Ruth chafardeó la casa de Adam de arriba abajo. Había vagado por todos sus recovecos, por los pasillos y salones, por las terrazas y los estudios. Las habitaciones estaban vetadas, cerradas con una especie de compuerta metálica revestida de madera. Tenían una pequeña pantalla digital al lado donde, por lo visto, se debía introducir un código numérico para que se abrieran automáticamente. No se sabía los códigos, así que las ignoró.
Adam había dejado una nota en la que le explicaba dónde estaba todo y cómo hacerlo funcionar. ¿Se pensaba que era lerda? A ella le encantaba la tecnología y todo lo que tuviera botones, no necesitaba manuales.
Con sólo mirar una casa se podían saber muchas cosas de la persona que vivía en ella. Adam era muy recto y estirado. Le gustaba el diseño y también la sobriedad. Su nevera hacía zumos y además, cafés. El chamán tenía una casa inteligente y eso a ella la fascinaba. No paró de tocar botones y averiguar para qué servía cada cosa. Las persianas se abrían automáticamente, las cortinas se cerraban presionando un mando a distancia, las luces de la casa cambiaban de colores y se graduaban… ¿Dónde estaba C-3PO?
Al final, confirmó sus sospechas. Era un maniático del orden y del control.
Mientras revisaba los libros de su librería, ordenados alfabéticamente y por colores, se fijó que en el salón tenía dos pantallas planas, pero descubrió que una de ellas era un marco de fotos electrónico enorme. Lo encendió y se emocionó al ver las fotos que en él aparecían: Adam haciendo de caballo con Nora y Liam; dándoles el biberón; riendo con ellos; jugando con ellos; bailando con Nora; jugando a fútbol con Liam; abrazando a su hermana y tirándole de la coleta… era Sonja la que salía en la foto y se emocionó al verla.
—¿Sonja? ¿Estás ahí? —preguntó en voz alta. Necesitaba hablar con ella.
Esperó alguna sensación y no llegó. Todavía tenía estimulante en el cuerpo; cuando pasaran los efectos por completo podría contactar con ella.
El cuerpo de la Cazadora era un templo y tenía que respetarlo.
Continuó con las fotos. Apareció Sonja embarazada, y con un hombre inmenso a su lado, sería Akon, supuso. Guau, parecía uno de los Inmortales: Adam y Sonja juntos. La mirada de Adam era un poema. Allí había amor por ella, respeto y adoración. Y una sonrisa auténtica. Ruth sintió un mazazo en el estómago, uno que hizo que se obsesionara un poco más con él mientras veía el cariño que resplandecía en esas fotos y que era tan real que traspasaba la pantalla.
Noah, Sonja, también As, y sobre todo los pequeños, eran los protagonistas de todas ellas. Se le saltaron las lágrimas al pensar en cómo tuvo que sentirse Adam al perder a su hermana gemela. Él se responsabilizó de sus sobrinos, y estaba haciendo un trabajo excelente. Pero la muerte de su hermana le había quitado la alegría. Se veía en sus ojos negros llenos de tortura y padecimiento. Y ella… ella quería hacerlo sonreír. Después de todo, quería devolverlo a la vida. Adam era muy peligroso para ella, pero en su fuero interno sabía que ya estaba perdida, porque desde el primer momento en que lo vio se enamoró de él. Un flechazo. ¡Zas! No tuvo tiempo a reaccionar.
Por su culpa lo había pasado muy mal. Saber que la odiaba de ese modo, la destrozaba. Pero ahora tal vez tendrían una oportunidad de arreglar las cosas. En ese momento sí que podía pensar en lo que podía hacer por él y por ella. Se gustaban, ella a él le gustaba, ahora lo sabía. Pero ¿cómo hacer que sintiera algo tierno hacia su persona? ¿Cómo hacer que la quisiera? Ella quería ayudarlo, sentía que era su responsabilidad, y quería, por encima de todas las cosas, ser parte de ese marco de fotos. Estar en su vida.
Desconectó la pantalla y se quedó pensando, sentada en el sofá y con la mirada perdida. ¿Cómo iba a castigarlo ella? Adam tenía a Liam y a Nora, y ellos lo adoraban. ¿Cómo iba a humillarlo de esa manera? No lo castigaría, ni hablar, le daría algo en lo que pensar, algo en lo que él pudiera desahogarse. Le daría su cuerpo y lo arrullaría con su corazón. Se lo daría desinteresadamente y haría lo imposible por ganarse su amor y su cariño. Decisión tomada. Iría a por todas y si luego la cosa no resultaba, al menos nunca podría decir que no lo había intentado.
De repente el timbre de la casa sonó y como no se habían disparado las alarmas supuso que era alguien a quien la entrada estaba permitida.
Corriendo, subió las escaleras, pues estaba en la planta inferior y acudió a abrir la puerta.
—¿Hola? —Descolgó el interfono y observó la pantalla del comunicador. Los rizos rubios de Gabriel se movieron al girarse para encarar al visor—. ¡Hola! —exclamó contenta al saber que era él.
—Ábreme ahora mismo —ordenó.
Abrió la puerta y Gabriel entró como un rayo. Llevaba algo en la mano… ¡un bate!
—¿Dónde está? —gritó como un loco.
—Gabriel, cálmate. —Levantó las manos para tranquilizarlo—. Estoy bien.
—¿Bien? ¡Y una mierda! ¿Es que todos los gilipollas de aquí se creen que pueden tratar a mis amigas como les dé la gana? —Bateó una estantería y todo lo que había en ella salió por los aires—. ¿Dónde está?
—Aquí —Adam apareció en la entrada en posición relajada.
A Ruth lo impactó verlo, como siempre. ¿Dónde había estado todo el día? ¿Por qué había tardado tanto?
—¡Te vas a enterar! —gritó Gab.
—¡No! —Alarmada, Ruth corrió y se interpuso entre los dos. Adam lo miraba divertido y Gabriel estaba muy cabreado—. Gab, por favor, escúchame.
—¡Métete con alguien de tu tamaño, cabrón! —Gabriel alzó el bate y Adam lo detuvo antes de que, sin querer, golpeara a Ruth.
—Tú no eres de mi tamaño. —Partió el bate en dos ante los ojos del joven humano—. No voy a pelear contigo.
—¡Malditos seáis todos! —Gabriel se iba a tirar encima de Adam.
