CAPÍTULO 10

Nora y Liam no dejaban de temblar.

Ruth los abrazaba como podía, pero estaban tan asustados que no sabía cómo calmarlos. Le dolían los brazos y las piernas por haber estado tantas horas atada en la misma posición.

—No hagáis ruido. Permaneced quietos y en silencio —les había susurrado.

Liam los había llevado a su escondite secreto, un orificio lo suficientemente grande como para que se colaran dos niños pequeños, pero no tanto como para que cupieran tres personas, una adulta entre ellas. Ruth estaba de cuclillas fuera de la pequeña cueva. Los pequeños no perdían detalle de ella.

—¿Quiénes eran esos hombres? —susurró Nora con tristeza—. ¿Por qué pegaban a tío Noah? —sollozó—. Quiero a tío Adam. Quiero que venga…

—Chist, cariño.

Ruth se acercó a ella y le acarició el pelo rubio y ligeramente enmarañado. La pequeña era hermosa.

—No sé quiénes eran, cielo —contestó Ruth secándole las lágrimas con los pulgares—. Pero sé que no son buenos.

—¿Tío Adam estará bien? —preguntó Liam sorbiéndose la nariz.

Adam. No tenía ni idea de lo que había pasado con él. Ni tampoco sabía que ese hombre frío y peligroso tuviera a su cargo a dos niños pequeños. Lo último que sabía de él era que la había besado, tocado y drogado. Estaba enfurecida. Tanto, que no sabía si prefería que lo hubieran matado. Pero no, no era cierto. No quería que le sucediera nada. Una parte egoísta de ella no quería eso. Ella era inocente, y necesitaba que ambos vivieran sólo para verle rogar su perdón, y para comprobar si realmente era tan malo como se esforzaba en parecer. Por eso, y también por aquellos dos pollos asustados que se agarraban a su vestido como un trozo de madera flotante en medio de un maremoto.

—Él es fuerte —contestó finalmente—. Estará bien.

—Ruth, se acercan otra vez —alertó Sonja apareciendo de nuevo ante ella.

—¿Por dónde? —preguntó Ruth.

—Los verás aparecer en treinta segundos. Ahora ya te han olido y también vienen a por ti. Les ha sorprendido verte en casa de Adam. Por lo visto, no te esperaban.

—¿A por mí? ¿Quieren matarme? —Ruth echó mano del carcaj vacío—. No tengo ni una maldita flecha. ¿Y los niños? ¿Cómo se supone que debo defenderlos, Sonja?

—¿Hablas con… mamá, verdad? —preguntó Liam abrazándose a su hermana—. Nos ha escrito un mensaje en el espejo de nuestro baño, pero ella está muerta —explicó contrariado.

Ruth miró a Sonja con tristeza. Los ojos de la mujer eran el reflejo de su alma. Anhelaba hacerse ver ante sus hijos.

—¿Ellos no pueden verte ni oírte? —preguntó.

—Podrían si tú les dejaras. La Cazadora puede hacer que otros vean lo que tú ves, pero no es el momento. Aunque lo deseo con todo mi corazón…

Apunte mental: si salía viva de allí, haría que Nora y Liam vieran a su madre.

Ruth agudizó el oído y sintió los pasos largos y constantes de aquéllos que les perseguían.

—¿Dónde están? —gritó una voz de hombre—. ¡Él los quiere vivos, no les hagáis daño!

—¿Él? ¿Quién era él?

—Strike —contestó Sonja con el rostro envuelto en llamas de ira.

—¿Está aquí? —preguntó Ruth asombrada.

—No. Prefiere enviar a sus secuaces. Es un cobarde.

—Coged a los niños. Dejadme a mí a la chica —dijo otro de ellos husmeando el aire—. Tengo algo pendiente con ella.

Ruth reconoció esa voz. Alzó un poco la cabeza para confirmar sus sospechas.

—No dejes que Julius te atrape, Ruth. Su intención es hacerte lo que no te hizo mi hermano.

Ruth hizo rechinar sus dientes. Ese hombre no sólo era un mentiroso, sino que además, era un traidor. Ahí estaba, oliendo el aire, con la melena rizada y rubia y los ojos oscuros, fríos y vacíos. Lo iba a matar por mentir sobre ella.

—¿Y el noaiti? —preguntó otro berserker de tez oscura y brazos tan gordos como piernas.

