Se despertó con el cuerpo totalmente relajado. La calma y la serenidad la rodeaban, su mente y su alma estaban en paz. No notaba las heridas, no le dolía nada. Abrió los ojos y miró directamente hacia las ventanas. La luz del sol se colaba entre las rendijas de las persianas y acariciaba su sonrosada piel derramándose por su cuerpo desnudo. En el exterior, los pajarillos cantaban y revoloteaban apoyándose en las cornisas de las ventanas, como si fuera un día glorioso y digno. Seguro que hablaban entre ellos de lo que había sucedido hacía tan sólo unas horas en esa habitación.
Los árboles parecían querer entrar en la casa y, muy de cerca, se oía el sonido de una cascada. Esa casa se fundía con la naturaleza y aquella revelación la hizo sonreír.
Ruth se levantó y se llevó la mano a la nalga que Adam le había mordido. Tenía la sensación de que se la estaban besando o lamiendo, pero ya no había escozor. No recordaba que la hubiera tocado ahí durante la noche.
Se estiró como una gata. Katt. Así la llamaba Adam. «Y es un falso», pensó con rabia. Malhumorada, se dirigió al baño mientras meditaba sobre su nueva situación. Debía ser práctica, así actuaban los clanes. Así actuaría ella. Adam la afectaba, pero él no iba a ser su perdición. Ella era mucho más fuerte que eso y se había conjurado para no encariñarse con él. La noche había sido violenta, pero también muy ardiente. Todo su cuerpo olía a él, a ese aftershave mentolado que tanto le gustaba. Nunca le diría eso, por supuesto. No se sentía capaz de cruzar una palabra cariñosa o dulce con él. Demasiadas cosas habían pasado entre ellos.
Adam había descubierto del modo más cruel y artificial que no le era indiferente como hombre, pero no iba a alimentar su ego ni su prepotencia. Ella tampoco le era indiferente como mujer, así que lo mejor era pensar en cómo utilizar aquella información en su contra. Estar a su lado era un tormento, y no estaba preparada para analizar todo lo que el berserker provocaba en ella. Si hacía un mes y medio que vivía obsesionada con él, que soñaba a diario con él, ahora que ya la había tocado y que sus dedos habían estado en su interior dándole el placer más brutal que existía, ¿qué no podría pasar entre ellos? Necesitaba contrarrestar todo eso, recuperar sus emociones y serenar su estado mental. No iba a ser la única tonta sufriendo. Él era su esclavo, por el momento, y ella se iba a asegurar de que el sufrimiento fuera mutuo.
La intimidad compartida no había sido vinculante. Ni tierna, ni comprensiva, ni confiada. Por supuesto que le había dado placer. Si se ponía a recordarlo seguramente se excitaría, y sabía que Adam la olería y sonreiría vanidoso. Ella no quería eso. No resistiría otro tira y afloja con él. Tenía algo pensado, algo en lo que había dado vueltas durante las horas que se había quedado llorando, anhelándolo como una estúpida. Lo pondría en práctica. Se aprovecharía de su esclavitud y haría que la quisiera y que la respetara. Su venganza estaba preparada.
Adam había hecho cosas con su cuerpo a las que no estaba acostumbrada. Había tenido tantos orgasmos que perdió la cuenta, y la enfurecía que fuera él quién le enseñara el éxtasis sexual. Sin embargo, lo aceptaba como si aquello fuera lo correcto. ¿Quién si no iba a enseñarle los placeres de la carne? Adam, el único que podía quitarle la razón con una de sus miradas. El único hombre al que realmente había deseado.
Por otro lado, la rabia también palpitaba en algún lugar de su corazón. Se sentía mal por todo lo que había sucedido entre ellos. Él había reconocido su equivocación, pero todavía no había pedido perdón de verdad. No lo veía afligido ni arrepentido. Ayer lo vio desesperado por ella, nervioso y excitado porque la deseaba. Bueno, ella a él también. Pero no lo vio realmente mal por todo lo que había hecho con ella. Él consideraba que debía hacerlo y punto, no había más que hablar, y eso la reventaba como nada.
El berserker estaba equivocado si creía que iba a perdonarlo sólo porque le volviera loca su cara y su cuerpo. Ella se encargaría de abrirle los ojos. Estaba al mando. Luego le explicaría bien cómo estaban las cosas entre ellos y cuáles iban a ser los pasos a seguir. Sonrió satisfecha con su decisión y miró todo lo que había a su alrededor. Era una mujer resolutiva. Siempre intentaba sacarle partido a las cosas malas que le sucedían. Nada era tan malo como parecía.
Más optimista ahora, se dio cuenta de que el baño era grande y muy moderno. La bañera parecía una piscina, y estaba cavada en el mismo suelo, a modo de jacuzzi. Los azulejos eran oscuros y las paredes naranjas. Había cuatro toallas blancas y un albornoz nuevo. Eran para ella. En el otro extremo estaba la ducha de hidromasaje, que tenía un taburete por si quería acomodarse. A Adam le gustaban mucho las comodidades, por lo visto. Era un estirado.
Se duchó rápidamente, se secó el pelo y se puso el albornoz. Al sacarlo de la bolsa, cayeron dos zapatillas blancas, planas y de toalla. Ahora ya no la iba a tener descalza. Las heridas de los pies tenían mejor cara, igual que las del pómulo, el labio y el hombro. Sin embargo, todavía se veían las marcas rojizas de las heridas. ¿Por qué habían desaparecido? ¿Sería por la ambrosía? Estaría empezando a hacerle efecto.
Mirándose fijamente en el espejo, entendió algo. Ella ya no era la misma, ni por dentro ni por fuera. Su misión, su relación con Adam y la realidad que vivía ahora era muy distinta de la que tenía meses atrás, y todo a su alrededor se había modificado, como ella. Era una consecuencia. Cinco noches más y sería inmortal. Siete días, había mencionado Nerthus. Su cuerpo empezaba a mutar, curándose más rápido, cicatrizando a velocidades inusuales. Se sentía ligera y flexible, fuerte y resistente como una tigresa. Segura de sí misma como nunca antes lo había estado, y además, muy sexy. Su cara tenía un brillo especial. No, su cara no. Eran sus ojos. Su mirada era distinta.
