CAPÍTULO 11

Ruth se interesó de golpe por las palabras de As. Repasó a Adam de arriba abajo y estimó la posibilidad de hacerlo su esclavo. ¿Tendría esa suerte? No deseaba otra cosa que vengarse de él. Y se moría de ganas de hacerlo, pero eso supondría descontrolarse con él. En todos los aspectos. O todo o nada. Sin embargo, alguien debía poner el sentido común en toda esa locura.

—Un slave es lo más bajo de la escala social en nuestro clan —prosiguió As—. Adam podría perder todo el respeto que tanto le ha costado conseguir en estos tres siglos. Y lo haría porque es un hombre de honor y reconoce que se ha equivocado. Él se ha ofrecido a ella, nadie ha tenido que impulsarlo a hacerlo. Aunque si te soy sincero, yo mismo iba a castigarlo de ese modo por su comportamiento. Por eso llevaba el hallsbänd[18] conmigo. Me alegra que haya sido idea suya.

—¿Ibas a hacerlo? —preguntó Aileen asombrada.

—Quiero a ese berserker como si fuera un hijo —suspiró cansado—, pero los errores se pagan. Caleb pagó por lo que te hizo. Adam debe pagar por lo que le haya hecho a Ruth. Nuestro clan exige respeto a hombres y a mujeres. No nos gustan los abusos. Y si hay ofensa, debe darse la oportunidad para que de lugar el perdón.

Aileen asintió mientras observaba la escena.

—¿Leder? ¿Estás de acuerdo, entonces? —Adam ansiaba la respuesta de As. Necesitaba arreglar las cosas con Ruth. La necesitaba para volver a contactar con Sonja y averiguar lo que sucedía. La necesitaba para dar caza a Strike y a su madre.

—¿De qué estás hablando, chucho? —no pudo obviar la pulla. Ruth estaba nerviosa y no le gustaba nada cómo la miraba Adam, como diciéndole que no se iba a escapar de él jamás—. ¿Es que te has vuelto loco?

Adam sonrió. Ruth no le tenía ningún respeto, así que su relación tampoco iba a ser muy diferente de lo que ya era.

—As, sabes que es lo mejor. Ruth necesita protección. Yo se la daré.

—Ni lo sueñes. —Tener a Adam a sus órdenes sería muy divertido y le iba a hacer pagar por todo, pero por otro lado no sería bueno ni para su salud mental ni para la emocional. Lo mejor sería no verlo más. Olvidarse de él—. No quiero ni que te me acerques. ¿Me has entendido?

As asintió, ignorando la diatriba de Ruth.

—De ahora en adelante, tu papel como noaiti y como guerrero pasa a segundo plano. Vivirás para servir a Ruth, ella será tu ama. Que así sea. Ruth —la miró.

—¿Estáis dementes? ¿Es que nadie me escucha? ¡No! ¡No quiero! —los ojos ambarinos de Ruth echaban lenguas de fuego.

—Ruth —As intentó tranquilizarla—. Es lo mejor. Adam se cortaría un brazo antes que hacerte daño u olvidarse de tu seguridad. Ahora eres una pieza importante en nuestro clan. La Cazadora necesita a alguien cerca en las noches de cacería, alguien que cubra sus espaldas y que esté dispuesto a jugarse la vida por ti. Deja que Adam se redima de este modo. Deja que esta sea nuestra forma de pedirte perdón. Es justo, ¿no crees?

—Creo que no lo es —sentenció Ruth. Pero ya sabía cómo iban las cosas con los clanes. Su voluntad no era importante ante la de seres de miles de años de edad, procedentes de linajes de los dioses. Se mordió la lengua y sintió que le escocían los ojos—. No importa lo que yo diga, ¿verdad?

Adam apretó los puños. Pensó que Ruth se alegraría al saber que podría hacer con él lo que quisiera. ¿Por qué no disfrutaba con la idea? Se giró para encararla.

—Esto va más allá de ti y de mí. No se trata sólo de lo mal que tú lo puedas pasar. —La miró fijamente a los ojos—. Me voy a humillar ante ti, Ruth, y tendrías que aprovecharte de ello. Pero es que no sólo se trata de que yo me humille y de que tú te lo pases bien. Eres el nexo de unión entre las almas del Midgar. Tu papel para que los ciclos se cumplan y la vida siga su curso es tan importante… —admitió apasionado—. Por alguna razón, un grupo de berserkers, entre los que se encuentran la zorra de mi madre y su amante, al parecer están planeando algo horrible. Podrían acabar con nosotros, podría desencadenarse el infierno en la tierra, ¿entiendes? Déjame ser quien reciba los golpes por ti, me lo merezco y tú realmente necesitas la constante protección de alguien. Soy un chamán, Ruth. Soy fuerte.

—Un chamán que ha perdido su don —alzó una ceja despectiva—. Fallaste conmigo, Bobby bonito.

—Un chamán que malinterpretó lo que recibió —contestó entre dientes—. Pero soy poderoso. Úsame.

Ruth parpadeó repetidamente para olvidarse de los ojos hipnóticos de Adam. ¿Que lo usara? ¿Adam le estaba pidiendo realmente que lo usara? Ese hombre no sabía lo que decía. A ella no la podían desafiar de esa manera, porque para ella, un desafío era como una zanahoria para un conejo. Irresistible. Y más con las ganas de revancha y la rabia que sentía hacia él. Disfrutaría demasiado de su venganza. No tendría escrúpulos. ¿De verdad que Adam quería ser su esclavo?

El berserker se pasó la mano por la nuca. Quería hacer algo más para convencerla, pero no sabía cómo delante de todos los allí presentes. Ella tenía que aceptarlo, maldita sea.

—¿Qué pasa, Ruth? —su tono se volvió frío—. ¿Te vas a escudar en tu trabajo? ¿Tus noches de fiesta? ¿El alcohol? ¿No vas a aceptar tu misión? Vas a huir, ¿verdad? ¿Es demasiado para ti?

—Ten cuidado, Adam. —Su cuerpo temblaba ante los ataques de Adam. No lo aguantaba. Pero Adam la obligó a mirarlo.

—No te vas a ir. ¿Vas a ignorar tu responsabilidad? —siguió pinchándola—. Claro, es fácil hacer oídos sordos cuando quieres seguir teniendo los excesos y la vida fácil que tenías desde que has llegado aquí.

