En la actualidad. Barrio de Notting Hill.
Uno. Silencio. Dos. Silencio. Tres. Silencio.
—Ayúdame. Por favor…
Ruth tensó todos los músculos de su cuerpo. Después del helor, después de que la piel se le erizase repentinamente, sabía qué venía. Y siempre venía, no importaba si era de día o de noche, daba igual qué hora fuese. Ahora, justo al anochecer, venían de nuevo a por ella.
Arrinconada en una de las esquinas de su habitación, hundió la cara entre sus rodillas. Temblaba y tenía frío, y la bilis le subía por la garganta. Dios, hacía tanto frío… Exhaló trémulamente y abrió los ojos lo suficiente para ver el vaho que se formaba como una nube delante de su cara.
Últimamente las voces eran tan fuertes y tan claras que ya no tenía autocontrol.
Era agosto, no más de las tres de la madrugada y estaba en el interior de su casa de Notting Hill. Una mansión que espléndidamente les regaló Caleb McKenna a ella y a Gabriel, entre otras cosas, como pago por arriesgar sus vidas por ellos. Hacía un mes y medio que se habían trasladado a vivir allí. Gab y ella trabajaban codo con codo en la elaboración de una página web de temática de mitología celta y escandinava.
Una hora atrás estaba trabajando delante de su ordenador, administrando el foro de temática y cultura celta que era el que ella llevaba dentro de la web. Su trabajo consistía en dar la bienvenida a todos los foreros y localizar y controlar a aquéllos que se comportaban de manera más extraña o que conocían de un modo más profundo las tradiciones populares. Ya habían registrado a más de doscientas personas. Y había de todo: desde frikies y curiosos, a simpatizantes y licenciados en la materia. Caleb esperaba encontrar y reconectar a todos los vanirios esparcidos y perdidos por el mundo.
Gabriel, por su parte, controlaba la web y el foro de mitología escandinava.
Los vanirios y los berserkers, dos razas sobrenaturales, ancestrales y antiguas, esperaban que todos aquellos miembros perdidos de los clanes se pusieran en contacto con ellos a través de los foros que Ruth y Gabriel controlaban como moderadores. Aquello parecía surrealista, pero así sacaban provecho de las nuevas tecnologías y tampoco podían anunciarse de manera descarada.
Con esa iniciativa alertarían a todos aquellos seres que no conocieran a las sociedades secretas que, como Newscientists, trabajaban raptando vanirios y berserkers, sometiéndolos a todo tipo de torturas y experimentos.
No solamente se debía avisar sobre esa empresa, sino también sobre la creciente y alarmante transformación de aquéllos que Loki sometía cuando caían presa de la desesperación y del hambre. Él había creado a los vampiros y a los lobeznos, sirviéndose de la debilidad de vanirios y berserkers. Él los incitaba a vivir la vida que ellos deseaban, una vida sin límites y sin remordimientos. Para seres que vivían desde hacía más de dos mil años, el camino que Loki les vendía era liberador en muchos sentidos y aquéllos que sucumbían perdían su alma a cambio. El número de caídos crecía cada día que pasaba y solamente aquéllos que no se vendían a él podían darles caza y acabar con ellos.
Cuantos más ayudaran a la causa, mejor. Por lo visto, Gabriel y Ruth eran los dos primeros que integraban en sus filas, pues nunca habían colaborado antes con seres humanos.
—Ayúdame. Te lo ruego, ayúdame…
Ruth cerró los ojos con fuerza y se tapó los oídos. Aquella voz desgarrada por el dolor le pedía auxilio.
—Basta. Basta —susurró con la voz llena de lágrimas—. No puedo más.
—Tú puedes ayudarme. ¿Por qué no me ayudas? Va a pasar algo terrible…
Ahora detectó el matiz de la voz muy claramente. Era una mujer. Una mujer desesperada y rota por el dolor. Ya la había oído otras veces. La había oído otras veces, recordó aturdida. Los nervios y el miedo que siempre emergían en aquellas crisis no dejaban que ubicara la voz con claridad.
