CAPÍTULO 01

Mes y medio atrás.

Amanecer del 25 de junio, bosque de Kilgannon. Inglaterra.

Ruth se despertó rodeada por dos berserkers. No estaba desnuda, simplemente dormía apoyada sobre el pecho de uno de ellos mientras el otro la arropaba pegado a su espalda. A su alrededor, varios miembros de los clanes también se espabilaban, algunos con más brío que otros. Daanna se acercó por detrás y le dio la mano para que se levantara.

—Chica, ese hidromiel es… —comentó Ruth aceptando la mano de Daanna. Se puso una mano sobre la cabeza y apretó los ojos con fuerza—. Siento que me va a estallar la cabeza.

—¿Ah, sí? —Daanna se echó a reír con sus ojos verdes chispeantes—. Serías la primera persona que conozco a la que le da resaca el hidromiel.

Ruth sonrió y se limpió el vestido rojo y largo con las manos.

—Me pitan los oídos —murmuró meneando la cabeza.

Daanna se extrañó al oír eso.

—¿Y Aileen? —preguntó Ruth haciéndose un moño mal hecho—. Debo de estar hecha un guiñapo.

—No estás en tu mejor momento y luces dos chupetones en el cuello —observó Daanna cruzándose de brazos—. Aileen desapareció hace varias horas tras esos matorrales de ahí —señaló con el dedo—, siguiendo a mi hermano, por supuesto.

—Por supuesto. —Puso los ojos en blanco. Como para no ver que se comían con los ojos el uno al otro durante toda la noche—. Ay, joder… —sacudió la cabeza.

—¿Tan mal te encuentras? —Daanna la ayudó a sentarse. Ruth se tambaleaba.

—Nunca me había pasado.

—¿Qué sientes?

—Es el pitido éste… me molesta mucho. —Se tapó los oídos.

—¿Un pitido?

—Es como si algo quisiera entrar en mi cabeza. Es como si…

—Ruth.

—Daanna —susurró Ruth con la mirada perdida—. Siento la voz de Aileen.

—¿Qué? —Daanna se alteró.

—Ruth… Samael nos ha capturado a Caleb y a mí.

—¿Qué? Aileen. Es la voz de Aileen —repitió Ruth sosteniéndose la cabeza con las dos manos.

—Escúchame, Ruth. Avisa a mi abuelo y a Daanna. ¿Me oyes? Nos han capturado. Estamos en Glastonbury Tor, creo que estamos en unos túneles… Quedan pocas horas para el amanecer y si no os dais prisa nos van a matar. Ayúdanos, Ruth. Avisa a los clanes.

Ruth se levantó como alma que lleva el diablo y cogió a Daanna por los hombros.

—¿Qué sucede, Ruth? No me asustes —le advirtió Daanna con ansiedad.

—Aileen… Caleb… Los han capturado. Hay que avisar a los berserkers y debemos darnos prisa antes de que salga el sol. Los van a matar. Van a matar a Aileen y Caleb.

—Ruth… Ruth… Los niños. Proteged a los niños.

El amanecer después de «la noche de las hogueras» no era tal y como Ruth se esperaba. Aquella noche había disfrutado por primera vez de una fiesta ancestral, acompañada de seres que a simple vista parecían normales, pero ella sabía perfectamente que no lo eran. Esperaba despertarse con una buena resaca y con el cuerpo agotado de tanto bailar, pero en vez de eso se encontraba corriendo como una loca poseída detrás de dos berserkers que la precedían hasta Wolverhampton.

Su cuerpo seguía entumecido después de haber bebido más hidromiel de lo que su sangre le permitía. Las fiestas que organizaban sus nuevos amigos nada tenían que ver con los botellones que alguna vez había frecuentado ella en Barcelona. Esa fiesta era despilfarro y desenfreno por todo lo alto, sí señor. Y fuego, muchísimo fuego.

Los vanirios rodearon el bosque de Kilgannon con hogueras, a cada cual más grande, y habían elevado los altavoces de sus coches a la máxima potencia, llenando el bosque de sonidos desafiantes y melodías tan sexys que las caderas se movían solas. Bebieron hidromiel —la bebida de los dioses—, bailaron, coquetearon y rieron como nunca.

