Adam se acercó al sofá del salón donde Ruth yacía dormida. Después de ver cómo las almas pasaban por su lado y desaparecían por el portal de luz, Ruth cayó desmayada en redondo al suelo. Llevaba dormida desde entonces.
No dejaba de contemplarla. Sus labios sonreían mientras dormía, y el arco elegante de sus cejas era un imán para sus dedos. Las había repasado ya unas cien veces. Las pestañas caobas le rozaban los pómulos sonrosados. Era adorable y era también un tetris difícil de encajar en su vida.
Su padre lo había educado en contra del amor, de la debilidad. No era que estuviera enamorado de ella, ¿verdad? Era que le inspiraba sentimientos que no sabía ni etiquetar ni tener bajo control. Y él necesitaba el orden y el control, ya no sólo por él mismo, sino por Liam y Nora.
Le acercó el tazón de té verde y menta a la nariz y dejó que el vapor le llenara los orificios nasales. Ruth hizo un movimiento con ella que incluso la propia Samantha de Embrujada envidiaría.
—Mmmm… qué bien hueles, Adam —ronroneó todavía con los ojos cerrados.
Él sintió que le quemaba la piel al oír el ronco gemido que había emitido al oler el té. Sonrió al suponer que Ruth olía la menta en él. ¿Sabría que para él ella olía a melocotón?
Menta y melocotón. Muy diferentes. No encajarían nunca.
—Despierta, dormilona. —Le retiró el pelo de la cara.
Ruth buscó la caricia levantando el rostro pero recuperó la conciencia a tiempo de ver lo que hacía. Tenía un tazón blanco con té delante de sus ojos, detalle insignificante comparado con el hecho de que los dedos de Adam le colocaban un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Buenas… noches —lo saludó ella aturdida—. ¿Y los niños?
Adam podía imaginarse a Ruth desperezándose cada mañana así entre sus brazos. Pero eso no podía ser.
—Durmiendo. Han tenido un día muy largo. Necesitan descansar.
—¿Los oiremos si se despiertan?
—Yo lo oigo todo. —Sonrió señalándose la oreja—. ¿Sabes que he tenido que convencerlos de que el coche que había en la entrada de casa no era de ellos?
—¿Qué coche? ¿Mi coche?
—Sí, ese llavero que tomas por coche. Se creían que era para ellos, como es tan pequeño…
—Pobrecitos —murmuró divertida.
Se lo quedó mirando fijamente. El señor de los animales. Su Señor. Por el amor de Dios, quería que la besara, ahí mismo. Cuando hablaba de Liam y Nora, los rasgos severos de Adam se suavizaban y su mirada se llenaba de cariño. Ese hombre la cautivaba. La dejó en shock la primera vez que se vieron y él la protegió, pero ahora que podía estar más tiempo con él y que podían hablar, conversar como adultos en vez de tirarse los cuchillos y los platos a la cabeza, ya no se trataba de sentirse cautivada. Se trataba de que se le estaba colando bajo la piel, que se le metía en su sangre y que hacía que su corazón bombeara revolucionado cuando él la miraba. Y sólo llevaban dos días juntos. Sabía lo que pasaría si pasara más tiempo con Adam. Que acabaría enamorándose perdida e irrevocablemente de él. Era tan distinto a ella, ella era un Ying y él era un Yang. Un blanco y un negro. ¿Era eso malo? Necesitaba estar con él de nuevo. Necesitaba sentirlo encima de ella, que la acariciara y la calmara como la noche anterior. Pero ahora no había afrodisíaco y aunque las ganas de tocarlo estaban ahí, no se sentía lo suficientemente valiente. Había un trato entre ellos, pero esperaba que Adam diera el primer paso y esta vez no iba a obligarlo a nada. Se acostarían de nuevo, pero Adam tendría que seducirla porque ella se sentía torpe e insegura con un ejemplar de hombre como ése. ¿Qué haría él? ¿Se atrevería? ¿Tomaría la iniciativa?
—Te has vuelto a rapar el pelo —observó desviando la vista a su cabeza.
Adam se pasó la mano por ella.
—Sí. No… no me gusta llevar el pelo largo. Es más cómodo llevarlo así.