—Tiene que estar ya muerto —contestó Julius—. Lo que no entiendo es cómo han salido los niños de esa casa acompañados de la humana. ¿Qué hacía ella ahí? No debía estar con ellos en ese momento. Hay que matarla antes de que nos delate.

—¡Ruth! ¡Voy a acabar contigo! —gritó otra voz furiosa que se acercaba hacia donde ellos estaban.

En cuanto oyeron la voz de Adam, los berserkers se escondieron subiendo a las copas de los árboles como perfectos pumas.

Se estremeció. La voz chorreaba furia y dolor en todos sus matices. No sabía quién iba a ir a por ella antes, si Julius y los demás o Adam. Se agachó y cubrió a los niños, que la miraban a su vez como si ella fuera la salvadora de la humanidad.

Adam llegó al claro del bosque. A varios metros de donde él estaba se erigía el Tótem como guardián del territorio de Wolverhampton. Los berserkers estaban escondidos, y él no los vería. Tuvo ganas de avisarlo, pero si lo gritaba a los cuatro vientos, los demás también la verían a ella y a los niños.

Adam inhaló las partículas de aire de su alrededor hasta percibir el perfume de Ruth.

Sus ojos se volvieron amarillos y salvajes, y clavó su mirada en el Tótem.

—Te encontré —susurró mirando la escultura de piedra con cabeza de lobo. Justo debajo, en el pequeño hueco que hacía el saliente de la roca, se hallaban los tres escondidos.

—Ruth, hay dos berserkers detrás de mi hermano. ¡Están a punto de matarlo!

Sonja estaba de pie, con la barbilla alzada y mirando directamente a Adam. Como era un espectro nadie la veía.

—Cazadora, haz algo… Por favor. Tienes que ayudarle. ¡Mi hermano necesita ayuda!

Ruth miró a Sonja, y luego a Nora y a Liam. No sabía cómo proceder, cómo actuar.

El carcaj está lleno de flechas. Sólo tú las puedes ver. Sólo tú las puedes tocar. Envía a esas personas al lugar de dónde han venido, Cazadora.

Ruth no podía creer lo que oía. Estaba segura de que eran María y la sacerdotisas. Recibió una imagen mental de ellas, las cuatro permanecían juntas con los ojos cerrados, cogidas de las manos, dibujando un triángulo perfecto con María en el centro. La estaban acompañando. Meditaban y contactaban con ella para darle su apoyo. No la habían abandonado como había dicho Adam. A él también lo mataría por mentirle.

Ruth tragó saliva. Inspiró con profundidad hasta llenar sus pulmones de esperanza y valentía. Se levantó y todo sucedió a cámara lenta. Extendió la mano.

—¡Sylfingir! —Al momento, un arco de líneas élficas de color ahuesado y peso liviano se materializó en sus manos. Emitía luz.

Adam clavó en ella su mirada, y ella la clavó en él. Ruth se erizó como un gato amenazado. Julius y el berserker negro se avalanzaron hacia Adam con unas armas que parecían hachas.

Ella apretó los dientes.

Adam rugió como un animal y su cuerpo cambió de tamaño mientras no dejaba de gritar. Era imponente. Sus músculos se hincharon, los rasgos de su cara se afilaron, su pelo negro y liso creció brillante, libre, insolente. Sus ojos brillaban rabiosos y amarillos, y ella no podía dejar de mirarlo. Sin embargo, no le daba miedo, aunque se le aceleró el corazón al verlo de aquella manera. «Son los estimulantes», se dijo.

Adam dio una zancada hacia ella, ignorante de los berserkers que tenía detrás. Lo cegaba el odio y la determinación.

Ruth llevó su mano al carcaj vacío, y esperó encontrar esas flechas que nadie, excepto ella, veía. Su corazón dio un vuelco. Tocó algo, lo pasó entre sus dedos, y con suma rapidez y elegancia, la que le había dado los casi quince años en los que había practicado tiro con arco, la colocó en la tensa cuerda. No era una flecha material. Era una flecha llena de luz azulada y quemaba al tacto. Sin tiempo para poder observarlo mejor, centró su mirada en los dos berserkers que iban a darle el primer hachazo a Adam.

No podía acabar con los dos de golpe. Acabaría primero con uno y esperaría a que Adam reaccionara para protegerse del otro.

Adam lo supo. Iba a matarlo. Aquélla era la imagen de su sueño. Ella disparándole una flecha. Él cayendo fulminado al instante.

