CAPÍTULO 21

Tenso. Ésa era la palabra que podía describir el ambiente que había entre todos los que se encontraban en el Ministry of Sound. Era la primera vez que Ruth salía a bailar desde la noche de las hogueras, y ella adoraba bailar, y sin embargo, sentía el cuerpo engarrotado, poco flexible y nada dado al movimiento. Sus ojos intentaban no desviarse a espiar a Adam y a Margött, pero mientras Cahal le contaba alguna cosa sobre su nueva moto intentando llamar su atención, ella no hacía otra cosa que verlos a ellos.

La rubia se acercaba a Adam, le sonreía y le murmuraba palabras al oído, luego le aplastaba las tetas en el brazo y le dibujaba circulitos con el dedo índice en su pecho. Y él estaba tan guapo que daba rabia. Con esa camiseta negra que hacía que se le marcaran todos los músculos de su cuerpo, esos músculos de acero y fuego, con la cara dorada de un lobo mirando fijamente al frente. Sólo ella sabía que el auténtico lobo era Adam. Ella y Margött, claro. Llevaba unos pantalones que le hacían un culo demasiado irresistible y que caían por encima de su calzado negro, dejando visible sólo las puntas de aquellas Bikkembergs negras y doradas. Pensó, no sin melancolía, que Adam era negro y dorado. Negro de carácter y actitud, pero brillante como el oro. Como era su corazón, por mucho que quisiera tratarla mal. Cuanto más los miraba, peor se sentía. Él controlaba en todo momento los movimientos de Margött, pero no la apartaba de un empujón como Ruth deseaba ver, no. Adam la soportaba y la dejaba hacer. No la alejaba como había hecho con ella. A Margött la respetaba, a ella no. Ésa era la diferencia.

—Y entonces metí la cabeza en el culo de la vaca y le dije: ¡la de mierda que hay aquí! —comentó Cahal mirando a Ruth fijamente. Eso hizo que Ruth prestara atención.

—Perdona, ¿qué has dicho? —preguntó Ruth avergonzada.

—No estás aquí conmigo y eso hace polvo a mi ego —entornó melodramático sus ojos azules.

—Tienes un ego enorme como para que algo lo mengüe —contestó ella.

Touché. Deja de mirarlo. Habíamos dicho que lo pondríamos celoso.

—Ya me dirás cómo. ¿Te das cuenta de que tiene a siete buitres alrededor?

Cahal ni le prestó atención.

—Si Margött lo ignorara —continuó—, esas chicas irían a por él como orcos de Mordor.

—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar conmigo? —Se acercó a ella y la tomó de la cintura—. Estás en el Ministry of Sound, muñeca, con un vanirio rubio e irresistible. Inmortal —alzó las cejas repetidas veces—. ¿No quieres averiguar a qué sabe el pecado?

Ruth tragó saliva y tuvo la decencia de sonrojarse. Se alzó de puntillas, ya que con todo y llevando taconazos Cahal era demasiado alto y ancho de espaldas como para privarle la visión. Miró por encima de su hombro, buscando a Adam, pero éste ya no estaba.

—El pecado sabe a after eight —murmuró desilusionada—. ¿Pero dónde…?

Está bailando con la berserker. Ella ha detectado a las «orcos» y se lo ha llevado a su propia «comarca» como una buena mujer territorial.

Ruth apretó los dientes y se clavó las uñas en las palmas de las manos. Era verdad que estaban en el sexto club nocturno más importante del mundo, en el 103 de Gaunt Street, y allí estaba ella con cara de palo. El MoS, como era conocido el local, tenía cuatro plantas a cual de ellas más espectacular. Como era viernes, estaban pinchando en la sala The Box un DJ de trance de primera línea, John Askew. Y para colmo era la noche del amor. En el techo había miles de globos rojos y plateados en forma de corazón con el logotipo del Ministry grabado en el centro. Dispararon confeti de muchos colores y activaron las luces azules y los rayos fosforescentes. Era un celebración por todo lo alto, una fiesta. La gente se movía, aplaudía, alzaba los brazos y gritaba excitada. Había tantísima gente que parecía increíble que cupieran todos en esa sala. En la barra, el barman hacía malabares con las botellas al ritmo de la música, y, sobre sus cabezas, había una mujer rubia que se balanceaba sobre un inmenso columpio anclado al techo, lanzando besos y tirando condones a la multitud.

Miró a su alrededor. Gabriel se movía al lado de Daanna, que tenía al menos a diez tíos revoloteando como abejas detrás de la miel a su alrededor, pero ella no miraba a ninguno. Sólo buscaba a Menw.

María y As se movían abrazados muertos de la risa. As hacía el tonto, un tonto enamorado, y María se descoyuntaba a base de carcajadas. Era bonito verlos.

Más allá, cobijados por la multitud, Caleb abrazaba a Aileen y la alzaba a dos palmos del suelo, con los pies colgando. No dejaba de besarla, y su amiga sonreía encantada mientras lo agarraba del pelo. Menuda adicción la de esos dos.

Beatha y Gwyn, los dos rubios y altos se fundían el uno en brazos del otro e Inis y Ione bailaban meciéndose entre ellos como si fueran uno. Ajenos a todo y a todos, sólo a ellos mismos. Los vanirios eran muy sensuales y vivían para sus parejas, cuando finalmente las encontraban.

Noah, sin embargo, miraba a todos los allí presentes, buscando cualquier señal de peligro o de amenaza, ignorando a las tres chicas que prácticamente se iban a levantar la falda para llamar su atención. Realmente tenían buen gusto. Con ese pelo rubio platino, la tez morena, el diamante negro de su oreja y esos ojos extraños y amarillos permanentes, una tenía que ser de piedra para no fijarse en él. Era hermoso como eran todos los miembros de los clanes pero también era el más diferente. Él no amenazaba. Siempre tenía una sonrisa dulce para todos los que hablaban con él. Transmitía bondad. Una bondad ajena al mundo en el que vivía, ajena a la naturaleza de los seres que protegía. Un ángel. Sí, sonrió orgullosa. Noah era como un ángel.