—Ah, claro. —Con sonrojo, miró alrededor desorientada—. ¿Me desmayé, verdad? En el bosque.
Él asintió e hizo una mueca divertida con los labios.
—Sip.
—¿Caí bien o fue realmente dramático? —Se incorporó y tomó la taza.
—Estuvo bien —sonrió y se rascó la nuca—. Sobre todo cuando una de las zapatillas que llevabas salió volando al caerte desplomada hacia atrás.
—Qué poca clase, ¿no? —Tomó un sorbo de té y dejó que el líquido caliente y renovador le quemara la garganta—. Está buenísimo.
Adam era incapaz de dejar de mirarla. Ella sí que estaba buenísima, era realmente magnética para él.
—¿Te apetece comer? Puedo preparar una ensalada…
—¿Tú cómo estás? —preguntó preocupada—. Hoy has visto a tu hermana después de…
—Siete años.
—Es mucho tiempo. Siento muchísimo lo que pasó. —Se sentó sobre sus talones y dejó la taza de té sobre la mesita de madera. A Adam le iba a dar un infarto cuando viera la marca que iba a dejar.
—¿Qué sientes? —se extrañó.
—Lo que os hizo tu madre. Lo que hizo tu padre contigo. La muerte de Sonja. Lo que quieren hacer Strike y Lillian… siento que tuvieras que presenciar y sufrir todo eso. Siento que vivieras esas cosas, Adam. Nunca lo hubiera imaginado.
Él también lo sentía. ¿Era auténtica preocupación lo que veía en los ojos de Ruth?
—Quiero que sepas que puedes hablar de ello conmigo siempre que quieras. Lo digo en serio. —Ruth le entregó su amistad a ciegas. Miró de reojo la taza que había dejado sobre la mesa, Adam siguió su mirada y le palpitó un músculo en la barbilla.
Hizo una prueba mental. ¿Cuánto tardaría Adam en levantarse e ir a por un posavasos? Ni medio minuto. Se fue a la cocina corriendo.
Ruth dejó caer la manta al suelo y fue tras él, descalza. Adam no perdía detalle de nada.
Aquella chica era una desordenada, una despreocupada de su salud. Abrió un cajón y agarró un posavasos.
—¡Lo sabía! —exclamó ella señalándolo con una sonrisa—. Eres un maniático obsesivo de la limpieza y el orden.
Él pasó por su lado, puso los ojos en blanco y dejó el posavasos en la mesita para colocar el tazón sobre él.
—No lo has podido evitar, ¿eh? ¿Te gusta ponerme a prueba?
Ella lo dejó por imposible y empezó a rebuscar comida en la cocina.
—Seguro que te iba a dar una apoplejía cuando has visto que dejaba la taza ahí. Eres tan controlador… —Abrió la nevera doble y sacó una lechuga, un par de tomates, un aguacate y queso parmesano—. Tienes toda tu casa en un orden tan estricto y lineal que sorprende que en ella vivan niños. ¿Por qué no te relajas un poco?
—Liam y Nora tienen su propio espacio para jugar. Les construí un parque en el bosque, sólo para ellos —dijo con orgullo—. No tienen por qué jugar como salvajes dentro de casa y dejarlo todo perdido. Y respecto a lo otro… no. No me puedo relajar. Tenemos muchos problemas, ¿sabes? —la miró por encima del hombro y se quedó de piedra al verla moviéndose con tanta gracia por su casa. Abriendo los cajones con independencia, buscando y encontrando todo lo que necesitaba. Frunciendo las cejas si veía algo que estaba ordenado por colores, o sonriendo si leía las etiquetas de los botes de conserva de cristal. Fue hacia ella y le dejó las zapatillas al lado—. Cálzate, podrías constiparte.
Ruth miró sus pies y movió los dedos.
—No eres inmortal todavía —le aclaró él, mientras cogía un paquete de nueces, una manzana y soja natural. Ruth movía los dedos con agilidad y él sintió una oleada de cariño hacia ella. Con aquel pelo, el rostro sonrosado por el sueño y los diminutos pies moviéndose despreocupados, parecía una niña pequeña—. Puedes enfermar. Te quedan cinco días para ser inmortal, ¿no?
