Estaba en el cielo y en el infierno, si se podía estar en los dos lados a la vez. Adam acopló su boca a la suya y la obligó con una dulce insistencia a aceptar su beso. Le estaba haciendo el amor con labios, lengua y dientes y ella no sabía si sus pies tocaban el suelo porque creía flotar. Un beso de verdad debería ser siempre así, como una droga.
Él estaba enfadado, pero no con ella, si no con él mismo. Estaba tan aturdido o más que Ruth por las sensaciones que despertaban el uno en el otro. Quiso gritar de alegría y de miedo al ver que su cuerpo entraba en combustión y que una extraña energía pasaba entre ellos y los hacía elevarse. Una energía conectora. No imaginaba que pudiera excitarse de esa manera con un beso de aquella chica.
Él también conocía la leyenda del Señor de los animales y la Cazadora. No se lo diría a Ruth, por supuesto. Adam no creía en ellos. Sólo creía en lo empírico, en lo probable. Y Margött era el clavo seguro al que amarrarse, no esa chica que reducía su estado emocional y su raciocinio hasta esos niveles en los que apenas se reconocía, ya no sabía ni quién era. Pero, por Odín, cómo besaba esa mujer.
Ruth gimió y le devolvió el beso con la misma necesidad. Se agarró a sus hombros y se puso de puntillas para acoplarse mejor a su cuerpo. Metió la lengua en su boca y acarició la suya. Eso es lo que ella necesitaba. Lo que quería y deseaba. Que él la hiciera arder, que hirviera su sangre y le mostrara lo mucho que la necesitaba. De un modo o de otro, la necesitaba. Y no se podían negar eso. Era lo más auténtico entre ellos. Lo real, aunque no se pudiera palpar. Sólo sentir.
La aplastó más contra la nevera, le deslizó las manos por la espalda y amasó sus nalgas hasta agarrarla y levantarla. Rozó repetidas veces su lengua con la de ella. Así cogida se la llevó al sofá y él se sentó, dejándola a horcajadas sobre su pelvis, encima suyo. La luz que había en el salón provenía del resplandor de la cocina, creando un ambiente cobijado e íntimo.
Sin dejar de besarse, Ruth le acarició la nuca y la cabeza, profundizando el beso. Querían comerse el uno al otro y no eran conscientes de ese deseo primitivo. Su pelo rapado le hacía cosquillas en las palmas. Le daba placer tocarlo. Asustada por el calor que recorría su cuerpo, se apartó, sólo para comprobar que Adam tenía los ojos rojos todavía más claros que antes y los incisivos superiores desarrollados.
—¿Estás asustada ahora? —preguntó él inclinándose y pasándole la lengua por los labios.
Ella tenía las pupilas dilatadas, un cerco amarillo las rodeaba, y le había vuelto el colorete natural de la excitación. Pegó sus pechos al torso de él y le rodeó el cuello con los brazos. Negó con la cabeza. Deseaba aquello. Necesitaba todo lo que Adam pudiera ofrecerle.
—No. En esto sí que soy una inconsciente. No me das miedo. —Le soltó el pañuelo del cuello y lo hizo como si le estuviera desnudando—. No te he ordenado que me besaras. ¿Por qué lo has hecho, Adam? —preguntó acariciándole los labios con los dedos y resiguiendo su garganta para luego rozar el hallsbänd.
—Ni idea, Cazadora —reconoció sorprendido—. No sé por qué te he besado. No lo puedo controlar. Llevo todo el día pensando en hacerlo y es frustrante tener tanto control. Me… me atraes.
Los ojos de Ruth brillaron de alegría al escuchar esas palabras. El rostro de Adam reflejaba su confusión pero también un deseo descarnado por ella, sólo por ella.
—¿Lo estás haciendo por lo que te he dicho esta mañana sobre nuestro trato?
—Lo hago porque quiero. Pero el trato también está presente —dijo él sincero, para no sentirse tan desnudo ante ella. Pasaba del trato, él quería eso y punto, pero no se lo diría.
Ruth asintió inhalando el aire, concentrada y meditando sus palabras. El trato estaba ahí, pero aquello había sido iniciativa suya. Eso estaba bien. Era esperanzador.
—Si no quieres que siga —continuó él tragando saliva—, ya sabes lo que tienes que hacer. Ordéname que pare y me detendré. Pero si sigues adelante, si ahora mismo dices que sí, entonces eres mía. Esta noche no te vas a escapar. Tenemos que acabar con esta tensión lo antes posible o no nos la quitaremos de encima —aseguró acariciándole las nalgas y gimiendo—. Y yo necesito paz mental. Lo de ayer no me sirvió de nada. Fue un aperitivo y yo quiero el menú completo.
Ruth agradeció la sinceridad del berserker. No la había engañado, no le regalaba los oídos, decía lo que había y punto. No la besaba porque la respetara ni su corazón le obligara a ello. Era deseo, instinto incontrolable.
¿Tendría suficiente con eso? Nunca. Pero por ahora, era un paso. Además, ella necesitaba experimentar lo que era hacer el amor con él. Lo necesitaba como el aire para respirar, para seguir viva.
—No quiero que pares —susurró en su boca.
Adam gruñó y enredó los dedos en sus suaves ondulaciones caoba, echándole la cabeza hacia atrás para conseguir mejor accesibilidad a su cuello y a su boca.
