Capítulo 30

Los vanirios y berserkers que estaban ahí luchando codo a codo con Daanna no habían olvidado cómo hacerlo. Mientras los grupos bajaban de veinte en veinte por el ascensor, Daanna y los demás les cubrían para que llegaran a buen puerto. Los guardias iban con pistolas Tásers, y con balas de cristal trasparentes rellenas de luz diurna. Les disparaban a diestro y siniestro.

Ellos las intentaban esquivar cómo podían. Dos vanirios y tres berserkers habían caído al suelo, mal heridos.

—¡Metedlos en el ascensor! —pidió Daanna encaramada sobre los hombros de un guarda mientras le rompía el cuelo. Tenían que salir de ahí como fuera. Ellos debían liberarse y salir de esa prisión.

Se habían cargado a veinte guardas humanos, cuatro vampiros escuálidos y ocho lobeznos. Se había convertido en una competición. ¿Quién iba a acabar con más jotuns? Daanna ganaba, por supuesto. Pero la lucha había dejado muchos heridos y ella tampoco estaba en mejores condiciones.

Tenía dos tiros en el muslo, que ardían como el fuego. La luz diurna quemaba de dentro hacia fuera. Daanna se metió los dedos en las heridas y las extrajo con un bramido. Le habían dado tres descargas eléctricas, así que estaba un poco mareada, y tenía un corte en el pómulo y un moretón enorme en la barbilla, además de la herida en los riñones que la valiente Daimhin le había hecho. Cuando bebiera de Menw todo aquello desaparecería, pero mientras tanto, las heridas quemaban como el demonio.

Cómo me gustaría que me vieras ahora, mo duine.

Había arrancado las cámaras de las paredes. Y parecía que ya no quedaba nadie más ahí dentro, que el edificio estaba desierto, pero no era cierto, olía a lobezno y a vampiro, y al parecer estaban cerca, muy cerca.

—Bajad todos. ¡Huid! —les pidió Daanna, recogiéndose el pelo en una cola alta—. Ocultaos una vez fuera, y permaneced con ellos. Necesitan a guerreros que les cubran las espaldas.

—¿Y tú, guerrera?

—Si salgo de aquí, os buscaré —les prometió. Recogió una porra Tásers y también se adjudicó una pistola.

Cuando vio desaparecer al grupo de guerreros heridos que había luchado con tanto pundonor después de años sin haber usado los puños, se emocionó. Al menos ellos estaban fuera. Y ella saldría con Cahal. No lo dejaría ahí, también era su hermano.

A mano derecha había un pasillo enorme con la luz intermitente. Uno de los últimos guardas a los que había interrogado le había dicho donde se encontraba el druida. Estaba en la sala insonorizada, al final del pasillo.

Caminó en aquella dirección, justo donde le habían indicado que se encontraba el hermano de su hombre. La puerta metalizada estaba cerrada. Arrastró a uno de los guardas por los suelos y le colocó la palma de la mano en el identificador de plasma.

—Acceso correcto —musitó Daanna.

La puerta se abrió y se encontró con una chica de pelo negro muy corto, con bata blanca y cara de sorpresa. Estaba delante de una camilla en la que yacía un hombre rubio estirado. Tenía una jeringa entre las manos.

—¡Cahal! —gritó Daanna.

Encañonó a la mujer mientras se acercaba a ellos, cojeando. Pero vio algo en el movimiento ocular de aquella chica, un ligero tic nervioso. La jeringa estaba llena de líquido fosforescente.

—¡Tira eso! —le ordenó Daanna.

La chica miró rápidamente a su izquierda y fue así como descubrió que no estaba sola en esa sala. Daanna disparó a la jeringa y no falló. El líquido salió disparado y salpicó la cara de aquella chica.

—La próxima va entre ceja y ceja —le prometió Daanna con un brillo asesino en los ojos verdes.

Cahal estaba abierto en canal. Tenía tantas heridas que parecía un trozo de carne desgarrado.

—¿Qué te han hecho? —susurró Daanna acongojada—. Dioses, ¿qué te han hecho, druida? —¿Cómo se lo iba a llevar de ahí, abierto en canal como estaba? ¿Cómo podía seguir vivo?

Cahal movió la cabeza hacia un lado.

—Vete de aquí, Daanna —susurró.

