CAPÍTULO 18

Ruth se levantó muy temprano. No podía dormir más. Se sentía plena de energía, vale, con el corazón lleno de tiritas, pero físicamente su estado era muy vital y fuerte. No había remordimiento ni arrepentimiento por lo sucedido la noche anterior. Nada que reprochar. Después de meditar y recapitular sobre lo sucedido, lo entendía. Al parecer, había llegado tarde con Adam. Todo había ido mal desde un principio, el Destino estaba en contra de ellos, y una sucesión de malentendidos había privado que ambos se conocieran a fondo y que ahora se vieran forzados a permanecer juntos, en contra de su voluntad, no tanto en contra de la de ella como la de él. Sin embargo, no contaban con la atracción fatal que ardía entre ellos, no imaginaban que sus cuerpos se atrajeran de ese modo, que el deseo los llevara a su terreno como las olas que chocan contra las piedras una y otra vez en una marea.

Pero era sólo deseo. Algo físico. Un impulso químico de sus cuerpos, nada más. Punto y final. Si Adam quería hablar de lo sucedido, no se lo iba a permitir. Él volvería a decirle que quería a otra, y a ella sencillamente le entrarían ganas de vomitar.

Él quería a otra mujer. Su… ¿Cómo lo había llamado? Su chi no era para ella. Si eso no era para ella, sería para otra. La que él había elegido. Estaba bien, lo comprendía, y aunque algo en su interior gritaba y no admitía la derrota, ya había tomado la decisión final. No era masoquista. Lo que tenía que hacer iba a ser una prueba total de desapego y de perdón. Lo hacía para no sufrir más, ésa era la verdad, porque estar atada a Adam, de algún modo, la dejaba sin fuerzas y con una pena interior que no entendía. Era como sentirse rechazada a todas horas, y ella tenía dignidad y amor propio como para permitir que nadie la tratara así, aunque daba la impresión de que él lo hacía sin ser muy consciente de ello. El berserker era sincero, simplemente; su franqueza llegaba a veces a ser insultante, pero ella prefería las verdades antes que la hipocresía. El problema era suyo al sentirse ofendida por las preferencias de Adam. No podía ponerle un cañón de pistola en la sien y exigirle que le diera una oportunidad, que se fijara en ella, que la viera bien. Pero él no la veía. Siempre le había pasado lo mismo con los hombres, se equivocaba al reclamar atención y amor por parte de ellos. Siempre la habían usado, y ella, además, había ido a recoger sus migajas, pidiéndoles que la quisieran. Adam era el tercero en discordia en el grado de sucesión de tíos que la habían utilizado. Sin embargo, todo entre ellos había sido diferente de lo que había vivido con los otros dos.

No lograba encontrar palabras para describir lo que sentía hacia él. No era amable, era un estirado, crudo en sus formas y le costaba sonreír. Pero a ella la cautivaba. Con sus ojos negros, esa sonrisa que intentaba ocultar y que ella advertía con facilidad, el trato protector y paternal que daba a sus sobrinos, y luego, su manera total de tocarla y perder el control… la volvía loca. Su modo de querer a su hermana… Ese hombre quería a pocas personas pero se entregaba a ellas con devoción. Sin embargo, no quería tener nada que ver con ella y se lo dejaba claro una y otra vez.

¿Cuántas veces le había preguntado algo sobre su vida? No le interesaba lo que ella había pasado años atrás, ni si sus padres estaban en contacto con ella o no. Joder, ni siquiera le había preguntado por qué razón se había cambiado el apellido. No. A ese hombre le importaba menos que una mierda, su trato la rebajaba.

Y aun sabiendo eso, había algo en él que la atraía enormemente, y no era sólo una atracción física. Algo en él, no sabía el qué, encajaba con ella a la perfección. Algo de él era sólo de ella, y lo había sabido desde el primer momento en que se vieron. Era tan frustrante. Era como si Adam tuviera unas cadenas invisibles que tiraban de ella hacia él, el control siempre era suyo, y Ruth estaba harta de acabar cediendo las riendas, por mucho que se hubiera conjurado para no hacerlo. Y peor aún era saber que no podía abusar del collar porque no quería denigrarlo a ojos de los pequeños, y sobre todo, ella tampoco quería herirlo de ningún modo. Adam también sufría aunque no lo quisiera reconocer.

Cuando lo viera haría lo que tenía que hacer. Esa situación debía finalizar. Habían pasado cosas entre ellos, habían vivido situaciones desagradables y momentos realmente emotivos, un poco de todo. Una vida juntos, corta, pero muy intensa. Todo eso los vincularía de por vida, era inevitable. Sonrió con tristeza. Se mirarían y recordarían lo que les había pasado. Lo que habían hecho. Puede que Adam no quisiera recordar que había estado más de un hora taladrándola entre las piernas, poseyéndola sin remisión, sin descanso…

Dios, todavía estaba dolorida. Pero al menos les quedaría eso, el recuerdo de la intimidad y la pasión. O mejor dicho, ella se quedaría con eso ya que dudaba de que él quisiera mencionarlo alguna vez. A Ruth le gustaban las emociones fuertes, no tenía miedo a sentir, ni a verse sobrepasada por la intensidad de sus experiencias, pero no iba a sufrir gratuitamente, ni por él, ni por nadie. Cuando se vieran fingiría indiferencia, como si la noche anterior él no le hubiera hecho el amor y luego la hubiera rechazado. Como si no la hubiera mordido de nuevo y marcado como algo suyo, mientras gemía y se corría en su interior. Finalmente, había captado el mensaje. Adam no la elegiría nunca, no sólo por ser humana, si no porque no estaba entre sus preferencias. A cada minuto que pasaba, ardía en deseos de conocer a la tal Margött, y aunque sabía que Adam tampoco la amaba a ella, seguro que tendría cualidades excelentes para ser su pareja. Unas cualidades de las que ella carecía. Zorra.

Eran las seis de la mañana. Necesitaba ejercitarse, su cuerpo se había acostumbrado a ello y corría cada mañana nada más levantarse unos diez kilómetros diarios. Se colocó su pack Nike ipod, conectó su música y se puso a The Veronica’s y su I can’t stay away. La cancioncita iba con su estado emocional. Ella no podía estar alejada de Adam. Cuando llegara, practicaría tiro con arco en el jardín. Gabriel se lo había traído con sus maletas, y ella necesitaba apuntar a algo e imaginarse que eran Adam y Margött besándose. Sería su manera de mantenerse en forma y concentrada, su método para meditar sobre lo que comportarían sus acciones futuras.

Aceptaba lo que pasaba con Adam. Lo aceptaba, de verdad, pero… ¿a quién quería engañar? Estaba tan celosa que quería arrancarle el pelo a esa mujer, que seguro, seguro, sería un adefesio. Se apretó los cordones de su calzado deportivo con rabia y con fuerza, como si en cada nudo descargara la impotencia que sentía. Salió de la casa y se puso a correr por los terrenos de Adam. Aquel bosque privado que colindaba con su hogar era maravilloso. Los berserkers, al menos As, Noah y Adam, tenían sus casas alrededor de esos bosques, y el tótem se erigía soberbio en el centro de éstos. Se podía llegar hasta él desde cualquiera de las casas, sorteando vegetación, rocas, arbustos y pequeños riachuelos. Dudaba de que los habitantes de Wolverhampton supiera que tenían un tótem de origen milenario en sus bosques.

Olía a humedad, a limpio, a campo abierto. La ciudad no tenía tantos matices. Sólo el verde de la naturaleza lograba mezclar tantos perfumes, y olerlos le hacía sentirse libre.

Llevaba unos veinte minutos corriendo cuando sonó Holding out for a hero de Bonnie Tyler. Ésa era su canción. Nunca se lo había dicho a nadie, pero ella creía en los héroes, y no necesariamente en los que se jugaban la vida por otros. Para ella, un héroe era esa persona capaz de ayudar a otro a salir de cualquier hoyo.

Definitivamente, Ruth necesitaba un héroe.

I need a hero/ I’m holding out for a hero ‘till the end of the night/ He’s gotta be strong and he’s gotta be fast and he’s gotta be fresh from the fight…[28]

Qué curioso. Antes, nunca prestaba atención a aromas, ni a texturas, ni a colores. Ahora los apreciaba y los observaba anonadada. Maravillada por sus sombras y sus luces. Por sus tonalidades. Por su vida. Todo, hasta el objeto más ínfimo, vivía, tenía un ritmo y una forma, un color y una manera de coexistir con todo lo que lo rodeaba. ¿Alguna vez se había dado cuenta de eso? Los pájaros volaban de rama en rama, una ardilla se cruzaba en su camino, un par de mariposas bailaron a su alrededor mientras ella, azuzada por tanta belleza, corría cada vez más rápido.

I need a hero, I’m holding out for a hero ‘till the morning light/He’s gotta 6e sure and it’s gotta 6e soon/And he’s gotta 6e larger than life, larger than life…[29]

Se iba a agotar antes de tiempo, pero sabía escuchar su cuerpo y el momento exacto en el que debía bajar el ritmo para no disparar sus pulsaciones.

