CAPÍTULO 19

Cuando Adam recibía un escarmiento, no le gustaba el regusto amargo que le quedaba en la lengua. Las emociones mutan el agua del cuerpo, y la lengua recibe el sabor de la saliva, de ahí que Adam tuviera esa sensación en la boca. Aquélla era una de las primeras lecciones que les enseñaban a los pequeños berserkers. Saborear y oler las emociones. Sin embargo, su nuevo estado de ánimo también tenía connotaciones agridulces. Era su hermana quien le había dado el consejo, una hermana que hacía siete años que no veía, la hermana que siempre llevaría en el corazón. La vida le había dado una oportunidad para despedirse de ella y puede que para reconciliarse con él mismo. Y Ruth… esa chica había compartido su don con él.

¿Tenía razón Sonja? ¿Había dado en el clavo Ruth? ¿Cuánto tiempo llevaba negándose la felicidad? ¿Cuándo empezó a agriarse? El problema es que no se recordaba a sí mismo divirtiéndose de verdad. No tenía recuerdos de él haciendo locuras, sólo se visualizaba manteniendo siempre la compostura y haciéndose responsable de todos y de todo, incluso de las muertes que se habían producido a su alrededor. ¿Se había ofuscado durante ese tiempo?

Mientras esperaba en el salón a Liam y a Nora para llevarlos a la escuela, meditaba sobre las palabras de las dos mujeres que en ese momento estaban interviniendo en su vida. Una estaba decepcionada con él porque se había anulado por completo, la otra porque había tenido un comportamiento nefasto con ella. Una ya había muerto, la otra seguía viva pero ya no quería saber nada de él. Que Ruth le hablara o siquiera lo mirara era un milagro, y sin embargo la Cazadora le había preguntado si necesitaba ayuda con los pequeños o si quería que ella los llevara al colegio.

—Puedo acercarlos yo, si te parece —había sugerido al llegar de correr—. Vamos al mismo lugar, y hoy sí que doy clase, así que…

—Yo los acercaré, gracias. —Había sido su respuesta.

—Como quieras. —La chica se había encogido de hombros y había subido a ducharse.

Y Adam estaba ahora deseando seguirla corriendo escaleras arriba, entrar en su habitación y meterse en la ducha con ella. Si hiciera eso, Ruth le daría una patada estupenda en el culo.

Estaba muy cabreado consigo mismo. Estaba tan empecinado en apartarse de ella y lo había hecho tan bien que ahora la distancia era casi insalvable.

—Adam. —Ruth lo llamó mientras bajaba la escalera. Ya se había duchado y secado el pelo. Se había cambiado y volvía a estar para comérsela. ¿De dónde sacaba esos trapitos tan sexys? Llevaba una minifalda, muy corta y descosida por las costuras, una camiseta ajustada con motivos muy llamativos de Custo Barcelona, que se ataba al cuello, un pañuelo de lentejuelas negras que le cubría la garganta y unos zapatos de tiras negras, abiertos por delante y por detrás y que se anudaban a la pantorrilla. La suela de corcho tenía un poco de plataforma, y la hacía más alta y de piernas interminables—. ¿Has recibido el mensaje? —le enseñó su iPhone.

Sí que lo había recibido. Esa misma noche, As los había citado a todos en el Dogstar, un local de vida nocturna en Brixton. Por lo visto, tenía que comunicar cuál era el plan de acción a emprender contra la nueva rebelión que se les venía encima.

—Sí —contestó mirándola fijamente.

—¿Vas a ir?

No había nada que le afectara más que la indiferencia de esa mujer. No le gritaba, no le apartaba la cara, no lo golpeaba, ni siquiera lo insultaba. La había humillado de nuevo con su trato en el bosque y ella estaba ahí plantada delante de él, guapa como la novia del demonio, demostrándole que no le importaba lo que él pensara de ella. Qué chica más fascinante.

—Sí. Encontraré a alguien que se haga cargo de los pequeños.

Ruth asintió pensativa.

—¿Sabes qué? Creo que las sacerdotisas harían un buen trabajo con ellos. El otro día estuvieron juntos en casa de As y se lo pasaron muy bien.

—¿Las tres ancianas? —arqueó las cejas incrédulo.

—Sí, las que son un cruce entre las chicas de oro y Gandalf.

Adam soltó una carcajada y luego otra, hasta que se puso las manos en el abdomen de tanto reír.

