En la actualidad.
Hotel 55, Hanger Lane. Londres.
Hacía tres semanas que Menw McCloud no dormía. Tres semanas de absoluta perdición y desesperación. Veintiún días de búsqueda y veintiún días de pérdida irreparable. En poco tiempo, todas las esperanzas que él había albergado para sí, todas, habían volado por los aires. Su hermano amado había desaparecido, y él luchaba hora tras hora para encontrarlo. Nadie sabía nada de él. Nadie conocía su paradero. Desde la noche del Ministry, Cahal se había borrado del mapa. Aquella noche lo había visto perseguir a una rubia increíble, una mujer que iba acompañada de dos chicas igual de sensuales, aunque más bien masculinas. Su hermano se había quedado impresionado nada más verla y eso no auguraba nada bueno, porque quedarse petrificado por una mujer era lo peor que le podía pasar a un hombre. Cahal siempre se lo había dicho, con las mismas palabras exactas, pero Menw nunca lo había creído porque para él, su Daanna era especial, y siempre mantenía la esperanza de que la vaniria volviera a su lado. Por lo visto, Cahal siempre había tenido la razón.
Menw miró a las dos mujeres que tenía enfrente. Estaban en la habitación de aquel hotel boutique, delante de su inmensa cama doble cubierta de impolutas sábanas blancas y un cubrecama de ante marrón oscuro. Las chicas se habían quitado la camisa mostrando ambas un busto de lo más sugerente. La rubia llevaba un sostén rojo y la de pelo castaño uno negro. Ambas tenían pechos considerables, los de la rubia retocados por un cirujano. Pero no se lo habían hecho bien, pensó Menw; tenía el pezón derecho más arriba que el izquierdo y lo podía ver porque el sostén era transparente. El Menw de hace años habría tenido reparos al estar con dos mujeres de lujo, a las que no conocía de nada. No se habría sentido bien, porque su corazón y su alma estaban en otra parte, estaban con… ella. Pero ahora su corazón se ralentizaba y poco a poco se secaba, y su alma, que una vez había sido inquebrantable, ahora era constantemente tentada por Loki. Sencillamente ya no tenía más fuerzas. Y ya no tenía sentido luchar, porque nadie iba a reclamarlo, nadie iba a apagar su hambre eterna y nadie le iba a dar la gracia del amor. ¿Para qué luchar? Él sabía que ella ya no iba a venir.
Se estaba convirtiendo en vampiro. Lo veía en el color de sus ojos cuando se miraba al espejo, ahora más claros, más mortíferos. Lo notaba en su rictus serio y en el gesto predador de su mirada. Lo veía reflejado en la sonrisa fría e inclemente que ahora dibujaban sus labios.
Loki se le aparecía en sueños, y faltaba muy poco para que Menw dijera un alto y claro: ¡Sí, por favor! Necesitaba dejar de sufrir y anhelar, dejar de perder y dejar de esperar encontrar. Las necesidades que había tenido su cuerpo y su alma desde que lo convirtieron nunca fueron saciadas y eso que él sí que sabía y estaba convencido de que Daanna era su caráid. Siempre buscó su perdón, siempre lo deseó y, como un niño esperanzado al que tardaban en darle su regalo de navidad, siempre lo esperó.
Pero por lo visto, Daanna no tenía pensado perdonarle nunca. ¿Lo había amado alguna vez? ¿Fue todo una maldita ilusión cruel?
Todos le habían mentido. Todos. Seth y Lucius le tendieron una trampa, Freyja le mintió, Daanna lo traicionó, y su hermano Cahal le había abandonado. ¿Qué le quedaba a él? Nada. Porque ni siquiera le interesaba lo que pudiera pasar con los humanos, ni siquiera su lucha era ya honorable. Su naturaleza se tornaba egoísta, en su mente sólo cabían él y su necesidad, o él y su ansia de joder a Loki. Quería joderle por lo que él sufría debido a esa necesidad de sangre.
¿Los humanos? Para otros.