Sonrió de nuevo y el reflejo del espejo le devolvió la sonrisa. Ella era así, ni más ni menos. Puede que esas cualidades siempre hubieran estado en ella y hasta ese momento no las había dejado salir.
Volvería a ver a Adam. Con su porte altivo, creyéndose el amo del mundo y seguramente pavoneándose por haberla hecho disfrutar. Ni hablar, no lo iba a permitir. Hablaría con el berserker del trato que iba a proponerle.
Apretando los puños salió de la habitación y bajó las escaleras. Olía delicioso, a tortitas recién hechas y huevos revueltos… A fruta fresca y a azúcar.
Llegaron a sus oídos las voces de unos niños y la voz cálida y arrulladora de un hombre contestándoles apaciblemente. Cuando llegó a la cocina, lo que vio la dejó sin palabras.
Adam estaba sirviendo cereales y zumo a Liam y a Nora. Ellos le sonreían agradecidos y comían con hambre voraz. En una sartén se estaban friendo los huevos revueltos con verduras, y en otra algo parecido al seitán.
En el horno, el pan recién hecho, pan artesanal. La mesa servida con un mantel rojo lucía perfecta y acogedora con la fruta y las tostadas untadas. Aquello era un hogar. Un hogar singular que irradiaba confianza por todos sus poros. Y cariño. Y Adam… ¡Madre del amor hermoso! Adam estaba impresionante. La camiseta púrpura de manga corta que llevaba marcaba todos sus músculos, y los tejanos anchos y caídos de cintura despertaban la libido incluso a una muerta. Y luego estaba el collar de pequeñas púas metálicas que le hacía parecer peligroso. Su cara estaba relajada y parecía feliz allí con ellos, sirviendo a unos niños y cuidando sus necesidades. Mirándolos se sintió como una intrusa, como si aquella fuera una escena íntima y vetada para ella.
—¿Tienes hambre, Ruth? —preguntó Adam sin mirarla mientras servía dos tostadas con mermelada a Nora.
Ruth se avergonzó al darse cuenta de que no les había saludado.
—Buenos días. —Liam bajó de su taburete y corrió hacia Ruth. La tomó de la mano y la guio a la mesa con sus ojos enormes llenos de ilusión.
Ella sonrió y se dejó llevar. Adam cogió un taburete y lo colocó en frente de los pequeños.
—Siéntate. —Golpeó la silla suavemente.
Obedeció sin mirarlo. Al momento, tenía un zumo y un plato suculento en frente. Qué extraño era todo aquello. Se sentía fuera de lugar, pero se obligó a reaccionar.
—¿Para qué ballena es todo esto? —preguntó.
Los niños se echaron a reír con la boca abierta llena de comida. Adorables.
—Todo para ti —contestó Adam girándose para sacar el pan del horno.
—¿Bromeas? —miró el plato horrorizada—. Tengo el estómago cerrado. Hay demasiada…
—No. Estás muy delgada, y llevas días sin comer decentemente. Por favor, come, barnepike —le pidió en voz baja.
Ruth lo miró por encima del hombro. Barnepike. Claro, ella era su ama ahora y Adam se sentía en la obligación de cuidarla y hacer todo lo que ella deseara. No debía olvidar eso. Sin embargo, estaba tenso, como si realmente le preocupara que no comiera.
—Ya no tienes tantas heridas en la cara. —Observó Nora señalándola con la cuchara—. Sólo las marquitas.
Ruth sonrió a la niña con dulzura mientras sorbía zumo de naranja.
Nora estaba tan bonita con su pelo rubio revuelto y los ojos oscuros mirándola con asombro. Llevaba demasiado colorete para su gusto y se había puesto purpurina en los párpados. Por el amor de Dios, la había maquillado el asesor de imagen de Kiss.
—No, ya no las tengo —contestó finalmente.
—Tío Adam se las ha curado —añadió Liam metiéndose una cucharada enorme de cereales con leche en la boca.
Ruth por poco no escupe todo el zumo.
—Liam es muy listo —asintió Adam guiñándole el ojo al niño. Ella lo fulminó con la mirada. ¡Qué horror! ¿De verdad estaban hablando de ellos dos?
—¿Ah, sí? —musitó Ruth mirándolo de reojo por encima de la taza—. ¿Y se puede saber cómo me has curado las heridas?
—Muy fácil —dijo Adam acercándose a Nora—. Te he dado un beso de príncipe. Así. —Le dio un sonoro beso en la mejilla a la niña y ésta se echó a reír encantada. Lo miraba con adoración.
¿Un beso de príncipe? ¡Un morreo porno de príncipe en celo! Eso definía mejor lo que él había hecho con ella, pero no podía decirlo porque los niños estaban delante.
—Recato, Ruth. Recato.
Observó la escena que Adam y Nora reflejaban y algo se encogió en su interior.
Inmediatamente, el berserker se sentó a su lado y desayunaron todos juntos. Intentaba hacerse el relajado, pero olerla ya lo estaba matando.
Ruth no sabía ni qué hacer ni qué decir. ¿Por qué estaba tan incómoda?
—¿Os encontráis bien? —preguntó Ruth preocupada por los pequeños—. Después de lo de ayer…
—Sí, estamos bien —asintió Nora—. Tío Adam nos ha explicado lo que pasa. Estamos en peligro, ¿sabes? —dijo la niña sin ser muy consciente de sus palabras.
—¿Y no estás asustada? —preguntó Ruth.
—No —contestó la pequeña metiéndose otro cucharón de cereales en la boca—. Tío Adam está con nosotros.
Claro, se suponía que eso lo arreglaba todo.
—Ruth, me gustaría ver a mi madre —pidió Liam con solemnidad.
Todos enmudecieron. La primera en reaccionar fue Nora.
—¿Puedes, Ruth? —estaba tan emocionada—. ¿Puedes?
—No hay que forzarla, niños —Adam la miró de soslayo, pero incluso él estaba esperando una respuesta afirmativa.