—Ya es suficiente —rogó abrazándose las rodillas y meciéndose hacia delante y hacia atrás—. Dejadme tranquila.
Silencio.
Pero Ruth no se engañaba. Las voces no acababan de irse nunca, la engañaban. Siempre volvían. Siempre. Y el silencio, el maldito silencio era como la calma que precede a la tormenta. Sin embargo, esta vez, algo nuevo sucedió. La estancia se impregnó de olor a naturaleza. Como a jazmín y a rosas. Un olor fuerte, penetrante y peculiar. Un olor que le recordaba al de una amiga especial que había tenido en la infancia. Una amiga que aquéllos en los que ella confiaba habían negado.
Ruth frunció el ceño. En su habitación no había flores.
—¡No! —gritó la voz.
Ruth se echó a llorar como si tuviera cinco años y estuviera sola y muy desamparada. Asustada. Temerosa. Aquella mujer, fuese quien fuese, estaba muy cerca de ella. El susto había sido tremendo. ¿Era su respiración lo que oía? No podía ser. Sí. Estaba ahí, con ella, pegada a su oído derecho. Respiraba como si hubiese corrido un maratón, como si no le quedara aire.
—Te necesito. ¿No lo entiendes?
La voz sonó más calmada y más dulce. Ruth tragó saliva aunque tuviera la garganta seca y dolorida por el llanto.
De repente sintió una caricia en la nuca. Una mano fría le rozaba la piel con los dedos. Jamás la habían tocado. Nunca. Y eso le sorprendió tanto que se derrumbó como una torre de naipes.
—¡No! —gritó hasta que vació el aire de sus pulmones. Gritó hasta que le dolieron las cuerdas vocales. Hasta que la oscuridad la tomó en sus brazos y ella, agradecida, se dejó ir.
Daanna y Aileen llegaron a la casa de estilo victoriano y ladrillos rojos de Notting Hill en cuanto recibieron la llamada de Gabriel.
Él les había dicho que Ruth se había quedado desmadejada en el suelo después de gritar hasta casi desgarrarse. No le había dado tiempo a correr a la planta de arriba y socorrerla con lo que fuese que le hubiera sucedido. El chico todavía tenía el corazón a mil por hora y los nervios crispados al ver a una de sus dos mejores amigas tirada en un rincón de su inmensa habitación, pálida y casi sin vida, como si fuese una muñeca de trapo.
Gabriel se apartó de la puerta para que Aileen y Daanna entraran. No dejaba de sorprenderse siempre que veía a Aileen. Su transformación en híbrida había sido espectacular. Tenía la piel más perfecta que había visto jamás y sus ojos lilas eran sencillamente sorprendentes. Hechizantes. Sin embargo, lo que más sorprendía a Gabriel era la naturalidad con la que su mejor amiga había aceptado su nueva vida. Hacía dos meses era humana. Ahora era una híbrida entre berserker y vaniria. Estaba eternamente unida a Caleb, el líder de los vanirios keltois, y ambos habían sido nombrados protectores del distrito de Walsall, después de dar caza a los traidores que habían puesto sus vidas en peligro de muerte.
Daanna le sonrió, y él asintió con la cabeza a su vez a modo de saludo, suspirando como un hombre enamorado.
Daanna era tan impresionante como Aileen. La vaniria era la hermana de Caleb, la cuñada de Aileen, una mujer perfecta e inalcanzable, dulce y a la vez distante, serena y llena de paz, y además le tenía carcomida la mente y la razón de manera definitiva. Él nunca se había enamorado, pero estaba convencido de que encapricharse de alguien significaba sentirse tal y como él se sentía hacia la vaniria.
Gabriel tuvo que pasarse la mano repetidas veces por la cara para despertarse de su ensimismamiento. Pero es que ambas bellezas, las dos morenas, de largas melenas y ojos grandes y extrañamente claros, ¡eran demasiado para un hombre normal y corriente como él!
—¿Dónde está, Gab? —preguntó una Aileen preocupada.