Todos habían querido bailar con ella. Se movía muy bien. Los berserkers y los vanirios eran seres muy físicos y buscaban con ahínco el contacto cuerpo a cuerpo, y un cuerpo como el de Ruth que pudiera contonearse de esa manera era un reclamo para ellos. A ella no le había importado que la abrazaran y la alzaran al son de la música, pero no entendía por qué había llamado tanto la atención, cuando las vanirias que allí se encontraban eran tan hermosas que de verlas uno podía quedarse ciego.

Después de la fiesta, se había despertado entre dos cuerpos masculinos que la rodeaban como si ella fuera una almohada. Sabía que no había ido mucho más lejos con ellos. Sólo bailar y dormir. Dormir hasta que la voz de su mejor amiga la había llamado para que la ayudara. La voz de Aileen se había metido en su mente y le había hablado. Aquello era aterrador. Desde pequeña había intentado acallar las voces que susurraban a su oído en busca de algún tipo de consuelo que ella no podía ni sabía dar. Sus padres le hacían tomar fármacos y estupefacientes, pero nada las hacía desaparecer. La pusieron en manos de neurólogos, psicólogos y psiquiatras, y ninguno de ellos la ayudó. Y eso sin mencionar sus propios métodos para «curarla», unos métodos que todavía hacían que se levantara por las noches sudorosa y envuelta todavía en pesadillas. Desde hacía unos meses, las voces sonaban más altas y claras que nunca. Ella las intentaba ignorar a su modo, tanto las voces como las pesadillas. «No son reales, no son reales…», se repetía. Hasta que ese mismo día, al alba, y acompañada de un dolor de cabeza mareante, oyó una voz conocida. Escuchó a Aileen y no la pudo ignorar. A ella no. Y ahora obedecía a la voz, porque era la de su mejor amiga y estaba en peligro.

Las vueltas que daba el destino… Unas horas atrás bailaba como una desenfrenada, pero en ese momento se encontraba dando zancadas entre los bosques, yendo a remolque de unos hombres que eran más animales que humanos por el modo que tenían de saltar y correr. No, no eran, humanos, se recordó. Debía ir con ellos para que el líder del clan berserker que vivía en Wolverhampton oyera lo que tenía que decirle. Debía encontrar a As. Aileen le había dicho que les iban a atacar y sobre ella había caído la obligación de alertarles.

Qué mundo de locos. Ella misma creía que estaba loca, que lo que le sucedía no era normal sino, más bien, un desajuste mental, una patología. Una enfermedad. Si recapitulaba, seguramente podría sacar una novela de todo aquello, una de esas paranormales y romanticonas que tanto le gustaban a Aileen.

Para empezar, su mejor amiga había sido raptada por unos seres que se hacían llamar vanirios, que para ella eran como vampiros, pero buenos. Por lo visto, miles de años atrás habían pertenecido a los clanes celtas de la zona conocida como Britannia, hasta que unos dioses nórdicos, que poco conocían el arte de la guerra, los mutaron para que lucharan en la tierra contra Loki, una deidad que bien podría ser el demonio bíblico. De entre los vanirios que conocía, destacaban Caleb y Daanna McKenna, que eran hermanos.

Caleb era el líder de su clan y su palabra se respetaba y se obedecía. Era un guerrero sin igual y un gran experto en informática y nanotecnología. Cuando lo había visto por primera vez, sintió que sus papilas gustativas entraban en hiperactividad y segregaban más baba que cuando era pequeña y le estaba saliendo su primer diente. El vanirio hubiera sido un excelente mordedor para calmar el dolor.

Daanna era una mujer fascinante y serena que inspiraba mucho respeto. Todo el clan vanirio cuidaba de ella y no sólo traía de cabeza a su hermano, sino que además de ser una pieza indispensable para el desarrollo de una profecía relacionada con el fin del mundo, tenía al apuesto vanirio Menw McCloud como escudero y protector. Aunque, por lo visto, no podían coincidir en un mismo sitio sin discutirse y sin lanzarse cuchillos venenosos el uno al otro. Ruth era muy intuitiva y sabía que pasaba algo raro entre ellos, saltaba a la vista que existía una historia pasada, aunque la vaniria era reacia a contar nada a nadie.

Menw, por otro lado, era uno de esos hombres cuya mirada azul turquesa despertaba deseos de abrazarlo y acariciarlo por todas partes, y sin embargo había una calma en él que intuía una intratable tormenta interior. La mujer que estimulara su primer relámpago podría considerarse afortunada y cautelosa a partes iguales. Él era un excelente sanador, un gran médico y curandero, y cuidaba de Cahal, su hermano, el cual podía ser lo que le diera la gana, porque ese hombre había nacido de los fuegos del infierno para hacer arder a cualquier mujer que lo mirara.