Saltó por encima de un charco de agua y esquivó una roca en el camino. Corrió sobre un tronco caído y evitó una zona fangosa. Inconscientemente, sus piernas iban hacia un lugar en concreto. Recordaba ese camino, hacía dos noches, llena de estimulante hasta las cejas, Liam y Nora la habían llevado a cuestas hasta allí. De pronto, se encontró a unos veinte pasos de aquella figura que hacía culto al dios lobo, a los berserkers, a Odín. Sus pies se anclaron en esa pequeña cima desde donde veía el tótem. Había alguien apoyado en su base, en posición de loto. Adam.

Ruth cayó de rodillas, respirando a duras penas, ocultándose entre los matorrales. Desconectó la música y escuchó. Adam estaba meditando, cantando algo extraño y lleno de armonía… Su voz era tan bonita. No llevaba camiseta y sólo unos pantalones negros, largos y anchos, que le caían por debajo de la cintura. Era como un rapero y estaba como un tren. Se le hizo la boca agua. No quería molestarle, no quería interrumpir lo que fuera que estaba haciendo. La verdad es que no quería que la mirara de nuevo como la noche anterior, con esos ojos fríos y amarillos llenos de desprecio. No le iba a molestar, pero iba a espiarlo.

Tenía los ojos cerrados, y alzaba la cara en dirección al amanecer, al sol. Los rayos le daban directamente en el rostro, acariciando sus ángulos duros y marcados. Sobre sus pies cruzados albergaba un pequeño tambor, y a veces lo golpeaba o lo frotaba dando percusión rítmica y constante a sus mantras. Estaba tan concentrado y tenía tanta convicción en lo que hacía que Ruth sólo quería acercarse a él, acariciarlo y besarlo en la frente. Delante de él había una pequeña hoguera, y sobre ella una cazuela de barro que hervía plantas de todo tipo, y olía fuerte, como a romero, menta y marihuana… era un olor agradable. Al parecer, había bebido de ello, a tenor del vaso de cristal que yacía tirado en el suelo con todavía un poco de ese extraño mejunje de color verde marronoso que todavía bullía en el cazo.

Ruth cerró los ojos y se dejó llevar por el sonido hipnótico de la voz de Adam. Quería ir hacia él, sentarse sobre sus muslos y acurrucarse para dormir y respirar en paz. Y con un poco de suerte él la abrazaría y apoyaría la barbilla sobre su cabeza, contento por tenerla ahí con él. Adam no sólo era belleza irresistible, sino que era pura protección. Su porte así lo decía. «Ven conmigo y alejaré todas tus pesadillas», así era él. Estar cerca de él le hacía anhelar cosas. Despertaba sus deseos. Estimulaba sus instintos.

Se abrazó a sí misma, abrumada por las emociones que avivaba el berserker con su sola presencia. ¿Qué hacía? ¿Por qué cantaba? Observó que frotaba los dibujos y los símbolos del instrumento de percusión con sus largos dedos morenos meciéndose de un lado al otro como si estuviera en trance.

De repente cesó la música y todo se sumió en el silencio.

—Ruth —dijo él.

Era inevitable no olerla. No oírla. Había notado su presencia desde que había salido corriendo de su casa. El melocotón flotaba en el aire, y mientras había estado interiorizado en su meditación había sonreído y se había dejado arropar por ese perfume dulce de mujer. No había dormido en toda la noche, pensando en ella.

—¿Te gusta Bonnie Tyler? —preguntó alzando la voz finalmente.

—¿Puedes oír la música de mi iPod? —Ruth se levantó avergonzada y caminó hacia él hasta colocarse en frente. Se limpió las rodillas sucias de tierra—. Tu oído es espectacular.

Allí estaba esa mujer, con una coleta alta de amazona y ropa de running de color negro y muy extremada. Deslizó los ojos por sus piernas y sonrió cuando vio las bambas fucsias. ¿Quién llevaría unas bambas tan chillonas para correr? Sólo ella.

Ruth apoyó las manos en sus caderas y dibujó una sonrisa de me-importa-un-bledo-lo-que-haya-pasado-entre-tú-y-yo que lo irritó y le divirtió a partes iguales. Le irritó porque él no podía sacarse de la cabeza cómo le había hecho el amor la noche anterior. No lo olvidaría jamás. Y por otra parte, le divirtió porque Ruth lo desafiaba abiertamente y él quería jugar con ella en ese sentido, lo hacía volver a la vida. Pero no podía.

Caramba, pero qué guapa que era. Le pareció imposible que alguna vez estuviera fea, ni siquiera al despertarse, momento que no habían compartido aún. Los primeros rayos del sol dibujaban su preciosa silueta y creaban un halo rojizo alrededor de su cabeza. Era un hada.

—Soy medio perro, ¿no? —se encogió de hombros y se levantó un tanto aturdido por la meditación y por la visión de aquella hembra. Se le fue la vista a su cuello y vio el mordisco que le había dado durante su encuentro apasionado en el sofá. No se lo había cerrado, y era su obligación hacerlo. Un berserker siempre cuida de la mujer. La había marcado de nuevo, y encima, no había cauterizado el mordisco con su saliva. Tenía la marca amoratada y se le veían las incisiones de los dientes. La había hecho sangrar, y seguramente ella se habría dado cuenta de ello al mirarse en el espejo, cuando había huido de él la noche anterior. Él también habría huido de sí mismo si hubiera podido, sin embargo, pasó toda la noche aguantándose, aguantando su mala leche y su rudeza, y aguantando también las ganas locas de irse a por ella de nuevo y sumergirse en su cuerpo hasta el amanecer. Seguro que se había sentido horrorizada por su comportamiento, porque él no se sentía nada orgulloso con ello. Se había portado mal.

Ruth se aclaró la garganta, incómoda al ver que él no apartaba sus ojos de su cuello.

—¿Te duele? —preguntó Adam con arrepentimiento.

Ella negó con la cabeza y se cruzó de brazos, un gesto de protección. Le escocía y le hormigueaba, exactamente como el mordisco de la nalga, pero no era dolor lo que sentía.

—Espero que no tengas la rabia —comentó ella con desenfado—. Sólo es un mordisco.

No. No sólo era un mordisco.

—Ruth, anoche yo…

Ella alzó la mano y lo detuvo.

—No tienes que decir nada más, Adam. Está todo muy claro entre tú y yo. Has cumplido el trato, me has enseñado lo que necesitaba saber.

Él la evaluó con un brillo posesivo en sus ojos.

—Si te herí de algún modo, te pido disculpas. Me… me descontrolé. Estaba… aturdido.

Ruth tragó saliva, pero recuperó rápido la compostura.

—Estoy bien.

Ella no se lo creía, él tampoco.

—Me corrí dentro —dijo guturalmente.

Ruth se estremeció al recordarlo. Adam era tan directo, tan natural, tan poco fino.

—No te preocupes. Está todo bien.

—¿De verdad? —había un tono de retintín en la pregunta.

—Sí.

Adam no se había podido dominar. Había necesitado tocarla, tenerla entre sus brazos y besarla. Quiso saber cuál era el sabor de su lengua y de sus labios. Anheló rozar su piel con la suya. Y lo que necesitó, quiso y anheló, lo tomó sin preámbulos y sin tener en cuenta si ella iba a estar preparada o no. Eran necesidades primitivas y dominantes. Ahora mismo las sentía, con sólo olerla se despertaban, y le hacían sudar por el deseo y la apetencia. Apetitos que expresaban físicamente los berserkers sólo con sus compañeras. Y él ya no sabía lo que hacer. Si Ruth era su compañera, iba a estar perdido por completo, porque esa chica le hacía sentir por primera vez en mucho tiempo, y él no quería ser un títere en sus manos como le había pasado a su padre con su madre, así que lo mejor era alejarla. Y ahora estaba completamente alejada de él. Había un muro invisible entre ellos. Debería estar contento, pero se sentía como una colilla pisoteada.

Si decidiera quedarse con ella, le haría tantas cosas… compartirían tantas experiencias… Se excitaba al pensar en cómo sería el frenesí berserker con ella en luna llena. ¿Qué haría mientras se acoplaran en cuerpo y alma? ¿Gritaría? ¿Lo animaría a que le diera más? ¿Lo arañaría? ¿Le diría que se detuviera? ¿Lo miraría horrorizada? ¿Le daría… asco? Por suerte eso no iba a pasar, porque Ruth y él ya no se iban a acostar más, a no ser que ella se lo ordenara. Y era lo que se merecía, merecía estar en esa situación de total subordinación y sometimiento con ella. Demasiada paciencia había tenido esa chica con él. Pero la humana ignoraba el collar, no le sacaba provecho y eso sólo podía hablar bien de sus principios y de su moralidad.

Era fantástica. Habían hecho el amor. Ruth lo había montado con decisión y una entrega total y absoluta, abandonada por completo a sus caricias y a todo lo que él quisiera hacerle. Se había confiado a él. Su suavidad, su atrevimiento y su decisión le habían dejado tan ciego que se había anclado a su cuerpo con brutalidad y desidia, y lo había hecho para no perderse. Y después de la intensidad compartida la había desdeñado sin miramientos, una reacción muy cobarde por su parte. Ruth estaba poniendo en duda todo aquello que creía saber sobre sí mismo.

