Recordaba estar en la puerta de entrada de la casa de Adam, y oír voces acerca de ella y de él. Una amenaza de Aileen; un gemido procedente de su interior; y un olor casi picante que hacía que se le hincharan los labios y rogaran por un beso.
Le ardía el bajo vientre, le hormigueaba la entrepierna y le escocían los pezones. Todo su cuerpo se estaba preparando para algo, para algo caliente. Ser acariciado, ser sometido, ser lo que fuera… pero sin duda se preparaba para ser, como nunca antes había sido.
Estar en esa situación, sentirse así, era inquietante, y a la vez, salvajemente sensual. Su cerebro procesaba imágenes eróticas de todo tipo. Cosas que ella jamás había experimentado, cosas impensables para alguien de su semi-inocencia sexual.
Ahora, esos brazos fuertes y protectores ya no la abrazaban, y se sentía abandonada y sola. Estaba estirada sobre algo suave, mullido y tapizado. Algo que olía a la misma esencia refrescante y cítrica que la tenía loca. Instintivamente lo supo. Era la esencia de él. De ese hombre cruel que tanto la había molestado, que se había reído de ella, que le había hecho llorar… y ese olor suyo podría convertirla en una adicta. Pero ahora el berserker estaba a sus órdenes, y su vena dominante y vengativa acababa de ser liberada. Bien por la droga, bien por haber aceptado el bautismo de la sacerdotisa, o bien porque estaba tan cabreada con Adam por haberla acusado tan llanamente que necesitaba hacérselo pagar.
Adam. Un hombre que la contrariaba y que ahora no parecía ser quien había sido con ella. Tenía dos sobrinos pequeños que lo querían, una hermana que lo defendía y el suficiente honor como para pedirle perdón y convertirse en… su esclavo. Rectificó. No le había pedido perdón.
Bien, jugarían los dos a eso. Bendito afrodisíaco que le arrancaba los miedos y las dudas de cuajo. Nunca había deseado tanto a nada ni a nadie como lo deseaba a él.
Se incorporó en la cama. La melena le caía vibrante y limpia por los hombros. Toda ella olía a fruta. La colcha negra de seda resbaló por su torso y descubrió sus pechos. Esa caricia hizo que cerrara los muslos con fuerza y se llevara la mano al ombligo. Ruth miró hacia abajo con los párpados medio caídos y observó la forma de sus pezones. ¿Estaba desnuda? Levantó la colcha. ¡Estaba desnuda! Mucha prisa se había dado el lobito.
Miró al frente buscando el origen de ese perfume que la hechizaba y la hacía desear abrirse de piernas como nunca. Las ventanas estaban abiertas, y a través de ellas, entraba el olor de las flores y de las plantas del exterior. La noche había caído en Wolverhampton y ahora ocultaría también los pecados que ambos iban a cometer. Se sentía libre y atrevida. Con los ojos dorados encontró lo que buscaba y le dedicó una mirada desafiante al objeto de su deseo. Al causante de su humillación. A su esclavo. Adam.
Se humedeció los labios con la lengua en un movimiento lento y perezoso. Había sido muy consciente del modo en que él la había masajeado y la había bañado mientras los chorros del agua de la ducha golpeaban su piel. Ese berserker enorme ni siquiera había tratado de disimular que la deseaba, y a ella, en el estado en el que estaba, no le importó, sino todo lo contrario. Sus manos habían sido auténticos calmantes para la fiebre sexual que recorría su piel. Sólo la había enjabonado pero en ningún momento la había tocado íntimamente y ella… necesitaba ese toque antes de volverse loca. Le había susurrado todo tipo de palabras calmantes, música celestial para sus oídos. Adam podía ser dulce, se sorprendió. Y a lo mejor ella lo hubiera creído si no tuviera una erección como la que le había enseñado con tanto descaro. Qué embriagador había sido.
El noaiti tenía un cuerpo que la hacía salivar. Todo músculos, todo alto y elegante, con hombros fuertes y pronunciados, y una tableta de chocolate de ocho enormes y apetitosas onzas exactas. Tenía un tatuaje en el pecho que le nacía en la espalda. Era un dragón de un curioso tono verde azulino chillón y ojos rojos como los suyos. Era fantástico, y mientras la duchaba, se le iban los ojos más de una vez a tamaña obra de arte en todos los sentidos. No imaginó que él tuviera algún tatuaje, pero era otro añadido más al atractivo de Adam. A ella le gustaban así. Malos, con tatuajes y piercings. Adam sería el típico chico que las madres buenas jamás querrían para sus hijas. Por suerte, ella no había tenido una madre buena y, además, era una imprudente.
Ay, Señor… Ahí estaba él, oculto entre las sombras de la habitación. Sólo se le veían los ojos rojos y brillantes que la miraban como un animal a punto de saltar sobre su presa. Bueno, los ojos, y ese gran dibujo que tenía en el pecho y que era verde fosforescente y que brillaba en la oscuridad. Los ojos rojos del dragón la miraban hambriento igual que él. Se la iban a comer.
Olvidó que Adam la había castigado y la había hecho sufrir. Olvidó todo, porque Adam era un hombre impresionante y ella una mujer que estaba cansada de no tomar las riendas. Ahora él era su esclavo y ella se sentía rebelde hacia todo y todos. Adam era suyo. Iba a aceptar su responsabilidad de Cazadora, pero también iba a cobrarse de todo aquello que no había disfrutado y de todos los momentos en los que había sufrido y no se había podido rebotar. Y sólo tenía a Adam como objetivo.
Que se preparara el lobito. Podía ser un inmortal, podía ser hermoso hasta decir basta, podía ser mucho mayor que ella, pero ya no iba a lastimarla más, porque ella iba a ir a por todas.
Mañana sería otro día en el que seguramente bajaría la cabeza avergonzada por todo lo que sucedería en ese momento, pero no ahora. Ahora existían ella y sus necesidades, y un hombre que obedecería todas sus órdenes.
El berserker estaba al borde de la locura. Ruth era lo más seductor que había visto en la vida, y la hora que había pasado con ella en la ducha había sido mejor que una mañana de Navidad. Un auténtico regalo de los dioses.
La había desnudado con lentitud y había revisado y lavado todas las magulladuras de su cuerpo ante la mirada resignada de Ruth. La pobrecilla estaba tan confundida respecto a lo que estaba sintiendo, que no sabía dónde poner las manos. Había intentado cubrirse, y luego, en otra nueva oleada de deseo, se había rendido a las sensaciones y le había dejado hacer. En ocasiones, sus ojos leonados parecían tener remordimientos por lo que sucedía entre ellos, pero cambiaban rápidamente para reflejar a una mujer libertina y dispuesta a todo. Sin embargo, no había calor en ellos. Era una mirada calculadora, con muchos muros, muchos escudos. No le iba a dar importancia a eso, no ahora. Él tenía sus armaduras y sus escudos, también. Ruth se protegía, pero ¿de qué?