Ya no le importaban. Una vez le importó lo que pasara con ellos, y por eso estaba en esa situación. Pero la cruda realidad era que ya hacía mucho tiempo que no sentía cariño por nada ni nadie. Era un hombre completamente desapegado, y el poco apego que había tenido por las emociones Daanna se había encargado de destruirlo. ¿Era un mártir? Porque sus dos mil años de edad habían sido un suplicio criminal. Sufrir tanto por una mujer, llorar por culpa de su despecho, era lo peor que podía vivir un guerrero.
Mientras miraba a las dos bellezas que tenía delante, llevó las manos a la parte baja de la camiseta y tiró hacia arriba hasta sacársela por la cabeza, dejando a la vista el cuerpo delineado por músculos y tendones. Fuerte, ágil, alto y agresivo.
—Eres muy moreno de piel para ser tan rubio, bombón —dijo la del pelo dorado pasándose la lengua por los labios.
—No hables. —Menw la agarró de la muñeca y la acercó a él violentamente. No quería oír sus voces, demasiado roncas, demasiado forzadas, poco auténticas.
La humana lo miró fijamente a los ojos y quedó hipnotizada por su color y sus palabras. El vanirio le miró el pelo y puso cara de disgusto. A continuación, miró a la otra y también se mostró disconforme con su tonalidad.
Menw se giró, se dirigió a la cómoda de roble y abrió un cajón. Sacó dos pelucas lisas, de larga melena de color negro, y se las colocó con meticulosidad, sin dejar escapar ningún mechón que no fuera del tono que a él le gustaba. Negro azulado.
Cuando acabó, asintió mientras tomaba su copa de champán mezclada con gotas de sangre. Sí, bebía sangre. Pocas cantidades y todas medidas con probeta. Sabía que si rebasaba los litros que albergaba su cuerpo la transformación sería inmediata, y todavía necesitaba acabar con unas cuantas cosas antes que ceder al vampirismo, antes que entregarle el alma a Loki. Pero el vampirismo era complejo, era una enfermedad no sólo física sino, sobre todo, mental. Sin embargo, todavía luchaba contra eso, luchaba por no rendirse, porque todavía le quedaban cosas por hacer. Como por ejemplo, necesitaba encontrar un tratamiento para los que, como él, llevaban pasando hambre tantísimo tiempo. Menw no deseaba ese tormento a nadie. Él había sobrevivido porque, como mínimo, tenía su droga cerca, tenía a Daanna alrededor y eso calmaba el anhelo, pero la cercanía y la insatisfacción lo habían destruido y lo habían convertido en lo que era ahora.
La sangre calmaba a los vanirios hambrientos, y lo hacía de alguna manera biológica pero, del mismo modo, era adictiva y luego les despertaba la sed animal, sed de más y más, de nunca tener suficiente. Si encontraba la combinación química justa, podría solventar esos problemas. No obstante, aún no había dado con la solución.
Por otro lado, necesitaba rescatar a su hermano y volar por los aires la sede de Newscientists de la calle Oxford. Necesitaba destruir al menos otro de sus edificios en venganza por todo el daño causado a los suyos. Y ésa sería la segunda espina que se quitaría esa noche. La primera —miró su reloj—, seguramente ya la había liquidado.
Notaba el cambio en él, notaba la sed y la violencia, notaba que la esencia del depredador ya estaba adherida a su piel, a su ser. Le quedaba poco tiempo para dejar de hacer las cosas conscientemente.
—Eres un bombón, guapo —le dijo la del pelo castaño, ahora con peluca negra—. Tienes cuerpo de nadador, pero el tuyo es más musculoso —le pasó un dedo por el pecho—. Mira esos músculos y todos estos tatuajes en los…
Antes de que ella acariciara el tribal que llevaba en el hombro, para él el más especial, la alejó tomándola de la barbilla. Menw la miró a los ojos, unos ojos negros muy bonitos, pero no eran de su agrado. A él le gustaban turquesa, verdes insólitamente claros. Se acercó a ella y le bajó la falda negra ajustada llevándose también las medias. Se puso de cuclillas y le quitó los zapatos de tacón aguja. Esa mujer era muy bajita en realidad. A él le gustaban más altas. Mierda, tenía que dejar de pensar en ella.
—Voy a atarte —le susurró él acariciando un mechón de la peluca.
La mujer sonrió expectante y le ofreció las muñecas.
—Empieza ya, cielo.