—No te rías de ellas. —Ruth sonreía y negaba con la cabeza. Era tan impresionante cuando Adam se soltaba.

—¿Yo? Has sido tú la que has hecho que les pierda el respeto —se limpió las lágrimas de los ojos.

—Tienen poderes. Pueden hacerse cargo de ellos. Además, yo las vi encantadas con los gemelos.

—Es que mis gemelos son un encanto.

—Sí, menos mal que se parecen a tu hermana. La naturaleza es sabia —puso los ojos en blanco.

Ruth lo iba a volver loco con esa pose de suficiencia que intentaba aparentar con él. Olía a dolor y le estaba haciendo polvo.

—Los iba a dejar en la casa-escuela con Mär… —se interrumpió al darse cuenta de que nombrarla delante de Ruth estaba mal—. Siempre los he dejado allí cuando me he encontrado en este tipo de situaciones.

Ruth se tragó la amargura.

—Como tú veas. Son tus sobrinos.

—Sí. ¿Estás bien? —terminó preguntándole.

—Perfectamente. —Frunció el ceño—. ¿Y tú?

Quería decirle que no. De ninguna manera iba a estar bien si ella ni siquiera lo miraba.

—Genial. —Menudo falso.

—Por cierto —soltó como si se le hubiera olvidado—, he pensado que mañana me iré de aquí.

El corazón le dejó de latir por unos segundos. ¿Se iba? Alarmado dio un paso cauteloso hacia ella. No, no. Ella no podía dejarlo.

—¿Por qué?

Ruth dibujó una sonrisa tensa y fingida.

—Porque no hay razón para que esté ocupando una habitación en tu casa si ya tengo la mía.

—Estás bajo mi protección.

—En Notting Hill también me protegen. Caleb me vigilará. Tengo a muchos vigilantes alrededor. Más que aquí —puntualizó ella—. Creo que Liam y Nora necesitan más protección que yo —susurró para que los pequeños no la oyeran—. Y tú no puedes dividirte entre mi seguridad y la de ellos.

—Pero…

—Deja de fingir que te importa —lo cortó sin interés alguno en lo que él pudiera argumentar—. Recupera la vida que tenías, Adam. Te he liberado del pacto. Se terminó.

—¿Tío Adam?

Ahí estaban los dos seres diminutos que le habían robado el corazón a Ruth. Los miró y sintió que se deshacía por ellos.

Ruth había enseñado a Nora a no pintarse para ir al cole, porque era muy pequeña todavía. Le había puesto cacao en los labios y coloretes, y con ese vestido blanco con margaritas en los tirantes y sus zapatillas a conjunto parecía una muñequita. Miró a Ruth y sonrió, mostrando orgullosa su diente mellado y su pelo rubio suelto.

Liam era un niño tan hermoso y exótico que era imposible no mirarlo, como su tío. Cogía de la mano a su hermana y siempre, siempre, se adelantaba dos centímetros por delante de ella para marcar territorio, para protegerla de cualquier cosa que pudiera sucederle. Ambos estaban llenos de bondad, y despertaban en Ruth la necesidad de cuidar de ellos y el instinto de quererlos incondicionalmente. En fin, si ya los quería con todo su corazón.

—¿Vienes con nosotros? —preguntó Nora esperanzada.

—No… no puedo, cariño.

Los ojos de Nora se llenaron de desasosiego.

—Nora, cielo. —Ruth se acercó y se agachó para hablar con ella, cogiéndole las manos con dulzura—. ¿Recuerdas lo que hemos hablado antes? —Mientras Liam estaba con Adam, ella la había ayudado a elegir ropa y a peinarla, y mientras tanto habían hablado de muchas cosas.

—Sí.

—¿Lo harás?

—Sí —se le escapó la risa.

Ruth la abrazó con fuerza.

—Yo me voy. Tengo que preparar lo que vamos a hacer hoy en clase, y además… —su teléfono vibró y miró la pantalla. La alegría inundó su cara—, nos vemos después, ¿de acuerdo? —Besó a los gemelos en la mejilla y se despidió de Adam con un gesto impersonal mientras contestaba al teléfono—. ¡Hola, rubio!… ¿esta noche?… ¡claro que sí!… Nos vemos allí. —Se petó de la risa—. Eres un salido…

—¿No nos espera? —Liam tiró de la mano de su tío, que estaba absorto en la conversación de Ruth.