La había enjabonado y mimado como si ella fuera un tesoro, y para él lo era. Algo inusual, algo único. Lo supo desde la primera vez que la vio, aunque sus temores y sus sueños proféticos le hubieran hecho creer lo contrario. Ahora podía verlo y reconocerlo, ahora que ella era inocente y había salvado su vida y la de los pequeños.
En la ducha por poco cayó de rodillas al descubrir que aquella mujer tenía la entrepierna completamente lisa. Sin un pelo. Hubiera querido hundir su boca y sus dedos ahí mismo, en ese preciso momento, pero no lo había hecho porque quería que ella se lo pidiera. Y se lo iba a pedir. La droga era muy fuerte.
Ruth iba a causarle problemas a su salud mental, pero en ese momento, orgulloso y feliz, los aceptaba de buen grado, porque aquella chica con esos ojos rasgados amarillos y gatunos, esos labios gruesos y ese cuerpo para volver loco a los hombres, era momentáneamente suya y, además, era la Cazadora.
Sonrió al recordar cómo Ruth se apoyaba en él mientras la enjabonaba. Quería limpiarla, lamer todas sus heridas y hacer que se sintiera bien.
La pobre, que estaba en plena ebullición de la droga, no sabía muy bien lo que le estaba haciendo. Anteriormente, en el bosque, la adrenalina se le había disparado haciéndole estar más atenta, más receptiva a los estímulos externos, capaz de pelear y enfrentarse a cualquier cosa. Pero ahora que el peligro había cesado la droga corría libre por su sangre, y el afrodisíaco no tenía ninguna salida por la que escapar, por eso se centraba en sus zonas más erógenas, igual que en las de él.
Algunas veces la había acariciado haciendo resbalar sus manos por la curva perfecta de su espalda y depositándolas, para no ir más lejos, en los huesos de sus caderas. No quería sobrepasarse, ni tampoco hacerle daño. Intentaba tocarla con suavidad, quería ser el caballero que no era. Ella se había apartado, temerosa de su propia reacción y del efecto de la droga. Luchaba contra las sensaciones que ella sabía que no eran del todo voluntarias y después, inmediatamente, se abandonaba a ellas. Era adorable. Estaba intrigada por lo que su propio cuerpo sentía, y sin embargo, bajaba los ojos por timidez. Adam juraría que la joven no había tenido mucha experiencia con los hombres y eso le encantaba. No era tonto como para creer que Ruth era virgen. No. Pero segurísimo que no había practicado mucho. O al menos eso deseaba él.
Ahora lo miraba con indecisión, incorporada en la cama y con sus pechos fabulosos apuntando hacia él. Eran preciosos. No eran grandes pero eran dos globos fantásticos. La cara de Ruth era tan expresiva que se reflejaban en ella todos sus pensamientos. Por una parte lo odiaba, era obvio, pero por la otra, el afrodisíaco la estaba volviendo loca y sabía que él no le era indiferente. Desesperado se apoyó en la pared y apretó los puños.
—¿Crees que no sé que estoy bajo el efecto de la droga? —preguntó ella ronroneando.
—¿Estás segura? —contestó él con voz aterciopelada. Se apartó de la pared y caminó hacia ella.
Ruth ladeó la cabeza, lo miró de arriba abajo y asintió.
—Quédate donde estabas, slave —le ordenó con desprecio. Con altivez. Y se sintió bien al ver que Adam dio un respingo entre las sombras, deteniéndose de nuevo—. ¿Crees que no me acuerdo del pacto? Estoy drogada, ya lo sé, pero también sé que eres mi esclavo y sé que debes obedecerme.
Adam apretó los puños. Nunca había estado tan excitado. Oír esa palabra en su idioma de los labios de Ruth era algo inquietante. Slave. Lo arrastraba de un modo tan resbaladizo y sensual…
—¿Lo harás? —preguntó ella.
—¿El qué?
—Obedecerme.
—Eso he jurado, barnepike.
—¿Qué significa exactamente?
—Ama.
Ruth se quedó pensativa y se mordió el labio.
Ama. Su ama.
—¿Sabes qué? No me he considerado nunca una persona cruel, pero no te imaginas todo lo que me apetece hacer contigo… Y lo más curioso de todo es que ni siquiera las cosas que quiero hacer son por venganza.
—Joder —gimió—. Haz conmigo lo que desees. —¿Esa voz ahogada era suya?
—Me apetece ser mala.
—No importa. Yo no soy un ángel.
—Te lo mereces.
—Me lo merezco —Adam asintió con solemnidad—. Sé que me odias, y eso tan rápido no lo puedo cambiar. Tal vez con el tiempo… Pero también sé que me deseas.
Ruth apretó la colcha en un puño.
—¿Tú crees? Entonces eres más tonto de lo que pensaba.
—¿Por pensar que me deseas?
—No. Por creer que algún día pueda dejar de odiarte —mintió.
—Puedo hacer que cambies de opinión.
—Seguro que sí —se burló de su afirmación. Se quitó la sábana de encima y se colocó de rodillas sobre el colchón. Adam tragó saliva ante tanta belleza—. No quiero que salga ni una sola palabra de lo que vaya a pasar aquí —soltó un suspiro quejumbroso y se llevó las manos a la parte baja del vientre—. ¿Este dolor es normal?
—Sí. Pero yo te lo quitaré, gatita.
—No me llames gatita.
—¿Por qué? —alzó la ceja del piercing.
—Ya sabes que los perros y los gatos se odian. Y tú y yo nos queremos mucho —bromeó acariciándose el ombligo.
—Ya veremos —murmuró por lo bajo apartando la mirada.
—Mmm —gimió ignorando su comentario. Alzó las caderas levantando los brazos por encima de su cabeza—. Puedo permitirme lo que me dé la gana, es como si no fuera yo, pero a la vez soy más consciente que nunca de mí misma. ¿Sabías que tengo la mente de una ninfómana?
A Adam se le puso tan dura que gimió de dolor.
—Creo que sí que eres tú. Pero es una parte de ti que no has dejado salir nunca y ahora lo haces porque estás enfadada y desinhibida —sonrió admirando su cuerpo—. Saca esa parte, Cazadora. Quiero verte.
—¿Enfadada? ¿Sólo enfadada? Seguro —gimió de nuevo—. Ven aquí, esclavo. Has tirado por tierra mi intento de ser una buena chica, de ayudaros desinteresadamente. Tanto clan, tanto inmortal, tanto guerrero lleno de testosterona… Soy feminista y lo vuestro es de juzgado de guardia. Ya no puedo ser una buena samaritana. Has sido un rudo hijo de puta. —Adam caminó hacia ella. Ruth puso los ojos como platos y se incorporó con lentitud—. ¡Y estás desnudísimo! —no se había dado cuenta. La oscuridad de la habitación había ocultado sus atributos.