—¿Vida fácil? Mi vida ha sido un infierno desde que nací, gilipollas —gruñó con el rostro rojo de la ira—. Y llegar aquí, y conocerte, ha empeorado las cosas. Tú no sabes nada de mí.

—Sé lo que necesito saber. Ha llegado el momento de hacer algo que valga la pena en tu vida, ¿no te parece? Véngate. Vamos, aprovéchate de mí. La Cazadora se respeta y es respetada por todos. ¿Qué harás si no aceptas mi protección? —le espetó en voz baja. Necesitaba provocarla y que Ruth sacara las garras para que reconsiderara su trato—. ¿Buscarás refugio entre los brazos de Limbo? Él no está aquí, así que aún puedes ir a buscarlo. Pero te faltará Julius para el trío, ups… lo acabas de atravesar con una flecha.

—¡Hijo de puta! —Lo empujó. ¿Cómo podía creer eso todavía? Echó mano a su carcaj y cogió una flecha para dirigirla directamente a su garganta. La mano le quemaba al entrar en contacto con la energía de la Diosa, pero había logrado sorprender a Adam. Si quería provocarla, lo había conseguido—. Me gustaría quemarte la lengua con esto.

—Ruth, deja eso —le pidió As preocupado.

Aileen sonreía ante la valentía de Ruth.

Adam miró la flecha. Qué luz tan extraña tenía. Era fascinante igual que la mirada de esa chica.

—No sabes nada de nada —gritó Ruth—. Coge a Julius antes de que se le fría la garganta y pregúntale lo que pasó. Mintieron.

—No es verdad —contestó Adam rabioso—. Dieron todo tipo de detalles.

—Ya es suficiente. —Lo empujó por el pecho. La paciencia de Ruth explotó. Adam se iba a enterar de a quién estaba provocando—. Por el bien del clan y del resto de la gente que te rodea, vas a dejar de ser chamán. —Sonrió con malicia. Había rebasado su límite, así que no le importó ceder. Quería venganza, y Adam no sabía dónde se había metido porque si había alguien que podía ser una gran cabrona cuando le hacían daño, ésa era ella—. Voy a desvincularte ahora mismo de ese título, así no sufriremos tus predicciones ni tus suposiciones nunca más. —Se alzó de puntillas y a un centímetro de su boca le dijo—. Acepto el pacto. Eres mi esclavo, Adam.

Adam sonrió orgulloso.

—¡¿Lo has oído, leder?! —gritó complacido, sonriendo a la humana como un petulante.

—Bien —As asintió y se puso a recoger los cuerpos heridos de los dos berserkers que seguían vivos—. Tu juramento queda aprobado, Adam. Ruth ha aceptado tu esclavitud. Ha proclamado las palabras en voz alta. Sellemos el acuerdo.

Ruth no estaba arrepentida, pero entendió demasiado tarde lo que había dicho. Adam la había provocado para que ella dijera eso exactamente. Bien, pues si así iban a ser las cosas, ella iba a sacar petróleo de la situación.

El berserker la quería a ella como su ama, y de repente, sintió un calorcillo en la parte baja del estómago. Se estaba excitando con la idea. Era consciente de que se había metido en la boca del lobo, y él estaba encantado de que ella hubiera bajado la guardia lo suficiente como para caer en su trampa.

—Muy bien, Cazadora. Ya hay un compromiso verbal, es irrompible.

Ruth lo atravesó con la mirada y luego le dio la espalda alejándose de él. En otras circunstancias no se hubiera comprometido con algo así, y menos, tener a un hombre tan intimidante como Adam siguiéndola por doquier, acaparando toda la luz y todo el aire que ella necesitaba. Pero era Adam. Un provocador que la había pinchado para que ella estallara de ese modo. Ahora los dos iban a acarrear con las consecuencias. Y ella iba a cobrarse por todo.

—¿Vendrás a mi casa a vivir o bien voy yo a la tuya? —preguntó él con una sonrisa diabólica, siguiéndola de cerca.

—Tú te pinchas. Mi casa no la vas a pisar —contestó Ruth, incrédula ante su sugerencia.

—Son veinticuatro horas a sol y a sombra —explicó Adam indiferente—. Debo tenerte vigilada y satisfecha. Ser un slave conlleva muchas responsabilidades.

Ruth se detuvo. Su cuerpo era una vara tiesa y temblorosa. Se giró y lo encaró, sin saber qué responderle. ¿A qué se refería con eso de mantenerla satisfecha? ¿Era lo que ella imaginaba? ¿Estaban pensando en lo mismo? ¿Qué sabía él de lo que ella deseaba? ¿Así que iban a jugar?

—Vendrás a mi casa, entonces —murmuró él asintiendo con la cabeza y rascándose la barbilla—. Es donde mejor puedo ocuparme de tus necesidades y de salvaguardar tu vida. A mis sobrinos no les conviene cambiar de aires ahora, están muy asustados y es mejor rodearles de un hogar que conozcan. Ellos son lo más importante.

—Vaya, me enterneces —comentó sarcástica—. Pero que yo sepa, no somos una familia. ¿Por qué debería importarme tu comodidad ni su seguridad?

—Tampoco yo quiero que formes parte de la mía —se encogió de hombros—, no te confundas. Pero es lo más seguro. Además, no creo que seas muy maternal, ¿no? —Si se dio cuenta del respingo que dio Ruth al oír eso, lo disimuló muy bien—. Pero no creo que pueda protegerte en Notting Hill, con tu amigo hacker dando tumbos por ahí, y luego —se acercó a ella como una pantera—, tus correrías nocturnas —susurró malvado—. Tendré que vigilarte. Al parecer te gustan los traidores —señaló a Julius con la cabeza.

Seguía provocándola. La insultaba, maldito fuera. Reventó. Apretó los puños y miró a los pequeños.

—No sé si te has dado cuenta, pero te he salvado la vida incluso después de haber aguantado tus insultos y tus vejaciones, y además, me he hecho cargo de tus sobrinos. ¿Cómo te atreves ahora a empujarme de ese modo? ¿Estás celoso, perrito? ¿Quieres llamar mi atención?