—Deberías tener miedo, katt. Deberías tener miedo de mí. —Le pasó la lengua por el cuello y le dio un mordisco dulce y suave, con la presión suficiente como para notar que a Ruth se le habían puesto los pezones de punta—. ¿Crees que el collar te lo va a hacer más fácil? Nunca he estado con alguien como tú. Eres muy pequeña.
Ruth sonrió. Ella no era la primera pero esperaba ser la última para él. Iba a conquistar el corazón de Adam e iba a hacer que olvidara cualquier pensamiento de enlazarse o emparejarse con esa tal Margött. Era la Cazadora y él su Señor de los animales. Se lo iba a demostrar. Podían encajar.
—No puedo ser muy diferente del resto, ¿no? Ni tampoco puedo ser distinta a una berserker —aguantó la respiración cuando sintió las palmas de sus manos por debajo del sostén, amasando y pellizcando sus pezones.
—Ayer estaba todo en su sitio —se rio él. Movió la pelvis y eso hizo que Ruth se impulsara más hacia arriba—. Veamos si hoy sigue todo igual.
Adam deslizó las manos hasta la costura de la camiseta y se la sacó por la cabeza. Se le secó la boca. Ruth tenía un sostén negro con topos rosas con cierre frontal. Se pasó la lengua por los colmillos.
—Arriba. —Le palmeó el culo.
Ella se colocó de pie entre sus piernas. Adam hundió el rostro en su estómago y mordió el diamante de su ombligo.
—Poco a poco… —murmuró él recordando que ella era más frágil.
—¿Qué dices?
—Esto me vuelve loco —admitió, metiéndole la lengua y tirando del diamante—. Es muy sexy. —Llevó las manos a la cinturilla del pantalón, desabrochó el botón, le bajó la cremallera y lo deslizó por aquellas piernas largas y esbeltas. Llevaba las braguitas a conjunto con el sostén. Ruth dejó las zapatillas a un lado. Lo miraba fijamente. Ella también tenía hambre, pensó orgulloso. Llevó las manos a sus pechos y le desabrochó el sostén. Las copas de color nata de Ruth se liberaron y él estuvo a punto de aullar cuando vio que los pezones rosados apuntaban erectos hacia él—. Eres… eres muy hermosa, Ruth.
Ella se sonrojó, pero no apartó la mirada.
—No tengo experiencia, Adam —reconoció finalmente—. Yo… yo sólo lo he hecho dos veces y llevo cinco años intentando olvidarlas. Yo… —se quedó a medias cuando Adam se abalanzó sobre sus pechos para comérselos literalmente. Ruth sintió que le ardía el sexo, y que cada lametazo de Adam, cada succión, cada leve mordisco la lanzaba a la búsqueda de la liberación. Le rodeó la cabeza y lo animó a que mamara todo lo que le diera la gana—. No sé… ay, Dios… muy bien cómo se hace esto.
—Ya lo sé —asintió él metiéndose un pezón en la boca y pellizcando el otro con los dedos—. Me gusta eso, Ruth. Me gusta que no sepas nada sobre buen sexo y que sea yo quien te lo enseñe. —Alzó los ojos rojos hacia ella y apoyó la barbilla en el valle de sus senos. La abrazó por la cintura y le metió las manos dentro de las braguitas para acariciarle los globos de sus nalgas. Luego colgó los pulgares en las costuras y se las bajó por completo. Ya la tenía desnuda delante de él y se apartó un poco para contemplarla—. No sé por dónde empezar —susurró maravillado.
Ruth tragó saliva.
—Lo digo en serio, Adam. Me parece que no sé hacerlo bien. No se me da bien esto…
—Tonterías. Eres jodidamente perfecta. Yo te enseñaré. —Se apartó de ella y se acomodó en el respaldo del sofá—. Ven a por mí, preciosa. Dime qué quieres.
Y de repente, sus dudas, sus inseguridades sobre el sexo, desaparecieron. Se armó de valor. Subió al regazo de Adam y se sentó a horcajadas sobre su miembro. Si él no sabía por dónde empezar, a ella le sucedía lo mismo. Adam era un hombre tan grande.
—¿Por qué te gusta que yo no sepa mucho de esto? —preguntó deslizando un dedo por su barbilla masculina.
—No lo sé —reconoció él admirando sus pechos—. Todo lo que tiene que ver contigo es raro y confuso. Pero me fío de mi cuerpo. Mi cuerpo está como loco de aleccionarte. Quiere estar dentro del tuyo, muy adentro, ahora —bajó el tono.
Ruth tembló sobre su regazo. Oh, qué bien. Su cuerpo no era el único que quería esas cosas.
—Quítate la camiseta —ordenó ella con voz ronca.
En un segundo, Adam estaba con su impresionante pecho al descubierto. Ruth deslizó las manos por encima de él, por su fascinante tatuaje de dragón. Le gustaba mucho. Resiguió los ojos y las escamas verdes, las garras y la lengua de fuego. Lo acarició con fascinación. La noche anterior no lo había hecho.
Adam cerró los ojos y dejó que lo tocara a sus anchas.
—¿Te gusta? —esperaba que ella dijera que sí. El dragón era grande y se había convertido en una parte de él.
—Me gusta mucho, Adam —contestó ella apreciando los diferentes colores del animal—. Brilla por la noche.