Cahal. Nadie, nadie, debería ser tan guapo como era él, ni tampoco tan mujeriego. Era el desprendido, ése que disfruta de todo lo que le rodea y que intenta exprimir al máximo la vida. Un desapegado. Sin embargo, su fachada de playboy, indiferente a nada que pudiera ser él mismo, se contradecía con lo que hacía para no ser ocioso. Se había dedicado a dar sosiego y calma a los humanos a través de sus múltiples spas de relajación y centros de meditación. Todo un personaje. Pero eso no la haría olvidar que con Cahal no podías arriesgar el corazón si no querías compartirlo con cien mujeres más.

No hacía ni cuatro días que ella y Gabriel, el amigo del alma de ambas, habían llegado a Londres para visitar a Aileen en sus supuestas vacaciones. Al día siguiente de su llegada, salieron a los pubs del centro de Birmingham para tomar unas copas, acompañadas del clan vanirio, que entonces para ella eran «sólo» humanos, humanos hermosos como dioses. Repentinamente, esa misma noche, se vieron envueltas en una guerra entre el bien y el mal en pleno centro de la ciudad, y a partir de aquel momento había entrado en escena el otro clan inmortal de la Black Country, los berserkers, creaciones del dios Odín. Esa noche conoció a los tres más importantes. Noah, un rubio platino de ojos amarillos. El de repente aparecido abuelo de Aileen, As, líder del clan berserker, y Adam, que era lo más parecido a un dios pagano de la tortura y el pecado que ella había visto en sus veintitrés años de edad. Insufrible, y lo peor, un auténtico imán para ella. Uno muy preocupante, pero no lo admitiría jamás.

Y como guinda final, y todavía más sorprendente: Aileen no era humana, sino una híbrida entre estas dos razas ancestrales, y se había enamorado perdidamente de Caleb, el líder de los vanirios. Y ahora, los dos estaban en peligro, y Ruth, por una razón que aún no entendía, podía comunicarse mentalmente con ellos. Estaban jodidos, porque no sabía si iba a poder hablar si le seguían castañeteando los dientes de ese modo.

Las voces que le habían hablado hasta entonces no eran conocidas. Pero ésa sí. Era Aileen sin ninguna duda. Intentaba acostumbrarse a llamarla Aileen con A. Hasta hacía unos días era Eileen para ella, pero su recién descubierta identidad también había cambiado su nombre. La pronunciación variaba y no le salía naturalmente.

—¿Por dónde es? —gritó desesperada.

Julius, uno de los berserkers que había bailado con ella y que ahora la guiaba hasta Wolverhampton, se paró en seco y fue hacia ella amenazadoramente. Se había medio transformado. Se dirigía hacia Ruth con los incisivos más largos de lo normal y muy blancos. Éstos aparecían entre sus labios y su barba rubia recién crecida. Los ojos negros como topacios con el iris amarillento. El cuerpo unos cuantos centímetros y kilos más grande tanto a lo ancho como a lo alto. La miró como si se la fuera a comer, y entonces sonrió.

Los berserkers podían pasar de ser humanos a medio lobos. Ni siquiera eran lobos. Se parecían a guerreros enormes, con pelo larguísimo, ojos amarillos y colmillos superiores. Además, las uñas se les ponían negras y se les curvaban ligeramente convirtiéndose en pequeñas garras. Los rasgos de sus caras se afilaban y se marcaban más cuando mutaban. Como mutó Adam en Birmingham, recordó. La noche anterior no había dormido nada, en parte por la experiencia extrema vivida, pero sobretodo porque no dejaba de conjurar la cara de ese hombre.