—No, no, no —negó una voz de hombre a sus espaldas.

Daanna se refugió tras el cuerpo de aquella chica y le puso la pistola en la sien. Desvió la mirada hacia el lugar del que provenía esa voz. De entre las sombras, salió Seth, el vampiro de pelo rizado y negro con cola de caballo. Detrás de él, había alguien muy alto y grande. De aspecto estilizado, pelo muy negro y liso, y ojos plateados.

—¡Seth! —exclamó la Elegida. No sabía quién era el otro hombre.

—Vaya, vaya… ¿Cómo has entrado aquí? —preguntó, caminando hacia ella.

—No te acerques o la mato —Daanna presionó la cabeza de la chica con el cañón del arma.

Seth se echó a reír.

—¿Crees que nos importa Glory? Sólo es alimento. Hummus, te presento a Daanna McKenna, la Elegida. ¿Quieres jugar con ella?

Hummus la miró de arriba abajo y una mueca, que pretendía ser una sonrisa, deformó sus labios.

—¿Ella era el amor de tu vida? —preguntó Hummus con voz aterciopelada.

—Sí. Pero es una zorra frígida y dejó que el sanador la follara, ¿verdad?

Mientras Seth despotricaba, necesitaba urdir un plan, algo que le diera tiempo. Daanna lanzó a la humana por los aires, como si no pesara nada, y la hizo chocar contra Seth y Hummus, que cayeron al suelo con la fuerza del impacto. Ese intervalo le dio tiempo para liberar los pies y manos de Cahal. Necesitaba cerrarle las heridas o no lo podría levantar, pero ¿cómo? ¿Cómo lo sacaba de ahí? Seth se levantó para atacarla, saltó por los aires y ella disparó a su entrepierna. El vampiro lanzó un aullido y cayó en posición fetal, contra el suelo. Debía proteger a Cahal. Le arrancó los cables del cuerpo y colocó la camilla detrás de ella. Si querían a su amigo. Tendrían que pasar por encima de su cuerpo. Hummus fue más rápido que sus reflejos, y cuando iba a dispararle a él también, se encontró con que el lobezno estaba delante de ella y le sostenía la muñeca. Se giró y se la partió hasta que soltó la pistola. Daanna gritó y le golpeó la cabeza con la porra Tásers.

El lobezno echó la cabeza hacia atrás y aulló como un lobo. Los huesos crujieron, su piel se estiró, su cara y los maxilares se deformaron y le salió pelo por todos lados. Aquel lobezno era el más grande que ella había visto. Sus garras medían unos quince centímetros y tenía los ojos rojos.

—La Elegida… —murmuró Hummus. Arañándola en el estómago.

Daanna se dobló sobre sí misma y se llevó la mano buena a las abdominales. Estaba sangrando mucho.

Hummus no se detuvo. La agarró de la coleta y la lanzó contra la pared.

—¿Elegida para qué? ¿Ya lo sabemos? ¿Lo sabes? —preguntó lanzándole el fétido aliento a la cara y recogiéndola del suelo—. Yo te lo diré.

Caminó con ella hasta una mesa metálica y la dobló sobre la superficie fría. Le mantenía la nuca sujeta para que ella no pudiera removerse. De repente se escucharon unas voces de fondo.

—¿Qué ha pasado? ¿Sebastián? —era la voy de Patrick—. ¿Hummus? —gritó Lucius.

—¡Aquí, en la sala de Cahal! —gruñó Seth desde el suelo, levantándose a duras penas.

—¡Mierda! —exclamó Lucius al entrar y ver el percal—. ¿Cómo has entrado tú aquí? —miró a Daanna, maravillado al encontrar a la Elegida en su territorio.

—No lo sabemos —contestó Hummus.

Daanna alzó la mirada y vio a Mizar, pálida, con la muñeca abierta y chorreando sangre.

Cahal empezó a tener espasmos e hizo lo que nunca había hecho en presencia de Daanna. Gritó de dolor, un desgarrador dolor inaguantable. Arqueó la espalda y cayó al suelo, que enseguida se tiñó de sangre. La sábana roja le rodeaba la cintura. Mizar hizo un gesto de disgusto al ver cómo temblaba y gruñía por el sufrimiento que ella le había causado. No le habían cerrado las heridas desde la última vez que había estado con él, hacía ya dos días.