Él asintió, y se colocó delante de ella. Ya no aguantaba más. Necesitaba tocarla.
—Déjame servirte.
Ruth tragó saliva y miró a su entrepierna. No. Definitivamente aquello era descomunal, podría matar con eso. Su cuerpo era impresionante, perfecto en su agresividad y en su rudeza. Y a ella la encantaba. Se había rasurado el pelo de la cabeza otra vez, y ese corte, junto con sus ojos oscuros y la barbilla partida, pronunciaba mucho más sus rasgos. Su dragón y aquel piercing en la ceja le daban un aspecto muy peligroso… y el collar… Lo miró de reojo. Adam la obedecería por el collar, un buen recordatorio. Las púas plateadas brillaban desafiantes. Paseó los ojos por todo aquel cuerpo escultural, lleno de sombras y músculos hinchados, y fijó la vista en su miembro.
—No eres medio lobo, eres medio caballo —susurró Ruth un poco asustada.
Adam ahogó una carcajada. Le encantaba su frescura y su vitalidad, y estaba tan adorable en su cama. Tenía aquellas fantásticas piernas torneadas y musculosas, el monte de Venus y los huesos graciosos de sus caderas, el torso al aire libre, y él podía perderse en su barriguita plana y sus pechos. Un diamante brillaba en el ombligo y lo ponía a mil. Quería llevárselo a la boca. Y lo que era ya el colmo era que estaba toda depilada. Nada podía excitarlo más.
—Tú también estás desnuda —apuntó Adam—. Y estás temblando. No te haré daño si es lo que piensas.
—Ya me los has hecho. —Intentó parecer desenfadada—. Pero ahora ya no importa. Vas a pagar por ello.
La miró con ardor.
—No soy buena, Adam. Tengo pensamientos impuros —aclaró.
—Déjame ver esos pensamientos —pidió emocionado—. El dolor y el vacío se intensificarán. La droga está hecha para hombres como nosotros, no para humanas pequeñitas como tú. Necesito tocarte.
—¿Pequeñita?
—Eres menuda. Tienes que estar volviéndote loca. La droga es muy fuerte.
—Soy pequeña —dijo ella defendiéndose. Se llevó las manos a los pechos—, comparada contigo.
—Ruth, no puedo aguantar esto mucho más —no dejaba de mirar cómo Ruth se acariciaba—. Estás a solas conmigo en esta habitación, desnuda, y me deseas. Yo te deseo, y aunque nos pese, es la verdad. No lo alargues más —le pidió echándose la mano al miembro.
Adam supo que Ruth estaba al límite. Necesitaba que la calmara y que los dolores cesaran. Ella necesitaba desahogo y él se lo iba a dar.
—No te cubras, gatita. Ahora mismo necesitas mi ayuda para arreglar los desajustes que el afrodisíaco hace en tu cuerpo.
—No te equivoques. La que da las órdenes aquí soy yo —basta de cháchara inservible. Basta de debilidades. Bienvenida a la nueva Ruth—. Túmbate boca arriba.
Adam obedeció estirándose en la cama. Su erección se levantaba enorme y gruesa.
—Soy tu esclavo. Tus necesidades se anteponen siempre a las mías —se moría porque Ruth lo tocara de alguna manera.
Un brillo de reconocimiento femenino atravesó sus ojos.
—No hables —le ordenó ella poniéndole los dedos sobre los labios. Lo que estaba haciendo estaba mal, ¿no? Le estaba utilizando sexualmente—. Y no te muevas.
Era maravilloso. Al momento, obedecía.
Adam tragó saliva y la observó.
—Sólo sexo —aclaró Ruth. Se sentó a horcajadas sobre el estómago de Adam y colocó las manos sobre la almohada a cada lado de la cara del berserker.
Adam asintió mirando su entrepierna completamente depilada.
—No sé qué se debe sentir cuando alguien a quien odias y que además te asquea como yo, esté controlándote de este modo. —Estudió el rostro del berserker. Sus gestos, su mirada. No parecía estar pasándolo muy mal—. No creo que sea divertido, ¿a que no, lobito?
La miró fijamente. No era divertido, pero tampoco debía de ser una maravilla para ella saber que la única persona que podría darle consuelo en ese momento era él. Seguramente se sentiría un poco humillada después de todos los insultos que él le había dirigido. Después de todo de lo que la había acusado. Y resultaba que él iba a calmar el ansia sexual que estaba quemando su cuerpo suave. Había sido una decisión de los dos, y ahora acarrearían con las consecuencias.
Ruth se inclinó sobre su oído. Su pelo acarició la mejilla de Adam.
—Te diré lo que voy a hacer. Voy a follarte como la puta que eres —le susurró con toda la rabia de la que fue capaz—. Fue lo que me dijiste a mí.
Adam gruñó y empezó a temblar. ¿Lo había llamado «puta»? El collar le daba descargas porque él no quería estarse quieto. Quería montarla como un salvaje y demostrarle quién era el fuerte de los dos. Pero era su esclavo, y aunque no le gustaba eso demasiado, estaba excitado y a su merced.
Se quedó muy quieta. No le gustaba ser así, pero quería humillarlo.
—¿Qué te parece? —acarició el lóbulo de su oreja con los labios—. Nada de besos. Nada de caricias. Sólo alivio. Un hombre como tú, tan grande, tan bien dotado… Te voy a usar como un kleenex las veces que me dé la gana.
Adam gruñó y echó la cabeza hacia atrás y cuando volvió a mirarla, sus ojos eran dos rubíes enormes. ¿Que qué le parecía? Tembló de nuevo.
—¿Tienes un gorrito? Contéstame —le preguntó ella frotándose contra él y dándole un pequeño mordisco en la garganta. Tiró suavemente de su piel.
Tener a Adam para ella la estaba devastando. Su corazón iba a mil por hora, y se sentía como en casa tocando su piel. Olía tan bien. Tan limpio. Cerró los ojos y se forzó a no besarlo. Era lo que realmente deseaba, pero un beso era muy personal para ella. Un auténtico gesto de cariño, entrega y respeto. Allí sólo había deseo, así que los besos estaban vetados.
—¿Un gorro? —gimió él—. ¿Para qué quieres un gorro?
Ruth tembló de la risa.
—Un condón, tontito.
Adam sonrió a su pesar. Menudo apodo.
—No hará falta. No tenemos enfermedades de ningún tipo. Somos seres inmortales, estamos protegidos. No te contagiaré nada.
Ruth negó con la cabeza y se incorporó para mirarlo a los ojos. Se estudiaron el uno al otro.
—En el siglo veintiuno no sólo usamos preservativos para no contagiarnos enfermedades, ¿lo sabías? —Adam asintió.
—Bebés —contestó serio.
—Eso es. —Lo trató como si fuera un ignorante.
—Una chica como tú no puede querer niños, ¿verdad? —sintió una pequeña punzada en el estómago al decir eso.
Ruth no sabía qué contestar. ¿A qué se refería con «una chica como ella»?