Sólo dos cosas no habían pasado en su profecía. La primera era que no se la había tirado, y la segunda, que Ruth no llevaba ninguna capucha roja sobre la cabeza. Todo aquello había sido simbólico.

Ruth atacó primero al que estaba más cerca de Adam. Soltó la cuerda del arco, y la flecha pasó rozando la sien de Adam, clavándose entre ceja y ceja del berserker negro. No llegó a tiempo para evitar que Julius clavara el extremo de una de sus hachas en la parte posterior del muslo de Adam. Éste gritó impresionado cayendo bruscamente hacia atrás.

«¿La flecha me ha dado en la pierna?», pensó Adam. No era posible. La había sentido justo detrás del muslo derecho. Cuando Adam abrió de nuevo los ojos, Julius le sonreía. Lo miraba fijamente mientras retiraba el arma para volver a embestirle de nuevo. Adam no podía descodificar lo que sucedía. A su lado, un berserker al que no conocía estaba en coma, con una flecha clavada en la cabeza. ¿Qué demonios pasaba? ¿Por qué Julius lo atacaba? ¿Ruth había fallado? ¿Qué coño pasaba?

—Se ha acabado tu legado, noaiti —le dijo Julius al oído antes de alzar de nuevo el hacha para cortarle la cabeza—. Vienen otros tiempos en el Midgar.

Sin embargo, la cabeza de una flecha iridiscente fue la que atravesó el plexo de Julius.

—¡Puta! —gritó éste doblándose por el dolor y cayendo de rodillas al suelo—. ¡Id a por ella y coged a los niños! ¡Sobre todo a los niños!

Antes de que se le acabaran las fuerzas, Julius volvió a alzar el arma para darle la estocada final a Adam y cortarle el cuello.

Adam alzó un poco la cabeza para ver cómo Ruth volvía a sacar una de esas extrañas flechas, tensándola en la cuerda del arco. Él también se tensó ante aquella imagen. Ruth parecía brillar, estaba tocada por algún tipo de luz divina y celestial. Un ángel. ¿Lo mataría ahora?

Antes de que el hacha de Julius llegara a escasos centímetros de la garganta de Adam, Ruth soltó la otra flecha. Atravesó el cuello de Julius y éste cayó a su lado haciendo convulsiones, con los ojos en blanco.

Tres berserkers más se dirigían hacia Ruth, pero ella no iba a ser tan rápida como para ensartarlos con sus flechas de fantasía.

Adam se levantó cojeando con su pierna maltrecha. ¿Dónde estaban sus sobrinos? Ruth derribó a uno de los tres que estaban atacándoles. No entendía lo que llevaban esas flechas para dejar tan mal parado a un berserker, pero se alegró por ello. Otro más apareció detrás de Ruth, y se colocó entre ella y los otros dos que iban a atacarla.

No era un berserker cualquiera. Era As. ¿Qué hacía As ahí?

As gruñó como un tigre y bloqueó a los otros dos como un luchador de pressing catch.

Dos más cayeron de las copas de los árboles y se colocaron detrás de Ruth.

La alertaron los niños al gritar, y ella se dio la vuelta lo suficientemente rápido como para disparar a uno de ellos y tumbarlo. El otro sacó a los niños de su escondite. Ruth soltó el arco y éste se desmaterializó en el aire. Con un grito, saltó sobre el berserker que se llevaba a los niños y, agarrándose a su cuello como una ventosa para que no pudiera irse con ellos, apretó los brazos en torno a él.

—¡Suéltalos! —gritó tirándole del pelo.

El berserker intentó lanzarla por los aires, pero algo se lo impidió.

Adam, que había sido veloz, con una herida en la pierna en la que se veía hasta el hueso, lo agarró y hundió el puño en su pecho, hasta arrancarle el corazón y aplastarlo entre sus dedos. Murió en el acto, y Ruth y los niños cayeron al suelo con él.

Un último berserker que había aparecido entre los árboles sacó unas inmensas garras y arrancó parte de la piel de la espalda de Adam. Ya sólo quedaba él. Adam aulló, y al girarse, clavó sus dedos en su garganta hasta extirparle la tráquea en un movimiento duro y seco. Luego se encaramó sobre él, con sus rodillas sobre cada hombro del traidor, y haciendo palanca con sus manos le arrancó la cabeza.