El hombre en él tuvo pena de aquella mujer, pero el vampiro aulló divertido. Esa mujer no sabía lo que era ser atada por alguien que estaba a punto de perder el alma.
Menw sacó una cuerda de cuero del cajón y la pasó por un corchete que había clavado en el techo. Ató con presteza las muñecas de la prostituta e hizo polea con el otro extremo de la cuerda hasta levantar a la mujer del suelo y alzarla con los brazos estirados. Ató el extremo a otra hebilla de la pared.
—¿Saben los dueños del hotel que estás haciendo obras en tu habitación? —preguntó la otra mujer, excitada al ver lo que estaba haciendo ese hombre rubio y enorme.
—Yo hago lo que quiero, cuando quiero —contestó él con frialdad—. En vez de hablar, ¿por qué no te quitas la falda, bonita? Desnúdate. Ahora.
La mujer sintió un escalofrío e hizo lo que le ordenaban.
Menw cogió por los muslos a la chica que estaba colgada y se los apoyó sobre los hombros, abriéndola completamente a él. Oyó el ronroneo gustoso de la hembra. Menw podía verle el sexo a través de la tela transparente de sus braguitas negras. Castaño oscuro. No era negro. Gruñó y pasó los labios por el interior del muslo de su presa. Todavía no entendía por qué le frustraba no estar con alguien como Daanna, con su pelo negro y sus ojos tan grandes y verdes. Ella ya le había dicho que no por activa y por pasiva. Pero él seguía sintiéndose incompleto. Él seguía necesitando algo de ella.
El problema era que lo que apetecía hacerle a Daanna nada tenía que ver con él amor que una vez le profesó. No tenía relación con la ternura. Ahora, su lado vampiro sólo quería guerra y sobre todo quería castigarla, por rechazarlo tan cruelmente y por darle de beber a otro que no era él.
Sus sensaciones hacia Gabriel eran confusas.
El chico había sido un humano bueno, un amigo leal, puede que uno de los que sí merecían ser salvados, pero ese tío, Gabriel, estuvo con algo que le pertenecía y gozó de algo que Menw creía que iba a ser para él… Algún día, o al menos eso creyó dos mil años atrás.
Sin embargo, la Elegida era una mujer orgullosa que no sabía perdonar, ni siquiera supo averiguar si lo que había visto y lo que había pasado entre Brenda y él había sido cierto. Nunca quiso probar su sangre.
—Dios mío, Jeanette —susurró la rubia agrandando los ojos—. Le están saliendo colmillos… este hombre tiene… ¡Colmillos! —gritó asustada recogiendo sus ropas a toda prisa, temblando de miedo.
Jeanette estaba en un trance sensual inducido por Menw y poco le importaba si tenía o no tenía dientes caninos.
—Me da igual, Linda —murmuró mirando a Menw con los ojos brillantes—. Muérdeme, hombretón.
—Jeannette contorneó las caderas ante la cara de Menw.
—¡¿Estás loca?! No sé qué tipo de truco es éste pero a mí no me gusta nada…
Antes de que pudiera huir, Menw cogió a la chica por los hombros y le obligó a mirarlo.
—Tú de aquí no te vas a mover, Linda —dijo Menw bajando la voz, obligando a la mujer a relajarse.
—Las dos se van a largar ahora mismo.
Menw miró hacia atrás y vio a la mujer que lo había vuelto loco y lo había lanzado a los infiernos sin contemplaciones: Daanna.
La vaniria estaba en posición de defensa. Los puños apretados a los lados de las caderas y las piernas abiertas. Su larga melena tenía reflejos azulados y sus ojos estaban oscurecidos, verdes, pero verde musgo. Estaba muy enfadada. Mucho. Y eso era algo que a Menw le encantaba; los ojos de Daanna transmitían emociones, emociones que él ya no tenía.
El vanirio miró a Linda, a Jeannette y luego a Daanna.
—¿Te unes a la fiesta, Elegida?
Daanna estaba tan absorta en él, en su cuerpo semi desnudo, que por un momento olvidó a la mujer que colgaba de una cuerda y a la otra chica que Menw ahora agarraba del pelo, girándola hacia ella mientras él se colocaba detrás y olía su garganta, deslizando los labios por su piel.