—¿Llevas la cuenta? Qué tierno…
Ruth se sentó sobre la mesa de la cocina y se apoyó sobre los codos.
—Pónmelas, esclavito —le ordenó coqueta levantando un pie—. No tardó ni dos segundos en calzarla de manera mecánica e impersonal.
Se deshinchó un poco. Adam lanzaba mensajes contradictorios y quería ponerle un poco nervioso. Le había dicho que tenía muchos problemas y que no se podía relajar. Ella tenía un problema enorme y muy ordenado también.
—Ahora no seas bebé y bájate del islote de mi cocina. —Le quemaban las manos por agarrarla de la cintura y hacerla descender poco a poco rozando su cuerpo—. No es higiénico.
—¿Quién eres tú? ¿La Kely?
—¿Kely? —repitió sin comprender.
—La-ke-limpia, tonto. —Y se echó a reír como una descosida mirándolo incrédula ante la poca reacción de ese hombre—. Adam, los humoristas están en paro desde que llegaste a esta ciudad, ¿verdad?
Estaba hipnotizado. No era seriedad, era sorpresa. Ruth era una máquina de bromear y sonreír y él hacía tiempo que no recordaba cómo hacerlo. Sólo sus sobrinos conseguían sacarle una sonrisa auténtica, pero aun así no lo hacía con asiduidad.
Ruth puso los ojos en blanco.
—Mira, es fácil. —Colocó sus dedos en las comisuras de los labios de él y los estiró hacia arriba, creando una curva ascendente un poco amorfa. Adam no sabía qué hacer. Cómo moverse. Cómo replicar.
Ruth lo estudió con un gesto de aceptación y dulzura.
—Ya sé por qué no sonríes —aseguró ella negando con la cabeza—. Eres muy feo cuando lo haces.
¿Feo? ¿Qué él era feo? Eso sí que no se lo esperaba. Y entonces sonrió. Sonrió de verdad, completamente relajado. Pero se ocupó de que Ruth no lo viera.
La chica, resignada, se colocó al lado del berserker para preparar la ensalada.
—¿Liam y Nora no cenan antes de irse a la cama? —lavó y peló los tomates.
Adam miraba extrañado lo que hacía Ruth. Ni a Liam ni a Nora le gustaba la piel de los tomates y él siempre tenía que pelarlos para las ensaladas. Ella hacía lo mismo. Sonrió secretamente, otra vez.
—Venían dormidos en el coche y ya no les he querido despertar. Pero por supuesto, cenan todas las noches. ¿Crees que no los alimento?
—Imposible. —Bufó ella cortando la lechuga con habilidad y rapidez—. Con lo estricto que eres veo poco probable que os saltéis una comida.
—No soy estricto. Soy responsable —se defendió pasándole el rallador para el queso parmesano.
—Gracias. —Tomó el rallador y procedió a pasar el queso por él—. Es verdad. —Lo miró y enseguida apartó los ojos—. Eres responsable, y no doy cumplidos gratuitos nunca, Adam. Creo… creo que has hecho un trabajo increíble con ellos. Sonja está muy orgullosa de ti.
Palabras mágicas. Ruth decía palabras mágicas y sanadoras para sus oídos y cada vez se sentía mejor con ella.
—Lo que tú has hecho hoy en el bosque sí que ha sido memorable.
—¿Desmayarme? —se echó a reír.
—Eso también, pero sobre todo llevar a las almas a casa. Permitir que mis sobrinos vean a Sonja, permitírmelo a mí… —Se aclaró la garganta.
—De nada, chamán. —Sabía que él no le iba a dar las gracias, pero sonrió agradecida por aquel reconocimiento lleno de admiración—. No ha tenido que ser fácil criar a Liam y a Nora —supuso.
—No lo ha sido, y sin embargo, ellos dan sentido a mi vida. No podría vivir sin ellos —se sinceró, sorprendido de que con ella se le fuera la lengua de esa manera.
Ruth lo miró y sus ojos brillaron de adoración. Peló y cortó los aguacates en rodajitas y Adam salteó las nueces y la soja en la ensalada. Se compenetraban y no les pasaba inadvertido a ninguno de los dos.
