primera vez. Inseguro. Necesitaba una redención que sólo ella le podía otorgar. Su bárbaro pedía clemencia.
—Ruth… perdóname, por favor. —Se abrazó a ella, rodeando sus caderas y hundiendo el rostro en su vientre, frotándolo con la nariz y traspasando la tela fina con su aliento—. Perdóname por todo. Por negarte, por herirte, por… Me entrego a ti, nena. Estoy en tus manos. Lo siento tanto…
Emocionada, pensó que esa estrategia la había aprendido de los gemelos, fijo.
Adam no iba a continuar con su seducción si ella no le correspondía. Le ardían las manos por tocarlo, y no lo soportó, abrió las manos, alzó una temblorosa, y se la puso sobre la cabeza rapada. Luego colocó la otra y le acarició la nuca.
El berserker levantó la mirada incrédula, esta vez llena de rojo deseo y de necesidades impronunciables para él. Ruth se quedó hipnotizada con sus blancos colmillos que asomaban entre los labios. Se engañaba a sí misma. No podía decirle que no, pero al menos se había resistido, o como mínimo, había hecho el intento.
—Dime qué quieres bailar conmigo. Dime que aceptas todo lo que tengo para darte —le ordenó él asegurándose de que ella aceptaba estar con él—. Dime que sí.
—Adam… Sí.
Sonrió como un diablillo, gesto que seguramente había copiado de Liam, o al revés. Ya daba igual. Sonrió lentamente, como siempre. Su sonrisa siempre tardaba en subírsele a esos ojos rojos, y para cuando lo hacía, ella ya le había entregado su alma y ondeaba sus bragas en la mano como si fueran una bandera.
El berserker se movió rápido, le deslizó las manos debajo de la falda y le arrancó las braguitas rojas. Se las arrancó sin esfuerzo sólo tuvo que tirar de la tira lateral, y su ropa interior de cien libras se había ido a tomar viento.
Ambos estaban muy excitados. Adam le subió la falda y se la aguantó con los antebrazos sobre el vientre.
—¿Quieres hacer el amor conmigo? —le metió la lengua en el ombligo y jugueteó con él—. Dime que sí.
¿Estaba loco?
—¿Es una pregunta?
—Sí.
—No va a ser como antes —gruñó él besándole la cadera—. Esta vez lo quiero todo de ti, ¿entiendes eso?
Ruth tembló cuando la boca de Adam descendió al interior de sus muslos. Primero le mordió uno suavemente, y luego le hizo un chupetón en el otro. Ruth lo agarró de la cabeza y tiró de él para apartarlo y obligarlo a que la mirara.
—No soy de cristal. Puedes hacerme lo que quieras.
Los ojos de Adam enrojecieron por completo y sonrió como un depredador. El cerco negro exterior era muy fino, y sus iris refulgían como dos ónix.
—Mierda, Ruth. He estado famélico por esto. —Le acarició con los dedos la entrepierna—. Te veo perfectamente. Veo quién eres. —Sonrió acariciando con la nariz la marca de la sacerdotisa—. Me gustas mucho.
Ella cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared. Estaba hiperventilando.
—Melocotón —susurró él. Se inclinó sobre el sexo de Ruth, lo abrió con los pulgares y se lo comió. La lengua de él la acarició de arriba abajo, de dentro hacia fuera e hizo los mismos movimientos mecánicos una y otra vez.
Ruth tiritaba, tiritaba de gusto como respuesta a ese caudal de energía que recorría su sangre y su piel. Aquella zona lisa era ultrasensible y la lengua de Adam lo sabía. En ese momento sólo existía la boca del berserker.