Ruth estaba adorable. Allí plantada delante de él, con el ceño fruncido y toda esa rabia apasionada que iba dirigida solamente a él. Adam sintió como el monstruo entre sus piernas cobraba vida. Olía la esencia de Ruth por todos lados.

Melocotón.

Ahora lo insultaba y lo maldecía, pero él casi no la escuchaba. Estaba perdido en esa mujer. Su cerebro no procesaba toda la información del ambiente, se centraba únicamente en ella. ¿Cómo podía ser? Si Ruth no era su tipo.

—Nora y Liam estarán muy orgullosos de ti —continuaba Ruth. Los niños se habían quedado rezagados y acurrucados el uno contra el otro, y miraban la escena con interés—. ¿Quieres ser mi esclavo? Es que incluso esa palabra es repugnante —comentó asqueada—. Pues prepárate para servirme en tu propia casa —los ojos ambarinos de Ruth brillaron desafiantes.

Adam borró la sonrisa de su cara. Él se había puesto en aquella situación y ahora, ante los ojos incendiados de la joven, no sólo estaba cachondo, sino que además sabía que aquello iba a suponer todo un desafío para sus nuevas intenciones hacia Ruth. Por supuesto que le había salvado la vida, no era tonto. Su sueño, mezclado con las profecías de su padre, le habían confundido, pero era de sabios rectificar, e iba a robarle a Ruth cualquier oportunidad que le diera para solucionar todos los malos entendidos. La chica era una golfa, pero no era una asesina.

—Así que… vas a jugar, ¿eh?

—No —Ruth se tornó fría como el hielo—. Entre tú y yo no hay juego que valga, Adam. Es una guerra, declarada y abierta. Sin tapujos, sin compasión, sin segundas oportunidades. Voy a emplear hasta mi última gota de sudor en humillarte, cerdo insensible. Tanto o más de lo que tú me has humillado a mí. No has tenido piedad conmigo, yo tampoco la tendré contigo. Mi naturaleza es de ojo por ojo. No soy buena.

As, Caleb y Aileen los escuchaban con atención mientras enterraban los cuerpos de los traidores, y Caleb y Aileen los incineraban con sus dones mágicos.

—¿No tenemos palomitas? —preguntó Caleb sin perderse una sola palabra de la discusión.

—No seas malo —contestó Aileen con una sonrisa. Miró los cuerpos desmenuzados que estaban recogiendo. Era una pena que los vanirios no pudieran leer la sangre de los berserkers. Y era una pena que tampoco pudieran leer la sangre muerta, de poder hacerlo, averiguarían qué querían y cómo se estaban organizando.

—Me parece justo —continuó Adam sin importarle los espectadores que pudieran tener. En ese momento le habría parecido justo que le cortaran las dos piernas si así conseguía llevarse a Ruth con él.

Pero a Ruth no se lo parecía. No lo había oído ni una sola vez decirle con el corazón, con total sinceridad y convicción, que lo sentía. La había puesto entre la espada y la pared para que ella aceptara ese maldito trato del slavery, cosa que ella había tomado encantada.

Aileen la miró afligida, y Ruth la miró a su vez. Su amiga no hubiera podido cambiar las cosas, sobretodo si debía ir en contra de la palabra de As. Nadie cedía, nadie daba el brazo a torcer. Ella ya podía expresar sus deseos que iban a caer inmediatamente en saco roto. En las novelas románticas, que Aileen ya la había aficionado a leer, los hombres no eran tan capullos. Los vanirios y los berserkers rompían el molde. Pues ya estaba bien. Si el mundo de los clanes, los berserkers, los vanirios y la madre que los parió eran mundos crueles y duros, ella debía adaptarse por supervivencia, y ahora aún más, ya que pasaba a formar parte activa entre sus filas. Las cosas iban a cambiar. Estaba harta de que jugaran con ella como una marioneta. Se acabó.

—Adam —As se aclaró la garganta. Tenía ese extraño collar de metal negro y púas plateadas en las manos—. Deja que Ruth te ponga el hallsbänd. El hallsbänd es un collar sumiso —explicó As entregándoselo a Ruth—. Se le pone al slave para que muestre al clan que está dominado por una mujer. Que no es más que un esclavo, y que obedecerá todas sus órdenes, todos sus deseos anteponiendo así las necesidades de ella a las de él.

—Nos vamos —Caleb tomó a Aileen de la mano—. No hace falta ver esto.

—No —Aileen se plantó y lo miró con sus ojos violetas—. Quiero verlo, Caleb. Yo vi lo que te hicieron a ti —murmuró acariciándole la barbilla con un dedo—. Adam ha tratado mal a Ruth. Quiero verlo.

—Esto es un castigo, Caleb —explicó As—. Adam se ofreció como tú lo hiciste. Será su penitencia.

—No sabes la que te espera, perrito —susurró Ruth al oído de Adam sólo para que él la oyera mientras los demás discutían.

—Pueden cambiar las cosas —explicó As—. El pacto puede romperse por sí solo si…

—¡Basta! —rugió Adam—. No hay más que hablar. No necesita explicaciones de ningún tipo, As.

—Pero tiene que saberlo —se quejó el leder.

—¿Saber el qué? —preguntó Ruth rodeando el enorme cuello del berserker con aquel collar pesado y caliente al tacto.

—No tiene que saberlo. No hay que forzarle a nada —negó Adam—. Además, es imposible. Ahora ponme el maldito collar.

—Ruth está marcada. ¿Crees que soy tonto? —musitó As incómodo al oído de Adam.

Abrochó el collar. Los extremos metálicos se unieron como si fueran imanes, como si la atracción entre ellos fuera demasiado fuerte. Si el berserker antes parecía peligroso, ahora era todo un espectáculo. Las pequeñas púas plateadas de acero alrededor del cuello mandaban un mensaje subliminal a todo aquél que lo observara: «Cuidado. Muerde».

Cuando se oyó el clic del cierre, Adam gruñó y fue víctima de miles de temblores. Ruth se apartó asustada. El cuerpo del berserker empezó a sudar, y su cara se tornó salvaje. Estaba sufriendo. Sentía dolor. Los ojos se le volvieron amarillos. Ruth se abrazó a sí misma e ignoró el impulso absurdo de correr hacia él y calmarlo. Adam echó la cabeza hacia atrás y gritó como un poseso, enseñando sus dientes blancos y perfectos, y marcando todos los músculos y venas de su cuello. Los incisivos superiores se le alargaron. Un espectáculo es lo que era. Una bestia salvaje.