—Eres vegetariana.
—No estricta. —Salpimentó la ensalada y la mezcló con las cucharas—. A veces como poll…
—No seas grosera —le advirtió levantándole el dedo.
Ruth frunció el cejo. ¿De qué estaba hablando? Abrió la boca horrorizada cuando supo a qué se refería Adam.
—¡Eres un pervertido! Iba a decir pollo.
Adam sonrió. Estaba bromeando con ella. ¡Aleluya!
—¿Me estás tomando el pelo? —Ruth se rio también y continuó mezclando la ensalada—. El pollo tiene muchas proteínas y muy pocas grasas.
—Claro, claro… Eres fácil de provocar, Cazadora.
—Seguro —susurró ella sintiendo el calor corporal del berserker—. ¿Tienes…? —Se aclaró la garganta. Estaba emocionada por la camaradería que había entre ellos. Si se trabajara con mimo, seguro que algún día podría llegar a más. Algún día como, por ejemplo, ya mismo. Eso era lo que ella anhelaba—. ¿Tienes módena caramelizada?
Él le guiñó un ojo, todo chulesco, y Ruth se tuvo que agarrar a la isleta central de la cocina para no caerse desmayada, ahí en medio, como una groupie medio loca.
—En mi casa, sólo lo mejor. —Meneó el botecito de líquido oscuro.
—¿Dónde la consigues? —preguntó asombrada.
—Cerca de Picadilly hay un colmado de alimentación mediterránea. Voy mucho por allí. No es fácil comprar buena comida en Londres. ¿Quieres vino? Tengo Chardonnay.
—Claro, ¿por qué no? Hoy estamos de celebración —exclamó ella.
—¿Celebración? Explícamelo. —Tomó dos copas de cristal azulado—. Siéntate.
Ruth se sentó y Adam sorprendentemente también se sentó a su lado. Muy, muy cerca de ella. Madre mía, él era tan grande que se sentía rodeada por él. Observó que sólo había cogido un tenedor.
—¿Tú no vas a cenar?
Adam se extrañó al comprobar que sólo había cogido un cubierto. Su instinto quería alimentar a Ruth y que comieran los dos del mismo plato. Como las auténticas parejas.
—Comeremos los dos de aquí —contestó encogiéndose de hombros. No podía darle tanta importancia a ese gesto que tenía con ella. Pinchó un poco de todo de la ensalada y se la ofreció. Sus ojos brillaban de diversión y también de expectación por ver cómo reaccionaba ella.
Ruth abrió la boca sin dejar de mirarlo y se metió el tenedor, saboreando con placer los distintos matices de lo que estaba masticando. Él ronroneó de gusto y a ella se le erizó el vello de todo el cuerpo. Aquello era un coqueteo en toda regla y si no que bajara Dios y lo viera.
—Loki se hace más fuerte. Strike y mi madre han aparecido en escena. Ayer estuvieron a punto de matarme y de raptar a mis sobrinos. Ellos están en peligro, ¿te das cuenta de eso? Julius ha explotado y Sonja no puede regresar a casa porque Akon está encerrado en algún lugar con un montón de almas perdidas. Se acerca el Ragnarök y el fin del mundo. Explícamelo, ¿por qué estás de celebración, Ruth? —Era una de las cosas que no le gustaba de ella. Su incapacidad para asumir las situaciones y actuar de una manera responsable con ellas—. ¿Por qué no estás asustada? No te entiendo.
No le gustó el tono frío y acusador de su pregunta. Tenía muchas cosas que celebrar pero él no lo veía así.
—Seguimos vivos, ¿no? —lo encaró.
—Creo que no eres consciente de lo que pasa —aseguró lamentando ese hecho—. Es el único modo de entender tu actitud tan despreocupada.