Cerró los ojos un momento y negó con la cabeza. Aquellos seis ojos no perdían detalle.
—Esta noche lo intentaremos, ¿vale? Pero no os prometo nada, no controlo muy bien el don. Será mi primera vez.
Los niños agrandaron los ojos y gritaron de alegría alborotados. Adam sonrió y la miró agradecido.
—¿Por qué no puedes verla ahora? —preguntó Adam.
—Es por la inyección que me pusieron ayer. Nerthus me dijo que mi cuerpo debía de ser un templo y todavía debo tener restos químicos de la droga en mi torrente sanguíneo. Pero si esta noche ya estoy mejor —miró a los gemelos y les sonrió— lo intentaremos, ¿vale?
—De acuerdo —asintieron los gemelos ilusionados—. Nos encantaría verla.
—¿Tú y tío Adam os vais a casar? —preguntó Nora repentinamente.
—¿Cómo? ¡No! —contestó Ruth rotunda volviendo la vista a su plato—. Él…
—Ruth necesita que la protejan y yo cuidaré de ella —explicó el berserker.
—¿Vamos a vivir juntos? —preguntó Liam.
—Sólo hasta que todo esto se solucione —explicó Ruth. Cada vez se sentía más incómoda.
—No queremos que vuelva a pasar nada como lo de ayer, así que tenemos que cuidarnos los unos a los otros. —Adam pinchó un trozo de tortilla del propio plato de Ruth y se lo ofreció.
Ruth miró el tenedor y luego a él. Levantó una ceja.
«¿Me estás dando de comer?», preguntó mentalmente.
Adam no debía hacer eso. Esos gestos eran íntimos entre parejas berserkers y ellos no eran nada de eso. Pero verla con el pelo suelto y la cara al natural, tan bonita y sexy, lo enterneció. Y qué bien olía. Ya volvía a estar duro. Se removió incómodo en la butaca.
—Come.
Ruth levantó más la ceja, retándolo a que volviera a darle una orden y él se endureció todavía más.
—Por favor, barnepike.
Bajó la ceja de golpe. Ya iban dos veces que la llamaba así, y había decidido que no le gustaba, y menos, delante de los pequeños.
¿Qué iban a pensar de él? ¿Y de ella? Adam era una figura de respeto para ellos, una imagen paterna de autoridad y protección, no un esclavo de nadie.
«Que piensen lo que les dé la gana. No olvides lo mal que te ha tratado. Actúa así por el pacto», pensó. Abrió la boca para él y Adam sonrió complacido cuando le metió el tenedor.
—Gracias, slave —Ruth arrastró la ese como una serpiente. Se dijo que no quería provocarlo pero supo al instante que lo había hecho.
Él apretó el tenedor con fuerza. A él tampoco le gustaba que lo llamara así. ¿Pero qué estaba pasando? Eso era lo que eran.
—La señorita Margött ya no vendrá más a cuidarnos, ¿no? —preguntó Nora con voz temblorosa—. Ahora Ruth está aquí y en la casa-colegio no nos lo pasamos bien.
Ruth miró a Adam esperando una contestación. ¿Quién diablos era Margött? ¿Cuándo había estado en esa casa? ¿Quién era?
—Tendré que hablar con ella. Hace un rato me ha llamado y me ha preguntado si necesitaba ayuda. Es mejor que no venga mucho por aquí, no quiero ponerla en peligro.
Ruth estudiaba a Adam mientras hablaba de la otra mujer. Margött parecía el nombre de una mujer gorda y verrugosa. Seguro que no era nada guapa.
—¿Quién es Margött? —lo preguntó por qué no lo pudo evitar.
—Es la profesora de la casa-escuela —le explicó Nora—. Está enamorada de tío Adam. No deja de preguntarnos por él. Tooodos los días —dijo melodramática.
Ruth escuchó con atención las palabras de la niña. Adam estaba tenso y parecía violentarse con la narración de su sobrina.
—Ella no está enamorada de mí. —Se aclaró la garganta y negó con la cabeza mientras miraba a Ruth.
Ruth seguía mirándolo fijamente. Si le prohibía que dejara de verla, ¿él la obedecería?
—Ah —se sintió ridícula al decir eso—. Lo siento por ella —susurró.
Adam, un poco turbado, sonrió para sus adentros. Aquello no era verdad, su olor se lo decía. Como tenía instintos animales, su olfato sumamente desarrollado podía averiguar los estados de ánimo de las personas, debido al olor que segregan los cuerpos cuando hay cambios emocionales. Ruth se sentía contrariada. Y él también.
—Ruth… —musitó Liam jugando con la comida de su plato—. Cuando perdones a tío Adam, ¿dejará de ser tu esclavo?
—Él no es mi esclavo —contestó horrorizada. Sentía la necesidad de limpiar la imagen de Adam a ojos de los pequeños—. Esto es sólo un juego entre nosotros.
—No. El pacto slavery es muy serio —replicó Liam—. No es un juego. Nos lo explicó la señorita Margött.
Se sintió tan avergonzada al oír la trémula voz de Liam. Ellos lo sabían. Lo entendían todo. Y conocían la relación slavery. Quería que se la tragara la tierra. Y además, ¿qué era lo que les enseñaban en esa escuela? ¿Por qué ellos sabían algo tan bochornoso?
—Ruth no puede deshacer el pacto así como así —les dijo Adam mirándolos con ternura—. Ella necesita tiempo para asimilar lo que ha pasado, y mientras yo sea su slave, podré protegerla. —La miró de soslayo—. Es justo que yo me sacrifique por lo que hice.
—Pero tío Adam… tú eres un hombre bueno. Los niños de la casa escuela se reirán de nosotros y se meterán contigo porque ahora sirves a Ruth. Hiciste las cosas que hiciste porque pensabas que ella era mala. —Lloriqueó.
—Adam no me sirve, Liam, cariño —lo tranquilizó Ruth poniéndole la mano sobre la suya más pequeñita—. Y los demás no tienen por qué saberlo —repuso Ruth preocupada al ver la desesperación del niño. Adam podía merecer muchas cosas, pero no quería que un niño inocente se viera afectado por ello.