Hummus susurró al oído de Daanna.

—¿Quieres público? —Le lamió la oreja y le mordió en el cuello—. Te voy a follar, ¿lo sabes?

—¡No! —Daanna luchó contra él todo lo que pudo.

—¡Un momento, un momento! —Lucius alzó las manos y sonrió—: Hagámoslo bien —pidió—. Seth, levanta a Cahal, por favor.

Seth cojeó hasta levantar al vanirio, no sin antes darle un puñetazo en las costillas a Daanna, que se quedó sin respiración y apoyó la frente en la mesa, buscando refugio.

—Sostén al druida —Lucius tiró de la muñeca herida de Mizar y la acercó a él—. ¿Qué es ella para ti? —preguntó, oliendo la garganta de la joven—. ¿Te gusta? ¿Es tuya?

Mizar apretó la mandíbula y miró hacia otro lado, cuando se cruzó con los ojos azules y tristes de Cahal. Al vanirio no le gustaba lo que le estaban haciendo. Él bajó los ojos a su muñeca desgarrada y gruñó «¿Ha sido él? ¿Te lo ha hecho él?», preguntaba su mirada.

—Strike nos dijo que ella sería tu perdición. ¿Por qué? —Retiró el pelo rubio de su cuello y lamió su piel—. ¿Es porque te gustaría morderla? ¿Es porque sólo reaccionas a ella? Seguro que ahora sientes todo el dolor de las heridas y las mutilaciones que te hemos causado, ¿verdad? Sólo cuando está ella. Mira bien, Cahal —abrió la boca y clavó los colmillos profundamente en la piel blanca de la chica. Empezó a beber haciendo caso omiso del llanto y de los gritos de Mizar.

—¡Suéltala! —pidió Cahal.

—No, no… Esto no va así —canturreó Lucius pasándose la lengua por los colmillos—. Joder, qué bien sabe, Cahal. ¿No la has probado? No, claro que no. Dame todos tus poderes. Dame lo que tú tienes y puede que te deje un poco para luego. Tú no te mereces ese conocimiento, no mereces el poder. Légamelos. Di las palabras.

—¡No tengo nada! —exclamó, a punto de desmayarse.

—¿No? —mordió otra vez a Mizar, y la joven quedó inconsciente entre sus brazos.

—¡Cabrón hijo de puta! ¡Te mataré! ¿¡Me has oído?! ¡Te mataré! —gritó Cahal, con lágrimas en los ojos.

Daanna negó incrédula con la cabeza ¿Podría ser que aquella mujer fría y reservada fuese la cáraid de Cahal? ¿Podría tener su querido amigo tanta mala suerte? ¿Podrían acabar con ellos en ese lugar frío y desalmado sin poder disfrutar de la felicidad que se les escapaba de las manos?

—Es muy fácil, Cahal. Dime cuál es el poder, dime cuáles son las palabras y la dejaré libre. Mientras tanto, me la llevo de aquí. Tengo que despertarla, necesito información que sólo ella puede darme. Piensa sobre ello mientras la torturo —le guiñó un ojo blanco y lo dejó ahí, sin poder moverse y sin poder ayudar a Mizar.

Hummus se estiró sobre Daanna y le dio un beso húmedo y baboso en la nuca.

—Sólo la bestia puede tomarte, Daanna —murmuró el lobezno—. ¡Abre las piernas!

—¡Métetela por el culo, cerdo! —contestó la vaniria con rabia.

—¿Eso quieres? ¿Te la meto por detrás? —gruñó bajándole los pantalones de un tirón.

—¡No! ¡Suéltame! —Nunca se rendiría, antes tendrían que matarla.

—Déjamela bien preparada, Hummus. Luego iré yo —gruñó Seth tocándose el paquete—. No sabes cuánto hace que lo deseo, princesita. Te voy a dar por todos lados, y no pararé hasta oírte suplicar.

Menw. Menw, te quiero ¿me oyes? Te quiero. Se lo dijo porque él debía saberlo, aunque no la oyera, él debía saberlo. Esos jotuns querían someterla, doblegarla, pero no podrían con ella. Su cuerpo no era más que carne, lo más bello que ella tenía era su alma inmortal, y eso, sólo le pertenecía a su sanador.