No veía a Menw por ninguna parte. ¿Qué le pasaba a ese vanirio? ¿Qué lo traumatizaba? Estaba tan cambiado… Daanna y él no se hablaban. Tampoco se hablaban antes, pero al menos, cuando lo hacían, saltaban chispas. Ahora no había chispas. Sólo hielo y frío. Una distancia inabarcable para ninguno de los dos.

Los vanirios y los berserkers eran guerreros inmortales, y luego hombres. Hombres que daban la cara cada día por todos los que allí bailaban desenfadados, por todos los que desconocían la naturaleza de la realidad en la que vivían, por todos los que ridiculizaban y se reían de seres de otros planetas o de otras dimensiones. Si Odín existía realmente, ¿qué no existiría entonces? Se le llenó el pecho de un agradecimiento sincero hacia sus nuevos amigos, que de manera anónima, defendían y luchaban por los mismos que se reían de su posible existencia.

Y entonces miró a Cahal. Llevaba una camiseta donde lucía la frase: «¿Me das un mordisco?». ¡Venga ya! ¡Era un provocador! ¿Quién no iba a querer morder a ese hombre tan bello? El problema de Cahal era que su cáraid, si es que la tenía, debería ser fuerte y tener un par de razones de carácter para ponerlo en su lugar. Menudo desafío suponía el suyo.

Y mientras el DJ versionaba el Bad Romance de Lady Gaga, allí estaba ella, amargándose por culpa de un hombre que ya había dicho todo lo que tenía que decirle. Era un tronco que no se movía, cuando bailar la desestresaba más que nada. Muy bien, Adam ya había dicho su última palabra, pero no sabía una cosa; a Ruth nadie la dejaba con la palabra en la boca.

—¿Quieres saber hasta dónde estoy dispuesta a llegar sin hacer el ridículo, muñeco? Sígueme si puedes.

Agarró a Cahal del cinturón del pantalón y siguiendo el ritmo de la música lo guio hacia la multitud que se movía extasiada, ignorando que en ese lugar, en aquel local fantástico, no sólo se hallaba la magia de la música, sino que también se encontraba la magia de los dioses.

Margött se estaba volviendo pesada y, por educación, Adam no le había dicho que lo dejara en paz y tranquilo. Nunca en su vida se había encontrado en esa situación. Con ganas de empujar a una mujer y sacársela de encima como si fuera una mosca. Tenía que hablar con ella de sus nuevas «no» intenciones para con ella, porque no podía soportar ver cómo Ruth sonreía a Cahal, cómo lo miraba, con cuánta confianza. A él también lo había mirado así mientras hacían el amor, antes de que él la hubiera herido con su torpeza y su arrogancia. Menudo gilipollas había sido. A él también le gustaba la música, bailar a su manera, aunque nadie lo imaginara. Sus pies querían moverse, pero no con Margött. Margött no tenía el pelo caoba y los ojos dorados. No tenía una sonrisa dulce y permanente en los labios, y no alzaba la barbilla y lo retaba como había hecho su Cazadora.

La tomó de los hombros y con sólo una mirada la obligó a que dejara de tocarlo. Ella frunció el ceño.

—¿Qué haces?

—Quería hablar contigo antes, pero no he podido.

—¿Sobre qué? —preguntó reflejando duda por primera vez en su voz.

—Te dije que iba a emparejarme contigo.

—Sí. —Sonrió recuperando la confianza y acercándose a él de nuevo para tocarlo y sobarlo—. ¿Lo hacemos público ya?

—Me equivoqué. Yo… —La miró arrepentido—. Me equivoqué.

—¿Qué? —soltó un grito un poco agudo.

—Te respeto, Margött. Eres una mujer que mereces que te quieran, no que sólo te respeten. —Los ojos negros lo miraban con frialdad, pero también con una extraña aceptación.

—Me has engañado.

—No —negó con la cabeza—. No te he mentido en nada. En todo caso me he engañado a mí mismo. No sé qué quiero en mi vida, todavía, Margött. Pero sé qué es lo que no quiero. No quiero conformarme con el respeto. Creo… creo que puedo optar por más —buscó entre la multitud a ése más que él necesitaba tocar de nuevo—. Y tú también deberías optar por más.

—Ya, chamán —contestó con tono desafiante—. Pero yo sí que sé qué es lo que quiero, y te quiero a ti. —Se abalanzó sobre él y le metió la lengua en la boca en el momento en que Cahal y Ruth pasaban por su lado. La Cazadora los miró como en cámara lenta, mientras él, sorprendido, todavía seguía con los labios de la berserker aplastados en los suyos. Ruth dejó caer los ojos y cerró los párpados, algo que él hacía cuando no quería recordar aspectos dolorosos de su vida. Apartó a Margött con la fuerza suficiente como para hacerla trastabillar, y se limpió la boca con el dorso de la mano. Lo había mordido y ahora tenía una gota de sangre en el labio inferior—. No quiero hablar más contigo, Margött. Ahora no.

—Esto no va a quedar así. No puedes jugar conmigo y luego decidir que ya no quieres hacerlo más.

—Lo siento. —Se pasó la lengua por la herida. Mierda. Él no quería acabar así—. Hablaremos de esto mañana, ¿de acuerdo?

—Sí, mejor hablamos en otro momento, cuando tú veas las cosas desde otra perspectiva. Recapacita esta noche, chamán.

En el momento en que Margött se alejó de allí, Adam sintió que el peso del mundo abandonaba sus hombros y también se dio cuenta de una cosa: Margött nunca lo llamaba por su nombre. Sólo era el chamán para ella.