Ruth lo miró horrorizada mientras reculaba con ambos niños agarrados como lapas a su torso. No querían abrir los ojos, pues temían lo que se iban a encontrar si lo hacían. Sangre. Ira. Muerte. Destrucción.

Adam se quedó mirando al berserker y luego, como un robot, la buscó a ella con la mirada. Sus ojos amarillos se centraron en Ruth. Un absoluto y preciso escrutinio.

Ella no quería mirarlo así que hundió la cara en la cabellera de Nora para susurrarle:

—Ya pasó, pequeños. Mirad, Adam está aquí. Ya ha pasado todo —la besó en la coronilla. Los pequeños tenían que tranquilizarse y ella también.

Adam procesó ese gesto en su mente sobrecogida. Ruth protegía a sus sobrinos y les daba consuelo. Había peleado como una amazona, se había enfrentado a un berserker que hacía casi el triple que ella. Y… lo había salvado.

Lo había salvado.

Miró hacia atrás para ver lo que aquella chica había provocado con sus «flechas». Los berserkers que había alcanzado seguían en el suelo, gritando de dolor, inquietos y sollozando como niños.

¿De qué estaban hechas? Tres. Tres guerreros tumbados. K.O. completo.

La volvió a mirar sorprendido. Lo había salvado de verdad.

Algo en su estómago se removió cuando descubrió que Ruth estaba llena de arañazos en pies, piernas y brazos. Ahora, sus empeines y las plantas de sus pequeños pies sangraban por sus cortes. La sensación mareante del estómago ascendió hasta su pecho, y allí se hizo una bola. Su cara aún amoratada y el hombro todavía hinchado. Los labios, el inferior magullado por sus besos, le temblaban, y sus ojos no dejaban de brillar por las lágrimas. Ruth lloraba. Esa chica estaba llorando.

El nudo del pecho estalló, y sintió que se quedaba sin voz, o más bien sin palabras que pudieran expresar lo que estaba sintiendo en ese momento. Por ella. Por aquella chica de cuerpo esbelto y pequeño, llena de vulnerabilidad. Era humana, podría haber muerto.

No lo pensó. Dio un paso al frente, para hacer algo, tal vez estar más cerca. Olerla mejor. Reconocer que se… ¡Maldición! Se había equivocado tanto que nada podría excusarlo.

Ruth se arrimó al árbol al ver que él iba hacia ella. Le tenía miedo. Si Adam se acercaba un milímetro más se pondría a chillar como una histérica. La adrenalina era demasiado potente. Nerviosa por su inminente proximidad, se dio cuenta de que a Adam le había crecido el pelo lo suficiente como para hacerle un par de trenzas a los lados. Sus ojos todavía estaban amarillos, los incisivos retrocedían entre sus labios y su cuerpo ahora se relajaba para volver a recuperar el tamaño normal. Una X menos de talla.

—Adam, no te le acerques —ordenó una voz de mujer.

—¡Aileen! —gritó Ruth aliviada, levantándose con los niños pegados a ella.

Él se giró para verificar que tanto Aileen como Caleb estaban allí. Caleb, todo vestido de negro, siempre a la moda, le miraba con sus ojos verdes glaciales. Tenía la cara salpicada de sangre. Él también había luchado. ¿Pero cuántos habían participado en esa encerrona?

Aileen pasó por su lado censurándolo y enseñándole los colmillos.

La morena se detuvo frente a Ruth. Le inspeccionó la cara jurando entre dientes al ver los moratones y las magulladuras que tenía en el rostro y en el cuerpo.

—Pensé que me habías abandonado —susurró Ruth apartando la cara ante el roce cuidadoso de su amiga. La cara le escocía.

—Nunca, Ruth.

—¡Lo sabías! ¡Dejaste que me llevara! —gritó abrazándose a los dos niños que no la soltaban.

—Yo no quería. Me negué, pero todos confiábamos en que tú eras inocente y en que Adam no iba a hacerte daño.

—¡Pues te equivocaste! —volvió a gritarle secándose las lágrimas de un manotazo—. ¡Todos os equivocasteis! ¡Ese hombre es un psicópata!

Caleb agarró a Adam del cuello y lo estampó contra el Tótem, reteniéndolo con su brazo y presionándole la tráquea. El pelo largo de Caleb ondeaba al viento con tanta furia como furia irradiaban sus palabras.