Impresionada, no podía dejar de mirarlo. Una línea de letras rúnicas se grabó a fuego en su piel dos dedos por encima del collar, en el lateral de la garganta de Adam. A Ruth la escena le pareció angustiosa y escalofriante. Adam respiraba con dificultad y parecía realmente abatido.

As asintió, y con el rostro impasible, le ofreció la mano a Adam para que se levantara. Éste la tomó y se pasó la mano por la cabeza, en un gesto que Ruth ya conocía perfectamente. Nervios. Estrés. Incertidumbre.

—Ha sido honorable, Adam —As le estrechó la mano con más fuerza—. Estoy orgulloso de ti.

Adam asintió terriblemente cansado.

—Nos llevamos a Julius para interrogarlo —informó el líder—. No vamos a hacerlo aquí. Por el momento hay que mantener esto en secreto hasta que sepamos a qué nos estamos enfrentando. Ruth, tu pon al corriente a Adam y explícale todo lo que sepas sobre su hermana, Nerthus, las flechas asesinas que disparas y todo lo demás.

—Esperad. —Ruth no apartaba su mirada furiosa de Adam—. ¿Podéis traerme a Julius un momento?

La obedecieron sin rechistar. Julius estaba pálido y con los ojos enrojecidos de dolor. El pelo rubio le caía por la espalda y los labios dibujaban un fea mueca de agonía. Las dos flechas de luz parpadeantes le atravesaban el cuerpo. Fascinada, las tocó. La energía fluía a través de ella. Una energía pura, llena de calor que le recordaba a orígenes perdidos y calderas de almas. Una energía que formaba parte de quien ella era.

—Julius. —Ruth lo tomó de la barbilla—. ¿Me escuchas?

—Sí —contestó en un gemido.

—Me siento como Khalan de la Leyenda del buscador —murmuró fascinada—. Adam va a preguntarte algo. Quiero que le respondas la verdad.

Julius asintió con la voz estrangulada.

Adam comprendió perfectamente lo que Ruth quería que él preguntara.

—Pregúntale, slave —le ordenó Ruth con desdén—. Es incapaz de mentirte. Las flechas están hechas de una energía tan pura que actúan en el cuerpo como un suero de la verdad.

—¿Qué deseas que le pregunte? —Adam movió el cuello, disgustado consigo mismo y con la sensación de aquel metal oprimiéndole la garganta.

—Lo que has juzgado tan a la ligera, sin cerciorarte de si era verdad o no.

Adam apretó la mandíbula y miró a Julius con desprecio. La verdad era que no le apetecía oír detalles.

—¿Quieres que le pregunte qué tal follas?

Ruth no lo pudo evitar. La bofetada llegó rápida e inesperada como una granada que explotaba en la cara. Todos miraron a Ruth, entre la sorpresa y el asombro, pero nadie dudó de que Adam lo tuviera merecido.

—Te la debía. Y ahora, ¡pregúntaselo! —su voz sonó rota y llena de dolor—. ¡Pregúntaselo!

Quiso atravesar a Ruth con la mirada, y luego deseó atravesarse la garganta él mismo por provocarla tanto como lo hacía. Lo había abofeteado delante de Liam y Nora, aquello era humillante. Merecido, pero humillante. La verdad era que no quería oír los detalles. No quería volver a escuchar las posturas que habían practicado ni lo que ella tantas veces le había susurrado al oído mientras los tres hacían un ménage. No quería escuchar lo que pudiera decirle Julius sobre ella y su modo de besar, o de acariciar, o de tomarlo en su interior, o con sus manos…

Mierda. Temblaba. Estaba temblando porque se negaba a obedecerle, y el collar provocaba descargas eléctricas cuando el slave no obedecía a su barnepike[19].

—Pregúntaselo te he dicho, esclavo —repitió Ruth cogiéndole de la pechera de la camiseta negra que llevaba.

La lengua le ardió y las palabras salieron solas.

—¿Tú y Limbo os acostasteis con Ruth? —ni siquiera la miró. Apretó los dientes para esperar los detalles.

Julius negó con la cabeza.

—No. No lo hicimos. En la noche de las hogueras todos hablaban de lo ardiente que parecía la humana, sobre todo los vanirios. Entonces había empezado la tregua entre los clanes, pero Limbo y yo teníamos nuestro recelo. Ruth nos gustó, ¿a quién no? —intentó encogerse de hombros—. Es dinamita pura, con esos ojos y esa boca…

—Al grano, Julius —dijo Ruth roja como un tomate.

—Algunos vanirios iban a entrarle, era un auténtico imán, así que Limbo y yo fuimos a marcar territorio. Queríamos demostrar que las mujeres preferían a los berserkers, así que pasamos la noche bailando con ella, y luego extendimos el rumor acerca de que ella…

—¡Maldito hijo de una perra en celo! —gritó Adam agarrándolo del pelo. Estaba fuera de sus casillas, quería matar a Julius por haberle hecho creer que la habían tocado y que ella se había dejado.

—¡Suéltame! —gritó Julius dolorido—. El rumor se nos fue de las manos. Todos los machos estaban orgullosos de nosotros, nos daban palmadas en la espalda felicitándonos por haberles cortado el rollo a los vanirios. No podíamos desmentirlo y quedar como unos mentirosos. Tío, entiéndelo.

—¡¿Que lo entienda?! —Adam lo golpeó en la cara—. Lo que entiendo es que preferisteis difundir que Ruth era una puta a reconocer que no dejó que la tocarais.

—Ruth tiene miedo a la intimidad, no se deja tocar, tío. A duras penas le di un chupetón y casi me cortó los huevos por eso. Sólo deja que la toquen lo justo para ponerte cachondo y luego darte puerta. Y te pone a mil, te lo aseguro… —miró a la Cazadora con lascivia.

—Púdrete, Julius —sentenció ella más tranquila. Ver que por fin Adam sabía la verdad liberó el peso de sus espaldas, y ahora, después de todo, sabía que lucía como si le hubiese pasado un tráiler por encima, y luego, hubiera dado marcha atrás para asegurarse de que realmente quedaba desvalida.