—Este tema es demasiado serio para hablarlo ahora, y menos contigo.
—Pensándolo bien, no utilizaremos condón, no lo vas a necesitar. —Se encogió ligeramente de hombros—. No quiero que digas nada más. No hables.
Adam frunció el cejo pero se quedó tieso al momento.
Ruth estaba asustada por la fuerza animal que desprendía Adam. Toda la parte inferior del berserker estaba acoplada a la de ella. Sentía algo duro, grueso, largo y caliente golpeándole en el interior del muslo, muy cerca de su portal.
Se inclinó sobre él y con una mano tomó su miembro sin mirarlo. No lo podía abarcar. Lo agarró como pudo y se levantó para empalarse poco a poco. El afrodisíaco la había dilatado y estaba muy húmeda, pero Adam era muy grande, y por mucho que luchara por introducírselo, era imposible. Se puso a temblar por el esfuerzo.
Adam no perdía detalle de su boca entreabierta y sus pechos bamboleándose de un lado al otro. Era suave como el satén, resbaladiza y caliente. Era hermosa. Una belleza salvaje y única, de pelo rojo, labios seductores y mirada de gata. Y lo estaba violando. Y él quería aullar a la luna por su suerte.
Ruth se mordió el labio. No iba a poder con él. Era imposible. Dolía horrores. Estaba cansándose de aquello y enseguida perdió el valor. Era consciente de su inexperiencia, su déficit y su frigidez, y le entraron ganas de llorar. Ni siquiera podía apovecharse de él. Empezó a sentir vergüenza de lo que estaba pasando entre ellos. Vergüenza de hacer el ridículo con él. Menuda dominatrix de pacotilla estaba hecha.
—Ruth —gruñó Adam como pudo. Había conseguido hablar, y eso significaba violar la orden de su ama. Sufrió varias descargas más, pero las disimuló bien. Además, unos diminutos pinchos invisibles se le clavaron en la garganta y empezó a sangrar. Estando a oscuras, Ruth no lo vería. Aguantó el dolor porque tenía que ayudarla. Ruth era humana y estrecha—. Déjame a mí, Barnepike.
—Quiero que me sirvas, maldita seas. ¡Eres mi esclavo! ¡Ni mi novio, ni mi pareja, ni siquiera mi amigo! ¡Mi esclavo! ¡Así que empieza a quitarme el dolor ahora mismo! —estalló en cólera y golpeó la almohada con un puño.
Apartó la mirada. Se había sonrojado de nuevo y Adam pensó que era muy tierna. Ya no lo podía poner más duro de lo que estaba. Pero Ruth y él tenían mejor comunicación cuando estaban enfadados. Si quería ser dulce con ella, Ruth no le iba a dejar, sobre todo sintiéndose dolida y vulnerable como se sentía en ese momento. La necesitaba más caliente, más dura, más accesible, y sólo lo conseguiría provocándola. Porque el fuego saltaba cada vez que se discutían. Ruth era guerrera, también lo sería en la cama. Sonrió y se preparó para su acoso y derribo. Se incorporó. Se inclinó sobre su graciosa y femenina oreja y le susurró:
—¿Quieres mi polla? —se frotó ligeramente contra su pierna. Ruth saltó como si le hubieran quemado. El miembro de Adam la quemaba con su suavidad y su ardor.
—¿Qué has dicho?
—Quieres esto —se frotó de nuevo—. Quieres que esté dentro de ti y te sacuda —ronroneó en su oído—. Sé que te gusta. Lo huelo desde aquí.
—No te equivoques, chucho. Estoy como estoy por la inyección, no porque lo desee. —Mentira y de las gordas. Pero eso él nunca lo sabría. ¿O tal vez sí?
—Ah. —Sonrió de nuevo, sabiendo que Ruth cada vez estaba más mosqueada—. No es verdad. Sé muy bien lo que necesitas.
—No tienes ni idea, pedazo de…
—Eso es —la animó él divertido—. Ponme en mi lugar. Me encanta.
—Te ordeno que… —intentó salirse de encima pero él la agarró de las caderas inmovilizándola.
—Dame el control, Ruth —el piercing negro de su ceja brilló cuando la luz de la luna que entraba por el ventanal se reflejó en él. Sus ojos sobrehumanos también brillaron con fuego rojo—. Dámelo y te haré gritar.
Ruth lo miró a los ojos rojos y llenos de deseo. Supo al momento lo que él pretendía. Le estaba pidiendo las riendas. Adam era su esclavo, así que si ella necesitaba algo sólo tenía que ordenárselo.
—Quiero que me calmes —le ordenó Ruth—. Sólo a mí. Tú eres lo suficientemente fuerte como para aguantarlo.
Ruth no tenía ni idea del apetito sexual de un berserker drogado. Tendría suerte si seguía vivo por la mañana. Gruñó y cerró los ojos como si estuviera dolorido. No podía ser, no había pensado en eso. Por eso ella le había dicho que no necesitaba «gorrito». No tenía intención de darle alivio.
La Cazadora era muy zorra.
—No lo dices en serio.
—Obedéceme.
—¿Así de frío? —preguntó él levantando una ceja.
—No te hagas ahora el sensible. Ni siquiera hay un ligero aprecio entre nosotros, ¿qué esperabas? ¿Que te agradeciera que no me mataras? No se trata de amor, Bobby bonito. Se trata de sexo.
—Estás equivocada si crees…
—El pacto que tú y yo compartimos será como una transacción.
—¿Te estás cobrando por todo lo que te he hecho?
—No estaría en esta situación vergonzosa si no fuera por tu culpa. No es fácil para mí.
—Para mí tampoco. —Por supuesto que no. Desde que sabía que era inocente, sólo tenía ganas de meterse dentro de ella. ¿Qué se había creído? Él era un hombre y la deseaba tanto que estaba a punto de morir abrasado por las llamas. Ruth no le convenía, pero la deseaba, y eso no lo podía controlar.
—Pues acabemos rápido con esto. —El miembro de Adam no iba a encajar en ella jamás. Debía haber un modo de evitar que él la penetrara. No quería fracasar también con el hombre que más le atraía—. No quiero hacerlo contigo, ni siquiera quiero que me toques. No me acaricies.
—¿Entonces qué quieres que haga, ama? —La miró con frialdad.
—Haz algo, lo que sea. Pero hazlo. Ya —le ordenó con los ojos vidriosos.
Adam se la llevó con él y la tumbó en la cama. Él se colocó encima inmediatamente.
—Te dije que acabarías rogándome —susurró él con malicia, también enfadado por todas esas sensaciones contradictorias que bombardeaban su sistema emocional.
—¡Eres un bastardo! No te he rogado nada —intentó incorporarse, pero Adam la clavó a la cama de nuevo.