En la batalla que había dado lugar delante de Mitchells and Butlers un lobezno la arañó en el estómago, alguien se lo sacó de encima y luego se vio rodeada por ese animal tan bello. Adam. El berserker moreno la había mirado con auténtica preocupación. Su mirada era roja, no amarilla. Sus ojos, una marea granate de lava y fuego, estaban centrados en ella, sólo en ella. Al ver la herida de su estómago la había abrazado fuerte y había murmurado algo extraño en su oído. De repente, sintió que su cuerpo irradiaba ondas de calor hacia el suyo, y ella las recibió encantada. Permanecieron abrazados durante un largo y reconfortante minuto, hasta que Daanna se la llevó, alejándola de aquélla carnicería que había a su alrededor. Después del ataque, Daanna había intentado calmarla entrando en su mente y borrándole los recuerdos. Pero aquello no había funcionado con ella y todos estaban sorprendidos, en cambio sí con Gabriel. Ella no sólo podía protegerse contra las ondas mentales ajenas, sino que no quería que nadie le borrase nada, porque para ella era importante recordar que su mejor amiga no era humana, pero más importante todavía era poder recordar y conjurar la imagen de Adam protegiéndola, la cara de ese moreno taciturno mirándola con atención y revisando que no tuviera ninguna herida más. Se había quedado colgada de él nada más verlo. Colgada era poco. Su cuerpo había entrado en sintonía directa con el suyo, y la había atraído como un polo opuesto. Sin embargo, y para su tristeza y estupefacción, esa misma mañana, se dio cuenta de que Adam la odiaba profundamente y ella no sabía por qué. Ruth no entendía nada, y lo más preocupante de todo era que no podía sacarse de la cabeza a ese guerrero.

—Disculpa, no nos hemos dado cuenta, preciosa —la voz de Julius la sacó de sus recuerdos. El berserker se giró dándole la espalda y le sonrió por encima del hombro—. Sube. Seguro que estarás cansada.

No sólo estaba cansada, sino también impresionada de verlo en plena mutación. Dio un paso atrás.

—¿Qué?

—Sube —repitió él agachándose un poco para que a ella le fuera más cómodo colgarse de él—. No hay tiempo. Vamos —la apresuró perdiendo la paciencia.

—Está bien. —Resopló y se colgó de su cuello. No estaba para nada convencida de ese nuevo transporte pero haría eso y más por su amiga Aileen.

—Rodéame con tus piernas —ordenó socarrón.

—¿Es necesario esto, Julius? —preguntó Ruth alzando una ceja de color caoba.

—Ayer por la noche no eras tan remilgada cuando bailaste con nosotros, ¿a qué no, Limbo?

Limbo, el otro berserker que los acompañaba y que había sido el tercero en discordia en ese trío de baile, sonrió y la miró con lascivia. Su largo pelo castaño y sus ojos amarillos le daban un aspecto salvaje. Uno de los colmillos superiores se curvaba de un modo amorfo hacia el interior.

—Tu modo de bailar, humana, debería de estar penado por la ley. —Se pasó la lengua por el colmillo combado que observaba Ruth.

Ella no se sentía segura con ellos en medio del bosque. Eran enormes, amenazadores y además muy dominantes y ella sólo era una chica. Una humana. Demasiada testosterona. Se obligó a permanecer serena.

—Me aburrís. —Puso los ojos en blanco—. No sé ni cómo te acuerdas de algo de lo que hiciste ayer, cuando al cabo de media hora tú y tus amigos estabais durmiendo la mona los unos abrazados a los otros en el suelo —respondió ella riéndose de él en su cara.

—Hazlo, Ruth. Ahora —gruñó Julius.

Ruth dio un respingo, cerró los ojos con fuerza, apretó su cuello casi estrangulándolo y rodeó su cintura tal y como el berserker le había ordenado. A continuación, todo cambió. Sintió el aire golpeando su cara, sentía que casi levitaba, y pudo percibir la velocidad inhumana y frenética que llegaban a alcanzar esos seres. El poder. La fuerza. La magia en los cuerpos de esos hombres. Medio hombre. Medio animal. Inmortal.

¿Cómo era posible? El mundo estaba lleno de magia. Ella, que no creía en nada excepto en sí misma. Ella, que debido a su familia se había hecho atea y había ridiculizado a aquéllos que creían en dioses y seres de otras naturalezas. Ahora, ella y nadie más podía dar fe de que otras realidades coexistían con la única realidad que creía conocer. Había otros mundos dentro de éste.

Mientras el viento golpeaba su rostro, su pelo luchaba por desatarse del recogido provisional que se había hecho para que no se le enredara, y después de tres bandazos la goma salió volando y su melena caoba se liberó. Los rizos iban y venían y fustigaban su espalda. El aire olía a menta y a humedad, y el suelo forestal se cubría de una fina escarcha. Un rocío de madrugada. Rezó para que Julius no se resbalara y la lisiara de por vida. Casi no le dio tiempo a abrir los ojos cuando sintió que se paraban y la bajaban bruscamente de la espalda a la que iba agarrada.