La vaniria tragó saliva. Por Brigit, no podía soportar ver a Menw así. Tenía el pelo largo y rubio algo despeinado, con multitud de mechones que le caían sobre la cara. Y su cuerpo lucía unos complicados tatuajes alrededor de los bíceps, los antebrazos y las manos. Tatuajes tribales negros de formas diferentes. ¿Desde cuándo tenía él esos tatuajes? Dirigió sus ojos a su hombro derecho y vio allí el nudo perenne que lo rodeaba. ¿Todavía lo tenía? Era su nudo perenne. Suyo.
Se trataba de Menw pero, al mismo tiempo, no era él.
Inspiró profundamente porque quería detectar ese olor a vainilla que sólo el cuerpo del sanador desprendía. Y no era un olor pegajoso, tenía tintes afrutados, y a ella le encantaba olerlo, le fascinaba. Sin embargo, no había rastro de olor y si lo había, estaba demasiado difuminado por el olor a depravación, sangre y sexo que ahora emitían los poros del vanirio. Porque sí, todavía era un vanirio.
No aguantaba que tocara a otra y menos que estuvieran casi desnudas ante él. Y a todo eso se le añadía la profunda vergüenza que sentía hacia sí misma con sólo mirarlo, y el miedo inclemente a que él la rechazara. Pero tenía muy claro lo que había venido a buscar. El amor entre ellos estaba destruido, lo habían aplastado a base de traiciones y mentiras, pero no estaba muerto. Seguían vivos, ¿no? Venía a rescatar a Menw de la oscuridad y no importaba el peaje que tuviera que pagar para ello, ¿era un vampiro? ¿Por completo? Eso sólo ella podría averiguarlo y esta vez no se iba a echar atrás.
—Largo. ¡Fuera las dos! —Daanna entró en la suite de lujo de aquel hotel, con su paso elegante y su pose altiva. ¿Desde cuándo estaba Menw allí?
El Hotel 55 no tenía más de veinticinco habitaciones, era un sitio muy exclusivo y de diseño. Estaba a media hora del centro de Londres, justo en frente de la parada de metro de North Lane. ¿Había estado ahí todo ese tiempo? Aquello era una gran indiscreción. ¿Dónde dormía? ¿Cómo dormía? Furiosa por la exposición a la que había sido voluntariamente expuesto Menw, la vaniria se dirigió a Jeannette y la descolgó con agilidad. Como mínimo había elegido una habitación que daba al interior, al jardín tipo chillout.
—Si la bajas y si ellas se van, tú vas a ser mi plato, Elegida.
Daanna se envaró al oír la voz fría del sanador. Miró a Jeannette y la hizo salir del trance.
—Coged vuestras ropas y váyanse de aquí. No vais a recordar nada. —Indujo a la chica a que la obedeciera, ignorando la amenaza de Menw.
Jeannette así lo hizo pero se giró al ver que Linda no la seguía. Menw todavía la tenía agarrada del pelo y disfrutaba haciendo pasar la lengua por su carótida.
Daanna apretó la mandíbula y lo encaró. Verlo así dolía una barbaridad. Verlo con otra era destructivo. Pero ya lo había visto antes creyendo lo peor, de alguna manera aquello ya lo había vivido. Ahora sabía que lo que él hacía lo hacía por despecho, porque estaba enfadado con ella. Bien, ella también lo estaba consigo misma y sobre todo con él. Pero, por encima de todo, odiaba a los dioses por haber jugado con ellos de esa manera.
—Déjala, Menw. Suéltala ahora mismo.
Menw arqueó las cejas y sonrió.
—Desnúdate, Daanna, y puede que cuando te tenga como a ella, haga un cambio entre ustedes, ¿te parece? Has venido a por algo y todavía no sé lo que es, Pero no voy obedecerte así como así, mis tiempos como perrito faldero se acabaron.
Daanna cerró los ojos ante aquella vacía insinuación. ¿Así la iba a tratar? ¿Y qué esperaba? ¿Que la iba a recibir con los brazos abiertos?
Menw estaba cambiado. Nunca antes había parecido tan peligroso y mortal como ahora. ¿Y su príncipe de las hadas? Ella lo había pisoteado y ahora tenía a un ángel del infierno fiero y descontrolado.