—Arriba —contestó Gabriel precediéndolas—. Vamos.
—¿No has oído nada raro mientras ella estaba en su habitación?
—Nada. Silencio absoluto. Yo estaba trabajando en mi estudio y la oí gritar. Ruth y yo solemos trasnochar bastante cuando estamos liados con la web. Aileen… era un grito de terror, algo malo le ha pasado.
—¿Le ha pasado otras veces? —preguntó Daanna subiendo las escaleras a toda prisa.
—Si le ha pasado, a mí no me ha dicho nada. Ruth es muy extrovertida, pero le cuesta abrirse cuando se trata de ella misma. Aunque es verdad que lleva un tiempo bastante rara.
Gabriel miró a Aileen de reojo, y ella le puso una mano en el hombro.
—¿Te has asustado?
—Sí, un poco —confesó cansado—. Cuando la cogí en brazos para dejarla en la cama estaba fría como un témpano, Aileen. No supe qué hacer. No me escuchaba y tenía la mirada perdida. Joder, se me pusieron los pelos de punta.
Daanna escuchaba con atención lo que decía Gabriel. A la vaniria, Ruth le caía muy bien, se habían convertido en muy buenas amigas. Ellas tres formaban un gran equipo. Y le preocupaba Ruth. Porque ella no tenía ninguna duda de que Ruth era especial.
—Gabriel —Daanna se detuvo en la puerta y lo miró por encima del hombro de un modo conciliador—. ¿Nos dejas a solas con ella, por favor?
—¿Os vais a desnudar? —preguntó frunciendo el ceño.
Ambas se detuvieron enfrente de él, como si no comprendieran ese comentario. Gabriel se obligó a cerrar la boca, tenía la mala costumbre de decir en todo momento lo que le pasaba por la cabeza y expresaba sus fantasías sin ningún tipo de pudor.
—Está bien, ya me callo. Os espero aquí afuera —resopló como un niño pequeño y se sentó en las escaleras.
Daanna abrió la puerta y las dos entraron en la habitación.
Era un lugar amplio de techos muy altos. El suelo de parqué claro brillaba por la capa de barniz que habían puesto hacía una semana, y las paredes estaban pintadas de fucsia. Las cortinas blancas dejaban entrar la sutil claridad nocturna y el reflejo de las lámparas del jardín. La cama era enorme. En la pared había una librería empotrada de madera de cerezo. Y sobre el escritorio que ocupaba toda una esquina de la habitación había un ordenador blanco de mesa Mac de grandes dimensiones.
Ruth estaba hecha un ovillo encima la cama. Los cojines esparcidos en el suelo y uno de ellos entre sus piernas. La colcha negra con corazones rojos estampados por todos lados estaba deshecha a sus pies. Tenía los ojos hinchados de haber llorado y el rostro un poco pálido. Cuando alzó la vista y miró a sus amigas, se cogió las rodillas y hundió la cara en la almohada. No soportaba que la vieran en ese estado. Ella era fuerte, autosuficiente y muy independiente. No necesitaba que nadie cuidara de ella.
—Hola, cariño —Aileen se sentó y le acarició el muslo con suavidad. Aquel contacto era reconfortante para Ruth—. ¿Qué ha sucedido?
Ruth hizo negaciones con la cabeza. No podía hablar de ello. No podía decirles lo que le pasaba, porque era incontrolable para ella. ¿Cómo explicarles algo que ni ella entendía? Aileen creía que ya estaba curada, que ya no tenía crisis de ese tipo, pero ¿cómo podía decirle que en realidad nunca había sanado? Reconocerlo ante ella le daba vergüenza.
—Ruth —Daanna se sentó en el otro lado y le apartó el pelo de la cara. Le fascinaba su pelo, de una tonalidad parecida al vino tinto—, no vamos a irnos hasta que nos digas qué es lo que te ha pasado, lo sabes, ¿verdad?
Lo sabía. Aileen y Daanna eran inquebrantables, mientras ella se rompía por momentos. Aquello era un desastre.