—¿Le has hecho daño? —gruñó Caleb apretándole la garganta con más fuerza—. ¿Tú le has hecho lo que tiene en la cara? ¡¿La golpeaste?!

—No —contestó Adam sin perderle la mirada a Caleb—. Y más vale que me sueltes.

—No se te ocurra amenazarme.

—No me provoques entonces. Eres fuerte, vanirio, pero yo estoy muy cabreado.

Aileen siguió a su pareja de reojo. Caleb podía ser muy rudo cuando quería.

—Caleb, mantenlo ahí —pidió con los ojos lilas implorantes—. Mírame, Ruth —puso la mano sobre la mejilla de su amiga—. ¿Él te ha hecho esto?

Ruth observó a Adam lo suficiente como para ver que él estaba pendiente de su respuesta. ¿Qué esperaba que dijera? Se había atrevido a hacerle de todo, pero él no le había pegado. Liam también esperaba la respuesta con tensión. Al parecer, para Liam era importante lo que dijera ella.

—No, él no me golpeó —contestó seca.

Aileen relajó los hombros y suspiró.

—Bien. Me tranquiliza saberlo. Ruth, no sé lo que te ha contado Adam, pero no te hemos abandonado nunca. —Se aseguró de que su amiga la escuchara cogiéndole suavemente por la barbilla—. Sabíamos lo que pensaba Adam, los sueños que había tenido. Todo fue muy precipitado. Me informaron ayer mismo de ello. María y mi abuelo nos obligaron a Daanna y a mí a quedarnos al margen. Mi abuelo estaba convencido de que él no iba a hacerte nada. Así que decidió dejarte en sus manos.

¿Qué él no le había hecho nada? Todavía sentía como ardía el mordisco que le había dado en la nalga. Puede que Adam no le pegara, pero era obvio que la había tratado mal. Y nadie sabía lo humillada que se había sentido por ello ni las ganas de revancha que hervía en su interior.

—Claro. Y dejasteis que me mantuviera presa —Ruth la miró fijamente—. Él creía que yo lo iba a matar —dijo en voz baja sólo para que lo oyera Aileen—. ¡Maldita sea! Estaba convencido del mismo modo que lo estaba Caleb sobre ti. ¿Recuerdas lo que él hizo contigo? No fue amable, ¿verdad?

Aileen apretó los dientes presa de la rabia. Conocía ese brillo furioso en los ojos de Ruth. Ella misma había tenido el mismo cuando Caleb la secuestró. Él también la había tratado fatal. Pero luego, inesperadamente, todo cambió.

—Te lo voy a preguntar otra vez —susurró Aileen tragando saliva. No deseaba que su amiga hubiese pasado por lo mismo—. ¿Adam te ha… te ha hecho daño?

—Sí —dijo Ruth, sintiendo como el berserker se estremecía. Ya volvían las lágrimas, de nuevo.

Liam ocultó la cara en el estómago de Ruth, desolado.

—No —sollozó Liam—. Tío Adam no te quiso hacer daño. Él no hace daño a las niñas.

Caleb miró a Adam y le enseñó los colmillos.

—¿Qué coño le has hecho, Adam? —lo zarandeó—. No debías tocarla. Te dijimos que no…

—No intentes darme lecciones de falsa moralidad. Todos sabemos lo que hiciste con la nieta de As —Adam señaló a Aileen con la barbilla.

—Pagué por ello —gruñó el otro.

—¡Vosotros dos, ya es suficiente! —exclamó Aileen. Volvió a centrarse en su amiga—. La verdad, Ruth.

Ruth cerró los ojos y tragó saliva ante el interrogatorio de Aileen.

—Adam es un hombre horrible, pero no me hizo daño como imaginas —aclaró avergonzada—. No. Bueno. En fin… Ha sido un borde y sí que me ha hecho daño, pero no son heridas que puedan verse por fuera. No me… no me violó si es eso lo que me estás preguntando. —Bajó los ojos.

Aileen asintió apenada.

—¿Te pegó?

Ruth se lamió el labio y deseó apoyar la nalga dolorida contra algo que pudiera calmar el escozor.

—No.

As caminó hacia Adam con el porte solemne, irradiando poder y respeto con su aura.

—Está bien. Suéltalo, Caleb —ordenó el leder con voz potente. Adam lo miró, y bajó los ojos como un perro intimidado que sabe que se ha portado mal. Caleb se apartó—. Y tú, Adam, mírame.