—¡Que te desnudes, Daanna! —repitió con impaciencia—. Ellas por ti, o si no, me las bebo aquí mismo.
La joven exhaló temblorosa y se llevó las manos a las solapas de su cazadora de piel roja. Se la sacó con brío, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Se sacrificaría, pero no por la humanidad ni por los dioses, se sacrificaría para resarcirlo. Se sacrificaría por él.
—De acuerdo, Menw. ¿Eso quieres?
Estaba eufórica por haberlo encontrado, muy cabreada por descubrir que estaba con dos mujeres, y triste porque Menw tenía la mitad de su alma con Loki. ¿Aquello había sido culpa de ella? Dejó caer la cazadora al suelo y luego llevó las manos a la parte baja de la camiseta de tirantes ajustada y se la sacó poco a poco por la cabeza.
Menw soltó a Linda, y se humedeció los labios.
—Vete, Linda —le dijo mirándola a los ojos—. No vas a recordar nada de esto. Cierra la puerta cuando salgas.
Linda siguió a Jeannette, arrastrando los pies como un zombi y alejándose de aquella habitación. Cuando oyeron que la puerta se cerraba, el calor y la energía de la habitación se caldearon.
Daanna lo miró a los ojos pero él sólo estaba interesado en su cuerpo. En aquellos pechos tan altos y perfectos, cubiertos por un sostén de encaje negro. La belleza de Daanna era inigualable, desafiante. No todos los hombres se atreverían a acercarse a ella. Se irritó al pensar en otros hombres, y le vino a la mente el humano muerto: Gabriel. ¿La habría él visto así?
Pasó los ojos por su estómago escultural y sus abdominales, por aquellas caderas tan bien moldeadas. Joder, los lunares que salpicaban su estómago plano… Eran una delicia. Dio una vuelta alrededor de ella mientras le hormigueaban las manos por la necesidad de tocar aquella piel más blanca que la suya. Sin avisar y en un movimiento veloz, se pegó a su espalda y la tomó del pelo, tirando duramente de él.
—¿Cómo me has encontrado? —preguntó Menw.
Daanna se estremeció al sentirlo tan cerca de ella, pero tan lejos a la vez. Le diría la verdad.
—Me dijeron que estabas aquí.
—¿Quién?
—Odín y Freyja.
Menw gruño.
—¿Los dioses? ¿Ahora hablas con los dioses? No me hagas reír. ¿Qué haces aquí, Elegida?
—No es ninguna broma. He venido a buscarte, Menw.
—¿Por qué?
—Porque… —se mordió el labio. ¿Qué debía decirle? ¿Qué lo necesitaba para despertar su don? Su don poco le importaba ahora. Sólo quería hablar con él—. Porque quería verte, necesitaba hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—Sobre…
—¿Sabes qué creo? —Menw le echó el cuello hacia atrás—. Creo que estás aquí porque ahora que Gabriel ha muerto no tienes con quién retozar. ¿Y crees que yo estaré disponible?
Daanna sintió la furia que hervía bajo la piel y las corazas. No, eso no era verdad. Tiró de la cabeza para que él la soltara pero Menw no la liberó.
—¡Eso no es verdad! ¡No seas desagradable!
—No te imaginas lo desagradable que puedo llegar a ser ahora —murmuró disgustado.
—¿Dónde has estado todo este tiempo, Menw? ¡¿Aquí?! ¡¿Con tus putas?! ¡¿Has buscado siquiera a tu hermano?! ¡¿Tienes idea de lo preocupados que hemos estado?!
Menw rodeó su cintura con un brazo y la arrumbó a él para que sintiera el poder de su excitación. Tenía todo el cuerpo endurecido. Gruñó y de nuevo le tiró del pelo hacia atrás hasta rozar con sus labios el lóbulo de su oreja.
—¿Tú has estado preocupada por mí? —preguntó incrédulo—. ¿Tú? Eres la puta princesa del hielo, Daanna. Nunca te he importado, siempre he sido un incordio para ti y ahora vienes aquí y te atreves a desnudarte en mi cara y a joderme los planes. ¿Qué te has creído? ¿Acaso no has visto en lo que me estoy convirtiendo? Soy medio vampiro… ¡Por tu culpa! —la empujó y la alejó de él. Se aferró el pelo con las manos y miró al techo intentando dominar su salvajismo—. ¡Lárgate! No te quiero ni ver.