—Lo sabrán —afirmó Adam mirándola fijamente.
—¿Y eso? No seré yo quien te ponga el cartel en la frente. Esto es igual de incómodo para mí. No me gusta que piensen de mí que voy esclavizando a la gente. Te puedo poner un pañuelo en el cuello y así nadie verá el collar ni esas extrañas letras que te han salido grabadas en la yugular.
Adam se quedó pensando. ¿Ruth haría eso por él? Era todo un detalle.
—Libéralo, Ruth —suplicó Nora acercándose a ella—. Tío Adam es un chamán y es muy importante en el clan.
Ruth se encontraba en un aprieto. Los pequeños tenían los ojos llorosos y estaban afligidos por su tío.
—No —negó Adam—. No puedes hacerlo.
Si lo hacía, él no tendría razones para estar con ella y seguirla a todas partes. No podría protegerla. Ruth se alejaría de él tan rápido como una gacela huiría de su cazador. Saber eso le provocó un inquietante nudo en el estómago.
Ella miró a Adam valorando todas las posibilidades. ¿Por qué no? Lo liberaría cuando cumpliera con la parte del trato que ella le iba a proponer. Él, además, insistía en cumplir su condena y a ella se le escapaba otro motivo que no fuera limpiar su reputación a ojos de los demás. Seguramente era una carga para él.
—Niños, no espero que lo entendáis. Para mí es honorable hacer esto por Ruth. Si un berserker se equivoca…
—Tiene que enmendar la situación —finalizó Liam bajando la mirada, abatido.
Ruth jamás hubiera pensado que Adam se hacía cargo de dos niños tan pequeños, pero verlo en directo, y saber que estaba haciendo un buen trabajo, hizo que sintiera un cosquilleo extraño en el pecho. De edad, ese hombre no debería tener más de treinta años. Estaba en su punto. Perfecto. Pero mentalmente, era anciano y responsable. Muy serio. Se sintió orgullosa de él, qué ridículo.
—Seguro que todo esto se solucionará —intentó tranquilizar a los niños con voz suave y apacible—. Yo tampoco estoy a gusto con la situación, Liam. Hablaré con As y le pediré que revoque el pacto.
—Pero tú no lo entiendes —replicó Liam quejumbroso—. El único modo de liberar el pacto slavery es…
—Silencio, Liam —lo reprendió Adam en escandinavo.
—Pero tío Adam, ella tiene que saberlo —replicó Nora en el mismo idioma—. Ella es la única que…
—Ya es suficiente, niños. ¿Habéis acabado de desayunar? —les preguntó recogiendo sus platos de cereales.
Enfurruñados, asintieron.
—Entonces, id a lavaros los dientes y a prepararos para el colegio —esta vez lo dijo en castellano para que todos lo entendieran.
—¿Vamos a ir a la casa-escuela? —preguntó Liam deteniéndose en la puerta.
—No. Las cosas han cambiado para todos. Vais a ir al colegio de Aileen.
Ruth sonrió. No sabía por qué Adam no había llevado nunca al colegio a sus sobrinos, tampoco sabía que los tuviera, pero aplaudió su iniciativa. La escuela de Aileen estaba dando excelentes resultados socioculturales entre vanirios y berserkers. A Liam y a Nora les iría bien mezclarse con niños distintos a ellos.
Los pequeños se miraron incrédulos, con sus ojos inocentes abiertos como platos. A trompicones, desaparecieron de la cocina y los dejaron a solas.
A Ruth le pareció que la estancia se hacía más pequeña y que el aire desaparecía, y eso que aquella cocina era inmensa. Adam era tan grande y corpulento que la hacía sentirse pequeña.
¿Y ahora qué? ¿Hablarían de lo que había sucedido entre ellos la noche anterior? O peor aún, ¿hablarían del tiempo como si nada hubiese ocurrido?
—Esto es tan violento… —susurró Ruth frotándose la cara—. ¿Por qué no les has dejado acabar? Iban a decirme algo sobre el pacto. Por una parte deseo este pacto con todas mis fuerzas, y por otra, creo que no está bien. Si quisiera liberarte, que no quiero, podría hacerlo ¿verdad?
—Yo tampoco quiero que lo hagas. Es mi castigo, ¿entiendes? Lo poco que me queda de honor después de la gran catástrofe. —Al ver que Ruth acababa con el zumo, volvió a llenarle el vaso.
¿Así que ella era una gran catástrofe? ¿Acarrear con ella era un castigo para él? Bien, lo iba entendiendo y le sentaba fatal, pero no le sorprendía, de hecho ya se lo imaginaba. Adam limpiaba su honor así, pero siempre ante los ojos de los demás, no ante los de ella. No la soportaba, no lo hacía por ella. Apretó la mandíbula dolida por el comentario.
—Quiero enseñarte algo —le dijo él sin apenas mirarla—. Me gustaría que le echaras un vistazo.
—¿Un vistazo a qué? —preguntó desconfiada.
—Tú siéntate.
—No me des órdenes.
—Tienes un ligero problema con las figuras de autoridad, gatita —entendió divertido.
—No me gusta que tú me des órdenes —especificó ella—. Hay una pequeña diferencia.
—Entonces, ¿te gusta que te den órdenes pero no que sea yo quien lo haga? ¿Quieres que nos cambiemos los roles? —le gustaba provocarla.
—No —replicó ella—. No me gusta que… ¡basta ya! —lo censuró ella—. No me molestes.
—Relájate —sonrió mientras le acercaba dos libros con la cobertura de piel negra. En ambos habían escrito en letras doradas Spädom[22] y Drom[23]—. Tienes razones para estar descansada y con una sonrisa de satisfacción en la cara. Tu noche ha sido muy buena a diferencia de la mía.
Ruth entrecerró los ojos.
—¿Estás limitando mi estado de ánimo a lo de ayer por la noche? ¿Se supone que tengo que estar como unas castañuelas porque ayer tuve un pequeño maratón sexual contigo? —Lo miró de reojo y le dio un mordisco a una tostada con mermelada.
Adam se encogió de hombros y abrió uno de los libros.