—¡Gab! —Ruth lo abrazó con todas sus fuerzas, intentando inmovilizarlo.
—Ruth, suéltame, no quiero hacerte daño —advirtió Gab respirando agitadamente—. No puede quedar así. Te ha secuestrado y…
—Gab, escúchame. —Lo apretó más—. Estoy bien. No me hizo nada. —Lo miró a los ojos. Los de ella implorantes y ambarinos, los de él azules oscuros—. Estoy bien.
Gabriel empezó a temblar y de repente se abrazó a ella.
Lo que daría por tener colmillos ahora mismo y darle una paliza a este desgraciado.
La tocó por todos lados para asegurarse de que su mejor amiga estaba tan bien como decía. Luego la besó en la frente y la volvió a abrazar. Adam cogió a Ruth del brazo y la apartó de Gabriel de un tirón.
—No la toques —la voz de Adam bajó una octava y sus ojos se volvieron amarillos. La colocó detrás de él.
Ruth, anonadada, lo apartó de un empujón. No iba a ignorar ese detalle de posesión, pero con sus amigos no tenía derecho a ser así.
—¡No se te ocurra volverlo a hacer! —Corrió hacia Gabriel y volvió a abrazarlo. Miró a Adam por encima del hombro—. Es mi amigo. No te acerques, Adam.
Adam se quedó tieso como un palo. Inmóvil. Sus extremidades temblaban mientras veía como Gabriel volvía a besar a Ruth, le acariciaba el pelo, y masajeaba su espalda. Y Ruth estaba ahí, tan feliz y tan relajada… ¡Y sólo con ese albornoz que él le había dejado! Las piernas de esa mujer eran espectaculares, y el culo que tenía, para hacerle un monumento. Lo estaba volviendo loco al verla en brazos de otro hombre. Un humano. Un bebé a su lado.
—Ruth —gruñó como un animal.
—Ni una palabra —lo amenazó con el dedo para luego ignorarlo como si nada. Puso las manos sobre las mejillas de Gabriel y lo miró con ternura—. Mi principito… Estoy bien.
—¿Qué mierda eres? Aileen me ha dicho que eres como una médium.
—Sí —asintió ella apartándole un rizo rubio de la cara—. Estoy intentando acostumbrarme a esto. Todavía es muy extraño.
—Aileen es una híbrida, y tú una mujer que habla con los espíritus. ¿Qué seré yo? ¿Un puto Gremlin?
Ruth se echo a reír.
—¿Y por qué te tienes que quedar aquí? —prosiguió Gabriel—. Pensaba que ibas a quedarte en casa de As. Aquí, no. Ven a casa conmigo.
Adam gruñó. Su cara estaba perlada en sudor y sus manos apretadas como puños.
—¡Chitón! —lo avisó Ruth otra vez—. No puedo. Debo quedarme aquí. He hecho un pacto. He dado mi palabra.
Gabriel miró al berserker y sonrió.
—¿Lo tienes domesticado?
—Más o menos —asintió Ruth censurando al berserker y advirtiéndole con la mirada de que no dijera nada.
El joven miró alrededor, intentando asimilar la situación de su amiga.
—¿Necesitas que te traiga algo? Lo que sea. Traje tus trastos y tu ropa. Tu teléfono. —Se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y le entregó el iPhone blanco—. Mantenlo encendido y cárgalo por las noches. Siempre se te olvida y luego estás ilocalizable. Y otra cosa. —De otro bolsillo sacó el mando de su coche—. Tienes a tu bomboncito en el jardín. Por cierto, corre mucho.
—¡Mi bomboncito! —exclamó feliz y con una sonrisa de oreja a oreja—. Sí, corre muchísimo. Lleva un motor que no es el suyo. Pero no se lo diremos a nadie —estaba orgullosa del motor trucado de su coche.
—Pórtate bien.
—Sí, papá —dijo Ruth tomándole el pelo.
Gab la volvió a mirar preocupado.
—¿Seguro que estás bien?
—Sí, pesado. Me encantaría explicártelo todo pero ahora no puedo. Quiero coger mis cosas, cambiarme y sentirme yo misma. Además, no estaré aquí por mucho tiempo. Cuando todo esto acabe podré irme —Adam la observaba sin perder detalle y ella estaba nerviosa ante tal estudio de su fisionomía—. Mañana podremos hablar, ¿vale? No te preocupes por mí.
Gabriel asintió resignado. La volvió a abrazar y se giró para encarar a Adam.
—No sé si os habéis pensado que por ser inmortales y tener más músculo que cerebro, podéis tratar así a mis amigas, pero ésta es la última vez que lo repito. Tócala, hazle daño, y te juro por lo que más quiero que te mato.
Adam aceptó la amenaza y sintió un profundo respeto por Gabriel. Era humano, mortal, tenía músculo y altura, pero con un solo golpe de sus puños podría matarlo, y aun así estaba plantado delante de él, dispuesto a pelear. Era admirable.
—No te preocupes, Gabriel —asintió Adam solemne—. Ruth está en buenas manos.
—Y una mierda —contestó él—. No olvides lo que te he dicho. —Con esas palabras se dispuso a irse.
—Espera —lo detuvo Adam—. Pídele a Noah que te lleve a Notting Hill, está esperándote en el Hummer.
Gabriel miró hacia fuera y vio como Noah lo saludaba con una mano, sonriendo divertido por la escena.
El humano salió en su busca y dejó a Adam y a Ruth solos.
—¿Noah está aquí? —preguntó Ruth caminando hacia él—. ¿Puedo verlo?
Adam inspiró profundamente y se sintió bien al oler la fragancia corporal de Ruth. Melocotón jugoso.
—Lo verás esta noche. Tus cosas están en el jardín, en esa especie de Micromachine que conduces. Ordéname que me mueva, Ruth.
Ruth se detuvo a un centímetro de su cuerpo. Desprendía tanto calor… Estudió el pañuelo negro que llevaba como un modelo parisino, y sonrió sintiéndose poderosa.
—Así que el collar es realmente un sublevador —musitó orgullosa.
—Ya lo sabes. Ayer me porté muy bien contigo, hice todo lo que me pediste.
—¿Te puedo ordenar cualquier cosa que yo quiera y tú me harás caso? Es fascinante. —Dio una vuelta a su alrededor—. Sabes que me voy a aprovechar de esto, ¿a que sí?
