Tres noches más tarde.
Tipton. En las entrañas del Jubilee Park.
Los días nunca le habían parecido más largos ni las horas tan eternas. La soledad y la desesperación golpeaban duramente, sin remisión. Daanna no había dejado de pensar en Menw en esos tres días que el vanirio llevaba en la Habitación del Hambre. Era desesperante no poder verlo, no poder saber de él. Caleb le había explicado que Menw necesitaba purgarse, y necesitaba que su sangre lo sanara. Lo que pretendía con esa acción agresiva era conseguir que si Menw tuviera una adicción fuera de la sangre de la Elegida, la de nadie más. Para ello, le habían extraído sangre a Daanna tres veces para ofrecérsela al sanador en unas botellas.
—¿Ha aceptado mi alimento? ―le había preguntado Daanna a su hermano. Caleb había asentido con un golpe seco de su cabeza.
—¿Le ha costado beberla? ―ella había retorcido las manos sobre su regazo mientras su cuerpo temblaba ante la respuesta.
Caleb la había mirado con sus ojos verdes, reflejando en ellos una muestra de solidaridad. Movió la cabeza afirmativamente.
—No ha sido fácil. Creo que no le gusta estar a tú merced. —Se aclaró la garganta―. Tenéis mucho de qué hablar ―sentenció solemne.
—Menw no quiere estar en manos de nadie ―susurró ella―. No confía en mí.
—¿Y tú confías en él?
―No lo sé. Sé que sigue siendo él en algún lugar de su interior, pero Menw y yo somos prácticamente desconocidos el uno para el otro, ya no sé quién es.
―No sabes nada de él pero él ya ha bebido de ti ―observó Caleb mirándola fijamente―. Ha cambiado, y tú también. La eternidad es tiempo suficiente para cambiar de mil maneras diferentes. Sin embargo, nada de eso importa ahora, tenéis que empezar a trabajar juntos.
—Eso ha sonado a orden hermanito ―había dicho Daanna ofendida.
—Me importa un comino cómo ha sonado eso. No sé cuánto tiempo necesita Menw para sanar, ni cuántos días más son convenientes mantenerlo preso, pero sé que tenéis que intercambiar vuestra sangre. Lo mantengo encerrado porque todavía es peligroso para ti ―miró su cuello y se alegró de que las marcas cicatrizaran con rapidez―. Pero pronto saldrá de ahí y cuando salga. Dejaré el destino en vuestras manos. Los dioses ya han dicho la suya en todo esto y por lo visto, hay que acatar.
—¿Y qué vamos a hacer? ¿Obligarle a que intente soportarme?
―Eres una mujer, maldita sea ―la miró sonrojado―, tú sabes cómo hacerlo ceder, Daanna. Eres su pareja, ¿no?
―Las parejas se reconocen inmediatamente, Cal. Yo… debí… No le reconocí a él.
—Ah, claro ―soltó, riéndose de tal suposición―. ¿Igual que yo reconocí a mi Aileen cuando la tuve en mis manos? A veces, los prejuicios y el resentimiento nos pueden cegar. En ocasiones, Daanna, nos negamos a admitir aquello que anhela nuestro instinto más primitivo, aquello por lo que suplica el alma, está justo frente a nosotros. No quisiste reconocer a Menw, que es diferente, pero creo que lo veías.
—Te has vuelto muy observador.
—Mira ―se pasó las manos por el pelo negro en un gesto de exasperación―, no me quiero meter en medio más de lo que ya lo estoy. Esto es algo que debéis solucionar vosotros, pero ―le había alzado la barbilla para mirarla directamente a los ojos―, si él se pone violento de algún modo, si realmente el vampirismo lo está anulando, necesitaré que me lo digas, Daanna. No dejaré que te expongas más de lo necesario. Él sólo tiene una oportunidad cuando salga.
Ella había asentido con los ojos brillantes, y él se había quedado conforme con su afirmación.
―Esta noche buscaremos a Cahal, vamos a barrer el sur de Inglaterra. Tú debes estar aquí. Estás débil. ¿Me prometes que no harás nada indebido esta noche? ¿Me obedecerás?
―Sí.
Sin embargo, estaba rompiendo sus promesas de una manera deliberada. Conocía el Ragnarök donde había quedado con Ruth y Aileen, y además, sabía que no podía cumplir con su palabra de entregarle a Menw en caso de que el vanirio estuviese definitivamente perdido, cosa que dudaba o mejor dicho, no quería creer. Ella nunca entregaría a Menw. No lo haría, no sería capaz.
Aparcó su Mini Cooper de color rojo y blanco, con sus cristales tintados, en una de las aceras colindantes del Jubilee Park. Se había comprado el coche hacía poco y lo había ocultado en su parking subterráneo, un parking que nadie sabía que tenía. Ella necesitaba un lugar en el que ocultar sus pequeños delitos y desafíos porque, si se escapaba por las noches con el Cayenne rojo, sabía que llamaría la atención de los clanes, de su hermano, y también de los posibles vampiros y lobeznos que la vigilaban. Con el Mini no la reconocerían, además, ella no era partidaria de volar si no era necesario. Soltó una risita histérica. ¡Era todo tan absurdo! Coches nuevos para escaparse de la vigilancia de los demás, una vida eterna sobreprotegida odiando al único hombre que había amado, marcada por unos dioses traidores, y ahora, después de todo eso, tenía que recurrir a Menw para que le diera su don. Y para colmo, ¡él no quería beber de ella!