—Yo no diría pequeño, Ruth —señaló él ofendido—. Estuve horas satisfaciéndote. Y mientras que tú ya no tienes droga en tu sangre, yo intento eliminarla a base de beber agua como un cosaco y corriendo como un loco por mi terreno.
—¿Estás frustrado? —preguntó Ruth con malicia.
—¿Frustrado? —repitió él alzando las cejas—. Nena, no tienes ni idea de cómo me siento. Tengo los huevos morados por tu culpa, no he dormido, apenas puedo caminar. Pero frustrado no es la palabra, no. Estoy tan cargado que creo que voy a explotar.
Demasiado directo para su gusto.
—Eres un bruto —musitó ligeramente sonrojada—. Debes de tenerlas a todas locas. —Puso los ojos en blanco.
—Gracias, sí. —Sonrió como un presuntuoso.
Ruth pensó en la tal Margött y quiso lanzar algo contra la pared.
—No voy a decirte que lo siento —le aseguró ella.
—No lo hagas. No sonarías creíble. —Chasqueó la lengua—. Tú lo pasaste muy bien, por eso estás reluciente. Hueles de maravilla y tienes una mirada tan sexy… —Se colocó detrás de ella y puso los brazos sobre la mesa a cada lado de su cuerpo, encerrándola. Se inclinó para oler su garganta.
—Adam, no… —De repente sentía mucho calor.
—¿Cómo crees que me sienta saber que no llevas absolutamente nada debajo de ese albornoz? —gruñó completamente desesperado—. No soy de piedra, mujer.
Sonaba terriblemente cromañón y le encantaba. Ruth intentó apartarse pero él no la dejó.
—No tengo ropa —explicó indignada—. Quiero mi ropa, alguien tiene que traérmela.
—¿Para qué la quieres? —Rozó su cuello con la nariz—. No la necesitas.
—Quieres provocarme —dijo en un hilo de voz—. Te voy conociendo, perrito. No lo vas a conseguir.
—¿Ah, no? —Él deseaba hacerlo.
—No. ¿Quieres que hable de lo que pasó anoche? —Ruth se miró las uñas con indiferencia y lo apartó con frialdad dándole un ligero codazo—. Todo lo que hicimos fue producto de nuestros cuerpos expuestos a grandes cantidades de afrodisíaco. Tú no me caes bien. Yo no te caigo bien. —Se encogió de hombros—. Sé que no me soportas y que ni siquiera soy tu tipo, eso ya lo he entendido.
—Las cosas pueden cambiar, ¿sabes?
Desde que se encontró con ella desnuda entre sus brazos, intentando ser mandona, intentando abusar de él pero cediéndole finalmente las riendas porque no tenía experiencia y porque no tenía ni las tablas ni la oscuridad suficiente en su alma como para tratar mal a alguien, algo había cambiado en su manera de pensar sobre aquella joven.
Estaba loca si creía que a él no le gustaba, porque en lo único que pensaba era en hacerla suya y en comprobar que ella era tan inocente e inexperta como lo había sido el día anterior con él. Eso era lo que él deseaba, pero ni mucho menos lo que le convenía. Y por nada del mundo podría anudarla a él.
—Oh, por favor… —sonrió con incredulidad—. Te has hartado de insultarme y de decirme lo mucho que me desprecias desde que nos conocimos —continuó ella.
—¿Tan mal estamos, entonces? ¿Lo de ayer no sirvió de nada? —preguntó frustrado pasándose la mano por el cráneo.
—Lo de ayer eliminó la droga de mi cuerpo, pero no lo que pienso de ti. Tú eres mi esclavo y yo soy tu ama hasta que la situación se aclare. Así es como estamos. —Lo miró por encima del hombro con sus ojos de color oro deshecho—. No nos vamos a hacer amigos de golpe. Y si quieres que alguien te infle el ego diciéndote lo bueno que eres en la cama, más vale que le preguntes a esa mujer del colegio.
Adam detectó rabia en aquella reacción de Ruth.
—Margött no se merece que yo le hable así. Merece un respeto.
—¿No me digas? ¿Ésa se merece un respeto pero yo no? ¿A mí me puedes hablar como te dé la gana?
—¿Celosa? —sonrió al oír cómo pronunciaba «ésa». Con cuánto desprecio.
—¿De la mujer que se tira a mi esclavo? —Se odió al decir aquello. Había sido dura. Adam tenía la virtud de sacar lo peor de ella—. No me hagas reír.
No le hizo falta mirar hacia atrás para ver que Adam se había quedado de piedra. Muy quieto, mirándole la nuca fijamente, con los puños apretados. El silencio cortaba de tal manera que Ruth se removió en la butaca y tomó uno de los libros entre sus manos para aliviar la tensión. Adam se lo arrebató sin delicadeza y dejó caer el libro de nuevo en la mesa. El golpe fue sonoro y seco. Ella dio un respingo pero no se amilanó. Se frotó el puente de la nariz y suspiró cansada.
—Está bien. Tenemos que encontrar un punto medio, Adam. No quiero más peleas. ¿Por qué no me cuentas lo que sea que tengas que contarme y hablamos de todo lo que nos acontece? Estamos muy tensos.
Adam quería estrangularla, tirarla sobre la mesa y desnudarla para que se diera cuenta de cómo reaccionaba su cuerpo al de él. Estaba celosa igual que lo estaría él. No porque hubiera amor entre ellos, pero sí un sentimiento de poseer al otro, de subyugarlo, de dominarlo. Al menos él se sentía así. Y tenía que catarla para sacarse esa sensación del cuerpo. Luego se olvidaría de ella y se centraría.
Puede que su mente y su alma lo odiaran, pero no así su cuerpo. Se imaginaba poseyéndola duramente, hasta el fondo, hasta que ella pidiera clemencia. Tenía la idea de seducirla entre ceja y ceja, y no iba a perder. Ruth y él estaban atados por las circunstancias, por los errores y también por el pacto. No eran indiferentes el uno con el otro, porque al menos había atracción, rabia y odio. Ambas cosas llevaban a la pasión si se jugaba bien con ellas. Y él era un excelente estratega.