Se acercó a ella hasta casi rozarse, y llevó los dedos a la marca que le había dejado grabada en su cuerpo. Ella se retiró asustada de su roce y echó un vistazo al fuego, las hierbas y el tambor. Si Adam se acercaba tanto, ¿cómo iba a ser fuerte para ignorarlo? ¡Y que alguien le diera una camiseta, por Dios!

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó mientras tomaba con decisión el tambor ovalado y tamborileaba con sus pequeños dedos. Necesitaba poner distancia entre ellos, simular que no pasaba nada extraño, que no había tensión, y que ella no estaba dolida ni avergonzada por su culpa.

«Prefiere a otra —se obligó a recordar—. No dejes que te toque, no seas débil».

Adam apretó los puños y aceptó su distanciamiento. El alma de Ruth se mecía siguiendo un blues de tristeza y rechazo, y él podía escucharla porque ahora estaban conectados. La Cazadora se había metido en su sistema sanguíneo, él la había metido allí al morderla y al compartir un poco de su chi con ella. Todavía estaba sorprendido ante su falta de control. Él decidía cuándo su energía fluía al exterior, cuándo decidía compartirla, pero con Ruth había sido inútil. Estar en su interior, sentir cómo lo rodeaba y calmaba su ansiedad, percibir sus miedos, su inseguridad hacia el futuro, había sido la experiencia más fascinante de toda su existencia. Y no podía hacerlo otra vez porque se podría convertir en un dependiente de esa energía, de esa unión, y él no podía depender de nadie más que de él mismo. No se arriesgaría a ello. Así que en el momento en que se acostara con otra mujer y se completara el ritual de luna llena, la conexión con Ruth desaparecería, ya no estarían vinculados. Faltaban dos noches para eso. Hasta entonces no podría volver a tocarla y rezaba para que ella no lo obligara a nada raro. Aunque ése había sido el pacto entre ellos, esperaba que Ruth se sintiera lo suficientemente decepcionada con él para que no quisiera que la tocara de nuevo. Él era fuerte y no le iba a costar alejarse de ella, pero la carne era débil y si Ruth se lo proponía, seguro que conseguiría que le arrancara la ropa de cuajo, porque en realidad no era tan fuerte ante ella. Obligándose a serenarse, tomó el tambor de sus manos, rozando ligeramente sus dedos. Ambos saltaron ante la sensación eléctrica que atravesó su piel. Siempre les pasaba lo mismo. Cuando menos se lo esperaban.

—Mi padre Nimho me ayudó a perfeccionar algunas técnicas de adivinación —explicó acariciando el tambor—. El tambor es el instrumento principal del chamán. Éste era de él y me lo legó a mí.

Ruth estudió el semblante de Adam mientras se frotaba los dedos «electrocutados» contra el muslo.

—¿Estabas intentando adivinar algo?

—Intentaba hacer que el espíritu entrara en mí para que me diera la información que necesito. Como noaiti, tengo la obligación y la capacidad de contactar con los nueve mundos. Pero para ello debo dejar que un espíritu me elija y me guíe a través de ellos.

—Vaya —sonrió interesada—. Y yo que pensaba que era rarita.

—No lo puedo hacer siempre, ni cuando me dé la gana —aclaró—. De hecho, hacía siete años que no me encontraba con fuerzas para hacerlo, y cuando lo había intentado, mi cuerpo no estaba preparado para ello. No estaba equilibrado.

—¿Equilibrado? —alzó una ceja.

—La muerte de mi hermana afectó a mi energía. No me sentía capacitado para ello —confesó humildemente—. Y me siento como si hubiera fracasado durante su ausencia.

Ruth descruzó los brazos. Ese hombre padecía un profundo dolor. Tenía muchas cicatrices por dentro, y demasiadas responsabilidades hacia sí mismo y hacia los demás. Le entraron ganas de abrazarlo y darle consuelo.

—No sé por qué te explico esto —murmuró incómodo.

—A lo mejor porque nadie más te aguanta. —Adam no se abría. Era como un muro. Ruth exhaló y entornó los ojos—. Se llama hablar, Adam. Diálogo, charla, cháchara, darle a la sin hueso… Dicen que es liberador y que sana nuestro espíritu.

—¿Por qué te interesa?

«Porque eres tú. Se trata de ti, zoquete», se dijo, pero contestó:

—Porque me gusta saber acerca de las personas que me rodean. Ayer me fui a la cama contigo, hemos compartido la máxima intimidad entre dos personas. ¿Es peor eso que hablarme? No puede ser tan difícil.

Adam frunció el ceño. ¿Cómo «peor»? ¿Creía Ruth que lo que pasó entre ellos había estado mal? ¿Que no había sido bueno?

—Además, tu hermana me ha contado algunas cosas —añadió como si aquello no fuera importante—. Aunque no lo creas, sé escuchar, Adam.

No dudaba de ello. Ruth se daba a las personas con abandono y muy poco egoísmo. Si había una persona con la que podría abrirse, sería ella. Jamás pensó que pudiera necesitar hablar de su vida con nadie, pero por lo visto, esa chica con cara de gata estaba convencida de que poner palabras a todo lo que sentía sería bueno para él.

—Era mi gemela. ¿Has oído hablar sobre el vínculo entre gemelos?

—Sí —contestó ella conmovida. ¡Por fin!

—Sentí que me extirpaban una parte de mi cuerpo cuando… cuando ella murió en mis brazos. Tener a la persona que más quieres en tus manos mientras se le va la vida es… —negó con la cabeza, todavía queriendo eliminar esa imagen de su mente—. Te destruye, Ruth. El dolor que sentí se llevó mi capacidad de invocar al espíritu, de predecir. Sólo lo hacía astralmente, y la adivinación astral no es tan fiable porque a veces intervienen los prejuicios del chamán onírico. Las predicciones astrales son poco concisas. Pude cometer un error terrible contigo, Cazadora —reconoció incómodo—. Por culpa de mis prejuicios. Eso me avergüenza.

—Todos cometemos errores, Adam. —No le gustaba verlo así. Afectado—. Lo importante es reconocer que nos hemos equivocado, y luego, tener la capacidad de hacer algo para solucionarlo. Además, la noche de las hogueras acertaste, y también tuviste claro que yo misma iba a disparar flechas, aquí mismo, hace dos días. Tu hermana dijo que tenías un don muy puro. Creo que es cierto.

—Pero me equivoqué. Vi cosas en ti que no eran reales.

—Lo hiciste, chamán —le recordó ella—. Pero bueno, teniendo en cuenta lo que había escrito tu padre en sus profecías, era normal que pensaras así de mí. Si unes eso al concepto que puedas tener de mi persona, era normal que me vieras como si fuera el maligno.

Adam la contempló largo rato. Parecía imposible que, después de todo, fuera Ruth quien hablara con él de lo sucedido, y lo ayudara a perdonarse. Lo intentó de nuevo.

—Tras la muerte de mi hermana y mi cuñado, me quedé tullido emocionalmente. Invoqué al espíritu para que me hablara de ti, Ruth, y fracasé, no di con él. —Esperaba algún tipo de recriminación por ello, que ella lo denunciara por su falta de eficacia y responsabilidad hacia su clan, pero en sus ojos dorados no había repudio de ningún tipo. Sólo comprensión.

—No tendría nada que contarte —contestó ella sin darle importancia—. No busques en mí a alguien que te acuse de todos los males del mundo, Adam. No voy a condenarte. Nerthus me dijo que había dormido mis dones y me había camuflado hasta ahora para que nadie me persiguiera ni me hiciera daño. ¿Qué te iba a decir el «espíritu»? Así que, ya ves, chaval, soy muy importante. —Y sonrió agachándose para coger aquella taza de ritual.

Adam sintió que algo florecía en su interior al verla sonreír. No lo podía negar. Era una chica especial y una pieza indispensable para los dioses. Puede que él no la quisiera como pareja pero se encargaría de velar siempre por su seguridad. ¿Quién sería el afortunado que se la llevaría? Sintió un nudo amargo en el estómago al pensar en ello.

—¿Qué bebes? —preguntó Ruth observando la cazuela ritual.

—Son plantas que abren el tercer ojo.

—¿El ano? —se echó a reír—. No sabía que te gustara eso, chamán. —Le guiñó un ojo.

Adam soltó una carcajada ronca, y a continuación negó con la cabeza. ¿Cuánto hacía que no reía así? Aquel sonido les sorprendió a ambos, por lo sencillo y franco que había sido.

—Las utilizo para que se abran mis sentidos. —Se aclaró la garganta y se agachó. Olió la taza poniendo cara de asco—. No huelen muy bien.

—Cierto —Ruth estaba tan a gusto que sólo quería maullar y frotarse contra el suelo como una gata. ¿No podrían estar así siempre?—. ¿Qué son esos símbolos marrones que hay alrededor del tambor?

—Son figuras y letras rúnicas. Es un mapa.

—¿Un mapa?

—Sí. Cuando el noaiti está en trance entre los mundos, se guía de las marcas rúnicas trazadas sobre la piel de reno del tambor. Es mi manera de volver a la consciencia. Toco los símbolos adecuados y ellos me regresan a este plano. No tengo pérdida.

—¿Qué cantabas? —Sentía tanta curiosidad por el mundo de Adam. Quería aprenderlo todo sobre él. Meneó la taza y se fijó en el movimiento del líquido en su interior.