Irritado y preocupado a partes iguales por permitir que Ruth viera ese espectáculo de femme fatale de Margött, decidió ir en busca de la gata que le había comido la razón. Mientras sonaba la música pegadiza, tuvo que sortear a un grupo de personas que rodeaban y vitoreaban a alguien que estaba bailando, y muy bien, por lo visto. El corazón se le paró cuando detectó el olor a melocotón en el centro de aquel grupo. Era Ruth. Ruth y Cahal. Un Cahal que era el objeto de deseo de aquella Sherezade que con su espléndido pelo del color del vino tinto y el movimiento de sus caderas no sólo tenía a Cahal hipnotizado, sino también a todos los hombres y mujeres que los miraban excitados.

El vanirio la tomó de las caderas y arrimó sus nalgas a su cuerpo mientras imitaba el movimiento circular que Ruth ponía en práctica, que recordaba a danzas antiguas e inconfundibles de seducción.

I want your ugly/ I want your desease/ I want your everything as long as gets free/ I want your love/ Love love love /I want your love…[38]

Ruth sonrió cual hechicera cuando Cahal hundió su nariz y su boca en su pelo, y le murmuró algo mientras sus cuerpos se movían perfectamente acoplados, siguiendo el ritmo a la perfección.

Adam lo vio todo rojo. Se cegó. Era imposible que ese vanirio no oliera su marca en la piel de Ruth. Una marca que no se reflejaba en su cuello porque la joven se la había maquillado. Estaba allí plantado, mirando con cara de palo, excluido de ese baile que se suponía debía ser para él, cómo la chica que él quería reclamar estaba poniendo cachondo al vanirio. Y estaba cabreado. La furia lo carcomió cuando vio las manos de Cahal, tocando una piel que era suya. ¡Suya! Tenía las manos sobre los muslos de Ruth. ¡Suyos, joder!

Entonces Ruth lo miró a él y pareció detenerse tanto ella como el tiempo. Lo miró con odio. Con rabia. Con desdén.

You know that I want you/ And you know that I need you/ I want a bad your bad romance…[39]

La chica apretó la mandíbula y sus ojos se tornaron desafiantes y se clavaron en Adam.

Mientras se frotaba de nuevo contra Cahal, permitiendo que él la guiara en ese baile de caderas y movimientos pélvicos. No perdió el contacto con los ojos negros de Adam mientras dejaba que el vanirio la meciera y la tocara.

Coño, había olvidado cómo bailaba Ruth. Si en la noche de las hogueras volvió locos a los hombres de los clanes, ¿qué no provocaría bailando enfadada, demasiado sexy y despechada en medio del Ministry? Pues una auténtica conmoción en todos los que allí miraban. Él mismo estaba conmocionado. El sudor frío del miedo y del arrepentimiento cubrió su piel. Había estado dos noches con ella. Dos noches en las que él la había aleccionado sobre el sexo. Él no la aceptaba como mujer en su vida, le había dicho ella. Y después de lo de esa mañana seguro que iba a poner en práctica todo lo aprendido. No. Ni hablar. De ahí no iba a pasar.

I want your loving/ And I want your revenge/ You and me could write a bad romance/ I want your loving/ All your love as revenge/ You and me could write a bad romance…[40]

—¿Cómo lo permites? —Menw se colocó a su lado, mirando con desagrado el espectáculo que brindaban Ruth y su hermano. Se bebió medio cubata de golpe.

Adam apenas lo oyó. Sólo quería entrar ahí y descuartizar a Cahal lentamente, y luego secuestrar a Ruth y marcarla durante toda la noche. Le daría una buena zurra en ese trasero travieso que movía provocador. Si quería su venganza de verdad, la iba a tener. Toda entera.

—No lo entiendo. —El vanirio lo volvió a increpar—. ¿Por qué dejas que siga sin comprender que te pertenece? Los perros sois muy territoriales —miró su cubata con interés—. Esa chica huele a ti. ¿Por qué dejas que…?

No lo vio. No le dio tiempo a ver qué Adam lo había empujado contra una de las columnas de la sala a una velocidad supersónica. Lo tenía levantado por el cuello de la camiseta y hablaba entre dientes, gruñendo como un animal salvaje.

—No me molestes. —Lo zarandeó.

Menw lo estudió divertido, todavía con el cubata en la mano, que por lo visto no podía soltar. Alzó la mano para tranquilizarlo.

—Te estoy diciendo lo que todos vemos. No dejes que te haga creer que no le importas. Le importas.

—Ya lo veo. Ya veo cómo le importo —se burló—. Le importo tanto que se está rozando con tu hermano como si fuera una gata. —Lo bajó y se pasó la mano por la cara—. Tu hermano es un cabrón, eso es lo que es.

—Mi hermano no tiene reparos en bailar con una chica bonita. —Se encogió de hombros—. Sólo te está dando un escarmiento. Ambos te lo están dando.

Adam olió a sangre, y se tensó. Miró el cubata de Menw y levantó una ceja.

—¿Qué pasa colmillos? ¿Te gusta mezclar?

Menw parpadeó como si no hubiera oído nada.

En el cubata del vanirio no habrían más de tres o cuatro gotas de sangre, pero eran suficientes para que él las oliera. ¿Qué mierda estaba haciendo el sanador?

De repente, aquella maldita música que siempre odiaría cesó. El DJ cogió el micro e hizo callar a todos los ahí presentes.

—Hoy hay una persona aquí que quiere hacer un regalo a alguien muy especial. No es la primera vez que nuestra María canta en esta sala.

Los chicos se miraron los unos a los otros extrañados. Aileen, Caleb y los demás se acercaron al pódium donde estaba la mesa de mezclas con curiosidad. Cahal llevaba a Ruth de la mano y Adam sintió por primera vez el afilado corte de los celos, porque ese gesto sí que le parecía más íntimo que todo lo demás. La agarraba de la mano, como si fuera su hombre y ella su mujer. Menuda mierda.

