CAPÍTULO 20

La mañana lluviosa pasó rápidamente. Los niños quedaron encantados con la película, muchos lloraron emocionados y otros, como Liam, aguantaban los pucheros como podían. Era muy importante para los niños de los clanes aparentar fortaleza, y aguantarse las lágrimas era vital de cara a las niñas. Ruth sintió ternura y lástima por ellos. La educación tenía estructuras parecidas a la de los humanos, rígidas y sexistas. Los hombres debían siempre ser fuertes y aguantar todos los chaparrones sin derramar una lágrima. Eso, seguramente, también había hecho al mundo lo que era ahora. La debilidad era símbolo de fracaso.

Ruth se guardó todas las redacciones en un pendrive y les prometió que a la semana siguiente les diría lo que le habían parecido y si estaban bien construidas o no. También era una manera de entender a Liam y a Nora, y de conocer más a esas dos personitas que ella ya quería incomprensiblemente como si fueran suyas. Los niños se habían adaptado bien a la clase, pero Nora estaba preocupada porque Jared, el vanirio de diez años, no dejaba de incordiarla. El pequeño estaba entusiasmado con Nora, pero la niña no iba a entender nada de eso, así que Ruth le había dado el consejo de que lo ignorara y de que cada vez que él le dijera algo, Nora repitiera: «Oigo el zumbido de una mosca». Y la criatura lo había puesto en práctica con una eficiencia brutal y devastadora para el pobre vanirio.

Al mediodía comió con Aileen. Si Adam fue a recoger a los gemelos, ella no lo vio, ya que se cuidó de no encontrarse con él. A las cinco y media se reunieron con María y Daanna en la puerta del hotel de lujo The Berkeley, en el corazón del Knightsbridge de Londres. Ruth salió de su Smart Roadstar y se guardó sus gafas Carrera rojas en el bolsillo trasero de su mini falda. Llovía de nuevo, un clima espléndido y acorde con su humor. Admiró encandilada la fachada de aquel lujoso y popular hotel. El Berkeley no podía estar en mejor zona. Harrods estaba a apenas veinte pasos, y la avenida donde se encontraba estaba poblada de encantadoras, caras y bohemias tiendas de antigüedades. Se colgó su bolso Escada negro al hombro y se adentró en el hotel.

En la recepción esperaban María y Daanna, que la recibieron con una gran sonrisa. Aileen llegó medio minuto más tarde, las abrazó a todas y las animó a que entraran.

—¿Qué hacemos aquí? ¿Habéis reservado mesa? —preguntó Ruth en voz baja.

—Nos vamos a tomar un té Fashionista. —Explicó Aileen agarrándola del brazo.

—«Prêt à Porter» —corrigió Daanna mirando fijamente al recepcionista.

Ruth se miró las ropas. Allí, en el té de la tarde de Berkeley, había normas de vestimenta. No estaba muy segura de que ellas las cumplieran. Daanna iba con una camiseta negra ajustadísima de lentejuelas y unos jeans de pitillo desarrapados, acompañados con unos tacones de vértigo. Por Daanna ella podría hacerse lesbiana, pensó, admirando la belleza de la vaniria. Ruth celebraba la hermosura de sus amigas. Eran increíbles y llamaban mucho la atención. Aileen y María llevaban vestidos: el de la sacerdotisa blanco y vaporoso que resaltaba su piel aceitunada y su pelo negro y brillante; y en cambio Aileen lucía uno de esos vestiditos de diseño que tanto le gustaban y que decían: se mira pero sólo lo toca uno.

—Tranquila, pequeña —murmuró Daanna viendo la inspección que Ruth estaba haciendo a las ropas que llevaban—. Tenemos reserva. Mira y aprende. —La deslumbrante vaniria agitó su melena azabache y miró al pobre George, el recepcionista, a los ojos. Sus labios gruesos dibujaron una sonrisa y sus ojos verdes eléctricos se dilataron—. Soy Daanna McKenna, y tenemos hora a las cinco y media en el Caramel Room.

—Por supuesto, milady. —Salió de la recepción y él mismo las guio a una mesa apartada en una de las esquinas del salón.

Daanna sonrió orgullosa. Se había aprovechado por primera vez de su don. Nunca se había permitido infringir las leyes ni los códigos de los vanirios, pero estaba cansada, harta y triste, todo a la vez, y había decidido romper con todas esas normas.

—¿Daanna? —Ruth la miró de arriba abajo—. Lo has traumatizado. ¿Sabes a dónde va el pobre George ahora?

—¿A dónde? —preguntó María tomando asiento.

—A cascársela como un mono. Vaniria, ¿no deberías reprimir un poco ese sex-appeal?

Ella tuvo el detalle de sonrojarse y negar con la cabeza.

—Lo siento.

—No lo sientas —la corrigió Ruth—. No puedes pedir disculpas por ser una beldad. Incluso yo me liaría contigo.

María arrancó a reírse y Aileen resopló como un caballo.

—Chicas, un poco de moderación —advirtió María cuando pudo coger aire para hacerlo—. No es el mejor lugar para exteriorizar barbaridades. Por cierto, Madonna está dos mesas a vuestra derecha, ¿la habéis visto?

Ruth y Daanna se miraron la una a la otra ignorando el comentario de María sobre la celebridad. La vaniria le sacó la lengua burlona y la Cazadora bizqueó.

El té de la tarde formaba parte de la tradición inglesa por excelencia. Muchas de las personas que estaban ahí reunidas, seguramente se habían pasado la tarde de compras en las tiendas del Knightsbridge, y para descansar los pies habían decidido gastarse unas cuarenta y ocho libras por cabeza, si querían añadir champán al momento del té. Era toda una experiencia ostentosa. El té de Berkeley no se trataba sólo de un poco de té servido en la mejor porcelana china y acompañado con un trozo de bizcocho. No señor. Aquello era todo un placer. Algunos hoteles, como era el caso, amenizaban la estancia con música en directo como aquellos músicos de jazz que tocaban el piano y el saxo en el pequeño escenario dedicado a ello en el Caramel Room.

Mientras les servían en porciones diminutas los éclairs de chocolate y los bizcochos inspirados en las últimas colecciones de moda, otro camarero les servía el té, y el siguiente les llenaba las copas de champán. Durante el té, bombardearon a Ruth con todo tipo de preguntas. Hablaron sobre cómo era Nerthus, sobre su excelente puntería con el arco y sobre lo que había sido su iniciación. Por lo visto había un pacto para no sacar el tema de Adam por ningún lado.

—¿Has utilizado tu don? —preguntó María sorbiendo la copa de champán.