Adam gruñó. La mantuvo quieta con sus brazos. Los labios succionaron, los dientes rozaron y mordieron ligeramente y ella estaba abierta, a punto de correrse. Le acariciaba la cabeza como si fuera un niño bueno. La verdad era que se estaba portando muy bien, pensó maliciosa. Se le cortó la respiración cuando él volvió a por más e introdujo la lengua otra vez en su interior, como si ella fuera plastilina y él un artista que le daba forma. A Ruth la volvían loca los ruiditos que él hacía. La estaba degustando como si su esencia fuera un manjar para él. Ronroneaba y gemía mientras la paladeaba. Y entonces, en una de las incursiones más largas, una que la llenaba, ella se tensó, y simplemente explotó arqueando la espalda. Adam rio orgulloso mientras seguía chupándola y la mantenía cautiva de sus brazos. Ruth estuvo a punto de deslizarse hasta el suelo, conmocionada y sin fuerzas para sostenerse, pero él la cogió en brazos y como conocía la distribución de su casa por la visita anterior que le había hecho a Gabriel, la colocó sobre la barra bar del salón, sentada. Ruth lo abrazó sin querer soltarse, respirando con dificultad, intentando recuperarse del clímax.
Adam sonrió enternecido y la apartó ligeramente para retirarle el pelo de la cara. Llevó sus manos al vestido y lo rasgó de arriba abajo, dejándola desnuda sobre la tabla de madera.
—Dichoso vestido. —Lo miró con ojos asesinos—. No me gustan tus envoltorios, caramelito —le dijo pasando las manos por la espalda suave y elegante de la chica, acercándola a él y colocándose entre sus piernas. Desabrochó el sostén de copa rojo y lo tiró al suelo.
—Mentiroso, te gustan —contestó colando las manos por debajo de su camiseta negra y dorada, descansando sobre su pecho después de sentir el éxtasis. El corazón de ese hombre iba demasiado deprisa—. Te has puesto enfermo al verme ahí arriba, cantándole a los demás.
—Vas a pagar por eso.
—Y tú pagarás por besar a Margött —lo encaró dolida—. No me ha gustado. No me ha gustado nada. Lo que yo he hecho ha sido algo muy diferente de lo que tú has hecho.
—¿Celosa? —Alzó una ceja vanidosa.
—Me ha hecho daño, Adam. —Se lo dejó muy claro, con los ojos impregnados de dolor y despecho. No podía recordar esa escena sin sentir un retortijón en el corazón.
La miró fijamente y se odió por haberla humillado así.
—Te prometo que no la besé yo. —La cogió de la cara y acarició sus mejillas con los pulgares—. A mí me hizo daño que lo vieras. Te lo prometo, katt. Ojalá pudiera borrar ese recuerdo. —La besó en los labios y en los ojos cerrados y se frotó intensamente contra su entrepierna, imitando lo que más tarde iban a hacer. Ella lo aceptó y gimió.
—Os hubiera matado a los dos. De hecho, estoy planeando asesinarla lentamente. —¿Desde cuándo era tan posesiva? Menuda revelación—. Poco a poco.
Adam sonrió y masajeó su nuca. Era relajante y excitante a la vez tener a Ruth para él solo.
—¿Estás asustada, katt? Esta vez la unión no será como las anteriores. Mi cuerpo te reconoce como algo mío y me voy a dejar llevar. Sufriré algunos cambios —clavó su mirada en ella—. ¿Es pronto para ti? Eres humana, y nos conocemos de hace muy poco, pero mi instinto te ha elegido. ¿Tú estás de acuerdo?
—Llevamos más de catorce citas.
Adam frunció el ceño.