—Sí, es fosforescente.
—¿Por qué un dragón? ¿Significa algo para ti?
—Se llama Nidhug. El dragón simboliza la lucha y el orden. Un juez y un guardián en otras culturas. Los antiguos vikingos adornaban las proas de sus barcos con dragones porque se creía que así alejarían a los espíritus malvados. Sin embargo, es un símbolo dual. También es un ser del inframundo que bebe del Yggdrasil.
—El fresno sagrado que extiende sus raíces a través de los nueve mundos. —Lo volvió a acariciar, fascinada por su piel dorada, por aquella dureza disfrazada de suavidad.
—Has estudiado —reconoció él complacido.
—¿Cómo no hacerlo? Vivo prácticamente con vosotros, tengo que saber quiénes sois. Además, Gabriel es experto en mitología nórdica, él nos ha explicado muchas cosas. —Volvió a acariciar la lengua del dragón que rozaba el pezón izquierdo de Adam—. Si es un símbolo del mal, ¿por qué lo llevas?
—Porque quiero recordar contra quién lucho. Quiero recordar contra quién llevo siglos peleando. Cuando tienes la eternidad por delante, a veces puedes olvidar por qué razón estás aquí. —Puso su mano sobre la de Ruth y la deslizó hasta sus abdominales—. Más abajo, katt. —Levantó su pelvis de nuevo y eso hizo que los pechos de la joven bailaran de un lado al otro. No eran grandes, pero eran perfectos.
Ruth, que se sentía atrevida, bajó la cinturilla de sus pantalones hasta que vio el nido de rizos negros de Adam, y continuó tirando de él hasta que aquella inmensa vara salió disparada hacia el ombligo, sobrepasándolo.
—Acaríciame. —Adam estiró los brazos y los apoyó en el respaldo del sofá—. Hazme lo que tú quieras. No quiero que tengas miedo de mí.
—No lo tengo. —Era verdad. Nunca se había sentido tan segura de su propia sexualidad y sensualidad. Llevó la mano al pene de Adam y se quedó alucinada al comprobar que no podía abarcarlo por completo. Era grueso y muy grande—. No voy a poder contigo, Adam —susurró preocupada—. Ayer no pude.
—Yo sí que voy a poder contigo, Ruth. —Le cogió la mano y le indicó cómo tenía que acariciarlo. De arriba abajo, presionando un poco en la punta y luego deslizando la mano de nuevo hasta la base.
—¿Te gusta así? —preguntó insegura, hipnotizada por el movimiento.
—Ggrrrrrr… —gruñó él en éxtasis.
Ruth sonrió y se envalentonó prodigándole caricias cada vez más descaradas.
Adam tenía los labios entreabiertos, los blancos colmillos asomaban de entre el labio superior, y sus ojos eran dos rendijas rojas que no dejaban de observarla y controlarla. Porque no se engañaba. Adam podía estar en una posición sumisa ahora, pero era él quién mandaba en todo momento. Lo apretó más fuerte y lo acarició con brío hasta que lo oyó gemir.
—No has tocado así a nadie, ¿verdad? —preguntó él con un brillo de posesión en la mirada.
Ruth se envaró.
—No. ¿Lo estoy haciendo mal?
—Diablos, no —gruñó de nuevo—. Me podría correr por la expresión de tu cara, Ruth. Por cómo miras lo que me estás haciendo. ¿Ves el placer que me estás dando?
Ella tragó saliva. Se estaba humedeciendo. Estaba ardiendo.
—Adam…
—Chist. —Se incorporó un poco y se quitó los pantalones—. Tú mandas, Ruth.
—¿Podríamos hacer… hacerlo así?
—¿Así cómo? —preguntó aguantándose la risa.
—Tocándonos.
—Quiero algo más que tocarte, Ruth. —Y era muy cierto. Quería algo más—. Ayer ya me torturaste. —Quería sentirla a su alrededor, abrazada a él, estallando en mil pedazos y saber que luego podría calmarla y mimarla, y seducirla de nuevo. Le echó el pelo hacia atrás y expuso los pechos a su escrutinio. Ya tenía marquitas de las succiones de su boca. Sintió unas ganas primitivas de dejar su marca ahí, lo que le hizo pensar en el mordisco de la nalga. Llevó las manos a su trasero y la acarició suavemente. Fue recompensado con un gemido de placer—. ¿Todavía te escuece? —preguntó ligeramente arrepentido.
—Fuiste un bruto —le recriminó ella—. Pero no me duele, sólo a veces, bueno… siento que me están acariciando ahí.
Adam apoyó la frente en el hueco entre el hombro y el cuello de Ruth. Cada vez que él pensara en ella, si era una auténtica marca de dominación, ella sentiría su caricia ahí. Cuando la mordió no quería imprimir su marca en ella, simplemente quería devolver el mordisco. Pero ahora ya estaba hecho y de nada servía lamentarse.
—Te marqué un poco. Te marqué sin querer.
—¿A qué te refieres con marcar? —le acarició la nuca, cerrando los ojos ante la caricia de sus manos.
—Imprimí mi marca en ti. No controlé mi instinto. No imprimí mi marca lo suficiente como para que otros sepan que estás realmente marcada, pero sí lo bastante fuerte como para que los berserkers sepan que hueles a mí. Lo suficiente como para que cuando pienses en mí, o yo piense en ti, sientas mi toque en ella.