—Ruth —Aileen puso una mano sobre la frente de su amiga—. Estás sudando, cielo. Ven.
—Dejadme —murmuró.
Daanna y Aileen se miraron. Nunca habían visto a nadie tan abatido, y el hecho de ver a Ruth así, que era una chica tan llena de vida y de alegría, les rompía el corazón.
—No, Ruth —Daanna estaba frustrada—. La habitación está helada y tú estás empapada. ¿Estás enferma? Déjanos ayudarte.
—Ruth —gruñó Aileen—. Soy capaz de romper la promesa que hice de no entrar en tu cabeza sin permiso. Si es necesario…
—No lo harás —Ruth se incorporó de golpe y la miró censurándola. Achicó los ojos hasta que se convirtieron en dos líneas doradas. Los ojos ambarinos de Ruth podían dejar a alguien paralizado cuando se ponía furiosa.
Aileen sonrió con dulzura y negó con la cabeza.
—No, no lo haré. —Le puso una mano en la mejilla.
—Pero yo sí. —Daanna se encogió de hombros—. Queremos ayudarte y si tú no nos dejas…
—No necesito ayuda —contestó ella mirando a la vaniria.
—Claro que la necesitas, Ruth —replicó Daanna poniéndose las manos en la cintura—. Te has desmayado. Tienes ojeras de no dormir. Has perdido peso, y estás inquieta y muy nerviosa últimamente. ¿Es por el trabajo? ¿Caleb os está agobiando mucho? —sus ojos chispearon con una advertencia.
—¿Caleb os presiona? —Aileen arrugó las cejas—. Tendré que hablar con mi cáraid[1] —musitó malhumorada.
—No es eso, Aileen —la tranquilizó Ruth—. Tu novio sigue siendo un psicópata del orden y del control, pero nos explota dentro de los límites de la ley. Además, me está haciendo muy rica —aclaró despreocupada. El dinero era lo que menos interesaba a Ruth.
Era cierto. Los vanirios eran clanes mágicos muy adinerados. Debido al tiempo que llevaban en la tierra habían conseguido grandes imperios y se habían aplicado en el sector empresarial, no haberlo hecho habría sido de tontos. Tanto Ruth como Gabriel tenían unos honorarios exagerados, ya que los vanirios pagaban de igual modo a aquéllos que les ayudaban.
—¿Entonces? —la animó Daanna a proseguir.
Ruth se pellizcó el puente de la nariz.
—Creo que no me podéis ayudar. Me estoy vol… volviendo loca. —Era así de sencillo.
—¿Qué dices? —Daanna se sentó de golpe en la cama—. Ya sabemos que estás loca. Dinos algo nuevo.
Aileen se rio, pero Ruth cerró los ojos con fuerza.
—No, Daanna… esto es serio.
—Explícate. —Aileen le pasó el brazo por encima—. ¿Qué te pasa?
—Son… las voces… las malditas voces… ellas han… han vuelto.
—¿Eh? —Daanna frunció el ceño.
Aileen apoyó la mejilla sobre la cabeza de Ruth. Levantó una mano y le acarició el pelo repetidamente.
—Las voces —repitió Aileen—. ¿Las que oías de pequeña?
—Sí… sí, ésas. —Se cubrió la cara con las manos y sollozó—. No lo soporto, no sé qué me sucede… es mi cabeza. No desaparecieron del todo, Aileen. Mi cabeza no está bien, tengo que volver a medicarme… tengo que…
—Chist, ni hablar. —Aileen la abrazó con fuerza al ver que a su amiga estaba a punto de darle un ataque de pánico—. Ni hablar, Ruth. Tú no volverás a meterte nada de eso, ¿me oyes? Tranquilízate, cariño. Eso no te hace ningún bien.
—A ver, Ruth. —Daanna se puso de cuclillas, le cogió una mano y se la apartó de la cara—. ¿Qué voces oyes?
Ruth tragó saliva y medio hipando se lo intentó explicar.