—Ya lo estás haciendo. —La tenía a la espalda y no le gustaba que lo rondaran de esa manera. ¿Es que esa mujer no tenía sentido del peligro?
—Uy, pero si todavía no he hecho nada —murmuró poniéndose delante de él de nuevo. Tenía un brillo de triunfo total en su cara y Adam se sintió extrañamente bien al contemplarla. Fascinado.
—Seguro que lo quieres patentar —comentó divertido.
—Vaya, vaya, perrito. Empiezas a conocerme —asintió—. Ve a recoger mis maletas. —Palmeó puñetera—. Rapidito.
Adam se movió y la miró por encima del hombro.
—Eres una negrera.
Ruth obvió la pulla y salió al jardín. Suspiró agradecida al ver su Smart Roadstar negro y naranja que adoraba con todo su corazón. Una de sus más preciadas posesiones, después de sus amigos, claro. Cuando lo conducía y el viento le golpeaba en la cara se sentía libre y viva.
—¿Cómo puedes conducir con eso? Un soplido y el viento se lo lleva.
Ignoró a Adam. Presionó el mando, y las luces del cochecito parpadearon cuando se abrieron las puertas.
—¿Intentas tener una conversación? —lo miró por encima del hombro mientras sacaba las maletas—. Estamos avanzando en nuestra relación.
Adam se adelantó y rozó con sus manos las de ella. Ambos se quedaron mirando, sorprendidos ante la electricidad que habían notado en ese nimio contacto. Ruth miró sus nudillos un poco ensangrentados. Ella no sabía que estaban así por los puñetazos que se había dado con Limbo. Adam había ofrecido al berserker mentiroso un tête á tête. Limbo había aceptado a regañadientes porque sabía que era imposible vencer al chamán, y así había sido, se llevó una buena tunda.
—¿Con quién te has pegado? —preguntó tomándole la mano realmente preocupada.
—No es nada —contestó seco apartándola—. Se lo merecía.
Ruth se envaró ante la respuesta cortante de él y lo dejó hacer. Pero inmediatamente, le entró la risa al ver el cuerpo enorme de ese hombre intentando maniobrar dentro de su coche.
—Es el coche ideal para Frodo y su tropa de hobbits —comentó él medio gruñendo.
Ruth sonrió.
—No me lo puedo creer —negó con la cabeza—. Si hasta tienes sentido del humor… Me estás sorprendiendo.
—Te lo digo en serio. —Cargaba con dos maletas Louis Vuitton enormes en cada mano—. Este coche es de chiste.
Ruth echó chispas por los ojos. Pero ¿qué se había creído?
—Y tú llevas ese Hummer que pregona a los cuatro vientos: «Llevo este carro enorme porque mi polla es pequeña».
Se dio media vuelta y entró en la casa, dejando a Adam ahí plantado con la boca abierta. Nadie se metía con su bomboncito. Nadie.
Más tarde, cuando Ruth estaba ya instalada en su habitación y enchufaba su ordenador portátil a la red wifi de su casa, Adam merodeaba como un perro nervioso, mirando cada dos por tres a la planta superior, donde se encontraba la Cazadora.
Qué extraño era tener a una mujer en casa. Qué perturbador era tenerla a ella, haciendo y deshaciendo como si siempre hubiera vivido con él, como si formara parte de cada pared, de cada rincón. Y qué incómodo era estar empalmado continuamente siempre que olía su perfume.
En una hora iría a buscar a los niños y luego visitarían a As, para interrogar a Julius y averiguar lo que en verdad sucedía. La verdad era que no le apetecía que ella se encontrara de nuevo con ese traidor. No le gustaba nada cómo la miraba.
Limbo había dicho que no sabía nada de eso. Sí que había notado un comportamiento extraño en el berserker, pero nunca había pensado que estuviera involucrado en levantamientos ni rebeliones. Resultó que Limbo estaba tan sorprendido como ellos, y además se había prestado a ayudarlos en lo que fuera posible. Había participado en la mentira de Julius, pero por lo demás, nunca había dado motivos para sospechar de él por nada. Aunque tampoco Julius.
Si todo iba bien, Limbo sería su hermano político. Harían lo posible por llevarse bien.
Gruñó malhumorado al darse cuenta de que la berserker no lo ponía ni la mitad de caliente que la huésped que tenía viviendo con ellos. Pero si tuviera que elegir, sabría cómo hacerlo. El deseo era una debilidad, él tenía más responsabilidades además de las suyas. Y miraría por sus gemelos y por su seguridad antes que por su propio bienestar como hombre. Recogió lo que Gabriel había tirado de la estantería. Libros y más libros. Literatura de todo tipo. Desde Ivanhoe y Ben-Hur a La Historia interminable y Momo, pasando por ensayos filosóficos y autobiografías. No soportaba el desorden. Necesitaba que todo tuviera un ritmo, una escala de colores, un orden alfabético. Era un poco maniático.
—Siento que Gabriel te destrozara la estantería. Por cierto, tu librería tiene carencias.
Adam se giró para ver a Ruth a su espalda. Se había cambiado.
Llevaba un pantalón tejano muy corto de cintura baja, y un top negro de tirantes que le quedaba dos dedos por encima del ombligo. Su diamante brillaba reclamando atención, tan orgulloso era. Y sus pequeños y delicados pies estaban enfundados en unas zapatillas negras y planas. Las uñas pintadas de granate lo pusieron a mil. Y aquel glorioso pelo suelto y brillante enmarcaba sus rasgos de duende en un halo rojizo y lleno de pasión. Se había puesto rímel y lápiz de ojos negros y ahora su mirada era más gatuna que nunca. Ésa era Ruth. Ni más ni menos.
—¿Ah, sí? ¿Qué le falta?
—El mejor género de todos. El que hace soñar de verdad. Libros románticos paranormales.
—¿Para gente normal?
—Ja. Ja. Qué gracioso —dijo ella colocándose delante de la estantería—. Léete a Sherrilyn Kenyon, Christine Feehan, Charlaine Harris, Kresley Cole…
—¿Por qué iba a leer los libros de estas mujeres?
—Porque sus teorías sobre vampiros y su relación con la mitología y las leyendas es muy interesante, y además, seguro que aprenderías algo. Es más, ahora mismo creo que todo lo que dicen en sus libros es verdad.