Leder, se ha cumplido mi profecía. Pero yo lo interpreté mal —alzó la barbilla mostrando un orgullo que para él fue difícil rescatar. Se sentía fatal.

—¡Sigues vivo, estúpido chucho! —gritó Ruth yendo hacia él con el rostro encendido. Quería golpearlo. Pero no podía caminar con los niños reteniéndola, enganchados prácticamente a sus piernas—. No se ha cumplido nada. —Se serenó y les acarició la cabeza a ambos, obligándose a relajarse.

—¿Qué se supone que debemos hacer ahora contigo, Adam? —preguntó As reprendiéndolo con dureza—. ¿Dónde está Noah? Se suponía que debía vigilarte y cuidar de ella —señaló a Ruth.

—Y lo ha hecho, leder. Ha cuidado de nosotros. Está malherido, en casa —contestó Adam volviendo a mirar a Ruth. Sus sobrinos no se separaban de ella, como si fuera el único clavo ardiendo al que amarrarse.

—¿Cómo ha pasado todo esto? ¿Qué está sucediendo? —preguntó As abarcando el bosque con un gesto de su mano—. ¿Qué pretendían estos berserkers? Algunos eran de nuestro aquelarre pero a otros no los había visto en mi vida. ¿No viste nada en tus profecías?

—No, maldita sea. Sólo la veía a ella, a Ruth. Nos atacaron en un momento de debilidad —contestó Adam mirándolo de frente—. Eran cinco. Ruth y yo estábamos inconscientes. La drogué para que se durmiera y pasara el día más rápido. Yo… estaba muy nervioso —explicó afligido pensando en su comportamiento hacia ella—. Luego me drogué yo. Desperté con Noah a mi lado, ensangrentado. Él me puso el estimulante para que reaccionara. Me explicó que habían venido a atacarnos, que los que habían entrado en mi casa no eran de Wolverhampton. No los conocía. Y me dijo que Ruth y los pequeños habían logrado escapar. Algunos lobeznos los acompañaban, maldita sea.

—Vaya mierda —dijo Caleb pateando una piedra y haciéndola añicos.

—¿Cómo escapasteis, niña? —As se dirigió a Ruth con el rostro más endulzado.

—¿Ahora te importa? Estoy enfadada contigo, As. Estoy muy cabreada con todos vosotros, no pienses que esto va a ser como antes. Me habéis traicionado —su rostro reflejó todo el dolor que sentía—. ¿Por qué tendría que ayudaros?

—Ruth —exclamó Aileen impresionada por la respuesta de su amiga.

—Ruth, ¿qué? —replicó ella. Estaba cansada, dolorida y confundida. No podía creer que sus amigos, a los que ella estaba ayudando, la dejaran en manos de alguien que la odiaba tanto como Adam—. ¿Qué esperabas? —gritó—. ¿Quién me protegió de él?

—Cálmate, Ruth. Tienes razón. Perdónanos. —Aileen la abrazó con fuerza y la tranquilizó.

—No quiero calmarme, déjame en paz —murmuró sobre el hombro de Aileen, pero no rechazó su abrazo—. Ha sido horrible. Sólo tengo ganas de arrancarle la cabeza. Ha sido un capullo. Y vosotros también.

Aileen quería matar a Adam. Miró a Caleb y a su abuelo con preocupación y rabia. Ruth estaba muy alterada, y era normal. Ella tampoco se perdonaba haberla dejado en manos de ese loco.

—Cuéntanos, Ruth —pidió As con humildad—. Por favor.

Ruth, más tranquila procedió a explicarles lo que había pasado desde que entró en la cueva y la iniciaron. Todos allí presentes desencajaron las mandíbulas, asombrados por la historia que narraba.

—Resulta que soy la nueva Cazadora. Desde que llegué aquí escuchaba la voz de una mujer que pedía ayuda y que decía que algo terrible iba a pasar. Después de mi iniciación en Alum Pot, pude ver físicamente a esa voz y por fin hablar con ella sin miedo. Se trata de Sonja, la hermana de Adam.

Adam palideció al oír de nuevo el nombre de su hermana. Escuchó todo lo relacionado con Sonja, con el acecho de las almas oscuras. Escuchó cómo aquella joven hablaba sobre su madre y Strike, y sobre lo que Sonja le dijo que Lillian había hecho con ella.