—¿Despreocupada, dices? —Alzó las cejas y se secó la boca con la servilleta de papel—. Te daré varias razones que hacen que esté contenta. Por orden: no estoy loca, soy la Cazadora. Ayer te ibas a morir y yo te salvé. Ayer se iban a llevar a tus sobrinos y yo me los llevé antes. Hoy has visto a tu hermana y has podido tocarla y hablar con ella y además te ha dicho que si llevamos con nosotros el Eohl la oscuridad del seidr no podrá tocarnos. Liam y Nora también se han encontrado con su madre y ha sido emocionante. Sabemos lo que está pasando y tenemos una oportunidad para solucionar las cosas, para afrontarlas; es el poder que nos da el conocimiento. He guiado a un montón de almas que necesitaban descansar a ese lugar llamado hogar. Y lo he hecho solita, ¿sabes? —Golpeó con el dedo índice en su musculoso pecho y sus ojos brillaron furiosos—. Y tú, gruñón estirado aguafiestas, no me vas a estropear este momento ni vas a hacerme sentir mal por saber que voy a dormir bien y a gusto conmigo misma por primera vez en mi vida.
Increíble. Adam estaba tan excitado y tan asombrado que podría aporrear clavos si se lo propusiera. Ruth le había girado la tortilla y lo había dejado sin argumentos. Y además, había visto en sus ojos aquel fogonazo de ira y fuego ambarino que despedían cuando alguien la llevaba contra las cuerdas. Y ahora sentía unas ganas enormes de avivar las llamas en ellos.
Ruth le quitó el tenedor de la mano.
—Ve a por el tuyo —dijo enfurecida.
Se arrepintió de haber roto la tregua que habían hecho. Resignado, fue a por otro cubierto.
—Y sí estoy asustada, Adam —susurró débilmente con la cabeza agachada, jugueteando con la comida.
Quiso abrazarla en ese preciso momento. Pero se quedó paralizado, no controlaría lo que podía pasar después si entraba en contacto con el suave cuerpo de aquella mujer.
—Pero llevo viviendo con miedo toda mi vida y ya se acabó. —Alzó la barbilla con dignidad—. Si me quieren coger, si me quieren asustar o herir, que me atrapen si pueden. Pero no me voy a esconder ni voy a rechazar quién soy. No me importará morir hoy o mañana si es luchando por una causa mayor. Tú confundes mi aceptación con indiferencia ante todo lo que me rodea y sucede —y aunque le dolía aceptar eso, ya se había hecho a la idea—. Estás equivocado, chamán.
Comieron en silencio.
¿Por qué había tenido tanto miedo Ruth? ¿Qué le habían hecho?
¿Estaba él equivocado? La chica le había dado una respuesta que era incapaz de replicar. ¿Lo estaba mezclando todo? ¿Tenía prejuicios porque confundía la alegría de Ruth con el desinterés y la fiesta eterna?
—Ya he acabado. —Se levantó, dispuesta a recoger la cocina y dejarlo a él solo, comiendo y tragándose todas sus acusaciones a ver si le sentaban tan mal como a ella.
Adam miró su plato. No comía nada. Comía como un pajarillo. La agarró de la muñeca y la detuvo.
—Ni siquiera has…
—Ya no tengo apetito. —Intentó soltarse de su amarre. No sólo estaba enfadada, si no que se sentía avergonzada por el modo que tenía Adam de juzgarla—. Suéltame.
La soltó inmediatamente y él recordó que llevaba el collar. Ruth no se aprovechaba de ello y muy pocas veces tenía que hacer algo que realmente no quisiera. En realidad sentía que no llevaba ninguna cruz al cuello.
—Discúlpame, por favor —su voz sonó ronca—. Gracias por la cena. Estoy cansada y sólo necesito…
La cocina dio vueltas a su alrededor. Una mano la agarró de la nuca y otra le acarició en la mejilla. Sintió algo frío en la espalda y se dio cuenta de que estaba aprisionada contra la nevera.
Adam y sus ojos de rubíes la sostenían, la inmovilizaban y le miraban la boca como si no hubiera nada más en el mundo.
—Perdóname tú, Ruth. —Acercó sus labios a los de ella y la besó con una intensidad que los hizo arder a ambos.
Los berserkers eran seres de instintos salvajes, de impulsos eléctricos y siempre, siempre, aceptaban desafíos. Pero aquello no tenía nada que ver con su naturaleza. Ver a Ruth alejarse de él, sabiendo que había sido el culpable de su distanciamiento, lo medio enloqueció. Ruth le había dado una lección.