La gente, entre los que se incluían los guerreros, rodearon la plataforma. Asombrado, vio como la nueva mujer del leder subía al escenario, y entre vítores y aplausos, habló a través del micro con su voz serena:

—Hola a todos. —Estaba sorprendida de ver a tanta gente reunida allí—. Caramba, sois demasiados. Veréis, hoy el hombre al que amo me ha hecho un gran regalo, entregarme su corazón —miró a As y le mandó un beso. La gente aplaudió y las chicas suspiraron—. No todo el mundo se atreve a hacerlo, ¿verdad? —Y de repente sus ojos de gitana se clavaron en Adam con desaprobación, para luego ignorarlo—. Yo quiero hacerle un regalo también. Una vez me dijo que lo que más deseaba en la vida era verme cantar en directo. Mi pareja quiere una actuación para él, y yo se la voy a dar. Hace tiempo que no hago esto… pero hoy, por él, vuelvo a estar aquí. Así que, amor —miró a As—, esto va por ti. Considéralo un regalo de bodas.

As se hinchó como un gallo, orgulloso de que una mujer como ella le diera eso delante de todos. Y miró a todos los hombres presentes como diciéndoles: «¿Habéis visto? Es mía».

—Pero antes, necesito una ayudante. ¡Ruth!

Ruth dio un respingo e intentó esconderse tras Cahal. Él la señaló y todos la localizaron señalándola a su vez. Ruth negaba con la cabeza. A ella le gustaba cantar, pero a solas, no ante tantos oyentes.

Cahal la alzó de la cintura y la subió al escenario. Los hombres empezaron a vitorearla y a piropearla. Adam ya había rebasado su límite, pero ahí estaba Menw para tranquilizarlo con su peculiar sentido del humor:

—¿Vas a matarlos? Seguro que tienes muchas ganas de hacerlo.

Adam lo miró de reojo.

—He visto a Gabriel morreándose con Daanna —le soltó para molestarlo.

—Que te follen —le escupió reventando el vaso de cristal que tenía en la mano—. Yo lo sabría.

—Y una mierda.

—¿Queréis que cante Ruth? —preguntó María al público.

—¡Y que me enseñe ese culo! —gritó el tío que estaba delante de Adam.

Adam no necesito más. Le dio un puñetazo en la cabeza, a lo Bud Spencer, y lo tumbó. Una vez en el suelo, le dio una patadita en las costillas para asegurarse de que estaba inconsciente. Se sintió bien cuando el hombre ni se quejó.

—No me hagas esto —murmuró Ruth en voz baja a María.

—Es sólo una canción —le quitó importancia y le dio un micro—. Toma, Cazadora. Sé que cantas estupendamente. Tú haces la primera voz y yo la segunda. Cambiamos la letra y en vez de ella es él, ¿vale?

—¿Qué canción?

—Seguro que te suena, ayer lo estuviste practicando con el noaiti. —Le guiñó un ojo—. Enséñale lo que has aprendido, a ver si así mueve la colita.

—María —cubrió el micro con la mano y gruñó—. Por favor, yo…

—Venga, ¿me vas a dejar sola?

La miró a los ojos, a aquella mujer que sólo le había dado su apoyo, su protección y su amistad, y comprendió que no le podría negar nada. Buscó a Adam entre la gente y cuando lo vio, el ruido de la sala desapareció como si fueran meras cacofonías. Sólo quedaron sus ojos negros como topacios que la miraban esperando a ver qué era lo siguiente que hacía esa noche para torturarlo. Y sí que lo iba a torturar. Y lo haría de la peor de las maneras.

—Dale, María —ordenó Ruth.

María sonrió, le dio la orden al DJ con un gesto de la cabeza y empezó a sonar el You shook me all night long de ACDC. Y en ese momento, Adam se perdió en la Cazadora y comprendió, muy a su pesar, que iba a estar perdido por la eternidad. El dúo que hicieron Ruth y María esa noche en el Ministry of Sound sería recordado en los anales del tiempo. Ruth volvía loca a la gente con su manera de bailar y de seducir. Se alborotaba el pelo, miraba a la gente por encima del hombro retándolos a que subieran al escenario y la tocaran. Coqueteaba y sonreía a todos los hombres que casi habían hecho un cerco de babas por ella. El estribillo de la canción hablaba de paredes que vibraban, la tierra que temblaba mientras dos personas hacían el amor.

Adam estuvo a punto de subir allí y secuestrarla. Él y ella. La Cazadora cantaba sobre ellos, y por Odín, cómo cantaba.

And knocked me out and then you shook me all night long/ You had me shakin’ and you shook me all night long…[41]

Ruth con una voz espléndida, limpia y de altos y agudos impensables animaba a la gente a seguir la canción con palmas y a que cantaran con ella. María era la voz grave, pero se ganaba a la gente con su simpatía y su elegancia. Con lánguidos y estudiados movimientos.

Adam quería llevarse a Ruth de allí. Odiaba ver cómo otros se excitaban por ella. Pero como decía la canción, como decía el estribillo de Ruth: ella era única, y era suya y nada más que suya. Y él no quería aplausos por eso, sólo otra tanda más con ella. Quería que lo devorara y que esa misma noche volviera a por más. Él se lo daría, pero antes debían hablar.

Ella le daba pavor. Ruth, con su fuerza y su naturalidad, era como un huracán que pasaría por su vida y, seguramente, dejaría su casa temblando. Su casa y su corazón. Pero su hermana Sonja se había arriesgado a amar y había encontrado su hogar en su pareja. Adam quería un hogar también, y aunque tendría que marcar a Ruth en algunas cosas, se sentía posesivo con ese hogar que ella podría ofrecerle. La Cazadora pensaba que le había cerrado la puerta definitivamente, pero él era un berserker muy cabezón y le demostraría esa misma noche que tenía las llaves de su casa. Justo después de machacar a todos esos moscardones que se atrevían a decirle groserías.