—El canto joik[30]. La percusión del tambor y los mantras repetitivos del joik son indispensables en mis rituales. La cadencia monótona y repetitiva del canto, me ayuda a entrar en trance para abandonar mi cuerpo y acceder al mundo en el que deseo entrar. Hacía tiempo que no lo ponía en práctica. Es como cantarle a la vida. Sirve para recordar personas, animales o tiempos pasados. A través de mi voz y mi canto, yo los invoco.

—Es bonito —susurró Ruth.

Adam la miró de reojo y se sonrojó.

—Necesito entender lo que sucede, por eso he querido entrar en el mundo inferior, para que me dijeran cómo detener todo esto, pero no he podido. —Hundió los hombros—. El espíritu no ha entrado en mí, no me ha elegido pero me ha dicho algo, el eco de su voz repetía un frase…

—¿Qué te decía? —Lo miró con los ojos abiertos de par en par y llenos de interés.

—No estoy seguro. Me ha dicho que no estoy completo todavía.

Ruth lo repasó de arriba abajo.

—¿Te falta algo que yo no sepa?

—No se refería a eso —contestó él aguantándose la risa—. Es algo interno, de dentro. Tengo que averiguar lo que es.

Ruth hizo un gesto de conformidad.

—Averígualo pronto, chamán. Te necesitan. —Nunca diría que ella también lo necesitaba. Probó un poco del líquido de la taza y lo saboreó. Estaba asqueroso—. ¿Cómo puedes beber esto?

Adam se la quitó de las manos y la dejó dentro de la cazuela. Luego, sin previo aviso, la miró con ternura y le limpió la comisura de los labios con los pulgares.

—No bebas de eso. No te gustará —murmuró dulcemente. Se quedó estupefacto ante aquel acto espontáneo. ¿Qué estaba haciendo? Retiró las manos como si se hubiera quemado y se dio la vuelta para recoger todos los bártulos.

Ruth se tocó los labios donde todavía sentía la caricia de Adam. ¿Por qué le hacía eso? ¿Quería volverla loca?

—¿Por qué hoy, después de tanto tiempo, te sentías con fuerza para volver a contactar con el espíritu? —Se arrodilló a su lado y lo ayudó a recoger. No debía darle importancia a esos gestos.

Adam no sabía qué responderle. Desconocía que aquella mañana iba a levantarse con tanta energía y con la seguridad de que algo grande le sucedería. Había algo dentro de él, algo lleno de luz que irradiaba de dentro hacia afuera. Se sentía extraño.

—No lo sé. Hoy me sentía con fuerzas y punto —contestó cortante.

—Pero no has conseguido nada —le recordó ella—. A lo mejor necesitabas más tiempo…

—Puede que si no me hubieras interrumpido…

—Sí, claro, ¡ahora la culpa es mía! —se levantó furiosa—. Te despistas muy rápido, chamán.

—Hueles muy bien —murmuró a regañadientes, alzándose cuan alto era. No permitiría que Ruth pensara que le molestaba su presencia—. Te he olido y he regresado.

Ruth detuvo toda la retahíla de insultos que tenía en la punta de la lengua. ¿Ella olía bien? Él sí que olía bien. Ayer por la noche creía que sólo era menta helada, como un Halls, pero después de estar con él descubrió que era hielo dulce y preparado para deshacerse con el calor. Menta y chocolate a la vez. Aftereight.

—¿Te gusta cómo huelo? —preguntó llevándose la mano al cuello y acariciando la marca inconscientemente.

Adam se quedó paralizado al ver como ella se frotaba su mordisco. Y al momento, sintió que la caricia de la mano de Ruth se extendía a su miembro. Se giró para ocultar su erección.

—Sí. —Contestó sincero.

Ruth respiró más tranquila. Además del diamante de su ombligo, también le gustaba cómo olía. Vaya, iba sumando enteros.

—Entonces me cambiaré el perfume —decidió sin hablar en serio—. No queremos que te enamores de mí, ¿a qué no, chamán?

Adam la miró de reojo. ¿Hablaba en serio? Siempre olería así. Era su esencia. Y no quería que se echara perfumes raros ni nada por el estilo… Espera un momento. No tenía derecho a exigirle nada. No era suya.

—Como quieras —dijo él guardando la olla y la bolsa de plantas en el orificio de la roca que hacía de base del tótem. Ruth acercó la taza y él la tomó para esconderla con todo lo demás.

—Cuando salí a correr pensé que todavía estabas durmiendo —le explicó ella—. Nora y Liam están solos en la casa. Deberíamos ir para allá.

El berserker se sintió bien al ver la auténtica preocupación de Ruth por sus sobrinos.

—Están seguros. —Se acercó a ella y la invitó a que caminara delante de él—. El sistema de seguridad es muy fiable. No entrara nadie que yo no quiera. Además, hemos añadido unas pequeñas modificaciones. Si alguien quiere entrar a menos de un kilómetro de mi casa, y no está insertado en el sistema de reconocimiento facial, sufrirá una buena descarga eléctrica. Y se quedará aturdido el tiempo suficiente como para que vayamos a por él. —Aquella chica que caminaba delante de él tenía un culo espectacular.

—¿Has incluido a todos nuestros amigos? —ella lo miró por encima del hombro.

Adam estaba centrado en el movimiento de esas dos nalgas simétricas y prietas. ¿Había dicho «nuestros»? Ruth y él compartían amigos. Los compartirían siempre a partir de ahora.

—Adam, deja de mirarme el culo. —Esquivó la rama de un árbol demasiado baja y la tensó lo suficiente como para que le rebotara a él en el pecho.

—¡Oye! —se quejó divertido—. ¿Qué quieres? Ese pantalón de atletismo que llevas es muy bonito.

Ruth puso los ojos en blanco.

—Todos sois iguales —murmuró por lo bajo.

Adam levantó la comisura de sus labios y sonrió satisfecho.

—Sí que he incluido a todos. A los colmillos y a los nuestros.

—Y a Gabriel también, ¿no? —se giró preocupada—. Una descarga de ésas lo puede matar.

—Sí, al principito también. Tranquilízate. Nunca vas a estar más segura, Ruth. El peligro está fuera de aquí.

—Gracias. —Asintió y siguió caminando. Si él se lo decía, lo creería—. Aileen me dijo que hasta su llegada nunca os habían atacado en vuestro territorio.

Adam retiró una rama para que ella pasara por debajo y no le molestara. Un gesto de caballero.

—Aileen te dijo la verdad. Wolverhampton estaba vetado para lobeznos y vampiros. Cuando sucedió lo de Caleb y Aileen sufrimos la primera intrusión y salimos victoriosos. No nos habían atacado de nuevo en nuestra casa hasta hace dos noches.

—Pero también salisteis victoriosos —añadió ella orgullosa.

—Porque nadie contaba contigo, Cazadora. Has sido una variante espectacular.

—¿Por qué soy una variante?

—El resultado de una ecuación se altera según la variante que le añadas. Strike y Lillian tenían su propia ecuación, y un resultado único que les favorecía. Pero tú apareciste y añadiste un valor distinto que acabó en otro resultado diferente al que ellos tenían planeado. El juego del destino. Capricho de los dioses.

—O pura física cuántica.

—Puede ser —admitió reconociéndola, observándola con otro prisma.

—Nerthus me dijo que en realidad el destino lo modificábamos nosotros con nuestras acciones, que gozábamos del libre albedrío. Supongo que el destino fatídico del que habláis también se puede modificar con variantes espectaculares, ¿no? Todo está en movimiento, todo se modifica. La vida tiene tanta plasticidad como nuestro cerebro. ¿Y si el destino de la Tierra no acaba como todos predecís? ¿Y si el destino también está dotado de plasticidad? ¿Y si lo podemos moldear a nuestro gusto? ¿Y si el Ragnarök no llega?

Adam la estudió detalladamente. Esa chica no sólo era un melocotón andante, además, era inteligente. Pero tenía que borrarle de la mente esos ideales románticos. El futuro del Midgar se iba ir a tomar por culo si ello dependía de las erradas decisiones que tomaban los humanos, porque el libre albedrío les había dado demasiada manga ancha para hacer lo que les diera la gana y, lamentablemente, se habían equivocado demasiadas veces. Había pocos humanos como Ruth. Valientes, atrevidos y que decidieran agarrar al toro por los cuernos.

—El destino de la tierra cambiará por completo, Ruth. Sólo tienes que mirar a tu alrededor. En la Tierra, en vuestra realidad, hay dos frentes abiertos, uno que veis y otro que no veis. El primero es el frente que habéis creado como raza dentro del universo. El ser humano es destructivo por naturaleza, un paria, y vais de cabeza a convertir vuestro mundo en una gran nube de polvo. El segundo frente es el que abre la existencia de unos dioses creadores, algo en lo que no creéis y, quienes creen hacerlo, no entienden lo que eso comporta realmente. Soy un berserker, un ser que ha sido moldeado en las manos de un dios llamado Odín. —Abrió los brazos y dio una vuelta sobre sí mismo—. ¿Qué crees que supone esto? Desafía todas las leyes físicas que asumís como dogmas.