—Ayer noche. No te imaginas la de almas que había en el bosque. Fue increíble —explicó emocionada—. Reuní a la hermana de Adam, Sonja, con sus hijos y con él mismo. Lloré tanto al verlos juntos.

—Adam debe de estar tan agradecido —supuso María entrecerrando los ojos.

Aileen, que veía por dónde iban los tiros de María quiso echar un guante a su amiga cambiando de tema.

—Bueno, Ruth. ¿Ya no se presentan las almas de sopetón, entonces? —preguntó.

—Las percibo antes. Pero sobretodo debo convocarlas por la noche. Es la manera de no volverme loca. Si no, imagínate, estaría hablando con vosotros y con veinte muertos más. No, gracias. —Mordió un bizcocho y miró a María. Sus ojos dorados rezumaban auténtico interés—. ¿As intercambia su chi contigo? Tienes un aspecto increíble.

La elegante mujer se secó la boca pulcramente con la servilleta. Los ojos negros azabaches le brillaban como nunca y los rasgos se le habían suavizado devolviéndole parte de la juventud que, inevitablemente, se perdía con los años mortales.

—As hace muchas cosas conmigo. Y sí, comparte su chi desde el primer día y yo le doy el mío. ¿Sabes ya lo que es el chi, hermanita? —María podría formar parte de la Inquisición si quisiera.

—No sé hasta qué punto me apetece oír nada de esto —comentó Aileen disgustada.

—Pues a mí sí. —Daanna puso cara de interés—. ¿Qué hace As contigo?

—¿Te has acostado con Adam? —contraatacó la sacerdotisa ignorando a Daanna.

—No puedes contestar a una pregunta con otra. —Ruth la señaló con el bizcocho—. Yo he preguntado primero.

—Hueles a berserker. Hueles mucho. —Daanna tomó un sorbo de té. Ruth puso los ojos en blanco y se rindió.

—Sí. Me he acostado con él, pero él no quiere nada conmigo.

—No hace falta que quiera. Tiene el collar —María se señaló el cuello.

—María es una dominatrix —murmuró Aileen sin podérselo creer.

—Ya no —contestó Ruth—. Se lo he quitado esta mañana.

—¿Cómo? —exclamaron las tres a la vez.

—Odio ese collar. Lo odio. No me gusta. Al principio pensé que sería divertido poner a Adam entre las cuerdas, pero es una maldita arma de doble filo. Es peligrosa. Así que para que Adam viera que no tenía que sentirse obligado conmigo, lo liberé.

—Estás enamorada de él —sentenció María.

Daanna y Aileen comieron a la vez otro éclair de chocolate. Aquellos pastelitos eran una delicia. La traducción al castellano era «relámpago» y los llamaban así porque el glaseado que llevaban por encima los hacía brillar como rayos. Se parecían a las lionesas, pero en vez de ser redondos, eran alargados.

—¿Cómo lo sabes? —¿Tanto se le notaba?

—Porque, Ruth, el collar no se abre si no hay amor de por medio. Es la única manera de obtener la redención total. Me lo explicó As. Todos los berserkers lo saben.

Mierda. Ahora Adam sabía también que ella tenía profundos sentimientos hacia él. No podía humillarse más.

—¿Te gusta desde hace tiempo?

—Desde que lo vi. Debo parecer patética. Voy a beber. —Se bebió la copa de champán de golpe y el camarero inmediatamente le llenó la copa de nuevo.

—No me puedo creer que Adam te muerda así y no te reclame… —dijo Daanna disgustada—. Todos los hombres son unos cerdos.

—No todos —contestaron Aileen y María mirándose con complicidad.

—Dentro de dos noches es luna llena. —María tomó a Ruth de la mano, transmitiéndole las fuerzas que le faltaban a la joven—. Si te reclama entonces, serás de él para siempre. Y prepárate, pequeña, porque te aseguro que no habrás visto nada parecido en toda tu vida.

Aileen se tapó los oídos y empezó a tararear como una demente.

—Ignórala, en según qué cosas todavía es una niña —le dijo Ruth haciendo referencia a Aileen y centrándose en la sacerdotisa—. Adam no me va a reclamar. No me quiere.

—Cuando un berserker marca a una mujer como él ha hecho contigo, hay un interés profundo, hermana. La noche que el lobezno te arañó en el estómago, fue él quien te socorrió. ¿Sabes por qué sanaste tan rápido?

—Porque es especial —aseguró Daanna.

—No. No es por eso. —Le retiró un mechón de pelo caoba de la cara—. Adam te ofreció su chi. Lo hizo consciente o inconscientemente, no lo sé. As y yo hemos hablado de esto a menudo. Él te dio su energía para que te curaras. Hace dos noches, cuando contactamos contigo mentalmente en el tótem y te dimos nuestros ánimos, percibí las heridas físicas que tenías. Mírate ahora. No tienes ninguna.

—Es por la ambrosía que me ofreció Nerthus para hacerme inmortal.

—No —aclaró María—. La ambrosía hace el efecto al séptimo día, Ruth. Sigues siendo mortal hasta que no pasen cuatro noches más. Te curas porque él te entrega su energía. No lo puede evitar.

Ruth se quedó de piedra al oír eso.

—Pero él me ha dicho que no me ha elegido a mí.

—Es su decisión, pero se equivocará si no te escoge, porque su cuerpo y su instinto ya te han elegido. Sería una traición absoluta si se va con otra mujer.

—¿Crees que no me siento ya traicionada? ¿Que no me duele cómo él me rechaza? —Se acongojó y arrugó la servilleta en una mano—. No lo soporto.

Daanna se compadeció de Ruth y le acarició la pierna.

—Entonces dale una lección —la animó la vaniria.

—Eso tengo planeado. No me quiere como chica suya —hizo la marca de las comillas con los dedos.

—Uy, menuda chispa que tienes, Ruth. —Continuó la broma Aileen.

—Vaya, te ha salido un chiste —murmuró Daanna sonriendo.

—Pues si yo fuera tú, hermana —comentó María—, esta noche haría que Adam se achicharrara nada más verte.

—Eso si antes no le corto la chistorra —dramatizó Ruth.

Dos de las señoras de la mesa de al lado mandaron a callar a las chicas, escandalizadas con lo que, muy a su pesar, oían.

Daanna las fulminó con la mirada y ambas mujeres dejaron caer el cuello hacia delante y hundieron sus regordetas y maquilladas caras en los respectivos platos de bizcochos y chucherías.

Chismosas —susurró Daanna entre dientes.

—¿Las has matado? —preguntó Aileen horrorizada.

—Sólo están echando una siestecita —contestó Daanna comiéndose el séptimo éclair. Irritada, miró como la híbrida se partía de la risa viéndola comer—. No me mires así, Aileen. Tengo hambre. Siempre tengo hambre. Es uno de los fabulosos dones de la zorra de Freyja.