—¿Porque nos conoces a nosotros?
—No —negó con la cabeza—. Porque siempre estáis cachondos igual que sus personajes.
El berserker se esforzó por parecer indiferente, pero fracasó porque ella miraba asombrada el bulto que tenía en los pantalones.
—Creo que se te ha subido la sangre a la cabeza —y le señaló el paquete en un movimiento sexy de barbilla.
Él gruñó y levantó las cejas.
—¿Y qué hago con ella, barnepike? ¿Alguna idea?
Ruth tenía muchas, pero antes había otras prioridades.
—Luego te las digo, pero quiero que dejemos claras unas cositas antes. He decidido que quiero intentar perdonarte, así que voy a dejar que te expliques primero —se dirigió al sofá de piel blanca y le dio unos golpecitos con la mano indicando que se sentara a su lado.
—¿Es una encerrona? —preguntó incómodo.
—No —contestó con sinceridad.
—¿Y ese cambio de actitud? —agradecido, tomó los dos libros y se sentó a su lado—. ¿A qué se debe?
Ruth se retorció las manos nerviosa. ¿A qué se debía ese cambio de actitud? A que no podía odiarlo y desearlo a la vez como una mujer bipolar. Le propondría el trato, lo trataría tan bien que nunca la dejaría marchar y luego lo liberaría. Si él volvía a ella después de eso, todo el sufrimiento habría valido la pena.
No podía perderse la posibilidad de estar con el único hombre que realmente le volvía loca, anulaba su sentido común y hacía que su corazón se acelerara con sólo mirarlo. Intentaba odiarlo, pero fracasaba cuando le venía a la cabeza el modo en que abrazaba a sus sobrinos y los miraba, el modo de quererlos y cuidarlos. Ojalá que a ella la mirara igual. Para conseguir tamaña proeza, tenía a su favor la atracción de la que muchas otras parejas carecían, y además, no era inmune a ella. Si podía sacar provecho de eso, lo haría. No iba a tener escrúpulos. Eso sí, iría con mucha cautela y no se declararía ni le demostraría que él era su única debilidad. No jugaría en desventaja.
—A las fotografías que hay en tu casa —confesó con humildad. El berserker estaba muy quieto, dedicándole toda su atención—. Te han hecho humano a mis ojos. En todas ellas, sales con Liam y Nora y ellos se ríen y te miran como si fueras su héroe. Yo no puedo tratarte mal delante de ellos. Soy incapaz de hacerles daño, por mucho que te lo merezcas —señaló—. Pero ellos no lo merecen y les haría daño si yo abusara de este trato que hemos hecho y te perjudicara en algo. No lo haré. Sonja te respeta y quiero creer en ella también. No lo alargaré mucho, Adam. Sólo lo justo para conseguir lo que quiero —se puso roja como un tomate.
Adam no osaba mover un músculo. No esperaba tanta consideración, ni tanta sensibilidad respecto a los pequeños.
—Quiero… quiero hacer un trato contigo —añadió mirándole de reojo.
—¿De qué se trata? —preguntó él con voz ronca. Estar cerca de esa mujer era un martirio.
—Sé que no soy el tipo de mujer que quieres en tu vida. No estoy ciega y no soy tonta —le dejó claro—. Sé que hay algo en mí que no te gusta. No sé lo que es, pero sea lo que sea lo que no te gusta de mí, no lo voy a cambiar —lo miró fijamente. Dios, esos ojos negros deberían estar censurados—. Soy así, te guste o no. Yo he aprendido a aceptarme.
—Ruth, yo no he…
—No me cortes. —Alzó una mano—. Sabiendo esto y teniendo las cosas claras, quiero pedirte algo a cambio y juro que te liberaré. Nunca te humillaré, no me reiré de ti ni te obligaré a hacer cosas que no quieres hacer. Cuando haya aprendido lo que necesito saber te dejaré en libertad.
—¿Qué quieres aprender, katt? —¿A qué venía tanta intriga? Ruth cerró los ojos con fuerza y se puso en tensión. Pero inmediatamente relajó los hombros y lo encaró directamente.
—A la mierda el decoro. Enséñame a intimar con un hombre.
Adam no supo cómo reaccionar. Una bofetada no lo habría sorprendido tanto.
Aquella mujer de olor a melocotón, ojos de gata y sonrisa pícara le estaba pidiendo que se acostara con ella sin ningún tipo de obligación de por medio. No se hubiera esperado eso jamás. Ruth siempre acababa sorprendiéndole. Por supuesto que aceptaba. Estaría más que encantado de enseñarle a esa chica cómo era la intimidad con un hombre que la supiera tratar bien.
—¿Sin compromisos? —preguntó queriéndose asegurar.
A Ruth le dolió que él quisiera aclarar ese aspecto, pero lo aceptó. Saldrían ganando los dos.
—Sin compromisos —aclaró Ruth.
—¿Podré hacer lo que quiera? —Un brillo de alarma apareció en las profundidades ámbar de la joven.
—Yo llevaré el control. Si hay algo que no me gusta, lo detendré, ¿de acuerdo? —aclaró ella.
—Te va a gustar todo —sentenció él mirándola de arriba abajo y relamiéndose los labios—. ¿Por qué me ofreces ese privilegio? No te caigo bien, me odias, y no confías en mí.
—No negaré nada de lo que has dicho. —Se encogió de hombros—. Pero me fío de esto. —Rozó el hallsbänd ante su mirada atónita—. Un hombre en el estado en el que tú te encontrabas ayer noche no se hubiera detenido jamás con una mujer desnuda en su cama. Pero este collar debe tener mucho poder para doblegar a un berserker como tú a su voluntad. Nadie me ha tocado jamás así. No me harás daño, ¿verdad? —preguntó queriendo confiar en él.
Adam se derritió al ver la vulnerabilidad de Ruth. ¿Quién había sido el cretino que le había hecho daño?
—Nunca. Sólo dímelo cuando estés asustada. ¿Te gustó lo que te hice?
Ruth asintió y se relajó apoyando la espalda en el sofá. Sólo negocios, eso eran.
—Me alegro —dijo él—. Pero quiero que entiendas algo, Ruth. Me detendré no porque tú me lo pides, si no porque yo decido detenerme, no porque el collar me obligue a hacerlo. ¿Queda claro?