Daanna no podía rebatir aquello. Menw tenía razón. Ella los había condenado. Sintió pena y frío en su corazón helado, no tenía muchos argumentos para poder enfrentarse a él, ni se atrevía a decirle lo que le habían dicho los dioses. Y sin embargo, le debía la verdad.
Tenía miedo de descontrolarse, ella odiaba la pérdida de control y ahora estaba a punto de desmoronarse.
—¡¿Quieres saber qué hago aquí?! —gritó—. Lo sé todo, Menw. Sé lo que pasó con Brenda, sé que no fue culpa tuya y sé que te obligaron a mentir para salvarme, porque Freyja te amenazó con matarme. Yo… No lo sabía, Menw. Nunca te di la oportunidad de explicarte y te culpé de todo. Todo —susurró horrorizada llevándose las manos al estómago. Iba a echarse a llorar. Odiaba que la vieran llorar.
El rostro de Menw no reflejó ninguna emoción, ni siquiera una chispa de interés por lo que decía la vaniria.
—Lárgate —le dijo él inflexible.
—No —Daanna alzó la barbilla y le presentó la batalla.
—¿A qué has venido, princesita? —repitió en un tono llano.
—Te lo estoy diciendo Menw. He venido a disculparme por todo…
—Demasiado tarde —dio un paso adelante y dejó que la luz de la luna que entraba por las ventanas lo alumbraran—. No me interesan tus disculpas. No quiero saber tampoco qué sabes y qué no sabes. Ya no importa. Y ahora te estoy dando la posibilidad de elegir: vete. Si no te vas, saldrás de aquí llorando, Daanna.
Ella se echó atrás, pero no reculó en su objetivo. No iba a ser fácil, lo sabía.
—Me queda poco para ir a buscar a Loki —continuó Menw—. ¿Ves en lo que me estoy convirtiendo? —se señaló y dio una vuelta sobre sí mismo—. Pero todavía tengo tiempo para dejar mi huella en este fin del mundo que llega —anunció con la mirada perdida—, y quiero aprovecharlo.
—Yo te ayudaré —aseguró intentando acercarse a él—. No permitiré que él te lleve, Menw.
—Yo ya no siento nada por ti —le escupió mirándola con fastidio—. Y si vienes a salvarme, ahórratelo, ya no puedes hacer nada por este sanador. Mi adicción está demasiado avanzada.
Daanna sintió que le temblaban las rodillas y que le ardían los pulmones. Era peor que una bofetada. Oír esas palabras de Menw, escuchar su rendición ante la oscuridad, la enervó. La música de la fiesta privada del hotel llegaba hasta su habitación y se colaba por la ventana abierta de la habitación donde se encontraban. Las letras de la canción de Rihanna y Eminem, I love the way you lie, llenó la estancia de todas aquella palabras que no se decían.
—Vete de una puta vez, no hay nada que puedas hacer ya.
—¡Cobarde! ¡¿Tan fácil te rindes?! ¡El clan confiaba en ti, eres el sanador y no te puedes dar por vencido! —Se fue hacia él y lo empujó con todas sus fuerzas—. Y vas a dejar a Cahal solo. No sabemos dónde está ni qué ha pasado con él. No lo puedes abandonar. No me… No nos puedes dejar —se sentía tan impotente y tan culpable que quería romper cosas, empezando por el muro de hielo que había erigido entre ellos.
Menw chocó contra la pared y salió de su aturdimiento. Pero antes de rebotar en el suelo se abalanzó sobre Daanna y la arrinconó contra la pared.
—¿A quién crees que estás provocando? —le enseñó los colmillos y sus ojos se aclararon hasta parecer blancos—. ¿Qué crees que vas a conseguir con esa actitud? Soy un puto asesino, mujer. Ya no puedes jugar conmigo. —La miró de arriba abajo y una chispa roja brilló en las profundidades de su mirada.
Daanna vio su oportunidad, vio el deseo reflejado en los ojos cristalinos del vanirio y cogió el guante.
—Dame tiempo, Menw. Sólo te pido tiempo. Puede que entre todos logremos recuperarte.