—Daanna… —susurró Cahal arrastrándose por el suelo hasta coger a Hummus por el pie—. No, déjala… déjala…

Hummus le dio una patada en la cara y el vanirio se quedó tumbado en el suelo, sin fuerzas para proteger a la mujer de su hermano, sin fuerzas para proteger a su mujer.

—Me encanta oírte gritar, Elegida, pero mejor luego. —Hummus le golpeó con un hierro metálico en la cabeza y Daanna quedó inconsciente sobre la mesa—. Ahora a lo que vamos. Te va a gustar.

Se inclinó sobre ella para bajarle las braguitas blancas, pero entonces al tocarle la piel, se quemó.

—¡Arg! —Se miró la mano velluda. Había una quemadura enorme, al rojo vivo—. ¿Qué es esto? —Hummus observaba la quemadura y la piel de Daanna con fascinación.

De repente, el cuerpo de la vaniria empezó a desprender muchísimo calor.

—¿Qué sucede? —susurró Seth, sin entender nada.

La piel de Daanna se iluminó, empezó a emitir luz cegadora. Hummus gruñó y se echó hacia atrás.

—¡Daanna!

Los dos vampiros alzaron la cabeza al encontrarse con el nuevo visitante.

Menw McCloud miró cómo el cuerpo de su cáraid estalló en millones de partícula luminosas delante de sus ojos. No le había visto la cara, no sabía cómo se encontraba, si estaba bien o estaba mal. Se llevó la mano al nudo perenne y sintió que todavía seguía ahí, por tanto, Daanna vivía donde fuera que estuviera. Su pantera seguía viva y eso para él era suficiente. Suficiente para que él siguiera respirando.

—¿Daanna? ¿Amor, dónde te has ido esta vez? Te encontraré.

En el suelo, como un cadáver mutilado, estaba su hermano mayor. Su hermano del alma. Se le llenaron los ojos de lágrimas al encontrarlo en tan penoso estado.

Hummus gruñó y le enseñó los dientes a Menw. El lobezno se fue por una puerta trasera y huyó de allí corriendo. Seth estuvo a punto de escapar también, pero Menw voló y le estampó contra la pared. Le agarró del pescuezo y lo tiró al suelo, para pisarle la nuez con tanta fuerza como pudo.

Seth luchó por respirar y le clavó las garras de vampiro en el tobillo.

Menw lo levantó por las solapas y lo estiró en la camilla metálica. La fuerza llena de ira del sanador no era rival para el pobre vampiro temeroso que lo miraba horrorizado.

—¡Ganaremos! ¡Ganaremos, Menw! —gritó Seth escupiéndole en la cara.

—Ya lo veremos —le clavó el bisturí en el plexo y lo arrastró hasta el corazón. Luego metió la mano y le cogió el órgano palpitante.

—¡No lo hagas, no lo hagas! —gritó Seth.

—¿Qué no haga esto? —le arrancó el corazón y lo tiró al suelo, para pisarlo con su bota de motero. A continuación lo decapitó con sus propias manos.

No tenía tiempo para torturar a nadie, no merecía la pena. Quería encontrar a Daanna, quería ayudar a su hermano. Tomó a Cahal entre sus brazos y lo abrazó con todo el calor y el cariño del mundo.

—Mizar… Mizar… —susurró Cahal al oído de Menw—… Mía.

El sanador hizo una exclamación ahogada y lo miró sorprendido, sin disimular las lágrimas.

—¿Mizar?

—Lucius se la va a llevar… Le ha hecho daño…

—¿Dónde? —Menw alzó la cabeza y cargó con su hermano en brazos. El grito desgarrado de una mujer lo puso en alerta.

—¡Mizar! —gritó Cahal.

Menw lo dejó sobre la camilla y le dijo:

—No te muevas de aquí, hermanito —le habló como si fuera su hermano mayor, cuando en realidad era al revés.

—Que te follen —gruñó Cahal.

Había dejado arrancada la puerta de acceso y enviado un mensaje a Caleb y al resto para que rodearan toda la zona. Esperaba que llegaran pronto. El sanador entró en la puerta contigua, y llegó a un salón lleno de ordenadores y pantallas en las que se requería un código para entrar al sistema.