—Eres una vergüenza para los berserkers —espetó Adam soltándolo del pelo—. Y Limbo es la misma mierda que tú, me encargaré de él más tarde. Lleváoslo de aquí antes de que le arranque el corazón.

—Vamos —ordenó As—. Lo llevo a las mazmorras. No saldrá de ahí. Si Ruth te lo permite, mañana —As miró a la joven pidiéndole permiso con humildad—, me gustaría que vinierais juntos para interrogarle. Ahora debes descansar, Cazadora.

Ruth asintió. Estaba abatida, su cuerpo era presa de extraños estremecimientos. Le ardían los pechos y entre las piernas, y ni siquiera sabía por qué.

—Caleb y Aileen estarán ahí también, todos debemos entender lo que pasa —prosiguió As.

—Abuelo —dijo Aileen—, vamos a recoger a Noah. Estará malherido.

Caleb puso los ojos en blanco, no le gustaba que Noah despertara tanta simpatía en su cáraid. El berserker no estaría malherido, lo que iba a estar era como una moto en cuanto le pusieran la inyección de choque. Necesitaría un cuerpo con curvas en el que desahogarse.

Adam estaba en el mismísimo infierno, ajeno a todo, excepto a Ruth. Seguro que lo estaba si el infierno era sentir como las llamas del arrepentimiento lo comían a uno por dentro, y arrasaban la garganta con un montón de palabras que necesitaba decir, y sin embargo, se quedaban estancadas entre algún lugar entre el pecho y el estómago. Justo ahí, como un nudo doloroso. ¿Por dónde empezaba? ¿Qué debía decirle a Ruth cuando ni siquiera un «lo siento» servía para expresar todo lo arrepentido que estaba?

La había tachado de furcia, traidora y asesina. Y no era ninguna de ellas. ¿Y ahora qué?

—Joder… —se pasó la mano con impotencia por la cabeza.

—Andando. —Ruth se dirigió hacia Liam y Nora, y les dio las manos a ambos—. Vamos a tu casa a ver a Noah. Está malherido —ordenó la Cazadora sin mirarlo a los ojos.

Adam tragó saliva ante aquel gesto suyo. ¿Ella se sentía avergonzada? Ni siquiera lo miraba. Era él quien había cometido todos los errores posibles. No ella. Ruth debía mantener la cara en alto, orgullosa y digna, justo como la Cazadora era.

—Dame a los niños, Ruth —se ofreció Aileen mirándola con compasión y preocupación—. Yo los llevaré. Tienes las plantas de los pies en carne viva, estás exhausta. Caleb puede llevarte a casa de Adam en un momento, ¿verdad, mo ghraidh?

—Por supuesto.

Ruth asintió sin estar conforme, y dejó que Aileen cargara finalmente con las criaturas.

—Aileen —Ruth la detuvo dulcemente intentando tranquilizar las cosas entre ellas—. Yo…

—No digas nada —le advirtió afligida—. Lo merecía por haberte dejado a merced de Adam.

—No. No lo merecías —contestó ella negando con la cabeza y los ojos humedecidos—. No podías hacer nada. Sabes que tengo temperamento, y esto me ha sobrepasado un poco.

—A ti no te sobrepasa nada —atajó ella con orgullo—. Quiero que sepas que he pensado en ti a todas horas. Me daba miedo lo que él pudiera hacerte. Estaba tan convencido de que ibas a matarlo…

—Lo sé, créeme.

—Pero no hubiéramos permitido que las cosas se salieran de madre, Ruth. Yo sabía perfectamente que él estaba equivocado. Mi abuelo y el resto de nosotros también lo sabían. Vinimos aquí corriendo, al Tótem, para asegurarnos de que él no te hacía daño. Adam le explicó a As que en su sueño tú acababas con él aquí mismo. —Suspiró—. Eres la Cazadora —exclamó orgullosa—. Mi mejor amiga es la Cazadora. ¿Te das cuenta?

Ruth sonrió descansada y se abrazó a Aileen. Aileen a su vez la meció y le susurró al oído:

—¿Quieres un consejo?

—¿Mmm?

—Aprovéchate de ese hombre todo lo que puedas. Haz que venga a ti de rodillas y con el rabo entre las piernas. Tienes a un esclavo para ti.

—Sí, eso es inevitable. Que venga con el rabo entre las piernas. —Ruth se echó a reír. Se sentía extraña. Cansada y a la vez excitada. Bien. Eufórica. Y además tenía a Adam para ella solita. Se iba a enterar el «lobito».

—Véngate de él, provócalo —le aconsejó Aileen animándola a llevar al límite a Adam—. Nunca sabes lo que puedes sacar de esta situación. —La besó en la mejilla—. Estos hombres son muy bravucones, pero han ido a parar con mujeres de armas tomar. —Le guiñó un ojo—. Ahora nos vemos allí. —Cargó con Nora y Liam y se los llevó corriendo a la casa.

Ruth pensaba en las palabras de Aileen mientras la veía alejarse con los gemelos.

—Vamos, Ruth —Caleb se ofreció a cogerla y la alzó en brazos.

—No, Caleb. Tú no. Mi esclavo lo hará —dijo Ruth mirando a Adam con resentimiento.

Adam lo detuvo poniéndole una mano en el hombro.

El vanirio le dirigió una mirada acerada, justo la misma que Ruth le dedicaba.

—Me parece que Ruth se lo va a pasar muy bien contigo —comentó Caleb alzando a la joven entre sus brazos.

Adam gruñó como un animal herido. No le gustó nada verla tan «en contacto» con el vanirio.

—Caleb —la voz de Adam camufló un ruego humilde y silencioso. Sus ojos negros atravesaron su alma y supo que el vanirio se vio reflejado en ellos como el hombre que había sido una vez con Aileen. Caleb sabía que él también merecía una oportunidad con la chica. Adam quería redimirse y Caleb ya había aprendido a no ser juez de nadie.

—¿Estás tan arrepentido como pareces? —le preguntó Caleb.

—Las palabras no expresarían cuánto. Sólo los hechos. Así que, por favor —extendió los brazos hacia Ruth—, déjamela.

Era un ruego. Caleb lo observó por unos segundos interminables, asintió con solemnidad y le ofreció a Ruth.