Cuando la canción finalizó, María y Ruth se abrazaron riendo. La gente enloqueció y las dos sacerdotisas se llevaron una ovación interminable. As le echó los brazos a María y la ayudó a bajar. Cahal subió al escenario, agarró el micro, y cargó a Ruth sobre su hombro como si fuera un saco de patatas.

—Me llevo a esta preciosidad. ¿A que soy un hombre con suerte? —preguntó mirando al público.

Todos allí gruñeron, lamentando no estar en el lugar de aquel rubio enorme. Sin embargo, el vanirio envidiado se quedó con la mirada fija en un punto de aquella multitud. Sus ojos de depredador se clavaron en alguien. Gruñó como si hubiera visto un manjar apetecible.

Menw se puso en alerta al ver la reacción de su hermano. No era normal en él ese comportamiento primitivo. Cahal era un vanirio muy controlado, que adoraba el juego y la caza, únicamente por la diversión que comportaba a su vida llena de excesos y depravada. Entre la multitud había una mujer rubia, alta y esbelta, que lo miraba a su vez con sumo interés. Sus ojos grisáceos y azulinos sonreían y lo desafiaban a que fuera a buscarla. Menw frunció el ceño y volvió a mirar a su hermano. A Cahal los ojos azules se le oscurecieron como la noche y supo, por la posición tensa de su cuerpo, que los colmillos le habían estallado en la boca. Menw se preocupó, porque ya era malo que él se hubiera perdido por culpa de una mujer, pero era peor todavía presenciar en directo cómo su hermano correría la misma suerte.

Adam ya no lo pudo soportar más, y cuando vio que Cahal se iba con Ruth a cuestas como si fuera un trofeo arrancó a correr y les cortó el paso.

—Suéltala —su voz sonó cortante.

Cahal levantó una ceja rubia y arrogante.

—Bájame, tonto —ordenó Ruth sintiéndose muy mala. Cuando tocó de pies en el suelo se giró hacia Adam y se echó el pelo hacia atrás. Lo miró como si fuera transparente—. ¿Te apartas?

—No.

Adam dio un paso hacia ella y la agarró de la muñeca.

—Ven conmigo, ahora —una orden inflexible.

—No —se rio de él y se soltó con un movimiento furioso.

Cahal veía la batalla de voluntades con interés, pero con una atención media. Su cabeza estaba volteada hacia atrás, sin perder de vista a esa mujer magnética que había despertado en él al animal. La chica lo miró a su vez y sonrió por encima de su bebida. Tenía una cara revoltosa muy delatora. Por lo visto, ella estaba disfrutando con ese intercambio de miradas tanto como él.

A Adam, mientras tanto, se le ponían los ojos amarillos.

—Me importa un pimiento que te enfades —le aseguró ella advirtiendo el cambio de color.

—Yo tenía razón —le dijo él de golpe.

—¿Razón en qué?

—Eres una niña muy fresca.

Ruth dio un paso adelante y le dio una bofetada en toda la cara. ¿Cómo se atrevía? Él era el que estaba morreando a otra delante de sus narices. Cahal aplaudió divertido, dividido entre lo que pasaba entre esos dos, y lo que le transmitían los ojos de aquella obra de arte.

Se veía a simple vista que era una mujer de armas tomar, que no le temía a nada y que podía igualar perfectamente toda su temeridad. Inhaló profundamente hasta que detectó su olor personal. Su cuerpo se quedó de piedra. Olía a fresón. Cahal apretó los puños y pensó mentalmente: Mía.

Adam ni se inmutó cuando Ruth reaccionó con tanta agresividad.

—No vuelvas a insultarme nunca más —le señaló la nariz con el dedo índice.

Un músculo en la barbilla de Adam bailaba sin control. Se lo merecía. Se merecía su reacción y se había ganado la torta a conciencia.

Fel cwn a moch[42] —comentó Cahal riéndose.

—Ya van dos, Ruth. A la tercera, te la devuelvo.

—¿Quién te has creído que eres? —ella explotó siseando como una serpiente—. ¿Crees que puedes decidir algo en mi vida? ¿Crees que…?

De repente se calló. La gente a su alrededor bailaba y seguía el son de la música nueva que pinchaba el DJ. Ruth miró hacia atrás, el vello de la nuca se le erizó y supo que allí había algo raro. Adam frunció el ceño y colocó a Ruth detrás de su cuerpo, mirando al frente.

—Yo también lo he sentido —le dijo él para tranquilizarla.

Cahal controló a la rubia y también miró a su alrededor. Algo raro se estaba gestando. Él era un druida poderoso, también podía sentir ese tipo de energías. En aquella selecta sala, no sólo había humanos, vanirios y berserkers. Había algo más.

La chica se fue de la sala con unas amigas de aspecto muy masculino. Muy guapas ellas, delgadas y altas, pero con el pelo corto a lo chico y algunos piercings en aquellas caras de porcelana y de mirada dura, femeninas y frías.

—Encárgate de Ruth de una puta vez, tío —le dijo Cahal a Adam con cara de pocos amigos, para desaparecer más tarde tras la de la melena dorada.

Cahal la siguió mientras su corazón saltaba revolucionado en su pecho. ¿Era ella? ¿Era ella por fin? Salió por la puerta de emergencia. El druida, extrañado, miró por encima del hombro a la puerta principal que de repente se cerró. Intrigado, siguió a las chicas. Se oía el taconeo de los zapatos mientras bajaban las escaleras. Salió a la calle y no había ni rastro de ella. Las amigas le daban igual, únicamente estaba interesado en aquella enigmática mujer que había estimulado sus sentidos.