—¡Te he dicho que me lo digas! —Lucius alzó la mano y abofeteo de nuevo a la rubia que tenía acorralada, mientras le apretaba la muñeca herida con fuerza—. ¡Necesito la información! ¡La necesito!

Menw se deslizó sobre el suelo y apartó a Lucius de la joven, clavándole el bisturí en la garganta y presionándole un punto Sipalki del cuello. El vampiro quedó estirado en el suelo, sufriendo calambres y espasmos en las piernas. Sabía que Lucius desbloquearía los puntos de presión en pocos segundos, segundos que eran de oro para su hermano Cahal. Menw tomó a Mizar, que no dejaba de llorar en silencio y resbalaba con la espalda apoyada en la pared. Lucía mordiscos por todas partes y desgarros musculares muy feos, además de que le habían cortado las venas de la muñeca derecha. No sobreviviría.

Se llevó a Mizar de aquella habitación de los horrores, y la estiró sobre el druida.

—Yo no te juzgaré si haces lo que tienes que hacer, Brathair. Sí ella es tu caráid, aliméntate, y sálvate. Por ti, por mí, por ella y por los dos. ¡Hazlo! No me dejes solo —le rogó, desesperado—. ¡Lucha, hermano! Bebe. Yo voy por Lucius.

Menw lo dejó ahí, con la rubia que le había abierto en canal y que había hecho que lo primero que sintiera en su vida inmortal fuera la tortura física.

Cahal alzó el brazo derecho como pudo y le enredó los dedos en el pelo rubio de Mizar. Ella no dejaba de temblar, su cuerpo estaba en shock.

—Por favor, mátame. Mátame —susurró Mizar—. Sé que no me merezco miramientos ni conmiseraciones de ningún tipo de tu parte. Pero, por favor… ¡Si alguien debe quitarme la vida, quiero que seas tú! Ellos no pueden saber lo que sé…

Cahal olió el fresón y su cuerpo se revolucionó. Sus heridas estaban a punto de dejarle inconsciente; el contacto de Mizar le daba la sensibilidad física que no había sentido en dos mil años. Ni hablar, aunque ella se había portado mal con él, era su oportunidad de volver a sentir, de volver a ser hombre. Se comportaría como un egoísta por primera vez en su vida inmortal y tomaría lo que era suyo, lo que los dioses le habían arrebatado.

¿Cómo iba a matar al demonio que le devolvería a la vida?

Sebastián y Patrick recogieron a Lucius del suelo y lo sacaron por otra de las puertas traseras del salón. Le arrancaron el bisturí del cuello, pero el vampiro seguía con los espasmos.

—¿Qué le han hecho? —preguntó Patrick extrañado.

—¿No puede hablar? —dijo Sebastián.

Lucius alzó una mano como si fuera un robot y acercó la garganta de Sebastián a su boca. Le mordió y empezó a beber de él hasta que los espasmos se detuvieron y recuperó la movilidad de su cuerpo. Bebió hasta dejar a Sebastián sin vida, en el suelo.

—Puto incompetente —gruñó levantándose—. ¿Ha estado aquí todo este tiempo y no ha podido sacar a los Memory para que pelearan? ¡Ha estado escondido el muy cabrón!

—Sebastián siempre fue cobarde —contestó Patrick, llevándose los discos duros de los ordenadores a través de los pasillos.

—Ya viene la caballería —dijo disgustado.

—Ya he abierto las compuertas de los Memory. Se encontrarán con ellos.

—Entonces salgamos de aquí antes de que nos salpique más la mierda. ¿Dónde está Hummus?

—No lo sé, aunque aparecerá, como siempre hace.

Huyeron como las ratas cobardes que eran, dejando tras ellos un rastro de muerte y destrucción. Abrieron una puerta de piedra que daba a un pasadizo secreto y se adentraron en él. La puerta de la pared se cerró.

Menw salió al exterior.

Lucius había desaparecido.

Los vanirios y los berserkers estaban luchando en los túneles, contra los clones. Habían venido todos: As, Noah, Adam, la Cazadora, Caleb. Gwyn, Ione, Iain y los demás. Caleb y Aileen habían sacado a Cahal y Mizar de allí y los habían dejado en el interior de su Cayenne. No sabía si Cahal había bebido o no de la humana, pero más le valía haberlo hecho.