»Mi teoría es: o bien os destruís vosotros o lo harán los dioses —sentenció sombrío—. Si el destino de los dioses llega a su ocaso real, modificará el curso de la humanidad para siempre, y todo parece indicar que va a ser así. Afectará al equilibrio de la Tierra sí o sí. Así en el cielo como en la tierra. Así es arriba como es abajo.

—Un principio universal. —Entendió Ruth.

—Sí, señorita. Un principio universal. Los siete principios universales se pueden aplicar en vuestro mundo, todos los puedes aplicar al curso que está tomando la humanidad. Loki ha jugado con dioses y humanos. Juega con todos. A vosotros os ha hecho débiles y materialistas, os ha rodeado de un mundo en el que la evolución se mide según las armas y la tecnología que desarrolléis. La culpa no es sólo de Loki, es vuestra, por tener esa naturaleza codiciosa y avara. Pensáis únicamente en el dinero, en el poder y en vuestra seguridad material. Os ha hecho creer que podéis controlar las cosas, que podéis manipular el curso de la vida, y por ello os habéis convertido en monstruos. Y con su rebelión no os ha jodido sólo a vosotros, sino que, además, ha puesto en jaque a los dioses. Se está haciendo más fuerte. Vampiros, lobeznos, espíritus y humanos se atreven a ponerse de su parte sin ningún complejo… El Ragnarök será mayor o menor dependiendo de lo preparados que estemos. Una cosa será consecuencia de la otra. Pero llegará, tenlo por seguro.

Ruth oía la voz de Adam y no se lo podía creer. ¿Es que ese hombre no tenía esperanza? Vale, el ser humano hacía las cosas mal, pero no todos tenían una venda en los ojos.

—Pero se supone que estamos aquí para detenerlo, ¿no? Vosotros, digo. ¿Acaso no estáis aquí para evitar el maldito Apocalipsis?

—Y en caso de que podamos evitar el ocaso de los dioses, katt, el Apocalipsis que mencionas —destacó—, en caso de que podamos detener a Loki, ¿quién os salvará del ocaso de la humanidad? ¿Quién os salvará de vosotros mismos? El Midgar está en serios problemas.

Ruth se detuvo y lo estudió como si fuera un bicho raro.

—Tu optimismo es contagioso.

—Eres muy sarcástica —gruñó él admirando sus pechos y sus piernas.

—Y tú un negativo y un pesimista. Pero no te preocupes, chamán —asintió decidida, sin dejar de mirar el espléndido tatuaje que cruzaba su pecho derecho. Cuánto más miraba el dragón, más le gustaba—. Yo mantendré la esperanza por ti. Alguien tiene que hacerlo.

Ruth se colocó a su lado y caminaron juntos. Caramba con el lobito que no le quitaba los ojos de encima hablaran de lo que hablaran. Lo mejor era moverse. Era eso, o dejar que la devorara con los ojos. Y ella no era fuerte para ignorar el calor de esa mirada llena de embrujo. Adam tuvo ganas de agarrarla de la mano y entrelazar los dedos con ella. Poder caminar tranquilos, disfrutando de la compañía del bosque y el uno del otro, ¿sería tan agradable como parecía? ¿Lo haría sentirse bien?

—Me gusta preceder a las damas, Ruth. Ve delante —le soltó él, incómodo por los derroteros que habían tomado sus pensamientos.

—Pero tú y yo sabemos que aquí no hay ninguna dama, ¿verdad? —contestó sin dejar a relucir lo afrentoso que había sido para ella ese comentario la noche anterior. Si se dio cuenta del respingo que dio Adam, lo pudo disimular muy bien. Él fue a contestarle, pero ella no le dejó—. Cuéntame algo: ¿cómo te eligieron chamán? ¿Cómo os elegís entre vosotros?

—Eres una humana muy curiosa, gatita.

Ruth no quería que la llamara así. Le hacía recordar sus cuerpos sudorosos y a Adam manteniéndola agarrada del cuello, con sus blancos y puntiagudos dientes hundidos en su piel, mientras la penetraba hasta convertirla en un flan.

—Ya te lo he dicho. Me gusta enterarme de las cosas.

—Ya veo. —La miró con algo parecido al afecto, y comprobó con orgullo cómo ella se sonrojaba—. El don del noaiti pasa de padres a hijos. Después de la muerte de mi padre, era normal que yo adoptara su papel.

—¿Y Strike no intervino para poner en duda esa elección? Él también era chamán, ¿no?

—Es un brujo, no un chamán. Además —añadió deteniéndose delante de un inmenso charco en el camino—, desapareció cuando se llevó a mi madre con él, y luego nunca supimos nada más hasta ahora.

—Ah. —Ruth miró el charco estupefacta—. Antes no he venido por aquí, este charco es inmenso. No quiero ensuciarme las bambas. —Miró su calzado con tristeza.

—No lo harás. —Sin más, la alzó por la cintura y la cogió en brazos como una niña pequeña—. Yo me ensuciaré por ti.

—Uy, eso es lo más bonito que me has dicho desde que nos conocemos —murmuró Ruth con los ojos fijos en ese mentón obstinado.

Su cuerpo entró en combustión. Adam gruñó por lo bajo y la acercó más a él. Si Ruth le rodeara la cintura con esas piernas de infarto, él podría arrancarle el pantalón y hacerle el amor así, en esa posición. Y la volvería del revés, y la haría ponerse a cuatro patas y después…

—¿Sabes que cuando piensas en guarradas los ojos te cambian de color? —soltó Ruth queriendo provocarlo—. Se vuelven rojos, como ahora. ¿Estás pensando en mí, lobito?

Los labios de Adam dibujaron una sonrisa.

—¿Sabes que eres muy bruja? —se obligó a serenarse, pero le parecía un imposible con ella en sus brazos, hablando con él como si fueran amigos, o más que amigos. La noche anterior se habían acostado y… tenía que dejar de pensar en ello—. ¿Quieres que te hable del don del noaiti?

—Claro.

—Pues cállate la boquita, preciosa. —Cuando cruzaron el charco se dio prisa en dejarla en el suelo y la invitó a que continuara caminando.

—Eres muy mandón.

—Cuando Odín otorgó el ola los einherjars, que eran los guerreros inmortales, concedió sólo al elegido el furor estático y la inspiración de profecía, que es el estado que acompaña a la adivinación y al contacto con los muertos de todas las dimensiones. Mi padre, miles de años atrás, había sido humano. Un originario de los samis, ¿sabes quiénes son?

—¿Los lapones?

—No digas eso —la riñó—. Es una palabra muy peyorativa. Significa «inculto», «tonto» y otras cosas como por ejemplo, «ropa de mendigo». La gente los llama lapones sin saber que los están insultando, pero es normal, se sabe tan poco del pueblo sami.

—Lo siento, esa palabra está hasta en los atlas, no sabía que era un insulto.

Ahora entendía por qué Adam lucía esa piel bronceada y esos ojos negros y salvajes. Lo había visto con el pelo largo y podría haber sido un indio perfectamente, uno arrebatador y que quitaba el sentido. Los samis que vivían en las costas árticas escandinavas eran de ese estilo, pelo muy negro y liso, y piel curtida y morena. Ojos oscuros como los suyos.

—Era el chamán de su tribu. Los samis hace más de once mil años eran animistas o chamanistas, como quieras llamarle. Ahora, en la actualidad, hay samis que son hasta luteranos y algunos, hasta ortodoxos rusos. Sin embargo, yo vengo de los antiguos. Para nosotros hay vida en todo, en los animales, en las plantas, en los elementos… Mi padre convivió con los vikingos normandos que habitaban en las costas bálticas y el mar del Norte. Luchó con ellos, codo con codo. Al morir en la guerra defendiendo a su pueblo, las valkyrias lo recogieron y lo llevaron al Valhalla[31].

Cuando un guerrero es recogido por las valkyrias, lo convierten en guerrero inmortal. Un einherjar. Odín se lo llevó de ahí como a muchos otros y le otorgó el od, la furia berserker, y el don del Druht[32], ya que mi padre sabía de adivinación y profecías. El Iruht es el don que otorga el estado alterado de conciencia, el que se necesita para ver el futuro. Cuando los berserkers creados por Odín descendieron a la Tierra, era necesario crear un comitatus[33], una familia de honor entre ellos, ya que no había vínculos sanguíneos entre los originales, y necesitaban una estructura, algo que los identificara como grupo. El jefe del comitatus era As. La votación unánime del comitatus, decantaría la elección del noaiti. En realidad no era necesaria ninguna votación, ya que Odín había sido quien le había regalado el don a mi padre, pero Strike, que también venía de una familia de magos y brujos normanda y aria, exigió que se celebraran unas elecciones auténticas. La votación fue unánime, menos uno que votó en blanco.

—Strike, por supuesto.

—Por supuesto. Supongo que siempre odió a mi padre, lo envidió porque gozaba de un respeto que él no tenía. Strike era muy manipulador y necesitaba la admiración de los que le rodeaban. Un autentico ególatra.

—Me lo imagino —resopló.

—Pero se equivocó. Mi padre siempre me decía que era más importante ganarse el respeto que la admiración de las personas. De ese modo siempre te toman en serio. La admiración puede convertirse en aversión. El respeto, una vez lo ganas, es para siempre.