—Vamos a por Adam —dijo Julius—. A él lo encontraremos seguro.

—¿Ya hemos llegado? —preguntó Ruth aturdida. Se peinó el pelo con los dedos y se echó la larga melena a un lado.

Nadie contestó.

—Puede que este año sea distinto —replicó Limbo a Julius.

—¿Adam? ¿Estás de coña? Estas noches nunca se empareja. Noah y As desaparecen a la primera de cambio, pero él siempre está en el Tótem. Vigilando —lo dijo con burla.

Ruth frunció el ceño mientras intentaba seguir el paso de los dos berserkers. ¿Tótem? ¿Se iba a encontrar con Adam? Ella quería hablar con As, no con el moreno peligroso y arrogante. Estaba histérica y muy despeinada. No era momento para encontrarse con él.

El bosque frondoso y tupido de altos y antiguos árboles se encontraba ligeramente iluminado por los primeros rayos del amanecer. Sí, sin duda un bosque de hadas, magia, misterio, tótems y poblado de berserkers.

«Ruth, bienvenida a Inglaterra», pensó.

—¿Qué os dije? —Julius la miró por encima del hombro y sonrió vanidoso—. Ahí está.

Ruth miró hacia donde ellos miraban y entonces lo vio. Adam estaba sentado en posición de loto, apoyado en un tótem con cabeza de lobo. Vestido todo de negro, con los ojos cerrados y con su inmenso cuerpo en reposo, Adam daba la sensación de que no se perdía ni un mísero detalle de lo que sucedía a su alrededor. Era amenazador. Ya podía simular que dormía si quería, pero a ella no la engañaba. Ruth sintió un escalofrío cuando la medio empujaron para que fuera al frente del batallón y diera la noticia.

Adam abrió los ojos, un brillo oscuro cruzó su mirada. Se levantó bruscamente y Ruth hubiera jurado que gruñó como un perro al verla.

La cara de ese hombre era espectacular. Morena, de ángulos pronunciados y viriles. Ojos del color de la noche, rasgados y exóticos, grandes y de largas pestañas rizadas. Barbilla prominente y partida, labios gruesos y unos pómulos marcados y altos. Nariz recta. Facciones duras. Un rostro patricio y a la vez latino. Llevaba el pelo rapado casi al cero y un piercing con dos bolitas negras en la ceja izquierda.

Ruth se concentró y se aclaró la garganta repentinamente seca. Le cosquilleaban las marcas del estómago y le ardían. Se llevó la mano a esa zona y la frotó suavemente. Adam siguió su movimiento y sus ojos se clavaron en su vientre. Rechinó los dientes como un perro rabioso. Por lo visto a él no le gustaba verla. Bien, a ella tampoco le hacía mucha ilusión verlo, o al menos intentaría aparentarlo. Esa misma mañana ya se habían visto y se habían desdeñado el uno al otro sin ningún tipo de compasión. Eso sin mencionar que hacía unas horas, en la fiesta de las hogueras, le había hecho un gesto obsceno con el dedo corazón.

—¿Qué hace ella aquí? —gruñó Adam desaprobándola con la mirada.

Ruth echó la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos. Era alto. Muy alto. Ella apenas le llegaba por el hombro, y eso que no era una mujer bajita. Se sentía orgullosa de su metro sesenta y cinco. Se llenó de orgullo para enfrentarlo, no iba a dejarse amedrentar por su mirada llena de ira.

—Tiene algo que decirnos —dijo Julius.

—¿Qué narices tienes que decir tú? —espetó Adam con desdén—. ¿Se te ha acabado el hidromiel y quieres más? Pues aquí no hay.

Ruth se puso tensa. Sus ojos se achicaron. Era cierto que había bebido hidromiel, pero no por eso tenía que hablarle así. Nadie tenía el derecho a ser tan borde con ella.

—No, idiota. Ha pasado algo. Aileen y Caleb están en peligro y necesitan ayuda. Y no estoy de humor para discutir sobre tus malas pulgas, chucho.

Los tres berserkers gruñeron ante la osadía de la joven. Adam tensó la mandíbula. A esa chica poco le intimidaban los guerreros de Odín. O era una inconsciente o era muy valiente. Quizás, simplemente estaba borracha.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó él.