Recordó la imagen del acantilado. ¿Daanna estaría allí? Voló hasta dar con el lugar correcto. Por todos los dioses, que pudiera verla allí. Si le habían hecho daño, él la cuidaría, no importaba lo que hubiera pasado. Daanna era suya, siempre sería suya. Siempre la querría por quién era y por lo que significaba para él. La había amado con locura cuando era humana, la había odiado y deseado con furia dos mil años atrás, pero ahora que sabía la verdad, que el destino y los dioses le daban esa oportunidad, ahora, la amaba con adoración devota. Se pasó la mano por los ojos y retiró las lágrimas con los dedos. Estaba hecho un sentimental. Lloraba por su amada, y lloraba por su hermano. Y por encima de todas las cosas, lloraba por él, porque si Daanna desaparecía de su vida. ¿Quién le devolvería el sol?

«A ghiall, na toir shollas bhuam, mo Daanna[24]».

Daanna estaba inmersa en su cuarto túnel de luz. Dioses, cómo le dolía el cuerpo. La mano, los riñones, el muslo, la cara, el abdomen… ¿Había algún lugar del cuerpo que no le hubieran herido? Apareció de rodillas, sobre la hierba húmeda de la montaña. En frente tenía unas vistas espectaculares del mar. Podía oler la sal. La noche era estrellada y silenciosa.

La coleta se le había deshecho. Se levantó siseando por el dolor y miró al frente. Carrick salió de una pequeña gruta oculta tras una roca enorme que había a unos cien metros de donde estaba. Seguía ahí en Capel-le-Ferne, pero ahora se había bilocado al exterior. Cuando Hummus le había dejado inconsciente se había bilocado. ¿Era eso?

Carrick señaló hacia donde ella estaba y la saludó con la mano. Detrás de él empezaron a salir todos los guerreros que habían sido presos de aquellos sádicos de Newscientists. Era un milagro que hubieran escapado.

Carrick hizo aspavientos con las manos y corrió hacia ella, como si estuviera ansioso de decirle algo. El viento golpeó la cara de Daanna y se llevó con él las palabras que aquel joven guerrero le estaba gritando.

—¡Daanna, detrás de ti!

Menw sobrevolaba las montañas blancas cuando vio a unos chicos con la cabeza afeitada y vestidos con ropa gris, que señalaban a un lugar de las grutas de los acantilados.

«El dibujo», pensó.

Ahí estaba Daanna. Miró hacia el lugar que ellos señalaban y se encontró a su guerrera, con aspecto de no poder aguantarse derecha y de necesitar una ducha, un masaje y horas de cama.

El corazón se le detuvo cuando vio al hombre que tenía detrás y que se acercaba a ella con sigilo. Tenía algo entre las manos. Era un tubo fluorescente.

Daanna se agachó justo a tiempo de que él le cortara la cabeza con una de sus garras. Era un lobezno, ¡qué hijo de puta! Llegó hasta ellos como una bala.

En el momento que Daanna se agachó, Menw lo embistió con el hombro, como si fuera un placaje al estilo del futbol americano. Hummus cayó hacia atrás y se le cayó el puñal. El vanirio alzó los puños y lo golpeó en la cara repetidas veces. Pero Hummus hizo algo impensable, algo fuera de lo común. Abrió la palma de la mano y se materializó un puñal en ella. Un puñal extraño, lleno de piedras negras brillantes, con unas inscripciones rúnicas extrañas y deformadas en la hoja serrada. El puñal se materializó en su mano, como por arte de magia y en un movimiento tan rápido como invisible, lo clavó en el pecho de Menw. Justo en el corazón.

Menw abrió los ojos y cayó como un peso muerto.

—¡No! ¡Menw! —gritó Daanna, corriendo hacia él.

El cuerpo enorme del sanador iba a caer de espaldas, pero Daanna aguanto el peso y quedó de rodillas con la cabeza de Menw sobre sus muslos. Le intentó quitar el puñal, pero al hacerlo, el mango le paso una descarga eléctrica que por poco no la deja inconsciente.

Hummus se levantó y los miró desde su respectiva ventaja.

—Tu turno, Elegida. Ya sabes lo que quiero. Ven conmigo. Quiero engendrar a mi hijo en ti.