—Todo tipo de voces… me piden ayuda… me piden ayuda a mí. ¿Te lo puedes creer? —intentó sonreír en vano—. Cómo si yo pudiera ayudarles… pero no sé qué debo hacer. No sé cómo ayudarlas. Desde que estoy aquí, las oigo a menudo y cada vez son más… y creo… creo que soy una esquizofrénica. Puede que tenga un trastorno de personalidad… puede que… Necesito que me encierren. Sí. Sí, lo necesito. Adam… Adam tenía razón.
—Espera, espera… ¿Adam? —Aileen la tomó de los hombros para mirarle a la cara—. ¿Cuándo has vuelto a ver a Adam?
—No lo he vuelto a ver desde que le di el aviso la noche que te comunicaste conmigo mentalmente. Él me dijo que sólo traería problemas, y mira, tenía razón.
—¿Qué quieres que mire? —Aileen suavizó la rabia que crecía en su interior. Sabía que a Ruth le había hecho daño todo lo que le dijo Adam tiempo atrás, pero ver que su amiga se convencía de ello la irritó—. Yo sólo veo a una chica que está asustada porque no sabe lo que le está sucediendo. Y es normal, Ruth. Algo te está sucediendo y vamos a averiguar lo que es.
—No —Ruth negó con la cabeza. Las lágrimas volvían a emerger descontroladas—. Soy yo. Yo no estoy bien… tengo algo en el cerebro, seguro.
—No es verdad —dijo Daanna—. Tú estás bien.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque Aileen pudo hablar contigo mentalmente para pedir auxilio. Te pidió ayuda, y tú la ayudaste. Tu aviso nos salvó. Sólo aquéllos que tienen desajustes neurológicos o que están bajo los efectos de algún fármaco son inmunes a las ondas telepáticas. Aileen te buscó, y te encontró. No le pasa nada a tu cabeza, Ruth, y si estuvieras físicamente enferma, yo podría olerlo. En realidad, creo que lo que te pasa es que eres especial. Eres diferente. Estás casi en la misma frecuencia que nosotros.
—Pero tú no pudiste entrar cuando quisiste hacerlo después del ataque en Birmingham —le reprochó ella—. No podías. No me pudiste controlar como a Gabriel.
—No me dejaste —aclaró la vaniria—. Es muy diferente a que yo no pudiera. Tú te cerraste, estabas a la defensiva y te protegiste. Y no sólo eso, Ruth. Vamos a hablar de más cosas que me intrigan sobre ti. ¿Recuerdas tus heridas que te hizo el lobezno? Cicatrizaron perfectamente en cuestión de días. Te atacó un lobezno, Ruth. Las garras del lobezno tienen ponzoña y son muy tóxicas, pero tu cuerpo se recuperó.
Ruth se levantó de golpe. Caminaba nerviosa por la habitación, mesándose el pelo y dejándoselo descontrolado.
—No entiendo lo que me quieres decir, Daanna. Estoy fuera de control desde entonces, desde lo que sucedió aquella noche.
—Seré sincera. —Se encogió de hombros—. Tanto Aileen como yo creemos que tienes un don. —Daanna se levantó y la detuvo para enfrentarla con la mirada—. Te lo dijimos una vez, ¿te acuerdas? Aileen se recuperaba de las heridas que le había infligido Samael.
Ruth recordó aquella conversación.
Aileen permanecía en cama y ella le trajo una caja de bombones. Sabía que a su amiga le gustaba mucho el chocolate, igual que a ella.
—¿Cómo te encuentras hoy? —le preguntó Ruth. Ciertamente estaba asustada porque la vio muy pálida. Era normal, Samael había estado a punto de matarla desangrándola delante de los ojos de Caleb. No la iba a encontrar tan fresca como unas santas pascuas, ¿no?
—Ya estoy bien. Necesito salir de aquí. Sácame.
Ruth sonrió y miró a Daanna. Ella también acompañaba a Aileen.
—No puedo —se encogió de hombros.