—Clarísimo.
—¿Me liberarás cuando haya cumplido con lo que quieres? —levantó una ceja pareciendo así un poco incrédulo—. ¿Así de fácil?
—Sí. Tú y yo no estamos hechos para compartir nada más. Sólo necesito unas lecciones, Adam, para sentir y aprender, y con eso tendré suficiente —sentenció segura de sí misma, segura de sus palabras y de su decisión—. De aquí a seis días seré inmortal. Tendré una vida larguísima para disfrutar, pero antes quiero aprender con alguien que sé que no se aprovechará de mí. Y ni siquiera sé si tendré tiempo para intimar con nadie más. —Se echó el pelo hacia atrás—. Voy a estar muy ocupada cazando almas.
Adam permanecía sentado, mirándola maravillado ante su valentía y su declaración tan llana, tan falta de engaños y entresijos. Pero él sabía que el hallsbänd no se abriría así porque sí. Debería haber una vinculación por parte de los dos, sobretodo de ella, para que el collar cediera. Una emoción fuerte y pura, un perdón real y una aceptación total de su persona. Y Ruth no lo sabía.
¿Sería ella capaz de perdonarlo sinceramente?
—Bien. Ahora que está todo claro entre nosotros, ayúdame a entender por qué me has odiado todo este tiempo —Ruth se arrellanó en el sofá y esperó una explicación convincente.
Sin querer pensar más en lo acordado, procedió a explicarle lo que indicaban los libros.
La última profecía habla de mi hermana Sonja y de ti. Mi padre profetizó cuándo moriría Sonja, y no falló. Luego profetizó que su hijo mayor moriría siete años después de la muerte de su hermana. Ayer se cumplía el séptimo aniversario de Sonja. Ayer se suponía que yo debía morir.
—Léeme qué dice —ordenó ella, más interesada de lo que desearía. Adam procedió a la lectura de una manera solemne. Cuando finalizó, Ruth permanecía recelosa y en silencio.
—¿Lo entiendes ahora? Todo indicaba que me ibas a matar, que tú…
—Nada de lo que dice aquí menciona que yo vaya a matarte, Adam.
—Menciona que voy a morir ese día. Una Eva disfrazada de Cazadora, esa eres tú. Y luego unes esto al sueño recurrente que llevo teniendo desde hace mes y medio y…
—¿Dónde ves aquí que ponga Ruth? —se levantó furiosa y resopló como un caballo—. ¡Maldita sea! Yo no interpreto nada de lo que tú dices en esa profecía. Creo que la has interpretado a tu manera. —Caminó alrededor del islote de la cocina—. Creo que tu odio y tu repulsión hacia mí te ha nublado un poco el juicio.
—Ni te odio ni me repugnas —afirmó tajante—. No ahora.
Ruth lo miró sin creerse ni una sola palabra de aquella afirmación.
—Es verdad —reafirmó Adam cuadrándose de espaldas. Explicárselo todo iba a ser más difícil de lo que se imaginaba—. No te odio, Ruth. Llevo soñando contigo durante cuarenta y cinco noches seguidas. Ya te lo dije. Te veía perfectamente disparándome una maldita flecha, disfrazada de caperucita roja. Te odiaba por eso.
—¿Eh? —levantó sus cejas en un arco perfecto—. ¿De caperucita? Ahora todo es más creíble.
—Ahórrate el sarcasmo. No sé por qué te veía así. —Se pasó la mano por la cabeza en un gesto de impotencia—. Pero te juro que he sentido cómo me matabas cada noche. ¿Cómo no iba a creer que eras tú esa Eva disfrazada de Cazadora? No iba a sentir cariño por ti, precisamente.
Los exuberantes labios de Ruth dibujaron una fina línea. ¿Sería verdad? ¿Realmente Adam estaba tan malditamente convencido de que ella iba a matarlo?
—No he fallado en mi sueño. Mi padre, como has visto, no falló en la profecía de Sonja. Yo posiblemente iba a morir esta noche. —Se encogió de hombros—. Ayer por la noche, cuando te vi apuntándome con el arco y la flecha, pensé que se estaba cumpliendo todo, y entonces deseé haberte matado. Me odié por haber sido misericordioso contigo. Pero lo que yo no sabía era que tenía a Julius y a los demás detrás de mí, esperándome para acabar conmigo, y mucho menos me imaginaba que tú les dispararías a ellos para salvarme. Lo interpreté todo mal —se irritó consigo mismo—. Me salvaste. —La miró queriendo atravesar su alma, con tanta intensidad que incluso la joven se estremeció—. Salvaste a mis sobrinos. ¿Por qué lo has hecho realmente? —Se acercó a ella hasta que se tocaron las puntas de los pies.
—Son niños, Adam. —Ella no se alejó, levantó la barbilla y aguantó su mirada oscura—. No tienen culpa de que su tío sea un chamán que ha perdido un tornillo.
La boca de Adam se curvó en una sonrisa divertida para luego volver a ponerse serio.
—Me descolocas —confesó cansado—. Podías haberte vengado entonces de toda la vergüenza y el dolor que te he causado.
—¿Vengarme dejando a la merced de unos asesinos a unos niños inocentes sólo para verte sufrir? ¿Qué clase de monstruo crees que soy? Eres mi esclavo, Adam. ¿Qué mejor venganza que eso?
—No. —La miró con ternura—. No hay ni un ápice de maldad en ti. Ánimo de revancha, puede que sí. Pero no hay malicia, nada comparado con lo que un berserker haría si se encontrara en tu situación. Yo no tendría piedad contigo.
—Aún puedo cambiar de opinión así que no me desafíes, Adam. —Alzó la nariz de manera insolente—. No necesito saber lo que tú harías. Ya lo he vivido en mis carnes.
Él se acercó hasta casi rozar sus piernas con las de ella. Negó convencido.
—Te odiaba porque ibas a separarme de ellos. De esos niños que están a mi cargo. Los ibas a dejar solos matándome. Me importa muy poco lo que a mí me pueda pasar —levantó una mano y enrolló en sus dedos un mechón de pelo caoba de Ruth—, pero no soportaría que ellos sufrieran por mi culpa. Ellos significan tanto… Mi vida no es muy bonita, ellos son mi única luz. Mi don es una maldita condena, ¿entiendes? Mi padre aprendió como nadie que la vida es una auténtica mierda y que sólo puedes confiar en ti mismo. Él me recordó eso, es una lección bien aprendida.