Deslizó su mano entre ambos y la ahuecó sobre el sexo liso de Ruth. El contacto los llevó casi al orgasmo tanto a él como a ella. Ella se echó a temblar y él le puso la otra mano en la cara. Le apartó las graciosas ondulaciones del color del vino tinto y las retuvo entre los dedos para que no le cubrieran los ojos. Quería que ella lo mirara. Ruth respiraba rápidamente, con los labios entreabiertos. Adam se inclinó sin pensar, necesitaba besarla. Necesitaba acariciarla con su lengua. El beso que le había dado en el sótano había sido brutal y duro, y la joven todavía tenía el labio magullado. No se lo podía creer. Tenía a la Cazadora en su cama y no sabía por dónde empezar.
—No. —Ruth lo cortó intentando apartar la cara. Y Adam se detuvo en seco.
—No, ¿qué?
—Te he dicho que no quiero que me beses. Nada de besos. Sólo haz que esta sensación desaparezca —ordenó mordiéndose el labio.
—Ruth —rugió como si estuviera a punto de echarse a llorar.
—Obedece, slave —gritó ella a un dedo de su cara, harta de esa conversación. Estaba llorando por el dolor y la insatisfacción que envenenaba su cuerpo.
Iba a enloquecer. Adam estaba a punto de estallar y ella no iba a darle tregua. Movió los dedos entre los labios íntimos de Ruth. Una. Dos. Tres veces. Y entonces ocurrió. Fue testigo de lo más bonito que había visto en su vida. Ruth se arqueó sorprendida por la fuerza con la que llegó el orgasmo, se rompió en mil pedazos. Se agarró a sus antebrazos y le clavó las uñas. Gritó con tanta fuerza que Adam tuvo que taparle la boca con la mano por miedo a que despertara a sus sobrinos, los cuales tenían el oído muy fino.
Adam ronroneó mientras observaba el espectáculo.
Precioso.
Ella permanecía con los ojos fuertemente cerrados, las mejillas sonrojadas y la respiración desigual y alterada. Seguía temblando.
—Tranquila, gatita. Estoy aquí. Por todos los dioses —susurró endureciéndose hasta el límite. La acarició de nuevo con los dedos y Ruth siguió el movimiento buscando la caricia de su mano—. Estás tan suave y mojada… —sus dedos resbalaban por su abertura, rozándole el clítoris con toques estratégicos.
—No… —musitó Ruth lamiéndose el labio inferior—. El dolor no ha desaparecido. —La voz de Ruth estaba a punto de romperse. Lo miraba aturdida—. Haz que pare… por favor.
Adam sonrió con ternura a aquella chica que tenía bajo su cuerpo. Era tan hermosa y tan natural. Quería ser dura y cruel, pero le estaba pidiendo las cosas con educación. Nada agresiva como las mujeres berserkers, nada violenta.
—No sirves para dar órdenes —Adam enredó sus dedos en su pelo y se inclinó para oler la esencia de su cuello.
Ruth apartó la mirada para no verse afectada por aquel gesto tan dulce y posesivo de Adam.
—Te falta soberbia. Eres como un azucarillo. —Parecía sorprendido por la revelación—. Está bien, Ruth. —Se inclinó sobre su sien y la besó ligeramente. Fue un roce completamente nimio y sin embargo Ruth lo sintió en toda su extensión—. Va a ser todo para ti. Entiendo que no quieras hacerme nada. —El dolor que sentía por la insatisfacción rugía por su piel con tal estrépito, que empezaba a sentirse febril y enfermo—. Eres una sorpresa.
Ruth no dejaba de mirarlo a los ojos. Si la sinceridad y el pecado tuvieran un rostro, sería sin lugar a dudas el de Adam. Pero ¿cómo iba a fiarse de él? Adam la había hecho sentirse muy mal en las semanas anteriores.
—Haré lo que me pidas —le susurró él dulcemente deslizando de nuevo una de sus inmensas manos entre él y Ruth. Posó la palma entera entre sus piernas y ella gimió otra vez—. Tranquila… —Adam deslizó el dedo corazón hasta su entrada y dibujó círculos sobre ella—. No te imaginas, gatita, todo lo que quisiera hacerte. Estás tan tierna ahí abajo.
—No hables conmigo, Adam —sollozó levantando las caderas.
—Perdona —sonrió inclinándose sobre su cuello. La lamió y la mordisqueó, ante la sorpresa y la excitación de Ruth—. Quiero probar esto. —Con lentitud extrema la penetró con un dedo. Adam se quedó quieto mientras movía el dedo de un lado al otro, tocando sus paredes para extenderla—. Estás muy cerrada. Apenas puedo entrar. —La miró a los ojos, asombrado.
—Oh, por todos los… —Ruth cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
—¿Te duele?
Asintió agitadamente y le clavó las uñas en el pecho musculoso. No le extrañaba para nada que Adam no pudiera penetrarla con un simple dedo, sus dedos eran grandes, gruesos y masculinos. Sus manos eran enormes. ¿Qué no era grande en él? Todo él lo era. Se estremeció al darse cuenta de lo mucho que Adam podía intimidarla como hombre.
Él metía y sacaba el dedo a un ritmo constante y taladrador. No podía pensar. Su cerebro se había girado como la cabeza de un pulpo, por completo, al ver que tenía ante él a una semivirgen. Estaba tan increíblemente apretada que dudaba de si lo era en verdad, pero no había himen así que sin lugar a dudas no lo era. ¿Había estado con algún hombre? ¿Quién? ¿Cuánto hacía de eso? ¿Por qué tenía ese nudo en el estómago al pensar en ello? Había creído que esa chica era una matahari, y ahora, estaba convencido de que por aquel lugar caliente hacía años que no entraba nadie. Con la cantidad de afrodisíaco que corría por sus venas, debería estar más distendida, y sin embargo no era así.
—Ven aquí, gatita. Yo me haré cargo de ti.
—Adam, no quiero hacerlo contigo —repitió Ruth mirándolo con censura—. No te aproveches.
—Ya lo he oído. ¿Crees que sería capaz de forzarte?
—Sí. Por supuesto que sí —le dijo ella moviendo las caderas de arriba abajo—. Ni ayer ni antes de ayer te hubiera importado. Querías hacerlo. Lo vi en tus ojos.
—Claro que quería hacerlo. Y quiero hacerlo. Sin embargo, no lo hice cuando pensaba que eras una asesina y tampoco lo haré ahora. Pero tienes que dejar de moverte así, por Odín, me estás llevando al límite.
Ruth no detuvo el bamboleo de sus caderas. Alzó una ceja y sonrió con picardía. Adam crecía por momentos en grosor y en longitud. Realmente esa vara era inmensa.
—Tócame —le ordenó ella—. No pares.
Adam no dudó ni un instante. Abrió de piernas a Ruth, tranquilizándola con leves caricias que ella quería rechazar. Pasó el dedo corazón de nuevo por su abertura y lo deslizó en el interior de Ruth otra vez, con suavidad. Se miraron a los ojos durante varios segundos mientras Adam le hacía el amor con las manos y la penetraba con el dedo repetida y profundamente hasta los nudillos.