—¿Una cita normal cuánto puede durar? ¿Tres horas? Tú y yo hemos vivido juntos estos días. Cuarenta y ocho horas. Ahí van catorce citas. Y en esas horas que hemos pasado juntos, hemos visto lo peor el uno del otro y puede que también lo mejor. —Se encogió de hombros y le acarició el pecho con concentración—. Ya no me cuestiono si es o no coherente, porque me han educado según las estructuras mentales y los comportamientos de los humanos, y eso no va con vosotros, tampoco va conmigo. Lo aprendí con Aileen y Caleb. Con vosotros no sirven las horas, ni los días. El tiempo no es relevante, sólo vuestros instintos. A mí me vale, Adam. Pero ¿lo estás tú? ¿Estás de acuerdo con esto? —replicó ella alargando las manos hasta el cinturón del pantalón sin perder el contacto visual—. Sé muy bien lo que quiero. Y ahora quiero esto, porque aunque no sea una berserker y no tenga instintos como los vuestros, sé que yo te he elegido a ti. Nos gustamos. Nos atraemos. Ahora sólo debemos preocuparnos de eso. —Y se lo dijo así porque aunque su corazón era de él, entendía que para Adam, alguien tan poco predispuesto a mostrar debilidades, reconocer que había algo más que atracción sería demasiado—. ¿Tú me tienes miedo?
—Sí. Mucho. Pero estoy harto de resistirme a ti —se quitó la camiseta y la tiró al suelo—. Una vez porque pensé que eras mala, la otra porque no quería engancharme a ti. Eres adictiva. Puede que seas mi perdición, Cazadora, pero me importa un bledo. Lo quiero.
—¿Quieres perderte? —le tembló la voz.
—Contigo.
—¿Por qué haces esto ahora? —preguntó indefensa, sonrojada al darse cuenta de que ella estaba completamente desnuda y él a medio vestir. Había algo demencial en esa imagen. Algo sexy y prohibido—. ¿Qué hay ahora en mí que hace que me prefieras más que esta mañana? Soy la misma.
—Sí, eres tú. —Adam se cernió sobre ella y se colocó entre sus piernas. La agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás—. Eres la misma que me volvió loco hace mes y medio. Eres la misma que me ha abierto los ojos esta mañana. Eres la misma persona que me ha torturado esta noche, mostrándome lo que me perdía si elegía a otra. Y si no fueras tú, si no fueras la misma, no estaría aquí.
—¿Entonces esto va en serio? —preguntó insegura, con la cabeza echada hacia atrás—. ¿Quieres algo conmigo? ¿Lo intentamos?
¿Algo? Lo que Adam tenía en mente no era algo, sino todo. Caramba con su subconsciente. Cuando había aceptado finalmente que Ruth era su compañera, cuando por fin había repasado todas las señales, cuando él mismo lo había reconocido, entonces, se volvía un egoísta territorial. Ruth no iba a escapar de él, jamás. ¿La amaba? Pues no lo sabía, porque, para empezar, Adam no creía en el amor. ¿Qué era amor y qué era pertenencia? ¿La conocía suficiente como para enamorarse de ella? La chica le gustaba, eso seguro. Sentía algo dentro cuando la veía, algo burbujeante. ¿Era eso amor?
—Quiero lo que me puedas dar. —Lamió su cuello.
—No puedo competir con una berserker —susurró—. Y no soportaré que me compares. Si lo haces, me harás sufrir y entonces me iré.
—No eres una berserker —le dijo él hundiendo los dedos en su pelo, masajeando su cuero cabelludo—. Eres única y creo… no, sé —se corrigió—, que eres mía. Mía para hacer contigo lo que me venga en gana. —Tiró del cuero cabelludo con dominación—. Mía para protegerte y para cuidarte. Mía para compartir contigo todo lo que tengo. Puede que sea pronto, pero así es nuestra naturaleza y ya la he negado lo suficiente.
—Me dijiste que tu chi no era para mí —su voz se quebró y apoyó la frente en su pecho y luego lo golpeó con todas sus fuerzas por haberle dicho algo tan horrible.
—Lo dije para hacerte daño y alejarte —se defendió él, obligándola a retroceder y a estirarse sobre la barra de madera—. Mi chi sólo puede ser para ti. Te he dado parte de él sin necesidad de estar dentro de ti. Una, cuando te salvé del lobezno. Otra, la primera noche que tuvimos sexo oral —bajó la voz—. Y la última vez, ayer, mientras hacíamos el amor. Eso quiere decir algo, Ruth.