Preocupado, se dio la vuelta y la vio. Se acercaba a él caminando sobre sus tacones altos con elegancia, moviendo las caderas de izquierda a derecha y con las manos en los bolsillos de su pantalón de pinzas negro. Llevaba una americana cerrada y entallada del mismo color, y debajo, nada. Nada de nada. Lucía un colgante de perlas que se apoyaba en el cálido valle entre sus pechos. Cahal no prestaba atención a nada que no fuera cada centímetro del cuerpo de esa beldad. Sus caderas, sus larguísimas piernas, su cintura de avispa… su cara.

—¿Dónde has estado todo este tiempo, mo dolag[43]? —preguntó él acercándose a ella repentinamente.

La chica se asustó al ver que podía moverse a esa velocidad, pero tampoco parecía sorprendida. Aquella niña tenía los ojos más inteligentes que había visto en su vida.

—No me hables en gaélico. No me gusta —dijo ella con una voz sexy y ronca.

Cahal ardía por poseerla. La ropa le quemaba. Levantó la mano y acarició su mejilla. Las mujeres eran fieras o cervatillos. ¿Qué era ella? Él conocía perfectamente las necesidades de todas ellas. Entraba en sus mentes y les daba lo que necesitaban, aunque ninguna de ellas le devolviera el favor.

—¿Cómo sabes que hablo gaélico, preciosa?

Sintió una punzada en la nuca, se la frotó con la mano y detectó un pequeño dardo. Lo sacó algo aturdido y lo estudió mientras entornaba los ojos.

—¿Qué es…?

—¿Qué es qué, guaperas? —el tono de la chica sonó brusco. Cahal se desplomó al instante, mientras luchaba por mantener los ojos abiertos. ¿Qué estaba pasando?

—Date prisa —dijo una de las chicas morenas que aparecía tras un contenedor con una mini-cerbatana de acero—. Sólo tenemos media hora para cargarlo.

¿Cargarlo? ¿Adónde lo llevaban? No podía pasarle eso a él.

—¿Quién… cómo te llamas? —su instinto quería saber de esa chica de pelo rubio y brillante que lo miraba y lo giraba con mucho esfuerzo poniéndolo de cara al suelo. Tenía cara de elfa, pero de las de verdad, a excepción de que no tenía las orejas puntiagudas. Mientras lo ignoraba, le puso unas esposas de acero en las muñecas y en los pies.

—Llama al señor Cerril —ordenó la chica.

¿Cerril? ¿Patrick Cerril? Su mente, que dejaba de funcionar sometida a las drogas tan potentes que le habían inyectado, luchaba por hilvanar los pensamientos sobre ese nombre. Patrick Cerril y Sebastian Smith eran los humanos que junto a Mikhail Ernepo, el hombre que se había hecho pasar por padre de Aileen, controlaban la organización Newscientists. Cahal luchaba contra las esposas y el sueño. Sintió una mano que le agarraba del pelo y le tiraba de la cabeza hacia atrás.

—Recuerda mi nombre, vampirito —siseó en su oído—. Mizar.

Ruth sabía que la oscuridad se cernía sobre ellos. Se detuvo a observar las caras de las personas que estaban allí, y de repente, se oyó un grito. Alguien había sacado un cuchillo y había apuñalado a otro. Dos de los chicos que bailaban delante de ellos se giraron y los encararon. Sus caras eran demoníacas. Los ojos pálidos y el rostro sin expresión. Corrieron hacia Adam y Ruth. Estaban poseídos.

—¡Cuidado! —gritó el chamán protegiendo a Ruth.

Noah y As, el cual llevaba a María de la mano, se atrincheraron junto a ellos.

—Noah, saca a María y a Gabriel de aquí. Saca a la Cazadora —lo espoleó As entregándole a María y empujando al rubio de rizos hacia él.

—Sé luchar —le informó Gab, mirando de reojo a Daanna—. Me quedo.

—¡Me importa una mierda que sepas luchar! ¡Sácalos de aquí!

—¡Silfyngir! —El arco de los elfos se materializó en las manos de la Cazadora. No llevaba el carcaj encima y no sabía de dónde iba a sacar las flechas, lo que no se imaginó era que se iban a materializar entre sus dedos, quemándola con su frialdad y dándole pequeñas descargas eléctricas. Le dio igual el dolor. Si tenía que disparar, disparaba y punto. Armó la flecha y disparó contra uno de ellos. Le dio en medio del pecho y colapsó—. Yo me quedo, As.

As apretó la mandíbula y asintió.

Adam saltó sobre el siguiente que se avalanzaba sobre ella, le golpeó con el codo en la cara y le torció un brazo.

—¡No los mates! ¡Son humanos, Adam! —le pidió Ruth.

—¡Detrás de ti! —le gritó él saltando a placar a un chico rapado con un cristal roto y desigual en la mano. Alcanzó en el pecho a Adam y éste rugió, le agarró la cabeza con las dos manos y le dio un cabezazo que le rompió el tabique nasal—. ¡Tengo que protegerte! ¡Me da igual si son humanos o putos extraterrestres!

—¡Adam, no los mates! ¡Están poseídos! —advirtió Ruth repitiéndose. Eran humanos en esencia y solo estaban bajo el influjo de almas negras. No podían matarlos.

Ruth podía ver los espectros volando sobre el techo de la discoteca y cómo caían como meteoritos, introduciéndose en los cientos de personas allí presentes, quisieran o no, estuvieran podridos o no. Se peleaban entre ellos como salvajes, con sus puños, con navajas, con cristales que recogían de los vasos que caían al suelo.

—¡Gabriel! —gritó Daanna dando un codazo en el plexo a una chica que quería arrancarle los pelos—. ¡Cúbrete, Gabriel!