—No. —La siguió con los ojos hasta que cruzó la puerta de la entrada de su casa. Cuando la puerta se cerró creyó sentir como un puño se hundía en su estómago. ¿Con quién hablaba Ruth? ¿Qué había pasado ahí? Y súbitamente, sin avisar, la soledad y la tristeza sobrecargaron su alma. Quería que regresara y que se metiera en el coche con él, a su lado. Él la llevaría a la escuela y luego le pediría que lo acompañara esa noche para disculparse por todo. Y si Ruth lo rechazaba, cosa probable, iría directamente a visitar a Gabriel. Porque Gabriel era su mejor amigo, algo que él no sería en la vida si seguía comportándose como un estúpido. Aileen seguramente lo mataría cuando Ruth le contara lo que había pasado. Y Gabriel, aunque sólo fuera por el hecho de ser hombre como él, lo compadecería, y si tenía buen corazón le ayudaría para sacarlo del hoyo en el que él solito se había metido. La decisión estaba tomada. Sólo tenía que actuar con el instinto y encontrarse por la noche con Ruth. Se arrastraría por el suelo si era necesario, porque odiaba sentir que ella no lo tenía en cuenta, que no quería ni su protección ni su compañía. Había hecho falta que Sonja regresara de entre los muertos para que él se diera cuenta de que tenía miedo. Y lo peor era que tenía que experimentar el amargo trago de ver cómo Ruth se alejaba definitivamente de él para entender lo mucho que la necesitaba.

Aileen entró en el aula para saludar a Ruth que había llegado dos horas antes de que empezara su clase, pero se detuvo en el umbral de la entrada. Su amiga estaba sentada delante de su ordenador, cansada y ojerosa, con la mirada perdida y los brazos lánguidos y caídos. ¿Qué le pasaba?

—¿Ruth?

Ruth no contestó. Cerró los ojos como si lo que fuera que viese en el ordenador le hiriera de alguna manera.

—¿Ruth? —repitió.

—¿Crees que soy incapaz de cuidar a unos niños? —Levantó los ojos hacia ella y vio como Aileen se estremecía.

—¿Te ha dicho eso? ¿Él? —gruñó y corrió a sentarse a su lado.

—Cree, entre otras cosas, que no puedo hacerme cargo de Nora y Liam. No me ve responsable. No cree que tenga mi lado maternal y protector desarrollado.

—Cretino. Le cortaré las pelotas, te juro que…

—¿Tiene razón? —La miró desesperada, buscando consuelo en los ojos lilas de su amiga, rastreando la aparición de la duda o la vacilación en su respuesta.

—¡No! ¡Claro que no! No te conoce, Ruth, y encima es tonto del culo. Si no supieras tratar con niños no estarías ayudándome. Ellos te adoran. ¿Cuándo te ha dicho eso?

—Esta misma mañana. Ha sido el último de los miles de piropos que me ha dedicado estos días —contestó abatida, borrando la pantalla del ordenador.

—Se va a arrepentir.

—Te aseguro que sí. Si cree que me puede tratar así después de acostarse conmigo por segunda vez…

—¡Alto! —rugió Aileen con los ojos como platos—. Tienes que explicarme muchas cosas y estos días no hemos tenido tiempo para hablar.

—No tiene importancia, Aileen. Millones de hombres y mujeres tienen relaciones sexuales cada hora. Lo que él y yo hicimos no tiene nada de especial.

—Lo tiene Ruth. Tú eres mi mejor amiga y él es un berserker enorme y con muy malas pulgas. ¿Fue todo… bien? ¿Te encuentras bien? —su hermoso rostro la estudió preocupada.

—Estoy hecha polvo. —Apoyó los codos sobre la mesa y se cubrió la cara con las manos—. Tengo morados en zonas del cuerpo que no sabía ni que existían. Y mira. —Se quitó el pañuelo del cuello y señaló el mordisco de Adam—. Me hace esto y luego va y me dice que no soy lo que quiere. —El temperamento de Ruth tenía un límite y empezaba a rebasarlo.

—Menudo animal. Te has puesto maquillaje y te lo cubres con un pañuelo que, por cierto, es precioso… —observó la manufacturación de la prenda y carraspeó—. A lo que vamos. Le estás tirando en cara a un berserker que no quieres llevar su marca.