Dioses, necesitaba verlo. Cerró los ojos y dejó caer la frente sobre el volante. Quería eliminar de él esa mirada apática y distante. Él siempre había estado cerca de ella, protegiéndola. Cuando se peleaban, sus ojos azules reflejaban diversión y afecto, no esa maldita indiferencia con la que la había mirado. Se miró la muñeca vendada. Una muñeca que se había abierto tres veces en los últimos días para ofrecer su sangre, para que él se alimentara. Y se sentía como un animal utilizado. Menw estaba conectado con ella a niveles muy elementales, podía calmarla, podía hablar con ella mentalmente, explicarle si estaba bien o no. Y el maldito no le había hablado ni una sola vez, la estaba escarmentando.
Furiosa con ella misma por sentirse tan desvalida por culpa de ese hombre, salió del coche y cerró de un portazo. Agradeció el frío nocturno. Era estimulante y la hacía reaccionar. Con pasos ágiles se dirigió a la cabina telefónica roja que era la entrada secreta al Ragnarök. Presionó la clave en el teclado e inmediatamente descendió al subterráneo.
El Ragnarök era un lugar espectacular. Una gruta llena de colores, pequeños lagos de agua caliente, un salón enorme para organizar reuniones sociales, bailes, cenas, lo que quisieran… Todo con la última tecnología y decorado de un modo muy vanguardista. Además, en las plantas superiores había salones privados, y habitaciones para los miembros de los clanes. Tenía que reconocerlo: Adam Njörd, el noaiti del clan berserker, tenía un gusto exquisito.
El tema de Within Temtation, Memories, sonaba en el ambiente. Fantástico. Era una de las canciones que más escuchaba en los últimos años porque la transportaba al pasado, a sus recuerdos. ¿Tanto tiempo llevaba viviendo de ellos? Ese grupo le encantaba y consideraba que todos sus temas eran buenos, seguramente porque vibraban al mismo nivel que su alma.
Ruth y Aileen estaban en una de las salas privadas, charlando con las cuatro humanas que llevaban el local. Las mismas sacerdotisas las habían elegido por sus habilidades sociales e informáticas. Sabían mucho sobre mitología celta y escandinava, se encargaban de llevar los foros y avisaban cuando encontraban a un usuario con más conocimiento de lo normal sobre tradiciones antiguas. Y también sabían sobre los vanirios y los berserkers. Meses atrás, la sola idea de hacer partícipe a algunos humanos de lo que ellos eran, le ponía la piel de gallina y le hacía entrar en negación. Pero las últimas experiencias vividas con ellos, les otorgaron un voto de confianza. Luna, Emejota, Ana y Lourdes, habían encajado en ellos a la perfección. Eran discretas, sabían escuchar y sólo hablaban si se les preguntaba algo. Si no, observaban, y acumulaban información. Daanna estaba convencida de que las cuatro chicas sabían más cosas sobre su persona que ella misma. Tenían ojos muy inteligentes.
Ruth se dio la vuelta y le brindó una de sus enormes sonrisas deslumbrantes. La Cazadora era una mujer de la que fácilmente una se podía enamorar. Con sus ojos dorados y su melena caoba, siendo como era: cariñosa, divertida, audaz y leal; Ruth era magnética, y Daanna había caído a sus pies, la adoraba. La eternidad le había hecho un gran regalo con ella.
Y luego estaba Aileen. La híbrida se había ganado su corazón con sólo domar a su hermano Caleb, pero Daanna no sólo quería a Aileen por ello. Aileen podía despertar admiración y envidia con sus ojos lilas y su melena negra y aquella piel bronceada, parecía una modelo brasileña, una belleza de las que no quedaban. Su cuñada tenía una lengua muy larga, era igual de guerrera que ella y tenía muchísimo carácter, pero aunque todos eran rasgos admirables, Daanna la quería porque Aileen sabía perdonar. La admiraba y la respetaba por ello, porque ella no lo había sabido hacer.
—Ven aquí, vaniria, y cuéntanos cómo está el pirotécnico ―dijo Ruth sonriendo, dando golpecitos sobre la butaca que había a su lado.
—Muy graciosa, Ruth ―contestó Daanna observando hambrienta lo que comían sus amigas.
—No te lo tomes a mal, Daanna, pero desde que la Cazadora tiene al bulldog en casa, está de un humor de perros. —Aileen le guiñó el ojo a Daanna y ésta sonrió, aunque le costó―. ¿Cómo estás? ―tomó su muñeca con delicadeza y la inspeccionó sin mostrar preocupaciones, ya que sabía lo mucho que Daanna odiaba que le tuvieran pena.
Daanna ya se había acostumbrado a esas muestras de afecto por parte de Aileen. Su cuñada era arrolladora y no respetaba el espacio vital de nadie.
—¿Te ha dado ya de beber? ―Ruth se levantó, se colocó al lado de Daanna y le retiró la larga melena negra para estudiarle las marcas del cuello―. Fue muy cariñoso, ¿no? ―comentó sarcástica.
—Quiero un plato como el de ellas, por favor ―pidió mirando a Lourdes y a Anna. Daanna podía sentir la rabia de Aileen y de Ruth hilvanarse con la suya propia―. Me siento… incómoda con esto, por favor… ―hizo un gesto de la cabeza para que Ruth le soltara el pelo y retiró la mano para que Aileen dejara de acariciarle la muñeca.
—Está bien. ¿Quieres hablar? ―preguntó Ruth sentándose a su lado.
—No hay nada de lo que hablar. Estuve equivocada durante dos mil años, perdí todo lo que quería y anhelaba, y ahora él me quiere castigar. No quiere salvarse. Y mi don depende de que él me alimente, cosa que, por supuesto, no quiere. —No era fácil mantener el tono práctico que estaba utilizando, pero debía hacerlo para mantenerse entera―. Punto y final.