—Ruth —le dijo Aileen quitándole la caja de bombones de las manos. La abrió y las invitó a que comieran con ella—. Tenemos que hablar de tus… aptitudes. Ayudaste a salvar tanto a vanirios como a berserkers.
—No —contestó Ruth negándose como una niña mientras masticaba un bombón—. Fue casualidad.
—No digas estupideces. ¿A qué le tienes miedo? Ruth, sólo quiero saber de dónde vienen tus facultades para poder hablar mentalmente.
—Oye, mira. No quiero ser un conejillo de Indias, ¿vale? Vosotros aprovechaos de esto que me pasa siempre que queráis, pero dejadme tranquila. Suficiente tengo con todo lo que nos encargó hacer el nazi de tu novio como para tener que someterme a pruebas de ningún tipo.
Ruth salió de sus recuerdos y focalizó los ojos en Daanna que la miraba a su vez con una media sonrisa en sus enormes ojos esmeralda.
—Hace tiempo que queríamos hablar contigo seriamente. Estás dotada para hacer algo, Ruth. Pero no sabes cómo controlarlo. ¿Y si te enseñan a hacerlo?
—¿Aileen? ¿Tú también lo crees? —la idea la horrorizaba.
Aileen asintió.
—Esto es… jodidamente perfecto —musitó disgustada—. ¡¿Y qué tengo que hacer, Daanna?! Porque esto está acabando conmigo. Vivo aterrada las veinticuatro horas del día porque no sé en qué momento vendrán a por mí. No les importa que esté durmiendo, ni que esté trabajando, ni que esté conduciendo o si me estoy duchando. No les importa…
—Chist, está bien. —Daanna la abrazó—. Está bien.
—No puedo… no puedo más —Ruth acabó cediendo y se rindió—. Esto es desconcertante y estoy cansada.
Aileen frotó la espalda de Ruth, dándole también algo de consuelo y calor.
—¿Qué ha hecho que hoy te desmayaras? ¿Tanto miedo has pasado?
—Hoy… hoy me han tocado —murmuró sobre el hombro de Daanna. Aileen y Daanna se miraron con sorpresa.
—¿Dices que has sentido un contacto físico? —Aileen hablaba poco a poco.
—Dios, sí. He sufrido un colapso cuando he notado su mano sobre mi piel. He oído hasta su respiración en mi oído y me ha recriminado que no la ayudara.
—¿Era una mujer? —preguntó Aileen de nuevo.
—Sí.
—Bien, Ruth —Daanna sonrió a Aileen como si con ese gesto le dijera que ya lo entendía todo—. Entonces me temo que pasamos a otro nivel. No estás hablando de voces en tu cabeza, cielo.
—Están en mi cabeza —Ruth se apartó para mirarla a los ojos. ¿Es que no lo entendían?
—No —negó Daanna tomándola de la cara—. Hablas de voces a tu alrededor. Hablas de que los oyes respirar, de que los oyes caminar, de que te tocan. No es algo mental, también es físico. Es real.
—Por favor, ¿sabes qué me pasa? —le preguntó esperanzada.
—Creo que sí —asintió—. Piensa en ello, podrías ser una médium.
—¡Y una mierda! —se soltó de su abrazo—. ¿Cómo Jennifer Love Hewitt? ¿O como Patricia Arquette? Ni hablar. —Movió los brazos negándose en redondo—. Eso no es un don, es una desgracia.
—Cálmate. —Daanna levantó la mano para apaciguarla, como si fuera un caballo desbocado. Ruth podría serlo perfectamente, tenía mucho temperamento—. Es sólo una opción.
La chica les dio la espalda y miró a través de la ventana. Se abrazó para darse calor y cerró los ojos con cansancio.
—No puede ser —susurró apoyando la frente en el frío cristal.