—Cada día que pasa estoy más perdido, Daanna. No tengo tiempo.
La había llamado Daanna otra vez. Y no importaba lo enfadado que estuviera, siempre susurraba su nombre con dulzura.
—Vete o te arrepentirás.
—No me voy a ir. No voy a huir. ¿Crees que estás perdido? ¿Tienes sed? Entonces, bebe de mí. Sostente con mi sangre. Hazme lo que tú quieras, Menw. Me ofrezco a ti. Pero no me digas otra vez que me largue porque no lo voy a hacer. No puedo… hacerlo —le tembló la voz—. Esto más importante que tú o yo. Es más fuerte que nosotros.
Él escuchó esas palabras y se obligó a memorizarlas. Aplastó su torso contra el pecho de ella y la tomó de las muñecas hasta alzárselas por encima de la cabeza, dejándola desvalida. Su alma, parte vampiro, reía ante la declaración de la velge, disfrutaba al verla humillarse de esa manera, pero la parte humana que conocía a Daanna, estaba intrigada. Sabía que había algo que ella no le contaba.
—No lo estás haciendo por mí, ¿verdad? Claro, ¿cómo no? Hay algo que no me cuentas. El motivo real por el que has decidido arrastrarte y venir en mi busca.
Daanna bajó los ojos y el pelo le cubrió la cara. Sería sincera con él.
—No voy a mentirte. Te necesito para que se despierte mi don, Menw —sollozó y apoyó la frente en su pecho. Deseó, esperó a que él la abrazara y la calmara, pero ese gesto nunca llegó—. Necesito tu sangre para saber qué poder tengo como Elegida. Pero no vengo sólo por eso…
—Así que me estás utilizando… —se sentía desilusionado y todavía no sabía por qué. Él empezaba a carecer de emociones, pero la vaniria todavía le afectaba—. ¿Te estás vendiendo, Daanna? ¿Tu sangre a cambio de que te suministre la mía?
Daanna alzó la cabeza y lo miró.
—No me vendo. Sólo quiero que ambos nos ayudemos.
Menw clavó las largas pestañas húmedas de lágrimas sin derramar, todavía podía conmoverlo y eso no le gustó porque significaba que Daanna podía vapulearlo.
—Tú no eres mi caráid, princesita —estaba hablando el vampiro rabioso—. Los dioses han querido que mi sangre sea importante para ti. Pero tú no eres mi mujer, no lo puedes ser, me lo has demostrado en dos milenios. Yo creía que sí… Que entre tú y yo había algo especial, pero ya he aprendido la lección, Daanna, me ha costado dos mil años entenderla. —Se encogió de hombros riéndose de sí mismo—. Ahora quiero que tú entiendas algo: ya no tengo escrúpulos —espetó—. Así que, si no lo entiendo mal, te estás ofreciendo a mí, ¿verdad? ¿Es eso?
Daanna sintió un calambre en el estómago y percibió que el vello se le erizaba. Menw daba miedo en ese estado.
—Te ofrezco mi sangre, Menw. Puede que…
—Tu sangre… —murmuró él mirándole los senos recogidos por el sostén—. Ahí afuera hay muchos cuellos apetecibles, el tuyo me es indiferente. Aquí, la que está interesada en mi sangre eres tú —concluyó con gesto vanidoso.
Puto vampiro, pensó Daanna. Sabía lo que tenía que decirle para herirla, pero estaba ahí para soportarlo y recuperarlo.
—Pues beber de mi sangre te lo tendrás que ganar, pantera.
—Haré lo que sea.
—¿Lo que sea?
Daanna asintió con la cabeza.
—¿Qué diría el clan si supiera que su Elegida se está comportando como una puta?
—¿Quieres tratarme igual que a ellas? Engáñate todo lo que quieras, no lo soy —los ojos gatunos de Daanna lo desafiaron.
—Serás lo que yo diga —contesto él soltándola y dirigiéndose a la cama. La estudió con avaricia—. Hagamos un trato. Yo te doy mi sangre para que tu don se despierte, y tú, a cambio, me alejas un tiempo de las tinieblas.
—¿Con mi sangre?
Menw alzó la comisura de su boca de manera despectiva.