Ruth no pudo aguantarse la risa. Los vanirios siempre tenían un hambre voraz y comieran lo que comieran nada los saciaba. Algunos enloquecían por esa necesidad y al final acababan bebiendo de la sangre de los humanos, de la cual se volvían adictos y enfermaban. La enfermedad se llamaba vampirismo y era irreversible.

—Ya lo sé —contestó Aileen comprendiendo a su cuñada—. ¿Dónde está Menw?

—¿Por qué siempre que me sacas el tema del hambre me preguntas por Menw?

—¡Ésa la sé! —exclamó Ruth emocionada.

—Cállate, Cazadora. —Daanna le metió un bizcocho en la boca a Ruth—. Para vuestra información, esta noche he quedado con Gabriel.

—¿Con Gab? ¿Por qué? —preguntó Aileen.

—Es mono. Divertido. Me hace reír.

Ruth y Aileen se miraron alarmadas. ¿Daanna y Gabriel?

—Gab es todo eso porque es un cielo de hombre. Pero no hace que se te alarguen los colmillos, ¿verdad? —señaló Aileen.

—Y en cambio tú sí que haces que a él se le alargue otra cosa —puntualizó Ruth bebiendo otra copa de champán—. No juegues con él.

—Nunca he jugado a nada con nadie. No soy así —gruñó Daanna.

—Parecemos cuatro verduleras. Menos mal que estoy yo aquí para controlaros un poco. ¿Nadie os ha enseñado protocolo? —María pidió la cuenta al camarero.

—¿Verduleras, dices? Fíjate en esas vacas con narcolepsia —Daanna se cruzó de brazos, molesta por la advertencia—. Aún mantienen las pamelas en la cabeza. ¿Dónde está el protocolo ahí?

Las tres miraron a las pobres mujeres víctimas de los poderes mentales de la vaniria. Y sin poder, ni querer evitarlo, disfrutaron de un sonoro ataque de risa.

Cuando Adam dejó el Hummer en la calle paralela de Coldharbour creía tener todo planeado para ganarse a Ruth. La conversación con Gabriel había sido fructífera. El joven intentó ser poco conciliador con él, pero su naturaleza bondadosa acabó haciéndolo ceder. Adam estaba seguro de que eso no le hacía sentirse orgulloso de sí mismo, pero lo que el humano había hecho, seguro que haría muy feliz a su amiga. En aquel momento, era la única que importaba. Ruth y lo que ella quisiera de él.

La vida de Ruth no había sido un lecho de rosas como él había erróneamente creído. ¿Cuánto margen podría tener Adam para equivocarse de nuevo con ella? Seguro que ya no le quedaba porque era lo que se había dedicado a hacer desde que se conocieron. Cagarla una y otra vez.

—¿Por qué no le preguntas tú lo que necesitas saber? —le reprochó Gabriel.

—Porque no va a hablar conmigo. Las cosas se han puesto un poco feas entre nosotros.

—¿Es que hay un «entre vosotros»? —El humano hizo que lo siguiera hasta la cocina—. Veo que no llevas el collar.

—Hay un «algo» —contestó Adam. Era mucho más que eso, pero no estaba preparado para admitirlo ante nadie ni ante sí mismo—. Ruth me ha liberado de él.

—Ruth es demasiado buena para ti.

—Puede ser —contestó con humildad.

Después de esa confesión, hablaron toda la tarde sobre lo que su amigo conocía de la Cazadora.

—Cuando Ruth oía las voces —le había explicado Gabriel mientras le lanzaba una cerveza y se sentaban en las butacas alrededor de la barra americana de su casa—, sus padres pensaron que estaba poseída por el demonio. Son evangelistas, muy fanáticos y forman parte de una secta. Están locos. Llevaban a sus amigos de la secta, rodeaban a Ruth y hacían exorcismos cuando todavía era una niña. ¿Le has visto las marcas?

Adam ni siquiera abrió la cerveza. Se quedó mirando la lata, y una bruma roja lo cegó. Su cuerpo tembló y a punto estuvo de entrar en cólera cuando oyó lo que sus padres habían hecho al pobre cuerpo de Ruth. Aguantó estoico lo que le explicaba Gabriel sobre los tratamientos poco ortodoxos que empleaban para con ella, para sanarla y purificarla, para eliminar a Satán de su piel. Maldita sea, sólo era una niña. Una niña lo suficientemente sensible como para oír a las almas que todavía seguían en el plano físico.

No había visto las marcas. Joder, no se había fijado, no se había tomado la molestia de verla bien y de inspeccionar su piel. Se imaginó a Ruth, tan pequeñita, llorando con sus fantásticos ojos dorados, sin poder defenderse. Atada a… tragó saliva, le entraron ganas de vomitar, de gritar, de desgarrarse la camiseta ahí mismo y destrozar la casa. Si alguna vez tenía la oportunidad de encontrarse con aquel dechado de virtudes de padres se iba a encargar de ellos personalmente. Lenta y meticulosamente, como todo lo que habían hecho con su chica. ¿Su chica? Suya.

Por eso, Ruth, cuando había alcanzado la mayoría de edad, se había cambiado los apellidos. No quería tener nada que ver con ellos. Su familia, que tenía raíces inglesas, la había rechazado, y ella los había rechazado a ellos. Gabriel le había dicho que el inglés era el idioma materno de Ruth, pero eso él ya lo había descubierto antes. Sus padres la habían maltratado y ella los había negado ante la justicia. Causa y efecto, otra vez.

Él mismo la había menospreciado, y ahora seguramente no querría volver a estar con él nunca más. Y ese efecto en especial era desolador. Debido a eso, también, cuando discutieron en la cocina de la casa de Aileen y él le dijo que si quería unos azotes, Ruth palideció. No lo hizo a propósito. Él no sabía nada de ella entonces.

Gabriel era un tío honesto y leal que se encargaba lo mejor que podía de cuidar de sus amigas. Pero ahora Aileen ya tenía quien cuidara de ella, y Ruth… Ruth también. Los recelos respecto a ellos dos, a su relación con ella, no habían desaparecido del todo, porque seguía teniendo miedo de equivocarse y de perder, de fracasar y de salir engañado, pero si no lo intentaba se lo iba a echar en cara toda su vida. Y era una vida muy larga como para cargar con sus desaciertos.

Ahora, cansado de sí mismo y de su ceguera, se iba a encontrar con ella en el Dogstar. Mañana hablaría con Margött y le diría que no había futuro para ellos. En ese momento su prioridad era la Cazadora, y lograr que lo escuchara iba a ser difícil, pero no imposible.