—Oye, tengo una idea —Aileen estaba a su espalda. La abrazó por detrás y apoyó la barbilla en su hombro—. ¿Sabes qué vamos a hacer? —Ruth negó con la cabeza—. Me gustaría que hablásemos con mi abuelo y con María sobre esto. Creo que ellos…
—No —Ruth tensó la espalda—. No, Aileen. No quiero que piensen que estoy loca o…
—Nena —Daanna se echó a reír y se señaló los colmillos—. Míranos. Yo tengo más de dos mil años de edad, su abuelo tiene casi el doble que yo y es medio animal salvaje, y Aileen es una híbrida entre dos razas ancestrales que fueron creadas por los dioses para proteger a la humanidad, y además, la pobre desgraciada no puede vivir si mi hermano no le da de su vena.
—Uy, sí, qué tortura —murmuró Aileen divertida. Como si aquello fuera una desgracia.
—No suenas convincente —dijo Ruth mirando a su amiga.
—¿Y tú piensas que por decirles que en «ocasiones oyes voces» van a pensar que estás loca? —Daanna arqueó las cejas y esperó la contestación de Ruth.
Ruth apoyó la frente de nuevo en el cristal de la ventana. Bueno, si se miraba desde ese punto de vista, tampoco era tan malo. Aileen la apretó con dulzura y la meció durante unos minutos reparadores.
—Vamos, Ruth —la animó—. Después de lo que hiciste por nosotros te tomarán muy en serio. ¿Lo entiendes? Seguro que te hará bien. ¿Qué nos dices?
La joven las miró por encima del hombro, y apretó los labios para no echarse a reír. Sus amigas eran una bendición. Protectoras. Tenaces. En fin, unas brujas manipuladoras.
—Está bien. Vamos —lo dijo con la boca pequeña.
Aileen y Daanna se pusieron a dar saltitos de alegría. Iban a sacar a Ruth de allí y la llevarían a ver a los más adultos y sabios que conocían. Ellos sabrían cómo ayudarla.
—Ésa es mi chica. Entonces, vamos a Wolverhampton —Daanna se precipitó a abrir la puerta.
Ruth se paró en seco. Lo que era una cara ilusionada y resignada se volvió pálida y temerosa.
—¿Qué? No. A Wolverhampton, no. ¿No dijiste que tu abuelo tenía una casita en…?
—Mi abuelo tiene muchas casitas —la empujó Aileen para que caminara.
—Sí, ya sé que es asquerosamente rico.
—No me ofenderé por ese tono —tiró de Ruth.
—Podemos encontrarnos en una de tus casas, Aileen. —Era ridículo intentar frenar a su amiga. Era fuerte como cincuenta hombres. Eso por no nombrar su poder.
—No seas quejica. Vamos.
Abrieron la puerta de la habitación. Gabriel estaba de pie delante de ellas, mirando a Ruth, y asegurándose de que se encontraba bien.
—Gab, me quieren llevar a Wolverhampton. Yo no quiero ir —dijo Ruth cogiéndose desesperadamente a él.
—Veo que te encuentras mejor —sonrió Gabriel pasándose una mano por su pelo rubio y rizado—. ¿A Wolverhampton?
—Me gusta tu pelo, Gabriel —le dijo Daanna ayudando a bajar a Ruth las escaleras—. Déjatelo largo.
—¡Gabriel! Te lo dice para despistarte —gritó Ruth agarrándose al reposamanos de madera—. No la escuches. Es como una sirena, te lleva contra las rocas.
—Oh, cállate —le espetó Daanna guiñándole un ojo coqueta a Gabriel.
El pobre Gabriel oía llover. Miraba ensimismado a la hermosa mujer de ojos enormes que se llevaba a Ruth con ella. Se la llevaba a…
—¡Eh! ¡Esperad! —exclamó sacudiendo la cabeza—. Pero ¿cómo está? ¿Qué le pasa? ¿Por qué os la lleváis? —bajó las escaleras corriendo.
Un rugido de motor sonó en el exterior. Era el Cayenne rojo de Daanna. Cuando abrió la puerta, sólo pudo ver la estela de las luces traseras del vehículo, y oler la goma quemada de las ruedas, entre el aroma de la hierba húmeda y fresca del jardín.
Se habían ido.