Con Margött podría hablar más tarde, explicarle la situación, y seguro que ella lo entendería, lo aceptaría de nuevo. Ella lo quería de verdad. Lo respetaba. Y ambos se necesitaban. Iría a verla esa misma tarde. Nadie mejor que él para explicarle lo que pasaba.
—Muy bien, princesa de hielo —se mofó él—. Voy a explicarte por qué me comporté así contigo.
—Ya no necesito saberlo. Sé lo que me contó tu hermana. —Se levantó de la butaca, pero Adam la tomó del brazo y volvió a sentarla. Lo miró con el ceño fruncido, echando chispas por los ojos—. Suéltame el brazo.
Adam aflojó la presión avergonzado y al final cedió a su orden.
Abrió uno de los libros por la última página. El libro estaba en letras escandinavas.
—Éste es el libro de mi padre —explicó él huraño—. Aquí escribía todas las profecías que auguraba. Se cumplieron todas.
Ruth se frotó el brazo y se forzó a mirar las escrituras.
—¿Por qué me enseñas esto ahora? Ya te he dicho que Sonja me explicó…
—Uno siempre tiene sus razones para hacer lo que hace. —Se apartó de ella—. Me gustaría que lo leyeras.
—Claro —contestó irónica—. Leo escandinavo de toda la vida.
Adam se sonrojó por el comentario. Menudo palurdo que era. No había pensado en eso. Otra cosa que hacía imposible que pudiera fijarse en Ruth. Ruth no era de los suyos. No conocía ni sus tradiciones, ni sus comportamientos.
—Si no es ahora, luego, cuando venga. Gabriel traerá tus cosas, yo mismo lo llamé para que viniera aquí a verte.
—Vaya, eso sí que era un detalle.
—¿Adónde vas? —Se levantó del taburete y se giró hacia él.
—Llevaré a los niños a la escuela. Luego debo hacer unos recados. Vendré aquí inmediatamente. —Se puso las manos en los bolsillos del tejano y la miró preocupado—. No tienes que temer a nada. He instalado un sistema de seguridad perimetral y de reconocimiento en toda la casa. Está conectado al de Noah y As. Si alguien que el sistema no reconoce merodea por los alrededores, sonarán las alarmas al unísono. También están conectadas a nuestros iPhones, así que yo vendré como un rayo a por ti si pasara algo. Echa un vistazo a lo que quieras.
—¿Y por qué no me llevas contigo? —le preguntó frotándose los brazos nerviosa—. Yo también puedo ir a la escuela y…
—Porque no puedes acompañarme donde voy luego.
—Ah. —Se quedó mirando a todos lados menos a él. ¿Dónde iba luego?—. ¿Gabriel ya está de camino?
—Gabriel no tardará nada. No estarás más segura en toda tu vida, te lo prometo, barnepike.
Ruth apretó la mandíbula al oír ese nombre de nuevo. Se miraron fijamente el uno al otro y ella finalmente asintió.
—Está bien. —Se mordió el labio y tomó la tostada con mermelada que había dejado a medias—. Ponte un pañuelo negro en el cuello, slave. Que no te vean el collar. —Lo ignoró y se centró en la comida.
Ruth nunca vería la cara de sorpresa y agradecimiento que Adam puso al oír esas palabras.
Aileen aplaudió la iniciativa de Adam de traer a los pequeños a su escuela.
Los niños estaban tan ilusionados con la idea de conocer gente nueva y de aprender nuevos comportamientos que no habían parado de cantar desde que salieron de su casa.
Adam contestó divertido al interrogatorio de la híbrida: que si Ruth estaba bien; que esperaba que no le hubiera hecho ningún daño; que ahora mismo la iba a llamar para oírlo de su boca; que por cierto, qué mala cara tenía él… Así en un sinfín de preguntas.
La Cazadora tenía grandes amigos y eso lo complació.
La escuela que Caleb había construido para Aileen era realmente acogedora. Nadie diría que allí, en aquel peñasco rodeado de flores silvestres, habría una de las edificaciones más modernas y seguras que jamás se habían inventado en la historia de la humanidad. Lo fascinante era que las instalaciones estaban bajo tierra.
Los niños vanirios sufrían con la luz solar, así que el único modo de poder tenerlos a todos juntos era en una escuela subterránea. Y aquella escuela era fantástica y estaba llena de calor y de cariño.
Había una inmensa clase circular llena de murales con paisajes diurnos espectaculares y muy realistas, y además estaban iluminados con luz artificial diurna.
—Las casas de los vanirios tienen salas circulares como éstas —le explicó Aileen—. Los keltois como Caleb vivían antiguamente en chakras, cabañas en forma de círculo. Él dijo que las clases de la escuela debían ser así, porque la energía positiva fluiría por todos lados. Si las salas tuvieran esquinas, la energía negativa se acumularía allí. De ahí que le gustaran los salones y las habitaciones redondas.
—Claro —contestó sin mucho entusiasmo—. Cosas de druidas, supongo.
A los críos les encantaba mirar los murales porque parecía que estaban en el exterior. Los pequeños vanirios se quedaban hipnotizados viendo los detalles de las imágenes. Cómo acariciaba el sol una roca, cómo iluminaba una flor, cómo era el cielo de día… Un lago, una mariposa, un bosque profundo que ocultaba mil y un secretos…
Nora y Liam sonreían ante todo lo que sus inocentes ojos veían. Dos niñitas vanirias cogieron enseguida a los pequeños de la mano y les enseñaron la escuela. Miraron a Adam para pedirle permiso e irse con ellos y éste asintió encantado.
Aileen aprovechó para hacerle un recorrido por las instalaciones. Tenían una cueva iluminada con focos de colores donde una catarata interior y natural había formado un lago de unos cincuenta metros de diámetro. Por lo visto, los pequeños disfrutaban correteando entre sus grutas, y en el recreo se bañaban juntos y jugaban a todo lo que Aileen se inventaba.
Hablaría con las madres berserkers que eran reticentes a llevar a sus cachorros a la escuela y las convencería. La escuela de integración de Aileen era maravillosa.
—Aquí es donde da clases Ruth —le explicó invitándole a entrar en la sala de informática.