Caminaron en silencio un tramo más.

—¿Qué más me quieres preguntar? Venga, suéltalo. —Adam la miró entornando los ojos.

—¿Cómo murió tu padre?

Él se quedó perplejo ante la pregunta. Su padre… ¿Cómo iba a explicarle eso? Era todo tan oscuro y tan deprimente a su alrededor cuando pasó. Hacía ciento cincuenta años de aquello, y en algunas cosas todavía parecía que hubiese sido ayer, porque el dolor seguía siendo el mismo.

—¿Qué versión quieres? —preguntó con frialdad.

—No te entiendo.

Adam aceleró el paso. Sacar el tema lo ponía nervioso. Nadie, nunca, le había preguntado qué había sucedido. Nadie jamás supo lo que realmente había pasado. Sólo As y Noah, sus más allegados. Ni siquiera Sonja supo la verdad, porque Adam se había encargado de ello. Y ahora Ruth quería que hablara de él… y él necesitaba hacerlo. Caramba, necesitaba desahogarse.

—Se suicidó.

Ruth se detuvo en el camino de arena y lo agarró del antebrazo para que él se quedara con ella.

—Repítelo.

—Lo que has oído, Ruth. Mi padre se puso en bandeja a los vampiros.

—¿Cómo? ¿Por qué? —La revelación la había dejado aturdida.

Adam apretó la mandíbula y cerró los ojos para ver si así las imágenes de su muerte desaparecían, pero seguían ahí, grabadas en el lóbulo temporal de su cerebro.

—Cuando un berserker se empareja y su mujer muere, o peor, lo abandona, su energía mengua, queda dividida. Afecta a nuestro equilibrio mental y emocional.

—Supongo que como con los humanos. Cuando alguien nos rompe el corazón, también quedamos desvalidos durante un tiempo. Algunas veces nos cuesta recuperarnos toda una vida de ello, pero lo hacemos, o al menos lo intentamos.

—Mi padre no lo hizo. Después de que Lillian lo abandonara por Strike y lo ridiculizara se convirtió en un muerto andante, Ruth. Dejó de ser él mismo. En sus ojos no había ni brillo, ni vida, ni… ni amor. Cuando mi hermana y yo alcanzamos la edad de la conversión a los veintidós años, él se quitó un peso de encima. No tenía nada para darnos, todo se lo había llevado Lillian. Envejeció con rapidez.

—¿Por qué envejeció?

—Cuando un berserker es abandonado por su mujer, parte del caudal de su energía se va con ella y sólo puede ser restituida por su kone. Es muy difícil abrirnos a una pareja nueva, a no ser que la anterior que habíamos tenido no fuera realmente nuestro reflejo. Nuestro reflekt[34].

—Reflejo. —Se mordió el labio sin entender.

—Es uno de los nombres que le damos a nuestra mujer. Es nuestro reflejo. Lo que somos, en los ojos que nos miramos. ¿Entiendes?

—Qué tierno —murmuró con los ojos brillantes—. Pero As perdió a Stephenie y él ahora está con María, y la verdad es que están genial.

—As perdió la vinculación con Stephenie porque se deshizo el nudo naturalmente al morir ella. No es lo mismo la muerte que el abandono. Muchos berserkers mueren con el tiempo al morir su pareja. Pierden las ganas de vivir. Otros se suicidan. Depende de la fortaleza del berserker. As es poderoso. También lo pasó mal con la muerte de su mujer y la desaparición de Jade, pero aprendió a superarlo y ahora se ha anudado a María. Mi madre, en cambio, sigue viva, y mi padre dependía de ella para poder mantenerse en forma porque el vínculo seguía ahí, el nudo no se había deshecho. No puedes engañar al cuerpo —remarcó—. Lillian se acostaba con Strike y ambos intercambiaban su energía, así que a ella no le afectó porque además de seguir siendo inmortal, no estaba enamorada de mi padre, él no era su mann, su hombre, por lo tanto no le dolió en ningún momento dejarlo. Mi padre se acostaba cada noche con la rabia y la desesperación. Se envenenó y se debilitó.

»Se desvinculó de nosotros. Éramos sus hijos, pero mi padre estaba vacío ahí donde antes rebosaba cariño y amor. La mentira de mi madre se lo arrebató todo. Se convirtió en un hombre oscuro, sin esperanzas, frío en la lucha e inmisericorde. As, que era su mejor amigo, a veces tenía dificultades para detenerlo en las reyertas. Mataba a todo lo que se cruzaba en su camino, y a veces no hacía diferencias. Si era un vampiro le cortaba la cabeza, si era un lobezno lo torturaba y lo quemaba hasta morir, y si era un humano y él ese día no tenía mucha paciencia, pues también lo sacaba de en medio. Ya no quería vivir. —Los ojos de Adam se humedecieron, pero retiró la cara para que Ruth no lo viera en ese estado de vulnerabilidad—. Una noche, As, Noah, mi padre y yo salimos a patrullar por la zona que ahora es Segdley. De repente, en las cercanías, olimos a un grupo de vampiros, y seguimos su rastro hasta llegar a una calle sin salida. Estaban atacando a un grupo de mujeres. Las iban a destrozar. ¿Sabes quién era una de las mujeres?

—No.

—Stephanie. Ahí se conocieron ella y As.

—Vaya…

—Mi padre fue hacia ellos, Ruth. Como un loco descontrolado, que era en lo que se había convertido. Tiró su oks[35] y corrió hacia su muerte gritando como un energúmeno, sin intención de defenderse, sin ánimos de luchar. Se entregó a ellos y le cercenaron la cabeza, así sin más. No nos dio tiempo a detenerlo. Nos sorprendió a todos. Me acuerdo de ese momento, sin embargo, no recuerdo lo que sucedió después. As y Noah me explicaron que entré en cólera, y que maté con mis manos a los ocho lobeznos que lo habían matado. Y después colapsé.

Ruth estaba horrorizada de oír la historia que contaba Adam. ¿Su padre se mató porque no superó lo que Lillian le había hecho? Empezaba a entender un poco a Adam. Sus reservas y sus dudas, su desconfianza, todo aquello en lo que él ya no creía. Había una razón de peso para ser como era, pero ¿era motivo suficiente para cerrarse en banda y negarse una vida en la que pudiera ser feliz?

—Un año antes de morir, mi padre me dijo que Loki lo estaba tentando. Le hablaba en sueños, y no se veía con fuerzas de luchar contra él, de negarlo. Estaba tan abatido… Fue entonces cuando escribió las profecías. La de su muerte y la de sus hijos.

—Es terrible, Adam. Siento de verdad lo que le pasó a tu padre. —Intentó acercarse a él para darle apoyo, pero Adam se retiró, no estaba dispuesto a recibir su consuelo. Ruth apretó los puños. Cada vez que ella se acercaba, él la rechazaba—. ¿Y tú quieres ser como él?

—¿Cómo dices?

—Que si quieres ser como tu padre —gruñó enrabietada—. Vivir ofuscado, sin permitirte la vida que necesitas, sin que entre un rayo de felicidad en tu casa. Viendo todo tan negro como al final estaba el corazón de Nimho. ¿Eso es lo que quieres? Las profecías de tu padre son deprimentes, hablan de ira y destrucción. No hay posibilidad de salvación en ninguna de ellas porque él había renegado ya de ella. Son fatalistas. Él estaba perdido.

—No sabes de lo que hablas. —Aceleró el paso y la dejó atrás. No quería escucharla—. No te he contado nada de esto para que me sermonees, Cazadora.

—¿Ah, no? —Ella corría detrás de él. Como siempre, él huía y ella lo perseguía. Se sentía patética—. No te estoy sermoneando, chamán. Es una observación. Estás lleno de pesimismo, y cargas solo con el peso de muchas responsabilidades. Tienes a tu cargo a dos niños pequeños que no son hijos tuyos, eres el chamán del clan y siempre debes estar a punto y afinado para recibir al espíritu, te culpas de la muerte de tu hermana y encima te has prestado a ser mi esclavo para redimirte. ¿Quieres que te hagan santo? ¿Adam el mártir? ¿Eso quieres? ¿Cuándo harás algo por ti? ¿Cuándo dejarás que otros hagan algo por ti? ¿Cuándo empezarás a vivir?

Adam se detuvo en seco, se giró, y Ruth chocó contra su pecho. La tomó por la parte superior de los brazos sin mucha ternura y la miró fijamente a los ojos.

—No necesito nada de lo que me dices, Ruth. Tengo todo lo que quiero. Tengo un puesto de honor en el clan, unos sobrinos que me quieren y me adoran, el recuerdo de Sonja que era una mujer maravillosa, y las lecciones de mi padre que son auténticas y están basadas en la experiencia.

—Su experiencia, no la tuya.

—Cállate.

—Dices que tienes todo lo que quieres, pero no tienes todo lo que necesitas. Lo veo, Adam. Lo veo en tus ojos. Puede que nos conozcamos desde hace muy poco tiempo pero la calidad de ese tiempo ha sido brutal, he visto cosas buenas y malas, y sé cosas de ti que otros no saben. Te estás ocultando, te escondes.

—¿Y qué mierda necesito?