Ruth sollozó y tembló en el segundo orgasmo explosivo que le sobrevino.
Adam, fascinado, no quiso perderse nada. Los pezones de la chica, de un delicioso color rosado, estaban erectos, y sus pechos brillaban por el sudor, hinchados por la excitación. Las mejillas se le habían enrojecido y los ojos estaban velados por el placer. Con aquella cabellera indomable del color de la pasión, parecía una mujer salvaje.
—¿Más? —preguntó Adam embistiéndola más suavemente con el dedo. Introdujo un segundo dedo estirando su suave carne pero se detuvo al oír el quejido de Ruth—. ¿Te hago daño?
Ruth siseó y asintió con la cabeza. Adam no podía imaginar cómo iban a encajar ellos dos cuando hicieran el amor. Porque aunque Ruth era reacia a ser dulce y receptiva con él, él estaba decidido a hacerla suya en cuerpo y alma. Pasaría tarde o temprano. Él no era un hombre que tuviera mucha paciencia.
Había muchas maneras de hacer el amor. Él no se correría con ella ni intercambiaría el chi. El intercambio de chi se reservaba a la pareja y Ruth no iba a ser la suya. Por mucho que la deseara. Sin embargo, antes de proponer el emparejamiento a Margött, quería disfrutar de Ruth. Ella era demasiado sensual como para obviarla.
—Eres tan estrecha —comentó maravillado sacando el dedo y dejándola vacía. Se incorporó y puso una mano a cada lado de la cabeza de Ruth, encerrándola con su inmenso cuerpo y obligándola a mirarle a los ojos. La observó largamente, recreándose en su hermoso rostro—. Voy a hacerte el amor.
Ruth apretó los dientes e intentó sacárselo de encima.
—No. No me tendrás. No vas a meter eso dentro de mí —miró el impresionante pene de Adam, que se alzaba de entre una mata de pelo negro. Grueso como su muñeca, largo casi como su antebrazo, surcado de venas. La cabeza rosada en forma de champiñón estaba húmeda de líquido preseminal. Una gota perlada brillaba en la punta.
Adam no podía desobedecerla. Pero él estaba deseando que Ruth lo acariciara. El dolor era insoportable.
—Necesito que me toques —meció su erección y la rozó contra el colchón imitando el acto amoroso para darse alivio—. La droga me está matando a mí también.
—No me das pena. Eres inmortal. Tú eres más fuerte. Lo soportarás, ya lo verás —dijo ella tragando saliva y notando cómo se humedecía excitada al ver el bamboleo de Adam. Nunca había masturbado a nadie con sus manos. Se clavó las uñas en las palmas para no ceder al impulso de hacérselo a él.
—Por favor, barnepike. Por favor —rogó Adam agachando la cabeza con las mejillas maravillosamente coloradas.
—¿Quién suplica ahora, eh? No, Adam.
—¿Puedo tocarme yo? —lo preguntó porque sería vergonzoso empezar a hacerlo delante de Ruth y que ella lo reprendiera por ello. Y él era muy orgulloso. No le iba a sentar nada bien.
Los ojos de la joven se oscurecieron y lo miraron con interés. Pero tal y como apareció la curiosidad, desapareció más tarde sustituido por la frialdad.
—No quiero que tengas ningún tipo de alivio, slave.
Adam inspiró profundamente, forzándose a relajarse y a controlar el animal que llevaba dentro. Un berserker podía pasarse horas haciendo el amor a su pareja, ya que su libido se disparaba. Necesitaba que Ruth le hiciera algo, aunque sólo lo rozara. Era un suplicio, una tortura tener a una mujer como ella en su casa, en su cama, desnuda y dispuesta, y no poder hacerle el amor.
—Entonces te voy a comer entera y no me detendré —rugió ahogando un gemido de insatisfacción.
—¿Que vas a hacer qué? —Intentó incorporarse, pero él se lo prohibió.
Ruth no tuvo tiempo para reaccionar. El cuerpo ágil de Adam se deslizó hacia abajo, separó sus muslos agresivamente con los hombros y le abrió los labios vaginales con los pulgares. Pero se detuvo al ver la marca de la diosa sobre la raja de su sexo. Pasó el dedo índice por encima de ella y la frotó suavemente como si fuera un rasca y gana.
—¿Qué es esto tan bonito? —sonrió. Aquello le provocaba una extraña ternura.
—Es la marca… de la Diosa —contestó ella aturdida.
—¿La marca de Nerthus? —La miró hipnotizado—. No me puedo creer que seas una de sus sacerdotisas. Es increíble. ¿Estás asustada?
Ruth no le contestó. No quería hablar más con él. Y Adam captó su mensaje corporal.
—Está bien, como quieras —aceptó resignado—. Eres toda para mí. No me pidas clemencia porque no te la voy a dar.
—Harás lo que te ordene —replicó Ruth temblando, apartando la apuesta cara de Adam de su entrepierna—. Sal de ahí, ¡por Dios!
—¿Alguien te ha besado aquí alguna vez? —Posó sus labios sobre el sexo de Ruth y ésta se arqueó agarrándose a las sábanas con fuerza.
—¡Adam!
—Me lo imaginaba… —Le introdujo la lengua y la besó como si la besara en la boca.
Ruth no sabría explicar jamás todo lo que supuso para ella aquella noche con él. Adam estuvo horas estimulándola, lamiéndola como a un caramelo. Le hizo el amor con la boca, los dientes, los labios y la lengua. Ruth perdió la cuenta de los orgasmos que tuvo, se sentía mareada y terriblemente expuesta, pero después de los tres primeros dejó de importarle todo. Sólo existía la boca de Adam. Cuando Ruth empujaba con las caderas, Adam deslizaba la lengua más profundamente. Cuando ella se quejaba ultrasensibilizada, él la acariciaba más suavemente. No le dio respiro, hasta que la noche dejó paso al alba y Ruth se quedó sin voz de tanto gritar.
Adam le dio un lametazo lento y perezoso, de abajo arriba, limpiándola cariñosamente. Estaba irritada y roja, pero también estaba complacida y saciada como nunca.
—Suficiente —exhaló Ruth con el rostro arrebolado—. Es suficiente… no… no puedo más. —Puso su mano sobre el rostro de Adam y lo levantó para que la mirara. Sentía su entrepierna ardiendo por el permanente contacto de su boca durante horas—. Detente, Adam.
Adam se pasó la lengua por los labios. Parecía un animal domesticado. La observó con sus ojos rojos y extrañamente cálidos, y sonrió. Le besó la marca de la sacerdotisa con suavidad, para luego dejar caer su mejilla sobre su vientre, abrazándola repentinamente con posesividad por la cintura.
—Está bien, gatita —susurró cerrando los ojos. Qué sensación tan agradable sentirse así con Ruth. ¿Se sentiría igual con Margött? Al preguntarse eso sintió una opresión en el pecho.