Adam se imaginó a aquella beldad de pelo rojo y ojos de oro, sonriendo y bromeando con los pequeños, enseñándole informática a toda la tropa de pequeños terroristas que allí se juntaban. Era una sala también rodeada de murales de fantasía. Ocho ordenadores Mac de mesa relucían blancos y brillantes sobre los amplios pupitres. Y en la pared había una pantalla de plasma de 50 pulgadas de marca Apple conectada a un monitor.
—Es «La Madre» —explicó Aileen cruzándose de brazos y apoyándose en la pared—. Así la llama Ruth. A través de esa pantalla los niños entienden perfectamente lo que hace Ruth y lo que quiere que hagan ellos con sus ordenadores.
—Están a la última —comentó Adam.
—Fue sugerencia de Ruth —asintió Aileen estudiando el comportamiento de Adam—. ¿Sabes? Los niños la adoran. Se lo pasan genial con ella, y además aprenden un montón. Yo me quedaría horas escuchándola. Soy una completa analfabeta informática, pero con ella se aprende mucho. Todo lo relaciona con el juego.
—Sí, por lo visto, para ella todo es un juego. —No lo dijo en tono conciliador.
—¿Y no es eso especial? —Los ojos lilas claros de Aileen lo miraron queriendo entrar en su mente. ¿Qué le pasaba a Adam con Ruth? ¿Qué era lo que no le gustaba de ella?
—¿Me estás vendiendo a Ruth? —Se giró y levantó la ceja del piercing de manera insolente.
Aileen sonrió y se encogió de hombros.
—Ruth no está en venta —le aclaró ella—. Es precisamente lo que quiero decirte. No juegues con ella, Adam. Con ella, no. No sé qué habéis hecho esta noche ni tampoco te pediré detalles, pero hay algo que ves en ella y que está muy equivocado. Te estás equivocando —le advirtió Aileen preocupada por ambos.
El berserker endureció la mirada y se tensó.
—No sé si te has dado cuenta de que quién lleva el collar soy yo. No podría jugar con ella aunque quisiera. Me tiene en su poder.
—Sólo te lo advierto. Hay muchas maneras de jugar con alguien, y el poder, al final, es muy subjetivo.
En el Hummer, mientras se dirigía a recoger a Noah a su casa, pensaba sobre aquellas palabras. ¿Jugar? Ruth y él no jugaban. Iban a muerte. Y eso era algo que la joven Cazadora había dejado muy claro.
De todas maneras no jugaría con ella. Ahora había cosas más importantes en las que pensar. Se paró en frente de una casa vanguardista, de ésas que se mezclan en perfecta simbiosis con la naturaleza. Una casa como la suya pero con unas cuantas peculiaridades.
Hacía unos cincuenta años ordenaron construir en Wolverhampton dos réplicas casi perfectas de la casa Kaufman. La suya había salido impecable, de diseño perfecto y con una base muy bien afincada al terreno.
Noah, sin embargo, había ordenado que revistieran todo el cemento de las terrazas y las plantas de la casa con láminas de madera de cerezo, pues, de esa manera, el efecto que creaba la combinación del marrón de la madera y la piedra blanca que forraba la construcción la haría más espectacular y más vanguardista si cabía. Noah siempre quería ponerle su toque personal a las cosas. Siempre quería imprimir su marca en todo aquello que tocaba. Era tan territorial.
Adam pensó inmediatamente en Ruth. En aquellas curvas, en sus caderas tan bien formadas, en aquella mezcla perfecta de músculos, carne y suavidad que la vida le había dado. Era un bellezón, sí señor. ¿Qué le ordenaría la próxima vez que se vieran? Esa chica de pelo caoba tenía un carácter que lo ponía tieso de golpe. Era desafiante y valiente, atrevida y muy mandona. ¿Sería territorial también?
—¿En qué estás pensando que sonríes de esa manera tan cursi? —preguntó Noah abriendo la puerta del copiloto del Hummer amarillo de Adam.
Adam se aclaró la garganta y se obligó a alejarse de los pensamientos que Ruth le inducía. Caramba, por lo visto pensaba en ella más a menudo de lo que deseaba.
—¿Estás listo? —Miró a Noah de arriba abajo. Él también estaba reluciente, como alguien que había pasado una noche magnífica llena de sexo y mujeres.
Noah le guiñó un ojo y se echó a reír.
—Siempre. Ese loco de Menw se pasó con el afrodisíaco en las jeringuillas. —Resopló.
Menw McCloud era el vanirio que se encargaba de facilitar los botiquines y las bolsas personales que incluían los tratamientos que contrarrestaban a todo aquello que disparaban lobeznos, nosferatums y miembros de Newscientists.
—Vaya, creo que es la primera vez en siete años que te veo con una prenda de color —murmuró asombrado observando la camiseta de Adam. Adam gruñó.
—¿Tu noche ha ido bien? —Frunció el ceño al ver las ojeras de su amigo.
El berserker apretó la mandíbula, y arrancó el coche malhumorado.
—No preguntes —gruñó.
Noah echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
La casa de Limbo estaba a las afueras de Wolverhampton, en Codsall. Vivía en uno de los áticos de lujo de un edificio reformado del cual él era propietario. Alquilaba los pisos del edificio y cobraba precios desorbitantes por ello. «El lujo se paga», ésa era su frase favorita.
Se sorprendió cuando llamaron a la puerta de su casa sin antes llamar al interfono de la calle. La gente sabía que no le gustaba que lo molestaran ni tampoco le gustaban las visitas inesperadas. Pero se sorprendió más cuando se encontró con Adam con aspecto de querer matar a alguien, con un pañuelo negro rodeándole el cuello, y a Noah saludándole con la mano, apoyado en la puerta y sonriéndole.
Sin embargo, la sorpresa más inesperada fue encontrarse con el puño de Adam en la cara y ver sus ojos amarillos a un centímetro de los suyos, gritándole y zarandeándolo de un lado al otro como un muñeco de trapo.
—¿Por qué? —gritó Adam furioso.