Ruth se incorporó y se acarició la señal de la nalga. Era rojiza y un poco grande, pero no había morado alguno. Ya no.
Así que la había marcado «inconscientemente». Eso no se lo tragaba.
—Juegas sucio, chamán —murmuró sin dejarlo de tocar—. ¿Así que me marcas sin mi permiso?
Adam sabía que no estaba enfadada. Lo olía. Ruth sentía curiosidad por el verdadero móvil que había hecho que la mordiera. Ella no creía sólo en el instinto. Confiaba en que hubiera algo más y eso era peligroso. Tenía que desviarla de esos pensamientos o alguien saldría herido, y de paso, él mismo tendría que convencerse de ello.
—No pienses lo que no es, Cazadora. Se me fue la mano.
—Se te fue la boca —puntualizó ella acercándose a él de nuevo y besándole en los labios—. Pero ya no estoy enfadada. Y no pienso nada. Lo hecho, hecho está.
Y encima era sincera. No iba a ocultarle nada. Debería sentirse mal por estar así con ella sabiendo que en algún momento escogería a otra mujer. Otra mujer con la que hacer lo que iba a hacer con Ruth.
—Escucha, Adam. —Captó todo lo que él sentía y no quiso presionarlo. Adam iba de frente con ella, se merecía el mismo trato por su parte—. La marca se me irá. Sin obligaciones, ¿vale? Éste era mi trato. Enséñame. Tú también estás marcado por mí, injusta o justamente. Llevas el collar —asumió con tristeza—. Te ata a mí involuntariamente.
Involuntariamente. ¿De verdad iba en contra de su voluntad? Adam se sentía como el hombre más afortunado de la Tierra. Podía acostarse con Ruth, sin ningún tipo de compromiso. Para muchos hombres eso sería sinónimo de noche de suerte o lotería. Pero había un código en él, algo interno y personal que le decía que aquello no era justo para ella, para ninguno de los dos. Al menos, se encargaría de darle el mejor sexo de su vida y de que ambos disfrutaran de ello. Era lo único que podía ofrecer.
—Ven aquí, Ruth —gruñó como un lobo al borde de su autocontrol—. Déjame enseñarte cómo encajamos tú y yo.
No le dejó tiempo ni para que ella contestara. La besó agarrándole la cara y acomodándola sobre su estómago. Él estaba semi estirado y se frotaba rítmicamente contra su entrepierna. Qué suave era, qué caliente estaba…
Deslizó una mano entre las piernas de Ruth hasta que acarició la lisa piel y la cremosa prueba de su deseo. La frotó dulcemente y ella se movió sobre su mano mientras no dejaba de besarlo. Poco a poco, le introdujo un dedo y lo movió de un lado al otro, de arriba abajo para moldearla. Se hizo sitio y entró hasta los nudillos. Ruth gimió y movió las caderas hacia delante y hacia atrás.
—¿Estás bien? —la miró preocupado.
Ruth cogió la mano que hurgaba en su intimidad y la mantuvo ahí apretada a ella. Midiéndola.
—Es… es bueno… —cerró los ojos y se mordió el labio.
Adam ronroneó, le acarició el clítoris con el pulgar y Ruth explotó con su dedo en su interior. Convulsión tras convulsión, aprisionaba el dedo rogando para que no saliera de ahí. Se dejó caer encima de él, impresionada por la manera tan rápida en la que alcanzaba el orgasmo con Adam.
—Muy bonito, Ruth… —Le acarició el trasero con la otra mano. Él también estaba sobrecogido—, pero acabamos de empezar. —La besó en el lateral del cuello—. Probemos algo más.
—Más… —murmuró Ruth agarrándose al respaldo del sofá. Adam introdujo un segundo dedo. No era fácil, pero los músculos de Ruth cedían a su invasión controlada.
—¿No has hecho nada en cinco años? —preguntó inclinándose sobre uno de sus pechos y besándolo mientras conseguía meterle el segundo dedo también hasta los nudillos.
Ruth se quejó un poco, pero aceptó el movimiento y el ardor que acompañaba a la fricción. Negó con la cabeza.
—¿Nada de juguetitos?
—¿Juguetitos? —abrió los ojos y lo miró divertida.
—Ya sabes —movió los dedos hacia el interior y masajeó sus paredes—. Joder, me voy a correr en nada… Esos juguetitos que utilizáis las chicas para daros placer.
—No. Sin juguetitos —sonrió ella cerrando los ojos de nuevo, cegada por el placer. Se mordió el labio y suspiró—. ¿Eso te gusta? ¿Los juguetitos?
¿Le gustaba? Con ella le gustaría todo probablemente.
—Eres muy estrecha. Nadie me ha conseguido engañar tanto como tú, gatita. Pareces alguien muy diferente. Tu pose, tu carácter… das señales equivocadas.
—Eso es lo que tú quieres ver, Adam. —Abrió los ojos, le acarició la mejilla y lo besó. Tenía esperanzas de que después de hacer el amor ambos se mirarían de otro modo. Sabía que no debía esperar nada, pero la esperanza era lo que nunca perdía Ruth. Adam era un hombre difícil, uno que no confiaba en las mujeres y uno muy sectario que sólo daba su amor y su cariño a personas privilegiadas. ¿Podría ella estar dentro de ese grupo?—. Me miras, pero no me ves. Eres tontito.