Ruth puso cara de asesina.
—Pensé que sólo foll…
Adam le tapó la boca con la mano.
—No lo digas. Me doy asco cuando recuerdo las cosas que te he dicho para alejarte de mí. Y también me doy cuenta de las cosas que ha decidido mi cuerpo y mi energía, antes que mi cabeza. Otra cosa es que las acepte o las reconozca. Me asusté. ¿No tengo derecho a asustarme, Ruth? —preguntó él dolido—. Soy un guerrero inmortal, pero también soy un hombre. Incluso los hombres son ciegos a lo obvio.
Adam se liberó de los pantalones. Llevó los pulgares a los calzoncillos blancos Armani ajustados que llevaba. Con lo moreno que era y el blanco del algodón, el contraste era demoledor. El tatuaje brillaba en la oscuridad. El dragón parecía sonreírle con complicidad. Adam no sólo era un hombre, era pura luz para sus sentidos.
—Espera. —Lo detuvo ella incorporándose y agarrándolo de la goma de su ropa interior—. Yo. Te los quito yo.
Adam asintió, se agarró a las caderas de Ruth sin dejar de mirarla y estuvo a punto de marearse cuando ella rozó intencionadamente su erección con el dorso de los dedos. Bajó el elástico y su pene saltó sobre sus manos, grueso, oscuro, venoso y pesado, liberándose por fin.
—Intimidas —lo tocó con delicadeza.
Adam creció ante su mirada y su roce, pero le retiró la mano porque de no hacerlo aquel encuentro no iba a durar nada. Aprovechó para sacarse los calzoncillos por los pies y darles una patada alejándolos de allí. Agarró a Ruth por debajo de las rodillas y la abrió para él. Ella soltó un gritito. La altura de la barra americana sería alta para cualquiera que deseara practicar sexo en ella, pero para Adam, con su uno noventa y cinco de altura, era perfecta.
—Tú… tú no crees en el amor, ¿verdad? —afirmó ella tragando saliva, expuesta ante los ojos de Adam.
—Creo en ti, por ahora. Creo en lo que sientes por mí y me siento… bien por ello. Me liberaste. ¿Sabes lo que significa?
Sí que lo sabía. Que estaba enamorada de él, porque el collar se abría cuando había un sentimiento de disculpa auténtico, uno que sólo otorga el verdadero amor.
—Y creo en mí, en las sensaciones que se despiertan cuando estás a mi lado —prosiguió cubriéndole los pechos con las manos, amasándolos y pasando los pulgares por los pezones—. ¿No puede ser suficiente por ahora?
Sus ojos negros rogaban atormentados que lo aceptara. ¿Era suficiente? Ella estaba enamorada de él. Lo sabía. Ambos lo sabían. Y Ruth lo aceptaba sin miedo, pero no quería decir nada en voz alta si no iba a ser correspondida con una respuesta similar. No quería mendigar el amor de nadie. O se entregaba libremente o no se entregaba. Así que se conformaba con él y con lo que pudieran experimentar a partir de ese momento. Tarde o temprano llegaría el amor. Ella le enseñaría.
—Por ahora, Adam —contestó cubriendo sus manos con las suyas—. Por ahora.