—Joder, Adam… ¡Me has roto la nariz! ¿Por qué, qué? —exclamó tocándose la cara y mirándose las manos llenas de sangre.
—¡¿Por qué necesitas difamar a una mujer para hacerte el hombre?! ¿Te lo pasaste bien describiéndonos lo que «no» habías hecho con Ruth?
Limbo puso los ojos como platos y palideció.
—¿Qué? ¿Cómo… cómo…?
—¿Que cómo lo sé? —Lo lanzó contra la pared y le enseñó los colmillos. Sus ojos amarillos lo amenazaban de muerte—. No importa cómo lo sé. La cuestión es que mentisteis.
—¿Y qué importa eso? —Lo empujó como pudo pero Adam era muy alto y musculoso, mucho más fuerte que él—. Sólo era una broma.
—Métete tus bromas por el culo, puto mentiroso.
Limbo miró a Noah pidiéndole ayuda con los ojos. Pero Noah estaba impertérrito, ocupado, tirando todos y cada unos de los jarrones de la dinastía Ming que tenía en el amplio salón y que eran estratosféricamente caros.
—Noah, deja eso… —rogó Limbo.
—¿Esto? —Noah cogió un jarrón de porcelana negra con un dragón rojo de ojos amarillos y lo dejó caer con suavidad—. De acuerdo.
Limbo cerró los ojos para no mirar, pero el sonido de la porcelana entrando en contacto con el suelo era inconfundible. Miles de libras perdidas.
—A Julius le pareció buena idea poner a los vanirios en su sitio, no es para tanto —se justificó el berserker.
—¡Ruth no es ninguna furcia! —Le dio un puñetazo en el estómago y lo hizo ponerse de rodillas.
—¿Qué mierda te pasa, noaiti? —exclamó Limbo aturdido—. Si tanto te gusta, tíratela. Yo no la quiero. Era Julius quien la perseguía. Es a él a quien le gusta, yo sólo le seguí el juego —se excusó cubriéndose la cara con las manos. Sabía que en una lucha cuerpo a cuerpo contra Adam perdería sin contemplación—. Pero deberías dejar las cosas claras porque a mi hermanita querida no le va a gustar nada saber que te has quedado pillado con una humana, y que además ya te has acostado con ella. —Lo miró entre los dedos de sus manos y un brillo malicioso cruzó por sus ojos negros—. Hueles, Adam.
—Ya he hablado con tu hermana hace un momento. Ya sabe lo que hay.
Era verdad. Antes de visitar a Limbo, habían pasado a ver a Margött para explicarle un poco cómo estaban las cosas pero, sobre todo, para disculparse por la paliza que iba a darle a su hermano. Tampoco le había dicho nada del collar, ni de la intimidad que había compartido con Ruth, nadie se daría cuenta si llevaba el pañuelo y si Ruth lo respetaba y decidía no abusar de ello delante de los demás. Y había obviado el detalle de que Ruth vivía ahora en su casa y que era su ama. Margött no necesitaba saberlo. No, si quería mantenerla.
El rostro dulce y afable de la berserker había asentido avergonzada por el comportamiento de su hermano. Comprendía perfectamente lo que iba a hacer Adam y estaba de acuerdo con él, algo que lo complació.
Adam le había dicho que hasta que no se arreglaran las cosas y se aclarara lo que había pasado, no podría hacerle ninguna proposición. Él quería que ella estuviera segura en todos los aspectos, sin embargo, no desaprovechó la oportunidad de dejarle claro que quería emparejarse con ella. Los ojos marrones de Margött lo miraron con preocupación, y también con comprensión.
—Lo entiendo, Adam. Lo primero es lo primero. Hay que averiguar donde están Strike y tu madre. Por mí no te preocupes, te esperaré, chamán —había asegurado ella—. Pero tampoco me tengas esperando eternamente, ¿de acuerdo? Cuida de mis pequeños.
Sus pequeños. Era tan dulce.
—No digas nada de lo que te he explicado, Margött. —Le había hecho prometer que guardaría silencio. Margött era una mujer de fiar, ella no diría nada y vio correcto sincerarse con quien en un futuro iba a compartir su vida. Ella debía saber lo que pasaba.
—Lo prometo, chamán —susurró ella besándole los labios.
Su primer beso con ella y había sido ella quien tomara la iniciativa. Se pegó a él y lo abrazó con fuerza. Adam respondió al beso, pero no sintió nada. Faltaba algo en ese beso. Los labios no eran demasiado esponjosos, a lo mejor la lengua de aquella mujer era demasiado agresiva para su gusto… Era el sabor del remordimiento porque no era a Ruth a quien besaba. Y eso lo frustró y lo asustó.
Gruñó y se dedicó a besar a Margött con más ímpetu e interés a ver si así sentía algo. Ella gimió y sonrió orgullosa.
—Esto es para que sepas lo que te espera cuando vengas a mí —le aseguró ella.
Las cosas serían tan fáciles con la berserker. Tan obediente, tan fina y dulce. Así era Margött.
Pero no podría estar con ella mientras Ruth lo tuviera como esclavo. Caramba, qué diferentes eran ambas.
Adam se obligó a permanecer en el presente y centrarse de nuevo en Limbo.
—¿Sabe que te la has tirado y no ha tomado represalias? —preguntó extrañado—. Ella ha tenido que olerte.
Margött no había mencionado nada. Su mirada clara y transparente no se había empañado con ninguna emoción vengativa cuando se había acercado a ella. No lo habría olido.
—Margött no es como tú. Ella no necesita verse envuelta en tu mierda ni en la mía —replicó Adam.
—No tienes ni idea de cómo es mi hermana. No la subestimes. —Escupió sangre y lo miró con rabia—. Y ahora, ¿qué mierda más quieres saber? ¿Por qué no te vas de mi casa?
Adam tenía ganas de arrancarle la cabeza a Julius y luego golpear la de Limbo con ella. Menudo par de desgraciados.
Agarró a Limbo del pelo y le obligó a mirarlo, mientras Noah seguía rompiendo cosas del exclusivo ático del berserker. Arrastró un taburete de piel negra y se sentó mirándole fijamente a los ojos.
—Hablemos de Julius.