Ruth quería contestarle, pero no se atrevió. Se mordió la lengua. Adam la zarandeó y volvió a preguntarle:

—Vamos, no te cortes ahora, Ruth. ¿Qué necesito?

Ruth lo miró a los ojos. Esos ojos negros que reflejaban tormento y pedían que lo quisieran. Unos ojos a los que, por lo visto, él no prestaba atención cuando se miraba en el espejo.

—Si no lo sabes tú porque estás ciego, yo…

—¿A ti? ¿Va de ti la cosa, Ruth? ¿Siempre va de ti todo? —volvió a zarandearla—. ¿Crees que te necesito? ¿Crees que puedes darme algo que me haga falta? Yo también sé lo que quieres, Cazadora. Eres transparente y lo que me dicen tus ojos es que…

—No me cabrees, Adam. —Intentó soltarse—. Yo sólo…

—Sé lo que te pasa. Me atacas porque estás enfadada por lo de ayer. A ver si dejamos las cosas claras de una puta vez. Lo que necesito de ti es esto. —Deslizó las manos por su espalda y las bajó hasta agarrar su trasero. Ruth se quejó porque estaba convencida de que tenía el culo amoratado por el modo de agarrarla la noche anterior—. Ayer lo tuve. Como te dije, tengo lo que quiero. Y no quiero más que esto.

Ruth intentó zafarse de él. Adam estaba enfadado y ella sabía el motivo. Le había tocado un punto sensible, algo que por lo visto nadie hacía, pero eso no le daba derecho a tratarla con desprecio.

—¿Por qué me hablas así? —Intentó empujar sus hombros pero él no la dejó que se soltara. La alzó del suelo, cogida como la tenía, y Ruth gritó de la rabia—. ¡Para, Adam!

Adam se detuvo al instante y la miró furioso. Ruth no tocaba con los pies en el suelo.

—El collar te ha dado un poder ficticio. No me ordenes que me calle y déjame decirte lo que en verdad pienso. —Sus ojos estaban amarillos.

—No he abusado del collar. Nunca lo he hecho aunque te lo has merecido más de una vez —le recordó ella preparada para oír lo que él tuviera que decirle. Preparada para recibir el golpe—. Te escucho, suéltalo rápido.

—Es sexo, Ruth. Sé lo que quieres, sé cómo me miras. Te conozco. Permanecerás conmigo mientras lleve el collar, y nos acostaremos las veces que tú quieras porque la verdad es que eres genial en la cama y no me puedo resistir a ti. Pero no te necesito, ¿de acuerdo? Liam, Nora y yo estamos bien solos, y en caso de que quiera a alguien en mi casa y en mi vida, no puedes ser tú. —Cuando vio que la luz de los ojos de Ruth se apagaba, sintió un dolor físico en el corazón, una punzada terrorífica que hizo que le temblaran las rodillas, pero lo aguantó con estoicismo—. No eres mi compañera, no encajas en mi vida. No sabes luchar, no sabes pelear ni puedes lidiar con alguien como yo. No puedes responsabilizarte de unos niños, no de los míos. Necesitan otro tipo de compañía. Protección. ¿Se la brindarás tú? Si hasta hace tres noches no sabías ni quién eras…

—Seré inmortal, gilipollas. Soy la Cazadora. —Levantó la barbilla, manteniendo el orgullo que Adam quería arrancarle con sus palabras. Se le llenaron los ojos de lágrimas sin derramar—. He aprendido muchas cosas contigo, no hace falta que me las recuerdes. Sé que no soy tu compañera, si no nunca me tratarías así. Tampoco soy tu amiga. Un amigo se interesa por la vida del otro. Aún espero que me hagas una sola pregunta sobre mí. Y hoy, ahora mismo, dejo de ser tu ama. —Llevó las manos al cierre del collar ante la mirada desconfiada de Adam. Lo hizo con agilidad.

—¿Qué coño haces, Ruth? —gruñó desconcertado.

—Ya te dije ayer por la noche que tengo claro cuál es mi papel, aprendí la lección, ¿no? Lo iba a hacer de todas maneras, pero quería que los niños estuvieran delante. —Alzó las manos y Adam retiró la cara pensando que le iba a dar una bofetada. Eso indignó más a Ruth—. Pero como siempre contigo, todo sale del revés. Y puedo cuidar de los niños. Los pequeños no necesitan protección física, sólo la verdadera protección que les da el cariño. Y tampoco espero que te cases conmigo sólo porque nos hayamos acostado, idiota presuntuoso. Es obvio que no me conoces. —Acto seguido el collar se abrió sin ningún esfuerzo—. Como no soy ni tu compañera, ni tu amiga, ni tu ama, tampoco seré tu puta. No quiero ser nada tuyo, ya he tenido suficiente. Me tengo más respeto.

Adam abrió los ojos y las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. Ruth miró el collar que ahora yacía en sus manos y lo lanzó al suelo porque estaba quemando sus manos. El hallsbänd vibró y se iluminó para, acto seguido, desaparecer ante la estupefacción de los dos.

—Bájame —ordenó ella, afectada por las palabras que le había dedicado el berserker—. ¡Bájame ahora mismo, Adam! —le tembló la voz—. Y quítame tus manos de encima.

Adam no se podía creer lo que había pasado. La bajó al suelo y la soltó. ¿Lo había liberado? No era posible.

—Se acabó el pacto. Supongo que estarás contento. —Observó su cuello. El tatuaje de letras rúnicas había desaparecido y sintió una profunda tristeza al ver que se esfumaba de su piel como si nunca hubiera existido.

Adam observaba el lugar en donde había caído el collar. Era libre. Libre de Ruth. Ya podía…

—Tu obligación conmigo acaba aquí. El pacto que teníamos tú y yo, también. Ayer por la noche aprendí lo que necesitaba saber. —Lo miró con los ojos llenos de lágrimas—. Ojalá que encuentres lo que sea que estás buscando. Todos merecemos tener la posibilidad de ser felices. Date esa posibilidad, chamán, no por los niños, sino por ti. Y dásela a la chica que has elegido. Margött, ¿no? —Se limpió las lágrimas de un manotazo—. ¿No es ella a la que quieres?

Adam focalizó toda su atención en la joven de pelo rojo y aspecto indefenso que tenía enfrente. Ruth le había quitado el collar. Ya no necesitaba pagar con nada, en caso de que hubiera pagado algo —que lo dudaba— por estar en esa situación con ella. ¿Sabría ella lo que significaba liberarlo? ¿Lo que eso implicaba? Aquello lo humillaba. Se esforzó porque le saliera la voz.

—No hace falta que…

—No, no hace falta nada más. Ya está todo dicho. —Miró desorientada a su alrededor—. Seguiré corriendo, si no te importa.

Adam no se encontraba bien. Algo sucedía en su interior. Como si un muro se hubiera roto y de repente tuviera la capacidad de sentir mucho más que antes. Ya no era esclavo de esa mujer, ya no era nada de… ella. Escuchó un grito interno de reproche y de represalia, uno que venía del instinto, pero lo acalló.

—¿Dónde… dónde está mi iPod? —lo buscó nerviosa y desesperada por el suelo—. No puedo correr sin música, yo no puedo… —soltó un sollozo y se restregó las manos por los ojos—. Da igual.

Como Adam no contestaba, ni la ayudaba a buscarlo, asintió con la cabeza y pasó corriendo por su lado, pero se detuvo al oír la pregunta de Adam:

—¿Por qué?

—¿Por qué a qué?

—¿Por qué me has liberado después de todo lo que te he dicho? ¿Después de cómo te he tratado?

—Precisamente por todo lo que me has dicho, Adam. Tu padre te ha enseñado que es mejor el respeto que la admiración de las personas. No tengo ninguna de las dos cosas a tus ojos. Como no me lo vas a preguntar porque no creo que te importe, te diré lo que aprendí con mis padres; el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

Después de eso, Ruth arrancó a correr con el amor propio por los suelos y el corazón definitivamente en estado crítico. ¿Cómo se iba a recuperar de eso? ¿Y por qué se sentía como si todo su mundo se hubiera ido al garete?

Mientras tanto, Adam divisó en el suelo fangoso un auricular blanco hecho pedazos. Lo había pisado él mientras alzaba a Ruth del suelo. Se le habría caído cuando forcejearon. Estaba todo manchado de barro y la pantalla del reproductor rojo se había partido. Lo acarició como si a cada pasada de su dedo pulgar pudiera reparar la grieta del cristal. Como si pudiera reparar el daño que le había hecho a Ruth. Se dejó caer de rodillas en el suelo, y permitió que ese sentimiento erróneo de querer hacerla regresar lo invadiera por completo.

—¿Estoy perdido? ¿Perdido como mi padre? —susurró agachando la cabeza y hundiendo los hombros.

—¿Así que de eso va todo?

Levantó la cabeza y miró al frente. Su hermana lo miraba con desaprobación y compasión en sus negros ojos. Su pelo rubio estaba reluciente. Podía verla. Podía verla sin necesidad de que Ruth estuviera en contacto con él. ¿Cómo era posible?

—¿Sonja? Puedo verte —comentó asombrado.

—Bien por ti. Estoy decepcionada contigo, Adam. ¿De eso se trata?

—¿De qué hablas? —genial, ahora recibía uno de los rapapolvos históricos de Sonja.