El Dogstar era uno de los pubs más importantes y originales de la capital, y creaba tendencia siempre. A As le encantaba porque decía que tenía un espíritu que iba mucho con la esencia berserker. A Adam siempre le había encantado ir a ese local a tomar unas copas con Noah. Le gustaban mucho los DJ’s que allí pinchaban. Massive Attack y The Order, entre ellos.

La verdad era que la decoración del lugar puede que pegara ese día más que nunca con su estado emocional. Las paredes, que estaban pintadas en tonos grises oscuros y rojos, contrastaban con el mobiliario blanco que era el color de las chimeneas y los marrones claros de la decoración en general. Le recordaba a su casa, aunque su hogar era más de diseño. El local estaba dividido en tres plantas inspiradas en Art Decó. Marcos de todo tipo y tamaños lucían colgados en las paredes. A él le gustaban particularmente dos cuadros. Uno enorme circular en el que se reflejaba la cara de un doberman y otro, que fue un regalo de As al dueño del pub, que era un escudo berserker. El escudo de guerra berserker era un símbolo de casta y valentía. Tenía tonos dorados y plateados, dos oks auténticos lo atravesaban, en el centro se veía tallada en acero la cara de Odín y había un pequeño lobo aullando en el medio y que se apoyaba en las piernas traseras. Lo habían colgado en la planta VIP, que era donde ellos iban a estar para celebrar la reunión.

Todos los salones tenían su propia decoración. Algunos lucían sillones de piel roja y marrón, otros, mesas de madera clara tapizadas con manteles rojos. Era variopinto, pero sí que mantenía una esencia de antiguo y moderno que bien podría ir con lo que era el berserker. Un ser más bien hogareño y protector de lo suyo, pero que, dado el caso, podría reinventarse para hacerse más accesible a los demás.

Cuando entró en el pub se encontró a su mejor amigo tomando unas copas en la barra y hablando con el barman. Noah llevaba una camiseta de color borgoña muy ajustada y unos tejanos negros anchos y bajos de cintura. No entendía cómo ellos dos se llevaban tan bien. Adam era la noche y Noah el día. El carácter extrovertido y amistoso de su amigo rubio, no tenía que ver con el introvertido y más bien seco de él. Pero Noah era un pilar para él, su hermano por elección de corazón, por comitatus.

La música del grupo finlandés HIM sonaba de fondo. A él personalmente no le gustaba mucho, pero era el grupo favorito del leder, así que tenía que aguantarlos. Adam hubiera preferido otro tipo de música. Algo como Eminem, One Republic, Linkin Park… Ése era su estilo. Sus sobrinos lo obligaban a escuchar Tokio Hotel porque Nora estaba enamorada de su cantante, que él estaba seguro que era hermafrodita. Y pocas veces podía poner a tope a sus grupos favoritos. Pero cuando iba solo en el Hummer, que también era algo que pasaba pocas veces, entonces se desmadraba.

—¿Qué pasa, chamán? Me han dicho que ya no llevas el collar —le susurró Noah.

—Joder con las noticias, vuelan rápido. Ponme un cubata de tequila con melocotón, Gio. Con hielo —le pidió al barman.

—Ruth no ha llegado todavía —murmuró Adam. No olía a melocotón, sólo al de su bebida, por tanto, ella no estaba ahí. Sacó su iPhone y la llamó.

—Ten paciencia, tío. La verdad es que faltan algunos por llegar todavía. Caleb y Aileen están arriba, pero todavía no he visto ni a su hermana, ni al sanador, ni al druida, así que ellos también llegarán en cualquier momento.

Adam gruñó cuando entendió que Ruth no iba a cogerle el teléfono. Tomó su cubata y bebió un sorbo largo.

Noah silbó.

—Vaya, vaya, chamán. Te veo un poco nervioso…

—Que te den.

La puerta se abrió y aparecieron Gabriel y Daanna hablando y riéndose de algo que les había sucedido. Gab mantuvo la puerta abierta para ella. Quien los viera vería algo inevitable. A él enamorado de la vaniria, y a la vaniria, que lo apreciaba como a un amigo. Los saludaron al entrar. Daanna le echó una mirada de desprecio capaz de convertir a una persona en piedra, pero él no era una persona cualquiera. A continuación, la vaniria saludó con respeto a Noah. Adam se fue hacia ellos.

—¿Dónde está Ruth? —preguntó. Su humor se volvía cada vez más negro. Algo en él estaba incompleto y el pecho le oprimía provocándole una sensación de ansiedad muy desagradable.

—Estará al llegar. Me ha llamado hace cinco minutos y me ha dicho que ya venía hacia aquí —contestó Daanna con frialdad.

El berserker se tranquilizó y volvió con Noah.

—Limbo me ha llamado. Me ha dicho que esta noche no podía venir porque quería averiguar algo relacionado con el paradero de Strike. Me ha pedido que mañana nos reunamos con él, solos tú y yo. Nos enviará un correo durante el mediodía con todo lo que ya tiene para adelantarnos información.

—¿Dónde nos reuniremos con él? —se frotó el pecho a ver si así la opresión se relajaba.

—En su casa, por la tarde.

—Allí estaremos.

La puerta del pub se abrió, y Adam se quedó de piedra cuando se encontró con Margött, que lo miraba fijamente, con una sonrisa lobuna en su exuberante boca.

—La loba ha llegado… —murmuró Noah dándole un golpe de apoyo en el hombro y desapareciendo de allí.

—¿Qué haces aquí, Margött? Pensaba que te quedabas en la casa-escuela con los pequeños —dijo incómodo.

—No te preocupes, los he dejado a cargo de Rise, están en su casa. Mi hermano me ha dicho que hiciera una excepción y viniera hoy aquí en su lugar, que él estaba ocupado. Como sabía que ibas a estar tú aquí, no he podido negarme. Si voy a ser tu mujer puedo estar a tu lado, ¿verdad? —se acercó a él y le pasó la mano con posesión por el pecho. Él la agarró de la muñeca con determinación—. Te echaba de menos —se acercó a él y lo besó en la barbilla.

—Margött, quería hablar contigo… —se apartó ligeramente.

—Hola.

Adam hizo a un lado a la berserker y no le hizo falta levantar la mirada para saber quién había entrado. Atormentado y furioso consigo mismo, observó a Ruth, el increíble melocotón que él había rechazado, y que ahora estaba allí de pie, precedida por Cahal. Por Odín, qué mujer más sexy. Llevaba un vestido corto y negro, vaporoso, con un escote de palabra de honor, y unos zapatos rojos de tacón peligroso. Sus ojos de gata permanecían abiertos, mirándolos de par en par, un poco pálida. Herida. A la Cazadora no le gustaba nada lo que estaba viendo. Y a Adam tampoco le gustó lo que vio reflejado en sus ojos. Cahal apretó los puños y mató al chamán con la mirada. Agarró a Ruth de la mano, le besó los nudillos y dijo:

—Vamos arriba, muñeca.