Al momento vio como Aileen se lanzaba sobre el chico con cresta y piercings en la cara que iba a atacar al humano. La vaniria respiró más tranquila.

—¿Alguien me cuenta qué está pasando? —preguntó la híbrida.

—¡Llévatelos de aquí ahora mismo! —dijo el jefe berserker mirando a Noah.

Éste se llevó a María y a Gab, y salió corriendo de la sala desatracando la puerta de entrada que habían dejado trabada. Cogió carrerilla, saltó y le dio una patada voladora. La puerta se rompió en varios pedazos. Protegió a María y a Gab mientras los sacaba de aquella batalla campal.

—¡Están poseídos! Son humanos poseídos —explicó Ruth. Olía a azufre. Sintió náuseas y un caudal de energía negra, que como un agujero de putrefacción expulsaba a todos esos espectros y almas negativas que alguna vez había absorbido para que convirtieran el Ministry en el mismísimo infierno—. ¡Salen de algún sitio! —se movió por la sala, buscando el origen de tanta maldad.

La música era atronadora, I have a feeling de Black Eyed Peas retumbaba e imposibilitaba la comunicación a viva voz, habían alzado el volumen y prácticamente era imposible hablar o escuchar nada. Adam se posicionó a su lado, como un guardián.

—Hay vampiros y lobeznos. Esto va a ser una carnicería. No te separes de mí… por favor.

Cuando Ruth lo miró vio una orden y también un ruego. Adam estaba muy preocupado por su seguridad.

—Salen de algún sitio. Lo puedo sentir —le explicó ella adelantándose y haciendo señas—. Si sé de dónde vienen tal vez podría hacer algo…

Adam placó a un loco que saltó sobre Ruth. Cuando Ruth se giró a verlo, se dio cuenta de que el loco tenía garras enormes y la cara huesuda y con inmensos colmillos amarillos. Se asustó y se echo a temblar, porque algo igual a eso que Adam estaba golpeando en el suelo la había arañado en el estómago hacía mes y medio.

—Cúbreme —le pidió ella entornando los ojos y agarrando el arco con más fuerza.

—Eso hago —gruñó noqueando al lobezno, y hundiendo la mano en el pecho hasta arrancarle el corazón.

—Necesito ir al pódium —señaló aguantando las ganas de gritar al ver cómo maniobraba Adam—. Desde allí arriba podría ver…

Caleb bloqueó a otro con su cuerpo y lo lanzó contra la pared.

—¡Esto está infestado! —gritó defendiéndose.

—¿Al pódium? —preguntó Adam—. Muy bien, agárrate a mí —le pidió alzándola de la cintura.

Ruth recordó la misma frase en otro contexto completamente diferente. Tragó saliva y se apoyó en sus hombros. Adam asintió agradecido y de un salto pasó por encima de toda la trifulca, a varios palmos de las cabezas que casi se golpeaban las unas a las otras. Finalmente, se encaramaron a la plataforma.

—Date prisa, Cazadora —la urgió él. Iban a por ella. Los poseídos iban a por Ruth, pero él se encargaría de que nadie le rozara un pelo.

Desde aquel lugar más alto pudo ver cómo tres tíos gordos rodearon a Daanna, y como Menw fue uno por uno, golpeándolos y pasándoselo bien mientras los mordía y se relamía los labios. Daanna lo miraba entre el asombro y la incredulidad, con los ojos llenos de miedo y tristeza. Pálida. Menw se giró hacia ella y le dijo algo, algo que fue como una bofetada para la vaniria porque retrocedió y se llevó una mano temblorosa al corazón. Esos dos se estaban discutiendo y por lo visto no se decían cosas bonitas porque Daanna estaba llorando.

Caleb, por su parte, lanzaba a unos y a otros por los aires, ayudado por Aileen, y los noqueaba. A otros simplemente los empujaba con la mente. Los miembros del consejo de Segdley y Dudley también repartían lo suyo. Pero eran cientos de personas contra ellos diez. ¿Saldrían de ésa?

Barrió visualmente la sala y vio a alguien extraño, separado de todo aquel estado de guerra, como un observador. La capucha cubría su rostro, pero dejaba ver parte de su barbilla. Era un hombre, y estaba susurrando algo. Llevaba una vara en la mano y sobre la vara, una bola negra que lanzaba destellos rojos. De esa bola, a cada destello, emergía un humo negro que al elevarse, se convertía en un espectro. Ruth abrió la palma de la mano y una flecha apareció sobre su piel, siseó para aguantar el dolor, la tensó con maestría en la cuerda del arco, y apuntó. Aquel hombre estaba en trance, no se imaginaba que ella pudiera verlo.

—¿Lo ves? —le preguntó Ruth—. Ese hijo de puta está ahí —dijo con rabia.

Adam miró hacia donde ella miraba, mientras daba una patada voladora a otro suicida que quería matar a su Cazadora. No podía verlo bien, pero lo que Ruth al parecer veía con claridad, él solo vislumbraba sus formas borrosas. Era un hombre encapuchado, un hombre rodeado de magia negra. Seidr.

—¡Es Strike! —exclamó con furia—. ¡Está aquí!

As oyó el grito de Adam y corrió a localizar al berserker traidor. Con un rugido se transformó y fue hacia el lugar donde Adam y Ruth miraban.

Ruth dejó ir la flecha, que como un obús, cruzó la plataforma, y sobrevoló la sala Box hasta clavarse en el pecho del causante de aquel regreso de las almas. Le había dado a Strike. Fue entonces, cuando la flecha lo alcanzó, que As pudo ver al que había formado parte del comitatus miles de años atrás. Pero cuando, furibundo, fue a agarrarlo de la capucha, la imagen se movió como si fuera humo. Parecía un holograma, incorpóreo, inalcanzable, hasta que, finalmente, se esfumó.

Se oyeron gritos extraños provenientes de la ultratumba, y el Señor de los animales y la Cazadora observaron cómo los espectros simplemente se desvanecieron.