Ruth sintió a regañadientes que algo se le oprimía en el pecho al oír la súplica y el dolor de las palabras de Adam. Era un hombre acosado y torturado por el pasado de su familia, y se estaba abriendo a ella por primera vez. ¿Y los violines y las rosas?
—No confías en nadie. —Observó su mano enorme y morena acariciarle el pelo con suavidad. ¿Cómo era posible? Aquel hombre tan fascinante era un guerrero y tenía una fuerza extremadamente brutal, y sin embargo, era capaz de tocarla con suavidad. Como ahora. Como lo había hecho durante toda la noche.
—¿Acaso tengo algún motivo? Dices que Sonja ha hablado contigo y que mi madre está detrás de su muerte y con seguridad detrás de todo lo que está pasando ahora. Hacía siglos que no sabíamos de ella ni de Strike, y ambos han vuelto de nuevo para atormentarme. Julius, y algunos berserkers más, están compinchados con ellos. No confiaré en nadie. Como chamán es lo que me toca hacer. —Soltó su pelo y dio un paso atrás con humildad—. No puedo relacionarme mucho con la gente porque si establezco vínculos emocionales puede que mis sueños se alteren y dejen de ser objetivos. Hasta que no regrese mi capacidad de hablar con el espíritu, sólo me queda la adivinación onírica.
—Entonces, ¿te está fallando el don?
—No exactamente, sólo está aturdido. Regresará.
—Pero tú no tienes ningún vínculo emocional conmigo. ¿Por qué me juzgaste así, entonces? Soñaste lo que pensaste de mí. Lo que veías de mí. Tus juicios. Tus sueños —concluyó un poco desanimada. No era que le importara, en absoluto. Sólo sentía curiosidad. ¿Y qué era ese desazón que sentía en el corazón?
—No quieras que te explique lo que soñaba cada noche —aseguró Adam a punto de darle la espalda—. No te lo he explicado todo.
—Ya me lo has dicho. Soñabas que te mataba —frunció el ceño.
—Pero antes soñaba otras cosas —se encaminó hacia las escaleras que subían a las habitaciones. Tenía que borrar el mural de Ruth. Algunas imágenes eran lascivas, demasiado insinuantes. No quería que ella viera lo obsesionado que había estado con ella.
—¿Cosas? ¿Qué cosas? Te estoy hablando, ¿a dónde vas?
—No quieres saberlo, créeme —le dijo por encima del hombro.
—Te ordeno que me lo digas —corrió detrás de él y lo siguió a su habitación.
—Voy a borrar unas cosas… No entres aquí —le advirtió con un brillo peligroso en la mirada—. No lo hagas, Ruth.
—No me des órdenes. —Se detuvo delante de él. Adam tenía una espalda grande y musculosa—. ¿Es tu habitación? ¿Qué hay ahí adentro?
—Ruth, por favor —rogó él visiblemente nervioso.
¿Qué pasaba en esa habitación para que Adam se viera sonrojado e inseguro?
—Cuéntame antes el sueño completo. —Sentía tanta curiosidad que podía rascarse físicamente de lo que le picaba.
—Estás jugando con fuego. No digas que no te he avisado.
—Adam, ¿por qué crees que tengo el pelo de este color? —se señaló—. Me gusta el fuego y no me das ningún miedo, perrito. Ahora enséñame lo que hay ahí adentro.
Ruth era desafiante y valiente. Una combinación muy mala para Adam, porque no esperaba que alguien así fuese el tipo de mujer que lo volvía loco y le aceleraba el corazón. Un hombre de su tamaño y con su carácter vapulearía a cualquiera que no fuera lo suficientemente fuerte. Pero la pequeña Ruth era su igual. Y pelearían como tal. Él no iba a darle cancha, ella tampoco a él. ¿Por qué no podía ser berserker?
Sonrió de un modo que a Ruth le recordó a un lobo.
—No digas que no te he avisado. —La compuerta de su habitación se abrió y él se apartó para dejarla pasar.
Cuando Ruth entró en la habitación del berserker se quedó prácticamente sin aire en los pulmones. Habían unas diez réplicas exactas de ella en la pared, al óleo. Estaba en muchas posiciones diferentes, y todas tenían un brillo pícaro y seductor en la mirada. Caminara en la dirección que caminara los ojos de la pared la seguían.
Uno de los retratos que la ilustraban estaba apoyada en un árbol y ofrecía sus caderas de manera juguetona. Otro lo apuntaba con una flecha mientras le guiñaba un ojo. En otra pintura estaba prácticamente en ropa interior, estirada en el césped e indicando al observador con el dedo índice que se acercara. No entendía muy bien ni el conejo que se estaba comiendo la zanahoria, ni tampoco las braguitas estampadas con corazones, pero todo lo demás era claro y explícito.
Se sonrojó por completo. Ella no era así de seductora, ni tampoco le había provocado nunca de ese modo. ¿Por qué la había dibujado así?
—¿Qué es esto? —Se giró hacia él, furiosa y humillada.
—Te dije que no entraras —se excusó.
—¿Por qué estoy dibujada en la pared como si quisiera que alguien se me echara encima? —apretaba los puños y temblaba de indignación—. Parezco una fulana.
—Así te veía yo en mis sueños, Ruth.
El labio inferior de Ruth empezó a temblar. ¿Por qué pensaba de ella lo peor? ¿Por qué era tan duro juzgándola? Estuvo a punto de salir corriendo de la habitación, pero Adam la tomó de la cintura y apoyó su espalda en su pecho.
—Suéltame.
—No me has entendido. No me pareces en absoluto una fulana, katt. Mírate bien. —La giró hacia los dibujos sin dejar de susurrarle al oído—. Eres una mujer tan sexy y tan bonita, que a veces siento que se me doblan las rodillas. Pero ahora que te he visto mejor —acercó su pelvis a ella y la rozó insinuante— creo que no te he hecho justicia en absoluto.
Adam se estaba rozando con ella, marcando a fuego la zona baja de su espalda. Ruth sintió una llama que tomaba vida en su interior, como si alguien hiciera contacto con sus cables internos y de repente se encendiera como el motor de un coche.