—Sólo hay que verte. Deberían desparasitarte. —Ruth levantó la barbilla de un modo provocador.

—No. —Apretó los puños perdiendo la paciencia—. Que cómo sabes que están en peligro.

—Bueno… —se echó el pelo hacia atrás en un movimiento altivo y muy practicado—. Aileen habló… conmigo —contestó con la boca pequeña.

—Perdona, ¿qué has dicho? —le puso el oído a la altura de sus labios.

—Que Aileen —repitió ella intimidada— ha hablado conmigo.

—Si habló contigo —Adam se cruzó de brazos—, tal y como dices, ¿cómo iba a estar en peligro?

A Ruth le empezaron a sudar las manos. Era la primera vez que decía lo que le sucedía en voz alta a alguien ajeno a su escueto círculo de amigos. Que Adam fuera su segundo confidente era turbador. Él no le inspiraba confianza. Respiró profundamente.

—Me lo ha dicho telepáticamente. —Ya está. Lo había soltado. Adam se tensó al oír su respuesta. La miró de arriba a abajo haciendo una mueca.

—¿Puedes hablar telepáticamente? —preguntó dando vueltas a su alrededor—. ¿Tú?

—No lo sé. A veces me pasa. Oigo… voces. —Lo seguía nerviosa con la mirada—. Oye, deja de moverte.

—¿A veces te pasa? —preguntó incrédulo.

—Sí. Sólo a veces. No… no sé muy bien cómo lo hago, pero…

—Interesante. —Se paró enfrente de ella. Estudió sus ojos y su rostro como si quisiera ver a través de ellos—. Vosotros dos, avisad al clan —ordenó a los berserkers—. Que se preparen. Mientras tanto, tendré unas palabras con… la señorita —y lo remarcó como si se riera de ella—. Dejadnos solos.

—Sí, Adam.

Ruth se giró para ver como Limbo y Julius se iban corriendo y desaparecían entre los árboles. Pensó que todo el mundo hacía lo que decía Adam, por eso era tan imperioso y se creía dueño del mundo. Tragó saliva. Ahora estaba sola con él y la intimidaba como nadie lo había hecho en su vida. Él la miraba a su vez como si ella no valiera nada.

—¿Qué te ha dicho Aileen exactamente?

—Que los lobeznos y los vampiros os iban a atacar. Y que hay que proteger a los niños. Sobre todo a los niños.

Adam se detuvo en seco, como si le hubieran golpeado. Su mirada se oscureció.

—Y ella y Caleb, ¿dónde están? ¿Te dijo dónde los tenían? —repasó su vestido de estilo helénico. El granate de la tela conjuntaba con su pelo, a excepción de que el de Ruth era de un color más vivo y tenía un brillo especial. De hecho, toda ella brillaba. Los senos se alzaban altos y turgentes, y la tela le enmarcaba el cuerpo esbelto como un guante. Una mujer que nunca pasaría desapercibida ni con el más sucio de los harapos. Ruth era demasiado sensual y femenina para su gusto. Peligrosa para un hombre. Las vanirias seguramente le habrían prestado el vestidito para su peculiar celebración. Él mismo había ido un rato esa noche sólo para no rechazar la invitación de Caleb, y la había visto bailar con dos de su clan, los mismos con los que había vuelto para darle ese mensaje. Julius y Limbo. Esa niña repelente lo había provocado levantándole el dedo corazón indecentemente mientras meneaba las caderas como una mujer de un harén delante de los dos guerreros babeantes. Ruth lo provocaba sólo con mirarle.

—¿Te gusta mi vestido? —Ella levantó una ceja poniéndose una mano encima del pecho para ocultar el canalillo. Adam no se perdía detalle—. No tengo los ojos en las tetas, chico.

—No. —Apretó de nuevo la mandíbula. Ruth era una descarada.

—No, ¿qué? ¿No te gusta mi vestido o no tengo ojos en las tetas? —sonrió maliciosamente.

—No a ambas cosas. Responde a lo que te he preguntado —gritó.

—No hace falta que me grites. Creo que dijo en Glastonbury, en unas cuevas subterráneas. —Adam se acercaba cada vez más, y ella hacía lo posible por no retroceder. Antes muerta que demostrarle debilidad a ese bravucón, pero aun así, qué guapo que era el condenado—. Daanna se ha encargado de avisar a su clan. Unos han ido a por Aileen y otros están vigilando que no entren en Dudley. Adam, daos prisa, por favor. Van a venir y… ya sabes lo que les pasa a los vanirios con el sol. Necesitan que les ayudéis porque está amaneciendo y…

Adam se inclinó para observar su cuello.