Daanna cerró los ojos y negó con la cabeza, mientras rezaba desesperada para que Menw abriera sus preciosos ojos, los mismos que le habían llenado de calor el corazón.

—Entrégate a mí y le devolveré la vida a Menw —sus ojos ahora eran plateados y la miraban con misericordia—. Te necesito a ti.

Daanna abrazó la cabeza de Menw y la apretó contra sí. Se armó de valor y puso la mano de nuevo en el puñal, pero la electricidad la debilitó.

—Si sigues haciendo eso, más vida le arrebatas. Solo yo puedo sacarle el puñal.

—¡Entonces, quítaselo!

La ceja negra de Hummus se alzó con insolencia.

—Entonces, quítate las bragas y haz lo que te pido.

—¿Y por qué no me la chupas?

Noah apareció tras Daanna y Menw. Adam le había enseñado el dibujo, y mientras él estaba en los túneles rebanando cabezas de clones asesinos, Noah había decidido bajar a ayudar a Daanna y Menw. No se imaginaba que estaban tan mal.

Hummus miro a Noah con interés.

—Hola, niño perdido —le dijo.

Noah frunció el cejo y traspasó a Hummus con sus ojos amarillos. Se lanzó a por él y le dio tiempo a Daanna para que se resguardara.

Pero Daanna no tenía fuerzas para moverse. El nudo perenne le ardía y le picaba, y eso solo significaba una cosa. Menw se iba entre sus brazos y Hummus no iba a arrancarle el puñal. Echó la cabeza hacia atrás y lanzó un grito de desesperanza al cielo.

—Menw, mo Priumsa. No me dejes, no te vayas, por favor, Menw —le acarició aquella cara tan dulce que su sanador tenía—. Te lo ruego —sus lágrimas cayeron sobre los párpados de Menw—. Menw… ¿No me vas a oír decírtelo? Yo… Te amo.

En ese momento, el cuerpo de Daanna y del sanador, explotaron en mil pedazos, como si fueran estrellas, y desaparecieron dejando millares de chispas luminosas a su alrededor, sobre las montañas blancas inglesas del Canal de la Mancha.

—¿Dónde? ¿Qué…? —Hummus estaba hasta las narices de ver como aquella mujer desaparecía cuando le placía hacerlo.

Noah le golpeó con la cabeza y le reventó la nariz.

—¿Qué tal estas, traidor?

—¿Traidor? No tienes ni idea —le escupió Hummus, cubriéndose la nariz con las manos—. El traidor más grande que existe esta entre vosotros y se llama As. Sí —esquivó un derechazo de Noah—. ¿No lo sabías? Sabe cosas sobre ti, Noah. ¿No le has preguntado? ¿No te lo ha contado?

As apareció transformado en berserker. Con su pelo negro largo y entrecano y los ojos amarillos.

—As cuidó de mí. As me recogió cuando era un bebé —contestó Noah.

—¿Y tú te lo crees? Pregunta a tu querido As quiénes son tus padres.

—Claro, lo que tu digas… —Noah saco el puñal que Nanna le había regalado tan amablemente, y haciendo una finta con la cintura, dejo las caderas de Hummus clavadas y le hirió con el puñal en el muslo.

El lobezno gritó y se llevó las manos a la herida.

—¿Un puñal Gudinne (de los dioses)? —dijo con sorpresa—. ¿Por qué lo tienes?

—Un regalo de una amiga.

—¿Una diosa?

—No —negó divertido—. No das ni una.

Noah se transformó. El pelo rubio le creció hasta los omóplatos y sus músculos se desarrollaron alcanzando el doble del tamaño natural. Los ojos amarillos le brillaron y le enseñó los colmillos blancos que le aparecieron entre el labio superior.

—Ahora, luchemos. Tengo ganas de patearte el culo.

Hummus negó con la cabeza y sonrió como si fuera un bufón.

—Ahora no. Pero, pronto. Nos volveremos a ver. Saludos, As. —Hizo una reverencia y desapareció.

Noah buscó por los alrededores y husmeó el viento para detectar el olor tan personal de putrefacción de Hummus. Ni rastro de lobezno. Cuando se dio la vuelta, ahí estaba As.

—¿A qué se refería, Hummus? —preguntó Noah regresando a su estado normal.

As se encogió de hombros, se acercó a él y le pasó la mano por el hombro.