—¡Tengo otro mordisco en el culo, Aileen! —explotó indignada—. ¡¿Qué importa que me cubra el cuello si resulta que toda yo soy un mapa andante por su culpa?! Y después de manosearme por todos lados, se atreve a decirme que no le interesa nada más de mí. Pero esto no va a quedar así. —La furia la hizo levantarse de la silla—. ¿Crees que cubrirme su mordisco es ofensivo?

—Se lo merece —asintió Aileen cruzándose de brazos y aprobando su decisión.

—Pues te aseguro que se va a cagar cuando esta noche me vea con Cahal, porque voy al Dogstar con él. Sé que… sé que a Adam le gusta lo que ve cuando me mira. Pero no confía en mí como humana, como raza inferior, como… mujer.

Aileen también se levantó como un resorte.

—No, Ruth. Ni hablar.

—¿Ni hablar? —arqueó las cejas y se echó el pelo rojizo hacia atrás, desafiándola a contradecirla.

—Esta noche no necesitamos problemas. Cahal es muy protector contigo y además le encanta coquetear. Si a Adam le importas…

—No te equivoques. A Adam le importo menos que una mierda, Aileen. Sólo quiere mi cuerpo, no necesita nada más, y me lo ha dejado bien claro. —Los ojos se le humedecieron pero enseguida lo disimuló—. Pues esta noche le voy a enseñar que lo único que le gusta de mí, no lo va a catar más.

Y después de eso se dejó caer en la silla y apoyó la frente sobre el pupitre.

—Estoy tan enfadada con él —lloriqueó—. Y estoy enfadada conmigo misma por… por haberme enamorado de un tío así.

—¿Enamorado? Tú nunca te enamoras. —Le pasó un brazo por encima y apoyó la frente sobre su nuca.

—Creo que estoy enamorada de él desde el día en que lo vi. Raya la obsesión, es un sentimiento enfermizo. Necesito que me mire, que me toque, que me hable, que me sonría… Lo necesito. Adoro su forma reservada de ser, y sobre todo, adoro la manera que tiene de tratar a Liam y a Nora —exclamó a punto de derrumbarse—. Cuando me toca… Aileen, cuando ese hombre me toca tengo la sensación de que voy a morir ardiendo en sus brazos. Es como si… Maldita sea, mira como estoy debido a él —se lamentó avergonzada—. Qué vergüenza… ¿Y quién diablos es Margött? Me la echa en cara a la mínima que puede. Dice que la ha elegido a ella.

Aileen frunció el cejo.

—Dime que es gorda, coja, bizca y uniceja —soltó Ruth implorando esa contestación como una niña pequeña.

—¿Nena, has visto algún miembro de los clanes que sea feo? —le acarició el pelo caoba.

—Mierda.

—Sí. Una de las grandes, además. Margött es muy guapa. Un poco altiva para mi gusto. —Arrugó la nariz—. Es la hermana de Limbo.

—Ferpecto. —Porque peor que perfecto era «ferpecto».

—Ferpectísimo. —Aileen miró la pantalla del ordenador—. No creo que peguen. ¿Qué estabas mirando?

—Quería saber lo que era el chi, y por qué razón Adam no me lo quiere dar.

—Es la energía esencial de los berserkers. La entregan a su pareja para conectarse y vincularse a ellas, y en caso de que la mujer fuera humana, el chi intercambiado las mantiene jóvenes y les da la longevidad necesaria para compartir la vida con él. Podrías habérmelo preguntado.

—Bueno, ahora ya lo sé. Gracias —añadió sarcástica—. Todos tenemos el chi. Incluso yo tengo eso aunque Adam crea que el mío no vale. Tenemos centros de energía en nuestro cuerpo, y está formado de nuestra propia energía electromagnética. ¿Sabías eso? Me lo ha explicado Cahal esta mañana. También me ha dicho que podemos elegir no liberar nuestra energía si practicamos el celibato o si aprendemos a controlar nuestros orgasmos y en vez de explosionar, implosionamos. Creo que Adam se sorprendió mientras hacíamos el amor porque por lo visto él quería controlar su orgasmo y te juro que él explotó, y Aileen, ese hombre explotó por todos lados. —Aseguró con una medio sonrisa.

—Nena, tienes que contarme eso —dijo con sumo interés, acercándose más a ella—. ¿Son tan salvajes los berserkers como nos había dicho Daanna? Y… ¿Lo hiciste a pelo?

Ruth asintió con ojos pícaros.