—De que tienes miedo —le recriminó.

—No tengo miedo —contestó rotundo con el iPod todavía en las manos.

—Engaña a otro, cariño. A mí no. Soy tu hermana gemela. ¿Crees que porque no tenga cuerpo físico, no tengo la capacidad de sentir?

Adam se levantó furioso y miró al espectro directamente a los ojos. Ese rostro intimidaría a cualquiera, pero su hermana se limitó a poner los ojos en blanco.

—No me das miedo, hermanito. Eres un gallina.

—Perra.

—Claro, lo que tú digas. ¿Es que no vas a ir tras ella? —preguntó exasperada.

Adam apartó la mirada.

—¿Por qué? Las cosas son así, Sonja. Le estoy evitando un dolor mayor. Hoy veré a Margött y nos emparejaremos oficialmente. Si Ruth, incomprensiblemente, siente algo por mí…

—¿Si Ruth siente algo por ti, dices? ¿En condicional? Te ha liberado del hallsbänd pedazo de memo. El collar se abre cuando hay un perdón auténtico y una vinculación entre la barnepike y el slave. El amor. ¿Te dice algo eso? ¡Hombres! —levantó los brazos y miró al cielo—. Sois topos sobre dos patas. Ruth siente algo por ti pero, como nunca lo ha sentido, está confusa y asustada. Es igual de cabezota que tú y tampoco quiere reconocerlo, aunque al menos ella es más sensata y admite que le importas y que es débil contigo.

—Debe de ser un error… —murmuró Adam mirando al frente.

—Escúchame, porque sólo te lo voy a repetir una vez. No puedes elegir a otra mujer cuando hace un momento estabas con alguien que podría ser tu kone, Adam. Es un ultraje. ¿Es que estás ciego? ¿Vas a pisar ese regalo que te dan las nornas?

—¡Ella no es mi kone!

—Sigue negándotelo, hermanito, y a lo mejor, al final, hasta te lo crees. —Sonrió pitorreándose de él.

Adam se frotó la cabeza rapada con las manos.

—No quiero ver que eliges mal, Adam. —Sonja se acercó a él y le puso una mano incorpórea sobre el hombro—. Mereces algo bueno. Piensa bien lo que vas a hacer y cómo vas a actuar a partir de ahora, porque esa chica que se ha ido corriendo de tu lado ya no quiere saber más de ti. La has ahuyentado.

Esas palabras fueron como puñaladas en su corazón.

—¿Cómo lo sabes?

—Soy mujer, yo haría lo mismo. —Se encogió de hombros—. ¿Cuánta paciencia crees que podemos tener? ¿El mordisco que luce es tuyo?

Él agachó la cabeza avergonzado. Su hermana era peor que la KGB.

—Eres un hipócrita. —Se dio la vuelta y se cruzó de brazos, enfadada, irritada con el comportamiento de su gemelo—. ¿No es tu mujer y la marcas así? No tienes derecho a hacerle eso si luego no la vas a reclamar. No está bien.

—¡Maldita sea! ¡Ya lo sé! —Adam estalló. Era demasiada presión, demasiadas sorpresas y una cosa venía detrás de la otra cuando estaba con Ruth. Y ahora que lo había liberado, ahora que ella ya no quería tener nada que ver con él, ahora, sentía un vacío en el estómago, incómodo y doloroso.

—De todos modos, creo que es lo mejor para ella —comentó su hermana mirándose las uñas—. Es mi heroína, y no quisiera que acabara con alguien tan oscuro, pesimista y cegato como tú. Encontrará a otro.

Adam gruñó y quiso alcanzar a Sonja con las manos, pero ella desapareció y apareció de nuevo tras él con una sonrisa de oreja a oreja.

—Soy un espíritiu —se echó a reír—. No me puedes tocar si no estás en contacto con la Cazadora. Y no estás en contacto con ella, ¿verdad? No. La has tratado como un trozo de carne con ojos. ¿Sabes algo de ella? ¿Sabes quién es? ¿Lo que le gusta? ¿Lo que no? ¿Su color favorito? ¿Su canción predilecta? Es normal que no quiera saber nada de ti.

No había modo de sentirse peor. ¿Alguna vez había demostrado tanta falta de interés hacia alguien? Jamás. Ruth lo asustaba. Era cierto. No quería involucrarse más con ella. No quería quedarse enganchado y eso sería lo que iba a pasar si seguía conociéndola, porque, hasta ahora, todo lo que había aprendido a su lado, lo había hecho caer un poco más en sus redes.

Y la maldita verdad era que le gustaba muchísimo. Lo transformaba en algo diferente a lo que solía ser. Le arrancaba sonrisas y ganas de ser un caballero, aunque luego, en realidad, se comportara como un hombre arrogante y duro sólo para mantener las distancias emocionales. Emociones. ¿Cuándo se habían despertado?

—Papá y Lillian no estaban predestinados. Se vincularon porque creyeron que era el momento. —Sonja quería hacer entrar en razón a su hermano a toda costa—. La libertina de nuestra madre creía sólo en el poder, en las apariencias. Pensó que atándose a papá el título le haría feliz. Pero tenía un tic nervioso entre las piernas, ¿verdad? Siempre quiso más de lo que tenía. —Formó dos puños con las manos—. Y ésa es nuestra historia. Crecimos con unos padres que no se querían. Millones de humanos viven con ese drama, pero la mayoría sobreviven a ello y se hacen mejores.

—No sé por qué me dices esto.

—Adam, abre los ojazos. Mira nuestro clan. Es muy difícil encontrar a nuestra verdadera pareja entre nosotros, y no podemos esperar a los hijos de nuestros compañeros y hacer matrimonios de conveniencia como hasta ahora. Queremos algo más, Adam. La necesidad de amar locamente a alguien no es exclusiva de los sueños de los humanos, es una necesidad universal. La mayoría de los humanos además no respetan a sus parejas, buscan ese amor loco y posesivo, pero luego lo adulteran. Estar contigo no será fácil para Ruth, pero ¿y qué? Nosotros nos entregamos en cuerpo y alma, Adam. Para siempre. Además, nos hemos relacionado muy poco con esta raza y no nos hemos dado la oportunidad de buscar el verdadero amor entre ellos. ¿Y si Ruth es tu verdadera pareja? ¿Y si es «ella»?

—No quiero equivocarme, Sonja. Liam y Nora…

—Liam y Nora estarán felices mientras tú estés con ellos. Margött es una mujer respetada, pero nunca ha habido nada entre vosotros. No lo forcéis.

—Esa decisión la tomaré yo.

—Sin duda. Pero no metas a mis hijos en esto, ¿me has oído? —La cara de Sonja reflejaba un rictus serio y poderoso—. Si un día eres infeliz y desdichado como fue papá, no quiero que los culpes a ellos. Para que Liam y Nora crezcan alegres y seguros necesitan a su tío feliz y agradecido con la vida. Es lo único que necesitan.

—No lo haría jamás —replicó indignado—. Nunca los culparía a ellos si…

—Eso espero —le cortó ella—. Ahora que todavía estoy aquí, y que puedes verme, quiero dejártelo claro y darte un último consejo de hermana. Me queda poco tiempo aquí. He luchado hasta el final, llevo muchos años perdida en un mundo de sombras e invisibilidad. Y quiero irme a casa. Mi energía se desvanece, Adam. Parece que ahora, después de haber hecho mi trabajo y después de veros y tocaros por última vez, mi espíritu, mi esencia, quiere dejar este plano. No sé cuánto tiempo tengo hasta que me vaya. Espero que, para entonces, la Cazadora haya vencido a Lillian —dijo con esperanza—. Y así, podré irme con mi marido.

—¿Por qué puedo verte, todavía? —Era una maravilla estar en frente de Sonja de nuevo, aunque lo pusiera de los nervios.

—Es otro de los muchos regalos que te ha dado la Cazadora. Supongo que al acostarte con ella y al intercambiar el chi, ella también intercambió su energía contigo. Te ofreció sus dones para compartirlos contigo. Igual que tú le entregaste tu energía.

Fantástico. Sencillamente fantástico. Ruth le entregaba cosas de incalculable valor y él seguía sin valorarla. ¿Se podía ser más estúpido?

—Tienes que releer las profecías de papá. Hay una segunda lectura en ellas. Te lo dije anoche. Estaba sumido en la oscuridad y lo que veía e interpretaba se teñía de tinieblas y se salpicaba de su propio dolor. Léelas, por favor. ¿Lo harás?

Adam asintió y suspiró cansado.

—¿Algún consejo más?

—Sólo pasa una vez, Adam.

—¿El qué? —preguntó aturdido.

—El amor —le dijo con ternura—. Es un tren de un solo viaje. Puedes conformarte con trenes de cercanías si quieres, pero no te llevarán a donde realmente quieres ir.

—¿Adónde crees que quiero ir? —preguntó a regañadientes.

—A casa. Todos queremos ir a casa. Yo encontré mi casa en mi pareja, era mío y por eso no puedo irme de aquí sin él. Por eso sigo aquí. Si dejas ir a esa chica, ojalá me equivoque, nunca podrás volver a casa. Y si hay una persona en el mundo que merece el cariz y el calor de un hogar, ése eres tú.