—Bueno, no estará mal beber gratis. Pero lo que quiero es tu cuerpo. Voy a desquitarme, Daanna. Tu sangre me dará un tiempo extra para buscar a mi hermano y decirle lo que pienso de sus escapadas, y cuando sepas lo que tienes que hacer, te dejaré.
—Compartiremos la sangre, Menw —gruñó con voz temblorosa. Compartirían muchas más cosas si ella accedía a esos favores, pero no le importaba. Quería que Menw regresara y si tenía que tragarse el orgullo, lo haría—. Dependeremos el uno del otro. Sabes cómo son las relaciones entre…
—¿Tengo que repetirte que no me importas? —levantó la mano derecha deteniendo las palabras de la chica—. ¡No te he pedido que me salves! Es un intercambio temporal. Yo ya estoy perdido, Daanna. Y ya no tengo corazón como para preocuparme por ti, lo he hecho durante demasiado tiempo. Pero tranquila, no te dejaré desvalida. No esperaba que me vinieras a buscar, es… Sorprendente y muy… Divertido.
—¿Te hace gracia, Menw?
—¿Ver cómo vendes tu dignidad? Uy, sí —dijo con voz gutural sonriendo orgulloso—. Pero no tienes que preocuparte por nuestro intercambio de sangre, no te volverás loca si yo muero.
Daanna apretó la mandíbula.
—¿Ah, no? ¿Crees que lo que lamentaría si tú murieras sería sólo no poder beber de ti? —Menw por lo visto creía que ella no tenía sentimientos—. El vampiro eres tú, no yo.
—No soy vampiro, todavía —le guiñó un ojo.
—Entonces deja de fingir que no te importa que esté yo aquí —replicó herida— y deja de comportarte como si nada fuera de tu incumbencia.
—Pero es que no me importa. A lo que me refiero es a que he estado trabajando para suplir el hambre con un sucedáneo especial hemoglobínico. Todavía no está acabado, pero ya casi tengo la fórmula correcta. Esperaba terminarlo en unas horas, después de mi fiesta con…
—Las prostitutas.
—Cuando ya no esté, podrás servirte de eso. ¿Qué te parece?
—¿Tantas ganas tienes de irte al lado de Loki? —se estremeció—. Te estoy dando la oportunidad de sanar Menw.
—Ya, pero no me interesa. Tengo ganas de desaparecer, Daanna. ¿Qué me ata a este mundo? No quiero irme con Loki, pero me entregaré al amanecer. No me quedan motivos para estar aquí. Sólo siento vacío. —Agachó la cabeza y en un gesto casi desesperado, se cubrió la cara con las manos.
La vaniria se acercó a la cama y se colocó delante de él, temblorosa y con ganas de abofetearlo. ¿No le quedaban motivos? ¿Tan echado a perder se sentía? Ella intentaría darle razones para que no les dejara. No iba a suplicarle nada y menos ahora que él no la iba a escuchar, pero Daanna esperaba que su sangre le calentara el corazón.
—¿Sabes qué? —explicó él—. El vampirismo afecta a nuestros cerebros y desconecta nuestras emociones de nuestros recuerdos, incluso algunos los borra. Sólo deja intacto nuestro ego para acabar de volvernos locos, para que nos sintamos constantemente mal con nosotros mismos. Es… desesperante. —Levantó los ojos vidriosos y enrojecidos y se quedó prendado de ella, que estaba a cinco centímetros de él. Le sonrió con curiosidad—. Ha hecho falta que yo pierda un poco el alma para poder tener una conversación contigo de más de dos palabras… qué triste.
—¿Estás experimentando contigo mismo, Menw? —preguntó aturdida. ¿De ahí que no le importara beber sangre? ¿Era un sacrificio?—. ¿Estás llevando tu cuerpo a esos extremos?
—No tengo nada que perder y alguien tiene que hacerlo para saber cómo actúa la adicción en nuestro cuerpo. Para intentar encontrar una cura. ¿Quién mejor que yo? Llevo dos mil años esperando a una pareja equivocada —aseguró, disgustado—, no voy a esperar más a encontrar a la correcta. Me sacrifico en nombre de los demás.
Ni hablar. La única que iba a jugárselo todo iba a ser ella.
—Pues prueba con otro, Menw, porque no voy a dejar que seas tú quien se vaya de aquí.