—¿Qué… qué haces? —intentó apartarse de él.

—Eres una irresponsable —la reprendió con censura.

—¿Perdona? —levantó las cejas incrédulamente.

—Tienes un don y lo desperdicias. Mírate. Hueles a alcohol, hueles a… hombre.

—Huelo a fiesta y a alegría. Deberías probarlo alguna vez.

—No. Hueles a vicio.

—¿Cómo te atreves? —dio un paso hacia atrás, nerviosa al ver que él se cernía sobre ella. Se le echaba encima de verdad.

—No. ¿Cómo te atreves tú? ¿Cómo alguien puede tomarte en serio? Mírate, apareces aquí oliendo a depravación, aturdida por el hidromiel y das un mensaje de ese tipo. ¿Cómo podría creerte?

Ruth se envaró.

—Pero tienes que creerme, Adam. No me lo invento —alegó ella—. Tu gente está en peligro y los vanirios también. Tenéis que… tienes que llevar algún pelotón a Dudley —le tembló la voz. No contaba con que él no la creyera. No fue culpa suya haber recibido el mensaje de Aileen después de la fiesta. No era su maldita culpa tampoco que el hidromiel estuviera tan delicioso y que se le hubiera subido un poquito a la cabeza—. Está a punto de salir el sol, y los vanirios no podrán luchar en esas condiciones. Necesitan vuestra ayuda.

—Tienes dos chupetones en el cuello y te han tocado por todos lados —criticó casi siseando—. Los huelo. —Se señaló la nariz.

Adam estaba ensimismado, juzgándola y repasándola como a una niña pequeña. Enfadado porque la habían tocado. Como si ella fuera algo suyo.

—¡Maldita sea, Adam! —poco le faltó para patear el suelo—. ¿Me estás escuchando?

—Deberías cuidar más tu cuerpo. Tenerte más respeto. Cuidar de tu don. En tu sangre hay más alcohol del que podría beber todo un equipo de rugby. —Sus ojos negros brillaron desafiantes.

—¡Eso no es verdad! —protestó. Se dio media vuelta para irse de allí. No lo soportaba. Estaba enfurecida. A la mierda si él no quería hacerle caso—. Y yo no tengo un don. ¡Y tú no tienes que hacer nada con lo que haga o deje de hacer!

—Cierto. Óyeme bien. —La aferró de la muñeca y la detuvo en seco—. Ya me has dado el mensaje. Te he escuchado —le dejó claro—. Ahora lárgate. Eres un peligro. Una mujer que no es responsable consigo misma es una niña. Una niña muy fresca. —La observó con frialdad y rozó con un dedo los dos chupetones de su garganta.

Ruth siguió su mano con los ojos y apartó la cara. La estaba humillando el muy cretino. ¿Estaba enfurecido porque le habían dado un inocente chupetón? Había sido un juego y ni siquiera lo había disfrutado. Mientras bailaba, Julius se había acercado demasiado a su cuello, fisgoneando como si buscara comida, y de repente la besó y chupó tan rápido y tan bruscamente que no le dio tiempo a apartarlo.

—Haznos un favor —susurró cogiéndola de la barbilla y obligándola a mirarlo.

—Deja de tocarme. —Se soltó de su amarre con un movimiento brusco de cabeza—. No lo puedes evitar, ¿eh?

—No vuelvas por aquí, ¿entendido? —prosiguió asiéndola de nuevo de la barbilla, esta vez con menos delicadeza—. En realidad todavía no puedo comprender por qué te importamos y por qué nos avisas, pero tampoco haré esfuerzos por entenderlo. Tú nos pondrás en peligro, mujer. Tarde o temprano lo harás. Nos pones a todos en el ojo del huracán. Si te vuelvo a ver en Wolverhampton, te daré una lección que nunca olvidarás. Sólo traerás problemas.

—Es la segunda vez que oigo eso de tu boca, perro. Y no me gusta.

Aquella misma mañana, se habían reunido todos en casa de Aileen para hablar sobre cómo debían proceder con lobeznos y vampiros, ahora que habían descubierto que también trabajaban para una organización llamada Newscientists y que se dedicaba a mutilar y extorsionar los cuerpos de berserkers y vanirios, entre otras cosas igual de espeluznantes.