Ruth apenas podía moverse, hasta que el druida tiró de ella delicadamente. Aquella mujer despampanante estaba tocando a Adam, y lo hacía con propiedad como si fueran una pareja de verdad. Le dolía el corazón, le dolía de verdad.

Cahal tiró de ella hasta llegar a la planta superior, y cuando llegaron al rellano y se alejaron de la vista de todos, la tomó de la cara.

—Escúchame, bonita —le dijo dulcemente—. Sé perfectamente que ese tipo de ahí abajo te gusta. Lo noto en el olor, lo noto en todo.

—Ni siquiera la quiere. Él ni siquiera…

A Ruth se le llenaron los ojos de lágrimas y no le hizo falta parpadear para que se derramaran por sus mejillas. Intentaba prestar atención a las palabras de Cahal, pero sentía un vacío infinito en el pecho. Aquel rubio era lo más sexy que había visto en su vida, y sin embargo, ella sólo pensaba en el moreno de corte militar que había en la planta de abajo.

—Utilízame, Cazadora —le ordenó Cahal con sus ojos azules y claros centrados en ella—. Úsame para darle celos a ese cretino.

¡Qué manía tenían los hombres con que los utilizara!

—¿Por… por qué iba él a sentir celos? —no lo entendía—. Ha dejado claras sus intenciones. Me la está pasando por los morros. ¿No lo ves? Cahal le secó las lágrimas con los pulgares.

—Chist… hoy, ahora, eres el caramelito más intocable que hay en Londres. Y eres preciosa. Todos te protegen, todos cuidan de ti, y el único que, por lo visto, no lo ha hecho es Adam. Demuéstrale lo que se pierde.

—Pero ¿has visto a esa mujer? —susurró ella sintiéndose cada vez más pequeña—. Ha salido de la revista Elle. Y lo estaba acariciando como si… —se tragó el nudo que tenía en la garganta y se rindió. Sólo había intentado querer de verdad a dos hombres en su vida. Uno era su padre y el otro era Adam. Ninguno de los dos la había querido. Los dos la habían rechazado por lo que creían que era. No la veían.

—Tú eres bonita. Eres única como tienes que ser. Esa mujer parece una Barbie, tú eres auténtica, de verdad.

—Le odio, Cahal —exclamó dejándose abrazar por él. Sollozando contra su pecho duro como el granito y cálido como el sol.

—No. No es verdad, monada. —La meció con suavidad—. Pero vamos a asegurarnos de que él me odie a mí.

Los berserkers y el grupo selecto de vanirios estaban juntos en la sala VIP del Dogstar. De entre los vanirios, se encontraban las tres parejas que representaban a los condados de Walsall, Segdley y Dudley. Aileen y Caleb, Gwyn y Beatha e Inis e Ione. Noah, Adam y As eran los representantes más pesados del clan berserker de Wolverhampton. Ellos llevaban todo el peso de los clanes. Gabriel, Ruth y María hacían acto de presencia como humanos colaboradores. Ruth ahora tenía relevancia como pieza importante en el desarrollo del posible Ragnarök, y eso, pese al dolor que sentía por ver a Adam con Margött, la hacía alzar la barbilla orgullosa.

La rubia berserker la miraba con interés, mientras se cogía al brazo de Adam como si fuera un pulpo. Esa mujer marcaba el territorio como una perra. Adam, por su parte, no quitaba los ojos de encima a Cahal, que a su vez lo retaba con la mirada a que diera un paso adelante por la Cazadora. Menudo lío.

Ruth no estaba cómoda. Era tan violento ver cómo aquella rubia lo tocaba. No la envidió por los atributos físicos que sin duda tenía; se parecía mucho a la actriz Katherine Heighl, toda exuberante y atrevida. La envidiaba por esas cualidades de las que ella carecía. Rasgos y particularidades que Adam valoraba. No sabía cuáles eran y eso la frustró todavía más.

As hablaba sobre el dossier que había redactado Ruth aquella mañana, mientras disfrutaban de un bufet libre y selecto que les habían preparado especialmente.

Según el informe de Ruth, la gente que contactaba con el foro procedían de Chicago, Escocia y Rumanía. Sólo había tres contactos fiables de todos ellos, que mostraban más interés y más conocimiento que el resto sobre mitología celta y escandinava. Sin embargo, al rastrearles, no habían logrado fuentes fiables, y las IPs desde las que conectaban eran dinámicas, excepto una IP fija de un Starbucks de Chicago.

El foro y la web era un modo lento y poco certero para ponerse en contacto con todos los miembros desperdigados, fueran vanirios o berserkers, pero les había dado como mínimo tres referencias sobre posibles ubicaciones de los miembros de los clanes. Sin embargo, era frustrante no tener más apoyo externo mientras Loki y su séquito se hacía cada vez más grande.

—Nos están machacando por todos lados —afirmó As con contundencia—. Vamos a por todas, aunque sea a ciegas. Necesitamos a alguien que se desplace a estos lugares y ver si realmente hay vanirios y berserkers allí.

—¿Por qué creéis que estarían dispuestos a ayudaros en caso de que los encontrarais? —preguntó Ruth cobijada bajo el musculoso brazo de Cahal—. Por lo que yo sé, tenéis traidores en vuestros propios clanes, gente que juró proteger a la humanidad y que ahora se vuelve contra su propio juramento.

—Pasa lo mismo con vosotros, los humanos. Os matáis y os traicionáis los unos a los otros, ¿no? El mundo está al borde del caos, Cazadora, no te digo que no tengas razón —contestó As solemne—. Pero incluso en el caos hay equilibrio.

—Ruth ha dado en el clavo. Vosotros permanecéis inalterables a vuestros códigos porque habéis estado juntos todo este tiempo —opinó Gabriel con tranquilidad—. Durante siglos habéis adoptado ese comportamiento tribal. Sin embargo, otros se han rebelado, como por ejemplo Julius o por ejemplo Samael, en el caso de los vanirios. El poder de Loki es incalculable respecto al vuestro. Los vanirios y los berserkers pueden convertirse en vampiros y lobeznos si ceden al dios manipulador. ¿Y si se han convertido ya? ¿Qué esperanzas hay de que sólo los miembros de Black Country puedan detener al Mal?

—Todos somos libres de tomar nuestras propias decisiones —entendió As—. El camino fácil es ceder, el otro es permanecer inalterable. El poder no puede contra una conducta disciplinada, y si nosotros hemos podido, no hay que dudar de que otros no lo hayan logrado.