Ruth jamás pensó que podría disfrutar tanto del sexo oral, y mucho menos se imaginaba que iba a ser Adam quién se lo proporcionara encadenando un sinfín de orgasmos que la dejaron como una mujer de gelatina.
Aun después de descansar por aquel acoso sexual, sentía la boca de Adam en sus labios inferiores. Los espasmos la seguían recorriendo y a veces temblaba como si le dieran escalofríos.
Él sonrió para sí mismo. Había sido el primero para ella en ese sentido. No lo iba a olvidar jamás, ni él tampoco. El sabor de Ruth era terriblemente adictivo, dulce como la miel y muy femenino, como toda ella era.
Un caramelo suculento para su paladar, un regalo que desenvolver. Podría inventar cien mil metáforas que compararan lo que, al parecer, Ruth hacía a su sentidos, a su cuerpo.
—¿Estás dormida? —preguntó sabiendo que no lo estaba—. ¿Katt[21]?
Ruth miraba al techo, todavía recuperándose de aquella verbena de sensaciones que Adam le había descubierto. ¿Cómo iba a dormirse? Estaba acurrucado contra ella, acariciándole el vientre con la mejilla como si estuviera mimando un tesoro preciado, como si estuviera protegiéndola. Pero ella no era nada de eso para él. No era ni un tesoro ni nadie a quien quisiera proteger, a no ser que fuera por obligación. Si estaban en esa situación era por el afrodisíaco, por nada más. Sin embargo, él seguía duro como un toro, y ella, gracias a sus atenciones, había perdido parte del efecto de la droga. Sus piernas seguían abiertas para él y sus brazos permanecían laxos a los lados. Alzó una mano para retirar la cabeza de Adam, sin fuerza y sin convicción, porque se sentía incómoda de repente al ver que él la tenía fuertemente abrazada.
—¿Quién es Katt? —preguntó. Aquella voz resentida no podía ser suya. Adam alzó las manos perezosamente y las colocó sobre sus pechos, cubriéndolos como si fueran suyos. No la había tocado allí.
Ruth sintió fluir un latigazo de placer desde los pezones hasta la matriz.
Adam movió su cara y hundió la lengua en su ombligo, como un inmenso tigre adormilado y saciado que aún buscara un poco del sabor de la pasión. Mordió su diamante y tiró de él.
—Tú eres katt —respondió él inhalando el aroma de su piel, cerrando los ojos con gusto—. Mi gata salvaje. —La miró y sonrió mientras besaba su pubis con los labios abiertos.
Ruth tuvo que parpadear para no quedarse embobada al verlo sonreír tan humildemente. El gesto suavizaba sus rasgos duros y angulosos, y lo hacía parecer mucho más accesible, pero igualmente arrebatador y peligroso.
—¿Katt quiere decir gata? —preguntó recelosa. ¿Por qué se sentía así? No podía importarle que él la llamara por otro nombre.
—Crees que te he llamado por el nombre de otra. —Alzó los ojos, orgulloso al ver que Ruth intentaba negar que había sentido una punzada de celos y rabia—. ¿Tan pronto me enseñas las uñas? —Amasó sus pechos y gruñó de placer—. Eres perfecta, maldita sea.
—No sé de qué me estás hablando. —Apartó sus manos como pudo—. Tú hablarme raro —bromeó Ruth para no sentirse tan expuesta—. No te entiendo. Katt, barnepike, slavery… Y ni siquiera sé por qué hablas conmigo. Ya dejaste claro que no te caigo bien y que no te importo, sólo haces esto para redimirte ante As y tu clan. No lo haces por mí.
—Ruth no entender —Adam siguió la broma complacido. Él iba a explicárselo. Se incorporó sobre ella sin detener sus manos juguetonas que no dejaban de tocarle los senos y luego se estiró cuan largo era sobre su cuerpo femenino, manteniéndola presa.
Ruth agrandó los ojos y las pupilas se le dilataron. El contacto al cien por cien con la piel de Adam la intimidó más de lo que debería. Ambos ardían.
—No te asustes, tranquila —susurró él colocando sus antebrazos en la almohada de Ruth, a ambos lados de su cara. Arrinconándola—. ¿Sabes? Si me fueras indiferente te habría matado hace tiempo, Ruth. Desde el momento en que soñé contigo.
—¿Y por qué no lo hiciste? —lo desafió ella enfadada por su vulnerabilidad, por sentirse tan desamparada con ese hombre—. Te diré porqué. Querías hacerme sufrir, mantenerme asustada y alejada de ti y de los tuyos. Y querías que yo te temiera, y cuando te di un ínfimo motivo para secuestrarme lo hiciste, y entonces me demostraste una y otra vez quién mandaba. No lo olvidaré. Ha sido espantoso, Adam. Y ahora estás aquí…
—Actué movido por el impulso de protección. Pensé que eras culpable de todas las cosas de las que te acusaba. —Se encogió de hombros—. Pero ahora me alegra haber estado equivocado.
—Te gusta aterrorizarme. ¿Te ha divertido? —Su cuerpo empezó a temblar de la rabia—. Me has dejado muy claro lo que piensas de mí, no te has cansado de insultarme, y si ahora quieres redimirte es porque nunca la habías cagado tanto con tu líder.
—Leder —la corrigió él mientras volvía la mirada a sus pezones.
—¡Lo que sea! —gritó empujándole el pecho con las manos—. Te has reído de mí, me has humillado y tratado como a una cualquiera. Sigues sin conocerme, y además, me quieres hacer creer que te importo y que ahora soy tu… gatita. No tienes ni idea de lo avergonzada que estoy por haber permitido que tú me… que me hayas hecho todo eso ahí abajo.
—Lo has disfrutado. Te ha encantado —la desafió a que lo negara. Resopló furiosa.
—Es la droga. —Estaba roja como un tomate—. Lo que quiero decir es que esto no nos convierte en amigos.
—Puedo caerte mal, puedes odiarme, pero sé que no te soy indiferente como hombre. Te gusto.
—Eres un creído.
Adam tomó aire por la nariz sólo para relajarse. Ruth tenía genio, y cuando se enfadaba lo volvía loco de deseo. Él era un berserker, tenía genes de animal. De lobo. No podías desafiar a un lobo, nunca, porque son animales de instintos, adoran la caza. Todo el mundo sabía eso, pero ella no. ¿Debía recordarse a cada momento que Ruth era una humanita que no sabía nada de ellos? No podía reclamarla, ni ahora ni nunca. Y menos estando furiosa como de repente parecía que estaba, por mucho que eso le excitara. No. No la reclamaría jamás. Ya había tomado la decisión respecto a quién iba a ser su pareja, su kone, y no era Ruth.
Ruth era el deseo.