—Quiero que los borres —le ordenó en voz baja e implorante.
—No lo haré.
—¡Esto es el colmo! —pateó el suelo como una niña pequeña intentando apartarse de él sin éxito. Adam la cogía de la cintura con fuerza—. ¿De qué sirve el pacto slavery si no me obedeces? El collar es un fraude.
—No quiero borrar esos dibujos. Me gustan. He fantaseado mucho con ellos. Contigo —ronroneó detrás de la oreja—. Me alegra que no seas una asesina. Y todavía no sé por qué, puesto que tú y yo no tenemos ningún futuro, ¿no?
—No. No lo creo. —Se intentó apartar ésta vez más suavemente, pero él le dio la vuelta y la obligó a mirarle a la cara—. Me has ignorado y me has despreciado desde el primer instante en que nos conocimos. ¿Por qué actúas ahora como si fuera algo más que una obligación para ti? —Su voz dolida la sorprendió incluso a ella—. No tienes que fingir conmigo. Los dos sabemos lo que hay. Somos maduros.
Adam apretó la mandíbula.
—Estás equivocada. Cuando te salvé del lobezno, la primera vez que nos vimos, mi cuerpo reaccionó a ti como si fueras un maldito caramelo y yo un hombre hambriento y con hipoglucemia. Luego empezaron los sueños.
Hubo un interminable silencio entre ellos. Adam pensaba que le había dicho demasiado, y sin embargo, él mismo estaba sorprendido sobre la verdad que suponía esas palabras. La deseó desde el primer momento en que la vio.
Ruth se sentía tan sensible que toda la piel se le puso de gallina ante la declaración. La habitación de Adam, que era amplia y masculina, pareció achicarse.
—Al principio del sueño veía a mi madre —prosiguió Adam acariciándole el lateral del cuello con la nariz—. Revivía el día que nos abandonó y que avergonzó a mi padre con Strike —susurró hundiéndole el rostro en el cuello y rodeándole la cintura en un abrazo demasiado íntimo. Sabía que debía alejarse pero no podía.
Demasiado cerca, pensó Ruth. Demasiado íntimo. Demasiado, todo demasiado.
—Adam, ¿qué… qué estás haciendo? —intentó apartarse.
—Luego estaba haciéndole el amor a una mujer desafiante y desinhibida. ¿Sabes quién era? —Levantó el rostro para mirar la expresión de la joven—. Eras tú.
—Mientes —gruñó empujándole el pecho—. Estás mintiendo.
—No miento, maldita sea. —La zarandeó levemente—. Te hacía el amor salvajemente, con rabia, pero muerto de deseo —sonrió avergonzado—. Y después de eso y de estar a punto de correrme, te veía a ti en el Tótem, disparándome una flecha mortal. Con esto quiero decirte que te he odiado, gatita, pero también te he deseado con una obsesión completa y absoluta, no me importa admitirlo. Te sigo deseando, Ruth. Y te juro que la droga no es la culpable de que me sienta así. No sé qué es lo que tienes, no sé qué me pasa contigo, pero influyes de alguna manera en la química de mi cuerpo, y aunque quiero, no puedo detenerlo.
Deseo. Ruth tragó saliva compulsivamente. ¿Por qué se sentía agradecida por esa confesión? El deseo podía convertirse en amor, ¿verdad?
—¿No vas a decir nada? —preguntó él orgulloso de haber dejado a una mujer como ella sin palabras.
Ruth intentó vocalizar y lo único que le salía eran sonidos estúpidos de su boca. Se aclaró la garganta.
—Entonces nada de esto va a ser desagradable para ti. No va a ser ningún tipo de castigo. Vaya mierda de trato slavery que he hecho. —Intentó apartarse de él.
—No deberías pitorrearte. Deberías tenerme más respeto. —La evaluó con sus ojos negros—. Soy un berserker.
Adam estaba tan impresionante, ahí cuadrado de brazos y piernas, que por un momento deseó olvidar quién era él y lanzarse a su cuello. Temerosa de que él adivinara sus pensamientos, apartó la mirada.
—Quiero ser justo contigo y dejar dos cosas claras. Tú y yo tenemos una cuenta pendiente que se resolverá, si Odín quiere, en la cama. Nos gustamos, y sé que ambos lo deseamos. Es atracción animal. Pero somos conscientes de que nuestra relación no pasará de ahí, ¿verdad?
Ruth no esperaba tantas barreras, pero ella las sortearía.
—Claro —mintió haciéndose la desenfadada.
—Te seré sincero. Aspiro a emparejarme con una berserker.
Toma puñalada. No supo cómo reaccionar a eso. Ni siquiera se movió, pero intentó disimular el desgarro que sintió cerca del corazón.
—No… no somos novios todavía —murmuró inseguro—, pero cuando acabe el pacto me comprometeré con ella.
—¿Es Margött? —preguntó con voz ahogada.
—Sí.
Ruth levantó las dos cejas caobas y lo miró incrédula.
—Guau, Adam. Y… ¿sabe Margött que ayer te acostaste conmigo y que has aceptado enseñarme las habilidades del mundo carnal? —estaba dolida y decepcionada. Ayer, Adam la tocó como nadie lo había hecho antes y mientras lo hacía, tenía en mente a otra mujer. ¿Qué mierda pasaba con ella que nadie la elegía nunca?—. ¿Todavía no se ha convertido en reno? Porque en mi tierra eso se llama ser una cornuda.
—No lo sabe. No es necesario. Margött y yo jamás hemos tenido nada, soy un hombre libre —aclaró preocupado por la palidez de la cara de la joven—. Puedo hacer lo que quiera ahora, pero seré fiel cuando esté con ella. Margött es la mujer que he elegido para mí. Cuando todo esto acabe, me iré con ella y será mi kone.
«Muy bien, Ruth. Indiferencia. No le muestres tus cartas, no le enseñes el corte de cirugía que ha hecho en tu corazón», se repetía como un mantra.
—¿Tu qué? —no asimilaba bien lo que decía Adam.
—Mi mujer. Mi kone.
Fantástico. Tenía ganas de llorar. Sin embargo, él no había estado nunca con Margött. ¿Cómo sabía que era ella la que lo completaría? Ahí había algo raro.