—No creas que es fácil, Cazadora —aseguró Caleb entrelazando los dedos con Aileen—. Ahora mismo da la sensación de que los dioses nos han abandonado. El dios del Mal es Loki y está presente aquí, en esta tierra que nos toca defender. ¿Dónde están los nuestros? ¿Qué sabemos de Frey, Freyja y Njörðr? ¿Qué sabemos de Odín, Tyr y Thor? ¿Dónde coño están? Loki puede jugar sucio y hablar con los que se rebelan, y sin embargo, Odín es incapaz de bajar y echar una mano al plan que él creó.

—Creo que no os dejaron tan abandonados —musitó Ruth—. Creo que han dejado ases en la manga, justo aquí, lo que pasa es que todavía no es el momento para que se desvelen.

—¿Te gusta el póquer, muñeca? —susurró Cahal.

Estaba convencida de que todos habían oído el gruñido animal de Adam, incluso Margött, pero habían hecho oídos sordos. Ella lo miró de reojo y él apretó la mandíbula desviando la mirada.

—Yo lo veo como una jugada de póquer, sí —contestó Ruth alzando la voz con seguridad—. Creo que hay que ver las cartas al final. Es un pulso entre nosotros y ellos. Nerthus me inició hace tres noches. Nadie contaba conmigo, y ahora estoy aquí, y os prometo que haré lo posible con esas almas perdidas o secuestradas o lo que sean, y patearé a los malos tal y como vosotros hacéis. Lo que pase ahora o lo que deje de pasar tendrá consecuencias directas en el Ragnarök. De eso se trata. Todo tiene que ver con el final de los tiempos, cualquier movimiento que hagan Loki y su séquito tiene como objetivo prepararse y provocar el jodido fin del mundo, la Diosa me lo dijo. Debemos ir paso a paso. Claro que hay que contactar con los miembros perdidos alrededor del mundo, pero por ahora, la Black Country es como la boca del infierno.

—Muy bien dicho, Buffy —Cahal se acercó más a ella—. Tú has sido nuestro as en la manga.

—Y tenemos que centrarnos en el aquí y en el ahora —continuó Ruth intentando ignorar el cuerpo caliente del vanirio—. Strike quería acabar con la vida de Adam y quería llevarse a Liam y a Nora.

—Muy bien, doblaremos la seguridad en la escuela. Liam y Nora necesitan protección doble. ¿Tienes idea de por qué van en busca de tus sobrinos? —As masticó un pincho lleno de verduras y tofu.

—No. —Los ojos de Adam regresaron a Ruth, no sólo porque no podía dejar de mirarla, sino porque lo que había dicho era muy relevante—. Y no creo que tenga que ver con la organización Newscientists. El motivo por el que fueron a mi casa era otro. Los gemelos sólo tienen siete años, son inofensivos.

—Y aún así sólo venían a por ellos —aclaró Ruth—. Algo poseen que ellos quieren. Son especiales. Si Loki está tan interesado en ellos será por algo.

—Bueno, también querían matarme, ¿recuerdas? —preguntó Adam con más veneno del que pretendía escupir—. Lo intentaron.

Ruth lo miró inexpresiva.

—Un daño colateral.

—¡Un daño colateral, dice! —Adam estaba que echaba chispas. ¿Si él hubiera muerto a ella le habría importado?

As puso paz.

—Hace mes y medio, el plan de Samael y Mikhail era secuestrar a los pequeños de los clanes y unirlos. Un plan asqueroso de procreación —explicó levantándose del sillón de piel y dirigiéndose a observar el escudo berserker que colgaba en la pared—. Uno de los objetivos de Newscientists sigue siendo ése. Crear una hibridación capaz de sustentar a los vampiros y devolverles la capacidad de salir bajo la luz del sol. Aileen es la prueba de que su sangre ha permitido que Caleb camine bajo ella. Pero también quieren crear una raza inmortal, ver la genética de nuestra sangre y traspasarla a los humanos que elijan. Hacerles invencibles prácticamente. Strike y Lillian pueden buscar algo completamente diferente. Trabajan con los espíritus. Hummus también forma parte de Newscientists y él podría tener otro objetivo.

—Y Lucio y Seth —añadió Caleb—. Estos vanirios, si es que todavía lo son, también están en la cúpula de la organización.

—Sea cual sea el motivo por el que ellos también se han rebelado, lo que está claro es que el objetivo final es provocar el terror —dedujo Gabriel pasando una mano por sus rizos rubios—. Un terror que puede desencadenar el fin de los tiempos. No importa cómo se consiga. Es el motivo principal por el que Loki manipula a los miembros de los clanes y a los humanos. A los hechos me remito: espíritus malignos que toman nuestros cuerpos; almas que no pueden regresar al cielo y que rompen así el ciclo de reencarnación; ejércitos mutados con sangre de razas inmortales; vampiros, lobeznos y humanos que venden sus almas por el poder… es el Apocalipsis. Sabe muy bien lo que hace. Las profecías más populares hablan de ello.

—Limbo me ha dicho que está averiguando cosas sobre el paradero de Strike y Lillian —comentó Noah.

—¿Mi hermano? —preguntó Margött horrorizada. Se giró hacia Adam y lo agarró de la camiseta—. No sabía nada de esto. Prométeme que no le pasará nada, chamán. ¿Es eso lo que estaba haciendo? ¿Por eso no ha podido venir? ¿Por eso me ha enviado a mí?

Adam miró de reojo a todos, incómodo por aquella muestra de desesperación de la berserker.

—Sí, era por eso. Pero tranquilízate, Margött. —Adam retiró uno a uno los dedos como garras de la mujer—. Te prometo que no le pasará nada.

—¿Dónde está él ahora? —le preguntó preocupada.

—No lo sé. Nos ha reunido mañana por la tarde en su casa —dijo en tono tranquilizador.

—¿Hay algún motivo por el que no haya asistido hoy el sanador? —preguntó As de repente.

Caleb giró la cabeza hacia Cahal y éste se removió en la silla.

—Me ha dicho que vendría inmediatamente. Está trabajando con unas nuevas fórmulas…

—¿Fórmulas para qué? —María y As eran tal para cual. La pura Inquisición.

Daanna se inquietó. ¿Por qué Cahal rehuía a mirarla? ¿Dónde estaba Menw? Él nunca faltaba a esas reuniones. El estómago se le encogió.

Beatha y Gwyn se miraron el uno al otro, preocupados, y Aileen también percibió esa tensión.

Ruth frunció el ceño. ¿Qué era ese frío repentino?

—Para una vacuna contra el mordisco del vampiro y… algo que pueda paliar el vampirismo y que ayude a soportar la abstinencia de la sangre humana sin necesidad de entregar el alma a Loki.