—¿Desde cuándo no lo ves? ―Aileen la miró de reojo.
―Desde hace tres días.
—¿Caleb no te permite visitarlo?
―No.
—Ya. Y… ¿cómo lo llevas?
¿Que cómo lo llevaba? Quería que alguien le arrancara el corazón para que dejara de dolerle.
—Muy bien, gracias ―contestó displicente.
Ruth se limpió la comisura de los labios con la servilleta, pero no pudo evitar que sus gestos reflejaran su impaciencia.
—¿Ésas tenemos? ―preguntó de sopetón.
Las cuatro humanas se miraron las unas a las otras, incómodas ante la tensión que empezaba a palparse en el ambiente.
—¿Perdona? ―Daanna miró fijamente a Ruth.
—¿Con quién crees que estás hablando, Daanna? ―Ruth la miró de reojo. Sus ojos dorados echaban chispas.
—Ruth. —Aileen la reprendió con la mirada.
—Me da igual ―contestó ella, encarándose a continuación con la vaniria―. No me vas a engañar. No hace mucho que te conozco, pero te conozco. Eres mi amiga. No voy a dejar que te lo quedes todo para ti, ¿entiendes? Tienes que sacarlo Daanna. Lo que sea que te corroe, lo que te hace daño, maldita sea, échalo. Estamos aquí para escucharte.
Le sirvieron el plato con una botella de vino tinto. Daanna dejó de atender a Ruth, se sirvió una copa y miró la ensalada de arroz con tomates, maíz, manzana y tofu, aliñada con aceite y vinagre caramelizado. Dio un sorbo largo de vino y por un momento se imaginó que era otro tipo de líquido rojizo, la sangre de un sanador al que le obligaban beber sangre, su sangre. Ignoró el tono de la Cazadora y empezó a comer con los modales de una reina. No era propio de ella actuar así, de hecho, se consideraba muy educada y gentil para desoír las palabras de alguien que le estuviera hablando. Pero no estaba de humor y además ella no servía para confesarse, ni para abrirse como una flor.
―¿Eres sorda, ahora? ―le pinchó Ruth―. Hace tres días que no sabemos nada de ti, excepto lo que nos contaron As y Caleb. No nos has llamado, no has contestado nuestras llamadas… Fui a verte ―le reprochó Ruth―, y lo sabes, sabías que estaba ahí y no me abriste la maldita puerta. Hemos estado muy preocupadas.
Daanna siguió comiendo. Era verdad. Ruth la había visitado y le había hablado a través de la puerta, una puerta que ella no había abierto. Ruth quería hablar con ella, necesitaba contarle algo y quería ayudarla de algún modo, pero Daanna no había dejado que nadie, excepto el dolor que sentía, se colara a través de las grietas de su coraza. Ruth había intentado incluso entrar en contacto con ella mentalmente, pero Daanna le había cerrado el paso, y había contraatacado, incluso sabiendo que Ruth se iba a ir con una gran migraña a casa.
Mierda, ¿qué hacía ahí? ¿Por qué había ido a hablar con ellas si no le apetecía nada estar con nadie? Ahora mismo no era buena compañía. Se sentía débil, hambrienta y disgustada consigo misma. Ella sólo necesitaba una cosa. Calor. Quería calor. Desde que había pasado lo de Menw se había encerrado en su casa y lo último que quería era verlas a ellas, a Ruth y a Aileen, y se sentía mezquina y asqueada por ello.
—Daanna, creo que te haría mejor hablar de esto ―la híbrida se inclinó sobre ella―. Creo que…
―He venido a comer con vosotras, Aileen. —Se secó la boca remilgadamente con una servilleta y la dobló dejándola pulcramente al lado del plato—. ¿No es suficiente? No necesito hablaros de nada ni explicar detalles sobre nada. Sólo quiero distraerme.
—¿Por qué no? ―preguntó Ruth cada vez más afectada―. ¿Por qué no te apoyas un poco en nosotras, Daanna? Yo he contado con vosotras cuando lo he necesitado. Somos tus amigas.
—Pues si quieres seguir siéndolo, Cazadora, deja de molestarme ―espetó Daanna cortante como un cirujano―. No necesito explicar más cosas ni desahogarme para sentirme mejor. No soy débil ni frágil como…
―¿Cómo nosotras? ¿Cómo yo? ―Ruth tragó saliva y levantó la barbilla―. ¿Es eso lo que quieres decir?
Aileen notó que Daanna estaba cogiendo los cubiertos con tanta fuerza que los estaba deformando. Su cuñada estaba muy irritable y ella sabía por qué estaba así. Era el hambre y el dolor del rechazo lo que la hacía estar tan a la defensiva.
—Sí, eso iba a decir ―afirmó Daanna con sinceridad, deseando enviarlo todo al infierno.
—Seré débil, Elegida ―replicó Ruth malhumorada, tomando las llaves de su Smart Roadstar y colgándose el bolso al hombro―, pero te aseguro que sé muy bien cuál es la diferencia entre una amiga y un bufón, y yo no me he pasado tres días muerta de la preocupación y de la rabia, esperando a verte, para que ahora sólo quieras que te entretenga. Alquila a un payaso, vaniria.
Ruth se acercó a Aileen, la besó en la mejilla y se despidió de las chicas. Miró a Daanna por última vez y se fue de allí.