Margött la razón y la responsabilidad, y una apuesta segura y cómoda. Y para un hombre como él, con dos niños pequeños a los que educar, una berserker sería lo ideal. Miró de nuevo a Ruth. Era magnética para él, pero no era su elección. De todos modos, le molestaba que ella no reconociera lo que había sentido estando con él. Porque entre ellos había una atracción animal difícil de ignorar.
—Estás confundida. —Adam intentó ser comprensivo—. Lo que ha pasado entre nosotros podría haber sido causado por la droga o por un zumo de naranja, si es lo que quieres creer. Habría pasado de todos modos. Ayer, juro que te habría tomado creyendo que eras una asesina, y no lo habría hecho para castigarte, sino, porque no puedo resistirme a ti. Despiertas en mí algo que no me veo capaz de controlar.
—Me habrías follado sólo para castigarme —giró la cabeza para no mirarlo.
—No uses esas palabras.
—No me sermonees. Y a eso es precisamente a lo que me refiero, dejemos las cosas claras. —Seguía sin mirarlo—. No lo habrías hecho porque te guste como soy o porque yo te haga sentir cosas, ni siquiera por pasar un buen rato. Lo habrías hecho porque querías maltratarme, humillarme. Una mala persona, egoísta y cruel. Has disfrutado intimidándome. ¿Qué dice eso sobre tu naturaleza?
Adam se apartó y su cara se transformó en una máscara de incredulidad. Sus ojos rojos perdieron color y se volvieron ligeramente amarillos, y cuando se achicaron Ruth se sintió de nuevo amenazada.
—Si fuera todo lo que me dices —gruñó a un centímetro de su cara—, ahora mismo estaría destrozándote y metiéndome entre tus piernas como un animal salvaje.
—¿Y sería una sorpresa? Es lo que eres —lo insultó ella. Había disfrutado de él y de sus caricias, pero su comportamiento, el de ambos, lo habían inducido las drogas—. Esto no cambia una maldita cosa, chucho. No te confundas. Me siento mal porque la droga me ha rebajado ante ti. Porque ha hecho que permitiera que me tocaras. Me siento indigna.
Adam apretó los dedos contra la almohada. Si sintiera el sufrimiento que sentía él, se iba a tragar todas sus palabras. Los berserkers necesitaban el sexo para respirar, necesitaban el calor de su pareja y su energía, y si no tenían a su pareja, entonces necesitaban a una mujer. Un berserker drogado como él, hubiera tomado a Ruth durante toda la noche, sin escuchar sus súplicas porque se detuviera, sin oír sus gritos ni su dolor. Él, gracias a su autocontrol, no estaba cediendo a sus instintos simplemente porque ella se merecía la oportunidad de elegir, y porque la respetaba un poco más que el día anterior, y eso estaba por encima de su loco deseo por ella. Por ahora.
—¿Así que soy un animal? —repitió visiblemente herido por sus duras palabras.
—Sí.
—¿Y no te gusta que te toque?
Ruth tragó saliva. No le gustaba ni su modo de mirarla, ni el tono de su voz que la incitaba a que dijera lo que él anhelaba escuchar. Iba a mentir. Iba a mentir como una bellaca y lo peor era que estaba segura de que Adam lo sabría.
—No. Odio que me toques y que me hayas hecho esto. —Sus palabras fueron dagas directas a la paciencia de Adam que no aceptó las palabras de Ruth. Nunca lo haría, porque sabían que eran falsas, y quiso demostrárselo a ella y a sí mismo.
—Entonces si te toco aquí…
Deslizó la mano hasta abarcar su entrepierna y la penetró con un dedo hasta el fondo y sin ningún aviso. Ella ya estaba húmeda por las anteriores veces, pero la impresionó igual.
—¡Adam! —Intentó sacárselo de encima golpeándolo en el pecho, pero él le inmovilizó las manos con una de las suyas y se las colocó por encima de su cabeza. Ruth hacía negaciones y tragaba saliva compulsivamente.
—Y si lo muevo así —le introdujo más el dedo, lo volvió a sacar y luego volvió a la carga con dos, metiéndolos hasta los nudillos.
Adam no sabía qué demonio lo había poseído, pero estaba furioso por lo que ella le había dicho. Ruth gimió ante una nueva penetración y se arqueó contra su mano. Avergonzada por su debilidad ante él, apartó la cara y se mordió el labio inferior para no decirle que continuara.
—Katt… —musitó él con suavidad. No iba a hacerle más daño del que ya le había hecho—. Tu cuerpo no miente como lo hace tu boca. Estás húmeda y dilatada para más. Pero quiero demostrarte que no soy nada de lo que me acusas —rotó los dedos, los sacó y los volvió a meter con más suavidad—. Podría meterme dentro de ti, ahora mismo.
Ruth lo miró con alarma.
—Pero no lo haré.
Ella alzó las caderas y cerró los ojos con fuerza. La cabeza le daba vueltas y las entrañas le quemaban como nunca.
—Vamos, córrete. Ahora.
Fue oír la orden de Adam y ella obedeció. No le quedaba orgullo ni dignidad, simplemente disfrutó del orgasmo. Adam sintió como Ruth le apretaba los dedos y los soltaba. Las contracciones eran duras y prolongadas, arrasándolo todo a su paso. Se levantó de la cama, huyó de ella para no hacerle daño. Desnudo contra la pared, asustado e inseguro de su propio autocontrol la miraba atormentado. Esa mujer lo volvería loco. Debía apartarse de ella, y rápido. La necesidad de hacerla suya y la fiebre del acoplamiento berserker estaban a punto de someterlo, pero Ruth no era la elegida. Le hormigueaban los dientes y se le habían puesto los ojos rojos de nuevo. Amarillos para la guerra. Rojos ante el deseo. Su cuerpo temblaba y estaba a punto de sufrir un colapso por la excitación no calmada.
—Puede que sea un animal —dijo abriendo la puerta de la habitación. La miró por encima del hombro—. Pero tú eres una mentirosa, Cazadora. Y esta vez, mientes de verdad.
—¡Lárgate!
Adam salió por la puerta con el gesto altivo y cerró la compuerta dejándola sumida en la oscuridad. Ruth se hizo un ovillo y hundió la cara entre sus rodillas. Lloró de rabia e impotencia, de nervios y miedo, de pena y de tristeza. Lloró por haber discutido con él de nuevo. Porque no se había quedado abrazándola ni acariciándola, diciéndole que había sido especial para él como lo había sido para ella. Odiaba discutir con él. Le sentaba mal física y emocionalmente. Le sentó mal hacía mes y medio y ahora no era diferente. ¿Qué tenía Adam? ¿Qué era él para ella? ¿Por qué la afectaba así?
Debía tomar una decisión respecto a ellos y su situación, y hacerlo pronto porque no podía arriesgarse a exponerse a él y su juicio y salir perdiendo de nuevo. Se durmió conjurando las manos y las caricias de Adam, meciéndola como no había hecho y besándola como ella hubiera deseado.