—Pero yo tenía entendido que Loki los mutaba —intervino Gabriel confundido—. Pensaba que él os convertía en vampiros.

—En realidad no es así exactamente —contestó Caleb con un deje de vergüenza—. Prueba a pasar cada segundo de tu inmortal vida con un hambre famélica e insaciable. ¿Crees que es sencillo?

—Me imagino que no es fácil —opinó Ruth.

—Loki te da la opción de no sentir nada cuando te rindes a la sangre. El vanirio puede vivir sin sangre, pero es una lucha continua porque la necesidad de ella la tenemos, pero sólo de nuestras parejas, está en nuestra memoria genética, en la que los dioses nos mutó. Ahora, prueba a decirle eso a tu mente, que cuando ya está desesperada y se ha rendido a la necesidad bebe sangre humana por primera vez y descubre la ambrosía. Como no es la de tu pareja sigues queriendo más y más, empieza la adicción y tu cuerpo sufre los cambios. El vanirio se transforma en vampiro, bebe sangre humana a diestro y siniestro. No creas que se sacia, el impulso es cada vez más fuerte. La sangre es más jugosa cuando la adrenalina de la víctima se dispara, y eso sucede cuando está a punto de morir. Entonces el vampiro no puede parar, no se detiene. Se convierte en un asesino. El vampiro es como un drogadicto y Loki es su camello. Él viene y te ofrece una eternidad sin responsabilidades ni cargos de conciencia. Puedes beber sangre y matar tantas veces como quieras sin que la vida que te llevas te suponga ningún trauma. ¿Dirás que no? —Mordió una zanahoria asada y le ofreció la mitad a Aileen.

—Y es cuando se suman a sus filas —comprendió Ruth—. Él se lleva sus almas y asunto resuelto. Entonces sólo queda un cuerpo frío y con colmillos, pero sin corazón. Cero remordimientos.

—Exacto.

—Si el vanirio es honorable, buscará la muerte antes —continuó Menw en el umbral de la puerta de la sala VIP. Vestido todo de negro y con aire peligroso, llevaba el pelo rubio suelto y salvaje. Su rostro se cobijaba tras las sombras de la habitación. Sus ojos, tan azules como el cielo despejado, lucían peligrosos y depredadores. Su cuerpo fibroso rezumaba una agresividad controlada por los pelos. En el suelo, a cada lado de sus piernas, reposaban desmadejadas dos enormes bolsas militares de piel negra—. Y si no lo es, siempre estará dispuesto a escuchar los cantos de sirena de Loki, hasta que al final caiga y ya no haya salvación, ni para él ni para los que le rodeen.

Daanna botó ligeramente en el sofá. La frialdad en la voz de Menw le puso la piel de gallina. Su estómago se encogió de hambre y de incertidumbre por la actitud del vanirio. Gabriel colocó el brazo en el respaldo del sofá, por encima de Daanna. La vaniria lo miró alarmada. Menw ya no tenía ese aire melancólico en los ojos, ni siquiera la pose era serena y segura de sí misma como siempre había sido, ahora ladeaba la cabeza lentamente y miraba a Gabriel como si estuviera viendo a una rata que había que exterminar.

—Tu hermano nos ha contado lo que estás haciendo —As lo estudió con atención—. Es honorable. Pero el vampirismo no tiene cura, Menw.

—Eso, líder As —contestó sin apartar la vista de Gabriel y de Daanna—, lo decidiré yo. ¿No te parece? Loki cree que puede jugar con todos, pero yo le meteré sus suposiciones por el culo.

Bráthair[37] —Cahal se levantó dejando sola a Ruth—. ¿Qué llevas ahí? —le puso una mano en el hombro para hacerlo volver en sí. Su hermano se había quedado bloqueado al ver a Daanna tan cerca de otro hombre. Un humano, además.

—He traído nuevos botiquines. Me han contado que agotasteis los últimos hace poco —explicó Menw recuperando parte de la serenidad—. Pensé que estaría bien aprovechar y traerlos hoy ya que nos reuníamos todos aquí.

—Está bien, muchas gracias, Menw. —As ayudó a Cahal a repartir los botiquines, todos ellos con inyecciones de choque, desodorantes y antídotos contra aquellas drogas y artefactos que utilizaban los miembros de Newscientists contra ellos—. Vamos a contactar definitivamente con esta gente de los foros y a esperar qué dice Limbo sobre el paradero de Strike.

—Yo también tengo algo que repartir —dijo Adam. Abrió una bolsa de terciopelo rojo y vertió su contenido sobre su palma—. Sonja me contó que el símbolo rúnico Eohl nos protege contra las almas negativas, contra la oscuridad. Yo he hecho anillos de oro y acero para todos con el símbolo grabado en su interior. Tomad uno cada uno y llevadlo con vosotros.

Todos aceptaron el detalle del berserker y les dieron las gracias. El berserker se plantó delante de Ruth y le dio el anillo de manera impersonal y desinteresada. Ése no era el que tenía para ella, había hecho otro más bonito para Ruth y lo llevaba en el bolsillo en una bolsa de terciopelo, pero no podía entregárselo porque no quería humillar ni avergonzar a Margött. Necesitaba hablar con ella antes y explicarle las cosas bien antes de lanzarse a por la Cazadora.

Ruth miró el anillo, no le dio ni las gracias. Se lo probó, pero le iba tan grande que al final lo colocó en la cadena de su collar.

—¿Liam y Nora tienen el suyo? —preguntó ella en voz baja. Adam tragó saliva. Ruth, con su interés y su preocupación, lo hacía sentirse como un hombre horrible.

—Sí. Se lo di cuando fui a recogerlos para llevarlos con Margött.

Ruth miró a Margött. La berserker no le quitaba los ojos de encima.

—Ya veo cómo los cuida.

—Está aquí en calidad de…

—Tu pareja. Ya lo sé.

Le dio la espalda y se fue con Cahal, dejando a Adam con la palabra en la boca.

—Ahora, lo más importante de esta noche. —As se aclaró la garganta y le ofreció la mano a María para que se levantara con él.

María, sonrojada, aceptó la mano del líder. As había rejuvenecido con ella. El pelo lucía largo y rizado, igual que el de ella, negro, sólo con algunas canas. Era un hombre de unos cuarenta y cinco años, muy alto, de espaldas muy anchas. Vestía una camisa negra y pantalones de pinzas del mismo color. Un macho de ojos verdes claros, ahora llenos de luz, y cara de irlandés travieso que había recuperado la sonrisa.