¿Qué había sido eso? Daanna dejó caer los cubiertos doblegados sobre el plato y pidió perdón a Lorena y a Emejota en voz baja. Movió los dedos para que circulara la sangre y dejó caer los hombros. ¿Por qué estaba así?
Miró hacia atrás esperando a ver a Ruth en la puerta, y se sintió fatal cuando no la encontró. ¿Por qué lo pagaba con ellas?
Aileen no dejaba de mirarla como queriéndole transmitir que ella entendía por lo que estaba pasando.
—Nadie te juzga, Daanna. Ruth y yo hemos estado muy preocupadas por ti. Pero sé que eres muy independiente, que eres distinta y no te voy a obligar a que te abras ―Aileen le habló con calma―. Pero del mismo modo, no puedes obligarnos a que no te queramos y a que no deseemos estar contigo o ayudarte, Daanna. Estamos para lo bueno o para lo malo, pase lo que pase. Es lo que diferencia a las amigas, de los bufones.
—¿Y qué os hace pensar que no prefiero a los bufones?
Daanna se levantó de la silla y se dispuso a dejar a Aileen plantada. Pero la híbrida era más agresiva que Ruth, así que la tomó del antebrazo e hizo que se volviera hacia ella.
―Sé lo que te pasa, Daanna. Tienes sed. Y no una sed cualquiera, tienes sed de él. Estás helada y sientes frío y, seguramente, te sientes abandonada. Es lo que hace cualquier tipo de vinculación entre caráid. Me pasó lo mismo cuando Caleb bebió de mí ―explicó Aileen con humildad―. También estuve unos días sin verlo, aunque lo odiaba, lo odiaba a muerte ―repitió, sonriendo todavía incrédula ante el recuerdo de aquella sensación―. Y lo mío fue peor, porque después de lo que me hizo, lo anhelaba como una loca. Fue humillante, no entendía nada. Hasta que comprendí. Comprendí que en las relaciones entre caráid, el orgullo siempre queda muy mal parado, ¿sabes? Caleb me dijo que podía llegar a ser frustrante de lo dependiente que éramos el uno del otro. Pero… te entregas al doscientos por cien, porque ni tu alma ni tu corazón pueden concebirlo de otra manera. Y nada se hace a medias.
—Suéltame, Aileen. —Miró los dedos finos y largos de su amiga que retenían su brazo con fuerza.
—Vuestra vinculación ha empezado y no hay vuelta atrás ―insistió.
—¡Maldita sea! ¡No he bebido de él! ¡Ni una vez! Caleb no te dio de su sangre porque quería darte el poder de elegir, quería que tú te ofrecieras a él y hubo un intercambio auténtico. Menw no me la ha dado a mí porque no quiere enlazarse conmigo de ningún modo. No me quiso alimentar. —Consiguió zafarse de su mano y se quedó pálida al ver que la coraza empezaba a romperse. Necesitaba salir de allí, correr a un lugar donde nadie pudiera compadecerla―. No te compares conmigo, Aileen. Estamos en posiciones muy diferentes.
—Daanna…
—¡No!
Daanna salió del Ragnarök a toda prisa. ¿Desde cuándo perdía los nervios así? ¿Por qué se había comportado de un modo tan frío con sus amigas?
Salió al parque y tomó varias bocanadas de aire. El cielo estaba negro por completo, no había ni una estrella. El olor a humedad impregnó sus fosas nasales. Se apretó los ojos con los dedos y gruñó frustrada.
—Menw… —susurró sorbiéndose las lágrimas. Impresionada, se pasó los dedos por las mejillas y recogió las gotas saladas para mirarlas con estupefacción—. Mira lo que me estás haciendo —estaba harta.
Agitada como nunca lo había estado, se dirigió al Mini Cooper y entró en él, malhumorada. Encendió la radio y puso la música de Rihanna, Cry, a la máxima potencia, quería que las letras y el sonido lleno de venganza y promesas de aquella voz grabaran sus mensajes en su corazón.
I’m not the type to get my heart broken.
I’m not the type to get upset and cry.
Cause I never leave my heart open[3]…
Condujo como una loca hasta su casa de Black Country. Quería creer cada verso, cada palabra. ¿Y si ella fuera así de fuerte? Pero no lo era, no lo era, y eso la desgarraba.
¿Por qué no lo era? Esa pregunta tenía una respuesta fácil, aunque la obligaba a ser sincera consigo misma; una que revelaba quién y cómo era ella en realidad.
This time was different.
Felt like I was just a victim
and it cut me like a knife?
When you walked out of my life[5]…
¿Y qué sucedería cuando Menw saliera de la confinación a la que había sido sometido? Cuando dejaran de obligarle a beber su sangre, ¿qué pasaría con ellos? Se sentía tan insegura al respecto… Su mente era un caos de posibilidades y cada una de ellas era nociva para su salud mental. Necesitaba fortaleza para aguantar la actitud de Menw hacia ella. Él estaba en su derecho…, pero… ¡Ella también! Algo en su interior rehusaba a rendirse y a someterse ante él. No podía hacerlo si seguía odiándola, no se iba rebajar más.
… But no matter what/ you‘ll never see me cry[6]…
Llegó a su casa y metió el coche en el parking interior, un pequeño compartimento subterráneo que ella había mandado a construir secretamente para cobijar sus pequeños tesoros, como el coche, alguna que otra moto y armas de última generación. A los miembros del clan no les gustaría averiguar que la Elegida era una auténtica fetichista de las armas, sobre todo las espadas. Adoraba las katanas. Sonrió al imaginarse las caras que pondrían si descubrieran todo los objetos que ella guardaba ahí, teniendo en cuenta que creían que sólo debían protegerla con obstinación, y que ella no debía luchar.