—No pasa nada. Me tomo la píldora y él no tiene enfermedades. Pero con todo y con eso, creo que se obligó a inhibirse. No estaba liberado del todo. Intentó protegerme de su verdadera naturaleza, de su fuerza y sus necesidades. —Porque era mujer y tenía un sentido adicional para esas cosas, lo supo. Supo que Adam se refrenó con ella.

—¿Por qué crees que lo haría?

—Porque no soy lo que él quiere. Si lo fuera, seguro que lo que fuera que no me dejó ver de él mientras nos acostábamos, me lo hubiera enseñado.

—A lo mejor tenía miedo de asustarte.

—Miedo de asustarme… —meditó incrédula mirándose los pies—. Suena redundante.

—Puede que sí.

Ruth se hundió en la silla y se abrazó las rodillas.

—¿Está mal? —preguntó con un hilo de voz.

—¿El qué?

—Sentir que necesitas a esa persona que te ha menospreciado, que te ha insultado, que no te valora y que encima, te ha mordido como a un bistec —Aileen se echó a reír—. ¿Está mal sentir esa necesidad? Yo no conozco a Adam como a ti o a Gabriel, que os llevo viendo desde que somos unos renacuajos. Sin embargo sentí que yo era de él desde el primer momento que entró en mi vida.

—¿Por qué está mal? —preguntó Aileen retirando una lágrima rebelde de la mejilla de Ruth—. ¿Porque nos han enseñado que antes del enamoramiento hay que conocerse, que citarse veinte veces por lo menos? ¿Que primero va el amor y luego el sexo? ¿Quién demonios se atreve a decir lo que es el amor de verdad? No se puede ver, ni tocar, sólo sentir. ¿Quién se atreve a definir el amor en base a unas reglas a seguir? Es absurdo. —Aileen tomó la cara de su amiga y sonrió con dulzura, viendo en Ruth las mismas dudas que ella había tenido una vez respecto a su relación con Caleb—. Cariño, si hay algo que he aprendido desde que estoy aquí, es que, en el amor no hay orden. Todo es caos. El amor de verdad no es ciego, ¿sabes? El amor de verdad te muestra los errores y los defectos de esa persona, pero tú, aun así, lo sigues amando, porque es algo absolutamente redentor. ¿Si creo que es una locura sentir por Adam lo que sientes? —Alzó las cejas y negó con la cabeza—. No, amiga. Lo ridículo sería ignorar lo que sientes por él porque crees que no sigue las reglas que nos han inculcado desde que somos unos mocosos. Soy una híbrida, Ruth, pero tengo una estructura mental muy humana al respecto, y es ahora, cuando he vivido el verdadero amor con mi cáraid, que empiezo a ver las lagunas que hay en todo aquello que nos han enseñado como correcto o verdadero. No es malo ser lo suficientemente humilde como para expresar lo que sientes, como para admitir que tienes la necesidad de estar con una persona en concreto, sólo una. La única. Y si es Adam, pues es él, ¿qué se le va a hacer?

—Que es un drama, eso es lo que es. —Resopló.

—No hay nada perdido, Ruth, nada. No te rindas todavía.

—No tengo ganas de rendirme. Sólo tengo ganas de hacérselo pasar mal y de ponerlo celoso, si es posible.

—Inténtalo —la animó Aileen—. En el amor y en la guerra, todo está permitido.

Ruth miraba con adoración a Aileen. Su amiga, que estaba titulada en pedagogía, era una excelente oradora. Desde siempre. Cuando Aileen hablaba, lo único que se podía hacer era callar y escuchar. Era el tono de voz que empleaba, un sonido lleno de azúcar y abrazos, eso era lo que hipnotizaba a la gente. O puede que fueran sus ojos lilas claros llenos de vida y aceptación. No lo sabía, pero agradecía a lo que fuera que había allá arriba, el haber tenido la oportunidad de conocer a alguien como ella.

—¿Te casas conmigo? —preguntó Ruth agarrándola de los hombros y abrazándola con fuerza.

—Caleb es un poco posesivo —se apartó y sonrió arrugando la nariz.

—Somos dos mujeres. Se pondrá cachondo perdido.

—Depende… —fingió que se lo pensaba y de repente se le iluminaron los ojos como si hubiera recordado algo—. ¿Antes has dicho que Cahal te ha explicado lo del chi? ¿Por eso has venido tan temprano? ¿Has venido con él?