Los humanos que habían sido poseídos, se desmayaron, cayendo en redondo al suelo húmedo de sangre y alcohol, de sudor, y repleto de cristales rotos. Muchos de los allí presentes quedaron en shock.

Adam ayudó a bajar del pódium a Ruth. Menw se acercó a As, con Daanna pisándole los talones. Caleb y Aileen, con restos de sangre ajena, también se reunieron con ellos.

—Había nosferatums —comentó Caleb con la cara manchada de la sangre de uno de ellos.

—Ruth ha visto a Strike. Lo ha podido ver y le ha dado con una de sus flechas —explicó orgulloso—. Él ha traído a las almas posesivas aquí.

—¿Lo has matado? —preguntó Aileen acercándose a inspeccionar a su amiga.

—No. Estoy bien. —Se miró el vestido negro que todavía llevaba con dignidad y los zapatos de tacón rojos. Sí, al menos se mantenía en pie muy bien—. Strike no estaba aquí físicamente. Creo que era una proyección.

—Pero se ha llevado un recuerdo tuyo. —Adam la miró con un brillo especial en sus ojos que todavía resplandecían amarillos—. No era una proyección. La flecha se ha clavado en él. Ha venido aquí en un viaje astral, ha trasladado su alma hasta aquí, pero tus flechas alcanzan a las almas. Las flechas de la Cazadora sólo las puede tocar la Cazadora, así que puede que cuando regrese a su cuerpo todavía la tenga clavada. Sufrirá.

—Eso es verdad —apoyó As mirando el destrozo que se había producido en aquel señalado local—. La flecha se ha ido con él. Caleb —se dirigió al líder de los vanirios—, nadie puede saber lo que ha pasado aquí. Tenéis que hacerles una lavadita de cerebro a estos humanos. ¿Podréis?

—Por supuesto —asintió Caleb—. Recogeremos esto, As. Tú ve con tu mujer. Es tu noche de compromiso.

—¿Ha pasado ya el peligro? —preguntó Ruth estremecida.

—Nunca pasa el peligro —aseguró él—. Estaremos en guardia, como siempre.

—Como siempre.

Ruth no podía entender lo que era vivir así. Cada día, cada noche, patrullando por las ciudades, y luchando contra vampiros, lobeznos y demás… ¿Cómo podían seguir viviendo con normalidad?

—Lo hacen —le dijo Aileen—. No queda otra, Ruth. Para los humanos hay un tiempo para la guerra y otro para la vida. Para vanirios y berserkers son una cara de la misma moneda. Ellos simplemente han aprendido a vivir sin disociarlo —se encogió de hombros.

—Fuera de mi cabeza, friki —le dijo agradecida por la explicación de su amiga—. Gracias.

Aileen sonrió y abrazó a su amiga.

—Estás hecha una amazona —la felicitó.

—Habían trabado la puerta de entrada. Estábamos encerrados —dijo Menw sin atender a Daanna, la cual seguía pálida y lo miraba como si no lo conociera—. ¿Y mi hermano?

—Lo vi salir por la puerta de emergencia —Adam se acercó a Ruth para darle apoyo. Ella lo necesitaba por el modo en que había permanecido en medio de aquella batalla. Era admirable, porque por muy mal que fueran las cosas, esa chica no se quejaba nunca. Estaba ahí, y si tenía que ayudar, lo hacía.

—Adam —As se acercó a él—. Acabo de recibir una llamada de María. Liam y Nora están en nuestra casa.

—¿Cómo? Estaban con Rise —su mirada lucía aterrorizada.

—Por lo visto… ha habido problemas.

—¿Qué tipo de problemas?

Ruth, preocupada por los pequeños, salió disparada del Ministry y sin decirle nada a nadie se encaramó a su Roadstar. Liam y Nora eran niños, nadie podía jugar con ellos así. Si les habían hecho algo no sabía lo que sería capaz de hacer. Le dio al botón de encendido y apretó el acelerador, y en ese momento una figura enorme se colocó ante ella privándole la visión.

—Sal de ahí ahora mismo —le ordenó Adam.

—Aparta, chucho. Quiero ir a ver cómo están los pequeños.

Un brillo de agradecimiento refulgió en las oscuridades impenetrables del berserker.

—Están bien. Las tres sacerdotisas los fueron a buscar antes de que pasara nada. Ahora ya ha acabado todo. Sólo ha sido un susto —intentó tranquilizarla—. Sal de ahí.

—¿Qué ha pasado?

—Al parecer entraron a robar en casa de Rise y la golpearon. Está malherida.

—¿Entraron a robar? ¿Y tú te crees eso? ¿Y cómo sabían las sacerdotisas que…? ¿Y los gemelos no han sufrido ningún daño? —le tembló la voz.

Adam, en cambio, tembló por la necesidad de sacarla de ese ridículo vehículo y abrazarla. Ruth quería a sus sobrinos. Los quería con el corazón, y él se deshizo al darse cuenta de ello.

—Yo no me creo nada. Lo único que importa es que ellos están bien. Me importa una mierda todo lo demás —gritó dando un golpe en el capó del coche—. Quiero que salgas de ahí o te saco yo, y no te gustará lo que pasará luego.

Ruth miró el capó y se horrorizó al ver que estaban golpeando a su bombón. Si las miradas matasen, Adam estaría muerto.

—Prométeme que los gemelos están bien.

—Sí, lo están. Yo sería el primero en ir a buscarlos, pero pasarán la noche con As, María y Gabriel. Tú y yo necesitamos esta noche para…

En un acto reflejo la joven aceleró, algo que en realidad no debería haber supuesto nada grave, pero su bomboncito tenía un motor muy potente que no era el de origen, así que el pequeño bólido arrasó a Adam y lo hizo volar por los aires.