El único problema de aquella sala era que no conectaba con las escaleras de su casa, y que para salir de ahí, tenía que hacerlo por un pequeño portal comunicado con los túneles subterráneos que daban al exterior. Saliendo por el diminuto agujero, siguió el pasillo y ascendió las escaleras que daban a unos cincuenta metros de lo que era el porche trasero de la casa. Ni Caleb, ni Menw, ni nadie, podrían averiguar esa salida secreta a no ser que alguna vez entraran en el compartimento donde ella había dejado el coche. Y nadie más usaría ese escondite excepto ella, porque de hacerlo, su libertad tan peleada durante tantos siglos se acabaría.
Se dio media vuelta y se quedó mirando su casa. Su preciosa casa blanca, construida a cubos, aunque de habitaciones circulares en su interior, de amplias cristaleras negras que se aclaraban al atardecer y la cubrían de los rayos UVA de la mañana. Un pequeño santuario donde ella podía resguardarse del mundo y de esos días infinitos y solitarios, que la abrazaban como una boa constrictor y la dejaban sin respiración. Pero allí, entre sus cuatro muros, ella no estaba tan mal. No estaba sola. La acompañaban sus sueños y sus esperanzas de sentirse alguna vez… completa.
Había dos vanirios ocultos en los árboles. Vigilando que ella no saliera de su casa, tal y como había ordenado Caleb. Les daría apoplejía si supieran que ella tenía una entrada y una salida secreta.
Dio un paso hacia delante y entonces… ¡Boom!
Daanna oyó la explosión antes de ver cómo su precioso hogar salía volando por los aires. Sintió cómo los restos de lo que consideraba su guarida la alcanzaban, y percibió que ella también era barrida por la fuerza de aquel huracán de fuego, cristales y ladrillos. Su cuerpo fue zarandeado por los aires hasta que algo duro y rugoso la detuvo. La fuerza del impacto la dejó sin respiración y sintió un dolor sordo en las costillas y en la cabeza. De repente un sudor frío cubrió su piel. Se desplomó al instante, como si le hubieran apagado la luz de repente.
Menw McCloud estaba inquieto como un tigre amenazado en una jaula. Y esa inquietud no nacía de él. Venía de los pensamientos de ella, de Daanna. Su deliciosa sangre lo había limpiado, le había devuelto parte de la cordura perdida en esos días negros y aciagos en los que Loki cosía una realidad horrible para él. Sin luz. Pero la esencia de Daanna le había purificado lo suficiente como para volver a sentir las emociones que tenía aletargadas; las emociones que alguna vez pudo tener por ella. Sentimientos que nunca fueron correspondidos, que no eran igual de fuertes en ella, pero que él no podía evitar poseer, y sin embargo, tenía la necesidad de ocultarlos, de protegerse de Daanna.
También le había devuelto la preocupación constante. Como lo que arrasaba su piel y su sentido común. Era como un ataque de pánico. Estaba asustado y ni siquiera sabía por qué. Sentía miedo por ella y sentía dolor por el abandono que ella experimentaba. El dolor de Daanna era el suyo. Aunque la vaniria se hubiera protegido bien contra sus intromisiones mentales, había algo que los conectaba y que hacía que la distancia entre ellos fuera lacerante, y el sufrimiento que percibía de ella era algo que ponía al animal en él en alerta. Las parejas vanirias desarrollaban la empatía en el primer intercambio de sangre. Él sabía cómo se sentía ella, pero no al revés, ya que Daanna no lo había mordido.
¿Por qué estaba así la Elegida? ¿Qué le sucedía?
Caminaba en círculos como un grácil león caviloso. La Habitación del Hambre estaba revestida por gruesas paredes de hormigón, y él creía que era toda blanca, aunque no lo podría decir porque estaba a oscuras, y el lugar se encontraba cerrado herméticamente, en el interior de la tierra. Era como una fosa cavada a modo de un nicho en el interior del subsuelo. En el suelo había unos pequeños respiraderos por donde entraba el oxígeno.
Menw se quedó quieto como una estatua. Daanna no se encontraba bien, su malestar emocional era colosal. Sus sensaciones lo barrían como si fueran olas que llegaban a la orilla del mar, y cuando se alejaban, lo dejaban desnudo e indefenso. Se pasó las manos por el pelo. Lo llevaba demasiado largo y estaba enredado y sucio. Estaba desnudo de cintura para arriba y sólo llevaba los pantalones negros con los que había salido del Hotel 55. Se había peleado con Gwyn y con Lain y había perdido la camiseta y las botas en la refriega.
Se sentía impotente. Y mientras él estaba encerrado y la sangre de Daanna lo había calentado en esos tres días que llevaba aislado, ella sufría y…
Menw se llevó las manos a las mejillas al notar cómo algo húmedo se deslizaba por su piel. No podía verlo, así que frotó los dedos para ver de qué se trataba. Se llevó el índice a la boca y notó el sabor salado. La sal de las lágrimas, la sal que no dejaba cicatrizar las heridas. Daanna estaba llorando y él lo sentía: la empatía era tan grande que incluso él lloraba con ella.
Clavó las rodillas en la tierra húmeda de ese sarcófago gigante y hundió los dedos hasta hacer puños de tierra.
¿Daanna? ¿Algo va mal?