Sus miradas se encontraron, sabiendo que iban a exigirse más, que su relación no iba a quedar así. En algún momento uno pediría. Adam lo aceptó, no estaba preparado para nada más, aún. Pero sí que estaba preparado para decirle con su cuerpo lo que no sabía decir con palabras, porque no podría saber si eran ciertas o no, pero sí que confiaba en las sensaciones de su cuerpo. Él se había conjurado contra el amor. Entonces, ¿cuál era su naturaleza? Estaba agradecido por encontrar a Ruth. Una mujer capaz de turbarlo y de volver su mundo del revés. Había tantas diferencias entre ellos, y sin embargo, la naturaleza los había unido, sus instintos básicos chocaban cuando estaban juntos, se llamaban el uno al otro, y eso jamás le había pasado con nadie. Ruth era la mujer que más cerca había tenido y su chi le pertenecía. Abrumado por sus pensamientos, se inclinó sobre sus pechos y sustituyó las manos por la boca, la lengua y los dientes. Sometió a Ruth a una dulce tortura. Era lento y meticuloso con lo que hacía. No dejó ni una parte de sus senos por besar, mordisquear o mamar. Había ultrasensibilizado sus pezones y parecían piedras de lo duros que estaban.
Ruth no lo aguantaba más.
—Creo que me puedo correr si sigues estimulándome así —dijo ella agarrándolo de la cabeza—. Me escuecen…
Él sopló sobre un pezón para aliviarla. Y luego lo retuvo con los dientes y tiró de él, para calmar a continuación la abrasión con la lengua.
—¿Me quieres dentro de ti? —Deslizó una mano desde su pecho hasta su entrepierna y le acarició la entrada con los dedos. Ruth lloraba por él. Su erección creció y decidió tantearla introduciéndole dos dedos hasta los nudillos.
Ella abrió los ojos y echó la cabeza hacia atrás para lamentarse… de gusto.
Adam se inclinó sobre ella, con la cara de alguien que necesitaba con urgencia esa liberación. La miró a los ojos y esperó a que lo mirara y le hiciera algo. Le gustaba ver cómo reaccionaba a su contacto. Movía los dedos en su interior y la torturaba con su pericia.
—Dame un beso —le ordenó él agresivo.
Ruth abrió los ojos dorados y lo miró a su vez.
—Te he dicho que iba a ser diferente —le recordó como si fuera su amo y señor—. Vamos a intentarlo, pero quiero ver cómo reaccionas a mí. Yo sabré en todo momento lo que necesitas, cuidaré de ti. Mis necesidades son primitivas. Potentes. ¿Vas a ser capaz de darme la réplica?
Ruth se debatía entre la curiosidad y la excitación. Así que eso era ser dominante, y así se jugaba a la sumisión. Se alzó ligeramente y acarició los labios con los suyos, en un beso volátil y poco profundo. Jugando, tanteando la paciencia del berserker.
—Quiero tu lengua —dijo él con voz ronca—. Bésame de verdad.
Ella levantó una ceja y apresó su labio inferior con los dientes, muy suavemente para no hacerle daño. Adam lo agradeció. Luego se lo lamió para aliviar el sutil pellizco, y lamió también con un gemido la herida que le había hecho Margött, y a continuación, en un arrebato de posesión, le metió la lengua en la boca. Ligeramente, con lentitud y parsimonia. Con dulzura. Acarició la de él varias veces.
El pecho de Adam rugía como el motor de un coche. Pensó que el cielo debía de sentirse como un beso de su chica.
—Me gusta besarte, Adam. Es como calmar a un perro malo y grande. Me siento poderosa —susurró besándolo de nuevo, entrelazando sus manos detrás de su cuello y profundizando sus envites.
—Ya no llevo el collar —le comentó mientras suspiraba de placer a cada beso que ella le daba. Le introdujo los dedos muy adentro y en su interior los curvó—. Hoy no me detendré. Eres mía. Mi juguete. —Sus ojos rojos relucieron dominantes.
Ruth asintió feliz, mientras movía las caderas. Alargó una mano y lo agarró del pene, mientras lo besaba y lo mantenía cogido del cuello con la otra mano. Sintió cómo palpitaba y cómo a cada caricia de su mano se engrosaba. Cuánto poder tenía en sus manos. Adam había sido su profesor en ese aspecto, él le había enseñado a acariciarlo.