Un beso dulce, algo para otros insignificante, pero para Adam fue como quitarle la anilla a una granada. Iba a estallar.
—Hazme el amor, noaiti —susurró—. Quiero estar contigo. Joder, sí.
La levantó un poco, quitó los dedos de su interior, se cogió la base del pene y muy lentamente dirigió la cabeza de su miembro al portal de Ruth, frotándolo y acariciándolo para que se abriera a él. Ella agrandó los ojos y se intentó apartar.
—No, Ruth. —La mantuvo en su sitio. Sus manos eran hierros que marcaban sus caderas—. Déjame entrar, gatita. —Movió sus caderas hacia abajo y él se impulsó en los talones para moverse hacia arriba. La estiró y jugó con el peso de Ruth para adentrarse con fuerza—. Qué caliente…
—Adam, por favor, no creo que… —Gimió y echó la cabeza hacia atrás al sentir como Adam seguía avanzando en su interior, haciéndose hueco a empujones, hasta lugares que ella no sabía que tuviera—. Me duele…
—Chist, lo sé, ven aquí. —La abrazó con fuerza y dejó que su cabeza reposara sobre el hombro de él. Sabía que le dolería. Él estaba muy bien dotado y Ruth era como una virgen sin himen. Podía controlar eso. Podía controlar su transformación con ella y lo intentaría para no asustarla y no lastimarla de ningún modo. No se podía correr bajo ningún concepto. No se vincularían. Siguió meciéndose en su interior, con empujes potentes e insistentes, hasta que Ruth con un quejido albergó toda su longitud. El cuerpo de esa chica era increíble. Ella intentaba moverse para no sentirse tan incómoda, pero él la mantenía en el lugar. Le acarició el pelo con una mano mientras con la otra la cogía del trasero y la obligaba a mantenerse ahí, ensartada en él—. No te muevas, katt. Acostúmbrate a mí, no luches. Relájate.
Ruth se abrazó a su cuello y ocultó el rostro en él. Era tan íntimo, tan especial estar así con él. También se sentía irritada y colmada, pero era intenso y el dolor empezaba a desaparecer. Adam desprendía ese olor a menta tan característico de él. ¿Cómo iba a luchar contra él si parecía que su cuerpo y su alma habían nacido para estar unida a su cuerpo?
—¿Tú estás bien? —preguntó ella con la boca pegada a su cuello. El cuerpo de Adam tembló de la risa.
—Estoy en el infierno. Me quemas como el demonio, Ruth. Eres puro fuego. —Se meció un poco en su interior—. Así, bonita —susurró besándola en el cuello, en el hombro, sobre la cabeza—. Así, muy bien. —Se impulsó más adentro y Ruth le clavó las uñas en la espalda, murmurando palabras de asombro—. Ahora estoy dentro de ti de verdad. ¿Quieres mirarnos?
Ruth se despegó de su cuerpo como pudo. Moverse era enviar un relámpago de deseo y de sensaciones enloquecedoras a través de su espina dorsal. Lo sentía clavado dentro de ella. El miembro de Adam presionaba en el cuello de su matriz, como si quisiera entrar allí también. Como si no la hubiera machacado ya por dentro.
Él la miró a los ojos y le secó las lágrimas con los pulgares sintiéndose como un bruto por hacerle daño.
—No quería lastimarte. Perdóname. Tengo que recordar que eres… diferente.
¿Diferente? Vamos, hombre, que no le iba a doler a nadie menos a ella. Menuda tontería. Adam era un animal en todos los sentidos. Espectacular.
Ruth miró a sus cuerpos unidos. Estaba tan metido en su interior, que notaba los testículos de Adam golpeando en su entrada.
—Agárrate donde sea, nena. —Se incorporó y movió las piernas de Ruth para abrirlas más y facilitar el contacto y la invasión.
Ruth gimió cuando sintió como se movía el miembro de Adam en su interior. Se miraron a los ojos. Se estudiaron. Los de él rojos con el iris negro, los de ella ambarinos y humedecidos por las lágrimas.
—Cabálgame. Tienes el control, Cazadora. Vamos, muévete y agárrate a mí bien fuerte.
Ruth obedeció y se movió de arriba abajo. Era devastador. Al principio se movía tímidamente, pero luego, Adam la acarició entre las piernas y le frotó ese capullo de placer divino y ella se descontroló. Sentía que las entrañas le quemaban, que los pezones le picaban y que el dedo de Adam hacía auténticos estragos en su cuerpo. Se movía con fuerza, sin importarle si dolía o no, agradeciendo el umbral del dolor porque venía acompañado con el placer más salvaje y un deseo exponencial sublime. Estaba desbocada y decidida a conseguir el orgasmo más maravilloso de su vida.
—Vamos, Cazadora —la animó agarrándole de las nalgas y la pegó más a él, deslizándose hasta quedarse acostado en el sofá, obligándola a estirarse encima de su cuerpo y a mantener el contacto de piel con piel.
—Adam —gritó Ruth arañando la piel del sofá—. No puedo… no…
La inclinó todavía más y agarró su cabeza, pegándola a su garganta para acallar sus gritos desesperados mientras embestía una y otra vez, y otra vez, golpeando sistemáticamente su clítoris con su pubis. Una de cal y una de arena. Dolor y placer.