Le costaba respirar. Y se sorprendía al darse cuenta de la fuerza con la que le llegaban todas esas nuevas emociones. Daanna le había regalado de nuevo la capacidad de sentir. Pero ¿para qué? Si ella no le correspondía, ¿de qué le servía a él sentir nada? Pero sus cuerpos podían reconocerse de algún modo, la atracción existía. Aunque no sería suficiente porque, después de todo, ¿por qué iba a quererlo? Él se había equivocado en el pasado, se había rendido al vampirismo en el presente, y la había chantajeado como un rufián, y para colmo, no le había dado de beber. ¿Y se sentía mejor después de eso? No.
Daanna ni siquiera lo miraría, pero claro, su sangre era importante para ella. Su don dependía de él, así que ella no se alejaría mucho. La desesperación por ella había regresado, y era peor que antes, pero esta vez, no iba a mendigar su atención o su perdón. Por ahora, Daanna le pertenecía. Su sangre corría por sus venas y le insuflaba vida. Ella dependía de él en muchos sentidos, e iba a usar esa dependencia para mantenerla a su lado.
No era bueno como Gabriel, como el humano que había conseguido acercarse a su vaniria. Los vanirios tenían otros instintos de conservación, y una vez prueban la sangre de su verdadera pareja, enloquecían por ella y necesitaban cuidarla. Él cuidaría de Daanna, la vigilaría, estaría allí para ella. No sabía lo que sentía por ella, después de todo. Demasiadas cosas minaban el camino que lo guiaba hasta su corazón. La odiaba por traicionarle con Gabriel. La amaba por darle su sangre y acceder a recuperarle, por alejarle de las tinieblas. Pero hacía años que no reconocía en Daanna a la mujer de la que una vez se había enamorado. Seguramente los desengaños, y los enfrentamientos entre ellos habían agriado los recuerdos de su amor. ¿Quién era ella? ¿Quién era él? Dos mil años podían cambiar la esencia de lo que uno había sido. De momento, sabía quién era ella. Daanna era su bote salvavidas, y a ella se iba a aferrar. Y gracias a ella, sabía lo que él ya no podía ser: un vampiro.
Gruñó y golpeó el suelo al ver que no le contestaba. La niña caprichosa sabía muy bien como cerrarse en banda. Pero no podía quitarse esa sensación amarga de la boca del estómago. Daanna no estaba bien, no estaba a salvo, algo pasaba.
Hundió el puño en la tierra y ésta cedió. El suelo no era firme, tenía la consistencia del barro húmedo. Sonrió. ¿Podía salir de ahí?
Escavó como un salvaje para ir en busca de la mujer que, aunque le había arrancado el corazón una vez, le había devuelto la cordura.
Fue entonces cuando a medio camino del túnel subterráneo que él cavaba con sus propias manos, sintió el destello de la explosión en sus propios ojos. Cuando, sin poder evitarlo, empezó a llorar como un niño, y a arrancar metros y metros de raíces, tierra y piedras, Cuando luchó por no abandonar mentalmente a Daanna aunque ella no lo quisiera ahí. Cuando sintió que el dolor, la sorpresa y la decepción, acometían contra el cuerpo de la Elegida y la dejaban inconsciente.
Entonces gritó, gritó de rabia, y de impotencia. Y se dejó la piel hasta salir al exterior.
Como un animal acorralado, miró a su alrededor para ubicarse. Tenía tierra en la nariz, los ojos y la boca. Escupió mientras se alzaba por los aires y volaba guiándose únicamente por el ritmo ralentizado del corazón de su chica, y por el calor cada vez más débil de limón dulce que era su Daanna.
No. Nunca la abandonaría. Y nadie se la arrebataría esta vez.
Intentó abrir los ojos, pero cuando los abrió, no veía bien. La sangre recorría su rostro y caía por sus párpados. Se llevó la mano a la cara y se dio cuenta de que un cristal de unos diez centímetros había atravesado su palma. Intentó mover la otra mano para limpiarse la sangre de la cara, pero el hombro le dolía muchísimo. Así que desistió. Debía estar hecho un Cristo. Tenía un dolor cada vez más insoportable en las costillas derechas, casi a la altura del esternón, y le costaba coger aire. Había algo clavado en esa zona y esperaba que no le hubiese atravesado el pulmón. Sentía las piernas magulladas, sobre todo el muslo izquierdo. En él, había un trozo de ladrillo incrustado. Necesitaba ayuda, ayuda urgente.
—¿Qué tenemos aquí? ¿Sigues viva?
Daanna se quedó de una pieza. Ella conocía aquella voz; la conocía y la odiaba con todas sus fuerzas. Una mujer de pelo castaño oscuro ondulado y ojos casi blancos se acuclilló delante de ella. Tenía unos colmillos muy afilados y sonreía con diversión.
—¿Brenda?
―¿Elegida? ―preguntó burlona la vampira―. Esta noche me llevo el premio gordo. —Se apoyó en el muslo herido de Daanna y se echó a reír cuando oyó sus gritos de dolor—. Las órdenes eran eliminarte, te había visto entrar con tu coche y pensaba que tras la explosión estarías sepultada en tu casa, deshecha… Creí que no quedaba nada de ti, pero eres persistente como las cucarachas. Creo que te llevaré viva ante ellos. —Hundió los dedos en el muslo herido y apretó con fuerza, hasta ver que a Daanna se le saltaban las lágrimas―. ¿Por qué estás tan desprotegida? ¿Y tu hermanito? ¿Y los perros de los que os habéis hecho tan amigos? ¿Dónde está el líder berserker? Se llamaba… ¿Gilipoll-As?
―As está… está con Seth, ya sabes lo que le gusta que le den por detrás… ―los ojos verdes de Daanna centellearon.