—María, en medio de este mundo de guerra y odio, en el que cada día me juego la vida sin saber si voy a volver o no a ti, tú eres lo único que me da fuerzas para no rendirme. Una vez perdí todo lo que me importaba y estuve a punto de pagar muy caro mi abandono. Pero, como dice Ruth —la miró y sonrió—, parece que los dioses tienen cartas escondidas en esta partida. Hace poco llegó a nuestras vidas mi nieta Aileen y me devolvió parte del corazón que había perdido —Aileen se acongojó—, y con ella llegaste tú, para devolverme la otra mitad que jamás creí reconstruir. Eres mi kone. Mi amor, mi corazón, mi alma, mi vida y mi energía te pertenecen. ¿Aceptas casarte conmigo?

María se mordió el labio, lo besó y lo abrazó con fuerza para susurrarle al oído:

—Sí. Sí, claro que sí.

Ruth no lo pudo evitar y se echó a llorar en silencio. Lloraba de alegría por María y As, y de pena por ella misma. As había puesto la carne en el asador por su pareja, por una humana sacerdotisa como ella. Adam no apostó por ella en ningún momento. No creyó en ellos y eso la desgarró.

Todos aplaudieron ferozmente y felicitaron con entusiasmo al líder de los berserkers.

Gabriel, apoyado en el sofá, también sonreía incrédulo, y observaba maravillado con un ojo como Caleb y As se abrazaban, mientras que con el otro, controlaba que el vanirio que acababa de entrar no lo cortara en pedazos.

Por supuesto que los dioses no los habían abandonado. Era imposible afirmar algo así si, cuando más acechaba la oscuridad, los peores enemigos conocidos como vanirios y berserkers se aliaban para combatirla. ¿No se daban cuenta de que algo movía los hilos? Los dioses que los habían creado vivieron confrontados siempre. Eran dioses antagónicos. Los Vanir y los Aesir. Y esa enemistad la tenían tan profundamente arraigada que la trasladaron a sus creaciones, vanirios y berserkers. Él, que había estudiado mitología escandinava, sabía que la primera grieta entre los dioses se creó cuando los Aesir tomaron a Gullveig, una diosa Vanir, y la quemaron tres veces y la masacraron con lanzas porque decían que despertaba la vanidad y las malas artes en las mujeres. Los Vanir, que eran los dioses de la magia, no permitieron que tal ultraje quedara impune, así que les declararon la guerra. La primera guerra la ganaron ellos, según el poema de la völva: «con sus artes, los Vanir dominaron el campo».

Entonces decidieron hacer un pacto de paz, ya que al ser las principales familias del panteón nórdico debían mostrar unidad de cara a los hijos de Heimdall, los humanos. Intentaron no luchar más, y para ello, se intercambiaron rehenes los unos con los otros, intercambios beneficiosos para ambos clanes. Los Vanir entregaron al dios Njörðr, a su hijo Frey y al más inteligente de su tropa, Kvásir. Además, Freyja pasaba largas temporadas en el Asgard con los Aesir y así fue cómo le enseñó la práctica del seidr a Odín. Los Aesir entregaron a un hombre llamado Hœnir, que decían merecía tener un rango de autoridad entre los Vanir, y también a Mímir, un hombre muy listo y erudito. Resultó que Hœnir no era tan listo como creían y sin los consejos de Mímir era un inepto. Los Vanir se enfadaron, le cortaron la cabeza y se la enviaron a Odín. El dios Aesir, que ya sabía utilizar el seidr, ungió la cabeza con hierbas para que no se corrompiese y a través de un hechizo le dio vida y el poder de hablarle de cosas que nadie más sabía.

Aquélla había sido la primera guerra conocida, la guerra entre Aesirs y Vanirs que se había solventado con la paz, todo un acontecimiento mitológico, todo un suceso que ahora sabía que era real.

Luego venía la muerte de Balder, el querido hijo de Odín, a manos de los tejemanejes de Loki. Y ése había sido el punto de inflexión. El punto que la voluspä tomaba como inicio de lo que iba a ser el fin del mundo, la guerra entre el Bien y el Mal. La batalla final en la que dioses, jotuns y humanos perecerían. Era tan increíble lo que Gabriel vivía en aquel momento, que no le importaba morir, porque sabía que aquello para lo que él había vivido, aquello por lo que él había invertido tantas horas de su tiempo, la mitología escandinava, era verdad.

Odín temió a la profecía, y decidió castigar a Loki por todos sus pecados. Pero el tiro le salió mal, y Loki descendió a la Tierra. Y ahora Loki quería provocar el Ragnarök desde el Midgar.

Miró a Daanna de reojo. La vaniria estaba delante de la ventana, con la mirada perdida, abrazándose a sí misma. Con el pelo suelto y vestida toda ella de cuero negro, pensó que sólo le faltaban un par de dagas ancladas a los muslos y una espada colgada a la espalda para ser la perfecta guerrera amazona. Era impresionante. Intimidante. Y estaba profundamente encaprichado con ella.

—¿Estás bien? —se colocó a su lado y echó un vistazo al cielo encapotado—. A veces creo que esperas ver a Superman cuando miras al cielo de esa manera.

Daanna negó con la cabeza.

—Perdona. Sólo estoy preocupada. —Preocupada porque en los ojos de Menw ya no había ningún tipo de calor. Y eso todavía tenía el poder de afectarla.

—¿Me lo quieres contar?

Se giró hacia él. ¿Cómo iba a hablar con Gabriel de Menw? ¿Cómo? Menw los miraba con atención asesina. ¿Qué debía hacer? ¿Acercarse a Gabriel y besarlo para demostrarle que ella no era nada de su propiedad? ¿Eso debía demostrarle a Menw? No podía. El simple toque de otro hombre la asqueaba. Pero estaba segura de algo. Una noticia como el compromiso de As y María había que celebrarla de algún modo. En tiempos de guerra era cuando el verdadero amor surgía y se alzaba por encima de todo. Y el amor de María y As brillaba más que nunca.

—Me apetece bailar. ¡Hay que celebrarlo! —exclamó sacando fuerzas y vigorosidad de donde ya no le quedaban. Empezaba su nueva vida y Menw tenía que aceptarla, como ella aceptó lo que sucedió siglos atrás entre ellos.

Todos acogieron con alegría la propuesta de la vaniria. Caleb y Aileen la miraron extrañados, pero en general todos tenían ganas de pasarlo bien.

—¿Qué dices, muñeca? —le preguntó Cahal a Ruth—. ¿Quieres mover el esqueleto?

Adam, que no había dejado de mirarla desde que As le había pedido a María que se casara con él, se tensó al oír la proposición. Ruth tomó aire y se armó de valor.

—Me muero de ganas de mover el esqueleto contigo, guapo.

Pasó por delante de la rubísima Margött y miró de reojo a Adam. «Donde las dan, las toman», pensó rabiosa.