—Ruth, no te hará daño —le aseguró Caleb.

—Lo sé. —Pronto iban a atormentarse ambos—. Como ya te he dicho, es mi esclavo.

Adam hizo oídos sordos a su pulla y la tomó en sus brazos con posesividad, pero también con un cuidado que hasta ahora no había mostrado.

Caleb los estudió a uno y a otro. Ruth observaba al berserker y éste la miraba a su vez como si fuera una rareza frágil y hermosa que acababa de descubrir. Vaya dos. Carraspeó y dijo:

—Bueno, yo me voy a ir con Aileen. Veré qué tal está Noah, esperaremos a que vengáis y luego nos iremos. Más te vale que la cuides y la protejas, Adam —advirtió.

—Adiós, Cal —susurró Ruth.

Caleb sonrió con dulzura a Ruth y alzó el vuelo, desapareciendo entre las copas espesas y verdes de los árboles.

El berserker estaba ardiendo. Su cuerpo desprendía mucho calor, pero no el suficiente como para deshacer un poco la escarcha del corazón de la joven.

Adam la pegó más a su cuerpo encajándola a él de un modo protector. Empezó a caminar en silencio, inclinando un poco la cabeza para oler a Ruth. Ruth estaba sucia, cansada y dolorida, pero aun así olía de un modo que Adam no podía resistir. Sintió que le hormigueaban los colmillos y que su sangre rugía a toda velocidad por sus venas. El corazón le martilleaba con la intención de salirse de su pecho, y las rodillas le temblaban.

Era ella. Era la Cazadora la que causaba todo aquello en su sistema nervioso. Su cuerpo reaccionaba físicamente al de Ruth. Puede que la droga estimulante que le había inyectado Noah también lo tuviera alterado, pero no, él sabía que sus hormonas estaban disparándose. Reaccionaba con Ruth como si ella fuera su kone[20]. Qué extraño. Eso era imposible. Ruth no le iba bien a él. No encajaba en su vida. Él venía en un pack con niños, y los niños necesitaban protección. Una berserker podría dársela. Ruth, no.

Sin embargo, ya no lo podía negar. Ruth le gustaba. Antes renegaba de ella porque no quería sentir nada por una traidora y una asesina, y lo enloquecía que lo hiciera sentir de aquel modo. Se sentía asqueado consigo mismo, sucio y depravado por tener pensamientos y sueños sobre él y ella en la intimidad más salvaje, pero las cosas habían cambiado. La joven le había salvado la vida. La imagen de Ruth sosteniendo el arco y apuntando hacia él había sido tan exacta y tan perfecta a su sueño que por un momento creyó que estaba soñando. Sin embargo, la realidad lo sacudió. Ruth le había salvado la vida, apuntando y disparando a sus enemigos con una precisión digna de una gran arquera. El contacto que había sentido en el sueño no era el de las flechas clavándose en su cuerpo, si no el de las hachas desgarrando su piel.

La chica había peleado y protegido a sus sobrinos como una amazona. Cuando se había lanzado sobre el berserker exigiendo que soltara a los pequeños, Adam había estado a punto de sufrir una apoplejía. Además, hablaba con su hermana muerta porque era la encargada de devolver las almas a su lugar de origen. Y por último, y para más humillación, Ruth había sido calumniada por dos traidores de su clan y, él y todo el mundo, les había creído. Al descubrir que ella no había compartido su cuerpo con ellos dos se sintió liberado, y se llenó de una extraña calma, seguida por cantidades de complacencia y rematado por una súbita necesidad de marcarla sólo para él.

Pero Ruth no era la idónea. Margött era la mujer que él quería para sus sobrinos y también para su equilibrio mental. Margött podría soportar el intercambio de chi del acoplamiento, el frenesí del berserker. Sería demasiado para una humana como Ruth.

No, definitivamente, eso no era para ella.

Sin embargo, la belleza clásica de Margött no lo estimulaba como lo atraían esos ojos ámbar y el glorioso pelo rojo oscuro de la Cazadora.

Para él, cualquier mujer palidecía al lado de alguien tan estimulante como ella, como Ruth.

Margött era hermosa. Obediente. Dulce. Y amaba a los pequeños. Era una mujer del clan y podría acoplarse con él. Ella era la mejor elección, siempre lo sería.

Ruth le volvía loco. Era increíblemente sexy pero no la veía capaz de responsabilizarse de nadie. Pero ¡si hasta entonces no se había responsabilizado ni de ella misma! Y encima tenía que guiar a las almas de vuelta a casa… Las nornas se habían vuelto locas. Aun así, tenía un gran dilema.

Las máscaras se habían caído, y mientras que Ruth ahora se erigía como una mujer llena de dignidad y además marcada por los dioses, Adam se sentía avergonzado de sí mismo. Había fracasado como chamán, y había hecho el pacto slavery para proteger a Ruth y para tenerla con él. Porque la iba a tener con él todo el tiempo, ella era… de él, lo que durara el pacto. Y eso se lo iba a dejar claro. A lo mejor el tiempo curaba las heridas, puede que Ruth llegara a perdonarle, y si algo tenía a su favor, era que él no se iba a rendir con facilidad. Estaría con ella y disfrutaría de ella lo que durase el pacto. Luego, una vez revocado, se quedaría con la apuesta segura que suponía Margött.

As había contado muchas cosas sobre el emparejamiento de los berserkers. Él había estado emparejado con Stephanie, la abuela de Aileen, hasta que una de las guerras que habían mantenido con los lobeznos acabó con su vida inmortal.

Según As, el anhelo, la necesidad, el contacto, la cercanía… todos esos instintos se despertaban, explotando como granadas internas cuando uno encontraba a su hembra.

Margött había sido la única de las hembras que tenía su respeto, ella era el ideal de pareja para un berserker como él. Pero aquella mujer tan pequeña entre sus manos, estaba a punto de poner patas arriba toda su vida.

Su cuerpo reaccionaba a la humana, no a la berserker.

Así que mientras llevara el hallsbänd, se encargaría de hartarse de Ruth. Al menos, intentaría ser su amigo costara lo que costara, y si eso llevaba a la cama tampoco iba a decir que no porque la deseaba con todo su cuerpo.

El emparejamiento con Margött tendría que esperar.