Rememoró cómo la miró Adam. No le sonrió, no le hizo ningún gesto para que se sintiera cómoda. Simplemente la vigiló cómo si no hubiese nadie más en la cocina, sus ojos de obsidiana eran todo un espectáculo. Ruth había sugerido que ella y Gabriel podían ayudar a los clanes en su lucha contra los lobeznos, los vampiros y las sociedades secretas que los perseguían como conejillos de Indias. Pero Adam expresó abiertamente que no quería que ella participara en los asuntos de los clanes. Y a Ruth todavía le escocían las pullas que habían intercambiado delante de todos.

Volviendo a la realidad con aquel gigantesco hombre, lo miró de arriba abajo y le contestó:

—Descuida, no volveré por aquí. —Despedía fuego por sus ojos ambarinos—. Has marcado demasiadas esquinas, Adam, y esta zona huele mal. ¿No te enseñaron que uno no se mea dentro de casa? Así que no, perrito. —Le apartó la mano de un manotazo—. Definitivamente, no me verás más. ¿No te cansas de levantar la patita?

—No tanto como tú de abrirte de piernas. ¿Les has hecho un buen trabajito a los dos berserkers que bailaban contigo? Seguro que sí. Ellos olían a ti.

Ese comentario fue como un puñetazo. Se quedaron ambos con la vista fija en el otro. Ruth herida y Adam furioso.

—Pareces resentido —lo pinchó ella dibujando una sonrisa fría y falsa, procurando parecer la chica altiva que no era. Queriéndole demostrar que no le importaba nada de lo que él le decía cuando en realidad sí que le afectaba. ¿De dónde nacía ese antagonismo y por qué?—. ¿Qué pasa, perrito? ¿Te quieres meter entre mis piernas? ¿Es eso? ¿No te hago caso? Pobre Snoopy

—Bonita, no permitiré que te rías de mí otra vez. —Sonrió maliciosamente y la agarró por los pelos de la nuca con dureza—. Además, me gustan las cosas nuevas y limpias. No de segunda mano y sucias como tú.

Luego la soltó y estuvo a punto de perder el equilibrio.

Ruth sintió que se quedaba sin aire. Le tembló la barbilla, incapaz de responderle nada tan hiriente. Quería matarlo y ahogarlo con sus propias manos. Quería arañarlo y cortarlo en rodajas. Lo odiaba y le estaba dando razones para ello, pero… ¿Por qué la odiaba él de ese modo? ¿Qué le había hecho para merecer su aversión? Nunca nadie le había hablado de esa manera, como si ella no valiese nada, como si fuera una paria, al menos nadie digno de recordar.

—Tú tampoco me caes bien, Lassie —susurró—. Y si vuelves a tocarme…

—Me cansas, humana. Mantente alejada de mí. No te quiero en estas tierras. ¿Te ha quedado claro? —Ruth tenía los ojos ensombrecidos y algo rojos. Estaba a punto de echarse a llorar. Él lo sabía y eso hizo que se creciera—. Si los vanirios han aceptado que tú y tu amigo Gabriel forméis parte de esto, perfecto. Pero yo no me fío de ti. Salta a la vista nada más verte que no te tomas nada en serio y que sólo miras por ti y por tu interés. Tendremos suerte si no la cagas y acaban matándonos por tu indiscreción. Sé que no eres de fiar, así que ándate con ojo conmigo. Limbo te llevará a Notting Hill y os mantendrá a Gabriel y a ti a salvo. Pero no te quiero ver más por aquí. —Con un gesto de su barbilla la invitó a que se fuera.

Adam dio un paso hacia atrás y miró al frente, por encima del pelo caoba de Ruth. No iba a volver a mirarla a la cara. Los berserkers se habían preparado con sus hachas y sus ropas holgadas y negras y corrían para encontrarse con él y defender Wolverhampton.

Él le dio la espalda a la joven que tenía delante. Ruth no se atrevía a mirarlo de nuevo a los ojos así que, acongojada, se dio la vuelta también. Ella no se merecía eso.

«Sí —pensó Adam—. Mejor así. Vete de una vez». Ella tenía que saber que no era bienvenida. No le daría ni las gracias por salvarles la vida.

Porque la realidad era que, aquel día, una joven humana llamada Ruth les había salvado la vida a todos.