—Yo te llevo. Estás conmigo, katt —murmuró en su oído mientras golpeaba en su portal sin ningún tipo de control. Los colmillos inferiores también se le desarrollaron y sintió cómo empezaba a nacer el orgasmo, uno diferente a ninguno que hubiera sentido con anterioridad. Nacía en la parte baja de la espalda, las venas se le hincharon, su cuerpo tembló, y oía el corazón de la Cazadora que se adaptaba a los latidos del suyo. Quería que ella llegara con él. La embistió como un toro, con más dureza, sin oír los gemidos de éxtasis de Ruth y sintió cómo llegaban los temblores de los músculos internos. La mordió en el cuello de un modo agresivo y dominante y la mantuvo ahí mientras se corrían a la vez.
Ruth gritó cuando los niveles de placer se mezclaron con el dolor. La estaba mordiendo. El orgasmo iba de dentro hacia fuera. Se concentraba entre las piernas y luego ascendía hasta el ombligo, el torso y los pechos. Y cuando estalló, lo hizo en todo su cuerpo y en su mente, donde vio luces de todo tipo y fuegos artificiales.
Adam era incombustible. Cuando ella lo apretaba él se metía todavía más adentro. No recordaba jamás en sus trescientos años de edad un cuerpo que le diera el cobijo tan profundo que daba Ruth. Demonios, era perfecta, joder.
—¿Adam? Adam… por favor… no puedo más.
Pero Adam no la oía, hacía muchísimo rato que no la oía. Seguía penetrándola profundamente, pero cada vez con más lentitud. Ruth no quería ordenarle nada. No quería detenerlo y que él obedeciera por llevar el hallsbänd. Necesitaba controlar a Adam en su naturaleza. Si no, jamás podría hacerlo. Ella lo había aceptado, había dejado que le hiciera todo lo que le había hecho porque él era un berserker y ella había accedido a acostarse con él. Quería demostrarle que podía hacerlo, que también podría ser su mujer. Pero Adam estaba como ido, gemía y hacía sonidos guturales salvajes con la garganta.
—Adam… tienes que parar, por favor… —sollozó deslizando una mano entre ellos y poniéndola sobre la base de su pene, intentando detenerlo en vano.
De entre los estertores del orgasmo interminable y poderoso que había tenido, oyó la voz melódica de aquella mujer que tenía encima, abrazada a él, y sudorosa por todo lo que habían compartido. Su cuerpo estaba sometido al de ella. Quería más. No quería detenerse. Desclavó los dientes de su cuello y miró su impresión, su marca. Era suya. Una marca real. «Mía. La Cazadora es mía», pensó. Volvió a oír la voz dulce y suplicante de Ruth en la lejanía y focalizó todo aquello que lo rodeaba como si hubiera salido de un sueño, recuperando la conciencia poco a poco.
¿Cuánto tiempo había pasado? Había perdido el control como nunca jamás lo había hecho. Miró a Ruth aterrorizado. Ella le devolvía la mirada con el pelo rojo alborotado alrededor de su rostro, los ojos dilatados y llorosos, los labios magullados y un mordisco de un animal salvaje en el cuello. ¿Su mordisco?
—Necesito que me sueltes el culo, chamán —le pidió con la voz llena de lágrimas, las mejillas sonrosadas y la barbilla temblorosa.
Se había corrido cinco veces seguidas desde que Adam se había descontrolado, pero no iba a poder hacerlo otra vez. Llevaban demasiado tiempo así y se iba a desmayar como él no se detuviera.
Adam no se había dado cuenta, pero todavía la tenía agarrada de la nalga donde tenía la marca, y la tenía cogida tan fuerte que le habían salido moretones con las impresiones de los dedos. Despegó sus dedos uno a uno y la miró aturdido, sin saber qué era lo que lo había poseído.
—Deja de moverte, por favor —pidió suplicante agarrándolo suavemente del miembro—. Cinco minutos, sólo déjame cinco minutos y luego seguimos —susurró sobre su hombro.
Adam se detuvo consternado y sintió pesar al ver cómo Ruth soltaba un suspiro de alivio al detener sus acometidas.
¿Qué había hecho?
—Ruth… —intentó explicarse, pedirle perdón por su falta de control, pero no sabía qué decirle—. Lo sien…
—No te atrevas a disculparte —dijo ella asustada—. No te atrevas. —Lo besó con ternura en la barbilla y descansó la cabeza sobre su pecho—. Ha sido increíble.
Adam no entendía nada. Miró hacia abajo y sintió que se le caía el mundo encima. Se había corrido hasta quedarse seco, y lo había hecho con Ruth, dentro de Ruth. Él siempre controlaba su orgasmo, nunca se derramaba dentro de nadie porque eso era una señal de vinculación, una anudación única entre compañeros. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que había compartido su chi con ella. Y había sido su polla, no su mente, quien había decidido hacerlo, como si ella fuera su pareja, su kone. Había hecho el amor con ella como si fuera su compañera.
Se incorporó intentando no lastimarla, aunque viendo las marcas que tenía en el cuerpo ya era demasiado tarde.