—¿Por qué iba a hacer eso? —preguntó As consternado—. Era su hija. ¿Por qué la mató? ¿Qué pretende Strike? ¿Dónde está? ¿Adam, tú lo entiendes? ¿Cómo la mató? ¿Estaba ella en la reyerta?

Adam tenía la mirada perdida. Su hermana se había puesto en contacto con Ruth, y él no la había creído. Sintió las rodillas flojas y se dejó caer al suelo.

Su madre… había participado de alguna manera en el asesinato de Sonja.

Clavó los dedos en la tierra y arrancó los hierbajos de sopetón.

—Hay que averiguar qué hay detrás de todo esto. ¿Cuáles son los móviles de Strike y Lillian para hacer lo que han hecho? ¿Y tú, Ruth? ¿Cómo escapaste?

—Yo —se aclaró la garganta— estaba… estaba atada a la cama. El chucho me drogó —lo miró con rencor—, y… cuando abrí los ojos vi a Nora y a Liam. Me habían clavado una inyección de color rojo.

—¿De color rojo? —preguntó Caleb alarmado. Las jeringas de color rojo eran altamente estimulantes porque llevaban incorporado un potente veneno. Un veneno afrodisíaco que iba a provocar una desinhibición de mil demonios en el cuerpo de la joven humana.

—Sí. La droga que me suministró Don Ruth-eres-una-asesina era muy fuerte y me tuvieron que inyectar una especie de estimulante que al parecer no sólo me despertó, sino que quita el miedo —dijo sin darle importancia.

—No quita el miedo —negó Caleb en redondo. Era una reacción a la adrenalina descontrolada. El corazón le iría frenético y necesitaría expulsar el veneno como fuera.

—¿Cómo sabíais vosotros dos que…? ¿Y de dónde sacasteis las inyecciones? —preguntó Adam asombrado mirando a los pequeños, cortando al vanirio—. Hablaremos largo y tendido cuando lleguemos a casa.

Los niños se miraron y procedieron a dar las explicaciones pertinentes, sin soltar el vestido destrozado de Ruth. Adam iba a reñirles y ellos estaban un tanto sobrecogidos. Cuando acabaron de hablar, el berserker miró a Ruth penetrantemente.

—Así que mi hermana hizo lo posible por salvarte de mí —tenía la voz ronca. Como si algo le estuviera estrujando el cuello.

—Ya te lo dije —contestó ella—. Para variar, no me creíste. —Quería disfrutar al ver a ese hombre enorme, derrotado y abatido en el suelo, pero algo en su interior se retorcía de dolor al verlo—. Debo de ser estúpida —dijo en voz baja. No soportaba sentir eso después de lo mal que la había tratado Adam, pero lo sentía. El berserker necesitaba a los niños con él. Podía ver los temblores en su cuerpo debido a esa necesidad—. Id con él, niños. Vuestro tío os necesita —les ordenó suavemente.

Nora y Liam la miraron sin entender por qué razón Ruth les sugería eso.

—Id con él, venga —los animó.

—Yo no voy —contestó Liam sin apartarse de ella—. Él te ha hecho daño.

Adam recibió las palabras de su sobrino como un puñetazo en el estómago. Precisamente, porque eran verdad. Él le había hecho daño.

Nora se apartó de Ruth a regañadientes y caminó hacia donde estaba Adam. La niña era más compasiva y dulce por naturaleza.

—¿Tío Adam? —preguntó con voz temblorosa—. Ruth, dice que…

Adam no esperó a que la niña acabara la frase. Se incorporó y la abrazó con todas sus fuerzas. Nora arrancó a llorar hundiendo su cabecita en el inmenso hombro de Adam.

—Me habéis dado un susto de muerte —susurró Adam incrédulo al ver que todavía tenía voz—. Nunca había pasado tanto miedo. —Besó su coronilla y esperó pacientemente a que Liam se acercara.

Ruth miró al pequeño que hacía pucheros. Estaba asustado, decepcionado y con una ligera conmoción.

—Ve con Adam —le acarició el pelo.

—Pero es que él…

—Él estaba equivocado. Creía que yo podría hacerle daño, o que os podría apartar de su lado. —Todos miraban a Ruth con un brillo extraño en los ojos—. Pensó que yo era mala. Pero supongo que ya sabe que no lo soy. No volverá a hacerlo —intentó sonreír para no dar importancia al tema delante del niño. Liam necesitaba tanto la figura de Adam en su vida, como Adam necesitaba a Liam. Eran una familia, y ella no quería ser la causa de ninguna ruptura.