—No. —Se relajó—. He venido temprano porque he hecho un informe para Caleb y As. Tu novio «el nazi» me lo pidió muy educadamente. Ya sabes: «Hola, Ruth. Te llamo porque hoy por la noche tenemos reunión en el Dogstar y quiero un informe con todas las localizaciones de los miembros de los foros a los que hemos hecho un seguimiento especial. Lo quiero para ya». Como me lo ha pedido tan educadamente yo no he podido negarme, ¿sabes?

Aileen rio y de repente se tapó la boca con la mano.

—«Ferpecto» —le susurró una voz de hombre al oído.

Caleb, con toda su estatura, su cuerpo, su belleza, sus ojos, su presencia de adonis, en fin, con toda aquella inaguantable «ferpección» vaniria que desprendía, estaba ahí con ellas y ni siquiera lo había oído entrar.

—¿Dejas que tu amiga hable así de mí? —rodeó a Aileen con los brazos y le dio uno de esos besos que no se emitirían por la televisión hasta las diez de la noche.

—Lo dice con cariño. ¿Le mandas trabajo después de todo lo que está haciendo? —replicó ella sonriéndole.

—Todos estamos superados por los conflictos y la situación, amor. Tenemos que dar más de lo que podemos y Ruth es uno de los nuestros. Aquí no se mima a nadie.

—Qué bien —dijo la aludida sin ánimo. Sacó un dossier de tapas negras de su bolso y se lo entregó al guerrero.

Caleb lo tomó y lo ojeó rápidamente, asintiendo mientras revisaba su trabajo.

—¿Está todo?

—Es un informe exhaustivo, amo.

—Así me gusta, esclava —contestó sin mirarla, leyendo una de las páginas del dossier—. No he podido evitar la conversación que has tenido con mi chailin[36]. Por cierto, ¿quieres que patee el culo del chucho?

Ruth se sintió agradecida por el ofrecimiento. Caleb, en realidad, era muy protector con la gente que le importaba, y sabía que él la apreciaba, no sólo por ser la mejor amiga de la mujer de su vida, sino porque, a su manera, bromeaba con ella y dejaba de ser el dictador rudo y amenazador que era con los demás.

—Gracias, pero ya se lo patearé yo.

—Como digas, Ruth. Me voy, nena. Necesito hablar con tu abuelo sobre unos asuntos —agarró de la cintura a Aileen y volvió a besarla—. ¿Necesitas algo? ¿Estás bien? ¿Tienes hambre? —le susurró al oído y un brillo sensual deslumbró en sus ojos verdes.

—Estoy bien —le acarició el largo pelo negro. Desde que Caleb podía salir bajo la luz del sol, su piel estaba adquiriendo un tono bronceado enloquecedor. A Aileen la volvía del revés cada vez que lo miraba—. Vete ya, mango con patas. —Y le dio una cachetada en el culo.

—Nos vemos de aquí a un ratito. —Le guiñó un ojo y sonrió a Ruth como gesto de despedida. Salió por la ventana y echó a volar.

—¡Caleb! ¡No puedes hacer eso a plena luz del día! —lo regañó Aileen medio divertida—. Estos McKenna pasan de las reglas de una manera… pero se lo perdono. Está tan bueno —murmuró acariciándose el labio.

—Estás enferma. —Ruth se levantó y sacó de su bolso la película de DVD Avatar. Luego tomó una bolsa de plástico llena de gafas 3D.

—¿Sesión de cine con los niños? —Aileen cogió unas gafas y se las puso.

—Primero, redacción con el teclado. Quiero que me escriban cada uno a qué le temen. El otro día me escribieron una poesía sobre la alegría. Tienes que ver como controlan la mecanografía, apenas les veo los dedos de lo rápido que teclean. Aprenden rápido esos granujas —afirmó orgullosa—. Y luego, he decidido que hoy, los pequeños terroristas vanirios y los nuevos berserkers, Liam y Nora, van a aprender que los seres se pueden amar incondicionalmente se venga del planeta que se venga, o seas de la raza que seas. ¿Lo ves bien?

—Es una buena idea —aprobó la híbrida—. ¿Sabes qué?

Ruth colocó las gafas sobre cada uno de los pupitres.

—¿Qué?

—Sé lo que nos hace falta —murmuró acercándose a ella y tomándola de los hombros para que la mirara.

—¿Un tuppersex?

—No, loca. Un Berkeley con las chicas.