El berserker retiró su mano con delicadeza.
—Luego.
Agarrándola de los muslos, la acercó más al extremo de la mesa que hacía de barra americana. Observó orgulloso el cuerpo de esa chica. Sus pezones erectos que miraban al techo, enrojecidos por sus besos, sus pechos inflamados, su entrepierna húmeda e hinchada. Pero lo más espectacular de aquel templo que él adoraría era su cara. ¿Hada? ¿Gata? ¿Cazadora? Ruth. Era Ruth, su kone.
Acercó la cabeza de su miembro a su entrada y la acarició de arriba abajo con ella, como si fuera su lengua. Levantó sus piernas con determinación y las colocó sobre sus hombros.
—Lo vamos a hacer así —anunció con tono autoritario.
Ruth pensó que era una posición extraña.
—Me vas a sentir hasta las entrañas, gatita. Y me vas a aguantar, y lo vas a soportar porque es lo que yo quiero. ¿Entendido? Yo me haré cargo de ti.
Ruth asintió hipnotizada por su voz dictatorial. Ella no iba a decir que no.
Se inclinó sobre ella y ese movimiento hizo que la penetrara lentamente. La agarró de los muslos y la arrastró hasta que sus nalgas sobresalieron de la mesa.
—Tómame entero, Ruth —le ordenó él mientras movía sus caderas y se introducía más.
Ruth no se atrevía a moverse, no podía. Aquella posición era extrema para ella, sometida. Pero no le importó sentir cómo Adam la dominaba, cómo se metía en su interior lenta e inexorablemente. Una lentitud disfrazada de potencia, eso era.
—¿Te duele? —le preguntó él acariciándole los muslos de arriba abajo, mientras seguía haciendo presión con las caderas—. Ábrete, dyrebar[44]. Así…
—Sí, Adam —siseó—. Así…
Ruth comprendió que la naturaleza de su berserker era dominante y sexualmente agresiva. Ella no tenía mucha experiencia, pero jamás podría comparar a los dos chicos con los que había estado en su adolescencia. A esas dos patéticas y únicas veces. Delante de ella tenía a un hombre. Un hombre hermoso y exigente. Un vikingo forjado en la guerra, duro fuera de la cama, y duro dentro de ella. Adam podría partirla en dos si le diera la gana, pero aunque sus movimientos eran potentes, cuando la tocaba lo hacía con delicadeza y calor, demostrándole que se podía coger a él, que él cuidaría de ella.
—¿Sí? —asintió él con una sonrisa de placer—. Joder… caliente. Estás ardiendo, Ruth. —Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás cuando la penetró por entero, oyendo con gusto el sollozo de Ruth.
Ruth intentó mover las piernas. Desde su posición veía sus rodillas sobre los hombros de Adam y a él mirando hacia abajo, al punto donde se unían, con los ojos rojos y brillantes, y los colmillos largos. Se sentía rellena como un pavo, colmada.
Adam gruñó y se movió con un ritmo devastador que los quemó, los renovó y les hizo renacer de sus cenizas. Ruth no podía gritar, sólo atinaba a coger aire y a tensar los músculos de su estómago. El dolor y el placer tejían un manto sobre ellos. Levantó las manos por encima de la cabeza y se agarró al lateral de la barra. Adam la tenía cogida de las caderas y la machacaba como un pistón insaciable. El interior de Ruth lo acogía perfectamente. Era estrecha, lo apretaba, sus músculos luchaban por acomodarse a él, pero lo hacían y le dejaban espacio. Ruth también le dejaría un espacio en su vida, pensó orgulloso y perdido en el cuerpo de su compañera. El pelo caoba, la piel bronceada por el sol y rosada por la excitación, sus pechos, su sexo, su boca seductora y sus ojos, todo era suyo. Y él tuvo ganas de ser de ella igualmente. Podría hacer lo que le diera la gana con su cuerpo. Los berserkers veían el sexo como una vinculación sagrada, como un medio de expresar sus emociones y de mostrar quiénes y qué eran. Sus compañeras tenían la dualidad de someter y ser sometidas. El acto para ellos era un momento de rendición y aceptación total. Un acto de vinculación suprema.