Brenda no le daba miedo, le asqueaba, de ahí que no tuviera reparos en provocarla. Y la provocaba metiéndose con uno de los que compartía su sangre, si es que todavía lo hacía.
La reacción a la provocación no se hizo esperar. Brenda la abofeteó y Daanna sonrió. El carácter infantil de Brenda no había cambiado nada.
—Creo que al final voy a matarte ―murmuró la vampira―. Pero antes te llevaré con Seth y Lucius, se lo pasarán bien contigo, ¿sabes? Además, a Hummus le hará gracia conocerte.
—¿Hummus? ―gruñó Daanna―. ¿Qué tienes que ver tú con Hu…? ―enmudeció.
¿Olía a vainilla? ¿Olía a Menw? Sorprendida, miró al cielo.
—A mí también me hará gracia conocer a Hummus.
Menw aterrizó detrás de Brenda, con un aspecto amenazante y aterrador. Respiraba como si hubiera corrido una maratón, tenía el cuerpo y el pelo machados de barro, y los pantalones rotos por los muslos y las rodillas. Iba descalzo. Sus ojos azules se centraron en la vampira miró a un lado y al otro esperando que los otros dos vampiros que detectaba cerca, aparecieran.
—¿Menw? ―Brenda dio un paso atrás alarmada―. Hummus me dijo que estabas perdido, que Loki te tenía en sus garras, que…
―¿De verdad? ¿Crees que soy un vampiro? ―dio dos pasos hacia ella, pero la vampira era muy veloz y se dirigió hacia la Elegida para asestarle un golpe mortal.
Menw corrió y se colocó delante de Daanna, empujó a Brenda y la hizo caer hacia atrás. Protegería a la Elegida con su cuerpo y su vida.
—No te acerques a ella, Brenda. —Le enseñó los colmillos y frunció el entrecejo.
—Interesante… ―murmuró la vampiresa observándolos con interés―. ¡Acabad con ellos!
Dos vampiros cayeron de las copas del árbol en el que Daanna estaba apoyada y malherida. Menw agarró a uno de las solapas y lo estampó en el suelo. Con dos dedos hizo presión en una zona del cuello y el hombro y lo dejó paralizado.
—¡Menw, detrás de ti! ―gritó Daanna.
El sanador se agachó y esquivó las garras que se dirigían a su garganta. El aspecto del otro vampiro era deplorable: tenía el pelo blanco, la piel casi transparente, los colmillos amarillos y estaba muy delgado. Menw alzó la pierna y lo golpeó en el plexo. Se impulsó con las manos y saltó sobre él, en el aire, le rompió el cuello con un movimiento maestro de sus manos. Hundió la mano en su pecho y arrancó el corazón.
—Los vanirios somos más fuertes que vosotros ―dijo Menw al cuerpo muerto del vampiro, echándole el órgano sobre el estómago.
—¡Se va a escapar! ¡No dejes que se escape! ―gritó Daanna mirando cómo Brenda se alejaba volando, pero el esfuerzo hizo que se quejara inmediatamente del dolor de las costillas.
Menw seguía mirando alrededor, ignorando las palabras de Daanna. Bien, no olía a nadie más, a excepción del olor a quemado de la explosión y el olor de la sangre de Daanna que lo estaba volviendo loco.
Menw se acercó a ella y se agachó para inspeccionar las heridas de la vaniria. Apretó los puños al ver lo malherida que estaba.
—Menw… has dejado que se fuera… ¡¿Por qué has dejado que se fuera?! ―le recriminó.
—Me encargaré de ella en otro momento, Daanna, ahora deja que me ocupe de ti.
Daanna tragó saliva al sentirlo tan cerca. Por los dioses, ese hombre era impresionante. Parecía el guerrero celta que ella recordaba, con la cara manchada y todos esos músculos elegantes en el cuerpo. Un guerrero que regresaba a casa después de la batalla.
—No puedo creer que estés aquí. ¿Te has escapado? ―observó sus brazos llenos de tatuajes de esclavas, y sus manos, todas llenas de sangre y arañazos, las uñas negras y rotas. Sintió la necesidad de curarlo.
―Guarda silencio un momento y toma aire ―le pidió, mientras se concentraba en sus heridas. Cogió la mano que no estaba atravesada por un cristal, y presionó un punto en el centro de la palma.
—¡Ouch! ¡Ghon e mi gu dona! (Me duele mucho) ―gritó ella.
Menw levantó una ceja.
―Te he dado un punto de acupuntura. Ahora no sentirás dolor.
Se humedeció los labios y asintió agradecida. Las manos de Menw bajaban sobre ella con suavidad y dulzura, como si fueran aleteos de mariposas.
¿Eso estaba pasando? ¿Menw estaba allí con ella? ¿La tensión se podría cortar con un cuchillo? Menw le extrajo el cristal de la mano y el trozo de ladrillo del muslo. Le recolocó el hombro que se le había salido y le apartó el pelo de la frente para retirarle los pequeños cristales que le habían caído en la cara.
Daanna lo miraba maravillada.
―Pareces Tarzán, todo sucio y salvaje… ―murmuró algo ida mientras cerraba los ojos y apoyaba la cabeza en el tronco del árbol. No le importaba cómo lucía ella misma, sólo era consciente de la presencia de él. De su calor.
—Tú aspecto no es mejor ―susurró Menw mientras llevaba su mano a las costillas―. Parece que has salido de una explosión ―bromeó.
Palpó el trozo de tronco que atravesaba el costado derecho de Daanna y lo partió con las manos.
Daanna abrió los ojos y lo miró por entre las tupidas pestañas. Menw utilizaba otro tono, parecido al Menw antiguo.