—Está bien —se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y corrió hacia Adam.

Adam lo alzó inmediatamente y sepultó a sus sobrinos en un abrazo de oso conmovedor. Podía con los dos a la vez, por supuesto. Adam besó a Liam, les dijo que los quería mucho. Buscó a Ruth, y ésta apartó sus ojos dorados de él, incómoda ante la intensidad de la oscura mirada de Adam.

—Si queréis saber cualquier otra cosa —murmuró ella recogiendo el carcaj del suelo. Ahora sentía ese accesorio como parte de ella— podéis preguntar a Julius. Las flechas de la Cazadora no matan a los humanos, pero sí que les llegan al alma —sonrió acercándose al berserker traidor—. Ahora mismo les está pesando la conciencia de todo lo que han hecho, y no pueden con el dolor. —El nuevo conocimiento de todo cuanto la rodeaba le sorprendía—. Los deja paralizados y con ganas de redimir todos sus pecados, pero si se las quitáis, su alma volverá a oscurecerse de nuevo.

—¿Qué haces? —preguntó Adam alarmado al ver que Ruth se quería ir de allí. Caminó hacia ella con Liam y Nora a cuestas.

Caleb iba a detener a Adam, pero Aileen se lo impidió.

—Déjalos —le pidió.

—¿Qué?

Cáraid, puede que me equivoque, pero… En fin, tú déjalos. —Sus ojos lilas estudiaban con precisión el comportamiento de ambos. Caleb frunció el ceño y dejó que Adam se alejara.

Adam siguió a Ruth. La chica cojeaba por las heridas de los pies, y aunque la droga le daba una energía ficticia, cuando pasara el efecto iba a sentirse fatal.

—¿Qué estás haciendo? —repitió el berserker.

—En ocasiones oigo voces… —contestó Ruth ignorando su presencia.

—¿A dónde vas?

Ruth reculó. Quería irse, alejarse de todo eso.

—Me voy a mi casa. Tengo un trabajo, y tengo a Gabriel allí. No tengo por qué quedarme aquí con vosotros.

—No puedes irte. No te vas a ir —contestó Adam dejando a los niños en el suelo y cogiéndola del brazo.

Ruth miró la mano que la sostenía. Adam la apartó y se sintió incómodo al hacerlo.

—No vuelvas a tocarme —le advirtió Ruth. La piel del brazo le hormigueaba allí donde Adam la había sujetado—. Me voy. Necesito estar en mi hogar, necesito ver a Gab, un humano como yo y… y yo no quiero verte más, Adam. Es eso o dedicarme a hacerte la vida imposible, soy vengativa. Ya no me caes bien. No te aguanto. He tenido suficiente de ti.

—No puedes alejarte de esto. Eres la Cazadora. Tu misión es importante y por lo visto está íntimamente ligada a nosotros, y a mí en especial —replicó él—. No voy a dejar que te vayas.

—Adam tiene razón —apoyó As.

—Adam puede irse a freír espárragos —contestó Ruth a As. Desafió a Adam con un gesto despectivo de su barbilla—. Él no me da órdenes.

—Necesitas protección —replicó Adam.

—No me digas.

—Sí te digo. Maldita sea, As. —Se giró hacia su leder. Tenía que pensar en algo rápido o si no aquella chica que le había salvado la vida y a la que tanto había agraviado se iba a ir—. Quiero hacer el Pacto Slavery[16].

As lo miró severamente.

—Merezco un castigo por lo que he hecho a Ruth. Todos sabéis de mi animadversión hacia ella, no es alguien que me caiga especialmente bien, pero —la miró de reojo y vio cómo ella se tensaba al oír esas palabras—, lo que he hecho no merece compasión ninguna —su voz sonaba afligida de verdad—. Me sirvo en bandeja, Ruth. Seré tu slave[17].

—No esperaba menos de ti —contestó As sacando un collar metálico de detrás de su cinturón.

—Abuelo —Aileen se cruzó de brazos y se colocó delante de Ruth, protegiéndola de todos—. ¿Qué dice?

—Se ofrece como su esclavo. En los clanes berserkers, cuando una mujer era seriamente vejada por alguien y luego resulta que ese alguien estaba equivocado, se le castigaba con la slavery, la esclavitud de por vida, hasta que la mujer decidiera que se había cansado de él.