Ruth intentó apartarse un poco de él, aquella piel morena quemaba. Era un horno. Las manos de Adam la marcaban en la espalda y en los muslos. Así la tenía cogida.

Adam la alzó un poco más para que sus caras estuvieran más cerca. Él se imaginó cómo Ruth podría apoyar su cabeza en su hombro y abandonarse a él, confiada y segura. Pero la joven retorcía las manos en su regazo y miraba a todos lados excepto a él.

—¿Dónde has aprendido a disparar flechas así?

—Hice un trío con Robin y Legolas, y me enseñaron todo lo que sé. Ya sabes, esas cosas me van.

Adam la miró fijamente y gruñó con suavidad.

—Rodéame el cuello con tus manos —ordenó. Su voz sonó ronca. Ruth negó con la cabeza.

—No se te ocurra darme órdenes —contestó ella en voz baja sin mirarlo.

—Queda un rato para llegar a casa —explicó Adam—. Te cansarás, tienes la espalda muy rígida. ¿No estás cansada?

—¿Y a ti qué te importa? Podrías ir más rápido, puedes hacerlo —le sugirió ella con la voz ahogada.

—No quiero —la apretó más contra él.

Fuego. Fuego puro y duro. Ruth sintió que se ahogaba y que entraba en combustión espontánea. Le pareció tan correcto estar agarrada de ese modo por él. El cuerpo se le despertaba una vez pasado todo el miedo, y otro tipo de adrenalina corría ahora por su flujo sanguíneo. Era extraño y repentino reaccionar así a él. Pero era natural, porque Adam, aunque era un auténtico déspota y malvado con ella, seguía despertando sus instintos más salvajes y sensuales. Siempre lo había hecho. Él sí que era su tipo, pero la odiaba. Ella también quería aprender a odiarlo, pero no sabía hacerlo aun teniendo motivos para ello. Ahora, al saber que era su slave, sólo tenía ganas de obligarle a acariciarla, a abrazarla, y ella le demostraría que no era lo que él creía. Para ella era imposible ser indiferente a sus múltiples cualidades físicas. A sus ojos, a su boca, a su cuerpo de infarto. ¿Cuántos músculos tenían los berserkers? ¿Ese pecho y ese estómago eran legales?

—Tengo calor —susurró con voz lánguida apretándose ligeramente contra él.

Adam se detuvo en seco. Fantástico. ¿Ella tenía calor? ¿A él lo consumían las llamas y ella tenía calor? ¿Le tomaba el pelo? Me cago en la leche, puta droga afrodisíaca.

Ruth lo miró entre sus curvadas pestañas. Lo estudió y se estudió a sí misma, y con un raciocinio contradictorio para alguien que tenía el cerebro embotellado, alzó los brazos y rodeó el cuello de Adam con sus manos. No era malo, ¿no? Estaba cansada y además necesitaba apoyarse en él. Y… inhaló profundamente. «Dios mío, cómo huele», pensó. «¿Adam lleva una porra en el bolsillo?».

—Vaya, vaya… —sonrió ella con abandono y frotó su cadera contra su entrepierna—. ¿Y ahora qué hago con todas las veces que me has dicho que no soy tu tipo? Alguien está muy, pero que muy contento de verme. Después de todo, sí que te gusto.

Adam gruñó y siguió caminando.

Penitencia. Estaba pagando por todo lo que le había hecho. Caminaba por el bosque con una mujer a la que le apetecía saborear de arriba abajo, con una erección como la trompa de un elefante, y además, ambos estimulados por el afrodisíaco que habían utilizado para despertarlos. Ruth estaba reaccionando a esa sustancia, y él sabía que la cantidad era excesiva para una humana. O Ruth expulsaba la química de su cuerpo, o bien alguien tendría que darle lo que anhelaba. Y por Odín que nadie excepto él iba a tocarla.

Algo no iba bien. Ruth se sentía eufórica y con ganas de toquetear a Adam hasta que le salieran llagas en las manos. Aunque la había tratado muy mal, ahora nada de eso le importaba. Lo único que quería era chuparlo de arriba abajo como un Calippo.

—Adam, no sabes dónde te has metido. ¿Vas a obedecerme en todo? —los ojos de Ruth estaban vidriosos. Toda ella se estremecía ante el mínimo roce de su entrepierna. Algo iba muy mal. Su mente racional así se lo decía. Ella apretó los muslos con desesperación, cerró los ojos con fuerza y gimió lo más bajo que pudo—. Deberías correr.

—¡Joder! —exclamó Adam apretando los dientes—. ¡A casa cagando leches!

Se plantaron en su casa en dos minutos. Ruth estaba bajo los efectos de la droga, pero había sido consciente de la velocidad con la que él la llevaba. Era estimulante saber que alguien podría cargarla y transportarla con tanta ligereza.

Caleb y Aileen los esperaban. La híbrida los miró en estado de alerta.

—¿Está bien? —preguntó Aileen observando a su amiga.

Adam asintió muy tenso.

Caleb alzó una ceja y sonrió.

Adam hizo rechinar los dientes ante un nuevo movimiento de las caderas de Ruth, y Aileen frunció el ceño y palideció.

—Oh, no —dijo horrorizada—. No puede ser… ¡Adam, ni se te ocurra tocarla! No es ella misma.

—No lo haré. —No hasta que se fueran.

—Vámonos, princesa. —Caleb enlazó sus dedos con ella—. Deben descansar.

—¡No! Caleb, ¿es que no recuerdas cuando viniste a mí en ese estado? —se encaró con él y le suplicó con los ojos lilas llenos de alarma—. No puedo dejarla aquí sola con él.

—Perfectamente —la cortó él—. Lo recuerdo perfectamente. Y tengo ganas de llegar a casa para recordártelo todo.

Aileen se sonrojó, sus ojos lilas brillaron con anticipación, pero lo regañó con la mirada. Adam sonrió al verlos a los dos coqueteando delante de él. Necesitaba que se fueran. Encerrar a Ruth y encerrarse él… con ella.

—Contrólate, vanirio —murmuró Aileen dedicándole una sonrisa llena de secretos y expectación.

—Entonces, vámonos. —Caleb tiró de ella.