—¿Qué haces? —preguntó ella relajada por completo, quedándose sentada a horcajadas sobre él—. Quedémonos así un ratito más. —Acarició su erección con sus músculos internos y siseó de lo sensible que estaba—. Pero no te muevas, podríamos descansar unos segundos…
Adam la miró de nuevo de arriba abajo y quiso pegarse un tiro por su estupidez. Tendría que haberlo sabido. Hacer el amor con Ruth iba a ser un desastre, lo había drenado como a un adolescente y había hecho que entrara de cabeza en el frenesí berserker. Era humana, le había hecho daño, estaba magullada y amoratada, y encima, le había entregado su chi. ¿Y ahora qué?
El chi se reserva a la pareja, joder. Y Ruth no era su pareja. No lo sería nunca. Una cosa era el estúpido trato que habían hecho, que él le enseñara cosas sobre el placer, pero la otra era perder el norte de ese modo. Sentía terror por lo que le hacía Ruth y se asustó. Necesitaba alejarse de ella. Ruth podría dominarlo.
La cogió de las axilas y la levantó, desclavándola de él. Ella soltó un gritito de incredulidad y también de dolor, pero él la ignoró. Estaban empapados y no era para menos. Su miembro, que aún seguía hinchado, cayó a un lado entre la maraña de pelo púbico negro. Quería más.
—Mierda, menudo desastre. —Se tapó la cara con las manos y se frotó los ojos.
Ruth sintió que un cuchillo cercenaba sus entrañas. Un desastre. ¿Había dicho menudo desastre? La experiencia más alucinante de su vida, había sido un desastre para él. No sabía qué decir ni qué hacer. No se podía mover porque sentía los huesos de gelatina y aún recorrían por sus entrañas reflejos orgásmicos. Quería gritarle por ser tan idiota, por estar tan ciego. Y quería golpearse contra la pared por haber sido tan tonta al creer que aquello podría cambiar algo entre ellos. No lloraría más delante de él.
—No pasa nada, Adam. No te voy a pedir que te cases conmigo, tranquilo.
—¿Que no pasa nada? —gritó él descontrolado—. Me he metido entre tus piernas como un animal, Ruth. —La agarró de los brazos y la zarandeó.
—Lo habrás hecho otras veces —aseguró ella, sin mirarlo a los ojos, quitándole trascendencia al acto. Cómo dolía todo eso—. No es para tanto.
—No entiendes una mierda. Te he dejado mi impresión en el cuello. —Le apartó el pelo de mala manera y miró la marca disgustado—. Me he corrido dentro de ti, te he entregado mi chi. Mi chi no es para ti, joder. —La soltó como si tocarla le diera asco—. Soy un maldito estúpido.
Ella tragó el nudo que tenía en la garganta.
—No sé de qué me hablas. Tú hablarme raro. —Intentó sonreír, queriendo gastar la misma broma de la noche anterior, quitarle hierro al asunto.
—Intenta ser seria un maldito momento, guapa. No me hace ni puta gracia —gruñó él mirándola con los ojos amarillos.
Ruth se apartó de él. Adam estaba muy enfadado. Estaba furioso con ella. ¿Por qué? ¿Había hecho algo mal? Ella aprendería. Si Adam le explicara y le enseñara, ella podría ser lo que él necesitaba en la cama y también fuera de ella.
Quiso contestar lo más dignamente posible.
—Adam, ten un poco de paciencia, no sé mucho de vuestras costumbres… —Iba a ponerle una mano en el hombro.
—No me toques, Ruth. Necesito que ahora no me toques. —La atravesó con los ojos—. No es para menos que no sepas nada. Ni siquiera te has esforzado en saber cómo somos. Qué pérdida de tiempo para ti, ¿verdad?
—Eso no es cierto —se defendió ella indignada—. Sé mucho sobre vosotros, lo que pasa es que no tengo ni idea de lo que os supone tener relaciones sexuales. Te aseguro que en los libros de mitología os nombran poco o nada y no van a hablar sobre esto, y yo no tengo amigas berserkers que me expliquen…
—Eres humana. No sabes una mierda de nada. No sabes nada de mí. —Apoyó los codos sobre las rodillas y se pasó las manos por el cráneo en un gesto atormentado—. Olvidé ese detalle mientras te follaba. Esto ha sido un error. Pero después de hoy no volverá a pasar. Ya nos hemos catado, se supone que hemos matado la curiosidad que tenías. ¿He cumplido, Ruth? ¿Has aprendido lo que querías?
Ruth se movió y se cubrió con la manta, colocándosela rápidamente alrededor del cuerpo.
—No hay necesidad de ser grosero.
—No soy un caballero, ni tampoco veo a ninguna dama por aquí —contestó cortante—. Ruth, esto no puede volver a pasar.
Las palabras de Adam la dañaban y le hacían palidecer. Ignoró el dulce dolor que sentía entre las piernas, y los músculos maltratados de los muslos, la espalda y las nalgas. Ignoró la vergüenza y el despecho, y se levantó del sofá temblando. Necesitaba pegarle. La cólera corroía su sangre y se concentraba en su pecho. Miró el hallsbänd, y se dijo que ahí tenía todo lo que necesitaba para vengarse de él en ese momento.
—Levántate, slave.
Adam se levantó como si tuviera un resorte. Estaba grandioso en su desnudez, y todo húmedo ahí abajo… a Ruth se le hacía la boca agua. Sus ojos, ahora amarillos, la miraban con desconfianza. Ella era peligrosa.