Ruth lo aceptaba, vaya si lo aceptaba. Lo había acogido por entero. Oyó un quejido y supo que era su kone, que estaba a punto de culminar otra vez. Le imprimió más velocidad, haciendo que ella suplicara por la liberación.
—Suplícame.
—Dios mío, Adam…
—Aquí no hay dioses, cariño —gruñó—. Suplícame.
—Por favor… por favor, Adam…
Alargó una mano y le rozó el clítoris para estimularla y darle el placer que necesitaba, hasta que Ruth levantó la espalda de la mesa dibujando un arco perfecto, empalándose más. Gritó y sollozó clavando las uñas en la madera de la mesa, corriéndose con Adam tan adentro que lo sintió en las entrañas, tal y como él le había dicho. El berserker aprovechó las convulsiones de Ruth y se clavó en ella todavía más profundamente. Le bajó las piernas de los hombros y se las colocó alrededor de su cintura. Ruth lo apretó como él deseaba, y le rodeó con los brazos como ella quería y anhelaba. Lo abrazó y le acarició la nuca y la cabeza mientras la sometía, y él, agradecido, la cubrió a su vez con una fuerza avasalladora, queriendo fundirla con su piel, con su cuerpo y sus huesos.
—Sostenme, katt —suplicó él echándose encima de ella y colocando los antebrazos a cada lado de su cara, aplastándola y retirándole el pelo con dulzura. La besó ardientemente, introduciendo y sacando la lengua, imitando lo que hacían sus sexos—. Más. Más. ¡Hasta el fondo, Ruth!
Adam era un hombre grande. Un guerrero furioso con genes de lobo. Y allí estaba ella, aguantando su fuerza y sus embestidas. Disfrutándolas como nunca se imaginó que podría disfrutar del sexo. Pero aquello no era sólo sexo. Ella lo sabía. Cuando Adam gritaba que lo acogiera entero, estaba pidiéndole algo más. Pedía una aceptación total de su naturaleza, de sus necesidades. Pedía que lo aceptara a él.
Lo miró a los ojos y lo tomó de la cara. No quería decírselo. No podía decírselo. Y tenía que luchar contra ese sentimiento y esas palabras que querían volar para iluminar la vida de ambos. Él apenas había aceptado que entre ellos había algo fuerte. Si le decía lo que sentía, lo asustaría, y entonces Adam huiría. Ella era su kone, había dicho. Eran compañeros. Sería suficiente por el momento, por ahora, le había asegurado. Pero Ruth, que era una impaciente, no iba a aguantar muchos días sin una auténtica declaración, porque ambos se pertenecían desde que se vieron. Ella lo había esperado durante todo ese tiempo. Lo había deseado, anhelado, necesitado secretamente, y él la había alejado incluso creyendo que era una asesina, pero la había deseado y la había protegido hasta el último momento. Era injusto. Ambos habían soñado el uno con el otro durante todas esas noches que se obligaron a permanecer separados. Ella ahora estaba dispuesta a decirle lo que sentía su loco corazón. El hecho de que lo liberara del collar ya demostraba lo mucho que le importaba, pero no contaba con la vida personal de Adam y con lo cerrado que iba a estar a una opción como la del enamoramiento.
No. No iba a ser suficiente para ella porque ella quería más. Quería la historia de amor completa. Quería que le entregara voluntariamente esa parte que había guardado bajo llave desde que era niño, ese trozo de él que no había entregado a nadie. Mirándose el uno al otro, ella rozó sus labios con los dedos. Él abrió la boca y se los metió dentro. Chupándolos y jugando con la lengua a su alrededor.