—No me atrevo, es que…

—Aileen, lárgate. Ya soy mayorcita —gruñó Ruth y la miró a través del velo del deseo.

Los tres se quedaron de una pieza al oír el tono tajante de Ruth.

—Lo que sientes no es real —le aseguró su amiga—. Ruth, si te quedas con él…

—¿Crees que me importa? —se apretó ligeramente contra Adam y éste aguantó la respiración—. Marchaos, por favor. Es mi esclavo, no me hará nada que yo no le ordene.

Adam apretó la mandíbula, y ella lo miró de reojo. Lo ignoró.

Aileen y Ruth se comunicaron con la mirada. Y Ruth, después de mucha tiempo, hizo algo por voluntad propia. Se abrió a la comunicación mental con Aileen y la conversación que tuvieron vino a ser ésta:

—Estoy cachonda y muy enfadada con él, pero está más bueno que un queso y ahora mismo lo único que me importa es que me den un buen revolcón. Y quiero usarlo, Aileen. Quiero castigarlo.

—Ruth, puede hacerte daño. Mañana no estarás orgullosa de lo que habrás hecho. Lo odias —le recordó—. Es el afrodisíaco lo que hace que estés reaccionando así.

—Claro que lo odio… creo. No me ha tratado bien. Estoy drogada pero no soy una maldita inconsciente. Voy a vengarme de él. No se atreverá a hacer nada que yo le prohíba. Y yo…, yo quiero estar con él. Mi cuerpo lo pide a gritos desde que lo conocí.

—Ya lo sé. Pero eres una atrevida, Ruth —la miró con cariño y complicidad—. Es un berserker, no es humano. La fuerza que él pueda tener…

—Él ahora está en mis manos. Me siento fuerte y poderosa. No te imaginas lo que he tenido que aguantar este tiempo por su culpa. Desde que apareció en escena. No me lo puedo quitar de la cabeza, Aileen. Y es humillante. Espero que lo que voy a hacer sirva para borrarlo de mi mente para siempre. Necesito que me deje descansar.

—Sabía que te gustaba mucho, pero no imaginaba que te afectara tanto —murmuró contrariada.

—No sabes ni la mitad —resopló. Claro que no, nadie lo sabía. Ruth tenía fijación por Adam. La imagen de él abrazándola la acompañaba todos los días. Había gente que al levantarse lo primero que hacía era pensar en desayunar o en el día que iban a tener. Ella no. Ella siempre pensaba en si se lo iba a encontrar en algún lugar y así poder hablar tranquilamente, y a lo mejor, hacer las paces. Y teniendo muchísima suerte, él la abrazaría de nuevo y ella lo dejaría hacer. Era muy tonta.

—Vaya… —lo captó todo—. Pues sí que estamos mal. Me tienes muy preocupada.

—Pues despreocúpate —le ordenó Ruth—. Ahora necesito que os marchéis. Yo ya he tomado la decisión. Es irrevocable.

Aileen asintió y enlazó los brazos al cuello de Caleb.

—Adam, si te queda honor, no le harás nada malo. Está drogada, no te aproveches de ella —le pidió Aileen.

Ruth gimió. Tenía la frente perlada en sudor y se mordía el labio con fuerza.

—No haré nada que ella no me ordene. Está a salvo.

La Cazadora sufrió un nuevo espasmo entre las piernas. Apretó la cara contra el cuello de Adam. Éste quiso rugir como un animal.

Caleb se reía de la situación. Se pasaba muy mal cuando uno estaba en ese estado.

—Noah está bien. Le he dado un estimulante para que le pase el efecto y ahora estará descargando su dolor de… —señaló la entrepierna de Adam—. Irá a casa de As por la mañana. Nora y Liam están durmiendo —explicó el guerrero—. Han caído rendidos —abrazó a Aileen por la cintura y la alzó pegándola íntimamente a su cuerpo. Caleb se maravillaba de lo fuerte que era el vínculo y la necesidad de ella día tras día—. As me ha dicho que trasladará un pelotón para cubrir tu casa mientras ambos descansáis. Os dejamos solos. Pero si vas a herirla de algún modo, es mejor que te desahogues con otra. Podemos hacer una llamada y traerte a alguien que te quite la picazón.

—Gracias. Ya os podéis ir, Ruth va a estar bien. —Ignoró el comentario del vanirio.

—Es mi amiga, Adam. —Le dejó claro Aileen señalándole con el dedo—. Mañana la veré, y como me cuente que le has hecho daño…

—No. Eso ya no puede pasar —miró a Ruth con respeto.

—¿Cómo nos vamos a fiar de ti, Adam? ¿Por qué íbamos a creerte?

—Porque Ruth es… porque es…

—Así que ahora es algo, ¿eh? —Aileen alzó una ceja y lo miró de arriba abajo—. Te puedo oler desde aquí… ¿Sabes si es tu…? —miró incrédula a Ruth.

—No lo es. Y tampoco importa —negó tajante.

—¿Que no importa? —se rio de él—. No le va a hacer ninguna gracia —negó preocupada.

A él tampoco se la hacía. Aquella mujer era lo último que le convenía. Por eso, el tiempo que pasara con ella iba a servir para exorcizarla de su mente para siempre.

—No lo es —gruñó Adam. No podía serlo.

—No estoy para cuentos —lo cortó Caleb—. Cuídala.

Ruth volvió a gemir en un estado de alarmante abandono.

Aileen comprendió que no podía estar ahí interponiéndose entre Adam y Ruth. Nadie se interpuso entre Caleb y ella cuando él la raptó. Y luego resultó que estaban destinados a estar juntos. ¿Y si Ruth era para él, y el odio y el miedo no se lo habían dejado ver antes?

—Trátala con cuidado. Ruth parece fuerte por fuera, pero en realidad es muy frágil. Si no cuidas de ella, Brave estará encantado de jugar al «busca» con tus huevos.

Caleb le guiñó el ojo a Adam, y se echó a volar con Aileen en brazos. Adam asintió divertido y se hizo a un lado para entrar definitivamente en su casa. Había llegado la hora de que ambos se desahogaran porque tanta rabia, tanta adrenalina y tanta tensión sexual, se expresaba mucho mejor sin ropa de por medio. Además, le estaba haciendo un favor, ¿no? Ruth tenía que expulsar la droga de su cuerpo, y él también.