—Sabes que puedo ordenarte lo que quiera, ¿verdad? —observó como Adam movía un músculo de la mandíbula—. Si ahora te ordeno que me toques y que me vuelvas a hacer todo lo que me has hecho en el sofá, lo harás y me obedecerás. Si te ordeno que te toques hasta acabar delante de mí, lo harás. Si te pido que camines a cuatro patas, lo harás. Nunca digas nunca conmigo, Adam.
Adam no pestañeó. Pero la ira amarilla de sus ojos se apagó, y tras ella, apareció su mirada oscura.
—Gracias por la lección, slave. —Lo dejó ahí de pie y se dio media vuelta. Agarró el pantalón y las zapatillas que estaban en el suelo y caminó con el porte de una reina, intentando mantener la dignidad, subiendo las escaleras sin mirar atrás—. No se me va a olvidar, ha sido muy educativo. Pero recuerda que lo que ha pasado entre nosotros lo has hecho tú. Yo no te he ordenado nada. No te he obligado. Lo que has hecho ha salido de ti, de tu voluntad, no de la mía. Asúmelo de una vez. Buenas noches.
—Ruth… —murmuró Adam maldiciéndose por su brusquedad—. Vuelve aquí.
Pero Ruth lo ignoró haciendo oídos sordos a sus órdenes. Se cerró en su habitación y se metió en el baño para lavarse de cualquier olor que recordara a Adam, para eliminar cualquier prueba de contacto con él. El agua eliminaría las lágrimas y la sensación de sentirse utilizada y poco valorada. El agua calmaría sus músculos doloridos y sus irritaciones. Pero el agua jamás haría olvidar el dolor y el desprecio que Adam había demostrado después de haberse acostado con ella.
Reconsideró su objetivo. Ese hombre era inconquistable y nunca la querría por lo que ella era. Nadie la había querido por quien era, no sabía de qué se sorprendía. Y para Adam, el simple hecho de ser una humana, más joven que él y algo más desenfadada, la eliminaba de su lista, aunque fuera una humana que en cinco días se convertiría en inmortal. Aunque fuera la Cazadora, no era suficiente para él. No era suficientemente buena para él y su familia. Se había implicado emocionalmente con él, pero le había dejado clara su postura y nunca se imaginó que después de acostarse con ella la humillaría de ese modo. Había sido peor disfrutar en sus brazos que todas sus demás experiencias, porque al menos con ellos no esperaba nada, pero con Adam sí.
Cuanto antes se lo sacara de la cabeza, antes podría ser más útil para los demás. Se centraría sólo en su labor como Cazadora. Lo ayudaría con su hermana y con los pequeños mientras necesitara su ayuda, pero no podía pasar de ahí su relación. No podía acostarse con él de nuevo. Mañana, sin embargo, haría algo sorprendente. Lo dejaría con la palabra en la boca.
—Que te aproveche, Margött. —Se dejó caer en el suelo de la ducha, con su pelo rojo empapado y su cuerpo marcado por él, se abrazó a sí misma y hundió la cara en sus rodillas. Al menos podría llorar a solas y lamerse sus heridas. Y a lo mejor el agua le limpiaría la cara y se llevaría su corazón roto con ella, porque esa noche Ruth le había querido entregar su corazón y Adam lo había ninguneado y se lo había devuelto muy agrietado.
Adam pasó por delante de la puerta de la habitación de Ruth y se quedó escuchando los sollozos tímidos y reprimidos de aquella humana tan adictiva. Nunca había sentido nada igual. Jamás se había entregado así a nadie. Llevaba mucho tiempo sin hacer el amor con nadie, y las veces que lo había hecho —todas mujeres de pago—, nunca, nunca se había derramado dentro de ninguna mujer. Para él, mantener la energía era muy importante, la necesitaba para controlar su don. Pero con ella había sido imposible. Se había cegado. Había entrado en frenesí, y con ello había perdido la noción de todo lo que le rodeaba, excepto su cuerpo cálido, cariñoso y lleno de suaves curvas. Mía.
Ahí estaba su instinto de nuevo. Ruth no podía ser suya. Era inviable. Una mujer humana, que no sabía luchar, que no podía defenderse, que debía hacerse cargo de dos niños que eran muchísimo más fuertes que ella… ¿Cómo iba a defenderlos si alguna vez pasaba algo? Sí, iba a ser inmortal, pero la inmortalidad no le iba a dar una fuerza sobrehumana, ni la capacidad de detener a un vampiro o a un lobezno, ya que un golpe de ellos la mataría al momento. ¿Qué dificultad encontrarían en arrancarle el corazón o en rebanarle el cuello? Apretó los puños cuando oyó como se sorbía la nariz. Tenía que dejar de llorar o iba a volverlo loco. Escuchó cómo se frotaba la piel enérgicamente, intentando anular su esencia, su olor de ella. Adam gruñó y apoyó la frente sobre la puerta. Ruth quería eliminar cualquier prueba de lo que habían hecho. ¿Y cómo hacía él para borrar de sus fosas nasales, de su piel, y de su paladar, el olor a melocotón dulce que desprendía esa chica? La podía saborear otra vez. Siempre lo haría.
Salió de ahí corriendo antes de cometer una locura, como entrar en su habitación, cargársela sobre el hombro y hacerla suya durante toda la noche, para asegurarse de que nunca olvidara a qué olía él.