—¿Estás de vuelta, verdad? ―le preguntó.
Menw había recuperado el azul peculiar de sus ojos y además desprendía el olor que tanto la embriagaba. Sintió que le hormigueaban los colmillos y se sonrojó.
El sanador exhaló, se arrodilló delante de ella y apoyó las palmas de las manos en los muslos, como un maestro de karate sentado en el tatami.
―Estaré aquí mientras tú me alimentas ―contestó sincero―. Y estaré aquí para darte tu don, Daanna. Pero quiero que entiendas que las cosas han cambiado. Si bebes de mi, eres responsabilidad mía, de nadie más. Si doy mi sangre estás bajo mi protección. Los dioses nos han jugado una mala pasada, estamos involucrados en su juego y ahora que he recuperado la conciencia, quiero ser responsable de ello. No te voy a engañar; sigo enfadado contigo y tú supongo que sigues enfadada conmigo por el pasado y por el presente… Pero es mi sangre la que te entrego, y serán mis normas las que debas acatar. Viniste a mí en busca de tu don, viniste a mí porque los dioses te espolearon a ello. Nuestra relación ha dado un giro inesperado para ambos, un giro que no tiene porqué agradarnos, pero, es lo que hay.
Daanna lo miró fijamente y con seriedad. No hablaba de permanecer a su lado por amor, era más bien una obligación. Pero eso a ella le valía si así podía gozar de tiempo con él.
—Lo entiendo ―contestó ella. Se aclaró la garganta y adoptó una pose más desenfadada―. ¿Juntamos meñiques?
El sanador no dejaba de mirar a través de su alma, no le quitaba los ojos de encima. Algo brilló en sus profundidades, algo parecido a una sonrisa.
—Esto no cambia mi decisión de irme una vez acabe todo. —Daanna apretó la mandíbula, y si Menw vio o no vio su dolor, la verdad es que lo disimuló muy bien―. Pero no tienes que preocuparte por nada.
—Supongo que no crees que seamos caráids, ¿no? Si no, nunca pensarías en irte.
Menw arqueó las cejas y sonrió incrédulo.
—No lo creo, no ―mintió―. Y espero que tú tampoco. Lo nuestro es un capricho de los dioses. Tú y yo nunca nos hemos sentido parte el uno del otro como vanirios. Pero el que no permanezcamos juntos una vez acabe esta historia de tu don y demás no tiene que implicar que no disfrutemos de nuestro trato como pareja de… De conveniencia.
Lo que decía era horrendo. Fétido. Menw lo sabía y ella también. Daanna pudo comprobar que seguía enfadado tal y como le había dicho, y que no confiaba en ella nada en absoluto. Pero los dioses le habían advertido que no iba a ser fácil y ella iba a jugar todas sus cartas; no importaba lo que se dejara en el camino si, al final, podía recuperar el amor de Menw, un amor sincero que ella había pisoteado y desdeñado demasiadas veces. Bien, tenía paciencia. Y se iba a agarrar a ella. Pero aun sabiendo eso, el orgullo, que era la ropa favorita de la Elegida, le obligó a contestarle mordazmente.
—Supongo que esto va a ser muy duro y sacrificado para ti. Debería darte las gracias por soportar este suplicio. —Miró hacia otro lado, sintiendo más frío del que podía tolerar.
—No me las des todavía, esto acaba de empezar. Rodéame el cuello con los brazos. Voy a sacarte de aquí.
Daanna sintió que estaba temblando y que empezaban a castañearle los dientes.
—Es la pérdida de sangre la que te está haciendo entrar en shock. Tranquila, te vas a poner bien.
Y ahí estaba ese tono preocupado por ella. Claro que se pondría bien, era inmortal, ¿no? No le habían cortado la cabeza ni arrancado el corazón, así que sí, se pondría bien, pero él tenía que alimentarla.
—¿Menw? ―Daanna se abrazó fuerte a él, y apoyó la frente en su hombro.
No podía tenerlo todo de golpe, no podía ser tan egoísta. Respetaría las decisiones de Menw, por ahora. Lo más importante era que su sanador estaba de vuelta.
—Dime.
—Al vampiro ése que has dejado paralizado en el suelo… ―dijo en voz baja.
—¿Sí?
―… le ha estallado la cabeza.
Menw sonrió y cerró los ojos con fuerza, para ver si así lograba desprenderse de esa ternura que despertaba la docilidad de la vaniria.
Nada de emocionarse por tenerla en sus brazos y volar con ella.
Nada de sentir el calor de su cuerpo y su cercanía, por la voz dulce con que ahora le hablaba; una voz que le recordaba a chakras y a poblados antiguos, a una noche de amor apasionada y de nudos perennes.
Para llevar a Daanna, necesitaba mantenerse emocionalmente alejado de ella, o si no, ella acabaría con él.
—Le he dado en unos puntos de bloqueo de la presión sanguínea. Puntos Sipalki. La sangre ha regado únicamente el cerebro, lo ha inflamado y el cráneo no ha soportado la presión.
—Te gusta volar las cosas por los aires. —Daanna estaba perdiendo el conocimiento. Se abrazó a él con fuerza y buscó el calor de su piel del guerrero―. ¿Menw?
― ¿Mmm? ―No pudo evitar acariciar la coronilla de la cabeza morena de Daanna con la mejilla. Si todo fuera diferente…
―Yo no estoy enfadada contigo. Ya no.
Menw no contestó. Aceleró la velocidad y se dirigió a Piccadilly Circus, a un ático que sólo él conocía.