«Se está enamorando de mí y ni lo sabe —pensó enternecida—. Lo veo en sus ojos, no están fríos. Yo estoy enamorada de ti, Adam. ¿Me puedes sentir? Me gusta todo lo que eres y lo que representas. El gruñón, el bárbaro, el amante, el padre, el amigo… me gustas. Te quiero».
Adam hundió la cara en el cuello de Ruth, refugiándose en el hueco perfumado detrás de la oreja, buscando cobijo y protección por todo lo que estaba sintiendo. Ruth se abría a él como un libro y le contaba todo lo que él quería escuchar con sus ojos ambarinos. La generosidad de aquella chica para entregarle su alma era apabullante. Miró la marca de su cuello, la acarició con los labios y la volvió a morder en el mismo sitio.
Ruth abrió los ojos, se le desorbitaron, y no pudo gritar cuando la azotó el tercer orgasmo. Adam chupó, besó y cerró la herida con mimo y dedicación. La miró de nuevo a la cara, sin parar los envites diabólicos de su pelvis. Ruth lloraba. Estaba llorando de placer.
—Tranquila, katt —susurró él hundiendo los dedos en su pelo.
Él la hacía llorar y se sintió poderoso porque eran lágrimas de delirio, de placer y gusto.
—¿Qué me estás haciendo? —preguntó ella mientras se recuperaba de la última explosión.
Adam rio, le dio un beso dulce en los labios y juntó su frente a la de ella.
—Ahora, Ruth —sus movimientos se hicieron frenéticos mientras la miraba fijamente—. No te asustes. Dame todo lo que tienes.
Ruth se mordió el labio y frunció el ceño cuando notó cómo Adam crecía en su interior. Estaba dilatada y muy mojada, pero aquello era demasiado. El berserker crecía a lo ancho y a lo largo, lo suficiente como para asustarla. ¿Los lobos no hacían eso también? Sintió un líquido preseminal que salía como a chorros de su pene y la llenaba, preparándola, dilatándola para la penetración absoluta.
—Para —lloró ella.
—No lo puedo parar —dijo él sorprendido a su vez—. No puedo… —movía las caderas, haciéndose sitio como un saqueador—. Relájate, kone.
—Adam, es demasiado… —se quejó ella hundiendo el rostro en su pecho.
—Sólo tómame, Ruth —dio tres sacudidas potentes hacia delante, tres envites que levantaron a Ruth de la barra—. Me voy a… —echó la cabeza hacia atrás y gritó impresionado mientras se liberaba en el interior de la mujer, la aprisionaba contra la mesa y la tomaba de las nalgas, acompañando así sus movimientos. Una energía dorada fluyó a través de ellos. El chi de Adam entró en Ruth, y el chi de Ruth en el de Adam. Sus esencias bailaban un tango de reconocimiento mutuo, de alegría por poder complementarse, y de sorpresa por haberse encontrado al fin. Un arcoiris de colores atravesó el centro de ambos y los dos se mecieron con su melodía. La Cazadora conoció mejor a su señor, y el señor reconoció al fin a su Cazadora. Todo cuadraba en ellos, todo era perfecto y liberador. Sus pieles brillaban, centelleaban chispitas doradas sobre ellos.
Ruth no se lo creía. Con el cuerpo del berserker encima de ella, y con aquello aterrador moviéndose y llenándola con una presión enloquecedora entre las piernas, había alcanzado el cuarto orgasmo. Cuatro interminables orgasmos. Era una locura. Las piernas le temblaban. Se quedaron así un buen rato, hasta que Ruth le dijo:
—¿Adam? —Oía cómo respiraba agitado en su oreja.
—¿Mmm? —rozó su marca con la nariz.
Le acarició el cuello y la espalda, calmándolo y fortaleciéndolo, y le besó la mejilla manteniendo los labios pegados a su piel para susurrarle:
—Adoro cómo bailas.