—No la quieres, ¿verdad? Es imposible que la quieras y puedas tocarme a mí como me tocaste ayer, como me has tocado ahora. Imposible —lo desafió a decirle lo contrario.
—¿Qué tiene que ver el amor en todo esto? —gruñó frustrado. Ruth quedó en shock. ¿Que qué tenía que ver el amor? ¿Cómo? Menudo zoquete cabezón. No podía hablar en serio.
—¿Me tomas el pelo?
—Y del mismo modo que te he dicho que despiertas en mí algo muy animal —continuó Adam—, también te diré que no pediré perdón otra vez por lo que hice. No voy a seguir dándote explicaciones sobre por qué te traté así, ya te lo he explicado una vez. No funciono así. Es más, no soy humano. Recuérdalo. Las disculpas se acabaron ayer por la noche, cuando estuve entre tus piernas durante más de cinco horas, dándote placer. Cuando todavía me duelen los huevos porque ni siquiera me tocaste, o cuando he accedido a algo tan humillante como el pacto de esclavitud. No me rebajo más —negó vehemente pero sin perder ese porte altivo ni esa frialdad disfrazada de educación—. Acostúmbrate.
No necesitaba que fuera tan explícito.
A Ruth le brillaron los ojos de la rabia y la impotencia que sentía en ese momento. Era un poco dictador y un hombre tan duro… Si supiera pedir perdón con humildad o si como mínimo la tratara con un poco más de delicadeza… Si le diera una oportunidad. Maldito fuera por inspirar esos sentimientos de posesividad y pertenencia en ella. Adam era oscuro, sombrío, amenazador y carroñero. Su palabra era ley y estaba acostumbrado a que le obedecieran. Él siempre decía la última palabra. Era un estirado y no sabía divertirse. Y aun así, ella sentía que ambos encajarían bien. Puede que no sexualmente, pero sabía que si Adam fuera miel ella se convertiría en abeja. Era su complemento perfecto.
Recordó los problemas que había tenido Aileen con Caleb al principio de su relación. Se había jurado a sí misma que nunca tendría relaciones con hombres tan dominantes y tan posesivos. Por mucho que de todo aquello surgiera algo maravilloso entre ellos después. No iba a sufrir así por nadie. Ya tenía suficiente de todo eso. Ahora controlaba su vida, era la Cazadora y no iba a permitirse sentirse mal por esas palabras ni por las preferencias del berserker. ¿Que quería a otra mujer? Pues que se empachara de ella. No iba a llorar delante de él. No iba a permitirse ser débil ante un hombre que tenía menos delicadeza que un cactus. Así que cuando las lágrimas se le escaparon de los ojos, y Adam la observó aturdido, enseguida se las limpió con un golpe seco de su mano.
—Me ha quedado claro —dijo finalmente con voz fría.
—Entonces… —Se maldijo al verla llorar. Se acercó a ella con miedo de que echara a correr, de que huyera de él—. ¿Por qué lloras?
—Tus palabras me habrán emocionado. —No esperó a ver como él se quedaba de piedra ante su ironía, y le asestó otro golpe—. Ha sido poesía para mis oídos —se burló—. Sin embargo, Adam, también quiero dejarte algo claro. Mientras tengas ese collarcito que dejo que camufles, recuerda que en el medallón pone «Ruth». —Chasqueó la lengua con frialdad, haciéndole creer que nada de lo que le había dicho le importaba y que estaba más que dispuesta a desafiarlo—. Mientras yo sea tu ama, nunca digas nunca, perrito.
En el Hummer, de camino al colegio de Aileen, todavía pesaban entre ellos las palabras de Adam, la propuesta de Ruth, y su abierto desafío.
La joven quería creer que ya no le importaba lo que nadie pensara de ella, que no prestaba atención de los juicios o prejuicios hacia su persona, pero en su interior seguía teniendo en cuenta lo que Adam veía cuando la miraba. Y lo que él veía no le gustaba, de eso estaba segura. Y eso le dolía porque ella no había dejado de pensar en él desde que se conocieron. Y no era un capricho pasajero. Ni siquiera era un capricho. Sentía cosas por ese hombre. Cosas que la descolocaban y la dejaban temblando e insegura. Vulnerable.
Noah conducía y los observaba divertidos. Adam miraba a Ruth cuando ella no lo hacía, y ella lo miraba a él cuando él se despistaba.
Cuando llegaron a recoger a los gemelos, Liam y Nora enseguida se encaramaron contentos en el coche, uno a cada lado de Ruth, y se pusieron a hablar con ella de sus increíbles experiencias en su primer día de escuela.
Adam se sorprendía ante la repentina conexión y cercanía que sentían los niños con ella. Nora le explicaba que había un niño vanirio que había estado molestándola todo el día y que le tiraba de las coletas. Liam contaba que habían tocado un ordenador, se habían metido en algo llamado Google y habían visto medio mundo a través de su pantalla.
—La señorita Aileen es muy buena —explicó Nora tomando de la mano a Ruth.
—Claro que lo es. Es la mejor —añadió Ruth orgullosa—. Cuando se enfada se le ponen los ojos lilas más claros, ¿verdad?
—¡Sí! —los gemelos se echaron a reír. Liam apoyó su cabeza en las piernas de Ruth y Nora hizo lo mismo, sólo para imitar a su hermano—. ¿Vendrás mañana a la escuela? Los niños dicen que se lo pasan bien cuando vienes tú.
Ruth acarició con naturalidad sus cabecitas y sonrió.
—Me encantaría. Iré sin falta. ¿Iremos? —miró a Adam a través del retrovisor.
Él asintió a regañadientes. Ruth era experta en manipularlo delante de los pequeños. Y de todas maneras no le importaría acompañarla, es más, ahora era su obligación cuidar de ella.
—¡Bien! —exclamaron los pequeños—. ¿A dónde vamos?
—Vamos a ver al abuelo As —contestó Adam girándose con una sonrisa—. Tiene muchísimas ganas de veros.
Ruth giró la cara para no encararlo, y miró por la ventanilla. A Adam no se le pasó ese gesto de no querer mirarlo a los ojos. Malhumorado, se dio la vuelta y volvió a mirar al frente.
Noah negó con la cabeza y apretó el acelerador. Cuanto antes llegaran a casa de As, antes podrían salir de ese coche en el que empezaba a hacer frío, y eso que él no había puesto el aire acondicionado.